CAPITULO II
La noticia corrió por Silver City igual que la pólvora.
Rogers Chissun, a quien todos creían purgando sus crímenes en el presidio de Oklahoma, se había fugado de la cárcel y capitaneaba en Nuevo Méjico una banda de indeseables, sin duda la misma que tanto luto estaba produciendo a la ciudad.
Se afirmaba y se negaba el rumor. Los viejos se obstinaban en que ello no era posible. Cuando Rogers Chissun, el hombre más cruel y peligroso que conociera el Oeste, fue detenido, tenía ya sesenta años.
No obstante, y para desvanecer los optimismos de unos cuantos, pronto se dio confirmación oficial a la noticia.
Grandes carteles ofrecieren cinco mil dólares a quien detuviese a Rogers Chissun vivo o muerto.
Los sheriffs de los pueblos fronterizos a Méjico desplazaron a sus mejores hombres a la busca y captura del criminal, sin éxito.
Kid, que no daba mucho crédito a las habladurías de la gente, tuvo que convencerse ante las palabras del sheriff:
—Es cierto. Rogers Chissun es el cerebro criminal que dirige toda una vasta organización en Nuevo Méjico. Al principio, después de su huida, todos le creyeron muerto. Estaba, sin duda, organizándose.
El joven, recordando lo que el viejo Jefferson le dijera sobre los llamados hombres de hierro, cabalgó despacio en aquel atardecer en dirección a la casa de Betthy Deering, la muchacha a la que tan profundamente aunaba.
Unos metros antes de llegar a la casa, vio cómo la vieja Mary Sullivan dejaba caer un papel junto a la cerca.
Apeándose, cogió la misiva, continuando su camino, para leer unos metros más allá:
"Espérame junto al árbol del rayo. Necesito hablarte. — B."
Gozoso por la perspectiva de ver a su amada, Kid se dirigió hacia el lugar de la cita, decidido a esperar lo que fuese.
Aquel paraje, a dos millas del pueblo, era delicioso. Un arroyuelo, que desembocaba en el próximo río Gila, corría entre un pequeño bosquecillo donde la verde vegetación hermoseaba el paisaje.
Kid Garret, seguro de advertir a tiempo la llegada de Betthy, se tumbó a la sombra de los árboles, frente a uno, seco y retorcido. A su pesar, evocó los azares de su breve pero agitada vida.
Hijo de Andrew Garret, inglés de nacimiento, y de María Romero, Mary para todos, creció en un ambiente de prosperidad y comodidades en Waco, en un gran rancho que se alzaba cerca del río Brazos.
Su padre era un hombre de negocios que vivía intensamente el Oeste, siendo considerado como el más hábil "sacador" de toda la región, cualidad que jamás aprovechó en perjuicio de nadie.
Una noche, Mac Haskel, una fracción de segundo más rápido, borró para siempre del mundo de los vivos a Andrew Garret, cuando su hijo Kid apenas contaba siete años.
Sonrió Kid dulcemente ante el recuerdo de la madre buena, a la que él dejara un día para ir en busca de Mac Haskel, no por afán de venganza, puesto que todos afirmaron que la pelea fue leal, sino por el deseo de desafiar al matador de su padre.
Al abandonar la casa materna no contó con sus pocos años. Para defenderse de burlas se vio obligado a ser protagonista de numerosos duelos que pronto hicieron su nombre trágicamente popular. Jamás empleó armas de fuego.
La gente desconocía el motivo, pero la razón era sencilla. Su madre, con lágrimas en los ojos, se lo había suplicado al partir, diciéndole:
—Prométemelo, por lo menos mientras yo viva.
El había accedido.
El sonido de los cascos de un caballo le sacó de su abstracción.
Incorporándose fue a recibir a Betthy, que llegaba en ese momento.
—¡Hola, Kid!
—¡Hola! Vienes encantadora.
Mientras la ayudaba a desmontar, el joven la contempló admirativamente.
Kid, a su lado, sentíase tímido.
Ella, de diecisiete años no cumplidos, tenía esa decisión que el amor da a las mujeres.
—Tienes que perdonar a papá por lo de ayer. Lleva «nos días muy nervioso, sobre todo desde que le han dicho que Rogers Chissun anda por estos contornos.
—¿Le conoce?
—No lo sé. Anoche, mientras preparaban la cena, oí cómo hablaba de él con Brady. Al verme entrar se callaron. No obstante, escuché unas palabras que me llenaron de inquietud: «Te repito que Rogers no es de los que olvidan una deuda». Ignoro a qué se refería. Teme algo, no ha querido decirme qué. Por eso se portó mal contigo.
—¡Bah! No te preocupes. Te aseguro que no se lo tomé en cuenta. Además creo que tiene razón. Soy sólo un vagabundo, un aventurero. El aspira a más para ti.
—¡Kid!
—No me interrumpas, Betthy. Aunque nos duela a los dos lo que acabo de decir, es la verdad. ¡Si tú accedieras a lo que tantas veces te ha propuesto seríamos felices para siempre!
En la voz de ella había angustia al replicar:
—¡No puedo! Mi padre me necesita. Sin mí sería sólo un desesperado, sin cariño, sin afecto. Todavía somos muy jóvenes. Debes comprenderlo.
Hubo una pausa, que el muchacho rompió. Hablaba sin mirarla.
—Siempre deseé que la mujer que me quisiera saltara por encima de convencionalismos.
Betthy le miraba con asombro, un poco sugestionada por las palabras de él, que sonaban, en una extraña amalgama, cálidas, soñadoras, violentas.
—Dices que me quieres y careces de valor para oponerte a la autoridad de tu padre. Mi amor es de fuego y sangre. El tuyo parece de hielo.
Betthy bajo la cabeza. Le dolía la injusticia de Kid.
Por un momento sintió deseos de gritarle que ella era así, como él ambicionaba; pero las palabras murieron en sus labios, estranguladas por una congoja que se transformó en un torrente de lágrimas.
Kid, apesadumbrado por la dureza de sus expresiones, cogiéndola una mano, suplicó:
—Perdóname. Necesitaba desahogar en alguien la pena y la rabia que desborda mi corazón.
Betthy no contestó. Luego, mirándole con los ojos humedecidos aún, dijo:
—Creo que te acabo de perder. No vacilaría en darte mi vida, mi felicidad, mi orgullo; en suma, todos mis bienes materiales, hasta mis sentimientos, si ello fuera posible; pero no mi propia estimación. ¡Papá me necesita!
Kid Garret estaba desconcertado. Lo que acababa de oír le recordaba vagamente las enseñanzas de su niñez. Desesperado, exclamó:
—Tienes razón, Betthy, y maldigo una y mil veces este temperamento apasionado que me lleva tan lejos. Nuestro cariño no ha muerto. Mírame a los ojos y dime, como antes y como siempre, que disculpas mis arrebatos, que me comprendes.
Ella puso una mano sobre la cabeza del joven, en un impulso maternal hasta entonces no sentido.
La bandada de cuervos les volvió a la realidad. Animados, sin duda, por la inmovilidad de los dos jóvenes, describieron unos círculos bajísimos en torno a uno de los árboles inmediatos. Kid Garret, incorporándose, observó:
—Ahí tiene que haber algo. No se explica tanta persistencia. Espérame aquí.
Anduvo unos metros hasta llegar a un álamo, de una de cuyas ramas pendía un hombre ahorcado. Oyó un grito a su espalda y, volviéndose, pudo ver a Betthy, que, muy pálida, dijo:
—¡Un muerto!
Kid subió por el tronco y cortó la cuerda, con lo que el cuerpo cayó pesadamente al suelo, quedando cara al cielo. Ella le reconoció:
—¡Es Dolan! Uno de los vaqueros de mi padre.
Sobre la camisa del cadáver había un papel.
«Un aviso a Doering. El próximo será él. — Rogers».
La muchacha estaba lívida. Escondiendo su cara contra el pecho de Kid, gritó histéricamente:
—¡Vámonos de aquí! ¡Vámonos!
El la condujo hacia el caballo.
—Espérame. Sólo tardo unos minutos.
Volvió nuevamente junto al cadáver, buscando en él, inútilmente, algo que pudiera servirle de orientación para descubrir a los culpables.
Al regresar al lado de Betthy le asaltó una idea. ¿No correría peligro la muchacha?
Al ir a ayudarla a montar, ella, nerviosa, perdió el estribo, y su cuerpo quedó muy próximo al del hombre, que la abrazó.
Sin besarla, con los labios tan cerca que los dos alientos se confundían, él preguntó, poniendo toda su alma en la súplica:
—¿Me perdonas lo de antes, Betthy?
La respuesta fue ahogada por un beso ardiente, en el que se fundieron los dos corazones.
A los pocos minutes, Kid dejó a Betthy y se dirigió en busca del sheriff para darle cuenta de lo sucedido.
* * *
Pasaron tres días. Una mañana, en la calle principal de Silver City, Kid Garret se encontró frente a Vaine Crelle, el ranchero a quien le mataron mujer e hija en el asalto de la diligencia. Con él iba Diamond, dueño del rancho «Diamante». El joven se detuvo.
—Siento mucho lo sucedido, Crelle.
El aludido, hombre de unos cuarenta años, estrechó la mano que se le tendía, murmurando:
—Gracias.
Por los surcos oscuros que rodeaban sus ojos se adivinaba que no dormía. Su expresión era la de un ser vencido por la vida.
—Hay que tener ánimo. No se gana nada desesperándose.
Era Diamond el que hablaba. Kid asintió, diciendo:
—¿Me permiten que Ies convide a una copa? De paso, quisiera hablar con usted, Jed.
El aludido, que sentía un raro afecto por el joven, accedió, y les tres penetraron en el saloon. «Los Dos Colts», donde Kathie salió solícita a recibirles.
—Buenos días. Me alegro de verte, Kid. Tengo que decirte algo que ignoras.
—Luego lo harás. Ahora sírvenos whisky.
La mujer obedeció, retirándose a uno de los extremos del mostrador, desde donde no dejaba de observar a Kid. El establecimiento estaba casi vacío.
—Tú dirás, muchacho —inició Jed Diamond.
—Verá. Iré, sin rodeos, directamente al grano. No sé oí concepto que tendrá usted formado de mí, pero necesito un empleo; ¿Puede dármelo?
Diamond, haciendo un esfuerzo por ocultar la satisfacción que le habían producido las palabras de Kid, repuso, despacio:
—Me alegra que desees trabajar. Cuenta con un puesto de vaquero. Necesito a mi lado hombres como tú.
Hablaron de las condiciones en que se desenvolvía la vida en el rancho, y luego de fijar la soldada Jed y Vaine salieron, momento que aprovechó Kathie para acercarse al joven. En sus hermosos ojos se adivinaba un reproche. Dijo:
—Te esperaba ayer y no viniste.
—Estuve muy ocupado. ¿Qué querías?
—¿Tanta prisa tienes por marcharte?
—En realidad, sí. Desde este momento soy un vaquero más del rancho «Diamante». Debo empezar mi trabajo esta misma tarde.
—El amor hace milagros...
Tanta tristeza puso Kathie en sus palabras, que Kid abandonó la coraza moral con que se revestía en todas las conversaciones que sostenía con ella, humanizándose:
—Por favor, me duele oírte hablar así. Si no te conociera pensaría que te falta valor para afrontar la vida.
—Hay algo superior a mis fuerzas, que jamás pensé volvería a sentir...
Para evitar una respuesta directa, Kid bebió de nuevo. Tras una pausa inquirió:
—¿Qué deseabas?
—Estuvo aquí uno de los vaqueros de James Deering para darte un recado de parte de su patrón. Como no estabas y parecía no muy a gusto con el encargo, me lo ha dejado a mi. «Diga a Kid Garret que mi amo le advierte que la primera vez que le vea con su hija o se entere de que ha estado con ella le matará».
El joven apretó los puños con rabia, pero no comentó nada. Kathie continuó:
—Parece ser que se ha enterado de que estabais juntos cuando descubristeis el cadáver del infeliz Dolan. Va diciendo por ahí que eres un vagabundo, que debías estar detrás de las rejas de una cárcel, prohibiéndosete el trato con las personas decentes... En fin, no sé cuantas cosas más. Me da la sensación de un viejo celoso del cariño de su hija. Debes guardarte de él.
Kid, con gesto preocupado, se abstrajo unos segundos. Ahora sabía por qué no volvió a ver a Betthy. Su padre, sin duda, se lo prohibió.
—¿Qué te pasa? Parece como si no me hubieras oído.
—Sí, Kathie, sí te he oído, y te agradezco el interés que te tomas por mi sin yo merecérmelo. Cuando te veo me apena saber que has puesto tus ojos en mi. Así es la vida. Amar a los que no nos aman...
—No te pido nada, Kid. Sólo que me dejes ser tu amiga. Nos separan muchas cosas. Soy diez años mayor que tu, y, por si fuera poco, vividos todos con ese bestia de Jack Morton; pero si algún día quisieras, no tienes que hacer más que llamarme a tu lado. Yo te daré hasta la vida si la necesitas y no te pediré nada a cambio. Cuando te cansaras de mi sólo tendrías que indicármelo para que yo dejase de ser un estorbo.
—Kathie...
—Ignoro cómo te querrá Betthy. Sin embargo, ella no es capaz de sentir tan hondo como yo. La vida la ha tratado siempre bien. Juntos, Kid, seríamos apasionadamente dichosos. Yo te amo con toda mi alma; tanto, que no vacilo en decírtelo así, cara a cara...
La mujer le miraba con ojos en cuyas pupilas ardían chispas de fuego.
Por un instante se sintió sugestionado por la atracción de Kathie y sin saber cómo se sorprendió al notar una extraña quemadura en sus labios. Jamás supuso que se pudiera besar así...
El cuerpo de Kathie, pegado al suyo, despedía un calor que enervaba la voluntad del joven. Con un poderoso esfuerzo se separó:
—No he debido hacerlo. ¡Siempre me remorderá la conciencia esta traición!
—¡Ya tengo un recuerdo tuyo, algo imborrable que me servirá de consuelo hasta la muerte!
La cara de Kathie resplandecía dé gozo. Hubo una larga pausa. Unos vaqueros entraron a beber y Kid aprovechó esa oportunidad para despedirse.
Montó a caballo, dirigiéndose hacia el bosquecillo donde estaba el árbol herido por el rayo, y desmontado se sentó en una roca.
Le acometió un vivo deseo de huir de aquellos parajes, lejos de la amenaza de un padre y de la pasión de una mujer. El recuerdo de Betthy le hizo serenarse.
Pensó en ella intensamente con el vano deseo de borrar el recuerdo de Kathie.
Cuando regresó el pueblo eran las cuatro de la tarde...
* * *
Comió sin apetito y haciendo un paquete con los útiles más imprescindibles, dijo a Sarah Brewer:
—Voy a trabajar en el rancho «Diamante». Deseo conservar la habitación. Se la pagaré del mismo modo que si la ocupara. He tomado cariño a su casa.
—Yo le quiero como a un hijo. Procure no exponerse demasiado. Las cosas se están poniendo feas en el pueblo con la amenaza de Rogers Chissun. Si ese bandido ve en usted un posible enemigo, no vacilará en asesinarle.
—¡Bah! Sabré guardarme. Adiós.
—Adiós, Kid. Celebro mucho lo del empleo.
El joven se despidió de aquella buena mujer, que la recordaba a su madre, y montando a caballo se dirigió al rancho «Diamante».
Al pasar frente a la casa de Betty no pudo evitar un gesto de tristeza al ver las ventanas cerradas.
Corrió milla tras milla con el pensamiento puesto en su prometida, y al fin vio, a lo lejos, una gran casa la principal edificación del rancho de Jed, situado al noroeste de Silver City, en un extenso valle entre montañas, por donde cruzaban varios arroyos procedentes de los manantiales de la cercana cordillera y en los que abrevaba el ganado. Le salió a recibir el propietario.
—¡Hola, Kid! Veo que has cumplido tu palabra. Celebro tenerte entre nosotros.
—Gracias, Jed. Yo siempre hago lo que prometo.
—Quiero presentarte a los muchachos. Ahora están cenando.
Atravesaron varias edificaciones de madera, destinadas a cuadras y almacenes, hasta llegar a un barracón más sólido, en el que penetraron.
Once hombres comían entre bromas, que suscitaban grandes carcajadas. Al ver entrar a Diamond callaron. El dueño habló:
—Este es Kid Garret, un nuevo vaquero al que deseo tratéis como a un camarada.
Algunos ya conocían al joven y le tendieron amistosamente la mano. Otros se limitaron a mirarle.
—¿Cenaste, Kid? —preguntó Jed.
—No.
—Hoy lo harás conmigo. Mañana tu vida se desenvolverá entre tus compañeros.
Entraron en la casa y en un comedor amueblado con gusto, en el que no faltaban esos detalles primorosos que caracterizan la presencia de una mujer, los dos hombres se sentaron, charlando de diversos temas. A poco entró Sally, la esposa de Diamond.
—Hoy tenemos un invitado. Procura cuidarnos bien. Es un nuevo vaquero. Se llama Kid Garret.
Ella, sonriendo, estrechó la mano del joven, que, cortésmente, dijo:
—Es un placer conocerla.
Cuando la comida fue servida, se sentaron los tres, comiendo con apetito.
La conversación giró sobre el robo de ganado al rancho «Diamante».
—En realidad no tiene importancia. Hasta la fecha no son muchas las reses desaparecidas. Lo que me preocupa es que sean robadas para alimento de los hombres de Rogers Chissun. Ello indica que han instalado su cuartel general cerca de aquí.
—¿Sospecha usted acaso? —inquirió Kid.
—Sí. Estas montañas tienen lugares verdaderamente inaccesibles y que un par de hombres pueden defender contra la amenaza de doscientos. No me gusta nada esa vecindad.
—Lo comprendo. Ya sabrá el encuentro que tuve la otra tarde en el bosquecillo.
—Sí; algo me han dicho. ¿Cómo fue ello?
El joven hizo un minucioso relato del hallazgo del ahorcado, mencionando los temores de James Deering. Sally intervino entonces:
—¿Es usted novio de Betthy?
—Sí, y tal es la razón de que ahora trabaje con ustedes. El padre se opone terminantemente a que nos casemos, asegurando que soy un vagabundo. Yo pretendo demostrarle lo contrario.
—Celebro mucho esa decisión y me alegraré que pronto se solventen todas las dificultades.
La buena mujer había cobrado simpatía al muchacho. Le recordaba un hijo que murió a los cuatro años y que ahora tendría aproximadamente la misma edad de Kid. Este preguntó:
—¿Ha establecido turnos de vigilancia?
—No merece la pena. Son muy pocas las pérdidas y muy espaciadas para exponer a ninguno de mis hombres a la muerte. Mientras todo continúe así no deseo intervenir. Me repugna la violencia.
Kid, aunque no compartía las opiniones del dueño del rancho, se abstuvo de contradecirle y solicitó permiso para ir a descansar.
—Desde luego —accedió Jed—. Los muchachos te indicarán dónde puedes hacerlo.
Tardó Kid en dormirse. Al conseguirlo su sueño fue turbado por extrañas pesadillas. Le despertó una voz que gritaba:
—Arriba. Hay un rancho ardiendo. Desde aquí se ven las llamas.
Garret, incorporándose de un salto, salió fuera. En efecto, muy a lo lejos, en dirección a la casa de Betthy veíase un resplandor rojizo que a cada instante aumentaba de intensidad.
Jed Diamond ordenó:
—Brown y Semora se quedarán aquí. Los demás iremos a prestar ayuda.
En pocos momentos el grupo de hombres estuvo a caballo, partiendo al galope.
Pronto Kid pudo ver confirmados sus temores. El rancho del padre de Betthy ardía.
En pocos minutos el sheriff les puso al corriente de lo sucedido.
—Al parecer, los hombres de Rogers han atacado la hacienda de James. Mientras unos jinetes corrían por el pueblo disparando sus armas al aire, otros asaltaron la casa, asesinando a todos sus moradores. Después completaron la hazaña con el fuego. Nosotros, en lucha con los que sembraban el pánico en las calles de Silver, no pudimos acudir en su defensa.
—¿No se salvó ninguno? —preguntó Kid, con angustia.
—Ninguno. Es norma de las gentes de Chissun.
El joven bajó la cabeza, abatido, Jed, poniéndole una mano en la espalda, intentó consolarle:
—Animo, muchacho. Hay que ser fuertes.
El aludido no respondió, pero al volver levemente a cara, Diamond no pudo reprimir un gesto de respeto.
Las facciones del joven estaban contraídas por la desesperación. Su rostro tenía un gesto duro, cargado de amenazas.
Quiso acercarse a las llamas y ver si conseguía encontrar el cuerpo de Betthy, pero Diamond le sujeté fuertemente:
—Quieto, muchacho. Eso equivale a suicidarse.
Kid supo entonces de la cruel agonía de presenciar, impotente, cómo el fuego devastaba la casa. No pudo evitar un estremecimiento pensando que tal vez las rojas llamaradas calcinasen en esos mismos momentos a la mujer que era toda su vida.
Desasiéndose del brazo de Jed, se acercó más al incendió. Una chispa le abrasó la camisa, y él no sintió dolor por la quemadura.
—¡Betthy... Betthy! —gimió.
Alguien le separó de la proximidad de las llamas. La techumbre se derrumbó con estrépito.
Medio inconsciente repitió su primera pregunta al sheriff.
—¿Es cierto que nadie pudo salvarse?
—Nadie. Los Ollinger lo presenciaron todo desde su casa. El cerco fue completo.
Segundos..., minutos..., horas..., años..., siglos... ¡Toda una eternidad contemplando impotente un fuego que le robaba a la mujer amada!
Lo mismo que un autómata, Kid Garret se dejó conducir por Jed al rancho «Diamante».