CAPITULO XI
Los ciudadanos de Silver City se reunieron en las afueras de la población.
A ellos se incorporaron los soldados de caballería que mandaba el capitán Tovne
Se iniciaba, al fin, la gran ofensiva contra Rogers Chissun.
Vaine Crelle y Jed Diamond, montados en negros caballos, se multiplicaban de un lado para otro, revisando hasta los más mínimos detalles.
En total había congregados noventa y siete hombres, cantidad más que suficiente para exterminar a todos los bandidos de Nuevo Méjico.
Dos ayudantes del sheriff conducían al prisionero hecho en la inútil intentona de robo de ganado en el rancho de Diamond.
Jed aproximándose a él, le dijo:
—Si no nos traicionas, te soltaremos. Si pretendes hacernos alguna mala faena, no vacilaré en matarte. Ya estás advertido.
Los hombres portaban rifles. Varios carros que iban a retaguardia conducían las reservas de municiones y de comida. Era posible que el combate durase días.
Recorrieron milla tras milla, acampando al atardecer.
Jed Diamond, que por elección popular había sido elegido general en jefe, quería que todos sus hombres estuviesen descansados.
En el improvisado campamento formáronse corrillos» Los vaqueros y soldados, mezclándose, acabaron por entablar amistad. Al fin y a la postre, todos iban a combatir por la justicia.
Jed Diamond, Vaine Crelle, el capitán Tovne y el sheriff conversaban animadamente. El primero dijo:
—Según ha deducido de los informes del prisionera, una senda, que se va ensanchando, conduce a la hondonada, cuya existencia desconocíamos todos hasta hoy. Pretendo que un grupo se acerque sigiloso y se lance contra los primeros centinelas, parapetándose en los lugares que ellos ocupen. Se trata de no usar rifles ni revólveres, sino cuchillos, evitando que los vigilantes den la voz de alarma. Si conseguimos este primer triunfo, los que queden de este primer grupo irán ascendiendo y repetirán la operación. Cuando todo el sendero esté libre, uno de ellos bajará a avisarnos. El plan es audaz y de difícil ejecución, pero hay que realizarla ¿Qué le parece, capitán?
—Creo que es lo mejor que puede hacerse y pido m puesto en ese grupo.
—Gracias. Lo formaremos usted y yo, con tres hombres más.
—Y a mí, ¿dónde me dejas? —inquirió Vaine Crelle.
—Con el sheriff al frente del resto de los hombres. Si pasada una hora no hemos regresado, lánzale al combate.
—Así se hará, Jed.
—Bien. Cuando los hombres y los caballos descansen, será el momento de iniciar la marcha. Nos interesa llegar de noche.
—Conforme —asintió el sheriff.
Al fin se levantó el campamento, y rodeados por las sombras se dirigieron al lugar indicado por el prisionero.
—Ya estamos cerca.
El capitán Tovne, Diamond y tres vaqueros más, hábiles en el uso del arma blanca, se destacaron del grueso de la fuerza.
—Ya sabes, Vaine. Una hora de espera. Suerte.
—Suerte.
Pegándose a la tierra, se aproximaron a las estribaciones de una montaña.
—No nos traiciones —volvió a amenazar Jed al prisionero—. ¡Te arrancaría la piel!
—No me interesa. Ahora sé que gano más estando entre vosotros. Déjame ir a tu lado. No olvides que soy si único que conoce les emplazamientos de los centinelas. Mira, ahí arriba, junto a la peña que tiene forma de triángulo, hay un hombre de Rogers. No es conveniente que vayamos todos.
—Iré yo —decidió Diamond.
—Que te acompañe alguien que me sepa lanzar el puñal a distancia.
El ranchero pensó en lo útil que les hubiera sido Kid Garret, y eligió a uno de sus hombres.
Los dos se destacaban del pequeño grupo, subiendo sin producir el menor ruido.
A unos cinco metros se detuvieron. Como no viesen a nadie, Jed arrojó una pequeña piedra contra la roca.
En el acto surgió un hombre, que miró en todas direcciones.
Un cuchillo voló por el aire, clavándose en el corazón del centinela, que cayó pesadamente al suelo.
Jed y su compañero permanecieron sin moverse unos segundos. Como no observaran nada anormal, Diamond ordenó:
—Que suban los demás hasta aquí.
Así lo hicieron. Siguiendo las indicaciones del guía, eliminaron a cuatro centinelas más.
El prisionero informó:
—Ya está el camino libre.
El capitán Tovne se ofreció para avisar a Vaine Crelle, y Jed Diamond asomó con precauciones la cabeza, mirando hacia la hondonada donde el guía le dijo que estaba situado el campamento. Allí algo le heló la sangre en las venas.
En el centro de las edificaciones de los bandidos se alzaba una estaca a la que había atado un hombre. Tres hogueras alumbraban la escena fantásticamente...
* * *
La tortura no fue tan terrible como Kid habla previsto. El mejicano se limitó a hacerle unas hendiduras en el pecho en las que depositó sal.
Iba el verdugo a continuar su diabólico trabajo, cuando Rogers Chissun le ordenó:
—No quiero que mueras demasiado pronto. Encended lumbre. Se está haciendo de noche. Dejadlo atado. Vamos a cenar y luego continuaremos.
La reunión se deshizo y todos se dispusieron a calmar el apetito. Luego volvieron a la plazoleta. Rogers tardó en aparecer.
—Creo que ahora debes de trabajarle las manos y los pies.
El mejicano hizo con el cuchillo varias astillas de madera y se dispuso a clavárselas a Kid entre las uñas de los dedos y la carne. Se agachó para hacerlo y...
Sonó un disparo. El miserable cayó sin vida. Una descarga cerrada aumentó la confusión entre los bandidos, que se pusieron a la defensiva.
Rogers daba órdenes a sus hombres, pero la lluvia de plomo sembrada de cadáveres la plazoleta, que fue abandonada.
Una sombra se deslizó hasta el lugar donde permanecía Kid atado, librándole de las ligaduras.
—¡Vaine! —dijo el joven.
—Te reconocí desde lejos. Vámonos de aquí. Nos asarán a tiros.
En efecto. A la luz de las hogueras los forajidos les habían descubierto y las balas silbaban en derredor de ellos con su lúgubre canción de muerte.
Reptando, siempre al amparo de las zonas de sombra consiguieron refugiarse detrás de una choza. Vaine Crelle puso a Kid en antecedentes de lo sucedido.
El joven aprovechó aquel respiro para desentumecer las piernas. Sentía que el pecho le abrasaba por las heridas recibidas pero ello, lejos de debilitarle, le llenó de rabia.
Entró en la cabaña por una de las ventanas traseras. Desde la puerta dos hombres defendían aquella posición.
Alzó el revólver y pronto hubo dos canallas menos sobre la redondez de la tierra. Bebió ansiosamente agua de una cantimplora y expuso su plan a Vaine. Había que repetir lo hecho.
Pronto tres cabañas más quedaron sin defensores. En la próxima le esperaba a Kid una sorpresa. Joe y Mac estaban juntos.
Al sentir ruido a sus espaldas, se volvieron. Mac cayó con el pecho atravesado de un balazo, y Joe sintió que el rifle le volaba de las manos.
Kid se lanzó sobre él ciego de ira y le golpeó una y otra vez en la mandíbula, derribándole.
En el suelo, con una rodilla puesta en el pecho del lugarteniente de Rogers, que, aturdido, no acertaba a defenderse, empezó a darle brutales puñetazos en el rostro hasta hacerle perder el sentido.
Vaine Crelle le separó:
—Déjale ya. No despertará en muchas horas.
Mac Haskel respiraba fatigoso. Abrió los ojos. Al ver a Kid, sonrió, murmurando:
—Eres un valiente.
—Soy el hijo de Garret, el único hombre que te produjo miedo.
La mirada de Mac dejó adivinar su sorpresa. Kid le preguntó:
—¿Y Rogers?
—Está en el polvorín, en la cabaña del centro.
Fueron sus últimas palabras.
Kid y Vaine buscaron con la mirada el lugar donde se alojaba el jefe de los bandidos, y avanzaron hacia su nuevo objetivo hasta alcanzar el lugar deseado. Les aguardaba una sorpresa: la ventana posterior estaba cerrada.
Crelle, sin vacilar, la abrió a tiros. Una bala silbo peligrosamente junto a sus sienes.
Kid le ordenó:
—Entretenía disparando desde aquí. Yo entraré por delante.
Despacio, el muchacho se dirigió a la puerta. Confundido en la noche, nadie le salió al paso.
A su derecha y a su izquierda, el grueso de las fuerzas de Rogers disparaban con mortal acierto.
Aguardó a que las descargas fuesen más continuas, y de un balazo destrozó la cerradura, penetrando de un salto en el interior.
Rogers se volvió y, al verle, disparó. Kid, con una agilidad asombrosa, se había echado al suelo. Después se lanzó contra el jefe de la criminal organización y apresándole por la garganta apretó más y más.
* * *
Kid, en el polvorín, tuvo una idea.
—Vaine, di a Jed Diamond y a los suyos que abandonen la ladera. Voy a hacer saltar esta montaña. Hay pólvora más que suficiente para ello.
—Morirás tú también.
—No. Colocaré una larga mecha.
En, la noche, la batalla continuaba. Vaine Crelle, arrastrándose, llegó hasta donde se hallaban sus compañeros, que se apresuraron a obedecer las indicaciones de Kid, el cual había actuado con rapidez y terrible eficacia.
No era preciso sino que aquellos cientos de kilogramos de explosivos recibieran la llama que pondría fin para siempre a la más terrible banda que asolara Nueve Méjico.
Corriendo, Garret abandonó el lugar. Milagrosamente llegó indemne a la senda.
Desde allí se dejó caer como una pelota, mientras el aire vibraba de una fuerte explosión y las rocas cruzaban el aire como proyectiles...
Kid se hallaba ya sano y salvo entre sus amigos...