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SAMANTHA

Kirsty y Dan se van turnando para conducir la furgoneta, y ya está entrando la noche cuando nos registramos en el hotel más caro que Kirsty ha encontrado en Loga, con vistas a la Plaza Roja. Es tan lujoso que incluso tiene su propio ascensor de transportación desde el vestíbulo hasta las suites del ático. Pero lo mejor de todo es que tienen entrada independiente, de manera que podremos eludir a los paparazzi… y así evitar que Emilia se entere de nuestra ubicación.

Miro hacia arriba y veo la compleja filigrana dorada que cubre el techo y que se refleja en el frío suelo de mármol blanco. En cierto modo, me recuerda a la hiedana. Desde aquí la observo con admiración, aunque si estuviera un poco más cerca sentiría miedo.

Kirsty está cerrando la operación de venta de la flor de hiedana a través de uno de sus agentes de productos insólitos, ya que ella no tiene contactos para encontrar compradores de un ingrediente como este. Con el dinero cubriremos la siguiente etapa del viaje, pagaremos esta habitación de hotel —un gasto elevado que Kirsty insiste en que hay que hacer— y, aun así, nos quedará algún remanente.

Dan redacta mi experiencia en la selva y la cuelga en el blog del El Heraldo de Nova con el título «La Expedición se caldea para Sam Kemi». Kirsty comprueba que no aparezca ninguna referencia a los ingredientes que tenemos ni a nuestra ubicación, por si lo leen otros participantes.

Debido a la diferencia horaria, el artículo llega a Nova con las noticias de la mañana. Es como si Internet fuera a explotar ante nuestros ojos. En menos que canta un gallo, el blog ha recibido miles de visitas y la noticia se ha compartido en Connect, en DotaChat y en todas las demás redes sociales del planeta. La bandeja de entrada de mi correo está desbordada de mensajes.

Casi al instante, aparecen más artículos en la red respondiendo al de Dan. En algunos, me llaman heroína por haber arriesgado la vida para salvar a la princesa; en otros, afirman que sólo lo hice para obtener publicidad gratuita para la tienda, pero que, frente a alguien tan superior como la corporación ZA, no tengo ninguna posibilidad. Es obvio que la Expedición genera muchas más noticas de las que creíamos. Estoy un rato navegando por la pantalla del móvil para leer todos los mensajes; unos me animan y otros me repugnan, en la misma proporción. Al final, Kirsty acaba confiscándome el teléfono y el portátil para asegurarse de que esta noche voy a descansar.

A la mañana siguiente —con las pilas cargadas tras haber dormido en una de las camas más cómodas que he probado jamás—, evito conectarme a Internet, salvo para enviar un correo a mi padre diciéndole que le pagamos un billete para que venga. Va a traerme varios utensilios básicos e ingredientes para empezar a elaborar la poción. Y, después de todo lo que he pasado, un abrazo suyo no me va a venir nada mal.

Para llegar a tiempo va a tener que transportarse. Al principio se resiste a la idea, ya que nunca se ha transportado y es probable que esta sea la distancia máxima que pueda alcanzar. Propone tomar un vuelo, pero no tenemos tiempo para que venga en avión.

Al final lo convenzo. Podemos pagar a los mejores porteadores dotados de Loga para que lo traigan y costear todos los dispositivos de seguridad necesarios, de manera que no haya ninguna posibilidad de caída. Miro la pantalla mientras él se acerca al convocador. Me resulta increíble ver cómo se transporta y me siento muy orgullosa de él. Apenas se inmuta durante el trayecto, y eso que el mundo tiene que estarle pasando a una velocidad increíble.

En sólo quince minutos lo tenemos en el vestíbulo del hotel. Cuando aterriza, salgo corriendo para darle un abrazo. Él también me abraza con fuerza.

Decidimos subir por las escaleras; mi padre no tiene ganas de volverse a transportar después del viaje, aunque sólo sea para subir unos cuantos pisos. Cuando llegamos a la puerta de la habitación, me relajo por fin.

La puerta se abre y entramos en nuestra suite. Vislumbro la coleta de Kirsty por encima del brazo del sofá. Sigue dormida como un tronco. Sonrío. Creo que lleva siglos sin descansar, sobre todo desde que escapé por los pelos de la hiedana, así que me alegro de que ahora pueda hacerlo. Además, va a necesitar toda la energía posible para nuestro siguiente destino.

Y, por otra parte, así tengo la posibilidad de tener a mi padre sólo para mí durante un ratito.

Me llevo el dedo a los labios y la señalo. Él asiente, recoge de nuevo su mochila y nos metemos en el despacho —sí, esta suite es tan grande que tiene incluso un despacho—, que previamente hemos revisado de arriba abajo para comprobar que no contuviera micrófonos ocultos. Dan nos ha vuelto paranoicas con ese asunto, pues, al consultar su correo, vio que otro equipo había sido eliminado debido a la intervención de Emilia. Así que no podemos correr ningún riesgo.

La hiedana está guardada en el despacho dentro de una cesta de mimbre, dado que la madera sirve para aislarla. Sólo con mirarla se me revuelven las tripas, como si pudiera reproducirse delante de mis narices y alcanzar el tamaño suficiente para volver a absorberme. Kirsty me asegura que es imposible que llegue hasta otra habitación y me atrape, y agradezco que no se ría de mí por pensar que un simple esqueje pueda transformarse en el monstruo que nos encontramos en la selva.

Mi padre deshace la mochila y va sacando con cuidado el material que ha traído. Hay un pequeño cuenco de cerámica, un hornillo portátil, un mortero con su pistilo y el bote de cristal con la persirela. Lo último es una vasija llena de un líquido color rosa palo: la poción base de agua de rosas patentada por los Kemi.

—Bueno, ¿qué va primero? —pregunta mi padre en cuanto lo ha sacado todo.

Se me escapa un leve suspiro. Ese es el quid de la cuestión. Se trata de alquimia para maestros de alto nivel, no para aprendices.

—Este tipo de hiedana fresca se seca si se deja al aire libre. —Pienso en el frasco de polvo de hiedana sintético que tengo. Otra razón por la que los sintéticos están comiéndonos el terreno: los polvos no son tan delicados—. Primero hay que mezclarla para formar una pasta.

Con lo que mejor combina la hiedana es con agua de rosas. Pero ¿cómo se traslada eso a una poción amorosa? ¿Cómo puedo extraer los elementos de seguridad, confianza y consuelo que contiene el amor, del que se alimenta la hiedana, para utilizarlos en esta poción? Estoy segura de que es un ingrediente clave, aunque hay algo que se me escapa. Abro mi diario por la página que dice «Poción amorosa».

—Para formar la pasta, voy a mezclar la hiedana con la base de agua de rosas y luego añadiré la perla —continúo—. Hay quien reservaría la perla para el final, pero, si lo hacemos de este modo, la hiedana absorberá parte de la belleza de la perla de Aphroditas. Así, ambos ingredientes se potenciarán mutuamente.

—Confía en tu intuición, cielo.

Esbozo una sonrisilla, pero me vuelvo a poner seria de nuevo. Quito la tapa del frasco que contiene la persirela y vierto una pizca del fino polvo en el fondo del mortero. Luego observo la cesta de mimbre y trago saliva.

—Papá, ¿podrías cortar tú la hiedana? Tiene que estar en tiras de unos dos centímetros de longitud para que suelte el aceite. Es que no quiero tocarla.

Él desconoce los detalles de lo sucedido en la selva, pero, aunque sólo fuera a través del videochat, ambos vieron los arañazos que me hicieron los zarcillos en la cara, el cuello y los brazos. Y el hecho de que consiguiera una flor de hiedana sólo puede significar que puse mi vida en peligro. Mi padre sabe que es mejor no preguntármelo ahora, aunque estoy segura de que, cuando termine la Expedición, recibiré un buen sermón sobre prevención de riesgos laborales.

Mientras mezclo en el mortero la perla con unas gotitas de agua de rosas, él corta la hiedana y va añadiendo las tiras una a una. La hiedana coge poco a poco el color de la perla y se va suavizando hasta alcanzar un tono rosáceo. Yo no paro de triturar para que los ingredientes formen una pasta espesa.

Cuando la pasta está lista, vuelco la mezcla en un bote de cristal, le pongo la tapa y se lo paso a mi padre.

—¿Te preocupa no tener el jazmín? —me pregunta.

—Creo que el jazmín lo añadiré al final. Pero, al igual que nunca usaría una hiedana que no fuera fresca, necesitaré conocer exactamente la procedencia del jazmín y cómo ha sido su crecimiento antes de comprarlo.

Siento un vuelco en el estómago cuando pienso en todo lo que Emilia ha destruido: no sólo un lugar de gran significado religioso para los Patel y los demás habitantes del pueblo, sino también el ingrediente perfecto para usar en una poción amorosa. La leyenda de Daharama decía que el jazmín rosa tiene una gran propensión al amor. El jazmín que compremos nunca podrá sustituir ese potencial, y eso me fastidia más de lo que creo.

—Esa pasta se mantendrá en buenas condiciones varios días, pero hay que removerla de vez en cuando —advierto.

Él asiente, aunque veo que se le forma una arruga en el ceño.

—Tengo que esperar veinticuatro horas en el hotel antes de transportarme de nuevo. ¿No podéis quedaros aquí un poco más?

—Por desgracia, no. —Kirsty aparece en el despacho ya vestida.

Trago saliva, pero sé que es verdad. Mi padre sonríe a Kirsty, aunque noto que está molesto.

—Bueno, ¿entonces sabéis dónde os toca ir ahora?

Ambas asentimos.

—Al norte —digo—. El siguiente ingrediente es pelo. De abominable.

La mandíbula se le desencaja. Me da miedo verlo tan asustado por mí, ya que, en mi mundo, él suele ser un sólido apoyo.

—¿Vais a subir a las montañas? Eso es… ¡un disparate!

—Es una Expedición Salvaje, John. Fácil no iba a ser…

—¡Pero Sam no está preparada para eso! La gente entrena durante años para enfrentarse a esas montañas.

—Papá, ya está bien —respondo, a pesar de que no me creo que yo esté diciendo esto. Sé que mi padre podría hacer que regresara a casa en un pispás, que me olvidara de la Expedición y que volviera a comer lasaña casera y a elaborar remedios para los jubilados de Kingstown—. Es lo que he elegido. Voy a tener cuidado.

—¡Esto ya no consiste en tener cuidado, sino en estar preparada para peligros que ni siquiera imaginas!

—Sam, es mejor que nos vayamos —interviene Kirsty.

—Por lo menos, déjame un par de minutos más con mi hija antes de que os vayáis.

Ella levanta dos dedos (dos minutos) y se da media vuelta. Mi padre me mira y suspira.

—Mira, no voy a seguir sermoneándote con lo de las montañas. Pero a tu madre y a mí nos da mucha pena lo de los Patel. Preferiría que estuvieran cerca para vigilarte y que cuidarais unos de otros.

—Ya lo sé, papá, pero…

—Espera, no he terminado. Estamos orgullosos de ti, Sam. Muy orgullosos. Ya has avanzado mucho y toda la familia pensamos que puedes ganar. Incluso el abuelo. Pero no se trata sólo de nosotros; ahora el mundo entero está detrás de ti, Sam. Incluso la prensa, después de ver los retos que has superado hasta este momento. Eres la última en la lista de favoritos, y esta vez la última es quien va a ganar. Así que vamos a asegurarnos de que conseguimos llegar hasta el final. Dales una buena patada en el culo a los sintéticos de nuestra parte, ¿de acuerdo?

Digo que sí, intentando no llorar. Me abraza fuerte y, antes de soltarme, me da un beso en la frente.

—Llevaré la pasta a la tienda y te esperaré. Todos te esperaremos. Cuídate, cielo.