CAPÍTULO 8
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA MENTE CONSCIENTE

Una hipótesis de trabajo

La formación de una mente consciente es, huelga decirlo, un proceso muy complejo, resultado de adquisiciones y supresiones de mecanismos cerebrales a lo largo de millones de años de evolución biológica. No hay un único dispositivo o un único mecanismo que pueda dar cuenta de la complejidad de la mente consciente, y por ello es preciso abordar, por separado y como les corresponde, las diferentes piezas que forman el rompecabezas de la conciencia, antes de esbozar una explicación integral.

Una manera práctica de empezar, no obstante, es planteando primero una hipótesis general que dividiremos en dos partes. La primera parte afirma que el cerebro construye la conciencia generando para ello la formación de un sí mismo (self) en una mente despierta. Este proceso de subjetivación, en lo esencial, centra y focaliza la mente en el organismo material que habita. Si bien el estado de vigilia y la mente son componentes indispensables de la conciencia, el sí mismo, el sentido de ser uno mismo, es su elemento distintivo.

Primer estadio: el proto sí mismo

El proto sí mismo es una descripción neurona de los aspectos relativamente estables del organismo.

Los principales productos del proto sí mismo son las sensaciones espontáneas del cuerpo vivo (sentimientos primordiales).

Segundo estadio: el sí mismo central

Cuando el proto sí mismo es modificado a través de una interacción entre el organismo y un objeto, y cuando, en consecuencia, las imágenes del objeto son también modificadas, se genera el pulso del sí mismo central.

Las imágenes modificadas del objeto y del organismo se enlazan momentáneamente en un patrón coherente.

La relación entre el organismo y el objeto es descrita en una secuencia narrativa de imágenes, algunas de las cuales son sentimientos.

Tercer estadio: el sí mismo autobiográfico

El sí mismo autobiográfico surge cuando los objetos de la propia biografía generan pulsos de un sí mismo central que son, con posterioridad, vinculados de manera momentánea en un patrón coherente a gran escala.

Figura 8.1. Los tres estadios del sí mismo.

La segunda parte de la hipótesis propone que el sí mismo se forma de manera escalonada. La etapa más simple surge de la región del encéfalo que representa al organismo (proto sí mismo) y consiste en una recopilación de imágenes que describen aspectos relativamente estables del cuerpo y generan sensaciones espontáneas del cuerpo vivo (sentimientos primordiales). La segunda etapa resulta de establecer una relación entre el organismo (tal y como el proto sí mismo lo representa) y cualquier parte del encéfalo que represente un objeto a conocer. El resultado es el sí mismo central. La tercera etapa permite que múltiples objetos, previamente registrados como experiencia vivida o como futuro anticipado, interactúen con aquel proto sí mismo produciendo en abundancia pulsos del sí mismo central. El resultado es un sí mismo autobiográfico. Estas tres etapas se forman y desarrollan en espacios de trabajo del cerebro separados aunque coordinados. Se trata de espacios de imágenes, en los que tanto la percepción actual como las disposiciones contenidas en las regiones de convergencia y divergencia ejercen su influencia.

A título de antecedentes y antes de pasar a presentar varios de los hipotéticos mecanismos necesarios para que se cumpla la hipótesis general que acabamos de exponer, quisiera decir que, desde un punto de vista evolutivo, los procesos propios del sí mismo no empezaron a producirse hasta después de que la mente y la vigilia se consolidaran como operaciones cerebrales. Los procesos del sí mismo eran especialmente eficaces cuando se trataba de organizar y orientar la mente hacia las necesidades homeostáticas de su propio organismo, y de esta manera acrecentar las posibilidades de supervivencia que tenía. No es de extrañar que estos procesos fueran naturalmente seleccionados y predominaran en la evolución. En las primeras etapas, los procesos de formación del sí mismo probablemente no generaron conciencia en el sentido pleno del término, y quedaron limitados al nivel del proto sí mismo. Más tarde en la evolución, niveles más complejos del sí mismo —el sí mismo central y demás— empezaron a generar subjetividad en el interior de la mente y a ser capaces de conciencia. Aún más tarde, se emplearon construcciones cada vez más complejas para obtener y acumular conocimiento adicional sobre los organismos individuales y su entorno. El conocimiento se depositaba en recuerdos, que residían en el interior del cerebro, conservados en regiones de convergencia y divergencia, así como en recuerdos que se habían grabado externamente, en los instrumentos de la cultura. La conciencia en el sentido pleno del término hizo eclosión después de que el conocimiento de esta clase fuera clasificado, simbolizado de diversas formas (entre ellas la que conocemos como lenguaje recursivo) y manipulado por la razón y la imaginación.

Dos puntualizaciones más son aquí oportunas. En primer lugar, si bien los distintos niveles de procesamiento —mente, mente consciente y mente consciente capaz de producir cultura— surgieron por orden, ello no debería llevarnos a creer que cuando las mentes tuvieron su propio sí mismo dejaron de evolucionar como mentes, o que el sí mismo con el tiempo no evolucionó más. Al contrario, el proceso evolutivo prosiguió (y aún prosigue) enriquecido y acelerado posiblemente por las presiones que generó el autoconocimiento o conocimiento de sí, y sin que le divise algún final. La actual revolución digital, la globalización de la información cultural y el advenimiento de una era de empatía son presiones que probablemente producirán modificaciones estructurales de la mente y el sujeto, modificaciones, dicho de otro modo, en los procesos cerebrales mismos que modelan la mente y la identidad personal.

En segundo lugar he de señalar que, en las páginas que siguen, el problema de la construcción de una mente consciente será tratado desde la perspectiva del pensamiento humano, y siempre que sea conveniente —y posible— se hará referencia a otras especies.

Aproximación al cerebro consciente

A menudo se aborda la neurociencia de la conciencia a partir del componente mental, y no desde el sentido de ser uno mismo.1 El hecho de que se opte por abordar la conciencia por la vía del sí mismo, sin embargo, no equivale a disminuir ni mucho menos menoscabar la complejidad y el alcance de la mente. Otorgar un lugar de honor al sí mismo como proceso, sin embargo, no se aleja de lo que expusimos al comenzar, a saber, que la razón por la que las mentes conscientes predominaron en la evolución fue porque la conciencia optimizó la regulación de la vida. El sí mismo en cada mente consciente es el primer representante de los mecanismos reguladores de la vida individual, el guardián y el conservador del valor biológico. En una considerable medida, el sí mismo, como representante del valor biológico, motiva y orquesta la inmensa complejidad cognitiva que es la característica distintiva de las mentes conscientes actuales de los seres humanos.

Con independencia de la modalidad preferida de estudio de la tríada que forman el estado de vigilia, la mente y el sí mismo, resulta obvio que el misterio de la conciencia no radica en el estado de vigilia. Al contrario, disponemos de un considerable conocimiento acerca de la neuroanatomía y la neurofisiología que sustentan el proceso de vigilia. Y tal vez no sea casual que la historia de la investigación del cerebro y la conciencia empezara con el estudio de la vigilia.2

La mente es el segundo componente de la tríada de la conciencia, y tampoco estamos a oscuras en cuanto a su base neural. Si bien hemos hecho algunos progresos, tal como vimos en el capítulo 3, son muchos aún los interrogantes que quedan abiertos. En cuanto al tercer y central componente de la tríada, el sí mismo, su estudio ha sido a menudo pospuesto porque se consideraba demasiado complicado abordarlo, dado el estado actual de nuestros conocimientos. Este capítulo y el siguiente tratan en amplia medida del sí mismo y bosquejan los mecanismos que lo generan e insertan en la mente despierta. El objetivo es identificar las estructuras y mecanismos neurales que pueden producir procesos como el sí mismo, desde el simple sentimiento de sí que orienta la conducta adaptativa, hasta la variedad compleja del sí mismo capaz de conocer que su propio organismo existe y de dirigir convenientemente su propia vida.

La mente consciente: una visión preliminar

Entre los muchos niveles del sí mismo, los más complejos tienden a oscurecer el enfoque de los más simples, sobre todo porque dominan nuestra mente con un exuberante despliegue de conocimiento. Pero podemos tratar de superar la ofuscación natural y sacar partido de toda esta complejidad. ¿Cómo? Haciendo que los niveles complejos del sí mismo observen lo que ocurre en los más simples. Se trata de un ejercicio difícil y no exento de riesgos. Y aunque puede que la información facilitada por la vía de la introspección sea, como hemos visto, equívoca, vale la pena asumir ese riesgo, pues la introspección ofrece una visión, la única directa, de lo que nos proponemos explicar. Además, si la información que compilamos nos lleva a formular hipótesis erróneas, los estudios futuros y las pruebas empíricas serán los encargados de ponerlo de manifiesto. Y lo que es aún más interesante, emprender una introspección es como emprender la traducción, en el interior de la mente, de un proceso que los cerebros complejos llevan acometiendo desde hace mucho tiempo en la historia de la evolución, a saber, hablar consigo mismos, tanto literalmente como en el lenguaje de la actividad neuronal.

Miremos, entonces, en el interior de nuestra mente consciente, y tratemos de observar a qué se asemeja la mente en el fondo de las ricas texturas estratificadas, despojadas del bagaje de la identidad, del pasado vivido y del futuro anticipado, la mente consciente del momento y en el momento. No puedo hablar en nombre de todos, pero a mí me parece que la cuestión es como sigue. Para empezar, en la parte inferior, la simple mente consciente no es algo distinto de lo que William James describió como una corriente fluida con objetos en ella. Pero en la corriente los objetos no sobresalen de igual manera. Unos parecen agrandados, otros no. Los objetos tampoco están dispuestos de igual manera en relación conmigo. Algunos están colocados en cierta perspectiva con referencia a un mí mismo material que, buena parte del tiempo, puedo circunscribir no sólo a mi cuerpo, sino, más en concreto, a un trozo de espacio situado entre mis orejas y por detrás de los ojos. Y lo que no es menos relevante, algunos objetos, no todos, se acompañan de un sentimiento que inequívocamente los conecta con mi cuerpo y mente. La sensación me dice, sin que medie una sola palabra, que los objetos son míos, mientras duren, y que puedo actuar sobre ellos si así lo deseo. Esta es, literalmente, «la sensación de lo que ocurre», la sensación relacionada con los objetos, sobre la que ya escribí hace unos años. En cuanto a la cuestión de las sensaciones en la mente, sin embargo, debo añadir que la sensación de lo que ocurre no lo es todo. Hay que suponer la presencia de una sensación más profunda y luego hallarla en las honduras de la mente consciente. Es la sensación de que existe mi propio cuerpo y que está presente, con independencia de cualquier objeto con el que interactúe, como una afirmación sin palabras y tan sólida como una roca de que estoy vivo. Este sentimiento fundamental, que no estimé necesario en anteriores enfoques del problema, lo introduzco ahora como un elemento decisivo en el proceso que es el sí mismo. A este elemento le he dado el nombre de sentimiento primordial, y considero que tiene una cualidad definida, una valencia, en un lugar de la gama que va del placer al dolor. Es la función primitiva que subyace a todos los sentimientos de emociones y, por tanto, es la base para todos los sentimientos que surgen de las interacciones entre los objetos y el organismo. Tal como veremos, los sentimientos primordiales son producidos por el proto sí mismo.3

En resumen, cuando me sumerjo en las profundidades de la mente consciente, descubro que se trata de un compuesto de diferentes imágenes. Un conjunto de esas imágenes describe los objetos en la conciencia. Otras imágenes me describen a mí mismo, y el mí mismo incluye: (1) la perspectiva en la que los objetos son acotados en mapas (el hecho de que mi mente tenga un punto de vista, un «punto de tacto», «de oído»... y que ese punto de vista es mi cuerpo); (2) el sentir que los objetos están siendo representados en una mente que me pertenece a mí y a nadie más (propiedad); (3) el sentir que obro o tengo la virtud de obrar con los objetos (agencialidad), y que las acciones que lleva a cabo mi cuerpo han sido ordenadas por mi mente; y (4) los sentimientos primordiales que designan la existencia de mi cuerpo vivo independientemente de la manera en que los objetos interaccionen o no con él.

El conjunto de elementos del (1) al (4) constituye un sí mismo en su versión más simple. Cuando las imágenes del agregado que es el sí mismo se pliegan junto con las imágenes de los objetos que no son ese sí mismo, el resultado es una mente consciente.

Todo este conocimiento es fácil de adquirir y no se llega a él a través de la deducción razonada o de la interpretación. Para empezar, no es siquiera verbal. Está hecho de sugerencias y alusiones; de sensaciones de lo que ocurre en relación al cuerpo vivo y en relación a un objeto.

El simple sí mismo en el fondo de la mente es muy parecido a la música, pero no es aún poesía con palabras.

Los ingredientes de una mente consciente

Las imágenes y la vigilia son los ingredientes básicos en la construcción de la mente consciente. En cuanto al estado de vigilia sabemos que depende del funcionamiento de ciertos núcleos en el tegmento del tronco encefálico y el hipotálamo. Estos núcleos ejercen su influencia en la corteza cerebral utilizando vías químicas y neurales. En consecuencia, el estado de vigilia disminuye (produce sueño) o se intensifica (produce vigilia). El funcionamiento de los núcleos del tronco encefálico cuenta con la ayuda del tálamo, aunque algunos núcleos influyen directamente en la corteza cerebral. En cuanto a los núcleos hipotalámicos, funcionan en amplia medida por medio de la liberación de moléculas químicas que con posterioridad actúan sobre los circuitos neurales y alteran su comportamiento.

El delicado equilibrio del estado de vigilia depende de la directa interacción del hipotálamo, el tronco encefálico y la corteza cerebral. La función del hipotálamo se halla directamente relacionada con la cantidad de luz disponible, la parte del proceso de vigilia cuya alteración precisamente causa el jet lag cuando volamos a través de varios husos horarios. Esta forma de funcionar del hipotálamo se halla, a su vez, estrechamente unida a los patrones de secreción hormonal vinculados en parte a los ciclos de cambio de la luz durante el día y la noche. Los núcleos del hipotálamo controlan el funcionamiento de las glándulas endocrinas —la glándula hipofisaria, la tiroides, las glándulas suprarrenales, el páncreas, los testículos y los ovarios— en todo el organismo.4

El componente del tronco encefálico que interviene en el proceso de vigilia está relacionado con el valor natural que tiene cada situación en curso. El tronco encefálico responde espontánea e inconscientemente a preguntas que nadie le plantea como, por ejemplo, qué grado de importancia reviste la situación para el observador. El valor determina la señal y la intensidad de las respuestas emocionales a una situación, así como lo despiertos y alerta que debemos estar. El aburrimiento causa estragos en el estado de vigilia, pero también los causan los niveles metabólicos. Todos sabemos lo que sucede cuando hacemos la digestión de una larga comida, sobre todo si ciertos componentes químicos se hallan presentes, por ejemplo, el triptófano, un aminoácido esencial que liberan las carnes rojas. El alcohol intensifica al principio el estado de vigilia, para acabar provocando somnolencia cuando su nivel en sangre aumenta. Los anestésicos suspenden el estado de vigilia por completo.

Una última recomendación de cautela con respecto al estado de vigilia: el sector del tronco encefálico que interviene en la vigilia difiere, en cuanto a su neuroanatomía y neurofisiología, del sector del tronco encefálico que genera los fundamentos del proceso del sí mismo, el proto sí mismo, del que trataremos en la sección siguiente. Los núcleos del tronco encefálico que intervienen en la vigilia se hallan, en términos anatómicos, cerca de los núcleos del proto sí mismo en el tronco encefálico, y esta proximidad de debe a una muy buena razón: ambos conjuntos de núcleos participan en la regulación de la vida del organismo, si bien intervienen en el proceso regulador de maneras diferentes.5

En cuanto a las imágenes puede parecer que ya sabemos todo lo que hay que saber, dado que ya tratamos de su base neural en los capítulos 3-6. Pero lo cierto es que es preciso decir algunas cosas más. Las imágenes son sin duda la fuente de los objetos a conocer en la mente consciente, tanto si los objetos están en el mundo exterior (fuera del cuerpo) como dentro del cuerpo (un codo dolorido, un dedo que nos quemamos sin darnos cuenta). Las imágenes se presentan en toda clase de variedades sensoriales, y no sólo como imágenes visuales, y conciernen a cualquier objeto o acción que el cerebro procese, ya esté realmente presente o sea recordado, ya sea concreto o abstracto. Esto equivale a decir que las imágenes cubren todas las configuraciones sensoriales que se originan fuera del cerebro, ya sea dentro del cuerpo o en el mundo exterior al cuerpo. Asimismo cubren todas las configuraciones que se generan en el interior del cerebro como resultado de la conjunción de otras configuraciones. De hecho, la voraz adicción del cerebro a elaborar mapas le lleva a acotar en mapas su propio funcionamiento (en cierto modo, le lleva a hablar consigo mismo). Los mapas que el cerebro forma de sus propias actividades probablemente constituyen la principal fuente de formación de imágenes abstractas que describen, por ejemplo, la colocación espacial y el movimiento de los objetos, las relaciones de los objetos, la velocidad y la trayectoria espacial de los objetos en movimiento, las pautas de presencia de los objetos en el tiempo y el espacio. Estas clases de imágenes se pueden convertir en descripciones matemáticas, así como en composiciones e interpretaciones musicales. Los matemáticos y los compositores, de hecho, destacan en este tipo de elaboración de imágenes.

La hipótesis que avancé antes propone que la mente consciente surge de establecer una relación entre el organismo y un objeto a conocer. Pero ¿cómo se introducen en el cerebro el organismo, el objeto y la relación? Los tres componentes están hechos de imágenes. Del objeto a conocer se forma un mapa como imagen. Lo mismo sucede con el organismo, aunque con la particularidad de que sus imágenes son especiales. En cuanto al conocimiento que constituye un estado del sí mismo y permite la aparición de la subjetividad, también está hecho de imágenes. La estructura en su conjunto de una mente consciente se crea a partir de un mismo tejido: imágenes que son generadas por la aptitud del cerebro para formar mapas.

Si bien todos los aspectos de la conciencia se forjan con imágenes, no todas las imágenes son iguales en lo que se refiere a su origen neural o a sus características fisiológicas (véase figura 3.1). Las imágenes que se utilizan para describir la mayoría de objetos a conocer son convencionales, en el sentido de que resultan de las operaciones de formación de mapas que vimos cuando tratamos de los sentidos externos. Sin embargo, las imágenes que representan al organismo constituyen una clase particular. Estas imágenes se originan en el interior del cuerpo y representan aspectos del cuerpo en acción. Tienen un estatus especial y un resultado especial: son sentidas, de manera espontánea y natural, desde el primer momento, por decirlo así, con anterioridad a cualquier otra operación que intervenga en la formación de la conciencia. Son imágenes sentidas del cuerpo, sentimientos corporales primordiales, el origen de todos los demás sentimientos, inclusive de los sentimientos de emociones. Más adelante tendremos oportunidad de ver cómo las imágenes que describen la relación entre el organismo y el objeto se sirven de ambos tipos de imágenes: de imágenes sensoriales convencionales y de variaciones sobre los sentimientos corporales.

Por último, todas las imágenes tienen lugar en un espacio de trabajo agregado que está formado por varias regiones sensoriales iniciales de las cortezas cerebrales separadas entre sí y, en el caso de los sentimientos, por regiones escogidas del tronco encefálico. Este espacio de imágenes está controlado por una serie de zonas corticales y subcorticales cuyos circuitos albergan conocimiento disposicional conservado en forma inactiva, implícita en la arquitectura neural de convergencia y divergencia que hemos tratado en el capítulo 6. Las regiones pueden funcionar de manera consciente o inconsciente, pero en ambos casos lo hacen en el interior de los mismos sustratos neurales. La diferencia entre los modos consciente e inconsciente de funcionar en las regiones participantes depende de los grados de vigilia y del nivel de procesamiento del sentimiento de ser sí mismo.

Desde el punto de vista de su implementación neural, la noción de espacio de imágenes que aquí proponemos difiere considerablemente de las nociones presentes en los trabajos de Bernard Baars, Satinislas Dehaene y Jean-Pierre Changeux. Baars acuñó la noción de «espacio de trabajo global», en términos puramente psicológicos, para llamar la atención acerca de la intensa intercomunicación existente entre los diferentes componentes de los procesos mentales. Dehaene y Changeux, por su parte, usaron la noción de espacio de trabajo en términos neuronales para referirse a la actividad neural extremadamente descentralizada e interrelacional que debe subyacer a la conciencia. En el estudio del cerebro, se centraron en la corteza cerebral como proveedora de contenidos de conciencia, y privilegiaron las cortezas de asociación, sobre todo la prefrontal, como un elemento necesario en el acceso a aquellos contenidos. En sus trabajos posteriores, Baars puso la noción de espacio de trabajo al servicio también del acceso a los contenidos de conciencia.

Por mi parte, me centro en las regiones que forman imágenes, el espacio en que los títeres se desenvuelven en el teatro. Los titiriteros y las cuerdas que sujetan los títeres quedan fuera del espacio de imágenes, en el espacio disposicional que se localiza en las cortezas de asociación de los sectores frontal, temporal y parietal. Este enfoque resulta compatible con los estudios realizados aplicando el conjunto de nuevas técnicas que permiten visualizar los procesos y las estructuras internas, así como con los estudios electrofisiológicos que describen el comportamiento de esos dos sectores distintos (el espacio de imágenes y el espacio disposicional) en relación a imágenes conscientes, en contraposición a su comportamiento con imágenes inconscientes, tal como en el trabajo de Nikos Logothetis o de Giulio Tononi sobre la rivalidad binocular, o en el trabajo de Stanislas Dehaene y Lionel Naccache sobre el procesamiento de palabras. Los estados conscientes precisan de un vínculo sensorial inicial y de la intervención de las cortezas de asociación, porque, en mi opinión, desde allí los «titiriteros» organizan el retablo.6 Confío que esta exposición del problema, lejos de entrar en conflicto, complemente el enfoque del espacio global de trabajo neuronal.

El proto sí mismo

El proto sí mismo es el trampolín que se requiere para la formación del sentido de sí que emerge en la conciencia central de sí. Se trata de una colección integrada de diferentes configuraciones neuronales que, un instante tras otro, registran en mapas los aspectos más estables de la estructura física del organismo. Los mapas que el proto sí mismo elabora se distinguen porque no generan sólo imágenes del cuerpo sino más bien imágenes corporales que son sentidas. Se trata de los sentimientos primordiales del cuerpo y se hallan espontáneamente presentes en el cerebro despierto normal.

Los mapas maestros interoceptivos, los mapas maestros del organismo, y los mapas de los portales sensoriales dirigidos hacia el exterior son algunos de los procesos que suscriben la formación del proto sí mismo. Desde un punto de vista anatómico, estos mapas surgen a la vez del tronco encefálico y de las regiones corticales. El estado básico del proto sí mismo es la media de su componente interoceptivo y el componente que forman sus portales sensoriales. La integración de estos mapas diversos y espacialmente distribuidos tiene lugar en la misma ventana temporal a través de un proceso de señalización cruzada. La integración no precisa de una zona única en el cerebro en la que los diversos componentes volverían a ser acotados en mapas. Pasemos a considerar por separado cada uno de los componentes que intervienen en el proto sí mismo.

Mapas maestros interoceptivos

Se trata de mapas e imágenes cuyos contenidos se ensamblan a partir de las señales interoceptivas que proceden del medio interno y las visceras. Las señales interoceptivas informan al sistema nervioso central acerca de cuál es el estado actual del organismo, un estado que puede oscilar entre el óptimo o el habitual y el problemático, cuando ocurre que la integridad de un órgano o de un tejido ha sido vulnerada y se ha producido una lesión, o el cuerpo ha sufrido daño (me refiero a las señales nociceptivas, que son la base de las sensaciones de dolor). Las señales interoceptivas denotan la necesidad de correcciones fisiológicas, algo que se concreta en nuestra mente, por ejemplo en forma de sensaciones de hambre y de sed. Todas las señales que, junto con una miríada de otros parámetros relativos al funcionamiento del medio interno, transmiten información acerca de la temperatura, se incluyen en este tipo de señales. Por último, las señales interoceptivas también participan en la elaboración de estados hedónicos y sus correspondientes sensaciones de placer.

En un momento determinado, un subconjunto de estas señales, una vez ensambladas y modificadas en ciertos núcleos superiores del tronco encefálico, generan sentimientos primordiales. El tronco encefálico no es un mero lugar de tránsito para las señales corporales que se dirigen hacia la corteza cerebral, sino una estación decisoria, esto es, capaz de sentir los cambios y responder en formas predeterminadas, aunque moduladas, en ese mismo nivel. El funcionamiento de esta maquinaria decisoria interviene en la construcción de sentimientos primordiales, de manera que esos sentimientos son más que simples «representaciones» del cuerpo, son más elaborados que los simples mapas. Los sentimientos primordiales son un subproducto de las circunstancias particulares en que se organizaron los núcleos del tronco encefálico, y de su inquebrantable bucle con el cuerpo. Y puede que a ello contribuyan también las características funcionales de las neuronas particulares que intervienen en el funcionamiento.

Figura 8.2. Los principales componentes del proto sí mismo.

Figura 8.3. Los núcleos del tronco encefálico que intervienen en la generación del sí mismo central. Tal como mostraba la figura 4.1, varios núcleos del tronco encefálico trabajan en equipo para garantizar la homeostasis. Pero los núcleos relacionados con la homeostasis se proyectan hacia otros grupos de núcleos del tronco encefálico (tal como se señala en la parte izquierda de esta figura). Estos otros núcleos se agrupan en familias funcionales: los núcleos clásicos de la formación reticular, como por ejemplo el núcleo reticular del pontis oralis (NRPO) y el núcleo cuneiforme, que influyen en la corteza cerebral a través de los núcleos intralaminares del tálamo; los núcleos monoaminérgicos, que liberan directamente moléculas como la noradrenalina, la serotonina y la dopamina en regiones extensas de la corteza cerebral; y los núcleos colinérgicos, que liberan acetilcolina.

Según la hipótesis que hemos propuesto, los núcleos homeostáticos generan los «sentimientos de conocer» que son componentes del sí mismo central. A su vez, la actividad neuronal que subyace a ese proceso emplea a los demás núcleos no-homeostáticos del tronco encefálico para generar «la prominencia del objeto».

(Lista de abreviaturas: AP: área periacueductal; CS: colículo superior; NPB: núcleo parabraquial; NTS: núcleo del tracto solitario; SGPA: sustancia gris periacueductal.)

Los sentimientos primordiales, que preceden a todos los demás sentimientos, se refieren de manera específica y única al cuerpo vivo que está interconectado con su tronco encefálico específico. Todos los sentimientos de emoción son variaciones de los sentimientos primordiales en curso. Los sentimientos primordiales y sus variaciones emocionales generan un coro atento y cuidadoso que acompaña a todas las demás imágenes que se suceden en la mente.

No me cansaré de insistir en la importancia que tiene el sistema interoceptivo para comprender la mente consciente. Los procesos que tienen lugar en este sistema son ampliamente independientes del tamaño o las dimensiones de las estructuras en las que se originan, y constituyen un tipo especial de input que se halla presente ya en fases tempranas del desarrollo así como a lo largo de toda la infancia y adolescencia. Dicho de otro modo, la interocepción constituye una fuente adecuada de la invariancia relativa que se requiere a fin de establecer cierto tipo de andamiaje estable para aquello que con el tiempo constituirá el sí mismo.

La cuestión de la invariancia relativa tiene una importancia decisiva, porque el sí mismo es un proceso singular y es necesario que identifiquemos un medio biológico plausible en el que basar esa singularidad. A primera vista, el cuerpo individual del organismo debería proporcionar esa singularidad biológica tan necesaria. Vivimos en un cuerpo, no en dos (siquiera los gemelos siameses contradicen este hecho) y no debería sorprendernos que tengamos una mente que va con ese cuerpo y un sí mismo individual que acompaña a la mente y al cuerpo (las identidades múltiples y las personalidades múltiples no son estados mentales normales). Sin embargo, la plataforma individual de base posiblemente no corresponde a todo el cuerpo porque, como un todo, el cuerpo continuamente realiza diferentes acciones y, en consecuencia, cambia de forma, sin mencionar el aumento de tamaño que se produce desde que el individuo nace hasta que alcanza la edad adulta. La plataforma individual es preciso buscarla en otro lugar, en una parte del cuerpo dentro del cuerpo, y no en el cuerpo como una unidad. Tiene que corresponder a los sectores del cuerpo que cambian menos o que no cambian en absoluto. El medio interno y muchos parámetros viscerales asociados a él proporcionan los aspectos más invariantes del organismo, a cualquier edad, a lo largo de la vida, no porque no cambien, sino porque su funcionamiento exige que su estado sólo varíe dentro de un margen extremadamente estrecho. Los huesos crecen a lo largo del período de desarrollo al igual que lo hacen los músculos que los mueven, pero la esencia del caldo químico en el que tiene lugar la vida —el intervalo medio de sus parámetros— es aproximadamente el mismo a los tres años que a los cincuenta o a los ochenta años. Asimismo, tanto si uno mide medio metro de estatura como si mide metro ochenta, la esencia biológica de un estado de miedo o de felicidad es con toda probabilidad la misma desde el punto de vista de la manera en que estos estados se construyen a partir de las químicas presentes en el medio interno, y del estado de contracción o de dilatación de los músculos lisos de las visceras. Vale la pena señalar que las causas de un estado de miedo o de felicidad, los pensamientos que los causan, pueden ser bastante diferentes a lo largo de una vida; sin embargo, el perfil de la reacción emocional de un sujeto ante esas causas no lo es.

Durante la última década se ha logrado concretar bastante la respuesta a la pregunta de en qué lugar opera el sistema maestro interoceptivo, gracias a los trabajos llevados a cabo en áreas que van desde los estudios experimentales de neuroanatomía con animales y los registros fisiológicos a escala celular, hasta la neuroimagen funcional en seres humanos. El resultado de estas investigaciones (que hemos reseñado en el capítulo 4) es un conocimiento insólitamente detallado de las vías que llevan este tipo de señales al sistema nervioso central.7 Las señales neuronales y químicas que describen los estados corporales se introducen en el sistema nervioso central en múltiples niveles de la médula espinal, el núcleo del nervio trigémino del tronco encefálico y las colecciones especiales de neuronas que se hallan situadas en torno al margen de los ventrículos cerebrales. A partir de todos estos puntos de entrada, las señales son retransmitidas a los principales núcleos integradores situados en el tronco encefálico, de manera muy especial el núcleo del tracto solitario, el núcleo parabraquial y el hipotálamo. Desde allí, y después de haber sido localmente procesadas y utilizadas para regular el proceso de la vida y generar sentimientos primordiales, son asimismo transmitidas hacia el sector más claramente identificado con la interocepción, la corteza insular, después de haber hecho una conveniente parada en los núcleos talámicos que actúan como repetidores de señales en el proceso. Pese a la importancia del componente cortical en este sistema, a mi juicio el tronco encefálico es un componente fundamental para el proceso del sí mismo. Proporciona, tal como se especificaba en la hipótesis, un proto sí mismo operacional, si bien el componente cortical se halla extensamente concernido.

Mapas maestros del organismo

Los mapas maestros del organismo describen el esquema del cuerpo entero con sus principales componentes: el tronco, la cabeza y las extremidades. Los movimientos del cuerpo son acotados en mapas tomando como fondo el mapa maestro. A diferencia de los mapas interoceptivos, los mapas maestros del organismo cambian de manera notable a lo largo del proceso de desarrollo porque describen el sistema músculo-esquelético y su movimiento. Estos mapas prestan necesariamente atención a los distintos aumentos en el tamaño del organismo, así como a la cualidad del movimiento. No pueden ser los mismos en un niño pequeño, en un adolescente y en un adulto, aunque con el tiempo se alcance una cierta estabilidad provisoria. En consecuencia, los mapas maestros del organismo no son la fuente ideal de la singularidad necesaria para constituir el proto sí mismo.

El sistema maestro interoceptivo tiene que encajar dentro del marco general creado por el sistema maestro del organismo, en cada fase del desarrollo del organismo individual. Se trata grosso modo de representar el sistema maestro interoceptivo dentro del perímetro del sistema maestro del organismo. Pero ambos son distintos. Encajar un sistema dentro del otro no supone la transferencia real de mapas, sino más bien una coordinación tal que ambos conjuntos de mapas se puedan evocar al mismo tiempo. Por ejemplo, la configuración acotada en el mapa de una región concreta del interior del cuerpo sería enviada en forma de señal al sector del sistema maestro del organismo en el que la región se ajusta mejor al esquema anatómico general. Cuando sentimos asco, a menudo la sensación la experimentamos como relacionada con una región del cuerpo, por ejemplo el estómago. A pesar de su vaguedad, este mapa interoceptivo se hace encajar en el mapa general del organismo.

Mapas de los portales sensoriales dirigidos hacia el exterior

Con anterioridad, en el capítulo 4, ya aludí a los portales sensoriales del cuerpo como el armazón en que se hallan engarzados los dispositivos sensoriales (los diamantes); ahora en las páginas que siguen los pongo al servicio del sí mismo. La representación de los diversos portales sensoriales del cuerpo —las regiones corporales en que se encajan los ojos, los oídos, la lengua, la nariz— constituye un caso independiente y especial de mapa maestro del organismo. Me imagino que los mapas de los portales sensoriales «se acomodan» en gran medida al marco de los mapas maestros del organismo como debe hacerlo el sistema maestro de lo que sentimos, es decir, por medio de la coordinación temporal, y no a través de la transferencia real de mapas. Saber dónde están exactamente algunos de estos mapas constituye uno de los temas actuales de investigación.

Los mapas de los portales sensoriales desempeñan un doble papel, primero en la elaboración de la perspectiva (un aspecto troncal de la conciencia), y luego en la construcción de los aspectos cualitativos de la mente. Uno de los aspectos interesantes de la conciencia que tenemos de un objeto es la exquisita relación que establecemos entre los contenidos mentales que describen el objeto y los que corresponden a la parte del cuerpo que interviene en la percepción correspondiente. Sabemos que vemos con los ojos, pero sentimos también la sensación de que estamos viendo con nuestros ojos. Sabemos que oímos con nuestros oídos, y no con los ojos o con la nariz, pero sentimos el sonido en el oído externo y la membrana del tímpano. Tocamos con los dedos, olemos con la nariz, etcétera. A simple vista puede parecer algo trivial, pero de trivial no tiene nada. Desde temprana edad, todos conocemos el lugar donde se hallan los órganos de los sentidos, probablemente antes de que los descubramos por deducción relacionando cierta percepción con un movimiento particular, quizá antes también de que, en la escuela, un sinfín de ritmos y canciones nos muestren de dónde obtienen la información los sentidos.

Sin embargo, es una forma extraña de conocer. Por ejemplo, sabemos que las imágenes visuales provienen de las neuronas de la retina, que se supone no nos dicen nada acerca del sector del cuerpo en que la retina se halla casualmente situada, a saber, el interior de los globos oculares encajados en las fosas orbitales, en una parte concreta de la cara. ¿Cómo averiguamos que las retinas están donde están? Desde luego, un niño se habrá dado cuenta de que si cierra los ojos, la visión desparece, y que si con una mano se tapa el oído, la audición disminuye. Pero no es esta la cuestión. La cuestión es que «sentimos» el sonido a medida que entra en los oídos, y «sentimos» que miramos a nuestro alrededor y que vemos con nuestros ojos. Un niño frente a un espejo confirmaría el conocimiento que ya había adquirido gracias a una plétora de información subsidiaria originada en las estructuras situadas «alrededor» de la retina. El conjunto de esas estructuras corporales constituye lo que doy en llamar un «portal» sensorial. En el caso de la visión, el portal sensorial incluye los músculos oculares con que movemos los ojos, y también el aparato visual entero con el que enfocamos un objeto ajustando el tamaño del cristalino, además del aparato que permite controlar la intensidad de la luz y hace que aumente o disminuya el diámetro de las pupilas (los equivalentes en nuestros ojos de los diafragmas que llevan las cámaras de fotos) y, por último, los músculos alrededor de los ojos, aquellos con los que fruncimos el ceño, parpadeamos o expresamos júbilo y alegría. Los movimientos oculares y el parpadeo desempeñan un papel decisivo en la edición de nuestras propias imágenes visuales y desempeñan también un papel destacado en la edición eficaz y realista de las imágenes de la película.

El acto de ver consiste en algo más que conseguir que llegue la configuración de luz apropiada a la retina; abarca todas esas otras correspondencias, algunas de las cuales son indispensables para generar una configuración clara en la retina, en tanto que otras son acompañantes habituales del proceso de ver, y algunas de ellas son ya reacciones rápidas al procesamiento de la configuración misma.

Lo que sucede en la audición resulta comparable. La vibración de la membrana del tímpano y de un conjunto de diminutos huesos situados en el oído medio puede transmitirse como señal al cerebro en paralelo con el sonido, que se produce en el oído interno, en las cócleas, donde se elaboran los mapas de las frecuencias, el tiempo y el timbre del sonido.

El complejo funcionamiento de los portales sensoriales puede ser una de las causas de los errores que, tanto niños como adultos, cometemos con respecto a la fuente de una determinada percepción como, por ejemplo, cuando recordamos que en un momento dado primero vimos y luego oímos un cierto objeto, cuando lo que ocurrió fue justo lo contrario. Este fenómeno se conoce como error de atribución de la fuente.

Los humildes portales sensoriales desempeñan un papel fundamental en la definición de la perspectiva de la mente en relación al resto del mundo. No me refiero a la singularidad biológica que aporta el proto sí mismo, sino al efecto que todos experimentamos mentalmente: el hecho de tener un enfoque para cualquier cosa que sucede fuera de la mente. No se trata de un mero «punto de vista», aunque, para la mayoría de seres humanos que no son invidentes, la vista domine, con frecuencia, los procedimientos de la mente. Tenemos también un punto de vista relativo a los sonidos del mundo, un punto de vista relativo a los objetos que tocamos y hasta uno para los objetos que sentimos en el interior de nuestro propio cuerpo, como un codo dolorido, o los pies cuando andamos por la arena.

No cometemos el error de creer que vemos con el ombligo o que oímos con las axilas (por raras y fascinantes que podrían ser esas posibilidades). Los portales sensoriales en cuyas inmediaciones se recogen los datos que se utilizan para elaborar imágenes proporcionan a la mente el punto de vista del organismo relativa a un objeto. El punto de vista se infiere de la colección de regiones corporales en torno a las que surgen las percepciones. Ese punto de vista sólo queda en suspenso en estados patológicos —experiencias extracorporales— que pueden ser consecuencia de enfermedades cerebrales, traumas psicológicos o manipulaciones experimentales con el uso de dispositivos de realidad virtual.8

Entiendo que la perspectiva del organismo se basa en una diversidad de fuentes. Lo que vemos y oímos, el equilibrio espacial, el sabor y el olor, todo ello depende de portales sensoriales que no están lejos unos de otros, y se hallan todos en la cabeza. Podemos pensar que la cabeza es como un dispositivo de vigilancia pluridimensional, dispuesto a asimilar el mundo. El tacto, debido a su inmanencia, tiene un portal sensorial más amplio, pero la perspectiva relacionada con el tacto sigue apuntando inequívocamente al organismo singular como el supervisor, e identifica un lugar en su superficie. Esa misma inmanencia prevalece en el caso de la percepción de nuestro propio movimiento, que se halla relacionada con el cuerpo en su conjunto, aunque siempre es obra del organismo singular.

En lo que concierne a la corteza cerebral, la mayor parte de los datos de los portales sensoriales tienen que desembarcar en el sistema somatosensorial, esto es, se favorecen las regiones SI y SII sobre la ínsula. En el caso de la visión, los datos del portal sensorial son también llevados a los «campos oculares frontales», que se hallan situados en el área 8, en la faceta superior y lateral de la corteza frontal. Una vez más es preciso reunir funcionalmente por medio de cierta clase de mecanismo integrador a estas regiones cerebrales geográficamente separadas.

Una última glosa de la excepcional situación de las cortezas somatosensoriales es oportuna. Estas cortezas transmiten señales tanto procedentes del mundo exterior, cuya perfecta ilustración son los mapas del tacto, como procedentes del cuerpo, como sucede, por ejemplo, en la interocepción y los portales sensoriales. El componente del portal sensorial pertenece legítimamente a la estructura del organismo y, por tanto, al proto sí mismo.

Existe un notable contraste, por tanto, entre dos conjuntos diferentes de configuraciones. Por un lado, está la infinita variedad de las configuraciones que describen los objetos convencionales (algunos de los cuales son exteriores al cuerpo, como los sonidos, lo que vemos con la vista, los sabores y los olores; algunos otros son partes reales del cuerpo como las articulaciones o los trozos de piel); y por otro lado, está la infinita repetición de la estrecha gama de configuraciones relacionadas con el interior del cuerpo y su regulación estrictamente controlada. Existe una diferencia ineludible y fundamental entre el aspecto estrictamente controlado del proceso de la vida presente en el interior de nuestro organismo y todas las cosas y acontecimientos imaginables que hay en el mundo o en el resto del cuerpo. Esta diferencia es imprescindible para comprender el fundamento biológico del sí mismo y los procesos de subjetivación.

Este mismo contraste entre variedad y repetición también tiene lugar en los portales sensoriales. Los cambios que los portales sensoriales experimentan desde su estado basal hasta el estado asociado con el mirar y ver no tienen que ser de envergadura, aunque pueden serlo. Los cambios sólo tienen que significar que ha tenido lugar un encuentro entre el organismo y el objeto, no tienen que transmitir nada acerca del objeto en cuestión.

En resumen, la combinación del medio interno —la estructura visceral— y el estado basal de los portales sensoriales dirigidos hacia el exterior proporciona una isla de estabilidad en un mar de movimiento. Preserva una coherencia relativa del estado funcional dentro de un marco de procesos dinámicos cuyas variaciones son bastante marcadas. Un modo de ilustrarlo es imaginarse una gran muchedumbre que camina por la calle; un pequeño grupo en medio de la multitud se mueve en una formación estable y unida, en tanto que el resto de gente pasa a toda prisa, cada cual a su aire, en una suerte de movimiento browniano, con algunos elementos rezagados dejándose arrastrar detrás de otros, otros dejando atrás el centro del grupo, y así sucesivamente.

Al andamiaje que la relativa invariancia del medio interno proporciona es preciso añadirle un elemento más: el hecho de que el cuerpo propiamente dicho permanece inseparablemente vinculado al cerebro en todo momento. Este vínculo sustenta la generación de sentimientos primordiales y la relación única entre el cuerpo como objeto y el cerebro que se representa ese objeto. Cuando hacemos mapas de los objetos y acontecimientos del mundo, esos objetos y acontecimientos permanecen en el mundo. Cuando elaboramos mapas de los objetos y acontecimientos de nuestro cuerpo, esos objetos y acontecimientos están dentro del organismo y no van a ninguna parte. Actúan sobre el cerebro pero en cualquier momento es posible actuar sobre ellos, cerrando de este modo un bucle resonante que alcanza algo que se asemeja a una fusión cuerpo-mente. Constituyen un sustrato animado que proporciona un estricto contexto para todos los demás contenidos de la mente. El proto sí mismo no es una mera colección de mapas del cuerpo comparable a la espléndida colección de imágenes de cuadros expresionistas abstractos que llevo en el cerebro. El proto sí mismo es una colección de mapas que permanecen conectados de manera interactiva a su fuente, una raíz profunda que no es posible enajenar. Las imágenes de mis cuadros expresionistas abstractos preferidos que llevo en el cerebro no están, por desgracia, contactadas físicamente con su fuente. Ojalá lo estuvieran, pero sólo están en mi cerebro.

Por último, debería señalar que no se debe confundir el proto sí mismo con un homúnculo, de la misma manera que el sí mismo que resulta de su modificación no es tampoco una entidad homuncular. La idea tradicional de homúnculo corresponde a la de una pequeña persona que, sentada en el interior del cerebro, lo conoce y lo sabe todo, es capaz de responder a preguntas acerca de lo que ocurre en la mente y de proporcionar interpretaciones de los acontecimientos. El problema del homúnculo, como bien se ha señalado, consiste en que genera una regresión al infinito. La pequeña persona cuyo conocimiento nos haría ser conscientes necesita tener a otra personita aún más pequeña en su interior, capaz de proporcionarle el conocimiento necesario, y así sucesivamente ad infinitum. El argumento queda invalidado. El conocimiento que hace a nuestras mentes conscientes tiene que elaborarse de abajo arriba. Nada más alejado de la noción de proto sí mismo que la idea de homúnculo. El proto sí mismo es una plataforma razonablemente estable y, por tanto, una fuente de continuidad. Utilizamos la plataforma para inscribir allí los cambios que conlleva tener un organismo que interactúa con lo que le rodea (como cuando miramos y cogemos un objeto), o para inscribir la modificación del estado o la estructura del organismo (como sucede cuando sufrimos, o nos hacemos una herida, o los niveles de azúcar en nuestra sangre bajan excesivamente). Los cambios se registran con respecto al estado actual del proto sí mismo, y la perturbación desencadena acontecimientos fisiológicos posteriores, pero el proto sí mismo no contiene más información aparte de la que contienen sus mapas. El proto sí mismo no es un sabio sentado en el oráculo de Delfos que responde a las preguntas que le hacemos acerca de quiénes somos.

Construir el sí mismo central

Cuando se piensa en una estrategia para construir el sí mismo, resulta adecuado empezar por los requisitos del sí mismo central. El cerebro tiene que introducir en la mente algo que no ha estado antes presente, a saber, un protagonista. Una vez dispone de un protagonista en medio de los demás contenidos de la mente, y una vez que el protagonista se halla coherentemente vinculado a algunos de los contenidos actuales de la mente, la subjetividad empieza a ser algo inherente al proceso. Trataremos de centrarnos primero en el umbral del protagonista, para, luego, señalar cuáles son los elementos de conocimiento indispensables que es preciso aglutinar, por decirlo así, para que produzcan subjetividad.

Una vez que tenemos una isla unificada de relativa estabilidad correspondiente a una parte del organismo, ¿podría surgir de ella, de golpe, el sí mismo? De ser así, la anatomía y la fisiología de las regiones del cerebro que sustentan el proto sí mismo nos desvelarían la mayor parte de la historia acerca de cómo se elabora un sí mismo. El sí mismo derivaría de la capacidad del cerebro para acumular e integrar conocimiento acerca de los aspectos más estables del organismo, y caso cerrado. El sí mismo equivaldría a la representación escueta y sentida de la vida en el interior del cerebro, una experiencia pura que no está conectada a nada más salvo al propio cuerpo. El sí mismo estaría formado por sentimientos primordiales que, un instante tras otro, el proto sí mismo, en su estado nativo, expresa de manera espontánea e incesante.

Cuando se trata, estimado lector, de las complejas vidas mentales como las que en este preciso momento vivimos, no basta, sin embargo, con el proto sí mismo y las sensaciones y sentimientos primordiales para dar cuenta del fenómeno del sí mismo que estamos generando. El proto sí mismo y sus sentimientos primordiales son el probable fundamento del mí mismo material y, con toda probabilidad, una manifestación importante y cimera de la conciencia en numerosas especies animales. Pero necesitamos un proceso del sí intermedio entre el proto sí mismo y sus sentimientos primordiales, por un lado, y por otro el sí mismo autobiográfico que nos da nuestro sentido de la personalidad y de la identidad. Algo crítico debe cambiar en el estado del proto sí mismo para que sea un sí mismo en sentido pleno, es decir, un sí mismo central. En efecto, en primer lugar, es preciso elevar el perfil mental del proto sí mismo y hacer que destaque. En segundo lugar, tiene que conectar con los acontecimientos en los que interviene. Dentro de la narración del momento tiene que ser el protagonista. El cambio crítico del proto sí mismo proviene, a mi entender, de su intervención a cada momento tal como la causa un objeto cualquiera cuando es percibido. La intervención tiene lugar en una estrecha proximidad temporal con el procesamiento sensorial del objeto. Siempre que el organismo encuentra un objeto cualquiera ese encuentro cambia al proto sí mismo. Esto sucede porque, para acotar el objeto en un mapa, el cerebro tiene que ajustar el cuerpo de una manera adecuada, y porque tanto los resultados de esos ajustes como el contenido de la imagen-mapa convertida en mapa son remitidos como señales al proto sí mismo.

Los cambios en el proto sí mismo inauguran la creación pasajera del sí mismo central y dan inicio a una cadena de acontecimientos. El primer acontecimiento en la cadena es una transformación en el sentimiento primordial, que da como resultado un «sentimiento de conocer el objeto», un sentimiento que diferencia el objeto de otros objetos del momento. El segundo acontecimiento en la cadena es una consecuencia del sentimiento de conocer y es que se genera «prominencia» para el objeto con el que se interactúa, un proceso que se subsume en general bajo el término «atención», esto es, atraer recursos de procesamiento y dirigirlos hacia un objeto particular y no hacia otros. El sí mismo central, por tanto, se crea al enlazar el proto sí mismo modificado con el objeto causante de la modificación, un objeto que entonces aparece marcado con el sello distintivo del sentimiento y realzado por la atención.

Al final del ciclo antes mencionado, la mente incluye imágenes relativas a la secuencia simple y muy común de acontecimientos: un objeto entraba en relación con el cuerpo al ser mirado fijamente, cuando era tocado o era oído desde una perspectiva concreta; el encuentro con el objeto hacía cambiar al cuerpo; la presencia del objeto era sentida y el objeto cobraba prominencia.

El relato no verbal de acontecimientos como estos que ocurren de manera incesante representa de manera espontánea en la mente el hecho de que existe un protagonista al que le están ocurriendo ciertos acontecimientos, un protagonista que es el mí mismo material. La representación en el relato no verbal crea y revela simultáneamente al protagonista, conecta las acciones que produce el organismo con aquel mismo protagonista y, junto con el sentimiento generado por el encuentro con el objeto, engendra un sentido de pertenencia.

A lo que era lisa y llanamente un proceso mental se le añaden una serie de imágenes que, de este modo, producen una mente consciente. Estas imágenes son: una imagen del organismo (que facilita el representante del proto sí mismo modificado); la imagen de una respuesta emocional relativa al objeto (es decir, un sentimiento); y una imagen del objeto causante que es momentáneamente realzado. El sí mismo entra en la mente en forma de imágenes, contando incesantemente una historia de tales encuentros e interacciones. Ni siquiera hace falta que las imágenes del proto sí mismo modificado y del sentimiento de conocer sean especialmente intensas, sólo es preciso que en la mente haya, por sutiles que sean, poco más que insinuaciones, para proporcionar una conexión entre el objeto y el organismo. A fin de cuentas, lo que más importa es el objeto para que el proceso sea adaptativo.

Este relato no verbal, a mi entender, es como un dar cuenta de lo que ocurre tanto en la vida como en el cerebro, aunque no es aún una interpretación. Se trata más bien de una descripción no solicitada de acontecimientos, en la que el cerebro se permite responder a preguntas que nadie planteó. Michael Gazzaniga ha propuesto la noción de «intérprete» como un modo de explicar la generación de conciencia. Además la ha relacionado de una manera bastante atinada con la maquinaria del hemisferio izquierdo y el proceso del lenguaje que tiene lugar en esa región cerebral. Si bien me gusta mucho la idea que propone (de hecho le da un toque distinto más acorde a la realidad), creo que se aplica plenamente sólo al nivel del sí mismo autobiográfico, y no tanto al del sí mismo central.9

En cerebros dotados de memoria abundante, lenguaje y razonamiento, los relatos con un origen y contorno sencillos similares se enriquecen y se deja que desplieguen aún más conocimiento, lo cual acaba por producir un protagonista bien definido, un sí mismo autobiográfico. Se pueden añadir interferencias y dar lugar a interpretaciones reales del desarrollo del proceso. Sin embargo, tal como veremos en el siguiente capítulo, el sí mismo autobiográfico sólo puede ser construido por medio del mecanismo del sí mismo central. El mecanismo del sí mismo central que acabamos de describir, afianzado en el proto sí mismo y sus sentimientos primordiales, es el mecanismo principal para la producción de la mente consciente. Los complejos dispositivos que son precisos para extender el proceso al sí mismo autobiográfico dependen del funcionamiento normal del mecanismo del sí mismo central.

¿El mecanismo que se encarga de conectar el sí mismo y el objeto sólo vale para objetos realmente percibidos y no para los objetos recordados? La respuesta es que no. Dado que cuando aprehendemos un objeto dejamos constancia no sólo de su apariencia física, sino también de nuestras interacciones con ese objeto —los movimientos de los ojos y la cabeza, etcétera—, el acto de recordar un objeto abarca el recuerdo de un variado paquete de interacciones motoras que retenemos en la memoria. Tal como sucedía en el caso de las interacciones motoras reales con un objeto, las interacciones motoras imaginadas o recordadas pueden modificar, en el acto, el proto sí mismo. Si esta idea es correcta, permitiría explicar por qué no perdemos la conciencia cuando, despiertos en una habitación silenciosa con los ojos cerrados, nos dejamos llevar por las ensoñaciones... un pensamiento, me imagino, que resultará más bien reconfortante.

Para concluir, la producción de pulsos de sí mismo central en relación a un gran número de objetos que interactúan con el organismo, garantiza la producción de sentimientos relacionados con el objeto. A su vez, este tipo de sentimientos construyen un sí mismo firme, cuyo proceso contribuye a conservar la alerta del estado de vigilia. Los pulsos del sí mismo central también confieren grados de valor a las imágenes del objeto causante, y de este modo, le dan mayor o menor prominencia. Esta diferenciación de las imágenes que fluyen organiza el paisaje de la mente, configurándolo en relación con las necesidades y las metas del organismo.

El estado de sí mismo central

¿De qué modo podría el cerebro poner en aplicación el estado de sí mismo central? La investigación nos lleva primero a procesos bastante locales en los que intervienen un número limitado de regiones cerebrales, y luego a procesos distribuidos por todo el cerebro, en los que intervienen muchas regiones simultáneamente. Las etapas relativas al proto sí mismo no son difíciles de aprehender en términos neurales. El componente interoceptivo del proto sí mismo se basa en la región superior del tronco cerebral y en la ínsula; el componente de los portales sensoriales se basa en las cortezas somatosensoriales convencionales y los campos oculares frontales.

Para que el sí mismo central surja es preciso que cambie el estatus de algunos de estos componentes. Hemos visto que cuando un objeto percibido precipita una reacción emocional y altera los mapas maestros interoceptivos, se sigue una modificación del proto sí mismo, que de esta forma altera los sentimientos primordiales. De igual modo, los componentes de los portales sensoriales del proto sí mismo cambian cuando un objeto involucra a un sistema perceptivo es atraído por un objeto. En consecuencia, las regiones que intervienen en la elaboración de imágenes del cuerpo cambian inevitablemente en zonas relacionadas con el proto sí mismo, como el tronco cerebral, la corteza insular y las cortezas somatosensoriales. Estos acontecimientos diversos generan microsecuencias de imágenes que son introducidas en el proceso mental, entendiendo por ello que son introducidas en el espacio de las imágenes de las cortezas sensoriales iniciales y de las regiones escogidas del tronco encefálico, aquellas regiones en las que se generan y modifican los estados de los sentimientos. Las microsecuencias se suceden unas a otras como los latidos en el pulso, de manera irregular pero segura, durante tanto tiempo como los acontecimientos sigan ocurriendo y el nivel de vigilia se mantenga por encima del umbral crítico.

Hasta este momento, en los casos más simples del estado de sí central, no hay probablemente necesidad de un dispositivo de coordinación central ni ninguna necesidad de que las imágenes se muestren en una pantalla única. Las fichas que son las imágenes caen donde tienen que hacerlo, es decir, en las regiones en que se elaboran las imágenes, y entran en el torrente de la mente por orden y en su momento apropiado.

Figura 8.4. Esquema de los mecanismos del sí mismo central. El sí mismo central es un estado mixto, cuyos principales componentes son: el sentimiento de conocer y la prominencia del objeto que originalmente dio lugar a esos sentimientos. Otros componentes importantes son la perspectiva, un sentido de la pertenencia y la agencialidad.

Para que se complete la construcción del estado que es el sí mismo, sin embargo, el proto sí mismo debe conectarse con las imágenes del objeto causante. ¿Cómo se puede llevar a cabo esto? ¿Y cómo llega a organizarse el conjunto de estos conjuntos dispares de imágenes de modo que el conjunto constituya una escena coherente y, por tanto, un pulso plenamente desarrollado de sí mismo central?

La sincronización probablemente desempeñe también aquí cierto papel, cuando el objeto causante empieza a ser procesado y comienzan a producirse cambios en el proto sí mismo. Estos pasos tienen lugar en el marco de una estrecha proximidad temporal, en forma de una secuencia narrativa que viene impuesta por los acontecimientos reales. El primer nivel de conexión entre el proto sí mismo modificado y el objeto surgirá de manera natural de la secuencia temporal con que las imágenes correspondientes son generadas e incorporadas al séquito de la mente. En resumen, el proto sí mismo necesita estar operativo, lo suficientemente despierto como para producir el sentimiento primordial de la existencia despojada de su diálogo con el cuerpo. Luego, el procesamiento del objeto tiene que modificar los diversos aspectos del proto sí mismo, y estos acontecimientos tienen que ser conectados unos a otros.

¿Habría alguna necesidad de dispositivos neuronales de coordinación para crear la narración coherente que define al proto sí mismo? La respuesta depende de lo compleja que sea la escena y de si intervienen múltiples objetos. Cuando intervienen múltiples objetos, y aunque la complejidad no se acerque en ningún momento al nivel que consideraremos en el capítulo siguiente, cuando tratemos del sí mismo autobiográfico, creo que necesitamos, en efecto, dispositivos de coordinación para alcanzar la coherencia, y lo cierto es que en el nivel subcortical tenemos algunos buenos candidatos para desempeñar esta función.

El primer candidato es el colículo superior. Su candidatura despertará la sonrisa de más de uno, aunque no se pueden poner en tela de juicio las credenciales de coordinación de este fiable y probado dispositivo. Por razones que ya señalamos en el capítulo 3, las capas profundas del colículo superior resultan ser idóneas para desempeñar la función de coordinador. Al ofrecer la posibilidad de superponer imágenes de diferentes aspectos del mundo interior y exterior, las capas profundas de los colículos constituyen un modelo de lo que con el tiempo se convirtió en un cerebro capaz de elaborar una mente y un sí mismo.10 Las limitaciones son, sin embargo, obvias, y no podemos esperar que los colículos sean el principal coordinador de las imágenes corticales cuando se alcanza el nivel de complejidad del sí mismo autobiográfico.

El segundo candidato para desempeñar el papel de coordinador es el tálamo, y en concreto los núcleos asociativos del tálamo, cuya situación es ideal para establecer vínculos funcionales entre conjuntos separados de actividad cortical.

Viaje por el cerebro mientras forma una mente consciente

Imaginen que me encuentro en la playa y estoy contemplando un grupo de pelícanos que van en busca de alimento para dar de comer a sus crías. Vuelan con elegancia sobre el océano, a veces rozando casi la superficie del agua, otras lo hacen mucho más alto. Cuando divisan un pez, se lanzan en picado, evocando con su picos la estilizada silueta del Concorde en maniobra de descenso, las alas replegadas hacia atrás, dibujando con el cuerpo la hermosa forma de una delta. Tras la zambullida desaparecen bajo las aguas, para aparecer apenas un segundo después, triunfales, con su pez.

Mis ojos están ocupados siguiendo a los pelícanos; cuando se mueven acercándose o alejándose, los cristalinos en el interior de mis ojos modifican la distancia focal, las pupilas se ajustan a las variaciones de luz, y los músculos oculares trabajan con brío para seguir los rápidos movimientos de las aves. El cuello me ayuda con ajustes apropiados, y mi curiosidad e interés se ven colmados al poder observar un ritual tan extraordinario. Disfruto con el espectáculo.

Como consecuencia de todo este frenesí de vida y esta actividad febril en el cerebro, a las cortezas visuales de mi cerebro llegan señales frescas de los mapas de la retina que representan gráficamente a los pelícanos y definen su apariencia como objeto a conocer. En mi cerebro se están elaborando una profusión de imágenes en movimiento. Siguiendo caminos paralelos, las señales están siendo procesadas asimismo en una diversidad de regiones cerebrales: en los campos oculares frontales (área 8, que se ocupa de los movimientos oculares pero no de las imágenes visuales per se); en las cortezas somatosensoriales laterales (que dibujan la actividad muscular de la cabeza, el cuello y el rostro); en las estructuras relacionadas con las emociones, en el tronco encefálico, en el cerebro anterior basal, en los ganglios basales y las cortezas insulares (cuyas actividades combinadas contribuyen a generar la sensación de placer que siento al percibir la escena); en los colículos superiores (cuyos mapas reciben información sobre la escena visual, los movimientos oculares y el estado del cuerpo); y en los núcleos asociativos del tálamo, que todo el tráfico de señales en la corteza y en las regiones del tronco encefálico hace intervenir.

¿Y cuál es el resultado de todos estos cambios? Los mapas que trazan el estado de los portales sensoriales y os mapas que conciernen al estado interior del organismo están dejando constancia de una perturbación. Una modificación del sentimiento primordial del proto sí mismo, que ahora se convierte en diferentes sentimientos de conocer relativos a los objetos con que interactúa. En consecuencia, los mapas visuales recientes del objeto a conocer (la bandada de pelícanos en busca de peces) reciben mayor prominencia que otro material que está siendo procesado de manera no consciente en mi mente. Este otro material podría competir por un tratamiento consciente, pero no consigue hacerlo, porque, por varias razones, los pelícanos son muy interesantes, es decir, me resultan valiosos. Los núcleos encargados de la gratificación y el refuerzo, situados en regiones como el área tegmental ventral del tronco encefálico, el núcleo accumbens y los ganglios basales, logran dar ese tratamiento especial a las imágenes de los pelícanos, seleccionando para ello neuromoduladores en las áreas de elaboración de imágenes. Un sentido de la pertenencia de las imágenes, así como un sentido de la agencialidad surgen de este tipo de sentimientos de conocer. Al mismo tiempo, los cambios en los portales sensoriales han colocado el objeto a conocer en una definida perspectiva relativa al mí mismo.11

De este mapa cerebral a escala global surgen, como si fueran pulsos, estados del sí mismo central. Pero, de repente, el teléfono suena y el encanto se rompe. Mi cabeza y mis ojos se mueven inexorablemente aunque con renuencia hacia el aparato. Me levanto. Y todo el ciclo de elaboración de la conciencia empieza de nuevo. Los pelícanos han salido de mi campo visual y de mi mente, ahora centrada en el teléfono.