CAPÍTULO 6
Llego a la calle con el corazón latiendo a mil por hora y con una rabia que a duras penas logro contener entre los dientes. Tengo ganas de gritar, de gritar tan fuerte que me oigan en la otra punta del mundo. No me puedo creer lo que me acaba de proponer el señor Baker. ¿Qué coño se ha creído? ¿Qué puede tener lo que quiera y a todo el mundo que quiera? ¿Qué las personas somos una mercancía a su disposición?
—¡Maldito cabrón! —exclamo. Un señor que pasa a mi lado me escucha y se me queda mirando con expresión de de horror—. Tranquilo, no es a usted —digo malhumorada.
—Esta juventud de hoy… —le oigo murmurar mientras se aleja por la calle.
Aparte de gritar, tengo ganas de llorar. Muchas; venía con tantas expectativas, con tantas esperanzas... Siento como las lágrimas humedecen mis ojos y como la garganta se me cierra. Antes de romper en llanto, echo a caminar a grandes zancadas. Tengo que quemar energía, o voy a explotar.
—¿Qué tal te ha ido con el señor Baker? —dice Lissa, poniendo una voz sensual y moviendo los hombros de un lado a otro, cuando me viene a buscar a la salida de la cafetería.
—No muy bien —respondo cabizbaja mientras cierro la puerta y bajo la verja de metal.
—¿No te ha interesado lo que te proponía? —Lissa no disimula su desilusión.
—No le interesaría a nadie —contesto—, excepto si eres una puta.
Mi respuesta deja atónita a Lissa.
—¿No me irás a decir que te ha hecho una proposición indecente, como en la película de Demi Moore y Robert Redford? —pregunta. Al ver que no respondo, insiste—. ¿Lea…? —Giró la cabeza y simplemente la miro, sin decir nada—. ¡Júralo! —indica.
—Lo juro —digo desganada.
—¡Cuéntamelo todo! ¡Ahora!
—Me ha ofrecido una habitación en su casa a cambio de sexo.
—¿Y tienes derecho a cocina?
—¡Lissa!
—Lo siento…
—Es un cabrón —digo mientras echamos a andar calle abajo—. Un cabrón y un gilipollas.
—No hace mucho leí una noticia en el The New York Times que decía que, debido a la crisis económica, muchas mujeres jóvenes se hospedaban en pisos de hombres con los que acceden a tener sexo, como si fueran pareja, pero sin serlo —comenta Lissa.
—Pues el señor Baker es lo que me ha propuesto. Se nota que está al día de lo que se lleva. ¡Última moda!: él me alquila su casa y yo le alquilo mi cuerpo —entono con burla en un intento de reírme de mí misma.
—¿Y no te parece sorprendente que un pez gordo de uno de los Holding empresariales más grandes de Nueva York te haya hecho una proposición semejante?
—Por supuesto —admito—. Sobre todo, porque no soy rubia, no mido uno ochenta y no tengo ciento veinte de pecho. Pero lo más asombroso es que no es un pez gordo cualquiera, es el pez más gordo del mar.
—¿Es el director?
—No solo es el director —respondo—. Es el dueño.
Los ojos de Lissa se abren tanto que creo que se van a salir de las órbitas.
—¡Joooder!
—Pero el señor Baker está muy equivocado si piensa que voy sucumbir a su proposición solo porque no tengo dónde caerme muerta.
—No hables así de ti, Lea —me reprende Lissa.
—Es la verdad. Estoy con la soga al cuello —reconozco, muy a mi pesar—. La tengo tan apretada que está comenzando a estrangularme, pero no voy a aceptar su propuesta —digo rotunda.
—No serías la primera universitaria que…
No dejo que Lissa termine la frase. Si lo hiciera, se me pondrían los pelos de punta.
—Lo sé —le corto—. Incluso nosotras conocemos algunas chicas que están pagándose la carrera de esa manera —apunto, evitando la palabra—. Pero yo no quiero ser una de ellas.
—Al menos tú siempre lo harías con el mismo, y hay que reconocer que el señor Baker está buenísimo —comenta Lissa, tratando de ver el lado bueno a algo que no sé si lo tiene.
De repente, se detiene delante del escaparate de una perfumería.
—Mira —me dice, señalando con el índice el cartel publicitario de la colonia One Million de Paco Rabbane —. El modelo es Sean O´Pry —dice—. ¿Se parece o no se parece al señor Baker?
Durante unos instantes me quedo mirando el rostro del hombre que aparece chasqueando los dedos en el cartel. La fotografía está en blanco y negro pero aún todo, es cierto que el parecido con el señor Baker es asombroso. Incluso puedo ver la intensidad de su mirada azul en los ojos de Sean O´Pry. Así como sus rasgos marcados y su sensualidad.
—Dicen que todos tenemos un doble en las antípodas—anota Lissa con una sonrisa.
—Hay quienes aseguran que hay cinco personas exactas físicamente a nosotros en todo el mundo.
—Ya sabemos dónde está una de esas personas físicamente exactas a Sean O´Pry. Me pregunto dónde estarán las otras cuatro y si tendré la suerte de encontrarme con alguna de ellas y que se quiera casar conmigo —dice Lissa en tono de ensoñación.
Aparto la vista del rostro de Sean O´Pry y miro a Lissa, que permanece con los ojos clavados en el anuncio publicitario con expresión bobalicona, y no puedo evitar echarme a reír.
—¿Ya no te quieres casar con Joey, el camarero del Bon Voyage? —le pregunto, carcajeando.
—Por supuesto que sí, con él también —me responde Lissa—. ¿Para qué está la poligamia?
—Eres de lo que no hay —le digo entre risas.
Dejamos a Sean O´Pry atrás y mientras emprendemos de nuevo la marcha, Lissa dice:
—No puedes negar que, sea como sea, has captado la atención del señor Baker.
Lanzo al aire un bufido.
—¿Captar su atención? —repito escéptica—. El señor Baker me lo ha propuesto a mí, como te lo podía haber propuesto a ti, o a la vecina del quinto.
—Pues fíjate que yo no lo creo.
—Vamos, Lissa. Está acostumbrado a mercadear con todo, incluso con las personas. ¿Qué más le da que las mujeres sean rubias, morenas o pelirrojas? Mientras respiren…
—Lea, es un tío que puede tener a cualquier mujer. A-cual-quier-mu-jer —dice, enfatizando cada sílaba para asegurarse de que sus palabras calan en mí—. Y a pesar de que puede tener a cualquier mujer, él te ha elegido a ti.
—En eso te doy la razón —digo con ironía según cruzamos una calle paralela a la inconfundible y concurrida Quinta Avenida—. Me ha elegido a mí, y ha sido una decisión razonada, inducida, con la cabeza. Me ha elegido bajo el mismo juicio que utiliza para invertir en una empresa u otra de la bolsa. Supongo que, por algún motivo que todavía desconozco, le convengo más que otras. El señor Baker es un ser frío y calculador. Es el hombre de hielo.
—De todas formas, no deja de ser sorprendente, Lea —insiste Lissa—. También me podía haber elegido a mí y no lo ha hecho. Sigo pensando que algo en ti ha captado su interés…
—Claro, y por eso me quiere en su cama —suelto—. Y en vez de conquistarme y seducirme como haría cualquier persona en sus cabales, me ofrece su casa a cambio de sexo. —Miro al cielo mientras caminamos y pongo los ojos en blanco—. ¿Es que no me puede pasar algo normal? ¿Es que no me pueden pasar las cosas que le pasan a cualquier chica de veintidós años? —digo, y mi voz suena casi como una plegaria.
—Reconoce que tú no eres una persona normal —me dice Lissa.
Giro el rostro hacia ella y me la quedo mirando con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto.
—Que no hay otra persona como tú en todo Nueva York, ni creo que en el mundo entero.
—¿Y eso es malo o es bueno?
—Es bueno, muy bueno. Fíjate si serás especial, que has conseguido llamar la atención de uno de los hombres más guapos y atractivos de la ciudad.
—Lissa… —la amonesto, intentando evitar que comience de nuevo, pero no lo logro.
—Pues yo, en el fondo, me sentiría halagada.
—¿Halagada por qué un hombre quiera sexo contigo a cambio de dinero? —pregunto, pasmada.
—El señor Baker no es cualquier hombre, Lea —responde Lissa—. Es guapo, es atractivo, es elegante, es misterioso… y, además, es rico, y no te está ofreciendo dinero, no habría un pago como tal.
—Lissa, te lo digo muy en serio; háztelo mirar. Hay algo en un cabeza que no funciona todo lo bien que debería.
—Tú dirás lo que quieras —me rebate—, pero a mí me da mucho morbo, incluso la situación es morbosa.
—Lo que me ha propuesto el señor Baker tiene un nombre —digo.
¿Qué le pasa a Lissa? ¿Acaso se ha vuelto loca?, me pregunto en silencio.
—Lo sé… Pero mira qué bien les fue a Julia Roberts en Pretty Woman y a Demi Moore en Una Proposición Indecente.
—Eso son películas —anoto, un poco cansada ya de este tema—. Pe-lí-cu-las —recalco, por si no le ha quedado claro—. En las películas los finales son siempre felices. Igual que en las novelas románticas.
—En la vida real, a veces también.
—Eres imposible —digo, sacudiendo al mismo tiempo la cabeza.
—Eso también lo sé —me da la razón Lissa con una sonrisa de oreja a oreja.
Sin apenas darnos cuenta, hemos llegado a la boca del metro que tiene que coger Lissa y que está al lado de la calle en la que vivo.
—Hasta mañana —se despide Lissa.
Se acerca a mí y nos damos un par de besos en las mejillas.
—Hasta mañana —digo.
—Ya me contarás… —dice mientras baja las escaleras de piedra.
No va a haber nada qué contar, pienso para mis adentros. La historia entre el señor Baker y yo ha empezado y ha terminado hoy. No va a haber más señor Baker. No. No. No.