VIII
Desnudarte, arrancarte las fibras
artificiales que tienen el privilegio
de envolver tu cuerpo puro y celestial.
Dibujar la silueta de tu espíritu,
que inunda el espacio que te rodea
y que todos ansiamos conquistar.
Acariciar el manto virginal
que limita y aprisiona tus deseos
y te protege del mundo hostil que te mira.
Liberar el suspiro que se esconde
en las entrañas mismas de mí mismo
y que no se atreve a hacerse oír.
A fin de cuentas, amarte,
como amaría cualquiera que supiese,
que la vida eres tú, y nada más.