Volví al despacho. Aún no se había hecho de noche… Los bebés dormían. Cogí la lista de Voy y llamé uno a uno al equipo de su primera película.

No fueron llamadas fáciles, quizá diría que fueron las más complicadas que he hecho.

Revivir el estado de mi padre fue duro, pero no tanto por lo que les contaba como por sus silencios, por cómo se lo tomaban.…

Les cité el lunes a primera hora en la cuadra de mi hermano… No sé por qué, no sé qué quería filmar allí, pero deseaba darle los medios para que lo pudiera hacer si al final se le ocurría…

Quizá si estaba al lado de su equipo, de su gente, sabría expresarse…

Todos dijeron que sí. Era increíble el amor que profesaban por mi padre, por su dios… Era como si le debieran algo.

Los hijos le odiábamos; su familia cinematográfica lo daría todo por él.

Entre las treinta y seis personas que dijeron que sí estaban su fotógrafo de toda la vida, eléctricos, decoradores, maquilladores, peluqueras, su actor fetiche… Todos estaban vivos, como esperándole. Parecía increíble…

Muchos llevaban años sin hablar con padre… No tenían su teléfono fijo… Y padre nunca tuvo móvil, no creía en aquellos aparatos. Decía que si era tan fácil encontrarte, la gente no lo valoraba.

Yo creo que era al revés… Le gustaba el hecho de que fuera complicado dar con él… De pequeño, toda mi vida me pregunté en qué país andaría y qué estaría rodando.

Cuando acabé la última llamada salí de casa. Estaba aturdido, necesitaba respirar…

Fui andando hasta el centro de aquel campo de fútbol, no había vuelto allí desde que todo pasó. Nunca más volvimos a jugar…

Y fui al centro del campo. Allí enterramos la pelota. Toqué aquella tierra sin atreverme a removerla. Sabía que estaba allí debajo.

Respiré fuerte, necesitaba oxigenarme. No sabía bien por qué estaba haciendo todo aquello.

Me senté en el centro del campo, miré el lago. Hacía tiempo que no sentía tan claro cuál era mi destino.

Creo que la última vez fue cuando desapareció la otra gemela. ¿Os había contado que no estaba en aquella guardería de hospital? Sí, supongo que sí.

Aquel día casi me vuelvo loco. No podía velar a mi mujer ni dedicarme a la otra gemela. Me la llevé conmigo a toda velocidad rumbo al lugar del accidente… Si no estaba aquí, estaría allí… Estaba seguro…

Cuando me llevé del hospital a la gemela mayor emitió un pequeño «tun» que debía de significar: «¿qué está ahora haciendo éste?»

Fui con la policía… Fue la última vez que pasé por aquella carretera… Recuerdo llegar y parar al lado de la calzada donde horas antes se había estrellado mi mujer…

Quedaban trozos de faros por el suelo… Y pensar que mientras todo aquello pasaba en aquella luminosa carretera, yo estaba en aquel cine oscuro…

Llevaba a la gemela en los brazos… No quería que tocase el suelo… Me senté en un extremo de la calzada, justo en la zona donde habían encontrado el coche… Creo que esperaba una señal, quizá escuchar de lejos uno de los «tun» suaves de la otra gemela…

—Lo hemos mirado todo… Tres brigadas… —dijo aquel policía.

No me interesaba nada de lo que me dijera…

Antes de ir allí habíamos estado en el depósito y observado el coche, que estaba siniestro total… Ni rastro de la presencia de la otra gemela.

Fui yo quien me empeñé en ir hasta el lugar de los hechos. Opinaban que no tenía ningún sentido… Supongo que para ellos no lo tenía…

Yo sí que tenía la sensación de que la pequeña estaba por allí cerca… Y es que mi mujer, cuando lloraban mucho, a veces las separaba y colocaba a una en el asiento de delante.

El policía me miraba con cara de no entender qué hacíamos allí… Seguro que pensaba que era un padre que no aceptaba la muerte de su hija o que creía tener gemelas…

—Hemos rastreado toda la zona, se lo puedo asegurar…

No lo escuchaba. Hay gente en este mundo especialista en destrozar tus esperanzas. Se dedican a ello sistemáticamente.

Comencé a andar por el lateral de la carretera… Intentaba encontrar algo y alejarme de aquel hombre.

Fueron los minutos más terribles de mi vida. Con la gemela en mis brazos, tres policías me seguían de lejos… La imagen debía de ser muy cómica vista desde fuera…

De repente me di la vuelta y me fui en sentido contrario. Pensé que quizá, por alguna razón, había salido despedida hacia atrás en lugar de hacia delante…

Creo que el policía que no paraba de hablar enseguida entendió lo que pensaba. Sacó unas fotos del portafolio que llevaba y me las mostró…

—Las ventanillas del coche están intactas… Tanto la delantera como la trasera… y todas las laterales.

Le hice callar. No quería presión. Tan sólo cogí la foto y la observé.

Ciertamente no había ningún cristal roto, tan sólo las de los faros, tal como había visto hacía poco en directo en aquel depósito… Pero ya no lo recordaba… Me empeñaba en buscar otra salida…

De pronto vi que la ventanilla del copiloto estaba bajada…

—¿Y si salió despedida por la ventanilla lateral? —dije señalándola.

El policía parlanchín miró la foto, creo que no se había percatado de aquello. Llamó a un perito. Tuve la sensación de que aquel hombre que se acercaba sí que tenía todos los datos y el otro sólo lo repetía.

El segundo policía era más silencioso. Miró la foto.

—La trayectoria del objeto… —Me miró y se dio cuenta del error—. La trayectoria de un posible bebé situado en el asiento del copiloto jamás podría ser a través de esa ventanilla… Hubiese sido hacia delante…

Fue seco, frío… Devolvió la foto y se retiró.

La volví a mirar. Supongo que tenía razón…

Me senté nuevamente en el suelo… Y de repente lo tuve claro… Quizá la gemela no estaba en aquel coche y mi mujer se la había dejado a alguien… Quizá no se encontraba bien y la dejó en casa de una amiga y ésta me llamaría dentro de poco para que la fuera a recoger…

Cogí mi móvil, marqué los tres números que poseía de sus amigas más íntimas…

Cuando descolgó la primera, colgué… Recordé que tendría que explicarle todo y no podía…

Enseguida sonó el teléfono. Su amiga me estaba devolviendo la llamada, pero no lo cogí…

Pensé, respiré… Y al recordarlo, también respiré en aquel centro del campo de fútbol.

Lloré sólo de recordar aquel instante, de las pocas veces en mi vida adulta que me había sentido indefenso.

Pero aquel día, en aquella carretera, sabía que debía hacer las llamadas y que necesitaba mentir. Era lo coherente… Curiosamente, lo coherente era mentir…

Las llamé y les mentí mientras cientos de coches circulaban por aquellos cuatro carriles y tres policías me miraban alucinados mientras yo tenía una conversación intrascendente.

Les hablaba de quedar pronto, de la película que había visto… Seguramente la conversación que habría tenido si todo estuviera bien… Si todo hubiera ido bien.

Cada llamada duró quince minutos… Llamadas difíciles, complicadas, llenas de mentiras. Me sentía mal, pero en aquel instante ni yo podía aceptar que mi mujer había muerto… Como para pedirle a otra persona que lo hiciera por mí.

Al final de la conversación, como si fuera lo menos importante, les preguntaba por mi mujer y mis hijas, si las habían visto, porque ella no me cogía el móvil…

En el instante que tardaban en contestar a esa pregunta inocente se me ponían todos los pelos de punta. Era una emoción total a la espera de un sí.

Tres llamadas a sus tres mejores amigas, tres silencios y tres noes…

No la habían visto aquel día… Finalizar después aquellas conversaciones era fácil, rápido y aséptico… Una excusa y colgaba…

Días más tarde, cuando las vi en el cementerio, me miraban como intentando comprenderme, pero yo jamás me expliqué.

A partir de allí llamé a otros amigos de intensidad baja… Difícil creer que ella los dejara con ellos, pero lo debía probar…

Con cada llamada negativa me iba quedando con menos posibilidades y me iba hundiendo. Emocional y físicamente…

Se hacía de noche. La policía estaba fatigada, los coches ya no pasaban ni con intensidad. El tráfico había bajado al mismo ritmo que mis esperanzas.

Nadie me decía nada, no se atrevían. Y yo seguía llamando… Aunque cada vez bajaba más el listón…

A algunas de aquellas personas con las que hablaba hacía años que no las había visto…

Hasta que, cuando ya anochecía, se me ocurrió. Ella siempre me enviaba mensajes gratuitos. Aún no había comprobado aquella mensajería. Supuse que allí explicaba dónde estaba la otra gemela. Ella misma me daría la clave de la solución.

Abrí aquel programa de mensajería y allí estaba su nombre y un mensaje no leído.

Lo abrí lentamente, como quien espera el maná deseado.

Creo que los policías olfatearon algo al ver que mi posición corporal cambiaba y se acercaron a mí…

Aquella era la última esperanza… El mensaje ponía:

Llegaré 15 minutos tarde, te quiero…

Sus últimas palabras, su epitafio…

Me imaginé la escena en mi mente. Ella apretando el acelerador, intentando recuperar aquel tiempo perdido para llegar antes que yo a aquel restaurante cercano al cine…

No pude más que responderle, aunque sabía que jamás lo leería…

No importa, yo también te quiero

Fue mi forma de despedirme de ella… Tardé en escribir cada letra… Las pulsaba lentamente y aquello formaba parte de la despedida.

Cuando acabé, me levanté, deserté y finalmente envié el mensaje…

Y cuando ya me marchaba con la gemela totalmente dormida en mis brazos, sonó aquella corneta…

Aquella corneta odiosa que ella llevaba en su móvil para indicar que le había entrado un mensaje. A ella le gustaba porque le parecía medieval, épico…

Todos los policías se miraron. Buscaron en sus bolsillos por si alguno llevaba aquel tono en su móvil.

—¿Recuperaron su móvil? —pregunté.

Todos negaron con la cabeza. Copié mi último mensaje y se lo volví a enviar…

No importa, yo también te quiero

La corneta sonó de nuevo. Lo volví a mandar, siempre el mismo mensaje. Era mi SOS personal hacia ella…

A cada corneta, situaba un poco más el móvil…

Sabía que lo que sonaba no era mi otra gemela, pero tenía la sensación de que si ubicaba algo que había en el coche, sería más sencillo encontrarla…

Pero a partir del octavo o noveno mensaje se hizo más complicado, cada sonido de corneta te confundía. Creías que debías ir en una dirección, pero la siguiente corneta te indicaba el sentido contrario…

Los policías no intervenían, sabían que aquello era algo que debía hacer yo solo… Lo agradecí…

Necesité veintitrés mensajes hasta que lo encontré. Estaba a casi cincuenta metros de donde envié el primer mensaje. Fue una suerte que llevara aquella estridente corneta y que el viento fuera favorable…

Y allí estaba, en medio de aquel bosquecillo que colindaba la carretera. Justo al lado de un pino cuyas ramas se bifurcaban como locas en todas las direcciones posibles…

En el suelo, malherido, estaba su móvil. La carcasa estaba hecha añicos.

Envié un último mensaje:

No importa, yo también te quiero

La última corneta que sonó parecía tal cual un grito de auxilio.

Lo recogí como aquel que ha encontrado parte de uno y ése fue el instante en que la gemela que llevaba en mis brazos se despertó y se puso a chillar su «tun»… Un «tun» muy agudo mientras no paraba de señalar el móvil…

No sabía si me quería hacer ver que aquello pertenecía a su madre o que no lo tocara porque estaba hecho añicos.

Pero los «tun» no cesaban, cada vez eran más intensos. Su dedo no paraba de señalar el móvil hasta que… Hasta que… Hasta que vi que no señalaba el móvil, porque al quitárselo de delante, sus «tun» continuaban indicando una dirección… No señalaba el móvil, sino justo lo que había detrás de él…

Seguí esa dirección que me marcaba y a pocos metros, en el suelo, encontré a la otra gemela… Estaba boca abajo y tapada con un montón de hojas que le hacían de pequeña manta…

La giré. Respiraba con dificultad y en su rostro tenía tres heridas, se había cortado con algo. Le daba un toque de india…

La abracé… Y a los pocos segundos sus ojos y sus «tun» suaves acompañaron a los de su hermana.

Volví a llorar en aquel campo de fútbol como lo había hecho desconsoladamente en aquel bosque al recuperar a mi hija…

Jamás me pregunté si mi esposa llevaba a la gemela en la falda o cómo ocurrió aquel accidente para que llegase hasta allí…

Aquello fue un regalo, vida que te retornan. Fue eso, vida que te retornan cuando ya pensabas que la habías perdido…

Le hicieron muchas pruebas, pero la gemela no tenía ningún daño grave, tan sólo esos tres arañazos en su rostro… Siempre serían parte de sus traumas de la infancia…

Respiré, toqué el centro del campo, de alguna forma rocé la pelota y me dispuse a conseguir que las cosas cambiasen. Lo necesitaba…

Aquella noche debía conseguir que los traumas de mi infancia desapareciesen… Que las marcas internas que me rasgaban el esófago dejasen de doler…