Contra reembolso
Jonathan Milos
Las demoras en las entregas de envíos postales y similares suelen dar lugar a situaciones curiosas… especialmente si la demora es de unos cuantos millones de años.
Salud, gente de RC 7761, también conocido como Tierra.
Bueno, eso es una tontería. No he invertido todo mi tiempo y mi balanza de cambios para atestar mi monitor cerebro con vuestras expresiones idiomáticas, y acabar dirigiéndome a vosotros de ese modo. Ni siquiera a aquellos pocos de vosotros a los que hablo directamente.
Tal vez jamás lleguéis a captar lo que os digo, pues ignoro qué clase de censura tenéis allá abajo; quizá os hayan dicho que sólo existe un contacto con el Consorcio de las Mil Estrellas, pero no os han dicho la verdad. Mantenemos abierta una línea de comunicaciones; aquellos de vosotros que tenéis acceso a ella, la llamáis Videspacial. Interesante expresión. Si os apeteciera hablar del tema, lo lamento, no estáis cualificados. No necesitamos oradores, necesitamos oyentes. Especialmente de Erre… quiero decir, de la Tierra. Ya comprenderéis el porqué.
Me encontraba en una taberna de Ef’tle, mascando las bayas del olvido, una fruta inocente, pero que resulta tóxica si se comen demasiadas. Aunque, la verdad sea dicha, el chil, mi licor favorito, también lo es. Y si cada tantas revoluciones no depuro mi cerebro almacenador, no me quedaría sitio para colocar historias, y lo cierto es que me gano bien la vida con ellas. El Servimed receta pastillas para la resaca producida por las bayas, pero el chil sólo se consigue con dinero.
Ahí estaba yo, pues, mascando bayas y tragándome las semillas, con lo que aprovechaba para limpiarme el cuerpo y la mente al mismo tiempo, cuando se me acercó un zhanzherezhino, quiero decir, una zhanzherezhina, y le echó un vistazo a mi plato.
—Honores —dijo.
—Honores a ti —repuse. En ese momento advertí que llevaba puesta una placa del Servirresc y un pendiente de capitán, y que tenía las garras vacías—. Al parecer acabas de aterrizar. ¿Qué bebes? Elige.
—No acabo de aterrizar —zumbó—, y no bebo.
Se trataba de una novedad digna de registrar ahí mismo. Los pilotos zhanzherezhinos son bastante comunes —en todo nos imitan a nosotros, pobres criaturas sin ojos facetados ni giroscopios incorporados a nuestros cráneos— pero una capitana zhanzherezhina recién desembarcada y sobria no sólo no era común, sino que, a mi juicio, era algo imposible.
Aparté el bol de bayas y calenté mis nervios grabadores.
—Transacción cuando tú digas —le anuncié.
—¿Cuánto ofreces por un cuento sobre el mundo RC 7761?
Mordí con fuerza y me lastimé con una semilla de baya que se me había extraviado en la boca. El RC 7761 es un planeta exterior a las Mil, cuyos habitantes, sabios preespaciales, lo denominan Tierra, o Suelo. Sé que una nave del Servirresc había concluido con ellos cierto trato que había despertado a los espíritus gemelos del Rumor y el Secreto; si conseguía descubrir algún hecho, el que fuese, sobre el asunto, bien valía la pena arriesgar mi placa. De modo que me limité a calcular mi balanza de cambios, le resté una octava parte para emergencias y le ofrecí el resto a la zhanzherezhina.
Me lanzó un zumbido y dijo:
—Me basta.
Hubiera jurado que debía bastarle; se trataba del doble de lo que cobraba un capitán como salario de cambio garantizado durante una revolución entera. Pero me limité a decirle:
—Transfiero —y unimos nuestras placas. Clic, zum. Hoy en día resulta tan sencillo gastarse el balance… Pedí una jarra de chil con lo que quedaba de mis finanzas, conecté nuestros cerebros y me dispuse a escuchar.
Hace siete millones de revoluciones (dijo la capitana) el Servicient detectó un fulgor magnético a punto de estallar en el Segmento C de la Galaxia R; el fulgor no revestía una excesiva importancia pero la suficiente como para despertar a la Gran Bestia con criaturas neuronalmente avanzadas. Por eso enviaron al Servirresc para explorar y evacuar si era preciso.
El Servirresc se encontraba entonces, como ahora, sobrecargado, y a nadie se le ocurrió que deberían evacuar nada, de modo que lo único que enviaron fue un ligero crucero científico y un congelador de masas sublumínico del tipo Obon, que, dicho sea de paso, no se fabrica desde hace cinco millones de revoluciones. Todo esto me consta, lo he comprobado porque tengo al Servijust en la punta de un ala; pero eso ahora no viene a cuento.
En fin, cuando ese antiguo equipo de Rescate llegó a RC 7761, se encontraron con vida inteligente; no era una tecnociv, pero usaban herramientas, tenían un control limitado del fuego y se agrupaban en aldeas. Se trataba de un buen inicio para recorrer el camino hacia las Mil, y estaba a punto de ser borrado de un plumazo.
Sólo el Matador de la Bestia sabe cómo se comunicaron con los nativos. Por aquella época el metaenlace se encontraba aún en la etapa en que había que freírse el cerebro. Tal vez contaran con algunos telépatas naturales. De todos modos, lograron convencer a los nativos, que denominaban Reeth a su planeta, de que la enorme cosa amarilla y brillante iba a aumentar y a comérselos a todos, a menos que subieran a bordo del pequeño hermano plateado de la luna aparcado en la órbita de su planeta. ¿He comentado ya que aquel sitio tenía una luna? Pues sí, la tenía, y grande, del tamaño de un Puesto de Avanzada de las Mil. De modo que los nativos y parte de su ganado subieron a la nave y quedaron congelados. El Servirresc tuvo que apresurarse para hacerlos entrar antes de que se produjera la tormenta magnética, pero lo lograron, como es normal en ellos.
Tuvieron que buscarles un planeta para reasentarlos. No podían esperar a que se produjese el fulgor para devolverlos a su planeta; el ecosistema habría quedado hecho trizas y jamás se hubieran acostumbrado a él. De modo que hubo que buscarles otro sitio.
Todas las razas se parecen en un punto: son imposibles de conformar. A una le gusta el calor; a otra el frío; a una tercera le hacen falta los ultravioleta para mantener a raya su tensión genética; una cuarta precisa manantiales de ácido caliente…
Y mientras buscaban un lugar adecuado para meter a cincuenta mil reethis congelados se produjo un, bueno, un error burocrático.
Sostengo que ese detalle cae dentro de las responsabilidades del Servicomp, sí, ya sé lo que dice la letra pequeña del contrato del Serviste, pero insisto… bueno, pido disculpas. Continúo.
(La capitana se cubrió los ojos para no ver a un grupo de zhanzherezhinos juerguistas). Lo que ocurrió fue que los archivaron mal.
Se perdieron. Los olvidaron. Durante siete millones de revoluciones, aquel antiguo Obón continuó su viaje hacia la nada, con su tripulación a bordo helada pero contenta. Tuvieron suerte de encontrarse en una nave subluminosa: gracias a la dilatación temporal la maquinaria no se desgastó y nadie se descongeló demasiado pronto.
El Servicomp aduce que nunca se les pierde nada, que ellos se limitan a establecer tiempos de acceso largos. Quizá tengan razón. Finalmente lograron encontrar el antiguo congelador de masas. ¿Y adivina a quién escogieron para repatriarlos? A mi nave y a mí, por supuesto. Cien mil tripulaciones en mi haber y…
En fin, que fue idea nuestra conducir a los reethis de vuelta al 7761. La búsqueda de planetas no ha mejorado mucho en siete megarrevoluciones, pero sin duda las cosas se habrían estabilizado en aquel lugar después de todo ese tiempo. ¿La evolución? Por supuesto que se habría producido una evolución, pero las Mil duraron, ¿cuánto? ¿Cien millones de revoluciones? Ya sabemos cómo funciona la evolución. Lo sabemos. Como que los zánganos aman a la Reina.
Nos encontramos con un planeta entero que producía ruidos de frecuencia media, eliminaba los desechos de la combustión en la atmósfera a una velocidad increíble —habríamos sido incapaces de respirar ese aire durante una nanorrevolución sin caernos muertos allí mismo— y con unas estaciones que parecían naves estelares de mantenimiento por toda su superficie. Digo, parecían. Intentamos acoplarnos y bajar en una, pero, que la enredada Bestia la maldiga, se trataba de un hábitat complejo. Imagínate: ¡una ciudad tenía el tamaño de un crucero medio! Y aquélla no era siquiera de las más grandes. Nos dirigieron hacia ella, que tampoco contaba con instalaciones, a excepción de una gran zona pavimentada que llevaba el nombre de una deidad tribal.
Este sitio, Advancedyork, contaba con un centro de negociaciones intertribales, aparentemente el único en funcionamiento. Después nos enteramos de que contaba con el tribalismo y la demolición por fusión, pero de los generadores de fusión, ni noticia. Así y todo, que la Red los entrampe.
Bajamos en el transbordador, asegurándonos de ir bien dotados de ambientación portátil. Les dijimos para qué habíamos ido, que teníamos una nave cargada con sus antepasados, que acababan de descongelarse, y que se los devolvíamos a cambio de la tarifa acostumbrada.
(La capitana hizo una pausa y se alisó el pelaje. En consideración a mis oyentes, he de decir que la tarifa a la que la capitana hace referencia la negocia el Servirresc con el grupo al que sirven. Solicitan todo aquello que pueden conseguir, y todo queda asentado en el recibo indestructible. Si, y sólo si el recibo por los servicios queda en blanco, el Serviecono reembolsa los gastos al grupo, y nada más. El Servirresc se ha vuelto muy ducho en la negociación de tarifas. Y al fin y al cabo, ¿cuánto os parece que vale que os salven de morir quemados?).
Al menos (prosiguió la zhanzherezhina), nuestra Enlace intentó hacerles entender ese punto. Si anteriormente dije que ignoraba cómo se comunicaban con los nativos antes del metaenlace, juro que ahora no lo comprendo. En estos momentos, nuestra Enlace se encuentra en el Servimanten. Es de esas que si se encuentra con algo parecido a una mente estrecha, se sube por las paredes.
Por ese motivo, no puedo contarte demasiado sobre lo que ocurrió entre los habitantes. Al parecer, una tribu adujo que no tenía sitio para los reethis porque acostumbraba planear la economía de antemano. Otra tribu manifestó que se quedaría con todo el grupo porque ellos eran la tierra de las calles del metal blando, y la primera tribu los acusó de algo que es una expresión intraducibie y se ofreció a pagar la tarifa entera más un diez por ciento extra en vehículos de combate armados de tierra. Ciertas tribus menores indicaron que estaban dispuestas a quedarse con los reethis si con ello lograban hacer que las primeras dos lucharan entre sí. Como comprenderás, esto es lo que una Enlace histérica me contó. Al parecer, incluso existía una especie de leyenda local importante, que hablaba de un diluvio de un fluido moderador de neutrones y no de radiación electromagnética.
Volvimos a subir la tarifa y todo el mundo se pacificó. Al parecer, las tribus jamás forman consejo para hablar de asuntos de comercio, sino que se limitan a discutir las limitaciones del comercio de otras tribus. Entonces resultó que no sabían casi nada del deuterio, y que en ninguna parte contaban con un depósito de este material que mereciese la pena cargar a bordo. Incluso jamás habían oído hablar del wykoras skansi. Les preguntamos qué tenían de valioso, y nos citaron unos cuantos metales fácilmente sintetizables.
Le ordené a la Enlace, que ya estaba nerviosísima pero no del todo ida, que explorase a algunos de los nativos para averiguar qué materiales consideraban ellos como valiosos. La primera respuesta fue universal, pero dudo que la novedad fuera a durar. La segunda es difícil de exportar, porque sólo existe un Universo del que uno puede ser el dueño absoluto. Y así, nos encontramos con cosas francamente increíbles. Finalmente, hallamos algo que llamaban «petróleo». Era un material que se aproximaba bestialmente a lo mágico; fueron las palabras de la Enlace. Pobre, supongo que ella no tenía la culpa, al fin y al cabo es una empleada.
La cuestión es que esto del «petróleo» era un tema en el cual no hubo dos portavoces tribales que se pusieran de acuerdo y que lo vieran del mismo modo. Con respecto al valioso metal blando, todos compartían la misma idea —pilas de relucientes lingotes, dorados—, pero aquello del «petróleo» era diferente. Algunos de ellos veían una especie de torres; otros, unos cilindros metálicos; otros, unos campos de arena; otros, enormes embarcaciones de metálica superficie… ¿os dais cuenta de por qué no lográbamos captar la imagen? ¡Que la Reina maldiga al Servicom! Perdón, pido disculpas.
Finalmente, les dijimos que nos llevaríamos una nave cargada de «petróleo». Inmediatamente, todos se pusieron a protestar. Había un pequeño grupo de tribus al que el material los volvía locos. Finalmente, logramos entender algo sobre las fuentes energéticas y la escasez. Fue ahí cuando nos enteramos de que la fusión del material era incontrolada y que carecían de generadores.
Entonces, y que mi maldita boca se pase la eternidad mascando la Red, a mí se me ocurrió sugerirles:
—¿Firmaréis el recibo si al trato agregamos una cápsula d?
Al fin y al cabo, la nave sólo necesitaba dos de las tres cápsulas, y no veas las ganas que tenía ya de largarme de aquel sitio.
Nos llamaban «bes», no sé si te lo dije; se trata del segundo símbolo de su sistema de escritura. Beeés, como el ruido que hacen las alarmas de las esclusas de aire. Quizá lo hicieran porque el sonido guardaba alguna relación con la configuración de nuestra habla. Beeés, ¿acaso hablo yo así?
(La sobriedad le quitaba muchos méritos a la capitana. Le dije que su voz era hermosa, que no se parecía en absoluto a la alarma de una esclusa de aire). Bien. Te diré que durante el descenso observamos una criatura que se parecía a ti, Informador, pero se denominaba «alce».
Finalmente, con la nave cargada de «petróleo», que en definitiva iba metido en unos cilindros metálicos, partimos con la esperanza de no regresar jamás.
Entonces… entonces… A veces, Informador, tengo la impresión de que estamos todos atrapados en la Red de la Gran Bestia, pero que todavía no hemos llegado a las cuerdas. Cuando nos encontrábamos a unas mil revoluciones luz, sufrimos una avería… Te preguntarás si fue la velocidad de salida de la maniobra, o si se trataba de una recirculación defectuosa. Pues no. La avería se produjo por culpa de una cápsula d, por supuesto, lo que nos dejaba con la potencia reducida a la mitad. Eso nos obligó a reducir a un cuanto superluminoso, de modo que para hacer un viaje de una décima de revolución tardamos una revolución entera.
A medida que avanzábamos con dificultad, uno de los científicos de a bordo sugirió que hiciéramos pruebas con el valiosísimo «petróleo» para descubrir sus características.
Logramos averiguarlo. Habíamos conseguido un recibo, completamente pagado —y para ello habíamos renunciado a nuestro subsidio de gastos del Serviecono— por un cargamento de hidrocarburos líquidos, totalmente sin refinar. ¡Una nave llena de bebidas alcohólicas en bruto!
—¿Qué hicisteis entonces? —inquirí. Era la primera vez que había tenido que impulsar a la Capitana para que continuara el relato.
—¿Qué crees tú que hicimos? Perdón, te pido disculpas. Tu cerebro cognoscitivo no está funcionando. —Dicho lo cual miró con amargura mi jarra de chil—. Lo destilamos y nos lo bebimos, claro. Bebimos y bebimos. Debo admitir que no era de mala calidad. Pero ¿puedes imaginarte una revolución entera en el espacio, borracha, con una tripulación en iguales condiciones? Yo, que soy la vida de la Reina, me maravillo de esos terráqueos que viven en un período solar de sólo una décima de revolución, y respiran una atmósfera que emborracharía a cualquier criatura pensante.
«Ahora sabes por qué no me embriago, y quizá no vuelva a embriagarme jamás. Al menos no lo haré hasta que el Servijust encuentre algún fallo legal en ese recibo de pago».
Desconecté nuevamente mis nervios e incliné mis cuernos. La operación de intercambio había sido fructífera.
Y bien, ahora sabéis por qué sois tan pocos los de RC 7761, que muchos conocen con el nombre de Tierra, los que lograréis oír cosas a través de la Videspacial. ¿Creéis acaso que la Capitana habría narrado esta historia a un terráqueo? Yo os la he referido por completo, no lo olvidéis, tal y como aparece en la edición a Todas las Miles. Cualquier omisión será debida a errores de vuestra gente, del mismo modo que no fue error nuestro el que vosotros decidierais traducir nuestras revoluciones por vuestros «años», o que hayáis calculado mal la edad de los antepasados que os devolvimos asumiendo que os quedabais con un cargamento de cavernícolas o como se llamasen. La Capitana del Servirresc en ningún momento dijo que los reethis fueran humanos, o primates o mamíferos.
Pero alegraos bien, terráqueos. (Otra vez la maldita píldora de las expresiones idiomáticas). Esta noche, salid a dar un paseo por una calle iluminada con la limpia energía de fusión que os dimos como parte del trato, y luego, decidle algo amable a un reethi, nombre que ellos prefieren en lugar del que vosotros les pusisteis cuando los disteis por desaparecidos hace tantos millones de revoluciones, o mejor dicho, decenas de millones de años. Una cosa más: tened por seguro que son mucho más inteligentes que los dinosaurios, que sí fueron eliminados a raíz de aquel fulgor magnético.
No debéis olvidar que en este regateo astuto vosotros salisteis ganando.