Capítulo 17

En el campamento de las mujeres cundía la preocupación. Al volver de la aldea, Marian no había parado de llorar. Todas sabían lo que había pasado. La noticia corrió como la peste y aunque Marian lo había intentado tapar, también sabían el acoso al que la tenía sometida Affagd.

Gilian estaba tomando su desayuno mientras miraba el amanecer. No había podido dormir en toda la noche. Sentía nostalgia de su hogar. De lo feliz que había sido hasta entonces con su mujer y sus hijos.

Parecía que veía a sus hijos jugar en la puerta de su casa mientras reía junto a Marian. Habían sido tiempos muy felices pero le entristecía pensar que ya no volvería a vivirlos. Sintió que alguien se acercaba y se quedaba de pie al lado suyo.

—¿Qué ocurre? —le dijo su compañero Owen mientras vigilaba que no viniese Albert—. ¿No tienes ninguna fiesta a la que te hayan invitado?

—¿Querías algo? —le dijo Gilian para quitárselo de encima.

—Sólo decirte que ayer vi a tu mujer entrar en la choza de Affagd. —Gilian se puso rígido—. Ya sabes el guerrero que se divierte con tu mujercita y me preguntaba, si podía pedírtela para pasar un buen rato yo también. —Owen empezó a reírse.

Gilian se levantó de un salto y lo agarró de la camisa elevándole del suelo un palmo, cortándole la respiración.

—No te permito que hables así de mi mujer —le dijo Gilian apretando los dientes—. Si la vuelves a nombrar por cualquier motivo, te mato.

De un empujón lo tiró al suelo. Decidió irse más temprano a las cuadras para no tener que ver la cara de sus compañeros. No podía soportar sus miradas.

Como era demasiado pronto, buscó la choza de Affagd para ver donde se encontraba. Estuvo dando vueltas, intentando que nadie lo viera hasta localizarla.

Sabía bien quién era él. Todos en el valle le conocían por su brutalidad. Si era verdad lo que le había dicho Albert, quería evitar que siguiera acosando a Marian.

Oyó un ruido desde una de las chozas y al mirar lo vio salir estirándose para despejarse. Era un hombre descomunal. Gilian sabía que en un cuerpo a cuerpo no tenía nada que hacer. Debía encontrar el método de deshacerse de él sin tener que enfrentarse cara a cara y para eso iba a tener que recurrir a sus compañeros.

Desde que se había enterado, Finn estaba como loco. Nada más levantarse había comenzado a dar voces a sus hombres. Todo el mundo conocía la noticia. Ella se había encargado de transmitirla a todo el mundo. Intuía que a Isea le interesaba ese prisionero, pero siempre pensó que sería un encaprichamiento pasajero. Se las iba a pagar en cuanto tuviera oportunidad.

Es cierto que ella nunca le había prometido nada pero siempre pensó, que él sería el elegido para acompañarla en su tarea, en cuanto la nombraran Gran Sacerdotisa.

Isea le había puesto miles de excusas pero Finn tenía la esperanza de que terminaría limando su resistencia. Y ahora venía ese insignificante prisionero y pretendía quitarle el puesto junto a ella. Estaba claro que tendría que actuar antes de que fuera demasiado tarde.

Cathbad llamó a los otros sacerdotes. Tenía que darles la noticia antes de que fuera demasiado tarde. Prefería que fuese así, que estar esperando la llegada de su muerte en el lecho. Tendrían que preparar todo antes de partir.

Después de la reunión Isea decidió que tenía que contarle a Gilian las nuevas noticias, y prepararle para lo que ella le tenía reservado.

Gilian iba de camino hacia el lugar que habían concertado. Gracias a la relación que mantenía con Isea, se había ganado cierta libertad para andar por el valle. Con el tiempo había aprendido a intuir cuando algún guerrero le vigilaba escondido en la maleza.

Al llegar al sitio encontró a Isea radiante de felicidad. Ahora que la volvía a ver, a Gilian le costaba mantener la promesa que había hecho a Marian.

—Tengo buenas nuevas que contarte —dijo Isea según se sentó Gilian—. Pronto me nombrarán Gran Sacerdotisa, y he pensado que te gustaría acompañarme, como mi pareja, en el gobierno de este valle. Tendrías poder para ir y venir donde quisieras. Ya no serías un prisionero. Conocerías todos los misterios que encierra este valle y tendrías un vida llena de dicha, junto a mí.

Gilian se quedó sin palabras mirando a Isea. No se esperaba que todo se desencadenara tan rápido. Debía tomar una decisión. No podía permanecer en el valle si era a costa de perder a su familia. Tendría que idear un plan para salir de todo aquello. Ahora era el momento de jugar sus cartas y evitar que le descubrieran.

Como permanecía callado mirándola a los ojos, Isea pensó que Gilian estaba emocionado. Se acercó despacio y empezó a besarle hasta que le tumbó sobre las pieles.

Gilian decidió que no era momento para que Isea sospechara. Se quedó tumbado y ayudo a Isea a desnudarse.

Antes de irse a dormir, entró en la cabaña de Albert para sacarle de la cama. Tenía que hablar con él a solas y pedir su ayuda, lo primero para solucionar lo de Affagd.

—¿Qué pasa? ¿No podías dormir y has decidido fastidiar al resto del campamento? —dijo Albert en tono irónico.

—Tengo una noticia que darte. —Gilian le miró muy serio—. Dentro de poco Isea será la Gran Sacerdotisa del valle y me ha pedido que sea su pareja. Eso significa que nunca más podré estar con Marian. Tampoco estoy seguro de la reacción de Isea cuando sepa que mis hijos están aquí. Pero no puedo arriesgarme a que ella decida sobre mi familia. Debo escaparme antes.

—¡Pero eso es imposible! Estamos vigilados constantemente. No conoces la salida al exterior y ellos no permitirán que te marches.

—De momento, necesito que me ayudes a deshacerme de Affagd. No puedo permitir que acose a Marian. Luego, hablaremos de cómo saldremos del valle.

—Está bien, creo que tengo una idea de cómo deshacernos de él sin que nos inculpen a nosotros. Pero para eso necesitaré la ayuda de Marian —concluyó Albert.