Capítulo seis

Michael no estaba seguro de poder controlarse. Temeroso de precipitarse sobre ella, se esforzó por ir más despacio. Ella no lo ayudaba a controlarse. Él pudo sentir la ligera caricia de sus manos cuando las deslizó a lo largo de su desnuda piel. Gimió cuando los dedos de ella rozaron su excitación.

Michael se movió hasta que su boca encontró sus senos, y escuchó su ligero jadeo cuando la apretó suavemente contra su plenitud. La piel de ella se sentía sedosa a la caricia de él. Cuando deslizó su mano hacia abajo a través del abdomen de ella, pasando por los rizos que cubrían la unión de sus muslos, la encontró húmeda y lista para él. Michael se esforzó por controlarse lo suficiente para alcanzar la mesita que había junto a la cama. Con sólo una ligera pausa, se puso encima de ella y la tomó, tranquilizándose en su calor, esforzándose por ir lentamente hasta que estuvo completamente envuelto dentro de ella. Sabrina temblaba tanto que tenía miedo de hacerla daño. Él abrió los ojos, separó la cabeza de sus senos y la miró a la cara.

Ella presentaba un aspecto que desafiaba cualquier descripción. Sus largas pestañas rozaban las sonrojadas mejillas, y su sonrisa le dejó sin respiración.

—¿Estás bien? —murmuró el.

—Mucho más que bien —respondió ella casi sin aliento.

—No quiero hacerte daño.

—No me lo estás haciendo.

Él no pudo esperar más. Su cuerpo pedía satisfacción, y empezó a moverse queriendo complacerla pero temeroso de perder el control. La abrazó con más fuerza al aumentar el ritmo. Ella acompasó sus movimientos a los suyos, mientras que los suaves gemidos de placer de ella lo estimulaban.

Michael sintió los convulsivos estremecimientos de ella en el mismo momento en que él llegaba al límite de su control y fueron fundiéndose en un remolino de intenso placer e inexorable consumación.

Por algunos segundos se sintió casi desorientado. Él nunca había respondido a nadie de la forma en que lo había hecho ahora. Se dio cuenta de que debía estar aplastándola, y con un inmenso esfuerzo se forzó a levantar la cabeza.

Ella le rodeó con los brazos y las piernas.

—Peso demasiado para ti —trató de decir él entre suspiros.

—No. Estás bien —ella deslizó las manos a través de su espalda, midiendo la anchura de sus hombros con sus manos, trazando la línea de su espina dorsal, apretando sus nalgas y estrujándolas.

Ella se sintió trastornada. Nada en su experiencia la había preparado para lo que había compartido con Michael. Ella solamente había hecho el amor con un niño, nunca con un hombre.

Nunca con un hombre como Michael.

Sabrina no podía creer lo que se había estado perdiendo todos esos años, y todavía estaba agradecida de haber esperado para compartir tan hermosa experiencia con él.

Ninguno de sus sueños podía compararse con la realidad de hacer el amor con Michael.

—Bueno, Daniel, parece, que nuestros planes están saliendo bien —señaló Jonathan con placer.

—Eso parece. De todas formas, yo estaba apenado de que Sabrina tuviera que sufrir daño.

—Sí. Hay algunas cosas que no podemos controlar, no importa cuánto deseemos que así sea. No obstante, nosotros arreglamos que la descubrieran rápidamente. Ella habría estado mucho peor si hubiera sido abandonada allí hasta que su ayudante la hubiera encontrado al ir a trabajar a la mañana siguiente.

—Yo no creo que Michael sea consciente del hecho de que quiere casarse con ella.

—Estoy de acuerdo. Sabrina tampoco ha pensado en eso, todavía. Pero por supuesto, eso es lo que cada uno verdaderamente espera… la promesa, el cariño a largo plazo, dar y recibir.

—¿Cuándo crees que descubrirán la profundidad de sus sentimientos?

—Muy pronto, estoy seguro. Nuestro plan ha tenido mucho éxito. Ahora sólo tenemos que permitirles llegar a la conclusión natural que busca un reconocimiento público y permanente de lo que sienten.

Jonathan y Daniel se sonrieron, complacidos con sus esfuerzos conjuntos para ayudarlos en el plano terrenal a experimentar el maravilloso y transformador poder del amor.

Horas más tarde, Sabrina despertó de un profundo sueño. Se sentía deliciosamente satisfecha y muy contenta. Intentó moverse para estirarse y descubrió que efectivamente estaba sujeta por un brazo y una pierna de un cuerpo muy masculino. Abrió los ojos, y se encontró con una fuerte, firme mandíbula a un par de centímetros de distancia. Michael. Ella había pasado la noche con Michael. Para dejarlo más claro, pasó la noche haciendo el amor con Michael. La luz del amanecer había reemplazado la oscuridad de la habitación en el momento en que ellos finalmente se habían quedado dormidos.

Ella se movió poco a poco ligeramente para poder levantar la cabeza y mirarlo. Parecía tan vulnerable en su sueño. Gruesas pestañas cubrían el contorno de sus ojos. Su cara presentaba un aspecto relajado, con sólo unas pocas arrugas alrededor de los ojos y el contorno de la boca. Sus labios eran muy seductores, y ella se pasó la lengua por los suyos como si todavía pudiera sentir el sabor de los de él.

Sabrina no imaginaba que tuviera ese lado apasionado. Las horas anteriores habían sido una extraordinaria experiencia de cómo hacer el amor, gozar de otra persona, compartirse plenamente con otro ser humano.

Se sentía renovada de algún modo, revitalizada.

Levantó cuidadosamente el brazo de él de alrededor de su cuerpo, y se deslizó por debajo de la pierna de él.

—¿Adónde vas? —musitó él.

Ella sonrió.

—Al baño.

—Umh —él se puso boca abajo, ocultando la cabeza bajo la almohada.

Cuando salió del baño, descubrió que él no se había movido. «Mi héroe», pensó, sonriendo satisfecha. La sábana y la colcha se deslizaron alrededor de su cintura, revelando su musculosa espalda. Ahora que estaba levantada, se sentía bien despierta y con frío. La luz gris no tenía mucho brillo, debido a que se había levantado un frente frío durante la noche. Oscuridad, nubes bajas pasaban rápidamente por el cielo con más que un indicio de nieve.

Qué deprisa cambiaba el clima en Missouri. Estaba agradecida por el clima caluroso que fue una amable compañía mientras estaban en el parque el día anterior.

Temblando, buscó un suéter más grueso y unos leotardos de lana, bajó las escaleras y preparó el café. Estaba contenta de tener ese tiempo para sí misma. Necesitaba pensar.

Todavía estaba confundida por las decisiones que había tomado en las pasadas veinticuatro horas. Decidir embarcarse en un apasionado romance después de todos los años que había pasado alejada cuidadosamente de los hombres no iba con su carácter.

Lo que más le preocupaba era que no tenía ningún deseo de cambiar de decisión. Pasar esos días con Michael era como estar fuera del tiempo y el espacio. Eso no tenía nada que ver con el mundo real y sus responsabilidades. Se estaba dedicando tiempo a sí misma por primera vez en su vida. Finalmente, después de dieciocho años, ya no era responsable de nadie sino de sí misma.

Y si ella escogió ser responsable, entonces sólo ella tendría que entendérselas con las consecuencias.

El hecho era que amaba a ese hombre. Ciertamente, no podría explicárselo a nadie más, ya que ella misma no entendía sus sentimientos. Sin embargo, ya no se sentía sola, compartiendo los retos diarios de la vida. Michael estaba allí. . real, fuerte, seguro.

Ella se paró frente a la ventana y vio cómo el fuerte viento azotaba los desnudos árboles y escuchó cómo ululaba alrededor de las esquinas de la casa, acompañado del rítmico gotear de la lluvia golpeando el cristal.

Un día perfecto para quedarse en la cama.

¿Cuántas veces había hecho esa observación todos esos años? Hoy eso tenía un significado que le hacía sonreír y mirar al suelo. Regresó a la cocina, sirvió dos tazas de café y silenciosamente las llevó arriba, para dejarlas en la mesita que había junto a la cama. Sabrina se quitó la ropa y se metió en la cama, sintiendo el calor alrededor de sus hombros desnudos.

—Te echaba de menos —la voz de él estaba ahogada por la almohada.

Ella sonrió.

—He traído un poco de café.

Lentamente, él se estiró y se volvió para tomarla entre sus brazos.

—Lo sé. Lo olí. Huele muy bien. Tú hueles estupendamente —comentó, frotando su cuello con la nariz.

—Parece que va a nevar.

—Maldición —dijo él sin énfasis ni inflexión, mordiendo suavemente su hombro.

—¿Qué hay de malo?

—No puedo hacer nada de las cosas que planeaba hacer hoy —él bajó la colcha y se inclinó perezosamente para rozar el pezón de su seno con la lengua—. Creo que encontraré algo mejor que hacer.

—Podríamos jugar al billar —dijo ella, luchando por mantener la concentración en la conversación.

—Mm. . hmm… —él se movió hacia el otro seno, besando, frotando y acariciando la sensible zona.

—Oh —ella jadeó cuando las manos de él se deslizaron entre sus piernas.

Él levantó la cabeza y la miró, sus ojos brillaban con una maliciosa luz.

—¿Sí?

Él encontró su objetivo y empezó a acariciarla. El cuerpo de ella respondió automáticamente, sus caderas se alzaban hacia él con cada movimiento.

—Disfrutar del. . ¡Oh, Michael!

Ella ya no pudo pensar. Sólo pudo sentir lo que él le hacía. ¡La estaba volviendo loca! Él parecía saber dónde acariciarla para producirle las sensaciones más exquisitas.

En el momento que entró en Sabrina, ella estaba casi fuera de sí, suplicando que acabara.

Lo abrazó fuertemente, acompañándolo en el violento ritmo que los llevaría a donde querían ir.

Cuando ambos alcanzaron el clímax, gritaron.

Permanecieron en una confusión de sábanas, almohadas y mantas, la cabeza de ella en el pecho de él. Trataban de normalizar su respiración, y Sabrina todavía pudo sentir el corazón de él latiendo contra su oído.

—Esto sí que es una llamada para despertar, preciosa —dijo él entre jadeos.

—¿Yo? —ella levantó la cabeza, quitándose el cabello revuelto de la cara—. ¡Lo único que hice fue traerte algo de café!

Él movió la cabeza lentamente, como si necesitara toda la energía que pudiera reunir, y miró las tazas.

—Mmm. Café. Algún día podré tener suficiente fuerza para sostener la taza.

Ella se rió, y él sonrió con el sonido.

—Probablemente ya está frío.

Él se apoyó en un codo y cogió la taza, tomó un sorbo y asintió.

—Bien —se colocó contra la cabecera de la cara y la acercó a él con un brazo—. Gracias, amor.

—De nada. ¿Por qué?

—Por ser tú. Por llegar a mi vida. Por estar aquí conmigo ahora. Por darnos una oportunidad.

—Sin mencionar el traerte café a la cama.

—Especialmente por eso —él le besó la frente, luego le alisó el cabello perezosamente.

—¿Michael?

—¿Hmmm?

—¿Puedo preguntarte algo?

—Hazlo.

—¿Cuál es la verdadera razón por la que tú querías que me quedara contigo?

Hubo un largo silencio antes de que él contestara.

—¿Piensas que esto era lo que tenía en mente cuando te sugerí quedarte aquí?

Ella pudo sentir en su tono de voz que la pregunta le había dolido. Sabrina añadió sensibilidad a la lista de cualidades que estaba aprendiendo a atribuirle.

Hubo otro silencio antes de que ella decidiera contestarle con sinceridad.

—Se me ha pasado por la cabeza, o no hubiera preguntado —ella se alejó de él para poder ver su expresión. Él fruncía el ceño.

—Yo quería que estuvieras en algún lugar seguro. Éste era el único donde yo sabía que tendrías alguna protección. No fragüé un plan para seducirte, si es eso lo que estás preguntando.

—¿No crees que llegamos a esta relación un poco deprisa?

—Obviamente tú sí lo crees —Michael se acordó de que ella fue la que le hizo saber la noche anterior que quería más que compartir besos. De otro modo él se estaría sintiendo terriblemente culpable. El hecho era que él la deseaba desde la primera noche que la conoció. Si él lo admitía, ¿ella lo consideraría un fresco?

—Tengo que admitir que la cabeza me da vueltas, y el golpe que recibí no tiene nada que ver con eso. ¿Cómo pudo suceder algo así tan deprisa?

Él le tocó la punta de la nariz con un dedo.

—Le estás preguntando a la persona equivocada, preciosa. Nunca había reaccionado así de fuerte con otra mujer. Si creyera en esas cosas, juraría que tú preparaste un filtro de amor que me embrujó.

Ella movió la cabeza.

—Así es exactamente como me siento. Me considero a mí misma muy sana, sensible, práctica y no suelo estar en la cama con hombres —movió la mano para abarcar la cama—. Sin embargo, aquí estoy.

—¿Lo lamentas?

Ella cerró los ojos, pensando en las últimas horas. ¿Lamentarlo? ¿Cómo podría ella lamentarse de lo que habían compartido? Tenía que ser sincera con él y consigo misma.

Sabrina negó con la cabeza.

—Desde luego que no. Solamente tengo el temor de que esto me va a complicar la vida.

Él la abrazó.

—No si no lo permitimos. Vivamos el presente, ¿de acuerdo? Sí, quizá hemos precipitado las cosas un poco. No te empujaré a una relación física si no estás preparada.

Era fácil para él decirlo, pensó ella, después de la noche que habían pasado. Pero, ¿cómo podrían ignorar lo que ya había ocurrido entre ellos? ¿Cómo podrían volver a los roles platónicos que habían representado toda la semana?

Ella supuso que era posible. Por lo menos, le daría tiempo para pensar en todo aquello.

—Quizá sería lo mejor —dijo ella en voz baja.

Él casi lanzó una exclamación. ¡Michael había temido que ella dijera eso! ¿Por qué diablos se precipitó a ofrecerle esa opción? Porque no quería perderla ahora que la había encontrado.

Buena la había hecho.

Se acercó a ella y la besó. Fue un largo, pausado, perezoso beso, sólo para demostrarle que él podía aceptar su sugerencia sin ningún disgusto. Al menos eso intentaba, pero a lo largo del camino en algún lugar perdió la pista de su intención original.

Sabrina finalmente se retiró de él.

—¡Michael! ¿Qué se suponía que sería?

—¿Un beso platónico? —sugirió él.

Ella se alejó de él.

—Difícilmente —ella lo miró, insegura—. Si vamos a mantener esta relación en un plano más informal, no creo que debamos compartir ese tipo de besos.

Él sonrió.

—Buena argumentación —miró alrededor, admitiendo el triste día—. ¿Por qué no vamos a desayunar, y después a jugar un rato al billar?

—Me parece bien. Sólo que no esperes tener mucha competencia de mi parte. No he jugado desde hace años.

Ella podía no haber jugado desde hacía años, pensó Michael algunas horas más tarde, pero debió ser un demonio del billar cuando jugaba. Cuando l egó la tarde, él la vio examinar la mesa y su taco con expresión de experta.

—¿Dónde aprendiste a jugar al billar?

—En casa. Teníamos una mesa de billar, y mi hermano me enseñó —se dio la vuelta—. Pero fue hace años.

—No lo parece.

Ella metió tres bolas seguidas y alineó su cuarto tiro.

Michael tenía que admitir que él no ofrecería mucha competencia por hoy. Tenía problemas para concentrarse. Se distraía continuamente cuando ella se inclinaba a verificar un ángulo o a alinear un golpe. Sabrina llevaba unos vaqueros tan ajustados que cuando se inclinaba, él tenía que controlarse para no acercar sus manos a su tentador y provocativo trasero.

Se estaba comportando como un adolescente enamorado, aunque no recordaba haberse sentido así en sus días de estudiante. Había pasado la mayor parte de la noche y la mañana haciéndole el amor y no parecía haber tenido suficiente de ella. Ella caminaba alrededor de la mesa, concentrada en el juego, con la luz brillando en su cabello, y el corazón de él repentinamente golpeaba en su garganta. Entonces tenía que recordar de mala gana el acuerdo al que habían llegado de enfriar los ánimos.

El suéter de lana que ella llevaba era del mismo color que sus ojos, y él miraba esos ojos como hipnotizado.

—Tu turno, compañero. Has perdido ésta, estás acabado.

Él la miró, un poco molesto de estar soñando despierto, luego miró a la mesa. Ella tenía una bola a la izquierda, junto a la ocho. Él tenía cuatro y ella había dejado la bola en una posición pésima para que él hiciera algo. Estaba seguro que intencionadamente.

Él intentó meter dos, antes de perder un tiro, pero ella tenía razón. Había ganado la partida.

Parecía tan orgul osa que él casi sonrió. Habían estado jugando durante horas, mirando cómo la lluvia se convertía en granizo, y después, antes de oscurecer, en nieve. Probablemente se derritiría por la mañana, pero mientras era una buena excusa para no salir.

—¿Es suficiente? —preguntó él.

—¿Para mí? Tú eres el que está perdiendo.

—Bueno. . ya sabes cómo es esto. Necesito tener algún incentivo. Algo que realmente me inspire a querer ganar.

—¿Quieres decir una apuesta?

—Una pequeña apuesta nunca hace daño.

—No tengo dinero aquí —ella pensó en eso—. Supongo que podría firmarte un pagaré.

—Estás muy segura de que vas a perder, ¿verdad?

—¡No, por supuesto que no! Sólo que no juego por dinero. Nunca compro lotería.

Él se rió.

—Un poco conservadora, ¿no? Ah, bien. Probablemente tampoco te interesarías en mi siguiente propuesta.

—¿Cuál? —preguntó suspicazmente.

—Strip pool.

—Nunca lo he oído.

—Bien —explicó con una sonrisa inocente—, es como el strip póker. Si pierdes tienes que quitarte algo que l eves puesto.

Él permaneció sonriéndole. Ella sabía lo que esa risa significaba. Él le hacía pasar un mal rato inventando una apuesta ridícula. No había tal strip pool. Pero, de nuevo, ¿cómo lo iba a saber ella? y qué haría él si. .

—Está bien, es un trato.

Ella lo miró con mucha satisfacción cuando su respuesta lo pilló desprevenido.

—Solamente estaba bromeando, cariño. No quiero angustiarte.

Ella sonrió.

—No te preocupes. De cualquier forma, muy pronto te encontrarás sonrojado —no era dificil darse cuenta de que ella llevaba puesta más ropa que él. Quizá debió pensarlo antes de hacer su impulsiva sugerencia.

El ambiente de la sala cambió. Un sentido de voluntad y dedicación empezó a establecerse.

Siguieron las reglas cuidadosamente para abrir el juego y Michael le ganó a Sabrina sin darle una oportunidad de tirar.

—¿Deseas desistir ahora? —preguntó él cuando ella reunió las bolas en la mesa para colocarlas.

—Por supuesto que no.

—¿Qué te vas a quitar?

—Mi anillo.

—¿Qué?

Ella lo miró y sonrió. Entonces se quitó el anillo de la mano derecha y le hizo una seña para que tirara. Quizá él estaba captando la idea. Cualquiera que fuera la razón, él no jugó la segunda partida tan bien, aunque procuró no delatarse.

Esa vez ella perdió el reloj.

Michael se preparó y comenzó la tercera partida. Esa vez todo iba en contra de él y Sabrina ganó sin ningún problema. Ella se quedó esperando.

—No l evo el reloj —señaló él innecesariamente.

—Lo sé.

—Y no uso anillos.

—Puedo verlo.

—Bien, diablos, ¿qué se supone que debo hacer?

—Utiliza la imaginación.

Finalmente, él sonrió con malicia y se quitó un zapato.

Ella asintió complacida y procedió a ganar las tres siguientes partidas.

Descubrieron que ambos eran fuertes contrincantes. La broma había desaparecido. Se estaban tomando cada juego, cada golpe, extremadamente en serio.

Michael estaba jugando descalzo, había perdido el otro zapato y los dos calcetines, mientras ella todavía estaba completamente vestida. Él estaba decidido a demostrarle que no se le batía tan fácilmente.

Hicieron una pausa lo suficientemente grande para comer unos bocadil os, y ella estuvo de acuerdo en tomarse una cerveza con él, una bebida poco usual para ella, pero el torneo era el punto central de la tarde.

Se jugaron algunas partidas más y la mayoría de ellas estuvieron contra Sabrina. Ahora ella también estaba sin calcetines ni zapatos, y tenía que decidir qué prenda quitarse la siguiente vez.

Después de una silenciosa deliberación, se desabrochó los vaqueros y se bajó la cremal era. Se tomó su tiempo deslizándolos por sus piernas, y después se los quitó cuidadosamente. Se alisó con indiferencia el borde del suéter y dijo:

—Creo que te toca tirar, ¿no?

Michael sólo pudo quedarse mirándola. La prenda de encaje que llevaba no ocultaba nada. Sus piernas eran largas y bien formadas, y cuando estuvo esperando a que él terminara, se inclinó sobre su taco, tan relajada como si estuviera completamente vestida.

¡Maldita! ¿Cómo era posible que él se concentrara con ella así? Él cerró los ojos, esforzándose por pensar en el juego, entonces los abrió para inclinarse y alinear su golpe.

Cuando miró hacia su taco, su mirada se desvió a la ropa interior que lo distraía desde el otro extremo de la mesa. Él pudo sentir su cuerpo reaccionando. ¿Qué hombre con sangre en las venas no reaccionarían a ese tipo de provocación?

Michael perdió esa partida. Y la siguiente.

Él estaba ahora a sus órdenes, su slip rojo ocultaba muy poco. Si Sabrina ganaba una vez más, él se encontraría desnudo. Y sería el perdedor.

Sabrina se sentía incómoda. Se había divertido viéndolo retorcerse, viendo su frente bañada en sudor durante las dos últimas partidas. Ella aún se había divertido contemplando el pecho desnudo de él. Estaba segura de que fue sólo el brillante color de sus calzoncillos lo que la distrajo. El problema era que no importaba dónde se pusiera para tirar que parecía que él estaba al otro lado de la mesa en su línea directa de visión. Si ella cambiaba de parecer y se movía a otra bola, él también se movía. Ella no podía escapar de él.

Ninguno de los dos había dicho más de media docena de palabras por hora.

¿Cómo podía él ser tan indiferente, ahora que estaba prácticamente desnudo. . a su obvia excitación? No había forma de que ella pudiera ignorarlo. Esa pequeña tira que simulaba su ropa interior no había sido pensada para tal situación.

Por primera vez en casi una hora, Michael empezaba a divertirse nuevamente. Fue muy dificil dejar de observarla cuando se inclinaba al tirar, dejando su trasero desnudo excepto por una pequeña pieza de encaje. O mirándola andar alrededor de la mesa, sus largas piernas recordándole cómo se habían enrollado alrededor de él tan apasionadamente la noche anterior.

O teniendo que clavar la vista en la parte superior de sus muslos.

Ahora era el turno de él de observarla retorcerse. Y se retorció. Él se aseguró de que lo viera constantemente, dejándola ver el efecto que ella tenía en él. Y cuando fue el turno de él de tirar, lo hizo con tanta exactitud que ganó la partida.

Ella se quitó el suéter, quedando solamente con su sujetador de encaje y la braga.

Sabrina perdió el siguiente juego y de mala gana se desabrochó el sujetador.

Él pensaba que realmente no iba a poder terminar la última partida. Miró su ceño fruncido cuándo ella intentó guiar el taco por su pecho, que ya no estaba oculto a la vista de él. Fue casi como si él pudiera sentir esa superficie satinada cuando el taco se deslizó. . atrás y adelante. .

cuando ella se colocó para el tiro. Las puntas de sus dedos temblaron con la sensación imaginada.

—¡Maldita sea! —ella había errado el tiro.

—¿Qué está mal?

—No puedo jugar sin sujetador. Me molestan —con una mirada de disgusto, ella abarcó sus senos con sus manos, como si tratara de decidir qué hacer con ellos.

Él pudo pensar en varias cosas que desearía hacer con ellos. Inmediatamente.

—¿Quieres rendirte? —preguntó él, con un tono cuidadosamente casual.

—¡No! ¡Todavía puedo ganarte!

Él sonrió.

—Continúa intentándolo, preciosa. No te estoy deteniendo.

Él se excitó más con cada movimiento que ella hacía. Podría decir que estaba decidida a vencerlo ahora que el momento de la verdad se acercaba.

Ella había jugado brillantemente toda la tarde, haciendo algunos tiros que él había visto fallar a los profesionales, y había estado bajo una considerable presión.

¡Qué mujer! De alguna forma tenía que convencerla de que lo que tenían juntos era demasiado importante para ignorarlo. De cualquier modo el destino los reunió, y lo que encontraron nunca podría repetirse. No para él, de cualquier forma. Indudablemente ella sentía lo mismo. Sabrina metió la bola ocho y se dio la vuelta, triunfante.

—He ganado, he ganado. .

Tan pronto como él vio que la bola entraba en el agujero, se movió. Sus calzoncillos desaparecieron y avanzó hacia ella.

—¡Michael! —riendo, ella le permitió que la levantara y la sentara al borde de la mesa. Pero cuando él empezó a quitarle la prenda que le quedaba, ella protestó.

—¡Hey, eso no es justo! ¡He ganado! Yo. . no. . tengo. .

Sus palabras se desvanecieron cuando él le colocó las piernas alrededor de su cintura y la penetró profundamente sin decir una palabra. La boca de él encontró la de ella, su lengua imitó sus movimientos. Ella lo había atormentado toda la tarde, provocándolo con su bel eza. Él había sido forzado a ver sin tocar, para solamente imaginar, para recordar, para fantasear.

Ganador o perdedor, acuerdo o no acuerdo, tenía que tenerla. ¡Ahora!