Capítulo 20
Nacimiento de María
Sergio supo nada más entrar al camarote para irse a la cama, que al fin habían salido de la zona sin cobertura. El móvil que guardaba en el cajón de la mesilla, encastrada en la pared para evitar accidentes en caso de mar picada, parpadeaba con una pequeña lucecita en la parte superior, sinónimo de actividad.
Habían estado incomunicados dieciocho días, y aunque esta vez sí había avisado a Marta y se había despedido de ella debidamente, con un «te quiero», estaba deseando escuchar su voz cantarina a través del pequeño aparato.
Desbloqueó la pantalla y comprobó que tenía dos mensajes, uno de Marta con la palabra «imagen» y otro de texto de su padre.
Consciente de que su compañero de camarote entraría en breve, salió y buscó un lugar donde leerlos en privado y donde llamar a su novia sin testigos. Lo encontró como siempre en un rincón de cubierta, uno de sus lugares favoritos y poco frecuentado. Abrió el mensaje de su novia y la pantalla se llenó con una imagen de ella sosteniendo en brazos un bebé, al que miraba con arrobamiento. Debajo, una única frase: «Te presento a María, la sobrina más bonita que nadie puede desear».
El mensaje tenía fecha de seis días atrás, Miriam había dado a luz un poco antes de lo previsto, y Sergio contempló a la pequeña, emocionado. Debía tener apenas unas pocas horas, la piel todavía enrojecida y arrugada, los ojitos cerrados y una espesa mata de pelo castaño y rebelde heredada de su abuelo Francisco y de él mismo. Sintió una honda emoción al contemplar a la pequeña en brazos de Marta, y su mente se disparó al día en que ella sostuviera a los hijos de ambos. Y comprendió que el reloj biológico no solo funcionaba para las mujeres, porque ya cerca de los veintinueve años él estaba sintiendo en aquel momento el tirón y la necesidad de convertirse en padre a su vez.
Imaginó a Marta embarazada, con el vientre hinchado y la mirada radiante de felicidad, imaginó sus propias manos recorriendo a través de la piel de ella el cuerpo de su hijo, imaginando sus facciones a partir de las fotos de las ecografías… y suspiró. Aún tenía que solucionar algunas cosas en su vida para llegar a eso, pero llegaría.
A continuación, abrió el mensaje de su padre. No era frecuente que él le escribiese cuando estaba en alta mar, más bien era Susana quien se comunicaba con él, de modo que lo leyó con una leve punzada de inquietud: «Hola, hijo. Marta me ha dicho que estarías sin cobertura unos días. Solo quiero decirte que me llames cuando puedas, para comentarte algunos detalles del encargo que nos hiciste antes de marcharte. Besos».
Sonrió. Eso podía esperar. Eran las nueve de la noche en España, la hora perfecta para llamar a Marta.
La voz de ella respondió enseguida, alegre y cantarina.
—Hola, marinero. Tenía la intuición de que hoy sabría de ti.
—Hola, preciosa. ¡Qué bien te sienta la niña en brazos!
Ella lanzó una carcajada.
—¡No irás a decirme que se te ha antojado!
—Completamente. ¿A ti no?
—Sí, a mí también. Yo creo que hasta a Hugo, que se le veía de un tierno con ella en brazos… Se le caía la baba. Bueno, a todos, es preciosa.
—Ya lo he visto. Y Miriam, ¿se encuentra bien?
—Perfectamente, ha sido un parto un poco largo, pero sin complicaciones. Al día siguiente se fue a casa con su pequeña.
—Estoy deseando abrazarlas, a las dos.
—Solo en esta ocasión te permito abrazarlas a ellas antes que a mí, pero no te acostumbres.
—Lo siento, chica, te ha salido una dura competidora con la enana.
—Ya veo. Pues vas a tener que luchar a brazo partido con toda la familia, la nuestra y la de Ángel. ¿Sabes? La abuela paterna le ha comprado un vestido rosa lleno de encajes que a Miriam no le gusta nada, y Hugo para contrarrestar le ha encargado en Internet una camiseta minúscula de calaveras.
—Supongo que yo le tendré que comprar una de rayas con un ancla.
—Sería lo adecuado, sí. ¿Cómo va la travesía? ¿Es buena?
—Sí, bastante tranquila. Buen tiempo y pocos problemas.
—Me alegro, ya cada vez que sales me entra la inquietud.
—Esta vez navegamos por lugares seguros.
—¿Existe eso en la actualidad?
—Bueno, dentro de lo que cabe. ¿Y tú qué tal? ¿Algún caso nuevo?
—No, nada nuevo. Papeleo, testamentos y burocracia… nada demasiado interesante, lo que es perfecto para acercarme casi cada tarde a visitar a mi sobrina favorita.
—Disfrútala y háblale de su tío marinero. Dile que en breve le conocerá.
—¿Muy en breve? Dime que sí…
—Eso espero. Y ahora te dejo, tengo que llamar a mi padre, él también me ha dejado un mensaje.
—De acuerdo. Un beso muy fuerte, cariño.
—Otro para ti. Te quiero.
Colgó y miró la línea del horizonte por unos minutos. Después llamó a su padre.
—Felicidades, abuelo.
—Hola, Sergio. Supongo que ya Marta te ha puesto al corriente.
—De todo, incluso de la camiseta de calaveras.
—Este Hugo… ¿Y tú cómo estás?
—Muy bien, papá. Estamos teniendo una buena travesía.
—Bien, hijo, me alegro.
—Me decías en tu mensaje que tenías que hablarme del caso de mi secuestrador.
—Sí. El juicio se ha celebrado muy pronto, y puesto que para él era el primer secuestro que realizaba, le han caído solo cuatro años de cárcel. Al resto, algunos más.
—Algo es algo.
—Hemos localizado a la familia, ciertamente viven en unas condiciones deplorables. Padre enfermo, mujer y dos hijos viviendo en una habitación… escasos ingresos por parte de la esposa… No saben nada de las actividades de su hijo y marido, solo que de vez en cuando les enviaba algo de dinero, y por supuesto no tienen ni idea de que va a pasar una larga temporada en la cárcel. Tu madre y yo hemos pensado ingresarles de forma anónima una cantidad trimestral para que les ayude hasta que él cumpla su condena.
—No, anónima no. Hazlo de forma que sigan creyendo que es él quien se lo envía. No creo que aceptaran ayuda de desconocidos. Son pobres, pero por lo que pude adivinar, su dignidad no se lo permitiría. Y no lo vais a enviar vosotros, sino yo.
—Para nosotros no supone ningún esfuerzo, Sergio, ya sabes que contamos con una situación económica desahogada.
—Ya lo sé, pero debo ser yo. Quiero ser yo.
—De acuerdo, como quieras. Lo arreglaré todo.
—Gracias papá. Y ahora pásame a la feliz abuela, quiero felicitarla también.
Fran lanzó una risita.
—No está… ha ido a llevarle una compra a tu hermana, pero esa es solo la excusa… en realidad ha ido a ver a la niña.
—¿Y tú?
—Yo he preferido quedarme, ya pasaré mañana más temprano, a estas horas hay demasiada gente en su casa. Entre nosotros, no soporto a la madre de Ángel, siempre queriéndolo decidir todo. Tu hermana va a tener que ponerle freno en breve.
—Entiendo. Pues dale a mamá un beso y dile que ya la llamaré en cuanto pueda.
—Vale, hijo, cuídate.
—También vosotros.
Apagó el móvil y se acodó en la barandilla de estribor, contemplando el mar. Su vista se perdió en el horizonte y su mente divagó hacia el futuro… hacia la casa familiar de Espartinas llena de nuevo de risas infantiles, de una nueva generación que estaría encabezada por María.