MARTES
You’re written in her book
You’re number 37, have a look
She’s going to smile to make you frown, what a clown
Little boy, she’s from the street
Before you start you’re already beat
She’s going to play you for a fool, yes it’s true…
FEMME FATALE
– Buenas tardes, princesa.
Sandra se levantó del banco, rodeándome con los brazos, dándome un beso en la mejilla:
– Has tardado-comprobó la hora-Antes eras más puntual.
– Lo siento-le acaricié la espalda levemente-¿Llevas mucho esperándome?
– Da igual-pasó por alto el tema-¿Dónde quieres almorzar?
– ¿Tienes hambre?
– Un poco.
Mientras caminábamos en dirección sur, estudié a la joven con curiosidad, tomándola suavemente del brazo izquierdo. Sandra vestía como siempre: levita de cuero, camiseta roja con una lata de sopa Campbell´s en el centro, vaqueros negros, botas de punta afilada, enorme bolso colgando de su hombro derecho:
– ¿Dónde la conseguiste?
– ¿La camisa?
– Sí.
– Me la hizo una colega-sonrió complacida-¿Te gusta?
– Mucho.
El estrecho sendero de alquitrán se adentraba bajo la bóveda que prendía encima de nuestras cabezas. Las copas abiertas ensombrecían el cielo cubierto por la contaminación industrial. Una helada ventisca invernal soplaba entre las ramas de los árboles, arrancando lamentos a los troncos cubiertos de graffitis. El Union Sg Park había sobrevivido a los estragos que el clima entenebrecido había desatado contra su superficie. El recinto transmitía la misma impresión de decadencia que inundaba la ciudad, la naturaleza no significaba ningún respiro, extendiéndose a través de los caminos retorcidos cubiertos de hojarasca. Por la mañana había llamado a Sandra, ignoraba el porqué de mi actitud, pero no negué mis impulsos íntimos, necesitaba verla imperiosamente:
– ¿Cómo estás, muñeca?
– ¡Möhler!-exclamó risueña-¡Qué sorpresa!
Fui directo al grano:
– ¿Tienes algún plan para hoy?
– No.
– Tengo una proposición indecente que hacerte.
– Eso suena interesante.
– Almuerzo, cine y sexo-bromeé-¿Qué te parece?
– No es mala idea-rió-¿Dónde nos vemos?
– ¿Union Sg Park dentro de dos horas?
– Por mí, perfecto.
Después de salir de mi apartamento -el cabrón del tercero tenía la música a toda pastilla- me introduje entre los carriles de tráfico. Mientras recorría Greenwich Village, sorteando los inmensos rascacielos de acero, no pude evitar sentirme confundido. ¿Por qué había quedado con Sandra? Hacía más de un mes que no la veía, durante la última semana había pensado en ella constantemente, parecía que mi cuerpo pedía otro tipo de dependencia, ¿psicológica, quizá?, saciando mi sed de emociones. Atravesando la Avenida de las Américas, los transeúntes eran incapaces de caldear el ambiente hermético, una manifestación juvenil comenzaba a apoderarse de las calles, cortando la circulación en un radio de varias manzanas. No era feliz, mi adicción me había arrebatado las escasas ilusiones que tenía; el mundo que me rodeaba tampoco era mejor, todo estaba tan podrido que me daba ganas de vomitar. Los monolitos de metal coronados por letreros publicitarios iluminaron mis rasgos contraídos por la esperanza. La ternura que un día había llenado mi interior no me atormentaba, nunca había odiado aquellos sentimientos, no era como otras personas, simplemente los tenía olvidados. Doblé a la derecha, sin prestar demasiada atención a las sirenas de la bofia, metiéndome por la calle 14. Después de aparcar, recorrí el parque con tranquilidad, imaginando como sería la jornada, acariciando la culata de la 32 pegada a mi vientre. ¿Qué buscaba exactamente? No sabía por qué mantenía aquella relación, Sandra resultaba un misterio difícil de resolver, me ayudaba a salir del estoicismo que dominaba mi vida, aportándome una serie de sentimientos que no sabía como definir. La joven sacó un cigarro del paquete:
– ¿Quieres uno?
– Sí.
Me dio el Marlboro encendido:
– El que no liga es porque no quiere.
– ¿Por qué lo dices?
– Por aquí vienen montones de tías con los chiquillos en los carritos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Suelo pasar a observar a la gente-comentó.
– Tienes complejo de voyeur.
– Me encantar mirar, por las aperturas, por las cerraduras, es cómo si estuviese espiándoles, ¿sabes?
– Tipo Warhol.
– Si le contara esto a mi madre pensaría que estoy colgada.
– Lo imagino.
Una muchacha embarazada pasó a nuestro lado:
– El enemigo público número uno de las mujeres es el espermatozoide-bromeó con malicia-Deberían hacer una campaña publicitaria, sería un eslogan cojonudo.
– No entiendo a las chicas, Sandra.
– Yo tampoco. ¿Qué tienen las mujeres en el cerebro?
– Parece que no les funciona.
– A lo mejor a quien no le funciona es a mí-admitió-Siempre estoy pensando: ese no es bueno, aquel tampoco…
– Tú tan selectiva como siempre.
– La mayoría de las tías son: menudo macizo el que pasa por ahí, tío bueno… ¡Dios mío! Yo si quiero ver a un tío bueno alquilo una película.
– Por ejemplo.
– Supongo que buscamos personas parecidas o similares a nosotros-suspiró-Pero son tan complicadas de encontrar…
– No creas-la animé-Algún día encontrarás a una persona tan especial como tú.
– Tengo que estar pensando en alguien constantemente para poder vivir-me miró de una manera extraña-Porque si pienso en mí misma me pego un tiro.
– Un poco radical, ¿no crees?
– No puedo. Tengo que empeñar mis energías en alguien, o algo.
– Sí-le di la razón-Pero alguien que no sea cercano a ti, sino mitos inalcanzables.
– El otro día se lo comenté a unas chicas del instituto-sonrió-Me dijeron que era rara.
– No sé porqué te molestas en hacerlo.
– Me gusta provocarlas-frunció el ceño, asqueada-Son unas subnormales.
– ¿Con quien sueñas últimamente?
– Gerard Malanga.
– Joder.
– No soy muy original. Lo sé.
– No sé que le ves.
– Nunca lo entenderás. No me importaría ligármelo-soñó- Hacer lo que hacen todas las tías. Estar un rato con él y luego marcharme.
– Casi todas-puntualicé-El ochenta por ciento te quieren follar la primera noche.
– Yo no, desde luego. La confianza da asco.
El destino nos había obligado a conocernos, creando una especie de vínculo entre ambos, un nudo corredizo no exento de perversos significados. Entre nosotros, aparte de una bonita amistad, existía un respeto mutuo que iba más allá del compromiso, quizá porque los dos nos sentíamos aislados. Sandra había sido un salvoconducto para mis motivos confusos, que no me atrevía a deducir, por miedo a las consecuencias. Después de un largo año de contacto, aún estábamos en el punto de partida, esperando por el siguiente capítulo, aunque no era difícil de imaginar. Cada uno había marcado su territorio, teníamos motivos para hacerlo, no queríamos arruinar una relación tan especial. Yo no había avanzado demasiado, continuaba siendo el mismo gilipollas de siempre, pero tenía un respiro, la oportunidad de descansar de mi drogodependencia, últimamente me había convertido en un vegetal. En cambio, ella interpretaba diversos papeles, consciente o inconscientemente, pero de las cosas que me había contado, intuía que un amplio porcentaje eran ciertas. Durante aquel tiempo había procurado penetrar en su mundo, buscando todos los puntos débiles que me interesaban, nutriéndome de sus sentimientos como un parásito. Afortunadamente, había caminado más que ella, ello me permitía mantenerme distante, odiaría demostrarle lo que pasaba por mi cerebro:
– ¿Tienes frío?-notaba su cuerpo temblando.
– Sí. Soy buena para helarme.
– Lo sé.
– Vamos a almorzar-convine-No es cuestión de que te de una lipotimia. ¿Te apetece algo en especial?
– Haremos un trato-ladeó la cabeza-Tú eliges la comida y yo la película, ¿te parece bien?
– Vale.
Abandonando el parque, avanzamos por la calle 17, dirigiéndonos hacia la 2ª avenida. Me sentí mas tranquilo entre el asfalto, el bullicio de la tarde, el hormigón y los vehículos danzantes. Detestaba la naturaleza, tenía algo siniestro, corrupto, antinatural, prefería estar rodeado por rascacielos, por lo menos podían reflejar mis estados de ánimo. Entre los inmuebles desolados, a varios kilómetros de distancia, se distinguía claramente el Empire State, destellando sobre las nubes plomizas:
– ¿Cuándo vamos a ir a la Factory?
– Cuando quieras-observó el inmenso edificio-¿Quieres ver Empire?
– No, gracias-sonreí-Ocho horas son demasiado para mí.
– No esta mal-defendió la película-Te gustaría.
– Prefiero My Hustler-dije con ironía-Tanto plano fijo estaba empezando a provocarme un tumor cerebral.
– Muy gracioso.
– Princesa, siempre te he dicho que tengo un gran sentido del humor.
Como todos los jóvenes de su generación, Sandra había crecido en un mundo carente de esperanzas, donde las falsas promesas ofrecidas por los presidentes (Nixon era un buen ejemplo) se derrumbaban como un castillo de naipes. Curiosamente, aquellos muchachos estaban llenos de positivismo, de ilusiones por cambiar el país, que me resultaban patéticas, al conocer de antemano la inutilidad de sus grandes propósitos. Lo que la diferenciaba de los demás, era que había escogido su propio camino, distanciándose del resto intencionadamente. Mientras sus contemporáneos fumaban marihuana, vivían en comunas hippies, tomaban ácido, quemaban incienso, viajaban a San Francisco, o escuchaban a Frank Zappa, ella había optado por la decadencia industrial: glitter rock, Andy Warhol, Lou Reed… de haber estado en su lugar, probablemente hubiese hecho lo mismo, apartándome de los dictados de la masa. ¿Realmente se sentía feliz? Dudaba que se adaptase a las facetas de su personalidad, especialmente las positivas, porque aborrecía sentirse vulnerable. Lo negativo de los buenos sentimientos, entre otras cosas, es que la sociedad se aprovecha de ellos, exprimiéndote a conciencia. Sandra tenía infinidad de corazas alrededor de su epidermis, muros imposibles de franquear, creados expresamente para protegerse. Aunque odiara admitirlo, sabía que los estaba derribando uno tras otro, rasgando su estudiada insensibilidad, producida en parte por los tranquilizantes que consumía. Me había costado ganarme su confianza, pero ahora se mostraba auténtica conmigo, no necesitaba escudarse detrás de una máscara. Recordé el día de nuestra primera cita: Sandra estaba con la guardia al máximo, esperando que actuase como el resto de los capullos que conocía, metiéndole mano a la primera de cambios, sin ningún tipo de consideración hacia sus sentimientos. Mi indiferencia la sorprendió, no pudo evitar sentirse satisfecha, por fin había encontrado a un igual. No me quedó más remedio que puntualizar mis intenciones, siempre he sido bastante sincero, diciéndole que su cuerpo no me interesaba, estaba por encima de mis impulsos sexuales. A mitad de la 2ª avenida, entramos en un restaurante italiano, sentándonos cerca de la ventana. El local estaba semivacío, paredes llenas de cuadros, mesas redondas, tapices ornamentales, música ambiental, suelos brillantes. Al sentarnos, Sandra encendió la grabadora, siempre grababa nuestras charlas, otra costumbre heredada de Warhol. El camarero nos atendió obsequiosamente, un spaghetti recién llegado a Nueva York que ni siquiera sabía hablar americano, tomando nota de nuestro pedido:
– ¿Qué te parece?
– Me gusta-contempló los retratos-Me recuerda la casa de mi abuela.
– Es un restaurante familiar-le expliqué-Los fines de semana vengo a cenar aquí.
– ¿Por qué no cocinas en casa?
– No soporto el olor de la comida.
Inesperadamente, Sandra respondió el comentario que le había hecho media hora antes:
– A veces pienso que soy una voyeur-admitió con una sonrisa fragmentada-Me encanta mirar, subrayar, analizar, aunque no sienta ningún tipo de excitación. Resulta curioso que en mi caso disfrute tanto con las películas de Drella, en cierta forma son las únicas relaciones sexuales que mantengo, me ayudan a levantar mi libido, que no tengo ni puta idea donde se ha metido.
– Algún día lo encontrarás. ¿Necesitas ayuda?
– No-rió.
Tenía la impresión de que estaba llena de pasiones reprimidas, aún no conseguía controlar los sentimientos que amenazaban con desbordarla de un momento a otro, quebrando los resquicios de su interior. ¿Qué pasaría cuando se derrumbase la presa? No le quedaría más remedio que autodestruirse, buscando vanamente una solución para sus múltiples dilemas morales. Después de cientos de conversaciones, creía conocerla bastante bien, no quedaba lugar para el artificio, era como un libro abierto para mí. Ella tenía pánico a que le hicieran daño, levantaba barreras emocionales para cubrirse las espaldas, aunque estas le impidiesen crecer; lo importante era sentirse a salvo, lo demás carecía de importancia. Según lo que me había contado, llevaba tomando pastillas desde hacía años, refugiándose detrás de sus bordes cromados, el dolor de existir era más soportable de aquella manera. En mi caso, empezaba a comprender cosas que antes ignoraba: el Valium serenaba mis ansias de droga, pero a diferencia de Sandra, estimulaban mis deseos eróticos, resucitando las fibras narcotizadas por la dependencia. Necesitaba escapar del aburrimiento, buscar nuevas experiencias, desafíos que me mantuvieran activo, canalizar el entusiasmo sumergido, la energía inagotable que nutría mis venas obturadas por el caballo. Muchas veces la había animado a cortar con los tranquilizantes, pero ella se resistía alegando que sus problemas aumentarían, hundiéndola en una depresión sin fondo de la que jamás podría escapar. Era incapaz de comprender los motivos que la impulsaban a drogarse, en su caso de una manera legal, desfigurando su debilidad detrás del patio de butacas. Lo que nos diferenciaba notablemente, era que yo no tenía miedo a nada, ni siquiera de mí mismo, mientras ella se ocultaba de su propia idiosincrasia, temerosa de enfrentarse a la verdad. Luego de una semana sin colocarme, notaba un apremiante deseo sexual, matizado por las calles cubiertas de escarcha. Deseaba volver a nacer, resucitar de mis cenizas, desligarme de mi adicción, ser libre de las ataduras que me aniquilaban sin que hiciera nada por evitarlo. Su presencia me calmaba, relajaba mis anhelos destructivos, proporcionándome un atisbo de paz, lejano pero alcanzable. Contemplando su bonito rostro anguloso, comprendí que terminaríamos follando, en cierta forma para rescindir el contrato. Un estremecimiento recorrió mis entrañas, sin desearlo la rocé con la punta de los dedos, saboreando anticipadamente el placer que su carne me proporcionaría. Ella no apartó la mano, le interesaban esos pequeños roces, eran mucho más sensuales que cualquier otro tipo de estímulo sensorial. Sandra no parecía darse cuenta de mis pensamientos, continuaba hablando sin parar, ajena a mis ojos calculadores. Recorrí su faz con la mirada: cabellos rubios cortados a lo Edie Sedgwick, frente estrecha, ojos azules llenos de pasividad, nariz aguileña, labios finos, barbilla afilada… disfrutaba percibiéndola, su voz susurrante continuaba hablando, mientras analizaba los bordes salientes de su cuerpo: cuello delicado, hombros anchos, pechos exiguos, caderas estrechas, piernas largas… ¿hasta que punto era auténtica? Era una mezcolanza de todas las cosas que le gustaban, un poco de aquí, un poco de allá, formando un núcleo dividido en pedazos, compuesto de distintas imitaciones de personajes famosos que adoraba. Mi temperatura corporal ascendió, serví el agua para los dos, reprimiendo mis incitaciones más íntimas. Las dimensiones de la pizzería enmarcaban su anatomía escurridiza, proporcionándole brillo propio, una lobreguez insana, como una estrella de cine:
– ¿Me estas escuchando, Möhler?
– Claro-volví a la realidad-¿Por qué lo preguntas?
– Te noto ausente.
– Imaginaciones.
Mi sobreestimulado estado emocional no era natural, siempre me sucedía la misma historia cuando dejaba la mierda, los sentimientos ocultos estallaban como un misil nuclear, barriendo con su campo expansivo mi conciencia. No era sencillo acostumbrarme de nuevo a comportarme como un ser humano, colocado no tenía noción de nada, las cosas giraban sin darles importancia, irreales como distorsiones de estática, flotando lejos de mi campo periférico emocional. Quería acunarla con mi oscuridad, mecerla entre las oleadas de muerte que nacían de mi persona, limpiando las heridas imaginarias que surcaban su piel blanquecina. Ignoraba si era capaz de hacerlo, pero no me importaba asumir el riesgo, era la primera vez que experimentaba interés por una mujer, la novedad valía la pena intentarlo. Notaba su sensualidad, el deseo contenido que bañaba su interior, pugnando por salir de la cápsula, embargando sus nervios aletargados por el Valium, enfrentándose a sus propios deseos insatisfechos. Cuando compartía el tiempo con Sandra, las horas se desvanecían, prendidas por charlas que jamás finalizábamos. ¿Qué haría cuando me diera de lado? Estaba seguro de que aquella etapa llegaba a su final, era necesario que terminase, dependía de nuestra madurez afrontar la siguiente, pero dudaba que funcionara, todo estaba condenado de antemano, era demasiado bonito para ser real, menos para garantizar una continuidad. ¿Acaso era imprescindible experimentar el valor de la pérdida con las personas que amamos para lograr apreciarlas? Nuestra unión sería perfecta cuando el ultimátum fuera irreversible, por ello nos tomábamos tanto tiempo en completar el círculo, nada sería igual cuando perdiéramos la ilusión de continuar adelante juntos. Naturalmente, disfrutábamos intensamente los momentos que compartíamos, no volvería a conocer a alguien como ella, no quería pensar en un futuro próximo que había desaprovechado su presencia, eso era algo que no podría perdonarme nunca. Aunque intentara sortearlo, sería inútil negar lo inevitable, el destino que nos hizo conocernos se ocuparía de distanciarnos, desgarrando nuestras almas metálicas. No cesaba de turbarme mi ansiedad por mantener a flote nuestra unión, normalmente no dependía de nadie, parecía que me estaba volviendo un sentimental. ¿En su inestabilidad encontraba fuerzas? No tenía ni idea, pero era innegable que su influencia era positiva para mí, rehaciendo las partes de mi alma que creía muertas. Sandra me hacía sentir bien, me alegraba el día, e incluso olvidaba que tenía que picarme antes de acostarme, sino me sería imposible conciliar un sueño natural. Nos sirvieron la comida, almorzamos en silencio, entrelazando los pies por debajo de la mesa. Parecíamos dos adolescentes que disfrutaban de la magia de las primeras citas, viviendo el momento desordenadamente, sin temor por lo que el futuro nos depararía:
– ¿Qué película tienes pensada?
– Malas calles.
– ¿De quien es?
– Martin Scorcese.
– ¿De qué va?
– No pienso decírtelo.
– ¿Por qué?
– Quiero que te lleves una sorpresa.
– ¿No será como Beauty Part 2?
– No.
– ¡Menos mal!
– Malas calles conecta con tu mundo-tragó un puñado de macarrones con tomate-Te sentirás identificado.
– Veremos.
Cuando salía con Sandra solamente existía el presente, vivíamos la película en directo, no me preocupaba el pasado. Ambos despreciábamos el mundo: su negatividad, su hipocresía, su miseria, su corrupción, su intolerancia… la gente no merece ningún crédito, el noventa por ciento de las personas que veíamos por la calle vendería a su madre por cien pavos. Extrañamente, acababa de darme cuenta que me deseaba, tanto o más que yo a ella, pero disimulaba sus anhelos bastante bien, nunca sería capaz de admitirlos en voz alta. De todas formas, mi estado habitual me hacía perderme los pequeños detalles, Sandra me estaba ofreciendo indicios de que diera el paso definitivo, pero hasta ahora no me había dado cuenta. ¿Quería follar conmigo para luego odiarme? La idea me pareció maligna, era el tipo de plan que ella pondría en práctica, tendría pecados con los que martirizarse, dando rienda suelta a sus retorcidas inmolaciones. No pensaba actuar, si quería algo más tendría que pedírmelo, no quería que me acusase de aprovecharme de la situación. ¿Cómo se movería en la cama? Tenía la desagradable impresión de que sería pasiva, me había hablado de su supuesta frigidez, con complejo de tabla de planchar, sin conseguir integrarse en el acto. ¿Qué haría cuando la perdiera? Probablemente me daría igual, no suelo involucrarme emocionalmente con nadie, me servía para tener la conciencia tranquila. Mi imaginación tomó las riendas, quería acariciar sus caderas huesudas, plegarla a mi antojo, penetrar su cuerpo como un pinchazo, derramar mi esperma en sus venas. El olor de su cuerpo me mareaba, tenía que ser fuerte, aún no era el momento adecuado, merecía la pena esperar. La dualidad de la situación me tenía desquiciado: ¿Qué quería realmente? Experimentaba una contradicción, no sabía que hacer, mis acciones podían herir a la única persona (aparte de Mozart) que me importaba. ¿Qué sentiría cuando sus manos rodeasen mi culo? Por una vez sería libre de mis obsesiones, la carga ética que soportaba se desvanecería, volvería a estar limpio, libre de impurezas. Pensándolo bien, lo correcto sería tirármela, así podría probarme, desconocía si era capaz de dar la talla. Estaba tan acostumbrado a reprimir mis emociones, que cuando intentaba sacarlas a la luz, me era imposible desconectar el piloto automático de una vez por todas. Nuevamente, me extrañaba comprobar hasta que punto el caballo me anestesiaba, cuando estaba enganchado no me daba cuenta de nada, aquella pausa me estaba abriendo los ojos, no sabía como podía vivir aislado en una burbuja de aire, pendiente de las gotas que caían sobre una cucharilla quemada. Últimamente, aparte de mi camello y Smith, mis relaciones se reducían a cero, exceptuando las víctimas que ejecutaba por orden del boss. Me encontraba a gusto, despejado, sin ninguna preocupación sino la de estrechar su anatomía con mi fantasía, ritualizando las posturas que ejecutaríamos inminentemente. El grado de empatía era tan grande, ambos compartíamos problemas similares, que incluso empezaba a disfrutar de su universo, deleitándome en las aficiones que la hacían única. Cada día nos parecíamos más, e incluso tomábamos los mismos tranquilizantes, podíamos adivinar lo que pasaba por la mente del otro. Cuando terminamos de almorzar, salimos del restaurante, cogidos de la mano hacia Times Square:
– ¿Sabes lo más que me gusta de ti?
– Sorpréndeme.
– Contigo me siento libre, puedo contarte lo que quiera, nunca juzgas a nadie.
– Algo bueno tendré, ¿no?
– Más de lo que imaginas. ¿Te gusto, Möhler?
– Bastante.
– ¿Harías el amor conmigo?
– Sí.
– Nunca me lo habías dicho.
– ¿Por qué quieres saberlo?
– Curiosidad.
Intenté ser burlón:
– ¿Quieres que nos conozcamos mejor?
– Más adelante.
Buscaba a alguien con quien compartir mi existencia, los motivos sexuales acababan de aparecer, proporcionando un interesante barniz al contexto, que cada día era más morboso. Tenía motivos para permanecer a su lado, un nuevo orden nacía de la nada, creando duplicidad de sensaciones entre nosotros. ¿Había querido cepillármela desde el principio? Bastaba con extender la mano, su físico me pertenecería, haciéndome renacer de mi tumba. Sandra aún esperaba mi decisión, estaba preparada mentalmente, pero la acción la obligaría a cortar por lo sano, nunca se perdonaría haber roto su impasibilidad. ¿Por qué me atraía tanto? Puede que por su vulnerabilidad, por sus conflictos personales, por el erotismo que emanaba de su persona, forzando los motivos que se había autoimpuesto para que sus sentimientos no salieran a la superficie, rompiendo las olas que la impedían respirar libremente. Me había contado toda su corta vida: niñez solitaria, padre alcohólico, madre enganchada a los antidepresivos, hermano ingresado en el manicomio sometido a terapias de electrochoque… era un milagro que aún conservase la cordura, muchas personas criadas en hogares aniquilados enloquecían, convirtiéndose en suicidas potenciales. Posiblemente, sus pasatiempos la mantenían serena, dándole motivos para no colgarse del techo de la cocina. Siempre había pensado que era una joven con falta de autoestima, volcándose en sus hobbies escapaba de la podredumbre que soportaba a diario, encontrando motivos para permanecer despierta. Había intentado escapar de su casa, pero siempre terminaban devolviéndola al seno familiar, ser menor de edad era un inconveniente según el caso. Tenía la inexplicable certeza de que su padre la violó de niña, ello explicaría su inestabilidad emocional, no se me ocurría ninguna otra posibilidad. Lo discerní desde un principio, dudaba que me equivocase, mi intuición nunca fallaba. ¿Por qué no se lo preguntaba? No era necesario, no quería abrir heridas, prefería sacar conclusiones por mi cuenta. Ella aún no se había encontrado, le quedaban muchos kilómetros por recorrer, dinamitando las barreras que la hacían infeliz. Las aprensiones de la infancia, los miedos imposibles, la carencia de objetivos, las pesadillas atesoradas con devoción eclosionarían, derribándola como una muñeca de trapo el día que abandonara el Valium. Por ese motivo se empeñaba en embotarse, era la única manera de bloquearse de sus traumas, sino moriría en un rincón, engullida por fantasmas intangibles. Al llegar a los modernos multicines, pagué las entradas en el exterior, comprando un paquete gigante de palomitas, mimándola intencionadamente:
– Gracias, papá.
Tenía los pezones duros:
– De nada, cariño.
Entramos en la sala, espectadores aislados ocupaban los cómodos asientos, masticando golosinas perezosamente, imbuidos en un tedio que me resultaba corriente. La inmensa pantalla estaba en blanco, habíamos llegado justo a tiempo, faltaba poco para que epezara la película:
– Espero que me guste-advertí con ironía-La última que vimos fue horrible.
– Deja de quejarte-me pellizcó el brazo-Pareces un viejo gruñón.
– Es verdad-quise besarla-¿Cuándo vas a admitir que Blowjob es una mierda?
– Tú no la entiendes.
– Por lo menos podía haber enfocado la mamada-protesté con humor-Así no me hubiese aburrido tanto.
Bruscamente, la pantalla se encendió, mostrando los anuncios publicitarios de rigor, antes de comenzar el film. Ambos guardamos silencio, sentía su respiración junto a mí, no solíamos hablar durante las películas, preferíamos ahorrar energías para el camino de regreso. ¿Qué papel representaba en su cotidianidad? Posiblemente, de un modo harto peculiar, Sandra me miraba como el progenitor que nunca había tenido, buscando en mi presencia los consejos que el biológico olvidó darle, enganchado a la botella como se encontraba desde hacía siglos. El papel me hacía sentirme incómodo, pero inconscientemente me satisfacía interpretarlo, siempre actuaba como ángel exterminador, o peor aún, como escoria heroinómana. Estaba preocupado por llegar al fondo de su alma, seccionar los intersticios de su estudiada indiferencia, con idéntica pasión que alineaba el material antes de chutarme. Me encantaba ir subiendo niveles, superando las fases, hasta llegar al centro del asunto, que indudablemente sería paroxístico. Los títulos de crédito comenzaron, imágenes de películas familiares descoloridas, ella apretó mi diestra delicadamente, depositando su cabeza sobre mi hombro, buscando un atisbo de afecto. Insólitamente, a pesar del amor que sentía por el séptimo arte, Sandra nunca se planteaba ser actriz. Era un tema sobre el que odiaba hablar, no confiaba en sus posibilidades, ni en sus aspiraciones, menos aún en su propio talento. Como individua, ella era la paradoja personificada, debatiéndose entre los demonios del ayer, las dudas del presente, y la incertidumbre del mañana. Nada tenía sentido para Sandra, nadie el suficiente valor, pensaba que la vida era una experiencia errónea desde su nacimiento, no le quedaba nada a lo que aferrarse, excepto unas cuantas películas filmadas con una Bolex. Me fascinaba profundamente, no por su belleza, ni por su sexualidad, ni por su personalidad desbordante (cualidades no carentes de atractivo) sino por sus contradicciones, me recordaba tanto a mí mismo que apenas me lo creía. Las luces se encendieron iluminando la sala, nuestros cuerpos se distanciaron, Malas calles había terminado, dejándome con la incógnita de la muerte de Johnny Boy:
– ¿Qué tal ha estado?
– La mejor que hemos visto-admití complacido-El director es un puto genio.
– Tú podrías ser Charlie-se puso la levita-Es un personaje bastante interesante.
– No lo creo-la cogí por la cintura-Se parece a un amigo mío: Mozart. ¿Recuerdas?
– Sí. ¿Quién serías entonces?
– Shorty.
Sandra lanzó una carcajada:
– Me gusta el papel de Teresa-hizo un breve movimiento espasmódico-El ataque de epilepsia fue fenomenal.
– No lo dudo.
¿Acaso buscaba un equivalente en el sexo opuesto? Si Sandra atraía mi interés, era porque se parecía a mí, ni más ni menos, semejanza que aumentaba con el paso del tiempo, preparándonos para la simbiosis definitiva. Durante nuestros diálogos, ella se exhibía ante mí, haciéndome partícipe de sus angustias, descargándolas sobre mi conciencia. Me gustaba aprender lo que me enseñaba, el ansia de conocimiento nos hacía diferenciarnos de la sociedad, elevándonos sobre la miseria aplastante de los suburbios. Mientras salíamos del cine, consideré las miradas de los peatones, que iban de la admiración hasta la envidia, estudiándonos. ¿Pensaban que era su padre, su amigo, su chulo, su hermano, o su amante? Seguramente las cinco cosas, aunque me inclinaba a imaginar la primera, la diferencia de edad era abismal, resultaba obvia para todo Dios. El ocaso urbano era el telón de fondo perfecto para nosotros, las avenidas abarrotadas llenas de reflejos transversales nos acunaban, haciéndonos únicos sobre millares de personas anónimas. ¿Qué fantasías habría desarrollado sobre mí, manipulándome a su antojo en la soledad de su dormitorio, mientras sus dedos temblorosos acariciaban su clítoris, hundiéndose circularmente dentro de su vagina? La idea me puso cachondo, una oleada de calor recorrió mis fibras, prendiendo mis nervios. Sandra notó el cambio, entrelazando mi zurda con más fuerza, susurrándome melosamente:
– ¡Qué caliente estas!
– Sin comentarios.
¿Intuía como la embestía en mi mente, metiéndole la lengua en la boca, mordiéndole los pequeños senos, descargando mi semen dentro de su cuerpo, redimiéndome de mis ataduras con el caballo? Tenía que controlarme, o terminaría haciéndolo, placer que no quería permitirme, no por lo menos aún. Ella adoraba considerarse una femme fatal, deseada pero inalcanzable, enfermiza pero fuerte, sensual pero fría, arrastrándome a la perdición, atrapado entre sus redes, hundiéndome en la miseria al no poder alcanzarla. Nada más lejos de la realidad, nunca soportaría depender de nadie, menos cuando no pudiera conseguirla cuando quisiera. La heroína era distinta, podía tenerla en cualquier momento, me bastaba con localizar a Milton, éste jamás me negaría una dosis. Si algún día amase a una mujer, no soportaría sentirme rechazado, nadie valía la pena para arrastrarme ante sus pies, la mataría sin pensarlo dos veces. Sandra podía intentarlo, pero no le daría resultado, ambos sabíamos que no me enamoraría de ella, hacerse de rogar haría que le cerrase la puerta en las narices:
– Tengo que conseguirte Who’s that knocking at my door?-dijo Sandra-Es la primera película que rodó Scorcese, a mí me pareció genial, Malas calles es una especie de remake.
– ¿La protagoniza Charlie?
– Se llama Harvey Keitel-puntualizó-Me parece un actor prometedor.
– ¿Y Johnny Boy?
– Robert de Niro-encendió un cigarro lánguidamente-Estaba loco, ¿no crees?
– Bastante-recordé la sublime pelea en los billares-Conozco a muchos tipos como él.
Si había algo que odiaba de la gente, especialmente de las mujeres, era la capacidad de manipulación que tenían. Nathan era el ejemplo perfecto: ¿De qué le sirvieron sus padecimientos? Sandra no actuaría retorcidamente, no poseía la suficiente maldad, odiaría dañar a alguien que la apreciara, conocía a pocas personas que la valorasen en su justa medida. Los dos sabíamos que buscaba una escapatoria entre las fotos de Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, James Dean, Marlon Brando, y Warren Beatty, implicando su psique en el juego insidioso en el que ambos participábamos. Cada segundo hacía aflorar aquellas personalidades reales o imaginarias. Contemplándola, descubría una actuación distinta, varios guiones para definir la modelo original, escondida entre los contornos de su semblante. ¿Hasta que punto era auténtica conmigo? Ignoraba que papel representaba para mi placer: madre protectora, ama dominante, esclava sumisa, zorra estrecha, fan incondicional, hermana pequeña… cualquiera era válido, su actuación era capaz de superar la realidad, mostrándome lo que sabía que quería ver. Interiormente, me deleitaba comparando a los distintos personajes que encarnaba para mí, como si fuera un director novel abrumado por el talento de una estrella en ciernes, buscando a la auténtica Sandra que se escondía detrás de una coraza psicológica. Con un movimiento teatral, se reclinó sobre mi hombro, apurando el Marlboro, expeliendo el humo por la nariz. ¿De quién había copiado aquel gesto? Ondine, Ingrid Superstar, Brigit Polk, Ultra Violet, Tiger Morse, Viva, International Velvet… las posibilidades eran amplias, diversas, múltiples, podría ser cualquiera de ellas. Ella creía en el arte como válvula de escape, era la única manera que conocía de centrar las partículas dispares de su personalidad. A través del mundo del cine, unificaba lo que no tenía sentido, dando sustento a sus impresiones, elevándose sobre la mediocridad que la circundaba. Me cuestionaba porque le gustaba salir conmigo, aceptar mi compañía, cosa que nadie haría, pese a divisar que era un cazador de cabezas. Mi sexualidad reprimida había emergido a la luz, distintas visiones llenaban mi cerebro, luchando por escapar de la prisión de carne donde las había encerrado, estrangulándolas entre tres dosis diarias. Estaba cerca de conseguir mi objetivo, dentro de poco coronaríamos nuestras obsesiones con la unión de nuestros cuerpos desnudos, dejándonos arrastrar por la pasión, entregándonos fluidos corporales como premio por nuestra paciencia. No era una casualidad que hubiese decidido abandonar la heroína por estas fechas. Ahora lo comprendía perfectamente. Motivos premonitorios ocultos en mi subconsciente me habían impulsado a actuar, preparándome para tomar posesión del cuerpo de Sandra, abriendo una nueva etapa en nuestras existencias, entre los orgasmos que irrigarían su físico, trazando una elipsis lechosa sobre sus pequeñas nalgas. En el portal de su casa, nos miramos fijamente a los ojos, deseando que la jornada continuara:
– No quiero que te marches-confesó apesadumbrada-Me lo he pasado de puta madre.
– No quiero hacerlo-torcí los labios con desagrado-Pero si no llegas temprano tus padres se mosquearán.
– Los odio-apretó los puños-No me importaría cargármelos.
– Algún día te secuestraré-dije medio en serio medio en broma-Te ataré a la cama, haré contigo lo que quiera, estarás bajo mi merced…
– ¡Qué miedo!
– ¿No me das un beso de despedida?
Sus labios rozaron mi mejilla, deteniéndose más tiempo del necesario, anhelando un contacto mucho más intenso:
– Toma-sacó un disco envuelto en papel de regalo del bolso-Para que te acuerdes de mí.
– Muchas gracias, Sandra-una oleada de deseo llenaba mis miembros-Lo abriré cuando llegué a mi piso.
– Llámame pronto-su zurda rozó mi vientre tenso-Un mes es demasiado tiempo sin verte.
Entonces, en aquel preciso momento, supe que la próxima vez que quedáramos joderíamos, no soportábamos esperar más, nuestros cuerpos tomarían el control de nuestras mentes, relegando las demás impresiones a un segundo plano.
Einverstanden-pensé.