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SAMANTHA

Salimos del hotel atravesando las cocinas, que dan a un callejón trasero donde hay un camión de plataforma aparcado. Me achanto un poco cuando Kirsty me obliga a esconderme en un pequeño espacio que hay entre varias cajas grandes, en la plataforma del camión. Ella y Dan también se esconden; me reconforta saber que su viaje va a ser tan incómodo como el mío.

Kirsty ya me ha explicado el plan. Sólo hay unos cuantos puertos de montaña que podrían resultarme accesibles sin tener preparación previa. Pero eso no sólo lo sabe Kirsty, Emilia también lo sabe. Si el pelo de abominable es el ingrediente correcto y ella se entera de que ese es nuestro próximo objetivo, tenemos que intentar dejar el menor rastro posible. Ella esperará que nos transportemos a las montañas o que vayamos en avión, por eso vamos a tomar el camino más largo. Cuando por fin puedo salir por la parte trasera del vehículo y estirar las piernas agarrotadas, ya estamos en la estación de autobuses.

Y me alegro mucho de que hayamos elegido el camino más largo. Al llegar a la bulliciosa ciudad de Pahara, al pie de las montañas, el viento sopla con tanta fuerza que han tenido que cerrar el aeropuerto y el portal principal de transportación. El aire zarandea el autobús, pero el conductor recorre con desparpajo la carretera, empinada y tortuosa. Tal vez con demasiado desparpajo. Me acurruco en mi chaqueta de plumón y me agarro al reposabrazos mientras rezo para que el autobús no derrape en la siguiente curva y nos despeñemos. Por muy insegura que me sienta, los asientos y el pasillo están tan abarrotados de gente y maletas —juro que he visto hasta un pollo— que no podría escapar aunque quisiera.

Me resultó muy extraño comprar ropa de abrigo en Loga, donde las temperaturas rondan entre el calor y el bochorno, pero ahora, cuando miro al exterior, veo que era indispensable. La nieve cubre la tierra y al otro lado de las ventanillas hay carámbanos. Los lugareños que vemos desde el autobús van envueltos en chaquetones con capucha forrados de pelo. Y eso que todavía no hemos llegado al inicio de nuestra travesía.

Kirsty ya ha llamado para contratar a nuestro sherpa particular, que nos guiará por la montaña. Sin embargo, no nos va a llevar directamente a ningún sitio donde pueda vivir un abominable. Kirsty y yo hemos acordado que no está dentro de nuestros planes conocer a un abominable en carne y hueso. Aunque son solitarios por naturaleza, también son criaturas aterradoras. Los avistamientos de abominables son escasos y suelen acabar de un modo trágico. En los últimos tiempos, como cada vez es más popular el ascenso a las montañas, ha habido un aluvión de ataques a dotados que quieren tachar «aventuras» de su lista de cosas pendientes.

No, lo único que necesitamos es un mechón de pelo, y para eso tenemos que encontrar una cueva o una roca donde un abominable se haya parado a rascarse. Estamos a principios de verano, por lo que los abominables deben de estar pelechando. Si no, tendremos un problema.

A pesar de las precauciones que hemos seguido para no dejar rastro, me pregunto si habrá algún otro equipo por aquí. Kirsty se cree que soy la única que intuye los ingredientes, pero no ha sido tan difícil dar con la combinación. Arjun y Anita saben lo del abominable… ¿Los veré también aquí? El corazón me duele por la culpa, aunque también siento una ligera chispa de esperanza. Esperanza de que me perdonen. Por otro lado, los Z tienen a todo su equipo de investigadores trabajando y es probable que alguno de ellos haya averiguado también lo del pelo de abominable.

Kirsty ya ha hecho esta ruta con anterioridad. La conocen por esto, es su distintivo. Así que, por una vez, estoy convencida de que vamos a conseguir el ingrediente sin muchas dificultades. El autobús hace su primera parada en un pueblo a mitad de altura. Por suerte, la mayoría de la gente se baja aquí. Justo después está el acceso oficial a las Tierras Salvajes y tenemos que mostrar nuestros salvoconductos.

Kirsty pone las piernas en el asiento que se ha quedado libre entre nosotras.

—Ya no queda mucho —dice. Me pasa una botella de agua y otra a Dan—. Bebed. Aquí arriba tenéis que estar hidratados. Os habéis sometido a un cambio de altitud progresivo; esa es otra de las razones por las que elegimos el autobús en lugar del avión. Quien vuela hasta aquí (o, peor aún, quien se transporta) sufre un terrible mal de altura, sobre todo si se pone enseguida a caminar. Por lo menos hemos tenido un ascenso lento. Lo ideal sería que pasáramos un par de noches en este pueblo, pero no podemos permitirnos ese lujo. —Una ráfaga de viento sacude los ejes (probablemente oxidados) del autobús y Kirsty sonríe—. Bueno, esperemos que con este mal tiempo algunos de nuestros contrincantes se hayan retirado. El próximo autobús no subirá hasta dentro de veinticuatro horas y, para entonces, con suerte, nosotros estaremos ya bajando de la montaña.

—¿Cuánto crees que te queda para terminar la poción? —De vez en cuando, Dan me hace preguntas—. ¿Qué es lo siguiente, después del abominable?

Yo también me he estado preguntando eso. Aprovecho cualquier momento libre para escribir en mi diario, elaborar conjeturas sobre los ingredientes y hacer caso a mi intuición. El acto de escribir, de poner el bolígrafo sobre el papel, me ayuda a resolver problemas que mi cerebro no puede solucionar por sí solo. Pero he vertido una fórmula tras otra sobre la página y ninguna parece correcta. No consigo saber qué es lo próximo.

—No estoy segura. Nos vamos acercando, pero aún no he dado con la tecla.

Kirsty me dice que no sea tan exigente conmigo misma.

—Vas a necesitar toda tu energía para la escalada —responde—. No la gastes pensando y descansa todo lo que puedas.

Pero, cuando el autobús se detiene en el albergue desde donde va a partir nuestra travesía, es evidente que nuestros esfuerzos por estar solos han sido en vano. Zol se halla fuera, con la cara roja, gritándole a un pobre sherpa.

La puerta del autobús se abre y sus gritos suben de volumen.

—¡Hemos pagado una pasta y subiremos a la montaña esta noche! ¿Ves estos salvoconductos? ¿Los ves? No es culpa nuestra que los puertos de transportación cerraran justo antes de que llegara nuestro guía.

Cojo mi mochila de la rejilla portaequipaje que hay encima de mí. Cuando vuelvo a mirar por la ventana, han cesado los gritos. Aun así, tengo el corazón en un puño. Si Zol está aquí, eso significa que Zain también. Entonces lo veo: está envuelto en una chaqueta roja ajustada y hace esfuerzos por calmar a su padre.

En ese momento levanta la vista y me pilla mirándolo. Al instante me pongo como un tomate y me doy la vuelta.

Bajo despacio del autobús detrás de Kirsty. Me golpea una ráfaga de viento frío, cosa que agradezco, porque me da una excusa para estar tan colorada. Al ver a Kirsty, el sherpa que está discutiendo con Zol sale corriendo hacia ella y le hace una reverencia. Ella le devuelve el gesto y luego se abrazan.

—¡Jedda!

—Kirsty, señorita, es un honor que estés aquí de nuevo.

Ella sonríe cordialmente.

—No, no, el honor es mío. —Enarca una ceja mirando a Zol. Es obvio que él no siente frío; de hecho, es como si le fuera a salir vapor por las orejas.

Jedda sacude la cabeza despacio.

—Quiere recorrer las montañas, pero, por mucho salvoconducto que tenga, no puedo permitírselo si no lleva un guía.

Tan osada como siempre, Kirsty se echa a reír mirando a Zol.

—¿En serio te has planteado subir ahí sin un sherpa? Eso es de locos.

Él se cruza de brazos.

—Nuestro guía no ha podido llegar por culpa de la tormenta. Pero mi hijo y yo somos lo bastante dotados para no necesitar ayuda en estas montañas.

—Ser dotado no sirve de mucho aquí arriba. La altitud hace barbaridades con la magia. Yo en tu lugar tendría cuidado. ¿Por qué no contratas a otro sherpa?

—Porque no hay otro, sabihonda. Ahora mismo sólo hay un sherpa en este lugar inhumano, no sé por qué.

Dan se coloca justo detrás de Kirsty y comienza a tomar notas en una libreta.

—¿Y este quién es? —espeta Zol.

—Dan. Es periodista en El Heraldo de Nova.

—¿Has traído aquí a un periodista? ¿Estás loca? En cuanto cuelgue cualquier cosa en la red, la demente de Emilia sabrá dónde estamos.

—Hemos pensado que sería mejor tener a alguien a nuestro lado que cuente nuestra versión de la historia. Y no te preocupes, que no es tan estúpido como para añadir su ubicación cuando envíe alguna noticia.

—¡Sigue siendo un riesgo ridículo! —Farfulla Zol, pero Kirsty le ignora.

—Jedda, ¿qué sucede con los otros sherpas? —pregunta.

Él se encoge de hombros.

—Ahora son las fiestas estivales y casi todos se han ido a celebrarlas con sus familias. En este momento hay dos sherpas arriba, en el campamento base. Yo estoy aquí porque me contrató usted, señorita Kirsty. La estación de los abominables no empieza hasta dentro de dos semanas. En Hallah es muy peligrosa.

Hallah. La gran montaña, la primera de una cordillera inmensa que se despliega a lo largo de la frontera norte de Bharata. Un hogar potencial para los huidizos abominables. Levanto la vista por primera vez y la observo con admiración. La pequeña cabaña está al final de uno de los principales caminos ascendentes. La montaña parece muy lejana y resulta difícil creer que pronto estaré recorriéndola. Sólo de pensarlo se me corta la respiración.

—Le he dicho al maestro Zol que puede esperar dos días, hasta que lleguen mis otros sherpas, pero no quiere. Si me lo permiten, creo que lo mejor para todos sería que fueran juntos formando un solo grupo. Es lo más seguro.

—¡No! —grito sin pensar. Pero la protesta de Zol eclipsa la mía.

Kirsty, en cambio, está callada. Luego asiente.

—Vale, sí. Es más seguro así.

—¿Qué dices? —le suelto a Kirsty—. ¿No quieres que colaboremos con los Patel, pero sí que formemos un grupo con ZA?

—No sabes lo que es esa montaña, Sam; en cualquier momento puede jugarte una mala pasada. Es mucho más seguro ir en grupo. —Entonces se dirige a Zol y a Zain por encima de mi hombro—: Mirad, a nadie le gusta esta solución, pero iremos al campamento base juntos. Luego tomaremos caminos separados y ZA se llevará a uno de los sherpas de allí. ¿De acuerdo? —Le tiende la mano a Zol.

Él no se la da.

—De acuerdo —masculla—. Pero el periodista se queda aquí.