Capítulo 7
La siguiente semana transcurrió sin nada especial. Harry dijo que los bravucones del colegio habían perdido interés en él. Esme lo creyó porque deseaba creerlo. Tenía otras cosas por las que preocuparse. Por fin había encontrado un apartamento medio decente en las afueras de Southbury pero necesitaba dar una fianza. En la siguiente reunión con sus clientes, les pediría un anticipo.
Entretanto, decidió no decirle nada a Harry hasta que fuera seguro.
¿Y Jack? Aparecía en sus pensamientos, pero no en persona. Supuso que aún no había regresado hasta que un día Harry desapareció en el bosque. El instinto la llevó hasta la casa grande y allí lo vio, jugando al cricket con una tabla y una pelota de tenis.
Y no estaba solo.
Pensó en decirle que se fuera a casa, pero se quedó detrás del establo observándolos. Jack pedía consejo antes de lanzar la pelota y gritaba: «¡Buen tiro!» cada vez que Harry le daba.
Había también otro hombre, con acento estadounidense, que podía ser el socio de Jack.
Jack y Harry se reían y sus cabezas estaban en el mismo ángulo. ¿Cómo podía ser que Jack no reconociera el parentesco, cuando estaba tan claro?
Durante diez años le había negado un padre a Harry, convencida de que ella podía serlo todo para él. Pero ¿cuándo había jugado al cricket con él? ¿O a cualquier otro deporte? ¿Y cuándo lo había hecho reír con tantas ganas?
«Déjalo ya», se dijo a sí misma. Jack estaba jugando con Harry porque era domingo y no tenía nada mejor que hacer. Y solo era un improvisado juego de cricket y no un rito misterioso entre padre e hijo.
¿Qué pasaría si confesara: «Este es tu padre, Harry». Podía imaginar la cara de shock y luego la de esperanza. ¿Y Jack? ¿Cómo reaccionaría? Un hombre en la treintena, que evitaba los compromisos…
Volvió a la casita y Harry apareció al poco rato.
—Siento haber llegado tarde —su expresión era de felicidad.
—No importa —fue al frigorífico a sacar el almuerzo.
Harry la miraba de reojo, pero al poco rato confesó:
—Me desvié por el camino de la casa grande a ver si ya habían terminado de asfaltar.
—¿Han terminado? —preguntó Esme.
—Sí. El señor Doyle estaba en el patio. Ya ha vuelto del Japón.
—¿Ah sí? —ella logró mantener el tono neutral.
—Estaba con un amigo que se llama Sam, y que tiene un hijo de mi edad. Jugamos un poco al cricket porque el chico no sabe jugar. Es estadounidense.
—Yo no… —Esme iba a decir que no había visto al otro chico pero se detuvo a tiempo.
—¿Tu no qué, mamá?
—Nada —contestó Esme sonriendo para quitarle importancia.
—No te importa, ¿verdad?
Sí que le importaba, y por muchas razones la lastimaba, pero no podía decirlo.
—No, en realidad, no —mintió.
—Bien —la cara de su hijo se alegró—, porque Jack dice que te tengo que pedir permiso si quiero volver después del almuerzo a ver a Eliot, el chico estadounidense.
Esme tenía que admitir que Jack se estaba comportando bien, estableciendo algunas reglas.
—Puedes ir, si quieres —dijo en voz baja.
—¡Estupendo! —se terminó la ensalada de pollo en un santiamén y salió corriendo.
Esme pasó parte de la tarde comprobando los dibujos que había hecho para los Claremont y que tenía que entregar el día siguiente. No eran clientes fáciles pues siempre estaban en desacuerdo entre ellos, pero Esme estaba bastante orgullosa de su trabajo.
Luego se dedicó a seleccionar en el cuarto trastero las cosas que podían servirle. Tenía que ser implacable porque todas sus pertenencias no iban a caber en un apartamento más pequeño.
Había hecho una pila de cosas y cuando Harry volvió le preguntó qué hacía.
—Limpieza de primavera —contestó.
Los ojos del niño se ensombrecieron.
—¿Nos vamos a mudar?
—Quizás.
Cuando se sentaron a cenar Esme no le preguntó nada sobre la tarde. Saber que había estado con Jack era una cosa y saber lo que había hecho era otra. Pero Harry estaba deseoso de contarle. Se había divertido mucho, la mayor parte del tiempo con Eliot, pero también hablaba de Jack.
—Aún no se ha trasladado del todo —informó Harry—. Dice que está buscando a un decorador. Sam, el padre de Eliot, dice que será mejor que primero busque una esposa, porque si decora y luego se casa, ella lo cambiará todo. Yo le sugerí que fueras tú —dijo inocentemente.
—Como diseñadora, espero.
—Si no, ¿cómo qué?
—Olvídalo —dijo ella.
—Ah, ya entiendo. Como su mujer. ¿Y por qué no? —preguntó Harry pensándolo—. Podrías gustarle. No eres tan mayor, mami, y a veces estás muy bonita. Si fueras más amable con él…
—Gracias —dijo Esme—, pero preferiría arreglar mi vida amorosa sin tu ayuda, si no te importa.
Harry hizo una mueca.
—Solo trataba de ayudar. Él es muy rico, ¿lo sabías?
—Ah, claro. Eso es lo más importante. Será mejor que lo pesque pronto antes de que otra buscadora de oro lo enganche primero.
—Muy gracioso. Es mejor que ese Charles que es tan aburrido.
—¡Harry! —lo regañó ella—. No habrás estado hablando de eso con Ja… con el señor Doyle, ¿verdad?
Hubo una pausa y Harry se sonrojó.
—¿Por qué iba a hacer eso? Tengo que ir a hacer los deberes.
Esme le habría pedido los detalles de la conversación. Pero no serviría de nada. Lo dicho, dicho estaba. ¿Sería culpa de Jack que Harry se hubiera vuelto tan charlatán?
De todas formas, a ella la preocupaba lo que hubiera dicho. Cosas como que tenía diez años y no nueve, que nunca había conocido a su padre ni sabía su nombre.
Para estar tranquila debería prohibirle a Harry que fuera a la casa grande.
A la hora de dormir, cuando subió a darle las buenas noches, comenzó:
—Harry, en cuanto al señor Doyle…
—Jack —corrigió él—. Él me ha dicho que debo llamarlo Jack.
—De acuerdo, Jack —lo intentó de nuevo—. Sé que te gusta.
—Claro. ¿Y a quién no? No solo por el coche y otras cosas, mamá. Es verdaderamente divertido. Y es muy inteligente.
—Estoy segura —Esme no estaba de humor para escuchar las virtudes de Jack—. Pero tal vez sea mejor que no vuelvas a la casa grande.
—¿Por qué? —Esme no tenía preparada una respuesta y Harry contestó por ella—. Solo porque a ti no te gusta.
—Yo… yo… no… —Esme deseaba que fuera así de simple—. No es eso. Es más por una cuestión de intimidad. Tienes que respetar su intimidad.
—¿Y puedo ir si él me invita?
—Yo… supongo que sí —no tenía fuerzas para prohibírselo todo.
Más tarde, Jack telefoneó, y después de intercambiar saludos, preguntó:
—Pensé que debía comprobarlo contigo. ¿Harry tenía permiso para venir aquí?
—Sí. Pero si te molesta…
—En absoluto —él le aseguró—. Fue estupendo para Eliot, el hijo de Rebecca y Sam Wiseman, tener a otro chico por aquí. Dile que puede venir siempre que quiera.
—Es muy amable por tu parte, pero nos mudaremos pronto.
—¿Has encontrado algo? —dijo Jack, y Esme pensó que no le importaría mucho.
—Creo que sí.
—Bueno, si necesitas ayuda en el traslado…
¿Era un ofrecimiento, o estaba ansioso por librarse de ella?
—Llamaré a una empresa de mudanzas —contestó algo cortante.
Al oírla, Jack se rio.
—Te gusta la vida difícil, ¿verdad, Esme?
—La vida es difícil —contestó ella y colgó.
Esme pensaba que debería sentirse satisfecha. Le había demostrado que podía pasarse sin él y su generosidad. Pero ¿por qué había sido tan descortés? Él había recibido el mensaje, pero ella sentía que era una desagradecida.
El lunes se despertó del mismo mal humor, pero se convenció de que tenía que ser positiva para la cita con sus clientes. Podía haberse ahorrado el esfuerzo porque Edward Claremont se retrasó más de una hora.
No pidió disculpas y mostró poco interés en los dibujos, pero Esme se decidió a pedir el anticipo. Fue entonces cuando Edward Claremont soltó la bomba. No habría reforma porque había decidido vender la casa. Y no se sentía obligado a pagarle el tiempo que había empleado. A ella la había contratado su esposa y su esposa se había marchado con otro.
Ciertamente no era culpa de Esme y ella trató de convencerlo, pero él la despidió sin ni siquiera darle las gracias.
Condujo a casa muy disgustada pensando en todo el dinero que había perdido y preguntándose si su suerte podía empeorar.
Y empeoró. A solo dos millas de casa el motor de su coche hizo un ruido y se paró. ¡Se había olvidado de echar gasolina!
Tenía tres opciones: llamar a los servicios de rescate, hacer autoestop o caminar. Miró el reloj y se percató de que no llegaría a tiempo de recoger a Harry. Menos mal que tenía un teléfono móvil. Llamó al colegio. Seguro que podrían retenerlo hasta que ella fuera.
La directora del colegio le dijo que su amigo ya había recogido a Harry.
—¿Qué amigo?
—Un hombre que suponían que era su novio.
—¿Cuál es su nombre? —Esme sentía pánico.
—No estoy segura —reconoció la señora Leadbetter—. En realidad no se presentó.
—¿Qué aspecto tenía?
—Vamos a ver… Alto, de pelo oscuro, bastante atractivo. Su hijo lo conocía, señora Hamilton, y vino como respuesta a nuestra llamada.
—¿Su llamada?
—Sí. Hoy hubo problemas en el colegio —reveló la directora—, y pensamos que sería mejor que Harry se fuera a casa pronto.
—¿Problemas?
—Una pelea entre Harry y otro chico.
—¿Está herido Harry?
—No mucho, y fue su hijo quien inició el conflicto. Se negó a reconocer su culpa y a volver a clase, por lo que no tuvimos otra opción que enviarlo a casa.
Esme no lo podía creer.
—Harry nunca se ha peleado con nadie. ¿Usted sabe que unos chicos lo acosan?
—Sí, bueno… —la directora escogía las palabras—. Somos conscientes de que la situación es bastante más compleja de lo que pensábamos. Si pudiera venir mañana a hablar con nosotros…
—Ya veré —Esme quería hablar con Harry antes de nada—. Lo siento, tengo que irme —añadió, y colgó.
Consultó el contestador de su teléfono y había dos mensajes. Uno del colegio para que los llamara. El otro era de Jack sencillo y escueto: «Llamaron del colegio de Harry. Harry está bien pero ha habido un problema de disciplina. Voy a ir a buscarlo. Estará en casa. No temas».
«¡No temas!». Repitió y, siguiendo el consejo, respiró hondo un par de veces antes de evaluar la situación.
Harry estaba bien. Eso era lo principal. Cualquier problema con el colegio podía solucionarse. Ella tenía que llegar a casa.
Intentó de nuevo poner el coche en marcha sin resultado. Llamó al servicio de emergencia y le prometieron que irían antes de que oscureciera. Como faltaban seis horas decidió no esperar.
Comenzó a caminar por el arcén, pero antes de recorrer cien metros un coche se paró junto a ella. Una pareja mayor había visto su coche abandonado y, al verla a ella sola por la carretera, se ofrecía a llevarla.
Esme aceptó y se subió a la parte trasera. Después de intercambiar nombres y destinos, la condujeron hasta la puerta Oeste y esperaron hasta que la abriera y entrara.
Cuando llegó a la casa grande se dirigió hacia la sala de donde provenían unas voces. Llamó a la puerta y entró. La sala casi no tenía muebles y Harry no estaba allí.
—¿Dónde está? —preguntó sin más.
—Arriba, en el ático —Jack y su acompañante se pusieron de pie. Está jugando con Eliot, el hijo de Sam.
—Bien —Esme se propuso mantener la calma hasta saber toda la historia.
—Este es Sam —Jack presentó al otro hombre—, el marido de Rebecca a quien tú ya conoces. Sam, esta es Esme, la madre de Harry.
—Encantado de conocerte —Sam se acercó tendiendo la mano.
—Hola —Esme se la estrechó.
—Tienes un chico muy simpático —le dijo sonriendo.
—Gracias —contestó Esme, pero su tono era seco.
—Iré a ver qué están haciendo los chicos —dijo Sam para quitarse de en medio.
Jack asintió y esperó a que su amigo se marchara antes de hablar.
—Adivino que estás enfadada —dijo Jack al ver que Esme se quitaba la máscara de cortesía—. Pero sentémonos y hablemos de esto con tranquilidad.
—¿Por qué iba a estar enfadada? A mi hijo lo han enviado a casa con alguien que el colegio no conocía de nada y que no tiene permiso de llevárselo. ¡Qué diablos!
—De acuerdo, de acuerdo. Puede que me equivocara, ¿pero qué más podía hacer? Te llamaron primero a ti y luego al segundo teléfono de contacto: tu madre.
—¿Mi madre?
—O al menos a su antiguo número de teléfono —aclaró él—, que al parecer me lo han asignado a mí.
—Oh… —Esme no había actualizado los datos de Harry—. ¡Al menos podrías haberles dicho que no tenías nada que ver con él!
—Podría —reconoció él—, y lo habría hecho si Harry no les hubiera dicho lo contrario.
—¿Qué les dijo?
—Que yo era un buen amigo tuyo —hizo un gesto irónico—, y que vivíamos en el mismo sitio.
—Ya veo. Supongo que al menos les habrás aclarado que no es así.
—Lo habría hecho si la directora no hubiera llegado sola a varias conclusiones, poniéndome en el papel de padrastro honorario. Me pareció más fácil ir en persona a explicar nuestra relación.
—No tenemos ninguna relación —Esme se sintió obligada a recordárselo.
—Todavía —aclaró él, mirándola.
Esme decidió ignorar el comentario.
—¿Aclaraste la situación en el colegio?
—Lo intenté.
—¿Y?
—Nada más puse los pies en su oficina, la directora se lanzó a contarme todo lo sucedido esta tarde. Te lo voy a resumir. Harry empujó a un chico, le pegó varios puñetazos, los separaron y lo llevaron al despacho de la directora donde se negó a relatar lo ocurrido. Como consecuencia lo suspendieron a la espera de una investigación.
—¿Qué? —exclamó Esme, incrédula—. ¿Lo han expulsado?
—Suspendido. Creo que esa fue la palabra que usó la directora.
—¿Y tú dejaste que lo hicieran?
—¿Qué podía hacer?
—Yo… ¿Tú crees que Harry sería capaz de empezar una pelea?
—Si lo provocan lo suficiente, creo que sí —contestó Jack—. Cualquier chico lo haría. Eso fue lo que le dije a la directora cuando por fin paró de hablar —«así que había defendido a Harry», pensó Esme—. También le dije que antes de castigar a Harry debería preguntarse por qué un chico que normalmente se porta bien había actuado así. Y que si expulsaba a Harry sin investigar primero se exponía a un litigio.
Esme no sabía qué pensar.
—¿Qué quiere decir eso, exactamente?
—Que la demandaremos.
Esme estaba horrorizada.
—¿Qué dijo?
—Lo que era de esperar —dijo Jack, sonriendo—. Se retractó inmediatamente y prometió investigar. Entretanto le concedió unas vacaciones a Harry —Jack parecía satisfecho—. Ahora puedes gritarme, si quieres —ofreció él—, porque soy consciente de que me excedí en mis funciones.
Esme iba preparada precisamente para eso, pero tuvo que reconocer que, a pesar de las diferencias entre ellos, Jack había dado la cara por Harry.
—¿Cómo está Harry? —preguntó en vez de ello.
—Físicamente, bien, aparte de una pequeña herida superficial y un par de arañazos. Según dicen el otro chico salió peor parado.
—¿Dices eso para consolarme?
—No, pero sí hizo que Harry se sintiera mejor. Al parecer ese chico y su hermano gemelo lo han estado acosando hace meses.
Y ella no había hecho nada al respecto. Jack no lo había dicho, y a lo mejor ni siquiera lo pensaba. Pero era cierto…
—Y debo advertirte —añadió Jack—, que está empeñado en que no quiere regresar al colegio. Al parecer está lleno de niños antisociales y con poca capacidad intelectual.
—¿Dijo eso?
—No, eso solo es un resumen que no incluye palabras incorrectas como lunáticos e idiotas.
Esme movió la cabeza sin querer admitir que era tan malo.
—Tú fuiste allí, ¿no?
Él asintió.
—Sí, y no era muy distinto entonces. El que diga que la época escolar es la más feliz de su vida no asistió a City Road Primary.
Esme lo miró sorprendida. Él nunca se había quejado del colegio.
—Pero a ti te fue muy bien —insistió.
—Era una época diferente. Ahora parece ser que buscan el menor denominador común y dejan a chicos como Harry muertos de aburrimiento.
¿Harry se aburría? Al principio ella le preguntaba lo que hacía en el colegio, pero dejó de hacerlo ante las respuestas de Harry: «Poca cosa, No me acuerdo». Pero ella siempre pensó que lo que lo aburría eran sus preguntas y no el colegio.
—Las matemáticas que da en el colegio son de lo más básicas, y en cambio en casa es capaz de codificar sus propios programas de ordenador.
—Vale. La física cuántica no está entre sus asignaturas —Esme se ponía a la defensiva—. Y yo, ¿qué puedo hacer?
—No te estoy atacando, Esme.
—¿No?
—Solo digo —continuó él con paciencia—, que corres el riesgo de que se decepcione antes de llegar al bachillerato.
—¿Cuál es tu solución?, porque supongo que ya tienes una.
Jack se daba cuenta de que pisaba terreno resbaladizo, pero prosiguió.
—¿Has considerado enviarlo a un colegio privado?
—Claro —espetó ella—. Pero escogí comer.
Él hizo caso omiso del sarcasmo.
—¿Y tu madre? —sugirió él.
—¿Qué pasa con mi madre?
—¿No podría ayudarte? —Esme se encogió de hombros. No era cuestión de poder sino de querer—. Si no, yo podría ayudar —añadió Jack.
—¿Tú? —eso no estaba previsto—. ¿Por qué tendrías que ayudar tú? —¡cielos! ¿Acaso había averiguado algo? ¿Había dicho algo Harry que lo hiciera llegar a conclusiones?
Jack se fue por la tangente confundiendo aún más a Esme.
—¿Recuerdas cuando fui a Addleston Boys Grammar y saqué sobresalientes?
Esme asintió.
—Fuiste con una beca.
—Una beca parcial. El resto lo pagó tu padre —informó Jack.
Los ojos de Esme se abrieron como platos.
—¿Por qué hizo eso?
—Era un hombre generoso.
Esme no discutió eso. Su madre solía decir que por culpa de la generosidad de su padre y del juego se habían arruinado.
Podía ser cierto, pero le parecía que Jack se guardaba algo.
—¿Lo sabía mi madre?
Jack negó con la cabeza.
—No. Era un secreto entre él y mi madre. No creo que debas decirle nada.
¿Porque Rosalind lo odiaba? ¿O por otro motivo distinto?
Esme recordó que su padre y Mary Doyle hablaban a veces en la cocina y muchas veces se reían y en general mantenían un tono mucho más amistoso de lo que Rosalind había mantenido con la señora Doyle.
—Estás diciendo…
—No estoy diciendo nada más que tu padre era un hombre bueno y me dio una oportunidad en la vida. Me parece justo que yo le pague la deuda a través de su nieto —él hacía que pareciera simple, pero ella no podía aceptar esa oferta de Jack. De Jack, no, pero… ¿del padre de Harry?, ¿qué había de malo en ello?—. Sin condiciones —añadió él al ver que ella dudaba.
—¿Condiciones?
—Sí, como tener que acostarte conmigo como pago.
¿Tenía que ser tan directo?
—Si eso lo dices para tranquilizarme…
—Sí, lo digo por eso.
—Entonces si fuera tú, yo no me dedicaría a una carrera de relaciones públicas.
Él se rio.
—Ya sabes, nosotros los cerebritos de la informática no somos famosos por nuestro tacto con la gente.
Esme hizo una mueca. Fuera lo que fuera, Jack no era un cerebrito. Demasiado atractivo, y con mucha habilidad para manejar a la gente cuando le parecía. La había seducido sin ningún esfuerzo.
Y, al parecer, también había seducido a su hijo. Normalmente reservado, Harry le había contado más cosas a Jack en una tarde que a ella durante meses.
Estaba celosa. Era horrible pero cierto. El hombre y el niño habían establecido un nexo sin saber el que realmente existía entre ellos.
¿Y si algún día lo averiguaran?
Esme sintió miedo. Quería tanto a Harry que la idea de perderlo era insoportable. ¿Y si le dieran a escoger entre la vida sencilla que llevaba con ella y las cosas que Jack podía ofrecerle?
No. Eso no podía suceder.
Se levantó de la silla.
—Será mejor que vaya a buscar a Harry.
Él también se levantó.
—Te acompañaré al ático.
—Creo que aún sabría el camino.
—Claro —salieron al vestíbulo y ella dejó que él la guiara. Después de todo era la casa de él y ya no le importaba. Lo que le importaba era Harry—. De todos modos, tenlo en cuenta —reanudó él—. Lo de que yo pague la educación de Harry.
Ella quería rechazarlo de golpe, pero, ¿tenía derecho a hacerlo en nombre de Harry?
—Lo tendré en cuenta. Gracias.
—Solo tienes que decírmelo, ¿de acuerdo? —añadió él con sencillez mientras subían al ático.
Ella asintió.
Jack había transformado el antiguo trastero del ático en una oficina con una iluminación muy potente y muchos ordenadores y otros equipos de alta tecnología.
Harry estaba pegado a una pantalla con otro chico y jugaban a un juego de aventura.
—Harry —ella trató de llamar su atención—. ¡Harry!
—Hola, mami —contestó el niño sin casi levantar la vista.
Esme esperaba encontrarlo arrepentido o preocupado y se contrarió de que no lo estuviera.
—Harry —dijo ella con firmeza—. Tenemos que irnos.
—Cinco minutos…
Esme respiró hondo. No quería hacer una escena delante de Jack pero insistió.
—No, Harry, ahora. Tenemos que hablar sobre lo que pasó en el colegio.
Girando la silla, por fin la miró y anunció:
—No voy a volver. Además, no puedo. Me han expulsado.
—No te han expulsado. Solo tenemos que ir a ver a la señora Leadbetter y aclarar las cosas.
—No voy a ir —el tono de Harry era de rebeldía y miró hacia Jack para que lo apoyara. Pero Esme vio de reojo que Jack solo movió la cabeza.
—Harry… —ella trató de razonar.
Harry le dio la espalda y Esme, atónita por los malos modales, no pudo reaccionar.
No así Jack, que se dirigió a un conmutador que había en la pared y apagó súbitamente el ordenador.
Ambos chicos lo miraron temerosos.
—Eliot —Jack hizo un gesto con la cabeza—, ve a tomarte un refresco o algo.
—Claro —el chico no lo pensó dos veces.
—Harry, tu madre te está hablando —gracias a Jack, el chico prestó atención de inmediato—. ¿Quieres que me vaya? —le preguntó a Esme.
Ella hizo un gesto y Jack se quedó.
Harry la miró con resentimiento.
—Mira, no estoy enfadada contigo —dijo Esme desde un principio—. Solo quiero saber lo que pasó.
—Que empecé una pelea —lo decía sin remordimientos.
—¿Fue a uno de los bravucones a quien le pegaste?
—A Dean Jarrett —contestó él.
—¿Por qué?
El chico se mordisqueó el labio no queriendo contestar y miró a Jack de reojo.
Esme también lo miró inquisitiva.
—No me lo ha dicho —contestó Jack.
—Dean dijo cosas —reconoció Harry.
—¿Cosas? —preguntó Esme.
—Cosas malas. Harry no quería dar detalles.
—Mira Harry —dijo Jack—, contar la historia por entregas no va a hacer que suene mejor.
El chico comenzó a relatar.
—Dean quería que le diera mi dinero o si no él y Dwayne iban a romperme la cabeza. Yo dije que mi padre le rompería la suya, pero se rio. Dijo que todo el mundo sabe que yo no tengo padre porque… porque tú eres una fulana cursi —terminó de decir a toda prisa.
No era de extrañar que no quisiera decírselo a ella.
Esme se quedó horrorizada de que unos chicos pudieran odiarse tanto, de que algún padre estúpido hubiera hecho ese comentario delante de sus hijos, pero especialmente de que Harry se sintiera tan vulnerable que se había inventado un padre.
—¿Sabes lo que quieren decir esas palabras? —preguntó a Harry.
—En realidad, no. Pero sé que es algo malo y por eso le pegué.
—¿Por qué no se lo dijiste a la directora? —preguntó Jack.
Harry se encogió de hombros.
—Ellas no escuchan.
—Pues bien, a mí sí me van a escuchar.
Pero Harry seguía repitiendo con cabezonería.
—Yo no voy a volver.
—Lo siento, Harry —Esme no quería enfadarse con él—. Tendrás que ir al colegio. Es la ley.
—Tu madre tiene razón —reiteró Jack.
Esme agradeció la ayuda de Jack. Pero Harry no.
—Creía que tú estabas de mi parte, pero no lo estás. Eres como los demás. Ninguno de vosotros entiende nada.
—Sí lo entendemos, Harry —Esme trataba de calmarlo.
Pero Harry se enfrentó a ella.
—No, tú tampoco entiendes. Si no, ¿por qué quieres hacerme volver al colegio, o hacerme mudar de casa, o casarte con ese estúpido Charles?
—¡Harry! —¿de dónde había sacado esa idea?—. Yo… ¡Harry! —exclamó cuando el niño pasó por delante de ella corriendo hacia la puerta.
Se quedó tan atónita que no pudo seguirlo. Cuando intentó hacerlo, Jack la detuvo asiéndola de un brazo.
—Yo dejaría que se calmara un poco.
—Pero… ¿y si se escapa?
—Tendrá que escalar las verjas.
Tenía razón pero Esme seguía preocupada. No estaba segura de que ni ella ni Harry supieran manejar la situación.
—Si quieres iré yo a ver qué hace —ofreció Jack.
—¿Irías? —preguntó dudosa.
—Claro —Jack la guio hacia un sofá—. Siéntate ahí y descansa un poco. Pareces exhausta.
Esme no opuso resistencia pero murmuró:
—No puedo quedarme mucho rato. Va a ser la hora de cenar. Además… el coche…
—¿El coche? —él la miró extrañado.
—Se estropeó.
—¿Dónde está?
Era una pregunta razonable pero la mente de Esme estaba en blanco.
—En algún sitio de la carretera que lleva a Dunswich.
Esme temía que Jack hiciera algún comentario burlón. Pero Jack podía ser amable. De hecho, lo había sido ese día a pesar de la hostilidad que ella le mostraba.
—Estoy seguro de que lo encontraremos —la tranquilizó—. Conseguiré a alguien que vaya a arreglarlo.
Ella lo miró avergonzada.
—En realidad, no se estropeó. Se… quedó sin gasolina.
—Ah —Jack comenzó a sonreír, pero no lo hizo.
—Ríete si quieres.
—Podía pasarle a cualquiera. Mejor, eso es mucho más fácil de arreglar. Si me das la llave, enviaré a un par de los obreros a que lo traigan.
Esme no discutió. Ya tenía demasiados problemas.
—No tardaré —prometió él cuando ella le dio la llave. Lo más seguro es que Harry esté por ahí con Eliot.
Jack se marchó antes de que Esme le diera las gracias. Estaba agradecida, solo que le parecía difícil expresarlo.
Comenzaba a encontrarlo todo demasiado difícil. La situación del colegio, su trabajo, sus finanzas, el mudarse de casa, Harry…
Especialmente Harry.
¿En qué se había equivocado? Harry siempre había sido un niño feliz y fácil de manejar porque era muy razonable. Pero, de la noche a la mañana, las cosas habían cambiado.
Ella había hecho de él un chico cariñoso y bien educado y lo había enviado a un mundo mucho más duro. En realidad no le importaba que sus compañeros de colegio la llamaran fulana cursi, pero la preocupaba que él se sintiera avergonzado.
¿Y Charles? Había salido con él pero nada más. Probablemente Harry había oído o entendido mal alguna conversación y creía que ella estaba a punto de presentarle un padrastro que a él no le gustaba.
También estaba la cuestión de su padre verdadero, que ella nunca le había mencionado, pensando que a él no le importaba. ¿Cómo podía añorar a alguien que nunca había tenido?
Pero lo añoraba. No había amenazado al otro chico con un hermano mayor inventado, sino con un padre. No eran los ordenadores de Jack, ni el coche, lo que él admiraba, sino al hombre, como figura paterna. Podía haberse reído de la ironía de la situación, pero tenía ganas de llorar. Y eso era exactamente lo que estaba haciendo cuando Jack regresó. Él se quedó en la puerta luchando contra la tentación de tomarla en sus brazos y consolarla, pero pensaba que ella no lo dejaría.
Esme no lo había dejado acercarse a ella desde aquella noche en la casita. Jack reconocía que solo había sido por el sexo. Y él lo había disfrutado, claro. Pero le había dejado un regusto amargo, pensando que lo habían utilizado. Entonces, ¿por qué seguía queriendo ayudarla?
Cuando Esme se percató de que él estaba allí buscó un pañuelo en su bolso para secarse las lágrimas.
—¿Esme? —la llamó él con dulzura.
—Estoy bien —estaba furiosa por mostrar tanta debilidad—. ¿Encontraste a Harry?
—Sí. Está con Eliot y avergonzado de su pataleta. Sam se los va a llevar a comer una hamburguesa para que tú y Harry os tranquilicéis. Espero que te parezca bien.
Ella asintió y Jack fue a sentarse junto a ella.
—¿Qué te pasa Esme? No es solo lo del colegio, ¿verdad?
Ella no podía hablarle de lo culpable que se sentía, y solo le dijo lo del trabajo. La cantidad de horas perdidas y su frustración e impotencia.
—¡Qué canalla! —fue el juicio de Jack sobre Edward Claremont.
Al oírlo Esme se puso de nuevo a llorar.
—Soy un desastre.
Jack intuyó la desesperación que había en su voz y se permitió rodearla con sus brazos. Ella se resistió unos instantes pero finalmente apoyó la cabeza sobre el pecho de él y comenzó a llorar desconsoladamente.
Él la consoló hasta que ella se quedó quieta sobre su pecho. Le acariciaba el cabello, pero no se atrevía a tocarla. Era de nuevo una niñita, la Esme que él había añorado todos esos años.
Y él era el chico, el Jack en que Esme confiaba. Pero solo era una ilusión. Habían pasado demasiadas cosas para volver atrás. La vida seguía y había perdido la inocencia.
Esme sintió bajo sus dedos los latidos erráticos del corazón de Jack, iguales a los suyos. Tenía que separarse. Esos brazos masculinos le producían una gran añoranza y deseaba quedarse entre ellos y dejarse amar.
Levantó la cabeza y vio que él la miraba.
—No eres un desastre. Eres preciosa, pequeña Esme ya crecida. No puedo creer que me la haya perdido.
Su voz era como una caricia, como los dedos que le rozaban la mejilla. Palabras dulces que Esme no resistía oír. Pensó que él no sería tan amable si supiera la verdad.
Cerró los ojos y Jack le tomó la cara entre sus manos. Ella contuvo la respiración, esperando. Él posó sus labios sobre la frente de ella con un beso tan ligero que casi no lo sintió.
Entonces, incapaz de evitarlo, Jack fue deslizando su boca hasta la de ella.
—Si no quieres que siga, párame ahora.
Esme lo oyó y lo entendió, pero no dijo nada. Sus labios buscaron los de él, le rodeó el cuello con los brazos y su suave cuerpo de mujer se tensó contra el suyo.
«Un beso y nada más». Esme se prometió a sí misma mientras él la recostaba sobre el sofá y ella gemía al sentir la lengua de él dentro de su boca. Nada más. Solo las manos de él buscando su piel por debajo de la blusa, y llegando a sus senos, frotando sus pezones e incitándola, hasta que ella no pudo aguantar más y gimió anhelante. Nada más que el cuerpo de él sobre el suyo, tan excitado, haciendo que ella se sintiera ansiosa de tenerlo dentro, amándola.
¡Y cómo la asustaba, desearlo tanto! Quererlo solo a él. Toda la vida, solo a él.
La asustaba tanto que apartó su boca y tomando aliento comenzó a empujarlo por los hombros, temiendo que él no se detuviera.
Pero no fue necesario. En cuanto Jack se dio cuenta de que las manos que lo habían estado acariciando lo rechazaban, se apartó y dejó que ella se retirara al otro extremo del sofá.
Frustrado, Jack se pasó la mano por el cabello.
Esme no se atrevía a mirarlo.
—Lo siento. Lo siento de verdad. No debería haberte dejado…
—No. Yo soy quien debe disculparse. Tú te sientes mal y yo me he aprovechado. Solo puedo decirte que lo que sucedió fue completamente espontáneo.
—Lo sé —era lo mismo que le había pasado a ella.
—Supongo que necesito salir más —añadió él en tono seco.
Esme lo entendió como una broma, pero no la hizo sentir mejor. Así que ella solo era una suplente hasta que él conociera a otra.
No era la primera vez que le pasaba. Se acordó de Arabella.
—Tengo que irme —anunció de repente—. ¿Te importaría mandar a Harry a casa?
—Claro que no.
—Gracias —ella se sentía avergonzada y se dirigió hacia la puerta.
Ya estaba apresurándose por las escaleras cuando él pudo reaccionar.
La siguió más despacio y, cuando llegó al rellano, la llamó.
—Esme…
Podía haber fingido que no lo oía, pero se lo debía. Por Harry y por el llanto. Y por supuesto por lo que acababa de hacerle.
—¿Sí? —se detuvo y miró hacia arriba.
Él la sorprendió con una sonrisa.
—Por cierto, lo decía en serio.
—En serio, ¿qué?
—Que eres preciosa —dijo simplemente, como si fuera un hecho y no una mera opinión.
¿Qué le podía contestar a eso?
Nada. No se le ocurrió absolutamente nada.