Capítulo 8

—Eres preciosa —repitió Esme delante del espejo y luego hizo una mueca—. Sí, una verdadera Miss Universo, con el rímel corrido después de llorar a cántaros y de haber dormido vestida.

Él solo estaba tratando de que se sintiera mejor.

Así era Jack. Así lo recordaba, con dos facetas distintas.

Seguro que él pensaba que las cosas no habían cambiado mucho. La pobre y patética Esme, llorando como un bebé. Pensó que le iba a mostrar quién era.

¿Qué podría hacer para impresionar a Jack?

No encontró respuesta y fue a lavarse la cara antes de que Harry regresara.

Uno de los obreros le llevó el coche y ella le dio las gracias.

Harry llegó más tarde con Jack. Cuando ella les abrió la puerta Harry tenía la mirada fija en el suelo. Jack le dio un golpecito en el hombro y Harry comenzó a soltar todo un discurso.

—Lo siento de veras, mamá —tartamudeó sin mirarla—. No debería haber dicho esas cosas. Iré al colegio mañana y no protestaré si quieres que nos mudemos. Y puedes casarte con el señor Fox si con eso vas a ser feliz.

—Bueno… —Esme no tenía ni idea de qué contestar, pero no fue necesario hacerlo porque Harry preguntó:

—¿Puedo irme a la cama ya?

Esme se preguntaba qué le habría dicho Jack para que mostrara tanto arrepentimiento.

—Sí claro —cuando Harry pasó delante de ella lo agarró por un brazo y lo atrajo hacia ella. Lo abrazó muy fuerte y lo besó, notando con alivio que él se dejaba—. Te quiero —le susurró.

—Yo a ti también —y dirigiéndose a Jack le dio las gracias y se marchó.

Jack sonrió.

—Gracias por traerlo, Jack, y también por ayudarlo a disculparse.

—Solo le di unas ideas.

—Te creo.

—Deberías —insistió Jack—. Las palabras no eran las mías, en especial lo último que dijo.

¿Se refería a su matrimonio con Charles? Ella no comentó nada.

Jack preguntó con picardía:

—Entonces, ¿habrá amonestaciones el próximo domingo?

—¿Por qué no me lo preguntas con claridad?

—De acuerdo —dejó de bromear—. ¿Vas a casarte con ese tipo?

—No.

—Mejor.

—En realidad no es algo que te afecte.

—¿No? —él la miraba fijamente.

—Lo digo porque no puedo permitir que vayas y te cases después de aceptar trabajar en la casa.

—¿Qué?

—Tu otro encargo se ha evaporado. ¿No era lo que te impedía aceptar Highfield?

—Nunca he hecho nada de esa envergadura —le advirtió.

—Entonces será una experiencia provechosa. Así es como los diseñadores se ganan su fama, ¿no es cierto?

—Bueno, sí… pero puede que no te guste lo que haga.

—Eso puede pasar con cualquier diseñador. Pero si no crees que puedas hacerlo…

—No he dicho eso —Esme confiaba en sus habilidades—. Ninguno de mis clientes se ha quejado.

—Bien entonces. Prioridad absoluta es la zona de recepción. Ven mañana y comentaremos tus ideas y tus honorarios.

Esme no podía permitirse rechazar ese trabajo, pero dudó.

—Mira, si me estás dando este trabajo por lástima…

—¿Lástima? —soltó una carcajada—. He creado un negocio multimillonario desde cero. ¿Crees que lo conseguí siendo un filántropo? Es estrictamente por negocio.

—¿Lo dices en serio? —ella no se refería solo al trabajo.

Él la entendió.

—¿Qué quieres? ¿Que ponga una cláusula en el contrato que diga: Guardaré las manos para mí solo? —ella lo fulminó con la mirada. Era obvio que para él era una broma. Y ella solo un pasatiempo— De acuerdo —continuó él—. ¿Qué te parece si ponemos: Yo no voy a intentar seducirte si tú no intentas seducirme a mí?

—Muy gracioso —Esme no recordaba haberlo intentado nunca.

—Lo siento. Solo que no veo qué hay de malo en que nos sintamos atraídos mutuamente.

—Tú no lo verías.

—¿Quién? ¿Yo, como Jack Doyle, o yo, como hombre?

—Ambos —era ridículo. ¿Por qué tenían esa conversación?—. Trabajaré para ti, pero eso es todo.

—Me parece justo —dijo él encogiéndose de hombros—. Quizás lo otro es demasiada molestia —maravilloso. Ella había pasado de ser preciosa a ser una molestia. Eso lo decía todo—. Te veré mañana —añadió—. Me viene mejor por la tarde —dicho eso, se marchó por el camino del jardín.

«Será difícil trabajar con él», pensó ella, pero no tenía otra opción. Necesitaba el dinero.

A menos que se tragara el orgullo ante su madre y le pidiera un préstamo. Llamó a su madre pero le respondió el contestador automático. Le dejó un mensaje para que la llamara lo antes posible, pero Rosalind no lo hizo ni esa noche ni a la mañana siguiente.

 

 

Por la mañana Harry y ella fueron al colegio. Mientras pasaban por el patio, alguien gritó:

—¡Eres hombre muerto, Hamilton!

Esme se volvió pero no pudo saber quién había sido. Había varios sospechosos.

—Mamá —Harry la estiró del brazo para que no se parara.

Entraron en el despacho de la directora y la señora Leadbetter apareció enseguida. Al principio estuvo cortés y conciliadora, pero poco a poco el encuentro se deterioró.

Esme quería saber qué medidas iban a tomar para proteger a su hijo contra los bravucones acosadores, y escuchó incrédula que en el colegio no los había.

Luego, Esme pasó al tema de los estudios, sugiriendo que Harry necesitaba un poco más de estímulo. La directora contestó que los resultados mediocres de Harry demostraban que no era más brillante que los demás. Y que no era un colegio privado donde se podía prestar atención especial a los alumnos. En vista de que no había forma de ganar, Esme decidió marcharse.

De regreso a la casita, recibió la llamada de su madre, que le comentaba lo contenta que estaba porque Arabella había regresado de Estados Unidos. Al parecer se lo estaban pasando muy bien, yendo de compras, almorzando y haciendo cosas juntas mientras Arabella se reincorporaba a la vida social.

Esme escuchaba cada vez más irritada. Su vida se estaba desintegrando y su madre solo podía hablar de vestidos, restaurantes y fiestas.

—¿Mamá? —dijo interrumpiendo el monólogo de su madre—. ¿Podrías prestarme algo de dinero?

—Vaya, Esme… —la madre estaba claramente molesta por la interrupción— ¿Es esa la forma de pedirlo?

—Probablemente no —se excusó Esme.

—¿Para qué quieres el dinero? —Esme no quería reconocer que estaba en la ruina—. ¿No estarás metida en algún lío? —continuó la madre—. Hoy en día se oye cada cosa… Incluso los jóvenes de la casa real, inyectándose cocaína…

—La cocaína se esnifa, mamá.

—¿Desde cuándo eres tan experta? ¿No habrás…?

—Por favor, mamá. No llego a fin de mes sin necesidad de convertirme en drogadicta. No. No necesito el dinero para mi próxima dosis. Lo necesito para zapatos para Harry y el alquiler para Jack Doyle, mi nuevo casero. ¿Te acuerdas? Ah, sí. También estaría bien poder comer.

—¡No exageres, Esme! —su madre se impacientaba—. Tienes el dinero de tu tía abuela y tus honorarios como diseñadora. Si no llegas a fin de mes, tendrás que cortar tus gastos.

—Olvídalo, mamá. Tengo que irme. Ya te llamaré.

Después de colgar se quedó pensando en que debería haber llevado mejor la conversación. Había pedido dinero a su madre, pero ya no lo quería. Prefería pedírselo a Jack.

Se dirigió a la casa grande seguida por Harry. Fue hasta la puerta principal y llamó varias veces antes de que Jack apareciera.

—Espero que no te importe si Harry se queda por aquí hasta que encuentre una solución.

—¿Sigue dando problemas el colegio? —preguntó Jack.

—Algo así —Esme no quería confesar la verdad.

—Mami explotó como una bomba. Podía oírla desde el pasillo…

—¿Ah sí? —Jack parecía interesado.

—Una mujer imposible… —murmuró Esme.

—Mamá le dijo a la señora Leadbetter que, con tan pocas expectativas, estaría mejor como jefa de la casa de monos del zoológico.

—¡Harry! —Esme lo miró amenazadora, demasiado tarde para que se callara.

—Me imagino que eso le gustaría —comentó Jack viendo ese nuevo aspecto de Esme—. Recuérdame que procure no caerte mal.

—Es una bruja vieja y tonta —dijo Harry refiriéndose a la directora.

—¡Harry! —lo regañó ella de nuevo.

—Eso es lo que tú la llamaste —le recordó Harry.

—Sí, bueno, yo puedo decirlo.

Sabía que no estaba siendo razonable y vio que Harry le hacía un gesto a Jack y que él le contestaba con una sonrisa.

—¿Entonces no vas a volver? —preguntó Jack al niño.

—¡Ni sobre el cadáver de mamá! Y estoy citándola a ella. Mamá me va a dar clases en casa, aunque estoy seguro de que puedo aprender todo lo necesario en internet.

—No estoy totalmente de acuerdo contigo —repuso Jack.

Tampoco lo estaba Esme, pero a nadie parecía interesarle su opinión.

—Ella no es muy buena en matemáticas, ¿sabes? —le confió Harry a Jack.

Demasiadas verdades para el gusto de Esme.

—Si me permitís interrumpir este debate sobre la educación, ¿quieres que hablemos sobre lo que necesitas de decoración interior, o no?

No era la forma de hablarle a un cliente, pero Jack no era como todos.

Harry y Jack volvieron a mirarse y Jack abrió más la puerta.

—Entra, hijo. Si quieres puedes ir a entretenerte en el ático.

—Si a mamá le parece bien…

—Sí claro.

—Qué bien. Hasta luego.

—Entra —Jack la hizo pasar a la sala.

—No he hecho prácticamente nada excepto pedirle a Rebecca que comprara unas sillas.

Esme las había visto el día antes.

—¿Tengo que incluirlas en mi proyecto? —esperaba que no.

—Puedes regalarlas cuando hayas terminado.

—Bien —no le había dado carta blanca, pero sería más fácil empezar desde cero.

—¿Tienes alguna preferencia en cuanto a colores y estilo?

—Nada en especial —contestó él. Pero no me gustan los colores pastel, los púrpuras ni los motivos florales. Ni encajes ni tonterías en las ventanas. Quiero que se adapte a la antigüedad de la casa, muebles sólidos y buenos, pero cómodos. Si fuera posible, me gustaría mantener la iluminación original y los suelos.

—Estupendo —Esme anotó sus comentarios—. ¿Quieres que las mesas y otros muebles sean reproducciones o antiguos?

—Antiguos, si encuentras los apropiados.

—Creo que podré encontrarlos. Tengo algunos contactos en casas de subastas. ¿Querrías ver los muebles antes de que puje?

—Si es posible —confirmó él—. Aunque si estoy fuera tendrás que usar tu criterio. Te daré una tarjeta de crédito.

Esme no estaba segura de querer esa responsabilidad y él se dio cuenta.

—Mira, no te pediría que hicieras esto si no tuviera plena confianza en ti. Y, además, tú tienes más idea que yo. Creciste en una casa repleta de antigüedades.

—¿No querrás que la copie? —ella adoraba su antigua casa a pesar de que era muy formal.

—No sé qué quiero exactamente —reconoció él—. Pero esa es la base de un negocio floreciente. Crear algo que el cliente acabe deseando.

—¿Es eso lo que tú haces?

—Básicamente.

—¿Qué es exactamente lo que haces?

—Al principio hice dinero construyendo un buscador para internet y vendiéndoselo a una empresa de software. Actualmente estoy montando un proveedor a la medida de los negocios globales.

Ella lo había preguntado y trató de aparentar que se enteraba.

Él se dio cuenta.

—Como si te hablara en griego, ¿verdad?

—Mejor en suajili. Sé algunas palabras de griego.

—No es tan aburrido como parece —le aseguró él riendo.

—Estoy segura.

—De acuerdo. Prometo que no volveré a hablarte de informática.

—A Harry le parece interesante.

—Sí, ya me he dado cuenta —contestó Jack poniéndose serio—. Es un chico muy inteligente. Supongo que ya lo sabes.

—Sí —confirmó ella y no pudo resistir bromear—. Increíble, ¿no?, siendo yo su madre.

—Yo no he dicho eso —contestó él—. Ni siquiera lo he pensado. Siempre me pareciste bastante inteligente.

Parecía sincero pero Esme hizo una mueca.

—Esa no es una opinión muy generalizada.

—Tu madre tiene mucha parte de culpa —comentó él—. Y Arabella también —oír el nombre de su hermana hizo que Esme se sintiera celosa y no tuvo fuerzas para decirle que estaba de regreso en Gran Bretaña. Él aseguraba que ya no la quería, pero… ¿sería verdad?—. Por cierto que la oferta sigue en pie.

—¿Qué oferta?

—La de pagar la educación de Harry —lo decía en serio. ¿Por pura generosidad? ¿O hacía el papel de señor del castillo haciendo favores?

¿Acaso importaba la razón? La cuestión era si ella tenía derecho a rehusar. Si Jack hubiera sido un extraño, quizás, pero no lo era.

—Piénsalo, ¿de acuerdo?

Esme asintió y volvió al tema de la decoración.

Fueron pasando de habitación en habitación mientras ella tomaba notas de lo que le gustaba y lo que no. No sería un trabajo difícil. Y si conseguían llegar a una forma de trabajar que excluyera las observaciones personales y los episodios apasionados, sería un trabajo muy agradable.

 

Quizás él sentía lo mismo. La reforma de la casa tenía preferencia sobre el deseo pasajero que había sentido por ella. Estaba claro que algo había cambiado entre ellos. Al cabo de dos semanas estaban hablando como dos adultos civilizados.

Sam y Rebecca estaban mucho por allí. No solo eran amigos, sino socios de su negocio de internet y, mientras buscaban una casa propia, se habían trasladado a la zona de huéspedes donde había estado el establo.

Habían comenzado las vacaciones escolares y Harry se pasaba los días con Eliot en los ordenadores o dando patadas a algún balón. A veces, Rebecca los llevaba al Museo de Ciencias o cosas similares y Esme podía concentrarse en la casa. Se quedaba tranquila porque apreciaba la sinceridad de Rebecca.

Ambas se gustaban y Rebecca a menudo le pedía que la acompañara a ver casas. A Esme no le importaba ir. Además era útil para su trabajo ver ejemplos de decoración.

Aunque le quitaba tiempo a su trabajo, Jack no se había quejado. De hecho era el cliente más llevadero que había tenido. Un día lo comentó con Rebecca.

—En nuestra última empresa, a todo el mundo le gustaba J.D. —exclamó Rebecca. Cuando la vendió, algunas personas lloraron. Especialmente las mujeres.

—Me lo puedo imaginar.

—No porque tuviera relaciones con alguna. No salir con sus empleadas es una de sus reglas de oro. Hubo otras mujeres, claro. Salió con una abogada muy importante durante un año más o menos. No sé lo que vería en ella. Aparte de la belleza de su cara, su magnífico cuerpo y su coeficiente intelectual —Esme se rio—. Yo la odiaba —le confió Rebecca—. Y Sam también. Bueno, cuando no le miraba las piernas.

—A Jack debía de gustarle —razonó Esme.

—Supongo… —Rebecca no parecía muy convencida—. Me lo pregunto. Tengo la teoría de que cuando los tíos no están preparados para sentar la cabeza, inconscientemente buscan a mujeres que les gustan solo un poco. Así no corren peligro de enamorarse.

—¿De veras crees que los hombres son tan complicados? —preguntó Esme riendo.

—Quizás no. Y el tuyo, ¿cómo era?

—¿El mío?

—Sí, el padre de Harry.

—Oh… —Esme no quería mentirle a su nueva amiga.

—Mira… —Rebecca intuyó que dudaba—. No importa si no quieres decírmelo. Pensé que a lo mejor tenías ganas de contármelo.

Esme no quería. No podía. Pero no deseaba ofender a su amiga.

—Era muy joven. Un italiano que conocí durante unas vacaciones en Roma. Ya sabes…

—Te crees que estás enamorada y resulta que solo era deseo.

—Algo así.

Rebecca la miró y vio que estaba avergonzada.

—Oye, amiga mía, no voy a pensar mal de ti por eso. Ocurre en las mejores familias. Pero no le digas nada a Sam. Él cree que yo era virgen.

Esme se asombró ante esa confidencia, pero se dio cuenta de que era una broma cuando Rebecca empezó a reírse.

—Me estás engañando.

—Siempre te pillo, señorita Hamilton. ¿Puedes imaginar que hoy en día algún hombre espere casarse con una virgen? No sería normal. Una se quedaría pensando si se había perdido algo.

—Pero, ¿y si el primero es lo más, y no tienes que quedarte pensando? Con los demás sabrías que te estás perdiendo algo.

Rebecca tardó un poco en entenderla.

—¿Estás hablando por experiencia propia? —preguntó Rebecca.

Esme podía haber contestado sin dar nombre ni detalles. Pero de repente no tuvo valor.

—No. Era solo una suposición. Tienes que girar a la izquierda, creo —dijo para distraer a Rebecca—. El pueblo está a una milla.

—¡Malditas marchas! —dijo Rebecca cuando redujo velocidad para seguir las instrucciones de Esme, que buscaba en el plano el lugar exacto de la casa que iban a ver.

Esme pensó que tenía que tener más cuidado. Podían gustarle las amistades de Jack pero debía recordar cómo eran. Y Rebecca era tan discreta como el voceador del pueblo.

Ese era un hecho que Jack conocía, porque un día le comentó:

—Tú y Rebecca os lleváis muy bien, ¿verdad? ¿Qué te ha estado diciendo de mí?

Esme se sonrojó.

—¿Qué te hace pensar que me ha estado diciendo algo?

—Rebecca es encantadora, divertida y muy buena amiga, pero también habla por todos los Estados Unidos.

—No ha dicho gran cosa…

En realidad Rebecca le había contado muchas cosas. Sobre su vida en Estados Unidos, sus novias, sus coches, sus negocios. Era difícil hacerla callar y ella tampoco lo había intentado.

—¿Qué te apuestas? —sonrió con ironía pero no pareció enojado—. Solo espero que no me haya hecho parecer un donjuán.

—¿Porque lo eres, o porque no lo eres? —ella no pudo resistir la ocurrencia.

—Una pregunta interesante —pero que no se molestó en contestar. Ella tampoco insistió. Sabía cuándo estaba pisando terreno peligroso. Comenzó a ordenar los muestrarios de telas y papeles que había llevado para mostrarle. Él estaba de pie, mirándola, y la ponía nerviosa—. De todos modos, me preguntaba si necesitas dinero.

—¿Para pagar las cortinas? —preguntó—. ¿No puedo usar la tarjeta?

—Sí, claro. Quería decir un anticipo.

—Ah… —él ya le había hecho alguna entrega sobre los honorarios que habían negociado.

¿Negociado? La manera más extraña de hacer negocios. Ella había pedido su tarifa habitual. Él le había dicho que pedía demasiado poco y le había sugerido lo que debía pedir. Parecía una cantidad demasiado alta pero aceptó su consejo y modificó su oferta. Entonces él le rebajó un cinco por ciento.

En realidad la estaba enseñando, como lo había hecho siempre. La preparaba para el gran mundo. Para que otro Edward Claremont no la engañara.

—Por ahora no me hace falta. Aún tengo.

—De acuerdo —respondió él—. Y puedes rezar para que mi empresa no se vaya al garete.

—¿Por qué? —Esme lo miró asombrada—. ¿Es una posibilidad?

—¿Por qué? —repitió él, mirándola—. ¿Dejarías de amarme?

Era una broma. Esme lo sabía, pero contestó:

—No te amo ahora. Y sí, de acuerdo, lo he entendido.

—¿Qué has entendido?

—Que hay que agarrar el dinero y echar a correr.

—Bueno, pero borra la parte de echar a correr. Tengo muchas más habitaciones para hacerte quedar.

Era otra broma. No habían hablado de decorar el resto de la casa, pero la forma en que él la miró hizo que se le borrara la sonrisa.

—No sé si seré capaz de cumplir con las reglas —dijo él en voz baja.

—¿Reglas? —lo había repetido como una idiota.

—¿No te acuerdas? —sonrió él—. Podría refrescarte la memoria.

—Yo… No —Esme tragó saliva cuando sintió los dedos de él sobre su mano.

El corazón le dio un vuelco. ¿Cómo se podía desear y temer una cosa al mismo tiempo?

Ella intentó disimular sus emociones, pero él las adivinó y le acarició la mejilla.

Ella susurró:

—Por favor, Jack.

Él sabía que era una petición de que parara, pero le acarició la cabeza.

—¿Por qué estás tan segura de que voy a lastimarte? Eso es lo que piensas, ¿verdad?

«Porque lo hiciste antes y ni siquiera te diste cuenta», pensó ella. Cerró los ojos para no sentir la intensidad de su mirada. No quería que viera dentro de su alma.

—No podría lastimarte, sintiendo lo que siento —le susurró.

La voz de Jack, llena de deseo, la hizo estremecer. Ella sentía lo mismo, solo que ella sentía mucho más. Por fin se lo reconocía a sí misma.

—No puedo hacerlo —gimió. Pero ya estaban haciéndolo.

Bocas buscándose y encontrándose, los brazos de él como cadenas abrazándola y sus labios duros y calientes sobre los de ella. Deseo convirtiéndose en pasión en el choque de dientes y lenguas, saboreándose. Y los corazones, acelerados, palpitantes mientras los cuerpos se esforzaban por ser uno solo.

—J.D., ¿estás ahí? —preguntó Rebecca entrando en la habitación.

Esme despegó su boca de la de Jack, y se habría zafado de sus brazos pero él no la dejó.

—¿Querías algo, Rebecca? —preguntó él sin inmutarse.

—Sí, pero puede esperar —contestó ella, sonriendo mientras se volvía hacia la puerta.

—No, Rebecca, ¡no te vayas!

Rebecca los miró a los dos.

Haciendo un esfuerzo, Esme se zafó de los brazos de Jack y recogió su trabajo a toda prisa.

—No pasa nada, Es —dijo Jack intentando tranquilizarla. Pero ella ya estaba llegando a la puerta cuando se le escurrieron unos dibujos de la carpeta. Trató de agarrarlos pero se le cayeron y soltó toda la carpeta—. ¡Esme! —¿era preocupación, reprimenda o sorpresa?

Esme no se quedó para averiguarlo e, ignorando la expresión de perplejidad de Rebecca, salió corriendo a refugiarse en la casita.

No había sido una reacción muy adulta.

¿Y qué si Rebecca los había sorprendido? Ninguno de los dos estaba casado.

Los dos eran mayores de edad. Y Rebecca no iba a escandalizarse porque otra chica tonta se hubiera enamorado de Jack.

¿Enamorado? ¿Quién había dicho que se hubiera enamorado?

El que se derritiera cada vez que él la rozaba no quería decir nada. Era lo que decía el acosador de Harry. Ella era una bruja cursi. No era muy halagador, pero ¿cómo explicar si no su conducta?

«Lo amas».

«No, no lo amo».

«Sí lo amas».

«Tonterías».

«Siempre lo has amado y siempre lo amarás».

«Cállate».

—Sí, ¡cállate! —exclamó Esme en voz alta al darse cuenta de que estaba hablando sola.

Sonó el timbre. Pensó en esconderse, pero luego decidió abrir, pensando: «Acabemos de una vez. Le diré lo que puede hacer con el trabajo ahora que él ha roto todas las reglas».

—Desapareceré, si quieres —ofreció Rebecca cuando vio la cara de furia de Esme.

La cara de furia era para Jack y se sintió aliviada al ver a Rebecca.

—No voy a sentirme menos idiota.

—¿Porque vi cómo Jack y tú os besabais? —dijo Rebecca sonriendo—. Esa no es razón para sentirse idiota… Ni siquiera sé por qué me sorprendí.

—Probablemente porque pensaste: Aquí está mi apreciado J.D., atractivo, inteligente y mega rico —sugirió Esme con intención—. Y aquí está esta chica inglesa, normalita, no tan inteligente y con un hijo de diez años como equipaje.

—Fue tu Jack antes de que fuera el mío —apuntó Rebecca—. En cuanto a que tú eres normalita, me moriría por ser tan normalita como tú, Esme Hamilton.

Esme aceptó el cumplido pero hizo una mueca.

—Veo que no pones ninguna objeción a lo de no tan inteligente.

—De acuerdo, eres Einstein —dijo Rebecca en tono burlón—. Seas como seas no te hagas de menos. Acéptalo. El tipo está loco por ti.

Esme no sabía cómo Rebecca había llegado a esa conclusión, pero la rechazó con un respingo.

—¿Quién crees que me ha mandado venir? —continuó Rebecca y Esme se encogió de hombros—. Jack cree que lo ha estropeado todo y que tú estás a punto de desaparecer.

—Ya veo —Esme estaba segura—. Así que cree que va a quedarse con la casa a medio terminar.

Rebecca suspiró.

—Si crees eso no conoces a J.D.

—¿No? —preguntó Esme contrariada—. Te olvidas que fue mi Jack Doyle mucho antes de que tú lo conocieras y que yo supe de la forma más dura lo indiferente que puede ser.

Había dejado entrever mucho más de lo que quería y Rebecca ató cabos.

—Él fue el primero, ¿verdad? El que tú mencionaste.

Esme maldijo la agudeza de su nueva amiga y recordó de quién era antigua amiga.

—Lo siento. No sé de qué me estás hablando.

—Aquel día en el coche —le recordó Rebecca—. Íbamos a ver una casa. Yo decía que todos deberíamos tener varias experiencias antes de emparejarnos y tu dijiste…

—Nada muy importante, supongo, ya que no me acuerdo. Y ahora si has terminado tu discurso… es decir su discurso, te diré el mío. O sea que toma notas… Por mucho que quiera desaparecer, necesito este trabajo. Necesito el dinero y necesito la experiencia. Sin embargo, si el señor Doyle continúa acosándome…

—¿Acosándote? —Rebecca abrió los ojos con incredulidad—. ¡Venga! ¿No esperarás que le diga eso?

—¿Cómo lo llamarías, entonces?

—Pues desde dónde yo estaba, cariño —contestó Rebecca—, parecía que disfrutabas con el acoso.

Esme se sonrojó. ¿De qué lado estaba Rebecca? Del suyo, claro.

—Es mi jefe —dijo Esme—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Darle una bofetada?

—¿Así que tú tenías que sonreír y aguantarlo? Pobre pequeña Esme.

—De acuerdo. Yo no me resistía. Es un hombre atractivo y sabe besar. Pero eso no quiere decir que yo quiera que me utilice como entretenimiento sexual cada vez que le apetezca.

—Pero, ¿y si sus intenciones son serias?

—No lo son.

—Pero suponte que lo son —Rebecca no se daba por vencida.

—Entonces estupendo —Esme respondió—. Puede ponerse de rodillas y pedirme que me case con él, y viviremos felices para siempre jamás.

Esme estaba siendo sarcástica y Rebecca lo sabía, pero preguntó con cara de inocencia:

—¿Quieres que le transmita todo eso?

—¿Quieres que te asesine?

Rebecca sonrió.

—Entonces, ¿qué le digo? ¿Que no más juegos de manos o que te irás?

—En resumen, sí —confirmó Esme—. Aunque te agradecería que lo dijeras de una forma más sutil.

—Sin problemas. Me llamo Sutileza.

—Gracias —el agradecimiento de Esme era verdadero aunque dudaba que Rebecca fuera capaz de ser discreta.

Al parecer todo funcionó porque Jack no apareció ni el resto del día ni el siguiente.

Finalmente Rebecca, después de que Harry y Eliot se fueran, aprovechó para darle un mensaje.

—J.D. dice que siente mucho haberse comportado mal, y que de ahora en adelante hará lo posible por actuar con moderación.

Esme se tranquilizó.

—Puedes decirle que acepto sus disculpas y que continuaré trabajando para él hasta que termine mi cometido.

—De acuerdo —aunque Rebecca estaba seria se notaba que estaba a punto de reírse.

—¿Qué te divierte tanto?

—Me siento como la alcahueta de un melodrama victoriano —rio Rebecca—. No te preocupes, informaré al señor Doyle de tus intenciones. Aunque si quieres mi opinión…

—Gracias, pero no —la interrumpió Esme.

Rebecca hizo una mueca.

—Curiosamente, J.D. tampoco quiso mi opinión —dijo Rebecca sonriendo—. Supongo que hay gente a la que no se puede ayudar.

Esme le devolvió la sonrisa.

 

 

Durante las semanas siguientes Rebecca demostró que era una buena amiga convenciendo a Esme para que intentara matricular a Harry en el colegio al que iba a asistir Eliot. Esme no habría dicho por modestia que Harry era muy inteligente, pero Rebecca no tuvo reparos y, días después, Harry estaba haciendo una prueba de admisión y confirmando su alto nivel. Cuando Esme comentó que las mensualidades eran muy altas, el director le dijo que era casi seguro que Harry tendría una beca para el año siguiente.

Esme solo tenía que conseguir el dinero para el primer año y el problema se resolvió cuando, por medio de Harry, recibió un cheque de Jack como anticipo. Seguro que no era coincidencia.

Desde entonces se vieron muy poco. Él estaba siempre de viaje o en Londres o encerrado en su oficina del ático. Solo se comunicaban por correo electrónico cuando necesitaba su aprobación para algo.

Las pocas veces que se encontraron fueron muy corteses. Para Esme no era más que una fachada. Prefería al Jack remoto y frío aunque parte de ella deseaba que él la acariciara y la estrechara entre sus brazos para quitarle el dolor que sentía en su interior.

Nada en el comportamiento de Jack sugería que sintiera lo mismo. El corazón de ella daba saltos al verlo, pero la cara de él permanecía impávida como si fuera de piedra. ¿Qué mejor prueba de que ella había hecho lo que debía rechazando su capricho pasajero?

Ya había terminado el comedor y la sala de estar cuando él le pidió alguna idea para los dormitorios.

—Doy por supuesto que te interesa el trabajo.

—Sí, gracias.

—Esperaré tu presupuesto.

Ella asintió y supuso que la conversación había terminado. Se dirigía hacia la puerta cuando él la detuvo.

—Antes de que me olvide. Tu hermana llamó.

—¿Mi hermana? —repitió sorprendida.

—Arabella —le recordó.

—Al parecer ha regresado a Inglaterra.

—Sí.

—No me dijiste nada —ella no contestó—. Dijo que le gustaría venir algún día de esta semana.

—Bien —respondió Esme en tono apesadumbrado.

Él la miró intrigado. ¿Qué esperaba? ¿Que diera saltos de alegría por saber que Arabella iría a Highfield como invitada?

—Si no tienes sitio, Harry puede venir a casa mientras ella esté aquí.

—¿Qué? —Esme había perdido el hilo.

—La casita es un poco pequeña —añadió él.

—Quieres decir ¿para que Arabella pueda quedarse en la habitación de Harry?

—Sí, eso quería decir —volvió a mirarla intrigado.

—De acuerdo —asintió Esme.

—Podría compartir la habitación de Eliot en la casa de invitados.

—Eres muy amable.

—En realidad es porque me gusta tener a Harry cerca de mí.

Y a Harry le gustaba estar cerca de él.

—De todos modos, le dije que tú la llamarías para confirmar. Al parecer ha perdido tu número.

Pero su madre lo tenía. Más bien parecía una artimaña para hablar con Jack. Pero Esme no lo comentó.

Tampoco le dijo nada a Arabella cuando llamó dos días después.

—Tenías que llamarme. ¿No te dio Jack mi mensaje?

—Lo siento. Se me olvidó por completo.

—No cambias nada, ¿verdad? —exclamó Arabella suspirando—. Todavía tienes la cabeza como un colador. Iré mañana. Espero que me hagas algo de sitio en tu casita —dijo Arabella con ironía.

—Jack ha dicho que Harry puede quedarse en su casa —dijo Esme.

—¡Qué suerte tiene! —murmuró Arabella—. Pregúntale si se quiere cambiar conmigo.

—¿Supones que Jack te querría como huésped suyo? —el tono de Esme era de que lo dudaba mucho.

—¿Quién sabe? —replicó Arabella—. Recuerda que Jack y yo fuimos pareja. ¿Cómo es ahora nuestro mozo de cuadra convertido en millonario? ¿Sigue estando bueno?

Esme no pudo resistir contestarle:

—Si te gustan los hombres gordos y calvos con gafas…

—¿De verdad? ¡No me lo creo! —exclamó Arabella, pero sonaba decepcionada, como si lo creyera.

Esme se sonrió. Se estaba convirtiendo en una mentirosa compulsiva.

—Bueno… Al menos es rico —se consoló Arabella.

—Pero no estúpido —dijo Esme para consolarse, pero no lo consiguió. El joven Jack tampoco era estúpido pero se había enamorado de Arabella.

—¿Qué quieres decir?

—Nada. ¿A qué hora vendrás?

—Por la tarde, supongo. Esta noche voy a una fiesta y no me despertaré hasta tarde.

—Te veré entonces —no consiguió decir que tenía ganas de verla, ni Arabella tampoco.

«No puedo enfrentarme a esto», pensó Esme cuando colgó el teléfono.

Pero tendría que hacerlo. Igual que aquel verano diez años atrás cuando había visto a su hermana seducir al chico del que ella estaba enamorada.

Solo podía esperar un milagro. Que Jack fuera demasiado remilgado para ir con una hermana cuando acababa de intentar irse a la cama con la otra. Quizás verlos juntos tendría el efecto de curarla definitivamente.

No. Su única esperanza era que Arabella se hubiera vuelto gorda o calva en los dos años en que no la había visto.

Pero eso no parecía probable.