CAPÍTULO 46

 

 

—Yo lo haré —dijo Jorge al celador.

Cogió a Sofía en brazos y la sentó con cuidado en la silla de ruedas.

—Por aquí —dijo el celador.

La sala de rehabilitación era una especie de gimnasio gigante de un aséptico azul y blanco, luminoso y a primera vista confortable, lleno de máquinas y artilugios de todo tipo y para hacer toda clase de ejercicios, con una piscina climatizada en el centro.

—Buenos días —saludó un chico alto de unos treinta y cinco años, con el pelo rubio ceniza y los ojos pequeños y grises, vestido con un pantalón y una chaquetilla blancas.

—Buenos días —respondieron Sofía y Jorge casi a la vez.

—Soy Rubén, fisioterapeuta y la persona que se va a encargar de llevar a cabo tu proceso de rehabilitación —se presentó, dirigiéndose a Sofía—. Ella es María, la enfermera que va a ayudarme.

—Hola —dijo María.

—Hola —respondió Sofía.

—He preparado una tabla de ejercicios de inicio para empezar a promover el movimiento independiente de tu lado afectado, que consiste básicamente en dos tipos de ejercicios —comenzó a explicar Rubén—. Unos, llamados pasivos de rango, en los que María y yo, incluso tu pareja, si lo desea, te ayudaremos de forma dinámica a mover un miembro repetidamente. Y los llamados activos de rango, que realizaras tú misma sin nuestra ayuda.

—¿Qué posibilidades hay de recuperarme totalmente? —preguntó Sofía.

—Altas, si eres constante, paciente y llevas a rajatabla las indicaciones que te daremos —contestó el fisioterapeuta con una sonrisa afable—. Lo importante en cualquier tipo de rehabilitación es la práctica repetitiva y persistente de los ejercicios. Pero que viene a ser la misma práctica repetitiva y persistente usada por personas que aprenden una nueva aptitud, como patinar o tocar un instrumento musical.

«Constancia, paciencia y persistencia…», se dijo Sofía.

—¿Comenzamos? —preguntó Rubén en tono animado.

Sofía asintió, contagiándose del buen ambiente que se respiraba en el lugar.

La llevaron con la silla de ruedas hasta una colchoneta naranja situada en uno de los lados de la sala y Rubén y María la tumbaron en ella. Jorge le guiñó un ojo mientras Sofía tomaba aire y exhalaba, nerviosa.

—Intenta levantarte —indicó el fisioterapeuta.

Sofía dio la orden a su cerebro y trató de mover sus miembros del modo que lo haría si todo estuviera bien. Pero no lo estaba, y su intento se que quedó en un movimiento frustrado que abandonó pasado unos minutos.

—No puedo —dijo, desalentada.

—Está bien —señaló Rubén—. No te preocupes, lo acabarás consiguiendo.

El fisioterapeuta cogió su pierna derecha y la flexionó hacia arriba.

—¿Puedes mantenerla levantada?

Sofía apretó los labios haciendo el esfuerzo, pero su pierna acabó desplomándose en las manos de Rubén.

—No.

Rubén empezó a flexionar y a estirar la pierna una y otra vez.

—¿Te duele? —preguntó sin dejar de moverla. Sofía negó con un ademán de cabeza—. ¿Qué sientes?

—Pesadez, como si tuviera kilos de plomo en ella.

—Es normal —la tranquilizó el fisioterapeuta—. Tus músculos están debilitados y sin tono, pero nosotros nos vamos a encargar de fortalecerlos. Nos vamos a encargar de que salgas de aquí andando.

Sofía deslizó la mirada hacia Jorge. Su ángel de la guarda sonreía mientras seguía atentamente cada paso y cada explicación que daba Rubén. Sofía le devolvió el gesto.

 

 

 

—¿Cómo ha ido tu primer día de rehabilitación? —preguntó Clara cuando regresaron a la habitación.

—Frustrante —dijo Sofía haciendo un mohín con la boca.

—Bueno, pequeña, es solo el primer día —la consoló su madre acariciándole cariñosamente el pelo—. Tienes que tener paciencia…

—Eso mismo me ha dicho el fisioterapeuta —alegó Sofía, lanzando un resoplido al aire.

—Tengo que irme, mi niña —dijo Jorge—. Tengo cosas pendientes en el despacho. Vendré esta tarde.

Sofía lo miró con expresión risueña. A pesar de todo, tener a su lado a Jorge Montenegro le alegraba la vida. Aquel hombre poseía un don para ello. Jorge se acercó a Sofía y la besó en los labios suavemente.

—Lo has hecho muy bien —le susurró al oído. Sofía se animó con sus palabras.

—Nos vemos luego —se despidió.

—Hasta luego. Clara —dijo Jorge.

—¿Lo has visto bien? —preguntó Sofía a su madre cuando Jorge cerró la puerta.

—Es todo un caballero —opinó Clara.

—Es más que eso. No creo que haya en el mundo otro hombre como él. —En la voz de Sofía había una nota de ensoñación. Pero de pronto su rostro se ensombreció.

—¿Qué te preocupa? —dijo Clara, que advirtió el semblante apesadumbrado de su hija—. ¿Es algo relacionado con tu estado?

—¿Y si no recupero totalmente la movilidad de mi lado derecho? —se preguntó Sofía. Había impotencia en la cuestión que planteaba—. ¿Es justo que Jorge esté con alguien que no puede hacer una vida normal?

—Pero tú vas a recuperarte —la animó Clara—. Los médicos están convencidos de ello.

—Pero, ¿y si no me restablezco? ¿Y si no vuelvo a ser la misma, mamá? ¿Y si no puedo volver a caminar? ¿Es justo para Jorge sacrificar su vida por mí?

—Si eso sucede, no es justo para nadie. Para ti la primera. Pero no creo que para Jorge sea un impedimento. Él ha demostrado que te quiere… Ese chico te adora, Sofía. Solo hay que ver cómo te mira y, sobre todo, cómo te trata.

—Ya, pero…

—Pero nada —cortó suavemente Clara—. No te adelantes a los acontecimientos, cariño. No pienses por Jorge. Lo único que tienes que hacer en estos momentos es centrarte en la rehabilitación y recuperarte.

Sofía miró a su madre.

—¿Por qué ha tenido que pasar esto justo ahora? —se lamentó.

—La vida nos pone pruebas, nos da lecciones, y lo hace a su manera… Siempre lo hace a su manera. Tampoco importa demasiado el porqué. Lo que importa es que estás viva. Sofía, Carlos ha estado a punto de matarte. —Clara parecía consternada cuando dijo aquello. Lo estaba.

—Lo sé, mamá. Lo sé…

Sofía se estremeció. A veces se le olvidaba; aunque en su cuerpo menudo aún quedaban vestigios de la intención de su novio. Ex novio, rectificó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vuelan las mariposas
titlepage.xhtml
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_000.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_001.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_002.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_003.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_004.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_005.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_006.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_007.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_008.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_009.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_010.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_011.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_012.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_013.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_014.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_015.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_016.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_017.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_018.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_019.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_020.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_021.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_022.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_023.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_024.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_025.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_026.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_027.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_028.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_029.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_030.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_031.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_032.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_033.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_034.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_035.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_036.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_037.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_038.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_039.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_040.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_041.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_042.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_043.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_044.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_045.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_046.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_047.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_048.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_049.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_050.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_051.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_052.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_053.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_054.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_055.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_056.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_057.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_058.html