Prólogo

Si existe una civilización cuya sola mención sea sinónima de los más insondables misterios, esa es, sin duda, la del Antiguo Egipto. La milenaria cultura de este pueblo se halla impregnada de infinidad de enigmas que parecen perderse entre las espesas brumas de un pasado ya lejano y especialmente distante de nosotros.

Poco tiene en común la mentalidad de los antiguos egipcios con la nuestra y, sin embargo, todo lo que rodea a su recuerdo es capaz de llegar a subyugarnos inexplicablemente. Tanto su historia como su grandioso legado suelen acaparar nuestra atención creando, en ocasiones, una suerte de fascinación difícil de comprender, pero que invita a acercarse aún más a tan ancestral cultura.

Obviamente, los tiempos remotos en los que surgió la civilización del Valle del Nilo han dado pábulo al florecimiento de todo tipo de leyendas y misterios, alguno de ellos ciertamente extraño, que han sido capaces de cautivarnos y hacer que nuestra imaginación pudiera retroceder a una época que parece más propia de los dioses que de los hombres.

Indudablemente, el velo tan hábilmente tejido por los milenarios dedos del tiempo hace que todos estos enigmas lleguen, en ocasiones, distorsionados hasta nosotros, pues, no en vano, cinco mil años son mucho más que una mera lejanía.

Es por esta razón por la que estamos acostumbrados a escuchar las más peregrinas teorías acerca de determinados misterios referentes al Antiguo Egipto. Muchas de ellas obedecen, simplemente, a la ignorancia sobre conceptos fundamentales de la cultura egipcia. Otras, en cambio, surgen como una forma de explicación para lo que nos parece inexplicable.

Esto último no es nada nuevo, pues a través de toda la historia el hombre siempre ha sido proclive a considerar como sobrenatural todo aquello a lo que no encontraba un significado.

Con el Antiguo Egipto sucede algo parecido. Hay quien opina que una sociedad tan desarrollada como fue la del país del Nilo no hubiera sido posible sin una cierta «ayuda exterior»; una civilización mucho más avanzada procedente, quizá, de la mítica Atlántida, o de algún planeta lejano.

Los defensores de tales hipótesis consideran, por ejemplo, que los antiguos egipcios no eran capaces de desarrollar por sí mismos un tipo de escritura y, mucho menos, construir determinados monumentos.

¿Cómo pudieron ser capaces de levantar una obra de la magnitud de la Gran Pirámide? «Es imposible que con los medios de que disponían pudieran hacerlo», se dicen convencidos; por lo tanto, solo seres superiores llegados del espacio, poseedores de la tecnología necesaria, lograrían llevar a cabo semejantes proyectos.

Es cierto que, aún hoy en día, nadie sabe con exactitud cómo los egipcios erigieron la Gran Pirámide; pero esto no significa que no lo hicieran, sino, simplemente, que desconocemos la técnica que emplearon para ello.

Respecto al caso anterior existen, sin embargo, pruebas irrefutables que atestiguan que fueron los antiguos pobladores del Valle del Nilo quienes levantaron este monumento. Lo mismo ocurre con otros muchos aspectos de su cultura, que han sido puestos en entredicho, olvidando que esta civilización abarcó nada menos que tres mil años, durante los cuales se mantuvo fiel a una serie de conceptos que la hicieron única.

El propósito de esta obra no es otro que el de acercar al lector a Kemet, «la Tierra Negra», que era como los antiguos egipcios llamaban en realidad a su país. A través de estas páginas recorreremos algunos de los enigmas y curiosidades de la cultura del Antiguo Egipto abordando muchos de los tópicos que la rodean, con la esperanza de que, a su finalización, el lector saque sus propias conclusiones acerca de la sociedad de este milenario pueblo.

Evidentemente, este no pretende ser un libro de historia, ni mucho menos de divulgación científica, de los cuales ya existen magníficos ejemplares, sino solo un medio para hacer llegar el Antiguo Egipto al lector de una forma amena, y a la vez espero que entretenida, a través de ochenta y un enigmas que, indudablemente, no representan más que un grano de arena en el inmenso desierto de una civilización que comprendió tres mil años de historia.

 

ANTONIO CABANAS