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ANNA Y VICENTE

 

¿POR qué decidimos casamos...? ¿Por qué Vicente y yo decidimos casarnos? ¿De repente Vicente dejó a un lado sus ideales y quiso tener mujer e hijos? No creo. Vicente tiene, y tendrá siempre, un único fin, un objetivo en la vida, que no es otro que ayudar a los más pobres a tener una vida mejor, libres de la injusticia y el sufrimiento. No, él no había cambiado en absoluto.
Durante muchos años, su aliada a la hora de intentar alcanzar aquel objetivo había sido la Compañía de Jesús, y él era muy feliz en la institución, con sus colegas y sus amigos. Pero en Anantapur, aquella misma casa, la Compañía de Jesús, había comenzado a ser en cierta medida un obstáculo para el trabajo que quería desarrollar, y para la libertad que necesitaba para llevarlo a cabo. Cuando Vicente era sacerdote en Manmad le resultaba relativamente sencillo recabar fondos de las organizaciones católicas para poder llevar a cabo su labor de desarrollo. Sin embargo, cuando nos establecimos en Anantapur, Vicente tuvo que centrar parte de sus esfuerzos en buscar nuevas fuentes de financiación. Esta tarea nunca fácil, requería viajar y visitar a todas las agencias de desarrollo una detrás de otra, que a veces están fuera del país. Para viajar al extranjero Vicente Ferrer necesitaba un permiso especial de la Compañía de Jesús, cuyo trámite era demasiado lento, y que a menudo acababan denegándole. Así las cosas, Vicente no tenía la libertad necesaria para moverse y conseguir fondos para nuestro proyecto. Además en la faceta personal, Vicente no es una persona a la que le guste estar solo; le encanta la compañía de otros a su alrededor.
Y respecto a mí... ¿por qué decidí casarme con Vicente? ¿Por su gran carisma? ¿Porque era un gran hombre? No, creo que no. Casarse con un personaje público puede ser bastante engorroso, tiene una parte muy incómoda y presiones con las que lidiar constantemente. No, no fue por nada de eso. Yo tenía veintidós años, y él, cuarenta y nueve, pero la diferencia de edad (veintisiete años) nunca nos importó. Ni siquiera reparamos en ello, excepto ahora, desde luego cuando me gustaría que viviera ciento cincuenta años. Me casé con él porque lo amaba más que a nadie que hubiera conocido nunca y también amaba nuestro trabajo en Anantapur. Y él... él quería una compañera que estuviera con él para siempre en su trabajo y en su vida, y pensó que yo era esa persona y no quiso perder la oportunidad, una de esas que solo se presentan una vez en la vida.
Cuando finalmente tomamos la decisión de casamos, me dijo: «Bien... pero con una condición». E inmediatamente me sentí emocionadísima. Pensé: «¡Oh, Vicente me va a decir algo realmente profético, algo filosófico, algo maravilloso que recordaré toda mi vida...!». Esperé con ansiedad e inquietud sus palabras y lo que tuviera que decirme, y entonces añadió: «Tendrás que estar a mi lado para siempre». ¡Y me sentí tremendamente decepcionada! ¿Quedarme con él para siempre? ¿Eso era todo? ¡Por supuesto que iba a estar siempre a su lado...! ¡No había pretendido otra cosa al casarme con él! Soy el tipo de persona que se casa solo una vez... Creo en las relaciones de pareja para toda la vida, y no en las relaciones esporádicas. Así que di por cerrado el tema contestándole: «Me quedaré siempre contigo, por supuesto». Y luego me olvidé por completo del asunto. No me di cuenta entonces de que quizá Vicente estaba bastante intranquilo: estaba a punto de abandonar toda una vida y adentrarse en otra complemente distinta con una mujer muchos años más joven, lejos del país del que procedía. Podía haberme tomado un poco más de tiempo para asegurarle que me quedaría con d, pero como aquello no era un problema para mí, simplemente le dije «por supuesto», y lo olvidé.
Creo que Vicente vio en mí más de lo que yo era capaz de ver de mí misma. De algún modo sabía que yo sería la persona que estaría siempre a su lado, desde aquel momento. ¿Y yo? ¿Qué pensé? Bueno... supongo que a estas alturas ya tenéis una imagen bastante clara y completa de cómo soy: una persona con mentalidad espontánea y sencilla, sin dudas ni complicaciones. Siendo así, nunca me pregunté si podía quedarme a vivir para siempre en Anantapur. ¿Podré tener hijos aquí? ¿Tendremos dinero...? No; nada de eso. Solo tomé la decisión, y ya está.
LAS TRES BODAS DE VICENTE FERRER Y ANNA PERRY
Estoy segura de que no fue fácil para Vicente. Seguramente sufrió muchas presiones desde todos los ámbitos (sus compañeros, sus superiores y sus amigos) para que no dejara el sacerdocio, aunque en aquel momento no me dijo nada. Pero me enteré mucho después. Incluso llegaron a ofrecerle distintas posibilidades para alejarse de Anantapur e intentaron desacreditarme de muchas maneras, pero supongo que Vicente ya había tomado la decisión y, entonces, ya nadie podía hacerle cambiar de idea.
No les culpo, en realidad, me refiero a sus colegas y amigos: ellos tenían tanto que perder como yo que ganar. Pero una vez que Vicente toma una decisión, no pierde el tiempo dándole vueltas: su lema es actuar sin demora. En cuestiones personales también sigue el mismo principio, porque al día siguiente de que tomáramos la decisión de casarnos, me levanté por la mañana y, para mi sorpresa, me encontré en la oficina al secretario del Registro Civil. Corrí inmediatamente a buscar a Vicente: «¿Qué está haciendo el secretario del Registro en la oficina?», le pregunté. Y Vicente me contestó tranquilamente: «Para casarse por lo civil hay que firmar en el Registro y publicar las amonestaciones un mes antes de contraer matrimonio». «Pero...», protesté, «aún no hemos pensado nada...». «¿Qué hay que pensar?», me preguntó. No tuve respuesta a su pregunta, así que ambos firmamos en el Registro, e hicimos las amonestaciones con la intención de contraer matrimonio en el plazo de un mes. Era el 1 de noviembre de 1969.
Supongo que, generalmente, cuando una pareja decide casarse, tiene que hablar y ponerse de acuerdo en muchas cosas: qué ambiciones tiene cada miembro de la pareja, dónde van a vivir, en qué van a trabajar, si quieren tener niños...Y sin embargo, ninguno de estos detalles era significativo ni para Vicente ni para mí. «¿Dónde íbamos a vivir?». Era obvio: en Anantapur... «¿En qué íbamos a trabajar?». En el desarrollo de la región, sin lugar a dudas. Así que a fin de cuentas, ¡había poco que comentar!
Después de aquello, ambos estuvimos muy ocupados y dejamos de lado el tema de la boda hasta que llegó el 30 de noviembre, cuando repentinamente me acordé... «Vicente, mañana es día 1 de diciembre. Se supone que tendríamos que casarnos». Y me contestó: «Vaya, se me había olvidado... Tengo que ir a Hyderabad, porque tengo allí un asunto urgente...». ¡Qué fastidio! Entonces Vicente me dijo que llamara al secretario del Registro Civil a primera hora de la mañana siguiente para que pudiera tener tiempo para viajar a Hyderabad.
Al día siguiente, el secretario vino tan pronto como pudo, es decir, a las diez de la mañana, con su gran libro bajo el brazo: el Registro de Matrimonios Civiles del distrito de Anantapur. Y luego, el golpe final: «Necesitan ustedes tres testigos...», dijo. ¡Tres testigos! Por casualidad aquel día no había nadie en casa, coincidió que nuestros compañeros de trabajo se habían ido a visitar a sus familiares. Ninguno se encontraba en Anantapur. Vicente y yo nos miramos el uno al otro. Con optimismo, aunque sin mucha esperanza, Vicente le preguntó al secretario si él mismo podía ser uno de los testigos, y él se indignó y dijo por supuesto que no, que él estaba allí para certificar el matrimonio. No obstante, estábamos en la India, un país con un alto índice de analfabetismo y en el que la huella digital aún es válida como firma: aunque nuestros compañeros no estaban allí, sí estaba nuestro cocinero Charles (que andaba borracho a todas horas,... pero eran las diez de la mañana, así que todavía estaba sobrio), Bhosle, un leal discípulo de Vicente, y otro de nuestros trabajadores.
Reunimos a todos los testigos y procedimos a firmar en el Registro; el primero, Vicente, que sin pensarlo firmó como «Vicente Ferrer SJ», y luego yo, que firmé como «Anna Perry»; y luego, las tres huellas digitales. Creo que estábamos todos un poco aturdidos. Vicente partió hada Hyderabad antes de que se hubiera secado la tinta en el libro del Registro; el secretario observó asombrado todo el procedimiento, los tres testigos realmente no sabían qué era aquello y, respecto a mí, me quedé con el bolígrafo en la mano preguntándome a qué clase de vida me había comprometido con aquella firma.
Cuando Vicente llegó a Hyderabad, me telefoneó: «Anna, ¿estamos casados?». Yo le contesté: «Bueno... sí, supongo que sí. De una manera un poco rara, pero sí... Supongo que sí, que estamos casados». Y entonces le sugerí que quizá podríamos celebrar una ceremonia adecuada, íntima y pequeña, invitando a poca gente. No podíamos celebrar un matrimonio católico, pero quizá podríamos celebrarlo al estilo protestante. Vicente se mostró de acuerdo, así que comenzamos a pensar en nuestra segunda ceremonia matrimonial. (Yo esperaba fervientemente que fuera mejor que la primera, aunque con Vicente una nunca sabe...). Por alguna razón, no sé por qué, lo primero que le dije a Vicente fue: «Necesito un anillo». Tal vez no me sentía completamente casada porque no tenía anillo, o algo parecido. E inmediatamente mi querido marido me contestó: «¡Anillos, anillos...! ¡Yo no sé nada de anillos! Será mejor que te ocupes tú...». Así que le dije que yo no tenía dinero para comprar un anillo, y él me dijo que utilizara «lo que tuviera». Le dije: «El único dinero que tengo es el del despacho». Y me contestó: «Bueno, pues utiliza ese». Entonces comencé a reírme imaginándome escribiendo el informe del mes siguiente a la agencia de desarrollo, transcribiendo junto a los apuntes de las comidas: «Un anillo de bodas de oro: tres mil rupias (unos cincuenta euros)».
Bueno, fue una conversación divertida, y en aquel momento me di cuenta de que las responsabilidades familiares que, en principio deberían descansar en los hombros de ambos, iban a ser solo mías. Pero, en cualquier caso, no me importaba; si Vicente hubiera tenido algo que ver en la elección del anillo, no sé qué podía haber acabado teniendo en el dedo. De todos modos, no tuvimos que preocupamos por ese detalle, porque al final el anillo nos lo regalaron mis amigos de Mumbai, y no me lo he quitado hasta hoy.
Decidimos casarnos en nuestra casa, en Emma Bungalow, y le pedimos a un pastor protestante inglés que vivía en Anantapur que celebrara la ceremonia. Se trataba del reverendo Joe Pratt, un buen amigo nuestro durante muchos años. Nos casó el 4 de abril de 1970.
Le pregunté recientemente a Vicente si sabía por qué escogim0s el 4 de abril y me contestó: «Porque el 5 de abril es el día de mí santo». Puede que esa fuera la razón, pero no me acuerdo. Me habría gustado celebrar la ceremonia un poco antes. En la India, abril coincide con el verano en toda su plenitud y hacía un calor horroroso. De todos modos, los detalles menores no eran importantes, así que nos preparamos para celebrar la segunda ceremonia matrimonial. Hasta ese momento no le habíamos dicho a nadie nada de nuestro matrimonio civil en diciembre, e incluso esta nueva ceremonia fue un asunto muy discreto e íntimo. Apenas hubo diez invitados: el gobernador del distrito y su esposa, y nuestro grupo de voluntarios y no nos gastamos más de mil rupias (15 euros)...
En este punto tengo que presentar a un nuevo miembro de nuestro equipo. Se llamaba Guruji y había estado con Vicente en Manmad. Guruji iba a ponerle música a la ceremonia; es decir, iba a cantar los bhajans (himnos religiosos). El nombre completo de Guruji era Ivan d’Souza. Guru significa ‘maestro’, y el sufijo-ji es una forma de tratamiento que denota respeto. Era profesor de música y cantaba maravillosamente. Guruji fue un niño adoptado; sus padres adoptivos eran cristianos y vivían en Manmad. Cuando Guruji era adolescente, sus padres lo enviaron a estudiar al seminario a Mumbai, y se convirtió en «hermano». Después, cuando conoció al padre Ferrer, Guruji le confesó que no quería ser un «hermano» y que prefería dejar la compañía religiosa y unirse al padre Ferrer y a su organización en Manmad: la Maharashtra Shektari Seva Mandal. Le dijo que quería entregarle todas las propiedades que había heredado de su familia y, a cambio, Vicente velaría por él toda su vida. Lo hicieron así, y Guruji fue a trabajar a Manmad donde dirigía una de las residencias para niños que en aquellos momentos gestionaba el padre Ferrer. Cuando llevábamos ya algunos meses en Anantapur, Guruji vino y se quedó con nosotros hasta que murió hace pocos años, enfermo de Alzheimer.
Se suponía que Guruji iba a ser también el fotógrafo, pero aquel día su cámara no funcionaba, así que no tenemos fotos de nuestra boda. No nos importó entonces, pero ahora me entristece no tener fotos de un día tan especial. Por supuesto, tampoco tenemos fotos de nuestra primera boda, de la ceremonia de diciembre. (Pero no os preocupéis... ¡aún habría una tercera ceremonia de boda, católica, en 1972 y de la que al menos tengo una foto!).
Pocos días antes de la segunda boda, Vicente me preguntó si tenía que llevar en la ceremonia una camisa limpia o una camisa nueva. Me lo pensé durante un rato y luego le dije: «En realidad... da igual: limpia o nueva, no importa». Entonces me preguntó: «¿Y me pongo las sandalias viejas o me compro unas nuevas?». A lo que me apresuré a responder: «¡Nuevas, por favor!». Y es que me vino a la mente su imagen regresando de sus andanzas por las aldeas con sandalias, sucias y embarradas.
Yo me compré un sari11 de seda, uno precioso, azul turquesa y negro. Por aquel entonces tenía el pelo un poco más largo, casi me llegaba a los hombros, que quedaba mucho mejor con un sari que el pelo corto. Charles, el cocinero, que seguía estando borracho a todas horas, iba a hacemos la cena aquel día.
El día 4 de abril era sábado y la hora de la boda se fijó a las seis de la tarde. Justo antes de que fuera a empezar todo, llamaron a la puerta. Vicente fue a abrir. Era un grupo de periodistas y preguntaron: «Hemos oído que se ha casado usted. ¿Es verdad?». Vicente respondió: «Si vienen ustedes mañana, se lo diré».
Luego comenzó la ceremonia. La recuerdo como un servicio religioso encantador, corto, pero muy bonito. Cuando terminó, todos vinieron a felicitarnos y, aunque lo supe mucho tiempo después, Vicente se siente un poco incómodo cuando lo felicitan por su cumpleaños o por cualquier otro aniversario, y normalmente no presta mucha atención a este tipo de cosas. Aquel día, claro, todo el mundo estaba felicitándonos y Vicente empezó a decir: «No, no... No es nada...». Yo me quedé mirándolo y pensando: «¡Dios mío! ¡Qué contestación más rara! ¿Qué clase de marido es este...?». Pero más adelante supe que él era así...
En la India, el día de su boda, todo el mundo decora la casa con preciosas flores y dibujos florales. También lo hicieron con nuestra casa. Pero finalmente no dormimos en aquella habitación asfixiante y subimos a la azotea a dormir con todos los demás. Al día siguiente los miembros de nuestro grupo insistían en que nos fuéramos de luna de miel. No estábamos realmente interesados en hacer un viaje de luna de miel, pero ante la obstinación de todo el mundo, acordamos que iríamos a un lugar cercano llamado Pennakacherla, en el mismo distrito de Anantapur (los voluntarios españoles que han trabajado en Anantapur sonreirán cuando lean este nombre, porque no es exactamente un lugar idílico para pasar una luna de miel). En Pennakacherla hay una presa y hace treinta y ocho años había también un bonito lago, con árboles y una casa grande de campo, donde uno podía alojarse. Actualmente, me temo que todo aquello ha cambiado mucho... La casona fue bombardeada por los naxalitas (un grupo revolucionario de tendencia comunista maoísta con una presencia destacada en Anantapur), el agua ha retrocedido considerablemente y apenas quedan árboles. Entonces era un lugar muy agradable y estuvimos allí algunos días. Tengo unas fotos de aquella pequeña luna de miel en Pennakacherla, así que deduzco que tampoco estuvimos solos. Creo que Guruji estuvo con nosotros y, con su cámara ya reparada, nos hizo algunas fotos.
Pocos días después regresamos a Anantapur y a Emma Bungalow para comenzar nuestra vida y nuestro proyecto juntos.