Le cuidé todo lo que quedaba de noche…

Fueron tres horas muy duras… Sólo estaba yo para atenderle… Fue terrible ver lo que sufría… Los dolores de padre eran inmensos… Aquella noche no paró de gritar de dolor… Me pasé el resto de la noche sentado al lado de su cama y vigilándole de cuclillas, como siempre que algo me afectaba sin reacción posible…

Acompañaba cada grito de dolor con uno de sus diálogos de cine. Diría que era su medicina… Tras pronunciarlo, su rostro de dolor se convertía en una sonrisa… Tan sólo duraba en su cara un par de segundos y el dolor volvía… Diálogos curativos…

La última sentencia que dijo antes de conseguir descansar un poco fue: «Serás todo lo que quieras ser…». La frase que su madre le escribió en aquella dedicatoria del libro que yo heredé…

De repente lo vi claro… Quizá fue por la forma en que lo pronunció, o tal vez porque tenía todos los datos… Y hay veces en la vida que las piezas tan sólo se colocan cuando estás preparado para comprenderlas.

Mi padre ya no celebraba cumpleaños porque su madre murió en su aniversario. Y supongo que aquel libro se lo regaló a los ocho años… Jamás lo había pensado, pero quizá aquella frase escrita en su último regalo fue realmente su última frase, el epitafio de su madre…

Y quizá cuando me dio aquel obsequio usado no fue un error… No se equivocó al dármelo… Seguramente deseaba cederme el epitafio de su madre, su herencia, cuando yo cumpliera su misma edad…

Lo miré, por fin dormía plácidamente. Habían desaparecido arrugas de su cara o eso me parecía… Supongo que, al olvidar, tenía cada vez menos preocupaciones y eso se notaba en todo su rostro… Estaba mucho más joven que cuando le había vuelto a ver hacía un par de días…

Le acaricié. No recuerdo haberlo hecho nunca antes…

Sonrió cuando lo hice… Hasta que volvió a gemir de dolor… El puto cáncer le causaba sufrimiento… Un sufrimiento que rápidamente desaparecía. El cabrón del alzheimer se lo hacía olvidar y una cara de relajo y placer aparecía… Así de manera cíclica…

Le observé atentamente mientras seguía acariciándole… Placer y dolor se mezclaban en su rostro… Era difícil aguantar mucho tiempo mirando aquello sin sentir su propio dolor…

Me sentía tan inútil… Nada podía hacer para evitarle ninguno de los dos sufrimientos, el que le provocaba dolor y el que le hacía olvidarlo…

Desde pequeño padre me había inculcado el poder de la preparación. «Si preparas bien lo que debes hacer, todo saldrá perfecto», decía… Y supongo que por eso le salían tan bien sus películas, porque todo aquello lo aplicaba en sus rodajes…

Yo no tenía ninguna información sobre su enfermedad… Me faltaban los datos para poder acometer y solucionar aquello.

Debía ir a ver a su médico… Vivía en el otro lado del lago, en el sector norte… No había vuelto a visitar su casa desde que madre murió…

Aquel día fui nadando, cruzando aquel lago en diagonal… Lo hice porque necesitaba ganar tiempo y llegaría antes que bordeándolo corriendo…

Nunca llegué a casa del médico… Me quedé en mitad del lago llorando, aumentando su caudal…

Nunca había vuelto a meterme en aquel lago… Como si el agua fuera parte de mí… Mi ADN yacía en ese lago… Pero era la parte de mí más dolorosa, menos aceptada… El trauma de mi infancia más profundo…

Sabía que debía volver allí… Nadar…

Nadé por ella… Nadaré por él…

Debía rehacer aquel camino de dolor y muerte que, quizá ahora, podía ser diferente y llenarme de plenitud…

Lo tapé con una manta y me marché…

Deseaba creer que él no despertaría, deseaba pensar que la madre que residía dentro de aquel lago me protegería… Deseaba no pensar en las frases que me había dicho tras el cuento…