CAPÍTULO 9 XE "CAPÍTULO 9"

Cuando John salió del túnel subterráneo, se quedó momentáneamente cegado por la luminosidad. Luego su vista se adecuó. Oh, mi dios. Es hermoso.

El vasto vestíbulo era un vívido arco iris, tan colorido que le pareció que sus retinas no podrían admirarlo en su totalidad. Desde las columnas verdes y rojas de mármol hasta el mosaico multicolor del suelo, desde los paneles dorados que se hallaban por todos lados hasta el…

Santo Miguel Ángel, mira ese techo.

Se hallaba tres pisos por encima, las pinturas de ángeles, nubes y guerreros sobre grandes caballos cubrían una extensión que parecía tan grande como un estadio de fútbol. Y había más… alrededor de todo el segundo piso había un balcón dorado que tenía insertados paneles con representaciones similares. Después ahí estaba la espléndida escalera con su propia y recargada balaustrada.

Las proporciones del espacio eran perfectas. Los colores exquisitos. El arte sublime. Y no era al estilo pretencioso Donald Trump. Incluso John, que no sabía nada acerca de estilo, tenía la curiosa sensación de que lo que estaba mirando era verdaderamente de buen gusto. La persona que construyó esta mansión y la decoró sabía lo que hacía y tenía el dinero para comprar todo de buena calidad: un verdadero aristócrata.

–Bello, ¿no? Mi hermano D construyó este lugar en 1914. – Tohr se puso las manos sobre las caderas mientras miraba alrededor, luego se aclaró ligeramente la garganta-. Si, tenía un gusto excelente. Lo mejor de lo mejor para él.

John estudió cuidadosamente la cara de Tohr. Nunca lo había oído utilizar ese tono de voz. Tanta tristeza…

Tohr sonrió y poniéndole una mano sobre el hombro, apresuró a John para que siguiera caminando.

–No me mires así. Me siento como una salchicha desnuda cuando lo haces.

Se dirigieron al segundo piso, caminando por una alfombra roja tan mullida que era como caminar sobre un colchón. Cuando John llegó arriba, se asomó sobre el balcón al diseño del suelo del vestíbulo. Los mosaicos se fundían en una espectacular representación de un árbol frutal en plena floración.

–Las manzanas son parte de nuestros rituales, – dijo Tohr-. O al menos, lo son cuando los practicamos. Últimamente no hemos tenido muchos de esos, pero Wrath está convocando a todos para realizar la primera ceremonia del solsticio de invierno de los últimos cien años o así.

En eso es en lo que Welssie ha estado trabajando, ¿verdad? -dijo John por señas.

–Sí. Se está haciendo cargo de casi toda la logística. La raza está ansiosa de volver a practicar los rituales, y ya era hora.

Dado que John no dejaba de admirar el esplendor del lugar, Tohr le dijo:

–¿Hijo? Wrath nos está esperando.

John asintió y lo siguió, yendo del rellano hacia un par de puertas dobles marcadas con alguna especie de sello. Tohr estaba levantando la mano para llamar cuando los tiradores de bronce giraron y fue revelado el interior. Excepto que no había nadie al otro lado. ¿Entonces cómo se habían abierto esas cosas?

John miró hacia dentro. La habitación era de un tono azul aciano y le recordaba las fotos de un libro de historia. Era francés, ¿no? Con todas las florituras y los muebles elegantes…

Repentinamente John tuvo problemas para tragar.

–Mi señor, – dijo Tohr, haciendo una reverencia y adelantándose.

John se quedó de pie en la entrada. Detrás de un espectacular escritorio francés que era demasiado hermoso y demasiado pequeño para él, se hallaba un imponente hombre con hombros incluso más grandes que los de Tohr. El largo cabello negro le caía recto a partir de las pronunciadas entradas de su frente, y el rostro…la dura compostura del mismo era como si deletreara no-jodas-conmigo. Dios, las envolventes gafas de sol lo hacían parecer indudablemente cruel.

–¿John? – dijo Tohr.

John fue a situarse al lado de Tohr, escondiéndose un poco. Sí, era un poco cobarde por su parte, pero nunca se había sentido más pequeño o prescindible en su vida. Demonios, estando tan cerca del poder que desprendía el hombre que estaba delante de ellos, estaba casi convencido de que era totalmente insignificante.

El Rey se movió en la silla, inclinándose sobre el escritorio.

–Ven aquí, hijo -la voz era baja y con acento, estirando bastante la “q” antes de terminar la palabra.

–Ve -cuando no se movió, Tohr le dio un ligero codazo-. Está todo bien.

John se tropezó con sus propios pies, moviéndose a través de la habitación sin nada de aplomo. Se paró enfrente del escritorio como si fuera una piedra que hubiera rodado hasta detenerse.

El Rey se levantó y se mantuvo elevado hasta que pareció alto como un rascacielos. Wrath debía medir más de dos metros, y la ropa negra que usaba, particularmente la de cuero, lo hacía parecer todavía más alto.

–Ven, acércate.

John miró hacia atrás para asegurarse de que Tohr todavía estaba allí.

–Está bien, hijo -dijo el Rey-. No voy a lastimarte.

John dio la vuelta al escritorio, su corazón latiendo como el de un ratón. Cuando ladeó su cabeza para mirar hacia arriba, el brazo del Rey se extendió hacia delante. La parte interior del mismo, desde la muñeca hasta el codo, estaba cubierta de tatuajes. Y el diseño era como el que John había visto en sus sueños, el que había colocado en el brazalete que usaba…

–Soy Wrath -dijo el hombre. Luego hizo una pausa-. ¿Quieres estrechar mi mano, hijo?

Oh, seguro. John estiró la mano, medio esperando que sus huesos fueran aplastados. En vez de eso, cuando entraron en contacto, sólo sintió una firme oleada de calor.

–Ese nombre que está en tu brazalete -dijo Wrath-. Es Tehrror. ¿Quieres que te llamemos así o John?

John entró en pánico y miró a Tohr, porque no sabía lo que quería y no sabía como comunicarle eso al Rey.

-Tranquilo, hijo -Wrath se río suavemente-. Puedes decidirlo después.

La cara del Rey se giró bruscamente hacia un lado, como si fijara su atención en algo fuera, en el pasillo. Igual de abruptamente una sonrisa se extendió por sus duros labios formando una expresión de total reverencia.

-Leelan -suspiró Wrath.

-Lamento llegar tarde -la voz de mujer era suave y hermosa-. Mary y yo estamos muy preocupadas por Bella. Intentamos encontrar la manera de ayudarla.

-Encontrareis la forma. Ven a conocer a John.

John se dio la vuelta hacia la puerta y vio a una mujer…

Repentinamente una luz blanca tomó el lugar de su visión, haciendo borroso todo lo que veía. Fue como si hubiera sido golpeado por un rayo ultra brillante. Parpadeó, varias veces… Y luego proviniendo de la nada infinita, vio a la mujer nuevamente. Era de cabello oscuro, con ojos que le recordaban a alguien que amaba…No, no le recordaban…Los ojos de ella eran los de su… ¿Qué? ¿Su qué?

John se tambaleo. El sonido de las voces le llegaba distante.

En su interior, en su pecho, en lo más profundo de su corazón palpitante, sintió que se quebraba, como si lo estuvieran partiendo en dos. La estaba perdiendo… estaba perdiendo a la mujer de cabello oscuro… estaba…

Sintió que se le abría la boca, esforzándose como si estuviera tratando de hablar, pero luego fue presa de temblores, que sacudieron su pequeño cuerpo, haciendo que se tambaleara sobre sus pies, y se derrumbara en el suelo.

Zsadist sabía que era hora de sacar a Bella de la bañera, porque había estado allí casi una hora y la piel se le estaba arrugando. Pero entonces miró a través del agua hacia la toalla que había estado manteniendo sobre el cuerpo de ella.

Mierda… sacarla con esa cosa iba a ser un problema.

Con una mueca la alcanzo y se la quito.

Mirando hacia otro lado rápidamente, tiró la mojada carga al suelo y agarrando una seca, la puso justo al lado de la bañera. Apretando los dientes, se inclinó hacia delante y metió los brazos en el agua, buscando su cuerpo. Sus ojos terminaron justo al nivel de los pechos.

Oh, Dios… Eran perfectos. De un blanco cremoso con puntas rosadas. Y el agua le acariciaba los pezones, importunándolos con ondeantes besos que los hacían brillar.

Apretó los parpados cerrados, sacó los brazos de agua y se sentó sobre los talones. Cuando estuvo listo para intentarlo de nuevo, se concentro en la pared que tenía en frente y se inclinó hacia delante… sólo para sentir un repentino dolor en las caderas. Miró hacia abajo, confundido.

Había un hinchado bulto en sus pantalones. Eso estaba tan duro, que había surgido una tienda de campaña en la delantera de sus pantalones de deporte. Evidentemente se había apretado la cosa contra la bañera cuando se inclino, y esa era la causa de la punzada que había sentido.

Maldiciendo, empujó la cosa con la palma de la mano, odiando la sensación de la pesada carga, la forma en que la dura longitud se enredaba en sus pantalones, el hecho de tener que lidiar con eso. Sin embargo no importaba cuanto lo intentara, no podía colocarla correctamente, al menos no sin meter la mano dentro de los pantalones para agarrarla, lo que, maldita fuera, no estaba dispuesto a hacer. Al final se dio por vencido y dejo la erección atrapada, retorcida y doliendo.

Que le sirviera de lección a la cabrona.

Zsadist inspiró hondo, sumergió los brazos profundamente en el agua, y los envolvió debajo del cuerpo de Bella. La saco, nuevamente impresionado por lo liviana que era; luego la coloco contra la pared de mármol usando el costado de su cadera y una mano sobre la clavícula. Levantó la toalla que había dejado en el borde del jacuzzi, pero antes de envolverla alrededor de ella, desplazo la mirada hacia las letras grabadas en la piel del estómago.

Algo extraño se sacudió en su pecho, una gran opresión… No, era una sensación descendente, como si se estuviera cayendo, aunque estaba perfectamente equilibrado. Estaba pasmado. Hacia mucho que nada se abría paso a través de la ira y la insensibilidad. Tenía la sensación de estar… ¿triste?

Lo que sea. Ella tenía piel de gallina, por todo el cuerpo. Así que este no era el momento de tratar de entenderse a si mismo.

La envolvió y la puso en la cama. Haciendo el cobertor a un lado, la acostó, quitándole la empapada toalla. Mientras la cubría con las sábanas y las mantas, captó otro vistazo de su estómago.

La rara sensación de estar cayendo regresó, como si su corazón se hubiera ido de viaje en una góndola hacia el estómago. O tal vez hacia sus muslos.

La arropó y luego se dirigió hacia el termostato. De cara al dial, mirando los números y palabras que no podía entender, no tenía idea de hacia donde girarlo. Movió el pequeño indicador desde donde se hallaba, bien a la izquierda, hacia un lugar entre el medio y el extremo derecho, pero no estaba muy seguro de que es lo que había hecho.

Miró hacia el escritorio. Las dos jeringas y el frasco con morfina estaban allí donde Havers los había dejado. Z fue hacia allí, recogió una jeringa, la droga y las instrucciones de dosificación, luego hizo una pausa antes de salir de la habitación. Bella estaba tan quieta en la cama, tan pequeña contra las almohadas.

La imaginó dentro de ese tubo enterrado en la tierra. Asustada. Sintiendo dolor. Frío. Luego imaginó al lesser haciéndole lo que le había hecho, reteniéndola a la fuerza mientras luchaba y gritaba.

Esta vez Z sabía lo que sentía.

Ansias de venganza. Fría, helada venganza. Tanta, que la mierda se iba a extender hasta el infinito.

CAPÍTULO 10 XE "CAPÍTULO 10"

John se despertó en el suelo con Tohr a su lado y Wrath mirándolo desde arriba.

¿Dónde estaba la mujer de cabello oscuro? Trató de sentarse precipitadamente, pero unas fuertes manos lo mantuvieron en su lugar.

–Sólo quédate echado un poco más, compañero -dijo Tohr.

John estiró el cuello mirando alrededor y allí estaba ella, cerca de la puerta, pareciendo ansiosa. En el momento en que la vio, cada neurona de su cerebro se disparó, y volvió la luz blanca. Empezó a temblar, el cuerpo golpeando contra el suelo.

–Mierda, ahí va de nuevo -murmuró Tohr, inclinándose hacia adelante para tratar de controlar el ataque.

Cuando John sintió que estaba siendo absorbido hacia abajo, extendió una mano en dirección a la mujer de cabellos oscuros, tratando de alcanzarla, estirándose.

–¿Qué necesitas, hijo? – La voz de Tohr, por encima de él, estaba decayendo como una estación de radio con estática-. Te lo conseguiremos…

La mujer…

–Ve a él, leelan -dijo Wrath-. Toma su mano.

La mujer de cabello oscuro se adelantó, y en el instante que sus palmas lo tocaron todo se volvió negro.

Cuando recobro la conciencia nuevamente, Tohr estaba hablando.

–…de cualquier forma, lo voy a llevar a ver a Havers. Hey, hijo. Has regresado.

John se sentó, sintiendo vértigo. Se llevó las manos a la cara, como si esto pudiera ayudarlo a permanecer consciente, y miró hacia la puerta. ¿Dónde estaba ella? Tenía que… No sabía que tenía que hacer. Pero era algo. Algo que la involucraba a ella…

Hizo señas frenéticamente.

–Se ha ido, hijo -dijo Wrath-. Os mantendremos separados hasta que tengamos una idea de lo que te pasa.

John miró a Tohr e hizo señas despacio. Tohr tradujo.

–Dice que necesita cuidarla.

Wrath se echó a reír suavemente.

–Creo que tengo cubierto ese puesto, hijo. Es mi compañera, mi shellan, tu Reina.

Por alguna razón John se relajó ante esas noticias, y gradualmente volvió a la normalidad. Quince minutos después pudo ponerse en pie.

Wrath le lanzó una dura mirada a Tohr.

–Quiero hablar contigo de estrategia, así que te necesito aquí. Y como Phury va a ir a la clínica esta noche. ¿Por qué no lleva él al muchacho?

Tohr dudó y miró a John.

–¿Estas de acuerdo, hijo? Mi hermano es un buen tío. En todos los sentidos.

John asintió. Ya había causado suficientes problemas desparramándose por el suelo como si sufriera un ataque de histeria. Después de eso, estaba más que dispuesto a mostrarse amigable.

Dios, ¿que habría pensado esa mujer? Ahora que se había ido, no podía recordar porqué tanto alboroto. Ni siquiera podía recordar su rostro. Era como si sufriera un caso de amnesia.

–Déjame llevarte a la habitación de mi hermano.

John puso la mano en el brazo de Tohr. Cuando terminó de hacer señas, miró a Wrath.

Tohr sonrió.

–John dice que fue un honor conocerte.

–Fue un placer conocerte a ti también, hijo -el Rey volvió al escritorio y se sentó-. Y Tohr, cuando vuelvas, trae a Vishous contigo.

–No hay problema.

O pateó el costado del Taurus de U con fuerza, la bota abolló el guardabarros.

La maldita caja de mierda estaba atascada a un lado de la carretera. En algún sitio elegido al azar de la Ruta 14, a veinticinco millas del centro de la ciudad.

Le había llevado un buena hora enfrente del ordenador de U encontrar el coche, porque la señal LoJack* fue bloqueada a causa de Dios sabía que. Cuando la maldita señal apareció en la pantalla, el Taurus se movía velozmente. Si O hubiera llevado refuerzos, habría dejado a alguien pegado al ordenador mientras pegaba el camión e iba tras el sedán. Pero U estaba cazando en el centro, y sacarlo a él o a cualquier otro de la patrulla habría llamado mucho la atención.

Y O ya tenía suficientes problemas… problemas que estaban haciendo sonar su móvil otra vez siendo esta la llamada número ochocientos. La cosa había empezado a sonar hacía veinte minutos, y desde entonces las llamadas no habían parado de llegar. Sacó el Nokia de la chaqueta de cuero. El identificador de llamadas mostraba el número como desconocido. Probablemente U, o aún peor, el señor X.

Había corrido la voz de que el Centro había sido incinerado.

Cuando el móvil dejó de sonar, O marco el número de U. Tan pronto contesto, O dijo -¿Me estabas buscando?

–Cristo, ¿Qué paso ahí afuera? ¡El señor X dijo que el lugar estaba destruido!

–No sé lo que paso.

–Pero estabas allí, ¿verdad? Dijiste que ibas a ir.

–¿Le dijiste eso al señor X?

–Si. Y escucha, será mejor que te cuides. El Fore-lesser esta furioso y buscándote.

O se apoyo contra la fría carrocería del Taurus. Infierno sagrado. No tenía tiempo para esto. Su esposa estaba de algún lugar, apartada de él, viva o muerta, y sin importar en que estado se encontrara, necesitaba tenerla de regreso. Luego tenía que ir detrás de ese Hermano con la cicatriz que la había secuestrado y poner a ese feo bastardo bajo tierra. Duramente.

–¿O? ¿Estás ahí?

Maldita sea… Tal vez debería haberlo dispuesto para que pareciera como si hubiera muerto en la explosión. Podría haber dejado el camión en el lugar para desaparecer caminando a través del bosque. Si, pero ¿y después, que? No tenía dinero, ni transporte, ni refuerzos contra la Hermandad mientras iba detrás del de la cicatriz. Sería un ASHI[9] lesser, lo que significaba que si alguien se daba cuenta de su acto de desaparición, toda la Sociedad lo cazaría como a un perro.

–¿O?

–Honestamente no sé lo que pasó. Cuando llegué allí era polvo.

–El señor X piensa que incendiaste el lugar.

–Claro que lo piensa. Asumir eso es conveniente para él, aunque si lo piensas no tengo motivos. Te llamaré después.

Cerró el móvil y lo guardó en la chaqueta. Luego volvió a sacarlo y lo apagó.

Mientras se frotaba la cara, no podía sentir nada, y no era a causa del frío.

Amigo, estaba de mierda hasta las cejas. El señor X necesitaba culpar a alguien de esa pila de cenizas, y O iba a ser esa persona. Si no lo mataban en el acto, el castigo ideado para él sería muy severo. Dios sabía que la última vez que le habían dado una reprimenda el Omega casi lo había matado. Maldito fuera… ¿Cuáles eran sus opciones?

Cuando la solución le llego, se estremeció. Pero el táctico en él se regocijó.

El primer paso era tener acceso a los pergaminos de la Sociedad antes de que el señor X lo encontrara. Eso significaba que necesitaba una conexión a Internet. Lo que quería decir que iba a volver donde U.

John dejó el estudio de Wrath y caminó por el pasillo hacia la izquierda, manteniéndose cerca de Tohr. Había puertas más o menos cada nueve metros, dispuestas en la pared contraria al balcón, como si se tratara de un hotel. ¿Cuánta gente vivía allí?

Tohr se detuvo y llamó en una de las puertas. Como no obtuvo respuesta volvió a golpear y dijo:

–Phury, tío ¿tienes un segundo?

–¿Me estabas buscando? – llegó una profunda voz desde atrás de ellos.

Un hombre con un montón de precioso cabello venía caminando por el pasillo. Aquello de su cabeza era de todos los diferentes colores, cayéndole sobre la espalda en ondas. Le sonrió a John, luego miró a Tohr.

–Hey, hermano -dijo Tohr. Luego ambos cambiaron para hablar en el Idioma Antiguo mientras el hombre abría la puerta.

John miró dentro del dormitorio. Había una enorme y antigua cama con dosel con almohadas alineadas contra el cabecero tallado. Montones de elegantes cosas decorativas. El lugar olía a Starbucks.

El hombre del cabello volvió a hablar en español y lo miró con una sonrisa.

–John, soy Phury. Creo que ambos iremos a ver al médico esta noche.

Tohr puso la mano sobre el hombro de John.

–Entonces, te veo después, ¿vale? Tienes el número de mi móvil. Sólo envíame un mensaje de texto si necesitas algo.

John asintió y miro como Tohr salía de la habitación a zancadas. Ver alejarse esos amplios hombros lo hizo sentir muy solo.

Al menos hasta que Phury dijo quedamente,

–No te preocupes. Nunca está muy lejos, y te cuidaré muy bien.

John miró hacia arriba a esos cálidos ojos amarillos. Wow… Las cosas eran del color de los jilgueros. Cuando se dio cuenta de que se estaba relajando, reconoció el nombre. Phury… este era el hombre que sería uno de sus profesores.

Bien, – pensó John.

–Entra. Acabo de llegar de hacer un pequeño recado.

Al cruzar la puerta, el humeante olor a café se hizo más fuerte.

–¿Alguna vez has ido a ver a Havers?

John negó con la cabeza y descubrió un sillón contra una ventana. Fue hacia allí y se sentó.

–Bueno, no tienes nada de que preocuparte. Nos aseguraremos de que te traten bien. Así que ¿supongo que te tomaran una muestra de sangre?

John asintió. Tohr le había dicho que iban a sacarle sangre y a hacerle un examen físico. Probablemente ambas cosas fueran buena idea, dada la parálisis, la caída y el temblor que había sufrido en el despacho de Wrath.

Sacó su bloc y escribió, ¿Por qué vas tú al médico?

Phury se acercó y miró lo que estaba escribiendo. Con un ágil giro de su gran cuerpo, apoyó una enorme bota de vaquero en el borde del sillón. John se alejó un poco mientras el hombre se remangaba los pantalones de cuero.

Oh, Dios mío… la parte inferior de su pierna estaba hecha de varillas y tornillos.

John extendió la mano para tocar el reluciente metal, y miró hacia arriba. No se había dado cuenta de que se tocaba la garganta hasta que Phury sonrió.

–Si, lo sé todo acerca de lo que significa perder una parte de ti.

John miró de vuelta al miembro artificial y cabeceo.

–¿Qué como pasó? – cuando John asintió, Phury dudo y luego dijo-. Me la arranqué de un disparo.

La puerta se abrió de golpe y la dura voz de un macho inundó la habitación.

–Necesito saber…

John volvió la mirada mientras las palabras morían. Luego se encogió nuevamente en el sillón.

El hombre que estaba en la entrada tenía una cicatriz, la cara desfigurada por un corte que la atravesaba por la mitad. Pero no fue eso lo que hizo que John quisiera encogerse fuera de la vista. Los negros ojos en ese rostro arruinado eran como sombras de una casa abandonada, llena de cosas que probablemente te lastimarían.

Y para remate, el hombre tenía sangre fresca sobre la pernera de los pantalones y sobre la bota izquierda.

Esa mirada cruel se estrechó y dio de lleno en la cara de John como una ráfaga de aire helado.

–¿Qué estás mirando?

Phury bajo la pierna.

–Z…

–Te hice una pregunta, niño.

John garabateó en el bloc. Escribió rápido y le entregó apresuradamente la hoja al otro hombre, pero de alguna forma esto sólo empeoro la situación.

El deforme labio superior se levantó, revelando imponentes colmillos.

–A la mierda, chaval.

–Para ya, Z -interrumpió Phury-. Es mudo. No puede hablar -Phury ladeó el bloc hacia él-. Se esta disculpando.

John resistió el impulso de esconderse detrás del sillón cuando quedó expuesto a la vista. Pero entonces la agresividad que irradiaba el hombre se suavizo.

–¿No puedes hablar para nada?

John sacudió la cabeza.

–Bueno, yo no sé leer. Así que estamos BJ[10] tú y yo.

John movió rápidamente su Bic. Mientras le tendía el bloc a Phury, el macho de la mirada negra frunció el ceño.

–¿Qué ha escrito el chaval?

–Dice que está bien. Que es bueno escuchando. Que tú puedes llevar toda la conversación.

Esos ojos sin alma se apartaron.

–No tengo nada que decir. Ahora ¿Cómo mierda regulo el termostato?

–Ah, veintiún grados -Phury fue hacia el otro lado de la habitación-. El indicador debe señalar aquí. ¿Lo ves?

–No lo giré lo suficiente.

–Y debes asegurarte que el interruptor de abajo esté en el extremo derecho. De otra forma, no importa donde este señalando el indicador, no calentara.

–Si… vale. ¿Y puedes leerme lo que pone aquí?

Phury miró al trozo de papel.

–Es la información para la dosis de la inyección.

–No jodas. ¿Y que hago?

–¿Esta intranquila?

–Ahora, no, pero quiero que llenes esto por mi y me digas que debo hacer. Necesito tener una dosis preparada por si Havers no puede venir deprisa.

Phury tomó el frasco y desenvolvió la aguja.

–Vale.

–Hazlo bien -cuando Phury terminó con la jeringa, la volvió a tapar y luego se pusieron a hablar en el Idioma Antiguo. Luego el tío horripilante preguntó-. ¿Cuánto tiempo estarás ausente?

–Tal vez una hora.

–Entonces, primero hazme un favor. Deshazte de ese sedan en el que la traje.

–Ya lo hice.

El hombre de la cicatriz asintió y dejo la habitación cerrando la puerta.

Phury se puso las manos sobre las caderas y miró el suelo.

Luego fue hacia una caja de caoba que había sobre el escritorio y sacó lo que parecía un porro. Sosteniendo el cigarrillo liado a mano entre el pulgar y el índice, lo encendió aspirando profundamente, manteniendo el humo en sus pulmones por un momento para luego exhalar lentamente, cerrando los ojos. Cuando exhaló, el humo olía como una combinación de granos de café tostado y chocolate caliente. Delicioso.

Cuando los músculos de John se relajaron, se preguntó de qué estaría hecha esa cosa. Estaba seguro de que no era marihuana. Pero no era un cigarrillo común.

¿Quien es él? – escribió John, y le mostró el bloc.

–Zsadist. Mi gemelo -Phury se echo a reír brevemente cuando a John se le aflojó la mandíbula-. Si, lo sé, no nos parecemos mucho. Al menos, ya no. Escucha, es un poco sensible, así que probablemente quieras darle un poco de espacio.

No jodas, – pensó John.

Phury se colocó una funda sobaquera y puso una pistola en uno de los lados y una daga negra en el otro. Fue hacia un armario y volvió luciendo un chaquetón de cuero negro.

Puso el porro o lo que fuera en un cenicero de plata cercano a la cama.

–Bueno, vamos.

CAPÍTULO 11 XE "CAPÍTULO 11"

Zsadist entró silenciosamente en su cuarto. Después de fijar el termostato y puso la medicina sobre la mesa, se acercó a la cama y se apoyó contra la pared, quedándose en las sombras. Quedo suspendido en el tiempo mientras se inclinó sobre Bella y valoró la leve subida y bajada de las mantas que marcaban su respiración. Podía sentir los minutos goteando en horas, y aun así no pudo moverse, aun cuando sus piernas se entumecieron.

A la luz de la vela vio su piel curarse directamente frente a sus ojos. Era milagroso, las magulladuras desvaneciéndose de la cara, la hinchazón alrededor de los ojos y los cortes desapareciendo. Gracias al profundo sueño en el que se hallaba, su cuerpo estaba eliminando los daños, y cuando su belleza fue revelada de nuevo, estuvo condenadamente agradecido. En las altas esferas en que ella se movía, evitarían a una hembra con imperfecciones de cualquier clase. Los aristócratas eran así.

Se imaginó la cara sin fallas y hermosa de su gemelo y supo que Phury debería ser el que cuidara de ella. Phury era perfecto material de salvador, y era obvio que ella le gustaba. Además a ella le gustaría despertarse a lado de un macho así. A cualquier hembra le gustaría.

Entonces ¿por qué demonios no la cogía y la ponía en la cama de Phury? Ahora mismo.

Pero no podía moverse. Y mientras la miraba ahora que estaba sobre almohadas que él nunca había usado, entre sábanas que nunca había alzado para él, recordó el pasado…

Habían pasado meses desde que el esclavo había despertado por primera vez en cautividad. En este tiempo no había nada que no le hubiera sido hecho, en él, o sobre él, y había un ritmo predecible en el abuso.

La Mistress estaba fascinada por sus partes privadas y sentía la necesidad de mostrarlas a otros machos que ella favorecía. Traía a esos forasteros a la celda, sacaba el bálsamo, y lo mostraba como un caballo premiado. Él sabía que lo hacia para mantener a los demás inseguros, ya que podía ver el placer en sus ojos cuando los machos sacudían sus cabezas con asombro.

Cuando las inevitables violaciones comenzaron, el esclavo hizo todo lo posible por salirse de su piel y huesos. Era mucho más soportable cuando podía elevarse en el aire, y subía más alto y más alto hasta que rebotaba a lo largo del techo, una nube de él mismo. Si tenia suerte, podía transformarse completamente y sólo flotar, viéndoles desde arriba, jugando a ser el testigo de la humillación, dolor y degradación de alguien más. Pero no siempre funcionaba. A veces no podía liberarse, y era forzado a soportarlo.

La Mistress siempre tuvo que usar el bálsamo sobre él, y últimamente había notado algo extraño: Incluso cuando estaba atrapado en su cuerpo y todo lo que le hacían era intenso, aun cuando los sonidos y los olores anidaban como ratas en su cerebro, había un desplazamiento curioso debajo de su cintura. Lo que fuera que sentía allí abajo era registrado como un eco, como algo separado del resto de él. Era extraño, pero estaba agradecido. Cualquier clase de entumecimiento era bueno.

Siempre que lo dejaban sólo, trabajaba para aprender a controlar los enormes músculos y huesos de después de la transición. Esto lo logró, y había atacado a los guardias varias veces, totalmente impenitente sobre sus actos de agresión. En verdad, ya no sentía que conocía a los machos que lo cuidaban, los que encontraban tal repugnancia en su tarea: Sus caras le eran familiares como figuras de sueño, sólo restos nebulosos de una vida desgraciada de la que debería haber disfrutado más.

Cada vez que lo había hecho había sido golpeado durante horas, aunque sólo sobre las palmas de las manos y las plantas de los pies, porque A la Mistress le gustaba que se mantuviera agradable a la vista. Como consecuencia de sus ofensivas, ahora era vigilado por una escuadrilla rotatoria de guerreros, todos llevaban una cota de malla por si entraban en su celda. Además, la plataforma del lecho ahora tenía cadenas empotradas que podían abrirse desde fuera, de modo que después de que hubiera sido usado, los guardias no tenían que poner en peligro sus vidas al soltarlo. Y cuando la Mistress quería venir, era drogado hasta la sumisión ya fuera por su alimento o por dardos que le disparaban por una ranura en la puerta.

Los días pasaban despacio. Estaba concentrado en encontrar la debilidad en los guardias y en alejarse tanto como pudiera de la depravación… cuando en realidad ya estaba muerto. Y tan muerto que incluso cuando estuviera lejos de la Mistress, en realidad nunca estaría vivo otra vez.

El esclavo comía en la celda, tratando de conservar las fuerzas para el siguiente enfrentamiento con los guardias, cuando vio que el panel se abría y un tubo hueco se asomaba. Salto, aunque no había donde esconderse, y sintió la primera picadura en el cuello. Sacó el dardo tan rápidamente como pudo, pero fue golpeado con otro y luego otro hasta que su cuerpo se puso pesado.

Despertó sobre el lecho, con los grilletes puestos.

La Mistress estaba sentada directamente a su lado, la cabeza baja, el cabello cubriéndole el rostro. Como si supiera que estaba consciente, poso su mirada en la de el.

-Seré comprometida.

Ah, dulce Virgen en el Fade, las palabras que había anhelado escuchar. Sería libre ahora, ya que ella no necesitaría a ningún esclavo de sangre si tenía un hellren. Podría volver a sus deberes en la cocina… el esclavo se obligó a dirigirse a ella con respeto, aunque para él fuera una hembra indigna.

-Mistress, ¿me dejará ir?

Sólo hubo silencio.

-Por favor déjeme ir -dijo él toscamente. Considerando todo por lo que había pasado, dejar su orgullo de lado por la posibilidad de ser libre era un sacrificio fácil.

-Se lo ruego, Mistress. Libéreme de este confinamiento. – Cuando ella lo miró, había lágrimas en sus ojos. – Encuentro que no puedo… tengo que mantenerte. Debo mantenerte.

Él comenzó a luchar, y cuanto más fuerte luchaba contra las ataduras mas crecía la mirada de amor sobre su cara.

-Eres tan magnífico -dijo, bajando las manos para tocarlo entre las piernas. Su cara era… melancólica, casi de adoración-. Nunca he visto un macho como tu. Si no fuera porque estas tan por debajo de mi… mostraría tu cara en mi corte como consorte.

Vio su brazo moverse despacio arriba y abajo y supo que debía estar trabajando esa cuerda de carne que tanto la interesaba. Afortunadamente, no podía sentirlo.

-Déjeme ir…

-Nunca te endureces sin el bálsamo -murmuró con voz triste-. Y nunca encuentras la liberación. ¿Por qué?

Le acarició con más fuerza hasta que sintió que le quemaba abajo donde ella lo tocaba. Había frustración en sus ojos, oscureciéndolos.

-¿Por qué? ¿Por qué no me quieres? – Cuando se quedó silencioso, ella dio un tirón en su parte masculina-. Soy hermosa.

-Sólo para otros -dijo antes de poder detener las palabras.

Su aliento se detuvo, como si la hubiera ahogado con sus propias manos. Entonces sus ojos se deslizaron sobre su estómago y del pecho a la cara. Todavía estaban brillantes con lágrimas, pero la rabia también los llenaba.

La Mistress se levantó de la cama y lo miro. Entonces le pegó con la mano tan fuerte que debió hacerse daño en la palma. Mientras escupía sangre, se preguntó si uno de sus dientes no iría en ella.

Mientras sus ojos le taladraban, estuvo seguro de que haría que lo mataran, y la calma se apodero de él. Al menos el sufrimiento terminaría entonces. La muerte… la muerte sería gloriosa.

Bruscamente le sonrió, como si conociera sus pensamientos, como si hubiera estirado la mano y los hubiera tomado de él, como si los hubiera robado tal como había robado su cuerpo.

-No, no te enviaré al Fade.

Se inclinó y besó uno de sus pezones, luego lo aspiró en su boca. Su mano fue a la deriva sobre sus costillas, luego a su vientre.

Su lengua revoloteo sobre su carne.

-Estas demacrado. Tiene que alimentarte, ¿verdad?

Bajó por su cuerpo, besando y chupando. Y luego, rápidamente, ocurrió. El bálsamo. Ella colocándose sobre él. Aquella horrible unión de sus cuerpos.

Cuando cerró los ojos y giró la cabeza, ella lo golpeó con la mano una vez… dos veces… muchas veces más. Pero rechazó mirarla, y ella no era lo bastante fuerte para girar su cara, incluso cuando le agarró por una de las orejas.

Mientras se negaba a mirarla, el llanto creció, tan ruidoso como el sonido de su carne contra sus caderas. Cuando termino, se fue en un remolino de seda, y no mucho tiempo después de eso fue liberado de las cadenas.

El esclavo se alzó sobre el antebrazo y limpió su boca. Mirando la sangre en su mano, le sorprendió que siguiese siendo roja. Se sentía tan sucio, que no le hubiera extrañado que fuese alguna clase de marrón herrumbroso.

Se bajó de la cama, aún mareado por los dardos, y encontró la esquina a la cual siempre iba. Se sentó con la espalda hacia la juntura de las paredes y encogió las piernas hacia arriba contra el pecho de modo que los talones estuvieran apretados a sus partes masculinas.

Algo más tarde escucho una lucha fuera de su celda, y luego los guardias empujaron a una hembra pequeña dentro. Ella cayó en un montón, pero se lanzó a la puerta cuando esta se cerró.

-¿Por qué? – gritó ella-. ¿Por qué me castigan?

El esclavo se levantó, sin saber qué hacer. No había visto a una hembra con excepción de la Mistress desde que había despertado en cautiverio. Ésta era una criada o algo así. La recordó de antes…

El hambre de sangre se despertó en él cuando captó su olor. Después de todo lo que la Mistress le había hecho, no podía verla como alguien de quien beber, pero esta hembra diminuta era diferente. De repente estaba muerto de la sed, las necesidades de su cuerpo emergiendo como un coro de gritos y demandas. Dio unos pocos pasos tambaleantes hacia la criada, sintiendo sólo el instinto.

La hembra golpeó la puerta, pero entonces pareció notar que no estaba sola. Cuando se giro y vio con quién la habían encerrado, gritó.

El esclavo casi fue superado por su impulso de beber, pero se forzó lejos de ella y volvió de nuevo a donde había estado. Se agachó, envolviendo los brazos alrededor de su tembloroso cuerpo desnudo para mantenerlo en el lugar. Volviendo la cara hacia la pared, intentó respirar… y se encontró al borde del llanto por el animal al que lo habían reducido.

Un poco después la mujer dejó de gritar, y después de más tiempo aún dijo:

-¿Eres tú, verdad? El muchacho de la cocina. El que llevaba la cerveza.

Asintió con la cabeza sin mirarla.

-Había oído rumores de que te habían traído aquí, pero yo… creí a los que dijeron que habías muerto durante tu transición. – Hubo una pausa-. Eres muy grande. Como un guerrero. ¿Por qué?

Él no tenía ni idea. Ni siquiera sabia que aspecto tenia, pues no había espejo en la celda.

La hembra se acercó cautelosamente. Cuando la miró, ella estaba mirando sus bandas tatuadas.

-En verdad, ¿qué te hacen aquí? – susurró ella-. Dicen que… cosas terribles son hechas al varón que mora en este lugar.

Cuando no dijo nada, ella se sentó a su lado y le tocó suavemente el brazo. Él se estremeció con el contacto y entonces se dio cuenta que lo calmaba.

-Estoy aquí para alimentarte, ¿no es así? Ésa es la razón por la que me trajeron. – Después de un momento ella le despego la mano alrededor de su pierna y le puso su muñeca en la palma.

-Debes beber. – Entonces él lloró, lloró por su generosidad, por su amabilidad, por la sensación de su mano tierna mientras frotaba su hombro… el único roce al que había dado la bienvenida en… siempre. Finalmente ella le apretó la muñeca contra su boca.

Aunque sus colmillos salieron y él la anheló, no hizo nada, sólo besar su tierna piel y rechazarla. ¿Cómo podría tomar de ella lo que era tomado regularmente de él? Ella lo ofrecía, pero la estaban forzando a hacerlo, prisionera de la Mistress justo como lo era él.

Los guardias entraron más tarde. Cuando la encontraron acunándolo, se sorprendieron, pero no fueron duros con ella. Mientras se iba, miro al esclavo, con preocupación en su cara

Momentos más tarde los dardos vinieron a él, tantos por la puerta que era como si lo hubieran cubierto con cemento. Mientras se deslizaba hacia la inconsciencia, pensó vagamente que la naturaleza frenética del ataque no era de buen agüero.

Cuando se despertó, la Mistress estaba de pie sobre él, furiosa. Había algo en su mano, pero no podía ver que era.

-¿Piensas que eres demasiado bueno para los regalos que te doy?

La puerta se abrió y el cuerpo blando de la joven hembra fue traído. Mientras los guardias se iban, cayo pesadamente al suelo como un trapo. Muerta.

El esclavo gritó en su furia, el rugido rebotando en las paredes de piedra de la celda, como un trueno amplificado. Tiró contra las bandas de acero hasta que el corte le llego al hueso, hasta que uno de los postes se rajó con un chillido… y todavía bramaba.

Los guardias se alejaron. Incluso la Mistress pareció insegura de la furia que había desatado. Pero como siempre, no paso mucho tiempo antes de que tomara el mando.

-Dejadnos -gritó a los guardias.

Esperó hasta que el esclavo se agotó. Entonces se inclinó hacia él, sólo para ponerse pálida.

-Tus ojos -susurró mirándolo-. Tus ojos…

Por un momento, pareció asustada de él, pero entonces se cubrió con una capa de majestuoso autodominio.

-¿Las hembras que te ofrezco? Beberás de ellas. – Echó un vistazo al cuerpo sin vida de la criada-. Y es mejor que no dejes que te consuelen, o haré esto otra vez. Eres mío y de nadie más.

-No beberé -gritó-. ¡Nunca!

Dio un paso atrás.

-No seas ridículo esclavo.

Él mostró sus colmillos y siseo.

-Mírame Mistress. ¡Observa como me marchito!

Gritó la última palabra, su retumbante voz llenando el cuarto. Mientras ella estaba rígida de la furia, la puerta voló abierta y los guardias entraron con las espadas afuera.

-Dejadnos -gruñó, la cara roja, el cuerpo tembloroso.

Levantó la mano y había una fusta en ella. Con una sacudida brusca del brazo, golpeó con el arma y cruzó el pecho del esclavo. Su carne se rasgó y sangró, y él se rió de ella.

-Otra vez -gritó-. Hazlo otra vez. ¡No lo sentí, eres tan débil!

Alguna presa se había reventado en su interior, y las palabras no paraban… La insulto mientras lo azotaba hasta que la plataforma del lecho fluía con lo que había estado en sus venas. Cuando finalmente no pudo levantar más el brazo, jadeaba y estaba salpicada de sangre y sudor. Él estaba concentrado, helado, tranquilo a pesar del dolor. Aunque fue él quien había sido golpeado, ella era la que se había roto primero.

Su cabeza cayó hacia abajo como en sumisión mientras arrastraba el aliento por sus labios blancos.

-Guardia -llamo con voz ronca-. ¡Guardia!

La puerta se abrió. El macho uniformado que entró vaciló cuando vio lo que había sido hecho, el soldado palideció y osciló en sus botas.

-Sostén su cabeza. – La voz de la Mistress era aguda mientras dejaba caer la fusta-. He dicho sostén su cabeza. Ahora.

El guardia tropezó, apresurándose sobre el suelo resbaladizo. Entonces el esclavo sintió una palmada carnosa en su frente.

La Mistress se inclinó sobre el cuerpo del esclavo, todavía respirando con fuerza.

-No tienes… permitido… morir.

Su mano encontró su carne masculina y luego pasó a los pesos gemelos debajo. Apretó y retorció, haciendo que su cuerpo entero tuviera espasmos. Mientras él gritaba, ella se mordió la muñeca y la sostuvo sobre su boca abierta, y sangró.

Z se alejo de la cama. No quería pensar en la Mistress en presencia de Bella… como si todo aquel mal pudiese escapar de su mente y ponerla en peligro mientras dormía y se curaba.

Se acercó a la plataforma y comprendió que estaba curiosamente cansado. Agotado, en realidad.

Mientras se estiraba en el suelo, su pierna palpitó como una maldita.

Dios, había olvidado que le habían pegado un tiro. Se quitó las botas de combate y los pantalones y encendió una vela al lado para alumbrar. Levantando y girando la pierna, inspeccionó la herida sobre su pantorrilla. Había agujero de entrada y de salida, así que sabía que la bala le había atravesado. Viviría.

Apago la vela con un soplo, se cubrió las caderas con los pantalones, y se recostó. Abriéndose al dolor de su cuerpo, se convirtió en un recipiente para la agonía, recogiendo todos los matices de sus dolores y escozores.

Oyó un ruido extraño, como un pequeño grito. El sonido se repitió, y luego Bella comenzó a luchar sobre la cama, las sábanas crujiendo como si estuviera sacudiéndose.

Se levanto del suelo y se acercó, justo cuando ella ladeó la cabeza hacia él y abrió los ojos.

Parpadeó, lo miró… y gritó.

CAPÍTULO 12 XE "CAPÍTULO 12"

–¿Quieres algo de comer, Amigo?

Dijo Phury a John mientras caminaban hacia la mansión. El niño parecía agotado, pero cualquiera lo estaría. Ser hurgado y pinchado era duro. Él mismo se sentía como un trapo.

Cuando John sacudió la cabeza y la puerta del vestíbulo se cerró, Tohr venia bajando la escalera al trote, con el aspecto de un padre nervioso. Y eso a pesar de que Phury había llamado pasándole un informe de camino a casa.

La visita a Havers había ido bien, principalmente. A pesar del ataque, John estaba sano, y los resultados de la prueba de linaje estarían disponibles pronto. Con suerte, encontrarían alguna coincidencia con sus ancestros, y esto ayudaría a John a encontrar a su familia. Así que no había ningún motivo de preocupación.

De todos modos Tohr puso el brazo alrededor de los hombros del muchacho y el niño se aflojó. Una especie de comunicación de mirada-a-mirada ocurrió, y el hermano dijo:

–Creo que te llevaré a casa.

John asintió e hizo algunas señas. Tohr alzo la vista.

–Dice que olvidó preguntarte como está tu pierna.

Phury levantó la rodilla y se toco la pantorrilla.

–Mejor, gracias. Cuídate, John, ¿vale?

Observó como los dos desaparecían por la puerta bajo la escalera.

Qué buen chico, pensó, y gracias a Dios que lo habían encontrado antes de su transición.

Un grito femenino rasgó el vestíbulo, como si el sonido estuviera vivo y hubiera caído en picado desde el balcón.

La columna vertebral de Phury se helo. Bella.

Se precipitó al segundo piso y corrió por el pasillo de estatuas. Cuando abrió la puerta de Zsadist, la luz se derramó en el cuarto y la escena se grabo en su memoria al instante: Bella sobre la cama, encogida contra la cabecera, la sábana apretada a su garganta. Z agachado delante de ella, las manos levantadas, desnudo de la cintura para abajo.

Phury perdió el control y se lanzó hacia Zsadist, agarrando a su gemelo por la garganta y lanzándolo contra la pared.

–¡Qué pasa contigo! – Gritó mientras estrellaba a Z contra el muro-. ¡Maldito animal! – Z no se defendió cuando lo golpeo otra vez.

–Llévatela. Llévatela a otra parte. – Fue todo lo que dijo.

Rhage y Wrath irrumpieron en el cuarto. Ambos comenzaron a hablar, pero Phury no podía oír nada excepto el rugido en sus oídos. Nunca había odiado a Z antes. Había sido tolerante por todo por lo que había pasado. Pero ir tras Bella…

–Maldito enfermo -siseó Phury. Clavó aquel duro cuerpo a la pared una vez más-. Maldito enfermo… Dios, me repugnas.

Z simplemente lo miraba, sus ojos negros como el asfalto, opacos y sin vida.

De repente los enormes brazos de Rhage los sujetaron como un cepo, uniéndolos en un aplastante abrazo de oso. En un susurro, el hermano dijo:

–Bella no necesita esto ahora mismo, muchachos.

Phury disminuyó su agarre y se liberó. Tironeando del abrigo a su sitio, dijo bruscamente:

–Sacadlo de aquí hasta que la movamos.

Dios, temblaba tan fuerte que casi hiperventilaba. Y la ira no le abandonaba, incluso mientras Z abandonada el cuarto voluntariamente, con Rhage pisándole los talones.

Phury se aclaró la garganta y echó un vistazo a Wrath.

–¿Mi señor, me permites atenderla en privado?

–Sí, claro -La voz de Wrath era un desagradable gruñido mientras cabeceaba hacia la puerta-. Y nos aseguraremos que Z no vuelva por un tiempo.

Phury miro a Bella. Temblaba mientras parpadeaba y limpiaba sus ojos. Cuando se acercó, ella se encogió contra las almohadas.

–Bella, soy Phury.

Su cuerpo se relajó un poco.

–¿Phury?

–Sí, soy yo.

–No puedo ver. – Su voz temblaba como el infierno-. No puedo…

–Lo sé, es la medicina. Déjame conseguir algo para limpiarlo.

Entró en el cuarto de baño y volvió con un paño húmedo, imaginando que necesitaba echarle una mirada a su alrededor más de lo que necesitaba el ungüento.

Ella se estremeció cuando la agarro por la barbilla.

–Tranquila, Bella… -Cuando puso el paño sobre sus ojos, luchó, luego lo agarró.

–No, no… baja tus manos. Yo lo quitaré.

–¿Phury? – Dijo con voz ronca-. ¿Eres tú?

–Sí, soy yo. – Se sentó en el borde de la cama-. Estás en el recinto de la hermandad. Te trajeron aquí hace aproximadamente siete horas. Tu familia ha sido notificada que estas a salvo, y tan pronto como lo desees puedes llamarlos.

Cuando ella le puso su mano en el brazo, se congeló. Con un toque tentativo, palpó desde su hombro hasta el cuello, luego le toco la cara y finalmente el pelo. Sonrió un poco cuando sintió las gruesas ondas y entonces llevó algunas a su nariz. Respiró profundamente y puso la otra mano en su pierna-. Realmente eres tú. Recuerdo el olor de tu champú.

La proximidad y el contacto chisporrotearon a través de la ropa y la piel de Phury, entrando directamente a su sangre. Se sentía como un bastardo total por sentir cualquier cosa sexual, pero no podía detener su cuerpo. Especialmente cuando acarició su largo cabello hasta que estuvo tocando sus pectorales.

Sus labios se abrieron, su respiración volviéndose superficial. Deseó arrastrarla contra su pecho y sostenerla apretada. No por el sexo, aunque era verdad que su cuerpo lo deseaba. No, ahora necesitaba sentir su calor y asegurarse de que estaba viva.

–Déjame ocuparme de tus ojos -dijo. Jesús, su voz era profunda.

Cuando ella asintió, limpió cuidadosamente sus parpados.

–¿Cómo va?

Parpadeó. Sonrió un poco y puso la mano en su cara.

–Puedo verte mejor ahora. – Pero entonces frunció el ceño-. ¿Cómo salí de allí? No puedo recordar nada excepto… Dejé ir al otro civil y David regresó. Y luego estaba en un coche. ¿O fue un sueño? Soñé que Zsadist me salvaba. ¿Lo hizo?

Phury no estaba para hablar de su hermano, incluso tangencialmente. Se levantó y dejó el trapo mojado en la mesita de noche.

–Vamos, te llevaré a tu cuarto.

–¿Donde estoy ahora? – Miro alrededor, y entonces se quedo boquiabierta-. Este es el cuarto de Zsadist.

¿Cómo infiernos lo sabía?

–Vámonos.

–¿Dónde esta? Donde está Zsadist? – La urgencia se filtraba en su voz-. Necesito verle. Necesito…

–Te llevare a tu cuarto…

–¡No! Quiero quedarme…

Estaba tan agitada que decidió no seguir tratando de hablar con ella. Retiro las sabanas para ayudarla a levantarse…

Mierda, estaba desnuda. Dio un tirón a las sabanas nuevamente y las puso en su lugar.

–¡Ah! perdón… -Se llevo una mano al pelo. Oh, Dios… Las agraciadas líneas de su cuerpo eran algo de lo que nunca iba a olvidarse-. Déjame… um, déjame conseguirte algo que ponerte.

Fue al armario de Z y quedó atónito por lo vacío que estaba. No había ni siquiera una bata para cubrirla, y maldito fuera si le ponía una de las camisas de lucha de su hermano. Se quito la chaqueta de cuero y caminó hacia ella otra vez.

–Me daré la vuelta mientras te pones esto. Te encontraremos una bata…

–No me lleves lejos de él -su voz se quebró al suplicarle-. Por favor. Debe haber sido él quien estaba parado al lado de la cama. No lo sabía, no podía ver. Pero debía ser él.

Seguro como el infierno que era él. Y el bastardo había estado desnudo como el pecado y listo para saltar sobre ella. En vista de todo por lo que había pasado, era una vergüenza. Amigo… Hace años Phury había cogido a Z teniendo sexo en un callejón con una puta. No había sido bonito, y la idea de Bella pasando por eso lo puso enfermo.

–Ponte la chaqueta. – Phury se dio la vuelta-. Aquí no te quedas. – Cuando finalmente oyó moverse la ropa de cama y el crujido del cuero, hizo una respiración profunda-. ¿Estás decente?

–Sí, pero no quiero irme.

Miró sobre su hombro. Se veía diminuta en la chaqueta que el vestía siempre, su largo cabello de caoba cayendo alrededor de sus hombros, las puntas rizadas como si se hubieran mojado y se hubieran secado sin ser cepilladas. Se la imagino en la bañera, con agua limpia corriendo sobre su piel pálida.

Y entonces vio a Zsadist surgiendo amenazador sobre ella, mirándola con esos ojos negros sin alma, deseando follarla, probablemente sólo porque estaba asustaba. Sí, su miedo sería lo que le encendiera. Era bien sabido que el terror en una hembra le excitaba más que algo encantador o caliente o digno.

Sácala de aquí, pensó Phury. Ahora.

Su voz se volvió temblorosa.

–¿Puedes caminar?

–Estoy mareada.

–Te llevaré. – Se acercó, a cierto nivel incapaz de creer que iba a poner los brazos alrededor de su cuerpo. Pero entonces ya estaba sucediendo… Deslizo la mano alrededor de su cintura y llegó abajo, tomándola por detrás de las rodillas. Notando apenas su peso, sus músculos aceptándolo fácilmente.

Mientras caminaba a la puerta se relajó contra él, poniendo la cabeza en su hombro, agarrando algo de su camisa en la mano.

Oh… Dulce Virgen. Esto se sentía tan bien.

Phury la llevó por el pasillo al otro lado de la casa, a la habitación contigua a la suya.

John estaba en piloto automático cuando él y Tohr dejaron las instalaciones de entrenamiento y caminaron a través del aparcamiento donde habían dejado el Range Rover. Sus pasos hacían eco en el bajo techo de hormigón, rebotando a través del espacio vacío.

–Sé que tienes que ir por el resultado -dijo Tohr cuando llegaron al SUV-. Esta vez iré contigo, pase lo que pase.

En realidad, John deseaba poder ir solo.

–¿Cuál es el problema, hijo? ¿Estas enfadado porque no te llevé esta noche? – John puso la mano en el brazo de Tohr y sacudió la cabeza vigorosamente.

–Bien, sólo quería estar seguro.

John miró a lo lejos, deseando no haber ido nunca al doctor. O por lo menos cuando estuvo allí, haber mantenido la boca cerrada. Infiernos. No debería haber dicho ni una palabra sobre lo que había sucedido el año pasado. El problema fue, que después de todas las preguntas sobre su salud, había estado en modo respuestas. Así que cuando el doctor había preguntado por su historia sexual, él se refirió a la cosa que paso en enero. Pregunta. Respuesta. Como todas las demás… casi.

Por un momento se sintió aliviado. Nunca había ido al médico ni nada antes, y en el fondo de su mente siempre había estado preocupado acerca de que tal vez debiera haberlo hecho. Se imaginó que al menos al sincerarse conseguiría que le hicieran un chequeo completo y de esa forma acabar de una vez por todas con el asunto del ataque. En vez de ello, el doctor había comenzado por hablarle acerca de hacer terapia y la necesidad de hablar sobre la experiencia.

¿Como si deseara revivirlo? Había pasado meses tratando de enterrar la maldita cosa, así que de ninguna manera desenterraría ese cadáver en descomposición. Había costado demasiado ponerlo bajo tierra.

–¿Hijo? ¿Qué pasa? – Ni iría a ver ningún terapeuta. Trauma del pasado. Que se joda.

John saco su block y escribió:

Cansado.

–¿Seguro? – Asintió con la cabeza y miro a Tohr para que el hombre pensase que no mentía. Mientras tanto, se marchitaba en su propia piel. ¿Qué pensaría Tohr si supiera lo qué había sucedido? Los verdaderos hombres no permitían que les hicieran eso sin importar qué clase de arma tenían contra sus gargantas.

John escribió:

La próxima vez quiero ir a lo de Havers solo, ¿vale?

Tohr frunció el ceño.

–Ah… eso no es muy inteligente hijo. Necesitas un guardia.

-Entonces debe ser otro. Tú no. – John no podía mirar a Tohr cuando le enseño el papel. Hubo un largo silencio.

La voz de Tohr se volvió muy baja.

–OK. Eso es… ah, eso está muy bien. Quizás Butch pueda llevarte.

John cerró los ojos y exhaló. Quienquiera que fuera este Butch le serviría.

Tohr arranco el coche.

–Como quieras, John.

John. No hijo.

Mientras salían, todo lo que él podía pensar era, querido Dios, no dejes que Tohr lo descubra nunca, por favor.

CAPÍTULO 13 XE "CAPÍTULO 13"

Mientras Bella colgaba el teléfono, le rondó el pensamiento de que lo que estaba ocurriendo en el interior de su pecho era tan explosivo, que iba a hacerse añicos en cualquier momento. No había manera de que sus quebradizos huesos y su frágil piel soportaran el tipo de emoción que estaba sintiendo.

Con desesperación miró alrededor de la habitación, viendo los indefinidos y borrosos perfiles de pinturas al óleo, muebles antiguos y lámparas hechas de jarrones orientales y… a Phury mirándola desde una tumbona.

Se recordó a sí misma, que al igual que su madre, era una dama. Así que al menos debía fingir que tenía algún autocontrol. Se aclaró la garganta.

–Gracias por quedarte aquí mientras llamaba a mi familia.

–De nada.

–Mi madre estaba… muy aliviada de oír mi voz.

–Puedo imaginármelo.

Bueno, al menos su madre había dicho palabras de alivio. Su afecto había sido tan suave y calmado como siempre. Dios… la hembra era casi como un estanque de agua sin gas, impertérrita ante los acontecimientos terrenales por más crueles que fueran. Y todo por su devoción a la Virgen Escribana. Para mahmen, todo ocurría por una razón… incluso nada le parecía verdaderamente importante.

–Mi madre… estaba muy aliviada. Ella… – Bella se detuvo.

Había dicho ya esas mismas palabras, ¿verdad?

–Mahmen estaba… realmente estaba… estaba aliviada.

Pero habría ayudado si al menos se hubiera sofocado. O hubiera mostrado algo que no fuera la beatífica aceptación de la espiritualidad ilustrada. Por Dios, la hembra había enterrado a su hija y había sido testigo de su resurrección. Cabría pensar que mostrase algún tipo de reacción emocional. En cambio, fue como si hubieran hablado justo ayer, y nada de las pasadas seis semanas hubiera pasado.

Bella volvió a mirar hacia el teléfono. Se abrazó por el estómago.

Sin ninguna advertencia de lo que iba a ocurrir, se desmoronó. Los sollozos salieron de ella como estornudos: rápidos, duros, sacudiéndola con su ferocidad.

La cama se inclinó y unos fuertes brazos la rodearon. Ella luchó contra la atracción, pensando que un guerrero no querría tratar con tal sucia debilidad.

–Perdóname…

–Está bien, Bella. Apóyate en mí.

Oh, demonios… Ella se dejó caer contra Phury, deslizando sus brazos por su delgada cintura. Su largo y hermoso cabello le hizo cosquillas en la nariz y olía tan bien que lo sintió maravillosamente bien bajo su mejilla. Se enterró en él, respirando profundamente.

Cuando finalmente se calmó se sintió más ligera, pero no era agradable. Las furiosas emociones la habían llenado, le habían dado curvas y peso. Ahora, que su piel no era más que un cedazo, estaba filtrándose, convirtiéndose en aire… convirtiéndose en nada.

Quería desaparecer.

Inhaló y se separó del abrazo de Phury. Parpadeando rápidamente, intentó enfocar la mirada, pero el aturdimiento producido por el l ungüento persistía. Dios, ¿qué le había hecho aquel lesser? Tenía la sensación de que había sido malo…

Ella levantó los párpados.

–¿Qué me hizo?

Phury sólo sacudió la cabeza.

–¿Fue tan malo?

–Se acabó. Estás a salvo. Eso es todo lo que importa.

No siento nada de eso sobre mí, pensó ella.

Pero entonces Phury sonrió, su mirada amarilla increíblemente tierna, un bálsamo que la tranquilizó.

–¿Sería más fácil si estuvieras en tu casa? Porque si quieres, encontraremos una manera de llevarte, incluso aunque el amanecer está muy próximo.

Bella recordó a su madre y no pudo imaginarse en la misma casa que ésa hembra. No precisamente ahora. Y yendo más al grano, estaba Rehvenge. Si su hermano la veía con cualquier clase de herida, iba a volverse loco, y lo último que ella necesitaba era que se pusiese en pie de guerra contra los lessers. Quería que la violencia terminara. Por lo que a ella concernía, David podía irse al infierno en éste mismo momento; salvo que no quería que nadie a quien amaba arriesgara su vida por enviarlo allí.

–No, no quiero irme a casa. No hasta que esté completamente curada. Y estoy muy cansada…-Su voz se fue debilitando mientras miraba las almohadas.

Tras un momento Phury se levantó.

–Estoy en la puerta de al lado si me necesitas.

–¿Quieres que te devuelva el abrigo?

–Oh, si… déjame ver si hay una bata ahí. – Él desapareció en un armario y volvió con una bata de raso negro colgando de su brazo-. Fritz abastece esta habitación de invitados para hombres, así que probablemente sea demasiado grande.

Ella cogió la bata y él se volvió. Cuando encogió los hombros para quitarse el pesado abrigo de piel el aire la enfrió, así que se envolvió rápidamente en la bata.

–Está bien -le dijo ella, agradecida por su discreción.

Cuando Phury se volvió hacia ella, le puso el abrigo en las manos.

–Siempre estoy dándote las gracias, ¿no? – murmuró ella.

Él la miró durante un largo rato. Entonces lentamente levantó su abrigo hasta la cara y aspiró profundamente.

–Eres… -Su voz decayó. Dejó resbalar el cuero a un lado y una curiosa expresión apareció en su rostro.

Realmente, no, eso no era una expresión. Era una máscara. El se había escondido.

–¿Phury?

–Estoy contento de que estés con nosotros. Intenta dormir algo. Y, si puedes, come lo que te he traído. – La puerta se cerró tras el sin hacer ningún ruido.

El regreso a la casa de Tohr fue embarazoso, y John pasó el tiempo mirando por la ventana. El móvil de Tohr sonó dos veces. Ambas conversaciones fueron en el Idioma Antiguo, y el nombre de Zsadist se mencionó varias veces.

Cuando giraron hacia el camino de la entraba había aparcado un coche desconocido. Un Volkswagen Jetta rojo. Aún así, Tohr no pareció sorprenderse y pasó fácilmente a su lado y se metió en el garaje.

Paró el motor del Range Rover y abrió la puerta.

–Por cierto, las clases empiezan pasado mañana.

John levantó la vista mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad.

¿Tan pronto? -Gesticuló él.

–Tuvimos la última inscripción para adiestrarse esta noche. Estamos listos para empezar.

Los dos cruzaron en silencio el garaje. Tohr iba delante, sus anchos hombros moviéndose con los largos pasos que daba. La cabeza del hombre iba baja, como si estuviera contando grietas en el suelo de hormigón.

John se paró y silbó.

Tohr aflojó el paso y después se paró.

–¿Si? – dijo con tranquilidad.

John tomó su block de notas, escribió algo rápidamente y se lo enseñó.

Las cejas de Tohr bajaron mientras leía.

–No hay nada por lo que estar arrepentido. Lo que sea con tal de que estés cómodo.

John se adelantó y apretó el bíceps del hombre. Tohr sacudió la cabeza.

–Está todo bien. Vamos, No quiero que cojas frío aquí afuera. – El hombre miró cuando John no se movió-. Ah, demonios… Sólo estoy… Estoy allí por ti. Eso es todo.

John puso el boli… sobre el papel.

No lo dudé ni por un momento. Nunca.

–Bien. No deberías. Para mí, siento como si fuera tu… -Hubo una pausa mientras Tohr se pasaba el pulgar de un lado a otro de la frente-. Mira, no quiero apabullarte. Vamos dentro.

Antes de que John le pidiera que terminara la frase, Tohr abrió la puerta de la casa. La voz de Wellsie llegó… así como la de otra mujer. John frunció el ceño mientras giraba hacia la cocina. Y entonces se paró en seco mientras una mujer rubia lo miraba sobre su hombro.

Oh… guau.

Tenía el pelo cortado a la altura de la mandíbula y sus ojos eran del color de las hojas nuevas. Aquellos vaqueros de cintura baja que llevaba eran tan cortos de talle… Dios, podía ver su ombligo y casi una pulgada por debajo de él. Y su jersey negro de cuello vuelto era… Bueno, puesto así podía decir exactamente lo perfecto que era su cuerpo.

Wellsie sonrió.

–Chicos llegáis justo a tiempo. John, ésta es mi prima Sarelle. Sarelle, éste es John.

–Hola, John. – La hembra sonrió.

Colmillos. Oh, sí. Mira esos colmillos… Algo pasó como una brisa caliente por su piel, dejándolo tembloroso de los pies a la cabeza. Saliendo de su confusión, abrió la boca. Entonces pensó, uh-huh, bien. Como si algo fuera a salir de su agujero inútil.

Mientras se sonrojaba como un demonio y se acercaba, levantó la mano en un saludo.

–Sarelle está ayudándome con el festival de invierno -dijo Wellsie-, y se quedará para tomar un bocado antes de que amanezca. ¿Por qué no ponéis la mesa entre los dos?

Mientras Sarelle sonreía de nuevo, ese agradable hormigueo se hizo más fuerte, se sintió como si fuera a levitar.

–¿John? ¿Quieres ayudar a poner la mesa? – sugirió Wellsie.

Él asintió. E intentó recordar dónde estaban los cuchillos y los tenedores.

Los faros de O oscilaron en el frente de la cabaña del Sr. X. La pequeña furgoneta del Fore-lesser estaba aparcada a la derecha junto a la puerta. O paró su camión detrás del Town Country, bloqueándolo.

Cuando salió y el aire frío se filtró en sus pulmones, fue consciente de que se hallaba en la zona. A pesar de lo que estaba a punto de hacer, sus emociones reposaban como suaves plumas en su pecho, todo arreglado, nada fuera de lugar. Su cuerpo estaba totalmente sereno, moviéndose con su poder contenido, una pistola lista para disparar.

Le había llevado un montón de tiempo batallar con los pergaminos, pero había encontrado lo que necesitaba. Sabía lo que tenía que pasar.

Abrió la puerta de la cabaña sin llamar.

El Sr. X miró desde la mesa de la cocina. Su rostro estaba impasible, sin fruncir el ceño, sin burla, sin agresión de ningún tipo. Ni tampoco sorpresa.

Así que ambos estaban en la zona.

Sin una palabra, el Fore-lesser se levantó, llevándose una mano a la espalda. O supo lo que tenía allí, y sonrió mientras desenvainaba su propio cuchillo.

–Así que, Sr. O…

–Estoy listo para una promoción.

–¿Perdón?

O giró la espada asida con las dos manos hacia él mismo, colocándose la punta sobre el esternón. Con un movimiento, se apuñaló su propio pecho.

La última cosa que vio antes de que el gran infierno blanco se crispara sacando la mierda de él fue la sorpresa en la cara del Sr. X. Sorpresa que se convirtió rápidamente en terror cuando el hombre se dio cuenta de a dónde iba O. Y lo que O iba a hacer cuando estuviera allí.

CAPÍTULO 14 XE "CAPÍTULO 14"

Tumbada en la cama, Bella escuchaba los tranquilizantes sonidos que la rodeaban: las voces masculinas en el hall, graves, rítmicas…, el viento fuera golpeando la mansión, caprichoso, cambiante…, el chirrido de la madera del piso, rápido, estridente.

Se forzó a cerrar los ojos.

Un minuto después estaba levantada y paseando, sintiendo la suave alfombra oriental bajo sus pies desnudos. Ni siquiera la elegancia a su alrededor tenía sentido y sentía que era incapaz de describir lo que estaba viendo. La normalidad, la seguridad en la que se encontraba empapada, parecía otro idioma, uno que ella había olvidado hablar o leer. ¿O quizás fuera un sueño?

En la esquina de la habitación el antiguo reloj dio las 5 de la mañana. ¿Exactamente, cuánto tiempo llevaba siendo libre? ¿Cuánto había pasado desde que La Hermandad había ido a por ella y la habían sacado de la tierra para llevarla al aire libre? ¿8 horas? Quizás, salvo que parecía como si fueran minutos. ¿O quizás como si fueran años?

La cualidad borrosa del tiempo se parecía a su visión, aislándola, atemorizándola.

Se apretó más la bata de seda. Todo esto estaba mal. Debería estar contenta. Bien sabía Dios que después de pasar tantas semanas en el tubo bajo tierra con ése lesser vigilándola, debería estar llorando con dulce alivio.

En cambio, sentía que todo lo que la rodeaba era falso e irreal, como si estuviera en una casa de muñecas de tamaño natural, llena de falsificaciones de papel maché.

Se paró frente a la ventana y se dio cuenta de que sólo había una cosa que sentía real. Y ella deseaba estar con él.

Zsadist debería haber sido el que hubiera venido al lado de su cama cuando despertó la primera vez. Había estado soñando que estaba de vuelta en el negro agujero con el lesser. Cuando abrió los ojos, todo lo que vio fue una gran forma negra deteniéndose sobre ella, y por un momento, no fue capaz de distinguir la realidad de la pesadilla.

Todavía tenía el mismo problema.

Dios, quería ir ahora con Zsadist, quería volver a su habitación. Pero en medio de todo el caos, después de que hubiera gritado, él no le había impedido que se alejara ¿verdad? Quizás prefería que estuviera en otra parte.

Bella forzó a sus pies a moverse de nuevo, se trazó un pequeño rumbo: alrededor de los pies de la gigantesca cama, en torno a la silla, una vuelta rápida por las ventanas, después un gran cambio de escena hacia la cómoda y la puerta del hall y el antiguo escritorio. La casa se alargaba hasta llegar a la chimenea y a la estantería de los libros.

Un paso más. Un paso más. Un paso más.

Finalmente fue al cuarto de baño. No se paró en frente del espejo, no quería saber qué aspecto tenía. Lo que buscaba era agua caliente. Quería darse cientos de duchas, un millar de baños. Quería quitarse a tiras la primera capa de piel y afeitarse el pelo que aquel lesser tanto había amado y cortarse las uñas y restregarse las plantas de los pies.

Abrió el grifo de la ducha. Cuando el agua estuvo templada se quitó la bata y se metió bajo el chorro. En el instante en que el torrente le golpeó la espalda, se cubrió por instinto, un brazo sobre los pechos, una mano protegiendo el vértice de los muslos… hasta que se dio cuenta de que no tenía que ocultarse. Estaba sola. Aquí tenía privacidad.

Se enderezó y se forzó a llevar las manos a los costados, sintiendo como si hubiera pasado una eternidad desde que se le había permitido bañarse a solas. El lesser había estado siempre ahí, mirando, o peor, ayudando.

Gracias a Dios, nunca había intentado tener relaciones sexuales con ella. Al principio, uno de sus mayores temores era la violación. Había estado aterrorizada, estaba segura de que la iba a forzar, pero entonces descubrió que era impotente. No importaba cuánto la mirara, su cuerpo siempre había permanecido flácido.

Con un estremecimiento, alcanzó la pastilla de jabón que tenía a un lado, enjabonándose las manos y deslizándolas sobre los brazos. Extendió la espuma sobre el cuello y a través de los hombros y siguió hacia abajo…

Bella frunció el ceño y se inclinó. Había algo en su vientre… pálidas cicatrices. Cicatrices que… ¡Oh!, Dios. Era una D, ¿verdad? Y la siguiente… era una A. Después una V y una I y otra D.

Bella soltó la pastilla de jabón y se cubrió el estómago con las manos, dejándose caer contra las baldosas. Tenía su nombre en el cuerpo. En su piel. Como una repugnante parodia del ritual matrimonial más elevado de su especie. Realmente era su mujer…

Salió tambaleándose de la ducha, resbalando en el suelo de mármol, tiró de una toalla y se envolvió en ella. Agarró otra e hizo lo mismo. Hubiera cogido tres, cuatro… cinco si hubiera encontrado más.

Trémula, con nauseas, se dirigió al empañado espejo. Inspirando profundamente, limpió el vaho con los brazos. Y se miró.

John se limpió la boca y de alguna forma se las arregló para tirar la servilleta. Maldiciéndose, se agachó para recogerla… y también lo hizo Sarelle, que la cogió primero. Vocalizó la palabra gracias cuando se la alcanzó.

–De nada -dijo ella.

Chico, amaba su voz. Y amaba la forma en que olía a loción corporal de lavanda. Y amaba sus largas y delgadas manos.

Pero odiaba comer. Wellsie y Tohr llevaban la conversación por él, dándole a Sarelle una versión resumida de su vida. Lo poco que él había escrito en su cuaderno de notas parecía un relleno estúpido.

Cuando volvió a levantar la cabeza, Wellsie estaba sonriéndole. Pero entonces se aclaró la garganta, como si estuviera intentando jugar limpio.

–Así que, como iba diciendo, un par de mujeres de la aristocracia solían organizar la ceremonia del solsticio de invierno en el Antiguo país. La madre de Bella era una de ellas, por cierto. Quiero tratarlo con ellas. Asegurarme de que no olvido nada.

John dejó transcurrir la conversación, sin prestarle mucha atención hasta que Sarelle dijo:

–Bueno, mejor me voy. Faltan treinta y cinco minutos para que amanezca. Mis padres estarán preocupados.

Apartó la silla, y John se levantó como todos los demás. Mientras se despedían, se encontró perdiéndose en el fondo. Al menos hasta que Sarelle lo miró directamente.

–¿Me acompañas? – preguntó.

Desplazó los ojos hacia la puerta. ¿Acompañarla? ¿A su coche?

En una acometida repentina, un crudo instinto masculino brotó en su pecho, tan poderoso que lo sacudió un poco. Súbitamente le empezaron a cosquillear las palmas de las manos, y las miró, sintiendo como si tuviera algo en ellas, como si estuviera sosteniendo algo… entonces podía protegerla.

Sarelle se aclaró la garganta.

–Okay… um…

John se dio cuenta de que le estaba esperando y rompió su pequeño trance. Adelantándose, le indicó con la mano la puerta de la calle.

Y mientras salían le preguntó:

–Así que estás ansioso por entrenar.

John asintió y encontró que sus ojos vagaban por los alrededores, buscando entre las sombras. Sintió como se tensaba y como las palmas empezaban a picar de nuevo. No estaba seguro qué buscaba exactamente. Sólo sabía que tenía que mantenerla a salvo a cualquier precio.

Ella sacó las tintineantes llaves del bolso.

–Creo que mi amigo va a estar en tu clase. Se suponía que se matriculaba esta noche. – Abrió el coche-. De todas formas, sabes por qué estoy aquí realmente ¿no?

Él negó con la cabeza.

–Creo que quieren que te alimentes de mí. Cuando se produzca tu transición.

John carraspeó por el shock, estaba seguro de que los ojos se le habían salido de las cuencas y estaban rodando calle abajo.

–Lo siento -sonrió-. Deduzco que no te lo dijeron.

Yeah, él hubiera recordado esa conversación.

–Me parece guay -dijo ella- ¿y a ti?

Oh. Dios mío.

–¿John? – Ella se aclaró la garganta-. Dime qué opinas. ¿Tienes algo en lo que puedas escribir?

Torpemente, negó con la cabeza. Se le había olvidado el bloc en la casa. Idiota.

–Dame la mano. – Cuando él la extendió, sacó un bolígrafo de algún sitio y lo deslizó sobre su palma. La punta se deslizaba suavemente por su piel-. Esta es mi dirección de correo electrónico y mi nick para el messenger. Estaré online en más o menos una hora. Mándame un mensaje, ¿vale? Hablaremos.

Miró lo que ella había escrito. Sólo miró.

Ella se encogió un poco.

–Quiero decir, no tienes por qué hacerlo. Sólo que… ya sabes. Pensé que podríamos ir conociéndonos de esa forma. – Se detuvo como esperando una respuesta-. Um… de cualquier forma. No hay prisa. Quiero decir…

La cogió de la mano, le quitó la pluma y escribió en su mano.

-Quiero hablar contigo -escribió.

Entonces la miró directamente a los ojos e hizo la cosa más asombrosa y jodida cosa.

Le sonrió.