CAPÍTULO 4

 

Carlos paseaba de un lado a otro visiblemente nervioso, mientras lanzaba miradas al horizonte que delineaban las siluetas de los edificios y monumentos de Madrid. Fumaba sin parar y, desde hacía un buen rato, había perdido el número de copas que se había metido entre pecho y espalda. Resopló, exasperado.

—¿Cómo vas a hacer frente a esa deuda? —preguntó Oliver.

—No lo sé… No lo sé —respondió Carlos, aflojándose el cuello de la camiseta, que de pronto parecía apretarle demasiado.

—Es mucho dinero.

—Ya sé que es mucho dinero —dijo, dando una profunda calada al Marlboro que sujetaba entre los dedos.

—¿No puedes pedir un préstamo? —sugirió Oliver.

Carlos levantó la mirada del suelo.

—¿Qué banco va a concederme un préstamo? —contestó en tono realista—. Además, ya pedí uno hace un año para pagar otro pufo que tenía.

Los salinos no son cualquier cosa, Carlos —le dijo Oliver en tono serio—. Esa gente no se anda con chiquitas…

—¿Crees que no lo sé? —exclamó Carlos.

Dio un largo trago del whisky.

—Entonces, ¿por qué sigues haciendo tratos con ellos?

Carlos sonrió irónicamente.

—¿Acaso crees que el resto son mejores?

—No. Me imagino que no —respondió Oliver con sinceridad. Hizo una pausa—. Quizá lo mejor es que lo dejaras…

Carlos miró unos instantes a su interlocutor por encima del borde de la copa. Tenía los ojos enrojecidos y vidriosos.

—¿Dejarlo? ¿Y buscar un trabajo de esos que nunca sacan de pobre a nadie? —Su voz era mordaz—. Ser honrado no es lo mío.

—Al menos te evitarías estos quebraderos de cabeza —afirmó Oliver, intentando que Carlos entrara en razón para que dejara atrás el ritmo de vida que llevaba—. Cincuenta mil euros no se sacan de debajo de la manga y Los salinos tienen fama de no perdonar sus deudas.

—No tengo intención de salir —apuntó Carlos, sorbiendo el último trago de whisky—. Es el modo más fácil de ganar dinero sin tener que partirte el lomo a trabajar como hace cualquier mindundi. Y, aunque quisiera dejarlo, no me lo permitirían. Sé y he visto demasiadas cosas…

—Tal vez si saldas todas las deudas que tienes sea más fácil… —insistió Oliver.

Carlos negó en silencio con la cabeza.

—Te repito que ser honrado no es lo mío —dijo.

—¿Qué piensa Sofía de todo esto?

Carlos se encogió de hombros.

—Sabe que tengo una deuda, pero no sabe a cuánto asciende.

—Me imagino que también ignora con quién la has contraído… —Oliver dejó la afirmación suspendida en el aire.

—A Sofía no le importa a quién deba o no deba dinero —apuntó despectivamente Carlos.

Oliver conocía sobradamente la respuesta, pero aún todo formuló la pregunta.

—¿Por qué sigues con ella si no la quieres?

Carlos rio ligeramente entre dientes.

—¿Quieres que sea sincero?

Oliver asintió un par de veces.

—Porque paga el alquiler del piso en que vivo y también las facturas. —Sacó la cajetilla de Marlboro del bolsillo del pantalón vaquero y cogió un cigarro. Se lo llevó a la boca y lo encendió pausadamente—. Y porque me la puedo follar cuando Carmen no está de humor —añadió sin pudor.

Oliver no pudo evitar sentir vergüenza ajena al oír cómo hablaba Carlos de Sofía. Ningún hombre que se preciara de serlo debería hablar así de una mujer, y menos de Sofía, que daba la vida por él. Lo observó durante un minuto, en silencio, mientras las caladas al cigarrillo se sucedían una tras otra hasta consumirlo casi por completo.

Era un secreto a voces que Carlos la maltrataba. Y no lo sabían porque Sofía llamara a Laura llorando o pidiéndole ayuda. Era demasiado discreta y demasiado reservada para hacer algo así, por muy brutal que fuera la paliza. Pero algunas veces, cuando le hacían una visita imprevista, su rostro aparecía marcado por algún golpe que a duras penas podía cubrir con maquillaje.

—¿Te sorprende que hable así? —preguntó Carlos, como si pudiera leer sus pensamientos.

—No creo que Sofía se merezca que la trates así.

Carlos arqueó las cejas.

—¿Y cómo se debe tratar según tú a una mujer? —preguntó con sorna en la voz—. Con ellas hay que tener mano dura.

—Seguro que a Carmen no la tratas igual que a Sofía — espetó Oliver.

—Cómo trate a Sofía o a Carmen no te incumbe —dijo Carlos con aire de suficiencia, aplastando la colilla en el cenicero que había sobre una de las mesas altas—. Las dos son mías y, por tanto, puedo hacer con ellas lo que se me antoje.

—Abusas demasiado de Sofía —comentó Oliver, que no aguantaba hablar con Carlos ni un minuto más. Su falta de tacto y su arrogancia eran insufribles—. Quizá un día te deje, cansada de tus maltratos.

Oliver deseaba de todo corazón que ese día llegara, y a ser posible, pronto. Sofía se merecía estar con alguien mejor que con aquel patán con ínfulas de don nadie. Antes era una chica risueña, optimista, apasionada y, aunque tímida, era extrovertida y muy divertida cuando cogía confianza. Pero desde que salía con Carlos, su carácter se había transformado hasta casi apagarse, como una vela que se consume poco a poco. Ya no sonreía tan habitualmente como lo hacía, apenas tenía vida social, de no ser por los recitales de poesía a los que iba una vez a la semana, y se pasaba la mayor parte del tiempo metida en casa, acurrucada en el sofá, releyendo alguno de los poemas de sus poetas preferidos o una historia romántica. No había señales de la chica alegre que un día fue. Las rimas y los libros se habían convertido en sus mejores y, casi únicos, amigos.

—¿Tú crees? —preguntó Carlos, pero no dejó que Oliver respondiera—. Yo en cambio pienso que jamás me dejará. Así la trate a patadas. Creo que incluso le gusta —dijo, atreviéndose a delinear, para más ofensa, una sonrisa de burla en los labios.

—¿Cómo puedes decir semejante tontería? —soltó Oliver sin poder contenerse.

—Ya… Ya… —dijo Carlos en tono conciliador—. No es el momento de discutir, y menos por un tema tan banal como las mujeres. —Se acercó a Oliver y le pasó el brazo por el hombro en un gesto aparentemente amistoso—. Anda, vamos a la barra y me invitas a otra copa, que para eso estamos celebrando la inauguración de tu terraza.

Oliver negó para sus adentros. Carlos era imposible.

 

Donde vuelan las mariposas
titlepage.xhtml
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_000.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_001.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_002.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_003.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_004.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_005.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_006.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_007.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_008.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_009.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_010.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_011.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_012.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_013.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_014.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_015.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_016.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_017.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_018.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_019.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_020.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_021.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_022.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_023.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_024.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_025.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_026.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_027.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_028.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_029.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_030.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_031.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_032.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_033.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_034.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_035.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_036.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_037.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_038.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_039.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_040.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_041.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_042.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_043.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_044.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_045.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_046.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_047.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_048.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_049.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_050.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_051.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_052.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_053.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_054.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_055.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_056.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_057.html
CR!PH4GTWF93D3C16YM54Y41S1XBZVR_split_058.html