Capítulo  Cuatro

 

Viviendo en el Amor

 

Cuando el Amor se sienta en el trono del alma, comenzamos a trabajar por metas espirituales, que generan consecuencias más allá de nuestra propia gratificación, las cuales son también trascendentes, es decir que van más allá de nuestra propia limitada existencia terrena, y dejamos nuestra impronta productiva y benéfica en el mundo, lo cual definitivamente no tardará a darse la vuelta en nuestro retorno y al final nos hará felices. Gozosos de ser aquello para lo que fuimos creados en primer lugar, de cumplir con un propósito, verdadero y honesto, toda vez que está motivado por el Amor mismo. Ser algo hermoso, desde una estética espiritual, donde somos artistas de nuestro destino, forjadores de bendiciones que muchos disfrutan.

Para ello, hace falta a veces sufrir, lo cual parece ser paradójico, pues pocos razonan que sea posible sufrir para ser feliz. Pero es que el Amor implica sacrificio, postergar nuestras necesidades y deseos a favor de un tercero, y dicha postergación indefectiblemente genera algún tipo de dolor. Ello es particularmente evidente en la familia, es pauta fundamental en las relaciones conyugales sanas, donde a veces hace falta postergar, dejar para otro momento mi propia satisfacción. ¿Cómo, sino así, es posible el alumbramiento? ¿Acaso nuestras vidas no comienzan en este mundo gracias al dolor que le causamos a nuestras madres? Entonces el amor implica sacrificio, que a su vez produce dolor, pero que al final le otorga la vida a otros y en recompensa nos hace felices.

Al vivir en Amor, nuestro comportamiento es necesariamente ético, lo cual está claro en la imprescindible convivencia, estar con otros es lo contrario de estar solos, la gregariedad esencialmente humana hace que el Amor sea el cemento de la unidad, la coyuntura que flexibiliza las posturas. El Amor evita que pasemos por alto las necesidades de los demás, solo por amar nuestras propias apetencias y en ello hace que no hagamos lo indebido, definiendo indebido como aquello que hace daño a todos. Matar al prójimo, en todo lo que puede ser destruido de él, incluso su moral, su valor, indica que en el trono de nuestro corazón están sentados los deseos egoístas, y podemos cometer feroces atrocidades si las circunstancias confluyen en presionarnos hacia ello.

Muchos entonces pretenden cambiar las circunstancias, para evitar que nuestro egoísmo termine por destruir a quienes nos rodean, pero esto no soluciona la raíz del problema, la cual se ubica en nuestras propias almas, si bien las circunstancias pueden propiciar determinados comportamientos, somos libres de decidir qué hacer ante ellas y dicha decisión dependerá finalmente de quien esté sentado en el trono del alma, cual es el tesoro de nuestras vidas, el cual termina por ser la brújula de nuestro destino. “Las personas solo roban porque tienen hambre” es una explicación simplista que pasa por alto lo que de verdad ocurre en nuestros corazones.

En distintos niveles de la satisfacción de deseos, las personas en nuestro egoísmo, somos capaces de robar, ya sea derechos, voluntades, tiempo y bienes. Mientras que muchos que han conocido el Amor, son capaces de postergar y vivir, encontrando otro tipo de soluciones a los problemas circunstanciales. Pues como he dicho antes, hay muchas maneras de robar, que van más allá de simplemente arrebatar un objeto físico. Lo cual a veces tiene más que ver con la jactancia ante el entorno que con necesidades legítimas.

Estar por encima de nivel de los demás, ser mejor que los demás, competir siempre con otros, tiene que ver con esa jactancia contraria al Amor. La Auto-superación, tiene que ver con trascender las limitaciones propias y crecer, elevarnos por encima de lo que fuimos ayer, si hemos avanzado, si hemos superado nuestro propio record, si ese crecimiento es continuo, si hemos dado lo mejor que tenemos, existen razones para sentirnos felices, lo cual contradice la intención de superar siempre a los demás y de compararnos constantemente con otros.

El Egoísmo, por estar centrado en sí mismo, es jactancioso, mientras que el Amor es humilde, pues permite un concepto sano del sí mismo, uno basado en la igualdad y la tolerancia. El individuo que está centrado en motivaciones correctas, no requiere del reconocimiento constante por parte de otros para satisfacer su propio afecto, pues es feliz en la bendición que otros poseen, mientras que la ostentación del egoísmo procura la obtención constante de las alabanzas de los terceros, sin las cuales entra en la desdicha. El deseo de que otros digan que soy esto o aquello va mucho más de la búsqueda de correspondencia en el Amor, y tiene que ver con la propia insatisfacción con lo que se es, la cual solo es posible porque el Ego se ha posicionado en el trono.

Hoy es tiempo de despojarnos del egoísmo y apropiarnos del Amor, el cual nos permite tolerar, ser pacientes, respetar, enseñar, bendecir, crecer, colaborar e incluir sin temor.