26
El anciano del brazalete rojo inspeccionaba verduras en un puesto, pescado en otro. Sin embargo, no llevaba ningún cesto. Debía de ser Fan.
No hacía mucho que Chen había presenciado una escena similar, la del Viejo Cazador patrullando por otro mercado. La función de Fan era distinta, sin embargo, ya que los «vendedores ambulantes particulares» proliferaban ahora en «el modelo socialista chino». En una época en que «todo el mundo ansiaba ganar dinero», estos vendedores ambulantes suponían un auténtico problema debido a sus prácticas comerciales engañosas e incontroladas. No se limitaban a meter hielo en el pescado o a inyectar agua en los pollos, sino que pintaban sus productos, vendían carne podrida o intentaban mercadear con setas venenosas. Así que la responsabilidad de Fan consistía principalmente en descubrir esos fraudes, que en ocasiones podían tener consecuencias mortales.
Chen se acercó al anciano mientras éste interrogaba a un vendedor ambulante de gambas.
—Usted debe de ser el tío Fan.
—Sí. ¿Quién es usted?
—¿Podemos hablar a solas? —Chen le entregó su tarjeta—. Es importante.
—Claro —respondió Fan, volviéndose hacia el vendedor ambulante—. La próxima vez no te librarás tan fácilmente.
—Vayamos a tomarnos unas tazas de té allí —propuso Chen, señalando un pequeño restaurante situado tras el mostrador de las corvinas rubias—. Podríamos sentarnos y hablar un rato.
—No sirven té, pero les pediré que nos hagan una tetera —ofreció Fan—. Llámeme camarada Fan. Ya no se estila este tratamiento, pero me he acostumbrado a que me llamen así. Me recuerda a la época de la revolución socialista, cuando todos éramos iguales y trabajábamos para lograr el mismo objetivo.
—Tiene razón, camarada Fan —dijo Chen, tras recordar que el término «camarada» se estaba convirtiendo en un eufemismo de «homosexual» entre los jóvenes y los modernos de Hong Kong y Taiwan. El inspector se preguntó si Fan conocía el cambio de significado. La evolución lingüística de esta palabra, así como la de «enfermedad sedienta», reflejaba fielmente el cambio ideológico.
A ambos lados de la puerta del restaurante habían escrito un pareado que se leía en vertical: «Desayuno, comida, cena: lo mismo. El año pasado, este año, el año próximo: siempre igual». Más arriba había un comentario en horizontal: «Auténtico en su boca».
El dinero para taxis que le había quedado al salir del club nocturno, calculó Chen, probablemente bastaría para desayunar ahí. Un camarero le recomendó la especialidad de la casa: mo de Xi'an en sopa de carnero. Un mo era un panecillo duro cocido al horno, que los clientes podían desmenuzar en trozos pequeños o grandes, según prefirieran, antes de que lo hirvieran en la sopa de carnero. El camarero les trajo una tetera como cortesía de la casa.
—Camarada Fan, permítame brindar a su salud con té, aunque el té no baste para mostrarle mi respeto.
—La gente no quema incienso en el Templo de los Tres Tesoros sin una razón. Usted es un hombre muy ocupado, inspector jefe Chen. No creo que haya venido a ver a un viejo jubilado como yo a menos que quiera algo.
—Sí, la verdad es que quiero hacerle algunas preguntas. Según el comité vecinal de esta zona, sólo usted puede ayudarme.
—¡No me diga! Por favor, explíqueme cómo.
—Estamos investigando un asesinato. Me gustaría hacerle algunas preguntas sobre Mei, la mujer que vivía aquí antes. Años atrás fue la propietaria de la Mansión Ming. En aquella época usted era el policía del barrio.
—Mei... Sí, claro. Pero murió hace muchísimo tiempo. ¿Qué tiene que ver ella con su investigación?
—De momento, todo lo que puedo decirle es que cualquier información sobre ella nos podría ayudar mucho.
—Bueno, vine aquí como policía de barrio dos o tres años antes de la Revolución Cultural. ¿Qué edad tenía usted entonces? Aún iba a la escuela primaria, ¿no?
—Sí —asintió Chen con la cabeza, llevándose la taza a los labios.
—Puede que el trabajo de un policía de barrio no tenga mucha importancia en los noventa —observó Fan mientras desmenuzaba el mo en trozos muy pequeños, como si fueran partes de su memoria—, sin embargo, a principios de los sesenta, cuando la llamada de Mao a la lucha de clases resonaba por todo el país, el puesto implicaba mucha responsabilidad. Cualquier individuo podía ser un enemigo de clase que maquinara en secreto para sabotear nuestra sociedad socialista, sobre todo en este barrio. Un número considerable de vecinos estaban clasificados como «ciudadanos negros». Después de 1949, algunas de estas familias fueron expulsadas por su conexión con los nacionalistas, y sus casas fueron ocupadas por familias de clase obrera. De todos modos, algunas familias tenían vínculos tanto con el régimen antiguo como con el nuevo, así que conservaron sus mansiones. Como los Ming.
—¿Qué pasó con los Ming?
—Conservaron su mansión porque el patriarca, un banquero influyente, había denunciado a Chiang Kai-shek a finales de los años cuarenta. Así que los comunistas lo consideraron un «personaje democrático patriótico» y no se apoderaron de su fortuna. Su hijo, que era profesor en el Instituto de Música de Shanghai, se casó con Mei, una violinista que también daba clases allí. Tuvieron un hijo, Xiaozheng. Llevaban una vida acomodada en el interior de la mansión, por lo que sus vecinos de clase obrera no dejaban de protestar. Como policía de barrio, tuve que prestarles más atención que a los demás.
Las cosas cambiaron radicalmente cuando estalló la Revolución Cultural. El viejo murió de un infarto, lo que, de hecho, le evitó todas las humillaciones. Pero su familia no tuvo tanta suerte. El marido de Mei fue interrogado y encerrado en una celda de aislamiento. Lo acusaron de ser un agente secreto al servicio de Gran Bretaña por haber cometido el delito de escuchar la BBC. No pudo soportarlo y se ahorcó.
Después requisaron su casa. Llegaron varias familias y ocuparon las habitaciones como si fueran suyas. Obligaron a los Ming, ahora sólo Mei y su hijo, a instalarse en el desván que había sobre el garaje, en lo que era antes la vivienda de los criados.
—¿Y nadie hizo nada al respecto? —preguntó Chen, pero de inmediato se percató de lo absurdo de su pregunta. Su familia también había sido expulsada de su piso de tres dormitorios a principios de la Revolución Cultural.
—¿No recuerda una cita popular del presidente Mao? «Hay miles de argumentos a favor de la revolución, pero el principal es éste: la rebelión está justificada.» Quedarse con las propiedades de los ricos se consideraba una actividad revolucionaria.
—Sí, lo recuerdo. Los Guardias Rojos también vinieron a mi casa. Disculpe la interrupción, camarada Fan. Continúe, por favor.
—En el tercer año de la Revolución Cultural, apareció en la tapia del jardín de los Ming un eslogan contrarrevolucionario, o algo parecido, dividido en dos partes. Una era «Abajo» y la otra «el presidente Mao». Posiblemente las escribieron dos niños en momentos distintos, pero al estar una al lado de la otra parecía que formaran una sola frase. Una cosa así bastaba para convertir a los propietarios de la mansión en posibles sospechosos. Naturalmente, debido a la lucha de clases la atención se centró en la familia Ming, la única clasificada como «negra» según el sistema de clases. Y sobre todo en el chico. Nadie pudo demostrar que lo hubiera escrito él, pero nadie pudo demostrar tampoco que no lo hubiera hecho.
Entonces se formó un grupo de investigación conjunta, compuesto por miembros del comité vecinal y de la Escuadra de Mao que se había enviado al instituto de Mei. Encerraron al chico, solo, en el cuarto trasero del comité vecinal. Era lo que entonces se denominaba interrogatorio en aislamiento, un tipo de interrogatorio muy eficaz para quebrar la resistencia de los enemigos de clase. De hecho, el marido de Mei se suicidó tras una semana de interrogatorio en aislamiento.
A Mei la aterrorizaba que el hijo siguiera los pasos del padre. Durante varios días se dedicó a implorar ayuda a todo el mundo, como una mosca sin cabeza. Incluso vino a hablar conmigo, pero yo no pude hacer nada. En aquella época, la comisaría del distrito había sido tomada prácticamente por los rebeldes. ¿Y qué podía hacer un policía de barrio?
Hasta que un día, a primera hora de la tarde, de repente liberaron al chico. Dijeron que no habían encontrado pruebas determinantes en su contra, ni tampoco testigos. Además, le había entrado una fiebre muy alta en el cuarto trasero, y el guardia que estaba de servicio no quiso cuidarlo. Así que se marchó derecho a casa, pero, al abrir la puerta, fue como si hubiera visto a un fantasma. Se dio la vuelta y huyó despavorido, gritando como un poseso. Su madre salió a toda prisa tras él, completamente desnuda. Tropezó y cayó rodando escaleras abajo.
Puede que el niño la hubiera oído caer, o puede que no, pero la cuestión es que no volvió atrás. Salió corriendo a la calle, y después siguió corriendo como un loco hasta llegar a aquel despacho trasero...
—Es muy raro —observó Chen—. ¿Habló usted con los vecinos de Mei después de lo ocurrido aquella tarde?
—Sí, con varios de ellos —respondió Fan—. En concreto con Tofu Zhang, un vecino del edificio, que casualmente estaba en casa aquella tarde. Aún dormía después de haber hecho el turno de noche, hasta que lo despertó un sonido sobrecogedor. Bajó de la cama de un salto y vio a Mei corriendo desnuda y llamando a su hijo. Zhang no vio al chico, y supuso que su madre habría tenido una pesadilla. Pero entonces Mei cayó rodando por las escaleras y se golpeó la cabeza contra el suelo. Zhang pensó en salir a ayudarla, pero vaciló. Se acababa de casar y su mujer, que era muy celosa, podría haber reaccionado como una tigresa al ver a Zhang junto a una mujer desnuda. Así que cambió de idea y cerró la puerta.
Nadie acudió a ayudarla hasta unas dos horas después. Murió aquel mismo día, sin recobrar el conocimiento.
El chico estuvo una semana enfermo, delirando de fiebre, hasta que algunos vecinos compasivos consiguieron ingresarlo en un hospital. Cuando se recuperó tuvo que volver al desván vacío, donde sólo le esperaba la fotografía de su madre en un marco negro. Le costó comprender lo que había sucedido, pero acabó dándose cuenta de que de nada serviría preguntar.
—¿Nadie de la comisaría del distrito investigó las circunstancias de la muerte de Mei? —volvió a interrumpir Chen.
—No, en aquella época a nadie le extrañó la muerte de una mujer procedente de una familia «negra». Un accidente, concluyó el comité vecinal. Intenté hablar con el chico, pero no quiso decirme nada.
El camarada Fan suspiró mientras partía los últimos trozos de mo. Los volvió a meter en el cuenco y se frotó las manos.
Fan le había ofrecido un relato más detallado de las circunstancias que rodearon la muerte de Mei, pero no había añadido ningún dato nuevo o importante.
Chen tenía la sensación de que Fan se callaba algo. Sin embargo, un policía viejo y experimentado como Fan sabía muy bien lo que debía y lo que no debía decir, y Chen no podía hacer nada al respecto.
¿Era posible que Fan también hubiera admirado a Mei en secreto? Por el momento, Chen decidió no hacer ningún comentario y acabó de desmenuzar su mo. El camarero se llevó los dos cuencos a la cocina. Una anciana pasó junto a su mesa, agitando una ristra de cuentas ante los dos hombres.
—Me han dicho que, en su juventud, Mei fue una mujer despampanante —explicó Chen—. ¿Sabe si tenía algún admirador o algún amante?
—Es una pregunta interesante —respondió Fan—. Pero, en aquella época, era inimaginable que una mujer de una familia «negra» tuviera un amante secreto. Incluso había matrimonios que se divorciaban por cuestiones políticas. «Las parejas son como dos pájaros; cuando ocurre una catástrofe, uno vuela hacia el este, el otro hacia el oeste.»
—Es una cita de Sueño de la habitación roja —observó Chen. Ha leído mucho.
—Bueno, ¿qué otra cosa puede hacer un policía jubilado como yo? Leo libros mientras cuido a mi nieto.
—¿Podría contarme algo sobre el hijo de Mei, camarada Fan?
—Se marchó del barrio para irse a vivir con un pariente. Después de la Revolución Cultural, estudió en la universidad y encontró un buen empleo, según me dijeron. Es todo lo que sé.
Chen no sabía si mencionar la posibilidad que había contemplado. Carecía de pruebas que pudieran respaldar una hipótesis tan descabellada. Como mínimo, tendría que comprobar algunos documentos antes.
—¡Qué historia tan trágica! —exclamó Chen—. A veces cuesta creer que sucedieran cosas así durante la Revolución Cultural.
—¿Cuántas cosas han sucedido, verdaderas o falsas, pasadas o presentes, y nos ponemos a hablar de ellas frente a una copa de vino? —preguntó Fan—. Aquí el té no es demasiado malo.
Parecía una conversación sacada de otra novela clásica.
Entonces sonó el móvil de Chen. Era el subinspector Yu.
—¿Me llamó ayer por la noche, jefe?
—Sí, pero como era muy tarde pensaba volver a llamarlo esta mañana.
—¿De qué va todo esto, jefe? ¿Dónde ha estado? Lo he buscado por todas partes. ¿Y dónde está ahora?
—Lo sé, y después se lo explicaré todo. Ahora mismo me encuentro en compañía del camarada Fan, un policía de barrio jubilado que antes trabajaba en la zona de la calle Hengshan. El camarada Fan me está ayudando con la investigación.
—¿Un policía de barrio de la calle Hengshan?
—Sí. No importa lo que esté haciendo ahora mismo, déjelo todo. Vaya a la fábrica de acero de Tian y consiga toda la información que pueda sobre él, en concreto sobre su actividad como miembro de la Escuadra para la Propaganda del Pensamiento de Mao Zedong. Llámeme cuando tenga algo...
—Un momento, jefe. El secretario del Partido Li ha convocado otra reunión de urgencia esta mañana. Ya estamos a jueves.
—Olvídese del secretario del Partido Li y de su reunión política. Si protesta, dígale que son órdenes mías.
—Eso haré —respondió Yu—. ¿Alguna cosa más?
—¡Ah! Pídale al Viejo Cazador que me llame —dijo Chen. Y luego añadió—: Es importante. Como usted ha dicho, estamos a jueves.
El camarero les trajo un platito con ajo pelado, una especie de aperitivo para acompañar la sopa de carnero con mo.
—Ah, ¿conoce al Viejo Cazador? —preguntó Fan mientras Chen desconectaba el móvil.
—Sí, su hijo Yu Guangming es mi compañero desde hace mucho tiempo. Los antiguos camaradas como usted o como el Viejo Cazador tienen siempre muchos recursos. El Viejo Cazador está haciendo un trabajo magnífico en el comité de control del tráfico.
—Ahora recuerdo, inspector jefe Chen. Usted era el director interino de la oficina de tráfico, y lo recomendó para el puesto. El Viejo Cazador me lo comentó —explicó Fan, depositando sus palillos sobre la mesa—. También ha mencionado a alguien que trabajaba en una fábrica de acero, ¿verdad?
—Sí, a Tian, de la fábrica de acero Número Uno de Shanghai —respondió Chen—. En cuanto a la investigación, deje que se lo explique. Mei falleció hace mucho tiempo, pero las circunstancias exactas de su muerte podrían arrojar luz sobre otro caso en el que están involucradas personas que aún viven, como Tian.
—Pero ¿qué podemos hacer sobre algo que pasó durante la Revolución Cultural? Es un asunto espinoso en el que el Gobierno prefiere no meterse.
—Confucio dice: «Sabes que es imposible hacerlo, pero mientras sea algo que debes hacer, tienes que hacerlo».
—No es frecuente que un inspector jefe tan joven cite a Confucio de esta forma —observó Fan—. ¿De verdad piensa que...?
El teléfono volvió a sonar. Esta vez era el Viejo Cazador.
—¿Qué pasa, inspector jefe Chen?
—Tengo que pedirle otro favor, tío Yu —dijo Chen—. Vamos a emplear nuestro viejo truco de nuevo. Como en el caso de la modelo nacional, ¿recuerda? Siento muchísimo tener que molestarlo, pero no puedo fiarme de la gente del Departamento.
—¿Un nuevo caso?
—Le explicaré el caso más adelante, y sepa que todo será bajo mi responsabilidad.
—Venga, no tiene por qué explicarme nada, inspector jefe Chen. Estoy seguro de que, me pida lo que me pida, no supondrá ningún cargo de conciencia para un policía retirado. Así que no se corte y dígame: ¿dónde y cuándo?
—Por ahora, quiero que redacte una multa de tráfico y que consiga una grúa. Además, será mejor que se quede en su despacho el resto del día, para que pueda localizarlo allí en cualquier momento —Chen cambió de tema repentinamente—. ¡Ah!, estoy hablando con alguien que lo conoce: el camarada Fan. ¿Quiere decirle algo?
—Hola, Viejo Cazador —saludó Fan, cogiendo el teléfono—. Sí, estoy hablando con el inspector jefe Chen. Usted ha trabajado con él, ¿verdad?
Fan escuchó atentamente durante los dos o tres minutos siguientes, sin apenas interrumpir salvo para decir «sí» mientras asentía con la cabeza. El móvil tenía el volumen puesto al máximo y se podía distinguir con cierta dificultad la voz exaltada del Viejo Cazador, diciéndole posiblemente a Fan qué opinaba del inspector jefe. Muy probablemente, comentarios favorables. Pero Fan continuaba comportándose con cautela, y sólo respondía con monosílabos o con frases cortas.
—Lo haré, por supuesto —dijo Fan finalmente—. Le debo un favor muy grande, Viejo Cazador.
El camarero volvió a la mesa con dos grandes cuencos de humeante sopa de carnero con mo. El dorado mo contrastaba con la sopa roja, aderezada con cebolleta picada. Al ver los cuencos de sopa Chen se olvidó del frío que había pasado aquella noche.
—El Viejo Cazador y yo hemos sido policías toda nuestra vida —explicó Fan, levantando los palillos—. Después de más de treinta años en el Cuerpo, seguimos estando muy abajo en el escalafón. Usted conoce bien al Viejo Cazador. Un policía hábil y concienzudo. Ha fracasado en su profesión sólo porque es incapaz de ir contra su conciencia. Puede que yo no sea tan hábil, pero también he defendido siempre mis principios.
—Confucio dice: «Hay cosas que quieres hacer y cosas que no quieres hacer». Ser policía no es fácil.
—Su padre fue un erudito confuciano, me acaba de decir el Viejo Cazador. Ahora lo entiendo —afirmó Fan, depositando los palillos sobre la mesa—. Hace muchos años, trabajé con el Viejo Cazador en un caso de asesinato. Me metí en un gran lío y él me salvó. Baste decir que es algo que hice por principios, y que nunca lamenté. Por ello me relegaron a un puesto de policía de barrio. Fue un revés enorme para un agente joven como era yo entonces, no obstante, sin la ayuda del Viejo Cazador podría haber acabado en uno de aquellos campos de trabajo. Ahora que me ha explicado qué clase de hombre es usted, no creo que deba seguir preocupándome.
—Muchas gracias por contarme todo esto. Pero ¿qué es lo que le preocupa, camarada Fan?
—Algunos aspectos de la muerte de Mei. No se los conté en detalle porque... —Fan carraspeó—. Porque la memoria de un viejo puede que no sea demasiado fiable. Después de todo, esto pasó hace muchísimos años.
La falta de memoria siempre podría servir como excusa para no quedar mal. El cambio se debió a la amistad de Fan con el Viejo Cazador, supuso Chen.
—Y también porque no sabía lo que usted busca en realidad —siguió diciendo Fan—. No quería que el recuerdo de Mei fuera arrastrado de nuevo por el lodo de la humillación, posiblemente en vano.
—Lo comprendo —respondió Chen, recordando un comentario similar del profesor Xiang.
—Creo que ya he mencionado a Tofu Zhang.
—Sí, antes lo mencionó. Zhang es el vecino que vaciló y cerró la puerta sin prestarle ayuda a Mei.
—Antes de cerrar la puerta, Zhang vio a alguien que salía a hurtadillas de la habitación de Mei. Zhang creyó que era Tian, pero no estaba del todo seguro.
—Tian, el miembro de la Escuadra de Mao que trabajaba en la fábrica de acero.
—Sí, el mismo Tian que usted quería que su compañero investigara.
—¿Alguien le preguntó a Tian lo que pasó aquella tarde?
—Según él, tenía pensado hablar con Mei, pero le pareció que estaba demasiado trastornada, así que se marchó —explicó Fan—. Sin embargo, ese argumento no se tenía en pie. Zhang lo vio irse después del accidente, no antes. En aquella época, sin embargo, ¿quién iba a cuestionar la palabra de un miembro de una Escuadra de Mao? De todos modos, Mei murió en un accidente. Nadie tuvo la culpa.
—¿La comisaría del distrito no hizo nada al respecto?
—Yo tenía entonces más o menos su edad, inspector jefe Chen —dijo Fan, sorbiendo una cucharada de sopa en lugar de responder directamente—. Todavía quería hacer algo como policía. Cuando me enteré de la tragedia fui corriendo hasta la casa. Allí saqué fotos y hablé con algunos de los vecinos de Mei, también con Zhang. Según otro vecino, dos o tres noches antes oyó ruidos extraños procedentes de la habitación de Mei. Como dice un viejo proverbio, los problemas se agolpan frente a la puerta de una viuda, por no mencionar a una viuda tan «negra». Nadie había informado acerca del ruido, y creí que merecía la pena investigarlo. No fue una coincidencia que Tian entrara y saliera de la habitación de Mei. Es más, si Mei pensó en pedirme ayuda a mí, es muy posible que también se la hubiera pedido a Tian. La pobre mujer estaba desesperada, dispuesta a hacer cualquier cosa por su hijo. Y Tian, a diferencia de mí, tenía poder suficiente para ayudarla.
—Sí, parece raro que Tian se uniera a la Escuadra de Mao destinada en la escuela de Mei —señaló Chen—, por no mencionar el hecho de que luego se uniera al grupo de investigación que actuaba en este barrio.
—La puesta en libertad del chico fue repentina y sospechosa. También hablé con un miembro del comité vecinal sobre ello. Fue Tian quien tomó la decisión, aunque no especificó cuándo se produciría la liberación. El niño estaba enfermo y tenía una fiebre muy alta, por lo que Mei pensó que Tian podría dejarlo marchar aquella tarde.
—Eso explica la reacción del chico a su regreso. Ya puede imaginarse la escena con la que se topó.
—Exactamente. Fue demasiado para él, y por eso Mei salió corriendo en su busca. Ella sabía que ver a su madre en esa situación habría supuesto un auténtica conmoción para el niño. Se olvidó de su desnudez, resbaló y se cayó.
—Y eso también explica por qué el chico, que tanto quería a su madre, huyera sin siquiera mirar atrás —añadió Chen—. Todos los detalles parecen encajar.
—Era una época en la que incluso las comisarías se consideraban instituciones burguesas. Sólo los Guardias Rojos y los Rebeldes Obreros tenían poder. Cuando le hablé de iniciar una investigación, mi jefe desechó la idea.
—Una pregunta más. ¿Aún guarda las fotografías, camarada Fan? Las fotografías tomadas en el escenario de la muerte, quiero decir.
—Sí, las tengo en casa, aunque podría tardar algún tiempo en encontrarlas.
—Si pudiera enseñármelas hoy se lo agradecería muchísimo.
—Espéreme unos minutos entonces.
Fan se levantó y salió a buen paso del restaurante.
Chen se quedó solo en la mesa, esperando, cuando el camarero trajo la cuenta. Como había imaginado, el dinero para taxis que aún le quedaba en el bolsillo fue más que suficiente para pagar la comida: costó menos de siete yuanes por persona. Por la misma cantidad que se había gastado en el club nocturno la noche anterior, podría desayunar aquí cada mañana durante tres meses.
En Sueño de la habitación roja, una muchacha calcula que una cena a base de cangrejos en el Jardín Gran Vista cuesta más que los alimentos que consume un agricultor durante todo un año. Esa misma brecha había aparecido en la sociedad actual.
Chen se levantó para ir a pagar la cuenta en el mostrador. Mientras cogía el cambio, echó otra mirada al pareado de la puerta. Estaba escrito con trazo firme, en contraste con el aspecto destartalado del restaurante. El comentario horizontal «Auténtico en su boca» parecía humorístico, si bien invitaba a la reflexión.
—No se refiere únicamente a la comida —explicó el propietario del restaurante con una sonrisa—. El carácter «boca» se puede asociar a la comida, pero también al lenguaje. Todas las palabras salen de la boca, verdaderas o falsas.
—Es cierto. Este pareado me recuerda otro que aparecía en el Sueño de la habitación roja, en un palacio celestial...
—Sé a cuál se refiere: en el arco del Palacio de la Ilusión que Despierta, donde Jia Baoyu lee el pareado y se pierde, pero no puedo recordar los versos exactos.
—El pareado dice: «Cuando lo ficticio es real, lo real es ficticio; donde no hay nada, hay de todo».Jia zuo zhenshi zhen jijia, wu wei youchu you yi wu.
—Exacto. Usted debe de ser un intelectual rico. Un abogado próspero o algo así —conjeturó el propietario, echando un vistazo al maletín que descansaba sobre la mesa.
El maletín de cuero italiano era un regalo de Gu, quien insistió en que resultaba muy apropiado para el inspector jefe Chen. Irónicamente, también podría haber resultado apropiado a ojos de Jade Verde, quien lo tomó por un próspero abogado «o algo por el estilo» la noche anterior.
—El autor de Sueño de la habitación roja era muy bueno ideando juegos de palabras —afirmó el propietario del restaurante—, incluso con los nombres de los personajes. El nombre Jia Baoyu, el héroe de la saga, podía significar «piedra preciosa ficticia», y en el libro sale otra familia apellidada Zheng, que quiere decir «auténtico...».
Al oír aquella palabra, a Chen le dio un vuelco el corazón.
El inspector jefe interrumpió abruptamente la conversación, volvió a la mesa y cogió su maletín. Antes de marcharse al complejo de vacaciones, había metido a toda prisa en el maletín los expedientes sobre los casos del complejo residencial y del vestido mandarín rojo, aunque no tenía pensado repasar ningún documento allí. Debido a su apresurado retorno a Shanghai, Chen aún no había tenido tiempo de echarles un vistazo.
Chen sacó la carpeta con el expediente del caso del complejo residencial y empezó a leer la parte referente a Jia.
El informe, demasiado breve y simplista, se centraba en los posibles motivos de Jia para enfrentarse al Gobierno. Proporcionaba escasa información sólida: sólo un par de líneas sobre su infancia infeliz durante la Revolución Cultural, en la que había perdido a sus padres. Ni siquiera mencionaba los nombres de éstos.
Sin embargo, bastó para que el director Zhong concluyera que Jia aceptó el caso para vengarse por lo sucedido durante la Revolución Cultural.
Chen leyó la parte sobre la vida personal de Jia en los últimos años.
De nuevo, la información era escasa. Puede que ello se debiera a que Jia siempre había procurado no llamar la atención, pese a defender casos muy polémicos. Se decía que las acciones estadounidenses que había heredado de su abuelo valían millones, lo que convertía a Jia en uno de los mejores partidos de la ciudad. Por consiguiente, su soltería despertaba suspicacias. Algunos incluso albergaban sospechas acerca de su orientación sexual, aunque carecían de pruebas que confirmaran sus suposiciones. De hecho, Jia había tenido novia, una modelo, pero pusieron fin a su relación. La chica se apellidaba Xia, y tenía unos quince años menos que él.
Obedeciendo a un impulso, Chen cogió el móvil y llamó a Nube Blanca.
—¿Conoces a alguna mujer llamada Xia que trabaje en el negocio del entretenimiento? Antes había sido modelo.
—Xia... Xia Ji, posiblemente. No la conozco en persona, pero es muy conocida en esos círculos —explicó Nube Blanca—. Ya no trabaja de modelo. Se dice que tiene acciones en una casa de baños llamada La Época Dorada. Xia es una triunfadora, por eso he oído hablar de ella.
—¿Una modelo en el negocio de las casas de baños?
—¿De verdad que no lo sabes? —preguntó Nube Blanca—. En las salas de masajes de estas casas cualquier cosa es posible. Pero ella es copropietaria del negocio.
Chen recordó haber visto a la novia modelo de Jia en alguna parte. La recordó por su nombre, Xiaji, que en chino también significaba «verano». De hecho, Chen la había conocido en el panel de un concurso llamado «Tres bellas competiciones: Corazón, Cuerpo y Mente», patrocinado por la Corporación Nuevo Mundo. Chen participó en el jurado por deferencia a Gu. Como poeta con obra publicada, se suponía que sería «capaz de juzgar lo que es poético». Xia también era miembro del jurado. No hablaron demasiado durante el concurso, ni tampoco después.
—Gracias, Nube Blanca. Te llamo luego —dijo Chen, poniendo fin a la conversación al ver que Fan volvía con un sobre en la mano—. Camarada Fan, ¿puede decirme de nuevo el nombre del chico?
—¿Por qué? Xiaozheng, o Zheng, así que debería de ser Ming Zheng, o Ming Xiaozheng. No recuerdo qué carácter escrito en particular para «zheng». En cuanto a «Xiao», el carácter podría haberse añadido al nombre del niño como expresión de cariño, ya sabe.
—Sí, a veces mi madre aún me llama «Xiao Cao» también.
—¿A qué se refiere?
—Los nombres chinos pueden tener distintos significados. Por ejemplo, Jia Ming puede significar «nombre ficticio», mientras que Ming Zheng, al menos en cuanto a su pronunciación, puede significar «nombre real».
—¿Adonde quiere ir a parar, inspector jefe Chen?
—Si ese niño se hubiera cambiado el nombre a algo como Jia Ming, «nombre falso del descendiente de la ilustre Mansión Ming», ¿le parece que tendría sentido?
—En la cultura china, muy poca gente se cambiaría el apellido, pero creo que es posible que el hijo de Mei lo hiciera. Puede que su pasado fuera demasiado doloroso para él. Y el seudónimo podría llevar un mensaje implícito. Es como si le estuviera diciendo al mundo que el que lleva ese nombre es «ficticio», y oculta su identidad real del escrutinio público. Pero ¿quién es Jia Ming?
—De momento es sólo una suposición. —Chen decidió no entrar en detalles y cambió de tema—. Ah, ha traído las fotos.
Fan sacó un puñado de fotografías en blanco y negro no demasiado buenas, tomadas desde distintas perspectivas. Algunos primeros planos estaban borrosos y desenfocados.
Con todo, eran unas imágenes espantosas: distintos ángulos de una mujer muerta, abandonada, que yacía desnuda sobre el suelo de cemento gris. Mientras las observaba, Chen las yuxtapuso mentalmente a las fotografías de Mei vestida con el qipao, cogiendo de la mano a su hijo...
En la poesía, cuando dos imágenes se yuxtaponen es posible que emerja un nuevo significado. Chen no había conseguido captarlo todavía, pero sabía que existía.
—Nunca podré agradecérselo bastante, camarada Fan.
—Saqué las fotos cuando era policía —explicó Fan sintiéndose de repente incómodo—, pero no tardé en darme cuenta de que no se llevaría a cabo ninguna investigación. ¿Quién se iba a molestar por una mujer tan «negra»? Y yo no soportaba la idea de que las fotografías de su cuerpo desnudo pasaran de mano en mano. No me refiero a la investigación, sino a... ya sabe a lo que me refiero.
—Usted es un hombre de principios —afirmó Chen—. Me alegra haberlo conocido.
—Después de la Revolución Cultural, pensé en reabrir el caso. Sin embargo, el Gobierno quería que la gente mirara hacia delante. ¿Qué podía hacer yo sin pruebas ni testigos? Además, puede que Mei muriera por culpa de Tian, pero, estrictamente hablando, ni siquiera era un caso de asesinato.
—Tiene razón —dijo Chen, preguntándose a qué venía el discurso de Fan.
—Tal vez no se equivoque y el hijo se haya cambiado de nombre. Querrá olvidarse del pasado, y por eso vendió la Antigua Mansión y nunca volvió por aquí. —Fan hizo una breve pausa antes de continuar, y luego agregó—: Nunca he hecho nada por ella, y si lo que le he dicho se usa en contra de su hijo...
—De momento sólo tengo una teoría. Nada de lo que me ha contado se usará contra él —aseguró Chen. Le pareció que su promesa era sincera, pero sólo hasta cierto punto—. En aquella época, el que un niño sufriera no se consideraba un delito.
—Gracias por explicármelo, inspector jefe Chen.
—Tengo que pedirle un favor. ¿Puedo llevarme estas fotos unos días? No se las enseñaré a nadie ajeno al caso. Se las devolveré tan pronto como haya acabado.
—Por supuesto que puede llevárselas.
—Gracias, camarada Fan. Me ha sido de gran ayuda.
—No, no tiene que agradecerme nada —respondió Fan—. Es lo que tendría que haber hecho yo. En todo caso, soy yo el que tiene que darle las gracias a usted.