Capítulo Tres
Una sociedad sin Amor
Nuestra sociedad sufre, porque no hemos podido conocer al Amor ni mucho menos vivirlo. Vivimos para el egoísmo y nos convertimos en transgresores, en asesinos potenciales de todo aquello que se pueda interponer entre nosotros y esa meta que nos hemos trazado a fin de auto gratificarnos. Y esta gratificación debe ser lo más rápida posible. La esperanza está íntima asociada al amor pues se trata de esperar el momento oportuno, el kairos en griego, la ocasión correcta del logro de metas, en la cual no se violente el principio del Amor, de manera que en el centro del amor o lo que yo llamaría “el trono del alma” no se siente otro más que el Amor mismo.
Por lo dicho antes, el egoísmo es intrínsecamente impaciente, porque solo se trata de nuestro tiempo, es decir de nuestras vidas, cuando pasamos por alto la ocasión de otros, por ejemplo, al saltarnos de lugar en una fila, estamos robando parte de la vida de los demás, el tiempo que ellos han invertido se hace vano, mientras el nuestro está supra valorado, ya que solo somos capaces de pensar en nuestra propia gratificación instantánea. Y lo dicho es solo un síntoma, evidencia circunstancial de lo que suele ocurrir cuando no vivimos en amor, pero nuestras acciones pueden ser mucho peores.
Robamos la vida de otros cuando por medios ilegítimos nos apropiamos de un puesto de trabajo o de la autoría intelectual por una obra, lo cual comenzamos a practicar desde muy jóvenes cuando copiamos un examen en la escuela, o pagamos a otro para que realice nuestra tesis de grado. Trasgredimos los derechos de los otros, y le hacemos a nuestros congéneres lo que odiaríamos que nos hicieran a nosotros. Es consecuencia ineludible de no Amar al amor, sino a nosotros mismos.