A pesar de que Marc y Olivia llevaban meses viviendo juntos, las hermanas de él habían insistido en que no podían verse la noche antes de la boda. No tendría que haber accedido, pensó Marc. Ni en un millón de años. En realidad, todavía estaba a tiempo de cambiar de opinión. Apenas eran las diez de la mañana, Olivia estaba en el hotel y él había salido a pasear con Tosca para aprovechar que la clínica veterinaria estaba cerrada. Se suponía que los dos, él y Olivia, iban a tomarse todo el fin de semana libre; pasarían el sábado juntos, solos, y el domingo se casarían en la playa. Al menos ése había sido su plan hasta que sus hermanas se entrometieron.
Marc silbó y Tosca se acercó corriendo desde el borde del agua.
-Buena chica –le dijo arrodillándose al lado del pastor alemán-, tú no vas a abandonarme hoy, ¿ah, qué no?
La perra respondió lamiéndole la mano con la que la estaba acariciando y Marc se rió antes de ponerse en pie y volver a lanzarle la raída pelota de tenis.
A Marc no le importaba que Olivia hubiese ido al hotel, probablemente había ido a supervisar por enésima vez algo relacionado con la boda o a sentarse en la butaca de su abuelo (solía hacer eso siempre que estaba nerviosa). Desvió la mirada hacia el mar y suspiró; Olivia todavía echaba mucho de menos a su abuelo, probablemente más ahora que sabían que iban a ser padres dentro de unos meses. Lo mejor sería que fuese a buscarla, y así aprovecharía para charlar un rato con Tomás quien, tras darse cuenta de que iba a tener que desempeñar el papel del padre de la novia, estaba muy nervioso. Incluso más que él. Tosca reapareció trotando y completamente empapada y, sin saber muy bien por qué, Marc pensó en lo mucho que había cambiado su vida esos últimos meses. Se llevó una mano al pecho al notar que se le aceleraba el corazón. Todavía no estaba acostumbrado a sentir eso; la felicidad extendiéndose por dentro de su cuerpo hasta llegar a todos y cada uno de los centímetros de su piel. Era increíble, y daba un poco de miedo. Él había estado a punto de morir en una ocasión y lo asustaba menos volver a enfrentarse a la muerte que perder para siempre esa sensación.
Y el miedo sólo desaparecía cuando Olivia estaba a su lado, así que ni loco iba a pasar la noche sin ella. Era una tradición absurda y anticuada, se dijo, aunque dentro de su cabeza lo que de verdad le preocupaba era que durante esas horas Olivia viese la luz y decidiese que estaba a punto de cometer un error y anulase la boda.
-No seas ridículo –dijo en voz alta.
-¿Estás hablando solo? –lo sorprendió una voz a su espalda acercándose por la arena.
-Joder, Álex, casi me matas de un susto –se dio media vuelta y se topó con su hermano gemelo.
Antes solía pensar que él una copia barata de Álex pero ahora sabía que no era sí. Ninguno era la copia del otro-. ¿Qué estás haciendo aquí? Creía que todos estabais durmiendo.
Su familia al completo había llegado al Hotel California la noche anterior, justo a tiempo para cenar con él y con Olivia y también con Tomás. Evidentemente, sus hermanos, Guillermo y Álex, y sus cuñados, Gabriel y Anthony, no desaprovecharon la oportunidad y le contaron a Tomás las historias más vergonzosas que pudieron recordar de él. No hizo falta que Ágata, Helena, Martina, Emma y Sara hicieran lo mismo con Olivia, las chicas (así era como denominaban al grupo formado por sus hermanas y sus cuñadas) ya se habían conocido meses atrás y habían quedado en más de una ocasión para cenar; Marc, sus hermanos, y su padre, temblaba sólo con pensar en esas cenas y en las conversaciones que pudiesen tener tras un gin tonic.
-Sara todavía está dormida –le contó Álex con cara de idiota. Marc se habría reído de su hermano si no estuviese convencido de que él tenía exactamente la misma expresión cuando hablaba de Olivia. Con apenas unos meses de diferencia, los dos habían encontrado el amor de su vida, aunque para Marc había sido más difícil que para Álex.
-Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? –le preguntó Marc perplejo, porque si Olivia siguiese en la cama, él no habría salido de allí por nada del mundo.
-Estoy buscando a Martina –respondió Álex-. Los demás también, Guillermo ha dicho que te llamaría –añadió, y en aquel preciso instante le sonó el móvil a Marc.
-Debe de ser él –dijo Marc mirando a Álex mientras sacaba el teléfono del bolsillo de los vaqueros-. Sí, buenos días, Guillermo. En la playa-. Silencio-. Con Álex-. Otro silencio-. Tranquilo, seguro que la encontraremos. ¿Lo saben papá y mamá? –Asintió y miró a Álex que estaba jugando con Tosca-. No, mejor así. Adiós-. Colgó.
-¿Dónde está Olivia? –le preguntó entonces Álex.
-Supongo que en el hotel, me parece que está algo nerviosa por la boda.
-¿Y tú no? –Álex levantó ambas cejas.
-Estoy aterrorizado –confesó sincero-. Todavía no entiendo qué está haciendo conmigo. Olivia se merece a alguien mejor que yo.
-No digas estupideces, Marc. Para Olivia, nadie es mejor que tú.
-No es verdad, pero mientras Olivia lo siga creyendo, yo seguiré haciendo todo lo posible para hacerla feliz. ¿Y, tú? ¿Piensas pedirle a Sara que se case contigo o esa cajita que llevas en el bolsillo es para mí?
Ahora le tocó el turno a Álex de mirar perplejo a su hermano.
-Se te marca en el bolsillo –le explicó Marc-, y no dejas de jugar con ella con los dedos.
Álex sacó la cajita en cuestión del bolsillo y se le lanzó a Marc. Éste la abrió y comprobó que efectivamente en el interior había un anillo con un único diamante en el centro.
-Es muy bonito, pero no creo que debas enseñármelo a mí.
-Hace un mes que lo tengo –dijo Álex tras soltar el aliento-. Lo compré en Nueva York –de allí la cajita azul de Thiffany’s-pero… cada vez que voy a dárselo…
-Tienes miedo de que diga que no –Marc terminó la frase por él-. Te entiendo perfectamente-. Le devolvió la cajita azul a Álex y éste la guardó de nuevo en el bolsillo-. Cuando me enteré de que Olivia estaba embarazada lo primero que pensé fue que así le iba a costar más rechazarme.
-Sé que Sara me quiere –Álex tenía la mirada fija en el mar, como si le costase hablar de algo tan íntimo y mirar a su hermano a los ojos al mismo tiempo-, pero le sigue preocupando cómo nos conocimos y, bueno, ella no me lo dice, pero sé que todavía no se cree que por soy capaz de dejarlo todo por estar a su lado.
-¿Por qué lo dices? –le preguntó Marc intrigado de verdad.
-La semana pasada fuimos a cenar con unos amigos suyos y en un momento de la conversación me preguntaron si tenía intención de seguir trabajando en Barcelona ahora que Sara está en San Francisco.
-¿Y?
-Sara contestó antes de que yo pudiese abrir la boca. Les dijo que de momento estábamos saliendo y que en los últimos meses yo había recibido un par de ofertas; una de Australia y otra en Alemania, así que era difícil de decir qué nos depararía el futuro.
-¿Es cierto?
-¿El qué? ¿Lo de Australia y Alemania? –Giró la cabeza hacia Marc y lo vio asentir-. Sí, pero no tengo la más mínima intención de aceptar ninguna de las dos. Y Sara lo sabe. Lo sabe. Hace meses que le digo que puedo irme con ella a San Francisco, o que podemos abrir juntos una consultoría especializada en el sector turístico en España, o una pastelería. Me da igual. Mira a Guillermo, nunca había sido tan feliz como ahora que tiene a Emma y a la peque y trabaja para él.
Se quedaron en silencio durante unos segundos y Álex supuso que su hermano no sabía qué decirle. O que se había quedado petrificado al verlo tan alterado.
-No conozco demasiado a Sara –empezó de repente Marc sorprendiendo a Álex-, pero te conozco a ti y sé que cuando quieres algo de verdad no esperas a que alguien lo consiga por ti. Tú eres así, Álex, una especie de bulldozer. Y estoy seguro de que Sara lo sabe. Quizá esté muy equivocado, y ya sabes que a mí jamás se me ha dado bien esto de dar consejos, esa es la especialidad de nuestras hermanas, pero tal vez Sara esté esperando a que hagas algo.
-¿Qué quieres decir? –le preguntó Álex escuchándolo con suma atención.
-No sé –se encogió de hombros y continuó-, dices que le has dicho que estás dispuesto a irte a San Francisco con ella, o que podríais hacer algo juntos aquí.
-En efecto.
-¿Has dimitido de tu trabajo o has pedido un traslado?
-No, pero…
-Pero nada. Sí de verdad quieres algo, hazlo. Dale el anillo y dimite. O pide el traslado. Pero haz algo, no te quedes esperando de brazos cruzados.
-Tú esperaste a que Olivia volviese –lo atacó Álex a la defensiva.
-Cierto, y fueron los peores meses de mi vida –respondió Marc sin titubear y mirando a Álex a los ojos-. Pero tú no has cometido el error que cometí yo con Olivia y no tienes que esperar a que ella te perdone.
-Lo siento –añadió Álex al instante-. No debería de haber dicho eso. Es que…
-No soportas que yo tenga razón –Marc sonreía engreído.
-Tienes razón-. Soltó el aliento y repitió eufórico-: ¡Tienes razón! Eres un jodido genio, Marc.
Voy a decirle que tenemos que casarnos, o vivir juntos como mínimo. Y voy a darle este anillo. Sacó la cajita del bolsillo y la movió en el aire.
-Más te vale hacerlo bien, Álex, dudo que algún día encuentres a otra mujer dispuesta a soportarte.
-Lo que tú digas, imbécil. Yo también me alegro de que seas feliz-. Le colocó ambas manos en los hombros y lo miró completamente serio-. De verdad.
Marc carraspeó y tardó varios segundos en encontrar la voz.
-Será mejor que vayamos a buscar a Martina.
Álex se apartó y asintió.
-Sí, tienes razón.
-¿Cuándo os habéis dado cuenta de que no estaba en su habitación? Y, ¿por qué estáis tan preocupados por ella? Tal vez sólo ha salido a pasear –sugirió Marc.
-Después de lo que sucedió anoche, te aseguro que si ha salido a pasear ha sido para desahogarse, y seguro que no le irá bien estar sola.
Los dos hermanos empezaron a caminar por la playa con Tosca trotando al lado de Marc, ese animal podía distinguirlos a la perfección, algo que le resultaba imposible a la gran mayoría de los humanos.
-¿Qué sucedió anoche?
Álex se detuvo tras unos segundos y se agachó para coger una piedra de la orilla del mar. Echó el brazo hacia atrás y lanzó el proyectil con intención de que rebotase en el agua.
-¿Martina te ha hablado de Leo alguna vez? –le preguntó Álex a Marc después de contar los ocho botes de la piedra.
-Una vez –recordó Marc-. El día que rompí con Olivia fui a casa de papá y mamá y me encontré allí con Martina. Hicimos las paces –suspiró-, la verdad es que me había portado como un cretino con ella. Pero Martina me consoló de todos modos y cuando yo por fin dejé de comportarme como un capullo vi que estaba muy triste, tanto que accedí a ver una película de Keanu Reeves con ella. Me contó que Leo creía que ella era demasiado rara.
-¿No te dijo nada más?
-No, y vi que no quería seguir hablando del tema. Yo me limité a decirle que si el tal Leo de verdad creía eso, era un imbécil.
-¿No te dijo cómo se llama Leo?
-No, ¿por qué?
-¿Te suena el nombre de Leo Marlasca?
-¿¡El súper juez!? ¿El imbécil que hizo llorar a Martina es el juez más famoso de España?
-El mismo.
-Joder.