Después de despedirse de Marc, Álex corrió por la playa ansioso por llegar al hotel. Álex no quería dejar solo a Marc, pero cuando vieron la silueta de Martina sentada en lo alto de una roca, su gemelo le aseguró que podía encargarse perfectamente del tema y le recordó que él tenía algo mucho más importante que hacer.
Álex sonrió de oreja a oreja, abrazó torpemente a Marc, que le devolvió el abrazo con la misma efusividad, y fue en busca de Sara.
Había sido un estúpido, Marc tenía razón, tendría que haberle demostrado a Sara que lo que sentía por ella eran más que palabras, más que frases bonitas.
Entró en el hotel tras esquivar a un niño que salía cargado con un cubo unas palas dispuesto a jugar en la arena y saludó a Roberto, el recepcionista, que lo miró como si estuviese loco. Y
probablemente lo estaba. Subió la escalera con el corazón golpeándole las costillas, un segundo le parecía de repente una eternidad, un peldaño un abismo que lo separaba de Sara. Sí, tal vez era muy listo para los negocios, pero en lo que se refería a asuntos del corazón tenía la misma agilidad mental que un marsupial (con todo el respeto por los marsupiales del mundo). Por fin llegó al piso donde se encontraba su dormitorio y se detuvo frente a la puerta un segundo para serenarse; no iba a declararse con la frente empapada de sudor y la respiración entrecortada. Además, seguro que le bastaría con mirar a Sara un segundo para volver a perder el aliento. Sacó un pañuelo del bolsillo –sí, Álex es de esos pocos hombres que siguen llevando pañuelos-, se secó el sudor, abrió de nuevo la cajita con la sortija como si quisiera comprobar que no se había desvanecido, y buscó la llave del dormitorio.
Buscó la llave.
Buscó la llave.
Mierda.
Apoyó la frente, sudada de nuevo, contra la puerta y se maldijo en voz baja. Había salido tan rápido, y tan despistado por el cuerpo de Sara que se insinuaba bajo las sábanas, que se había olvidado de coger la llave.
Resignado a sacrificar su entrada triunfal, ésa en la que cogía en brazos a Sara y la devoraba a besos antes de pedirle que se casara con él, Álex levantó un brazo para golpear la puerta con los nudillos, pero la voz de ella lo detuvo.
Sara debía de estar de pie justo al lado de la entrada, o sentada en esa butaca que había pegada a la pared porque Álex podía oírla con total claridad.
-No, mamá, todavía no le he dicho nada a Álex-. Silencio-. No sé. Sí, ya hace un año que estamos juntos-. Otro silencio-. No, mamá, te lo habría dicho.
¿De qué diablos estaban hablando? ¿Por qué tenía aquel horrible nudo en el estómago? ¿Era normal que un hombre de su edad estuviese escuchando a hurtadillas?
No, en absoluto, se dijo a sí mismo levantando de nuevo la mano para llamar a la puerta.
-No, mamá. No sé qué dirá cuando le diga que me han ofrecido dirigir la sucursal de Londres.
Tal vez no quiera venir conmigo-. ¿Sara se quedó en silencio, para coger aire o para escuchar a su madre?-. La verdad es que tampoco sé si quiero ir yo, tanto si viene Álex como si no.
¿Iba a irse sin a él?
No podía respirar.
-Estoy cansada de no saber dónde estoy-. Suspiró. Sí, eso sin duda había sido un suspiro-. Sí, mamá, lo sé, la vida real no se parece a las novelas, pero… cuando Álex vino a San Francisco fue tan romántico y ahora… Sí, lo sé, mamá, pero tal vez se ha cansado. O aburrido, al fin y al cabo nos conocimos en una discoteca y aunque hace un año que estamos juntos si sumas los días que nos hemos visto a penas son cuatro meses.
Se habían visto 86 días, Álex los había sumado.
¿De verdad se sentía así Sara? Dios, se había portado como un imbécil. Era un milagro que ella no lo hubiese dejado.
Se metió la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros en busca del móvil para llamar a Marc y pedirle que le trajese la llave maestra cuando tocó la dichosa tarjeta de plástico que servía para abrir la puerta. En verdad se merecía una bofetada, ¿por qué no se le había ocurrido buscar antes en ese bolsillo?
Metió el plástico en la ranura, abrió la puerta y buscó a Sara con la mirada. Efectivamente, ella estaba sentada en la butaca de la entrada y Álex caminó decidido hacia ella. Sara debió de notar que le pasaba algo porque dejó de hablar a mitad de la frase.
Álex se detuvo ante ella y le cogió el móvil de las manos.
-Hola, Noelia. Sara te llamará más tarde-. Colgó sin dejar que la otra mujer respondiese y dejó caer el móvil al suelo.
Se agachó delante de Sara y le sujetó el rostro entre las manos, y antes de que ella pudiese reaccionar, la besó. Le temblaban las manos, y Álex no hizo nada para disimularlo, ni para contenerlo.
Tampoco habría podido, estaba aterrorizado. Si perdía a Sara por su propia estupidez, jamás podría perdonárselo.
-Te amo –le dijo Álex al apartarse.
-Y yo a ti, Álex –respondió ella-. ¿Te pasa algo?
-Sí-. Le dio otro beso sencillamente porque no podía contenerse-. No-. Otro beso por en medio de la sonrisa de ella-. Espera un segundo –añadió al final-. Quédate aquí, no te muevas.
Sara enarcó una ceja pero cumplió con las extrañas peticiones de Álex.
-De acuerdo.
Álex se puso en pie y caminó hasta el escritorio. Allí, sacó su móvil y tecleó algo. Fuera lo que fuese, el móvil de Sara, que había ido a parar al suelo pero seguía funcionando, vibró como si hubiese recibido un mensaje o un correo electrónico.
Sara no había apartado la vista de él ni un segundo y seguía estando tan confusa, o incluso más, que al principio, aunque no tenía ninguna queja de los besos que le había dado Álex al entrar. Él respiró hondo y acto seguido se dirigió de nuevo hacia la butaca de Sara y se arrodilló delante de ella. Cogió el móvil del suelo y se lo entregó como si fuera un objeto sumamente delicado (que antes había dejado caer sin ningún miramiento).
-Mira el correo –le pidió solemne.
Sara aceptó el aparato y comprobó que efectivamente había recibido un correo electrónico de Álex, sólo que no estaba dirigido a ella, sino al jefe de él en Hoteles Vanity. Sara lo abrió confusa y empezó a leerlo. Se quedó petrificada tras el saludo.
-¿Has dimitido? ¿Por qué?
-Te amo, Sara. Este año ha sido al mismo tiempo el peor y el mejor año de toda mi vida. Cada vez que nos hemos despedido en un aeropuerto he tenido que morderme la lengua para no pedirte que te quedases. Los días que hemos estado separados han sido interminables, y los que nos hemos visto demasiado cortos. Estoy harto de estar sin ti, de no vivir hasta que sé que tú estás a mi lado. No voy a seguir así.
-Álex –balbuceó Sara.
-No, déjame terminar. No te había dicho nada porque sé lo mucho que te costó darme una oportunidad –cerró los ojos un segundo al recordar esa época en San Francisco cuando Sara no quería saber nada de él-, y pensé que necesitabas tiempo-. Abrió los ojos y los fijó en los de ella sin ocultar las lágrimas-. No voy a darte más-. Se metió de nuevo la mano en el bolsillo y sacó la cajita azul cielo.
-Oh, Dios mío.
-¿Quieres casarte conmigo, Sara? –La abrió igual que hacen los príncipes en los cuentos, pero a diferencia de ellos a Álex le temblaron las manos y le mostró el corazón en sus ojos-. Yo quiero casarme contigo, es lo que más quiero en este mundo. Quiero estar a tu lado. ¿Y, tú, quieres estar al mío?
-Sí, por supuesto que sí. Yo también te echo mucho de menos cuando no estás conmigo, y no quiero seguir así. Ni un día más del necesario. –Sara levantó las manos y acarició el rostro de Álex-.
¿Puedo besarte?
Álex soltó el aliento que estaba conteniendo y sonrió.
-Claro.
Sara le devolvió la sonrisa y lo besó. Y Álex se dejó besar. Un hombre como él, acostumbrado a saber siempre exactamente lo que hacía, y bastaba con que esa mujer lo besase para que temblase como un niño y se olvidase incluso de respirar.
Sara lo besó y despacio los dos terminaron en el suelo, desnudándose el uno al otro, interrumpiendo los besos y las caricias sólo para decirse lo mucho que se querían y lo tontos que habían sido por haber tardado tanto en dar con la respuesta adecuada.
-Ni te imaginas lo que siento estando contigo –le susurró Álex a Sara cuando se deslizó dentro de ella con sumo cuidado-. Me quemas y siento como si el fuego se extendiese por todo mi cuerpo hasta que no puedo respirar. No es sólo deseo, aunque jamás me había imaginado ser capaz de desear así a alguien-. Apretó los dientes y movió levemente las caderas-. No, no te muevas –le pidió-. Me excito sólo con pensar en ti, tu perfume me convierte en un idiota y el sonido de tu voz me hace perder la razón. Y
cuando estoy dentro de ti, apenas puedo controlarme. Antes –sonrió burlándose de sí mismo-, antes podía pensar prácticamente en cualquier cosa mientras estaba con una mujer, pero contigo ni siquiera puedo hablar.
-Ahora estás hablando –susurró ella acariciándole la mejilla.
Álex retrocedió al instante. Si ella lo tocaba un segundo más no podría contenerse.
-No te imaginas lo que me está costando-. Y para demostrárselo movió de nuevo las caderas y dejó que ella notase lo excitado que estaba. Cerró los ojos y apretó la mandíbula para retener el poco control que le quedaba-. Siempre había sospechado que si algún día me enamoraba lo haría hasta el límite. Nunca me he conformado con medias tintas. Pero esto es incluso ridículo, no puedo ni pensar cuando no estás conmigo. Creo que ya te he dado bastante tiempo para que asumas que eres mía, que estamos hechos el uno para el otro y todas esas cosas.
-¿Todas esas cosas? –Sara enarcó una ceja y se mordió el labio inferior al notar que él movía de nuevo las caderas.
-Sí. Eres mía. Vamos a casarnos. Vamos a pasarnos el resto de la vida juntos. Y seremos felices para siempre. Todas esas cosas.
-Ah, esas cosas-. Sara levantó una mano y le pasó las uñas por el torso.
-¡Dios, Sara! –Álex se estremeció de la cabeza a los pies y echó la cabeza hacia atrás-. Dime que nos casaremos el mes que viene y que viviremos juntos a partir de ahora. Puedo venir a San Francisco, o irme a Londres contigo, o a donde tú quieras. Pero juntos. A partir de ahora estaremos juntos-. Puntualizó cada frase con un movimiento de caderas, penetrándola cada vez un poco más hasta que Sara pensó que estaría para siempre dentro de ella.
-Juntos. Te a…
-No, no me lo digas ahora –suplicó él entre dientes mientras con una mano buscaba la cajita que había ido a parar al suelo cuando se quitó los pantalones. Por fortuna estaba lo bastante cerca de él como para poder cogerla y consiguió abrirla con cierta torpeza. Con el anillo cautivo en la palma de la mano, rodeó a Sara con los brazos e intercambió sus posturas sin salir de dentro de ella. Álex quedó tumbado en el suelo y Sara sentada a horcajadas encima de él-. No te muevas. Por favor.
Sara tenía la respiración entrecortada y el amor que sentía por Álex amenazaba con ahogarla. Ese hombre tan increíble sólo pensaba en ella; no le había dicho nada porque no quería presionarla, porque quería darle tiempo para pensar después de que ella le hubiese hecho pasar por un infierno. No sabía qué había hecho para tener tanta suerte, pero desvió la vista hacia abajo y se juró a sí misma que se pasaría el resto de la vida haciéndole el hombre más feliz del mundo.
-Álex –le colocó una mano encima del corazón y notó que le latía acelerado. Él la capturó y se la llevó a los labios.
Le dio un beso en la palma y cuando la apartó le deslizó el anillo en el dedo.
-Lo compré en Nueva York un mes después de reconciliarnos en San Francisco –confesó él.
-Oh, Álex.
-Quería dártelo entonces. Tendría que habértelo dado entonces.
Álex entrelazó los dedos con los de Sara y levantó las caderas incapaz de seguir conteniéndose.
-No voy a seguir esperando. Te amo, eres la mujer de mi vida y mi vida es ahora. No sé por qué diablos nos conocimos en una discoteca y no en el lugar más romántico y emblemático de la Tierra, pero no me importa. Estamos hechos el uno para el otro y ninguna historia de amor es comparable a la nuestra.
¿De acuerdo?
-De acuerdo –afirmó ella.
-Dímelo. Dímelo –repitió.
-Te amo, Álex.
Álex se incorporó y la rodeó con los brazos mientras le daba un beso que no ocultaba nada y que lo prometía y todo. Y la poseyó para siempre y como había hecho desde el principio.