Capítulo 14
Estaba muerta de miedo. La temblaban las manos y no podía evitar que el líquido se balanceara peligrosamente dentro del cuenco.
Había intentado por todos los medios ponerse en contacto con Gilian pero fue imposible encontrarle. Parecía como si se le hubiese tragado la tierra.
Caminó entre las chozas hasta llegar a la de Affagd. Pidió permiso para entrar desde el exterior. Cuando entró observo que había un fuego encendido en la choza y Affagd estaba esperándola medio desnudo.
Apartó la vista y miró hacia el suelo levantando el cuenco con el ungüento.
—Ven, pasa déjalo aquí —le dijo él tranquilamente—. Te he estado esperando para que me cures la herida.
Affagd se tumbó sobre su lecho y le indicó a Marian que se acercara. Ella se acerco tímidamente. Todavía le temblaban las manos.
Dejó el cuenco en una mesita, se sentó sobre el borde del camastro y empezó a curarle la herida. La tenía en un costado y tenía un aspecto bastante feo. Cuando terminó cogió una tela y se la enrolló alrededor de la cintura. Cogió el cuenco para levantarse pero Affagd la sujetó por las manos y la obligó a dejarlo a un lado.
Marian intentó soltarse y levantarse para salir de allí. No tuvo oportunidad. Affagd tiró de ella, abriéndole los brazos y atrayéndola hacia él.
—No, por favor —le suplicó Marian—. Trabajaré en lo que me pidas, pero deja que me vaya.
Affagd se rio de ella. La atrajo otra vez hacia él y empezó a besarla bruscamente. Le soltó las manos y Marian aprovechó para intentar incorporarse. Affagd le agarró el vestido por el escote y se lo rasgó de arriba abajo. La dejó desnuda sin que ella pudiera evitarlo.
Marian sabía que estaba perdida y las lágrimas le salieron sin poder evitarlo. No quería que la viera llorar. Quería conservar por lo menos algo de dignidad. No lo consiguió.
Cuando salió de la choza le costaba andar. Jamás la habían hecho tanto daño, ni física ni psicológicamente. Se tapó como pudo con el vestido rasgado por delante.
Iba de camino al campamento llorando como nunca lo había hecho. No podía parar de pensar en lo que le había ocurrido. Una gran vergüenza la estaba abrasando por dentro.
Pasaba cerca de la choza de Isea cuando oyó unas risas dentro. Pensó en entrar y contarla lo que le había hecho Affagd. Al levantar ligeramente la cortina para entrar se quedó sorprendida con la escena.
Isea estaba tumbada riéndose en su lecho y sentado a su lado estaba Gilian con una copa de vino en la mano. A Marian se le abrió el suelo bajo sus pies.
—Disculpa Isea, no quería molestarte —vio como Gilian se giraba para ver quien era.
Dejó caer la cortina y salió corriendo hacia el campamento. Cuando llegó se tumbó sobre su camastro y estuvo llorando hasta que se durmió.
Isea estaba tumbada en la cama. A su lado Gilian tenía cara de preocupación.
—¿Qué te ocurre? —Isea le acarició la cara—. Parece como si hubieras visto un fantasma.
Gilian no quería que Isea supiera que Marian era su mujer. Ya lo había hecho cuando Isea quiso enseñarle la gran labor que hacían con los niños que llegaban al valle No dejó que sus emociones lo delataran e Isea se diese cuenta que aquellos a los que estaban observando, eran en realidad sus hijos.
Desde que ella había decidido mostrarle todas las virtudes del valle, él había empezado a apreciar aquel lugar. Le parecía increíble la manera en que aquella gente vivía en armonía con la naturaleza. No sólo la respetaban sino que además veneraban todo lo que ella les proporcionaba.
Quería convencer a Marian para que comprendiera los beneficios de vivir en aquel lugar. Estaba seguro que podría arreglar, cuando llegase el momento, el tema de su familia. Tendría que decirle a Isea que tenía mujer y no sabía como se lo tomaría ella viendo el interés que estaba demostrando hacia él.
Se estaba haciendo demasiado tarde para continuar allí. Isea estaba intentando ir más lejos de lo que Gilian estaba dispuesto a llegar. Gilian estaba muy a gusto en su compañía. Había comenzado a apreciarla, pero no quería engañar a Marian. Con mucho tacto Gilian le comunicó que mañana tenía que trabajar y que debía irse de allí.
No pareció que ella se lo tomase demasiado mal. Incluso le animó a irse. De camino hacia su campamento estuvo pensando qué querría Marian de Isea tan tarde. Con la poca luz que había en la choza, Gilian no había visto el estado en el que se encontraba Marian. De haberlo sabido, esa noche habría acabado todo.