Capítulo V
El Sacramento
I
I
Este género de vida, que tanto atractivo tiene para los naturales de aquel país, que le consagran a veces toda su existencia, poseía para nosotros encantos inexplicables. Cierto es que era un penoso trabajo tener que ir dos veces por semana a San Francisco para vender los productos de nuestra caza; pero lo sufríamos de buen grado, o lo aceptábamos, por mejor decir, largamente recompensados por los resultados que nos producía.
Este resultado era de trescientas y a veces de cuatrocientas piastras por semana.
II
II
En el primer mes, deducidos todos nuestros gastos, ganamos cuatrocientas piastras; pero en los dos últimos, y especialmente en la postrera semana, apenas sacamos ciento cincuenta, y esta baja tan considerable en nuestros beneficios nos demostró que la especulación había llegado a su término.
Nuestras continuas cacerías, por una parte, empezaban a despoblar la comarca, y por otra, los animales, algo espantados ya, se alejaban para ir a buscar cerca de las lagunas, en el territorio de los indios kinglas, países donde fuesen menos hostilizados.
III
III
En vista de esto, resolvimos abandonar aquella tierra y alejarnos hacia las comarcas del Nordeste, llevando los productos de nuestra caza a la ciudad del Sacramento.
Una vez allí nos informaríamos de si aquellos placeres eran mejores que los del San Joaquín, y si las riberas del Young, del Yaba o del Plume eran preferibles por sus condiciones al paso del Pino, al campo de Sonora o a las orillas del Murfis.
IV
IV
Este proyecto se puso en ejecución en cuanto vimos la comarca completamente abandonada por la caza, y dejando nuestra barca en Sonoma, nos dirigimos a la Horquilla Americana. Franqueamos sin dificultad las escarpadas montañas californianas, marchando de Oeste a Este, y después de día y medio de camino, en cuyo tiempo matamos mucha caza, llegamos a las orillas del Sacramento.
Seguimos por su margen dos o tres horas; una barca de pescadores nos tomó a su bordo, y mediante cuatro piastras nos pasó a la orilla opuesta. El caballo, aunque el río tenía en aquel lugar cerca de media milla de anchura, le pasó fácilmente a nado.
V
V
Los pescadores nos informaron del estado de las minas, y aunque no teníamos noticias muy positivas, supimos por ellos, sin embargo, que los americanos devastaban el país con sus constantes rapiñas. Esto no tenía para nosotros nada de sorprendente, pues ya en las márgenes del San Joaquín habíamos tenido más de una muestra de las depredaciones de aquellos desalmados. En cuanto a Aluna, se contentó con encogerse de hombros, como si en aquella conducta no hubiese para él nada de particular: el viejo cazador detestaba a los americanos y los creía capaces de todos los crímenes.
VI
VI
Llegamos a la ciudad del Sacramento, fuimos luego al fuerte Sutter, para asegurarnos de la veracidad de estas noticias. Allí vimos confirmado lo que nos habían dicho los pescadores: las minas estaban en plena revolución.
Tuvimos miedo de perder allí lo poco que habíamos ganado con tanto trabajo, y volviendo sobre nuestros pasos, bajamos el río en una barca que alquilamos por cuarenta piastras.
VII
VII
En Sacramento vendimos nuestra caza por ochenta dollars, lo que nos permitió emprender la marcha sin necesidad de tocar a nuestro capital.
La barca que habíamos alquilado pertenecía a unos pescadores que estaban obligados a ponernos en tierra cuando nos conviniese, pues no queríamos emplear más de cuatro días en ir de Sacramento a Benicia, cerca de la bahía de Suiron.
Aluna marchaba en su caballo por la margen izquierda.
VIII
VIII
El valle del Sacramento es uno de los más bellos que se encuentran en América, y le rodean al Este la Sierra Nevada, al Oeste y Sur los montes californianos, y al Norte el monte Sharte, extendiéndose en un espacio de doscientas millas.
IX
IX
En la época de la licuación de las nieves el río Sacramento se desborda y alcanza una altura de ocho o nueve pies, lo que es fácil comprobar por las señales de limo que quedan en los troncos de los árboles. Este limo, parecido al del Nilo, se extiende sobre las riberas del río, prestando un gran vigor a la vegetación. Desde el medio del río se percibían las dos orillas cubiertas de árboles, en medio de los cuales vagaban numerosos rebaños de bueyes y caballos salvajes.
X
X
En ciertos lugares el Sacramento tiene media milla de anchura, y su profundidad ordinaria es de tres o cuatro metros, lo que permite remontarlo con embarcaciones de doscientas toneladas.
El Sacramento contiene innumerables salmones que se dispersan libremente en todos sus afluentes. Estos peces abandonan el mar en primavera y remontan el río en numerosas tropas durante cincuenta millas, siguiendo el curso principal sin encontrar el menor obstáculo; pero allí, ya sigan siempre el Sacramento, ya se aventuren por sus afluentes, se encuentran las estacadas formadas por los indios, o las barreras construidas por los labradores, según las necesidades del cultivo, o los cortes, abiertos por los mineros, según los caprichos de la explotación.
Vése entonces a los salmones hacer poderosos esfuerzos para franquear aquellos obstáculos. Si encuentran algún tronco o alguna roca que pueda serviles de punto de apoyo, se adhieren a él, se encorvan en arco, enderézanse después con violencia y saltan a doce o quince pies de altura y otro tanto de distancia, calculando de tal modo su salto, que van a caer en el curso de agua superior al que abandonan.
XI
XI
Al llegar a la confluencia del San Joaquín y del Sacramento se encuentra una docena de islas bajas y pobladas de árboles, llenas de lagunas impracticables y cubiertas de tula, vegetación que se encuentra en todos los terrenos bajos y húmedos de la comarca. Los aficionados a la caza de aves acuáticas pueden allí reunir una completa colección, pues en aquellas lagunas viven innumerables patos, gansos, cisnes y otras diversas especies.
XII
XII
En cuatro días llegamos a Benicia. Arreglamos nuestras cuentas con los pescadores, atravesamos cazando la pradera, y ganamos el rancho de Sonoma, donde nos esperaba nuestra barca.
Aquella misma noche volvimos a San Francisco, después de seis semanas de ausencia.