Marc y Martina volvieron al hotel y él y Tosca se encargaron de que nadie les impidiese llegar a la habitación de su hermana pequeña: después de lo que había llorado encima de esa roca contándole lo que le había sucedido con Leo, Marc sabía que Martina quería estar sola.
Llegaron a recepción y al ver a Olivia, Tosca corrió hacia ella. A Marc también se le iluminó el rostro, aunque él fue capaz de contenerse (o casi) y con el gesto le pidió a su prometida –le encantaba esa palabra-que lo esperase.
-Siento haberte echado a perder el día –se disculpó Martina tras carraspear.
-No digas tonterías –le contestó Marc-. Me gusta estar contigo, lo único que lamento es que no me dejes ir a decirle al señor Juez lo que pienso de él.
-Gracias, Marc –susurró Martina abrazándolo por la cintura.
-De nada, petarda. Vamos, túmbate un rato y descansa. Esta tarde Olivia y yo queremos enseñaros la casa y llevaros a tomar un helado.
-No sé, tal vez debería quedarme. No quiero aguarte la celebración.
-Mira, petarda, más te vale estar lista a las cinco o vendré a despertarte como cuando éramos pequeños. Y traeré a los demás conmigo –la amenazó.
-Está bien –dijo ella levantando las manos para indicarle que se rendía-. Vendré, pero luego no digas que no te he avisado. Seguro que lloraré cada dos por tres. Yo soy así, “emocional y exagerada”.
-Eres perfecta, Martina. Diga lo que diga el juez estirado-. Su hermano se acercó a darle un beso en la frente-. Descansa un poco, seguro que te irá bien dormir. Y no, no me recuerdes lo que has estado haciendo toda la noche; un hermano no debería saber jamás esas cosas de sus hermanas pequeñas. Es asqueroso.
-Ya, y seguro que tú y Olivia sólo jugáis a las cartas.
-Eso es distinto.
-Ah, claro, no me había dado cuenta. Bueno, no te preocupes, a juzgar por la desaparición de Leo, no volveré a hacerlo en mucho tiempo-. Martina intentó bromear, pero sólo con mencionar el nombre de Leo se le llenaron los ojos de lágrimas.
-Oh, vamos, cariño –Marc se sentó en la cama junto a su hermana y la abrazó de nuevo-. No llores más. No se lo merece.
Martina lloró durante unos segundos y se dejó abrazar por Marc hasta que creyó que podía contenerse y recuperar la calma.
-No va a venir, ¿ah, qué no?
Marc le apartó un mechón de pelo del rostro y la miró afectuoso.
-No lo sé, Martina. No lo sé. Pero no importa, y sabes por qué.
-¿Por qué? –Sorbió por la nariz y se secó las lágrimas del rostro con ambas manos.
-Porque mañana me caso y tú estarás a mi lado, y los demás, y será un día maravilloso. No soy perfecto, Martina, y tú lo sabes mejor que nadie. No, escúchame –le dijo al ver que ella iba a interrumpirlo-; estuve a punto de convertirme en un borracho, en echar toda mi vida por la borda, en destrozar a toda mi familia por culpa de mi inconciencia. Antes de que conociese a Olivia, tú fuiste la única que me plantó cara, así que no me digas que vas a rendirte ahora. Si yo he encontrado la felicidad, si una mujer tan increíble como Olivia no sólo se ha enamorado de mí sino que además está dispuesta a casarse conmigo y a convertirme en padre, entonces a ti te espera algo increíble. Créeme, en algún lugar hay un hombre que estará dispuesto a todo con tal de estar contigo, un hombre que se enfrentará a cualquier obstáculo para estar a tu lado y ganarse tu corazón.
-¿Me lo prometes?
-Por supuesto que sí, petarda. Y ya sabes que yo siempre cumplo mis promesas.
-Lo sé, Marc-. Martina se tumbó en la cama y cerró los ojos-. Me alegro mucho de que vinieses al Hotel California y encontrases a Olivia, te echaba mucho de menos.
-Y yo, Martina. Y yo –susurró Marc al ver que su hermana se quedaba dormida.
Se quedó allí un rato, no demasiado pero sí el suficiente para asegurarse de que Martina descansaba plácidamente, y entonces salió del dormitorio.
Iba tan distraído pensando en todo lo que Martina le había contado que no oyó que alguien se acercaba por el pasillo.
-Vaya, vaya, Martí, no esperaba verte por aquí.
Marc se detuvo de golpe al ver a Olivia plantada delante de él con una sonrisa en los labios. Sólo ella lo llamaba por el apellido, bueno, ella y los empleados del hotel, pero el motivo era distinto. Cuando se conocieron, Marc y Olivia se dirigían el uno al otro por su apellido, y ahora… digamos que ahora los dos lo utilizaban de un modo afectuoso.
-Yo a ti tampoco, Millán-. Marc la sujetó por la cintura y la pegó a él justo antes de besarla.
Llevaba horas deseando hacerlo y estaba harto de contenerse-. Te he echado de menos cuando me he despertado –le dijo cuando se separaron varios besos más tarde.
-Yo a ti también –confesó ella casi sin aliento.
-¿Por qué te has ido? –Entrelazó los dedos con los de Olivia y los dos reanudaron la marcha.
-Yo, bueno, quería asegurarme de que las flores… y la comida… -farfulló Olivia.
Marc se detuvo de nuevo. Olivia nunca farfullaba. Y menos con temas relacionados con el hotel.
-¿Sucede algo, amor? –le preguntó acariciándole el pelo.
-Estoy nerviosa –soltó ella de repente-. El abuelo no está y mi madre, será mejor que no hablemos de mi madre, y se supone que una boda es algo estresante, pero a mí la verdad es que me da igual.
-Olivia, respira, cariño. Respira. –Le colocó las manos en los hombros y le sonrió-. Respira.
¿Qué es lo que de verdad te preocupa?
-No quiero que durmamos separados esta noche.
-Yo tampoco.
-No quiero que tengas una pesadilla y que te entren ideas extrañas sobre anular la boda o que me merezco a alguien mejor o tonterías por el estilo.
-Te mereces a alguien mejor, pero me temo que si aparece tendrá que matarme para alejarme de ti –dijo Marc absolutamente serio-. Y aunque tuviese la peor pesadilla del mundo, aunque me pasase toda la noche reviviendo el infierno de estos últimos años, nada impediría que mañana me case contigo. Nada.
Yo tampoco quiero dormir sin ti esta noche, lo de mañana es un formalismo, una celebración que hacemos porque mi familia está formada por una panda de locos a los que les encanta ir de boda, pero a ti y a mí no nos hace falta. Tú y yo hemos superado tantas cosas juntos que formamos parte el uno del otro, y no hay ningún papel que sea más importante que eso.
Olivia empezó a tirar de Marc por el pasillo.
-¿Qué pasa? ¿Adónde vamos con tanta prisa? –le preguntó él confuso por la reacción.
-A casa. A hacer el amor. Échale la culpa a mis hormonas, o a tus ojos, o a tu sonrisa, o a que te quiero con locura, o a tu discurso que pondría en ridículo al mismo señor Darcy, pero ahora mismo nos vamos a casa y me haces el amor. ¿Entendido?
-Entendido.
El domingo amaneció soleado y con el mar cristalino.
El Hotel California estaba cerrado al público, pero sus habitaciones estaban ocupadas por la familia del que se consideraba en novio más afortunado del mundo y por los selectos amigos de la novia y propietaria del hotel.
Al llegar la hora señalada la familia Martí bajó a la playa en pleno. Elizabeth llevaba de la mano a María, su primera nieta y la hija de Ágata y Gabriel que habían viajado desde Londres para asistir al enlace y que no dejaban de besarse. Eduard andaba detrás de su esposa charlando con Guillermo, su hijo mayor, y con Emma, la embarazadísima esposa de éste. A pocos metros de distancia los seguían Anthony, Helena y su hija, la pequeña Julia, un terremoto constante que hacía babear a su padre de un modo prácticamente incontrolable. Junto a ellos, y vigilando que Julia no encontrase el modo de escapar, caminaban Sara y Martina. La primera intentaba por todos los medios animar a la segunda y, aunque no podía decirse que Martina estuviese sonriendo, al menos no lloraba y se la veía tranquila. Al final de la comitiva iban Marc y Álex, caminando y hablando igual que habían hecho desde pequeños, terminando el uno las frases del otro pero dejando claro que eran dos hombres completamente distintos.
Marc, saltándose como de costumbre las tradiciones, le pidió a su hermano gemelo que fuese él, y no su madre, el que lo acompañase hasta donde los esperaba el alcalde que iba a oficiar la ceremonia, y Álex aceptó, por supuesto. Además, esa mañana, mientras ambos terminaban de vestirse, Álex aprovechó para contarle que por fin se había declarado a Sara y entre abrazos le pidió a Marc que fuese su padrino.
Sí, pensó Marc mientras sonreía por algo que le había dicho su hermano, era un bastardo con suerte. Iba a casarse con una mujer increíble y tenía a los mejores hermanos del mundo (algo pesados e insufribles a veces, pero en fin, nadie es perfecto). Ahora lo único que tenía que hacer era asegurarse de que Martina también era feliz, si no hubiese sido por su hermana pequeña, tal vez hoy no estaría allí. No, seguro que no estaría allí.
Tenía que encontrar el modo de hablar con el tal Leo, o tal vez podría presentarle a alguien, a…
Dejó de pensar, de respirar, de existir cuando notó que Olivia llegaba a la playa. Ni siquiera le hizo falta verla, le bastó con sentir su presencia para saber que aquel era el principio del resto de su vida. Se giró despacio, rezando para no desmayarse y no hacer el ridículo allí delante de sus hermanos y de sus cuñados que habían sobrevividos intactos a sus bodas, y la miró.
Y su mundo pasó a ser Olivia.
-Te amo –le susurró cuando ella se detuvo a su lado.
-Y yo a ti, Marc –le dijo Olivia poniéndose de puntillas para darle un beso en los labios.
Le bastó con eso, para él, aquel fue el preciso instante en que se casaron.
A día de hoy Marc sigue siendo incapaz de recordar ningún detalle del día de su boda, excepto que fue uno de los mejores días de su vida. No fue únicamente feliz, fue mejor. Sus padres bailaron, sus hermanos se rieron con sus familias y él y Olivia no dejaron de besarse.
Incluso Martina sonrió y bailó despreocupada, hasta que Leo apareció.