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SAMANTHA

—Tabitha.

—Ostanes. —El gesto de alivio en la cara de la reina madre es evidente—. ¿A qué estabas esperando? Están a punto de administrarle esa infame abominación sintética. Por un momento, creí que me habías fallado. —Atraviesa el convocador con la mano, dispuesta a tirar de mí.

—La familia Kemi nunca os ha fallado —replica mi abuelo, sujetándome fuerte por el hombro para que no me mueva—. Vosotros sois quienes nos fallasteis.

—Ostanes, por favor. Estamos hablando de mi nieta.

—Y son mis nietas las que han estado en peligro porque no habéis cuidado de vuestra familia.

El fuego se desata entre los dos viejos titanes y, si conozco mínimamente a mi abuelo —y por lo poco que sé de la reina madre—, este desencuentro podría durar un buen rato. Pero no tenemos tiempo. Ni Evelyn tampoco. Le doy un tirón de la manga a mi abuelo.

—Me da igual lo que esté pasando aquí. Necesito llevarle esto a Evelyn.

Su boca no se destensa, pero me suelta y agarro la mano arrugada de la reina madre. Al tirar de mí, me lleva directamente desde mi casa hasta su dormitorio. Cuando miro a mi alrededor, me quedo con la boca abierta. En una pared hay una grieta enorme, cuadros destrozados sobre el suelo de madera oscura y cristales esparcidos por todas partes. Al caerse, una de las varas de la cama con baldaquino se ha llevado por delante un pesado tapiz y lo ha destrozado.

Es un caos.

—Rápido, niña. —Con lo débil que parece en la televisión, en realidad es muy veloz. Me cuesta seguir su ritmo por las curvas y recovecos de los pasillos del palacio. En un momento dado, atraviesa un muro de ladrillo. Poco después, vuelve a aparecer—. Olvidaba que vosotros, los corrientes, necesitáis usar puertas. Qué lata.

Sin embargo, no hace aparecer una puerta, sino que abre un agujero mediante una explosión y me deja pasar a través del humo y de los escombros.

Llegamos al lugar donde tienen a la princesa Evelyn. Hay guardias a ambos lados del pasillo y una esquina llena de cámaras y periodistas. Me sorprende que les hayan permitido adentrarse tanto en el palacio.

En cuanto nos ven a la reina madre y a mí, se produce mucha agitación y aumenta la actividad para encender las cámaras y poder tomar un buen plano de nosotras. En circunstancias normales, es bastante raro conseguir un vídeo de la reina madre.

—Apartaos de mi camino —ordena ella, ostentando su enorme poder a pesar de su baja estatura. Como está aislada de la prensa, no soporta ninguna de sus tonterías. Su actitud me resulta novedosa.

Atraviesa la pared de la habitación de la princesa y en esta ocasión sí que surge una puerta para mí. En la habitación está Zain, la primera persona con la que me topo. Zol también se encuentra ahí, junto con Renel, la reina y el rey. Todos parecen muy sorprendidos de vernos.

La princesa Evelyn está dormida en la cama. Renel tiene la poción sintética en las manos.

Evelyn se revuelve, pestañea, emite un débil gemido de dolor. Zain sigue mirándome y, aunque no puedo fijar la vista en él, lo que leo en su expresión es justo lo último que esperaba encontrar: alivio.

—Llegas tarde. —Zol sonríe con aires de superioridad—. Ya hemos administrado nuestra poción.

El vello de los brazos se me eriza y siento escalofríos por la espalda. Es el aumento de energía, que cada vez va a más. Un olor a rosas impregna el aire, tan pesado, dulzón y empalagoso que casi me ahoga. Magia pura e incontrolable.

Un relámpago explota en la estancia y nos lanza al suelo. Me tapo los ojos y, cuando vuelvo a mirar a Evelyn, veo que está flotando por encima de la cama, soltando rayos por los dedos.

—¡No ha funcionado! —grita Zain, y se abalanza hacia el cabecero de la cama para intentar controlarla.

Entonces se forma una tormenta en el cuarto; el techo amenaza con desprenderse de las paredes. El temblor del suelo hace que los objetos salgan despedidos por los aires. Todo el mundo tiene puesta su atención en Evelyn, pero la mía está centrada en otra cosa: en el Cuerno de Auden, que han trasladado aquí, a la habitación de la princesa.

Me lanzo hacia él con la poción en la mano. En lo que espero que sea un momento de calma, abro la botella encima del Cuerno, pero se produce otra oleada de energía emanada de la princesa y el líquido se derrama por todas partes.

—¡No! —grito.

—¡Sam, deprisa! —dice Zain—. ¡Confío en ti! ¡Administra la poción!

Todavía queda suficiente poción. Mientras corro hacia la princesa, la tierra se va levantando bajo mis pies. En el suelo se ha abierto un agujero enorme que da al cielo azul. Salto sobre la cama, me agarro al brazo extendido de Zain y me estiro, como si estuviéramos luchando contra un huracán. Por fin, logro alcanzarla. Está gritando.

Vuelco la poción en su boca. Al mismo tiempo, ella abre los ojos de golpe y atraviesa los míos con la mirada. En ese momento, un estallido de magia me tira de la cama y salgo disparada por la habitación hasta que me choco con el podio del Cuerno de Auden, que cae con estrépito al suelo.

Me quedo allí tirada, casi sin poder moverme. Pero veo el Cuerno. Y veo que está dorado.

El ruido, el viento, el relámpago, la tormenta… Todo cesa.

—¿Zain? —Oigo decir a Evelyn.

—Hola, Evie —le susurra él. La ternura que hay en su voz me hace pedazos—. ¿Cómo te encuentras?

Zain se agacha y coge un trozo de espejo que se ha caído al suelo. Los guardas, Renel, Zol, el rey, la reina y la reina madre esperan con el alma en vilo, desperdigados por lo que ha quedado del suelo. Si esto no ha funcionado, podría ser el final.

—Oh, vaya —exclama Evelyn—, ¡estoy espantosa! —Aparta el espejo y se produce un suspiro de alivio general—. Oye, ¿qué pasa? ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Se nos fue un poco de las manos la celebración de mi cumpleaños?

Ahora que sé que está a salvo, me asalta el dolor. La oscuridad me nubla la vista y noto cada uno de los trozos de piedra que hay bajo mi espalda. Alguien se arrodilla a mi lado y me levanta la cabeza.

—¿Estás bien?

Es Zain.

—Amor no correspondido —murmuro, por fin capaz de pronunciar la respuesta a la pregunta que Zol acaba de formular—. Ese era el ingrediente que faltaba.

—Lo has conseguido, Sam —afirma él entonces—. Has ganado la Expedición.