6 Sincronía
El universo es completo y perfecto. En él no cabe el error. Nada está ahí por azar. La totalidad de la "única canción" está maravillosamente sincronizada.
Para comprender la sincronía y ponerla en práctica necesitamos renunciar a algunas de nuestras viejas ideas y abandonar nuestra noción de la coincidencia, los errores y la creencia en la imperfección de las personas. El principio según el cual cada ser humano y cada acontecimiento se hallan perfectamente conectados puede resultar un poco difícil de aceptar sin más. La mayoría de nosotros preferiríamos justificarnos con el "principio de la casualidad" y el "error". En muy pocas ocasiones llegamos a considerar que todas las cosas de nuestro perfecto universo pueden estar funcionando perfectamente. Parece mucho más sencillo creer que se produce una serie de coincidencias inmotivadas e inexplicables.
El primero en emplear el término "sincronía" fue el gran psicólogo Carl Jung. Se pasó toda su vida intentando desenmarañar los misteriosos hilos entrecruzados de manera casi incomprensible. Jung describió la sincronía con las siguientes palabras: "La existencia simultánea de dos acontecimientos relacionados de manera significativa pero no fortuita". El defendía la hipótesis de la existencia de una colaboración entre las personas y los hechos que de alguna manera guardaba relación con el destino y siempre operaba en el universo.
Los principios básicos de la sincronía afirman que toda vida individual tiene un propósito y un significado mucho más profundo de lo que normalmente se cree. Detrás de toda forma se halla una inteligencia maravillosamente perfecta y que funciona según el principio de la sincronía. Detrás de todo lo que sucede existe un motivo, y de este modo las piezas que forman el rompecabezas de la vida encajan a la perfección. Si usted llega a conocer y a confiar en estos pensamientos, en su vida cotidiana obtendrá pruebas palpables de su verdad. Estoy plenamente convencido de que este fenómeno está omnipresente en la vida, y de que los casos fortuitos no existen. Carl Jung incluso llegó a afirmar lo siguiente:
Desde el momento en que nos esforzamos en mantener un sentido de autonomía personal quedamos atrapados en fuerzas vitales superiores a nosotros y, en consecuencia, al creernos protagonistas de nuestra propia vida olvidamos que somos los extras de un drama superior al nuestro.
O bien, tal como antes hemos expuesto, sólo existe un sueño, el sueño de Dios, en el que todos actuamos como personajes similares a los que nosotros mismos inventamos en nuestro estado soñador.
A lo largo de los últimos años he ido preguntando al público que atendía a mis conferencias lo siguiente: "¿Cuántos de entre los presentes pueden contar la experiencia de haber estado pensando en alguien, y de repente recibir una llamada o una carta de esa persona?". Y: "¿Alguno de ustedes se ha encontrado con alguna persona a la que no veía hacía un montón de años, tras haber citado u oído su nombre en una conversación?". Normalmente todas las manos del público se alzan. La sincronía o la conexión entre acontecimientos y pensamientos al parecer escogidos al azar parece un elemento común en esta experiencia universal y humana. Nos sucede a todos con cierta regularidad, y tiende a repetirse en una serie de acontecimientos que a veces resultan muy difíciles de explicar.
La verdad es que cuanto más nos dejamos llevar por la energía de nuestro sistema en el universo, más experimentamos este fenómeno. Al final dejamos de sorprendernos y lo consideramos parte de la misteriosa perfección que conforma nuestra existencia.
Estoy seguro de que en más de una ocasión usted ha tenido la experiencia de saber quién le llamaba por teléfono aun antes de descolgar el auricular. Esto responde a lo que algunos llaman experiencia "déji vu", es decir, ya vista y vivida con anterioridad.
También me atrevería a afirmar que alguna vez se ha encontrado, sin saber por qué, realizando algo que nunca había hecho. Luego, con el paso del tiempo, ha mirado hacia atrás y ha descubierto la razón que le indujo a ello. Permítame que le relate algo que me sucedió hace algún tiempo.
Años atrás mi editor me ofreció una suma de dinero bastante considerable en concepto de anticipo por un libro de divulgación que sería la continuación de Tus zonas erróneas y Evite ser utilizado. Estuve pensando sobre el contenido de ese libro durante muchos meses, y francamente no encontraba salida al bloqueo mental del que era presa en esos momentos. Un día me encontraba sentado junto al océano pensando en un tema sobre el cual escribir, cuando de repente sentí un irrefrenable deseo de levantarme, vestirme y dar una vuelta en coche. Ese comportamiento no era nada usual en mí puesto que raramente abandonaba la tranquilidad de la playa por un viaje en coche. Sin embargo, en esa ocasión me dejé llevar por mis ansias de sentarme al volante y al cabo de media hora acabé aparcando el vehículo junto a los grandes almacenes de Pompano Fashion.
Me sentía desconcertado por mi actitud. Normalmente suelo alejarme de los grandes almacenes y nunca desperdiciaría una hermosa y soleada tarde en ellos.
Pero en esa ocasión fue distinto. Me dirigí a la librería y en cuanto entré busqué la sección de psicología. Uno de los libros llamó poderosamente mi atención porque estaba a punto de caer de una estantería abigarrada. Lo agarré casi al vuelo, le eché una ojeada, fui a la caja y lo pagué. Volví al coche. Lo aparqué y me encaminé hacia mi lugar predilecto en la playa, donde me enfrasqué en su lectura.
Cuando la terminé sabía perfectamente sobre qué deseaba escribir. En el espacio de unas breves horas logré esbozar las grandes líneas del libro El cielo es el límite. Mi tema era la realización de uno mismo, o lo que yo denominaba la vida sin límites. Pensaba que era capaz de poner estos aspectos de la psicología humana al alcance y la disposición del lector medio, que no está demasiado familiarizado con estos temas. Sabía que debía escribir sobre cómo convertirse en una persona capaz de experimentar la vida a niveles superiores y sobre cómo aprender a alimentar un sentido de finalidad y significado en la vida. Tras esa extraña experiencia algo me impulsaba a escribir irremediablemente mi siguiente libro.
El libro que práctica y literalmente había ido a parar a mis manos fue Los extremos más alejados de la naturaleza humana, de H. Maslow. Sus escritos anteriores habían ejercido una poderosa influencia sobre mí, pero este libro me había dotado de la fuerza necesaria para escribir El cielo es el límite. Cuando me encontraba bloqueado, una fuerza surgida accidentalmente solía guiarme hacia donde debía ir. Y por esta razón decidí dedicar El cielo es el límite al doctor Maslow. Pensaba que de alguna manera se me había encomendado la misión de continuar su tarea y de poner al alcance de muchísima gente todas sus ideas sobre la potencial grandeza de la humanidad.
Probablemente usted también recuerde algunos episodios de su vida rodeados de un aura de misterio, puesto que se halló haciendo algo insólito pero que con el tiempo llegó a comprender. ¿Cómo saber por dónde empezar a explicar estos hechos? ¿Cómo se explica que aquella tarjeta que más tarde me conduciría ante la tumba de mi padre se hallara en el cinturón de seguridad de un coche alquilado? ¿Cómo se las arregla un pensamiento para conectarnos con algo o alguien de lo que o quien parecíamos estar desconectados?
El sintagma formado por las palabras "estado de conexión" es fundamental para la comprensión de este principio de sincronía. De alguna manera misteriosa e inexplicable todo parece estar conectado, aunque no seamos capaces de advertirlo. De alguna forma extraña la persona adecuada aparece o el hecho indicado se produce en el momento justo, y tanto la una como el otro nos ayudan a superar algún problema que nos preocupa. Una vez entendemos que todas las cosas están conectadas en algún sentido, el principio universal de la sincronía resulta más fácil de aceptar y en consecuencia de ser adoptado por todos nosotros.
En el universo existe un ritmo. Cuando dejamos de emitir sonidos podemos experimentar nuestra vinculación a ese ritmo perfecto. De nuevo me estoy remitiendo al concepto de perfección, porque para un gran número de personas la imperfección es un hecho. Creo que nuestro mundo sólo puede ser perfecto. La cantidad justa de energía que requerimos para calentar y dar vida a nuestro planeta procede del Sol, fuente inagotable. La Tierra gira sobre su eje y nunca corre peligro de salirse de él. Todo el universo, sin excepción, cuenta con el soporte de una inteligencia, que yo llamo Dios, y que usted puede denominar como prefiera. El retorno del salmón hacia el lugar exacto del desove yendo contra corriente es de una perfección que roza los límites de lo misterioso. Las golondrinas se dan cita en el mismo sitio siglo tras siglo. La araña no tiene ninguna dificultad en construir su telaraña a pesar de no haber sido instruida a tales efectos. Los instintos que hacen que toda esta única canción funcione a la perfección son suministrados por una inteligencia que admite todas las manifestaciones de la forma. Pero sabemos muy poco sobre su funcionamiento. Sin embargo, todo permanece conectado de alguna manera, generación tras generación, especie con especie y así hasta el infinito. Si somos capaces de entender este proceso de conexión, por lo menos a escala muy reducida, también empezaremos a comprender el principio de la sincronía y a creer en esa inteligencia, sin duda fenomenal, que da soporte a la vida con esa perfección a la que nos tiene acostumbrados.
Si pretende comprobar la existencia de los conectores en el universo, a pesar de saber que no puede verlos con sus ojos o tocarlos con sus manos, permítame acompañarle al "estado de la conexión".
Naturalmente, las cosas en las que más fácilmente creemos son aquellas que podemos ver. De ahí la consabida frase "Si no lo veo no lo creo", que define a nuestra lineal cultural, centrada únicamente en la forma. Si observa a un niño tirando de un juguete mediante una cuerda no tendrá dificultad en ver y creer que existe una conexión entre ambos elementos: la cuerda.
Cuando dos cosas se hallan conectadas y somos capaces de ver, oír, tocar, oler o saborear la conexión, entonces no nos resulta nada difícil creer en la misma. Al llenar el depósito de gasolina del coche y poner el vehículo en marcha, quemando así el combustible, nos percatamos de la conexión que existe entre nuestras acciones y nuestra capacidad de movimiento al volante de un automóvil. Al pensar en el desplazamiento que un vehículo a motor puede realizar, nuestra mente no se halla aturdida por el hecho ni demuestra incredulidad ante el movimiento. Por consiguiente, nuestros ojos pueden ver los conectores que se encargan de hacer funcionar los objetos, y le llevan a afirmar:
"Veo cómo funciona y por tanto me lo creo".
Cuando usted enciende la luz accionando el interruptor de la pared, ciertamente no puede ver la conexión que existe entre ese interruptor y la habitación ahora iluminada, pero sin duda sabe que existe una conexión, aunque los conectores vayan por dentro de la pared. No necesitamos verlos. Sólo tenemos que creer que se encuentran ahí, ocultos, para aceptar su existencia y así creer en el funcionamiento de todo el proceso. Esta categoría de "conectores difíciles" requiere un mayor sacrificio para su comprensión, pero no demasiado, puesto que las personas tenemos debilidad por los conectores que se manifiestan en un estado de forma. Y aunque en este caso no se encuentren a la vista, siempre nos queda la posibilidad de buscarlos y encontrarlos.
Imagínese en la sala de estar mirando un programa de televisión. En vez de levantarse de su cómodo sillón para cambiar de canal acciona el mando a distancia que no esta conectado a la televisión. Pulsa uno de sus botones y obtiene la visión de un nuevo canal. El televisor responde a un tipo de señal invisible y nos preguntamos cómo funciona. A simple vista no se aprecia ningún conector. Es incapaz de oler u oír algo si se acerca al aparato. Y aunque ponga un trozo de papel delante del control remoto, la conexión todavía continúa. ¿De qué se trata?
Todos nos hemos acostumbrado a este tipo de conectores.
Solemos comprar a nuestros hijos automóviles de juguete que se desplazan a control remoto. El giro a la izquierda de uno de estos vehículos es ejecutado mediante la pulsación de un botón. Algo invisible induce al coche a girar a la izquierda. Algo sin cables, sin cuerdas, sin conexiones que salten a la vista y sin embargo la mayoría de nosotros creemos en estos conectores a pesar de que desconocemos su forma de funcionar. Creemos que una serie de señales imperceptibles cruzan el aire porque así nos lo han inculcado pero en ningún momento hemos podido observarlas. Por consiguiente, ahora hemos alcanzado un punto en el que ya no nos resulta tan difícil creer que la conexión de dos objetos a veces no necesita la existencia de una forma.
Creemos y vivimos junto a una serie de conectores que desafían nuestros sentidos. Al creer en ellos creemos en su funcionamiento. Con el paso del tiempo ni siquiera caemos en la cuenta de que existen y sin embargo su presencia sigue representando un misterio para todos nosotros.
La próxima vez que alguien en la otra punta de la habitación le dirija la palabra, deténgase y hágase la siguiente pregunta:
"¿Cómo se produce este fenómeno?. Esa persona se halla a unos cuatro metros de mí, pronunciando unas palabras y entre nosotros sólo hay aire. Sin embargo, las oigo y puedo procesar toda la información que contienen. ¿Cómo se explica esto?". Al detenerse a meditar este punto, el tema pasa a depender por completo de la mente. Los objetos invisibles denominados ondas sonoras se dirigen de la boca al oído y su cerebro procesa el mensaje. ¿Dónde se hallan por lo tanto los conectores? Observo el movimiento de sus labios. ¿Es que los conectores le están saliendo de la boca en este preciso instante? No me propongo captar con mis oídos dichas señales invisibles y sin embargo eso es justamente lo que hago. Sin poner en tela de juicio la cuestión me atrevo a afirmar que creemos en toda una lista de conexiones existentes entre las personas, que nuestra mente racional ni siquiera puede concebir.
Somos conscientes de que estas ondas invisibles nos mantienen conectados y lo mismo ocurre con el sonido de una radio o un portazo. En ningún caso nos tomamos la molestia por averiguar lo que sucede. Sencillamente aceptamos lo que se denomina "sonidos" como algo que existe y que forma parte de nuestra humanidad. Jamás hemos llegado a decir: "No puede ser.
Si no puedo verlo o tocarlo, para mí no existe". Nuestro convencimiento sobre este punto nos permite funcionar como seres humanos. Existen conectores invisibles que nos unen y usted día a día participa de ellos.
Imagínese bailando con su compañero y deslizándose con soltura por la pista. Sus pies lo están haciendo muy bien.
Siempre existe algún tipo de conexión misteriosa entre sus pensamientos y la actividad neuromuscular de sus pies. ¿Porqué sus pies saben responder de una forma tan magistral al pensamiento que le ordena el movimiento? ¿Cuál es la conexión? ¿Cómo se produce?
Cada vez que usted mueve los miembros y los apéndices de su forma, ellos responden a un pensamiento. Pero un pensamiento es invisible y carece de forma y precisamente ese estado desprovisto de forma lleva la batuta de todas esas acciones. Usted no puede ver la conexión. Ni puede explicársela.
Sin embargo, el hecho de rascarse la nariz, caminar hacia la cocina, mover su cabeza, correr para golpear mejor el balón o cualquier otro movimiento que ejecuta diariamente, dan fe de la existencia de conectores invisibles que le permiten la movilidad de su cuerpo casi sin esfuerzo por su parte.
La energía mental gobierna la energía muscular. La energía mental constituye el pensamiento. En consecuencia, puede afirmarse que el pensamiento es una clase de conexión entre un deseo y un resultado físico. Usted cree firmemente en esta conexión a pesar de no poder explicarla. Acepta esta conexión que como forma de vida le lleva a una respuesta automática ante todo estímulo. Usted cree en ella. Funciona en ella. Nunca se cuestiona su existencia, puesto que millones de movimientos diarios constituyen la prueba de que existe una conexión entre el mundo de la forma y el mundo de la no-forma. Tenga bien presente este concepto, sobre todo ahora que nos aproximamos a las últimas zonas en las que existen esas conexiones.
Mi esposa se halla sentada en algún lugar de la casa y nuestro bebé se encuentra en otra parte de ella, fuera del alcance de nuestros oídos. Mi esposa de repente me dice: "El bebé está llorando. ¿Te importa ir a echarle un vistazo?". Está en lo cierto; el lloro es incesante; sin embargo, desde su sillón era imposible que lo oyera. Toda madre que lea estas palabras asentirá con la cabeza ante lo que acabo de exponer, sabiendo que existe una conexión invisible entre sus pensamientos y las acciones de su bebé.
Hemos sobrepasado el límite de lo comprensible. Puede existir una conexión entre el pensamiento de una persona y las acciones de otra, sin contar con ayuda de ninguno de los cinco sentidos. Todos sabemos que dichas conexiones existen. Mi esposa puede hallarse a quince kilómetros del bebé y decirme:
"Es hora de irnos; el bebé está a punto de comer". Yo le respondo: "Pero ¿cómo sabes que tiene hambre? ¿Es que has memorizado su horario?". Su contestación es la siguiente: "Me acaba de venir la leche y eso siempre me ocurre a la hora de amamantarle". ¿Qué conexión existe entre su cuerpo y el del niño, que se encuentra a tanta distancia? Su cuerpo sabe perfectamente cuándo debe producir la leche siempre basándose en el pensamiento que le dicta que su bebé tiene hambre. Es un sistema infalible. La conexión es invisible pero está indudablemente allí para que nos percatemos de su existencia.
Si dicha conexión invisible se produce entre una madre y un bebé, ¿podemos hablar de otras tantas similares entre todos los seres humanos? En torno a la forma de otra persona, ¿podemos redefinir la relación entre nuestros pensamientos y el mundo?
En ocasión de una de mis conferencias en Sacramento (California), un padre que se hallaba entre el público y sujetaba a un bebé en sus brazos, se puso nervioso al no poder calmar los llantos de su hijo. Se levantó y se dirigió hacia la salida con la intención de no importunar a los presentes y al mismo tiempo seguir escuchando mi charla. No pude por menos que sugerirle que se relajara puesto que así transmitiría a su hijo la misma serenidad y tal vez dejara de llorar. Me sonrió, aliviado al pensar que no le recriminaba la presencia del bebé y se tranquilizó. El pequeño, como era de esperar, dejó de berrear y ya no emitió ningún sonido a lo largo de las tres horas de la reunión.
Indudablemente existía una conexión invisible entre los pensamientos del padre y el comportamiento del niño que desafía todo intento de descripción.
Nosotros ignoramos lo que es un pensamiento, y sin embargo sabemos y creemos que existen y se hallan conectados entre sí.
Por ejemplo, ahora me encuentro aquí sentado, pensando en lo que voy a escribir. Ese pensamiento me conduce a otro que me indica la forma en que debería escribirlo. Luego otro pensamiento ordena a mis dedos que pulsen las teclas de la máquina de escribir en un determinado sentido que me han inspirado los pensamientos previos.
Estamos capacitados para sentarnos tranquilamente y concebir un pensamiento, puesto que somos la fuente de ellos.
Luego podemos tener otro pensamiento basado en el primero, y después otro y otro, tal vez diez más, hasta que decidamos trasladarlos al mundo de la forma o simplemente olvidarlos.
No me estoy refiriendo al proceso del pensamiento. Estoy tratando de la existencia de conexiones entre los pensamientos.
Las conexiones indudablemente existen entre dos objetos sin forma, denominados pensamientos, dentro de usted, es decir, dentro del ser que usted es en este momento. Si es capaz de aceptar que estos conectores existen, entonces ya está preparado para afrontar el próximo nivel. Si no es capaz de aceptarlo, espero que me lo comunique abiertamente. Y dígame cómo explica usted que no existen conexiones entre los pensamientos, cuando todos sabemos que un pensamiento conduce a otro.
Aquí es donde yo quería llegar. Por supuesto, los conectores están ocultos, al igual que ha sucedido en todas las categorías previamente expuestas, a excepción de la primera. Sin embargo, usted cree en la existencia de todas las conexiones. Por tanto, ahora intente abrir su corazón de par en par y deje que penetre la invisible conexión que existe con nuestro universo, porque una vez empiece a creer en ella, la verá en la superficie de todas las cosas. La prueba, aunque esquiva a sus sentidos, se hará palpable y le sorprenderá en el momento más imprevisible, si usted cree en ello. Ahora pasemos a analizar la forma en que dichas pruebas hacen acto de presencia tanto en su vida como en la mía.
Imagínese una hucha del tamaño de un pomelo, con una tapa en su parte superior. Ahora intente adivinar cuántas monedas podría guardar allí. Tal vez trescientas. Si a mí se me ocurriera preguntarle: "¿Cuántos pensamientos puede guardar en esa hucha teniendo en cuenta que debe estar cerrada para que no se pierda ninguno?", seguramente usted respondería: "¿Cómo puedo guardar pensamientos en una hucha?". Los pensamientos carecen de forma y de dimensión. En una hucha usted sólo puede guardar cosas que tengan determinadas dimensiones físicas.
Pregúntese a sí mismo: "¿Qué es la memoria?". Al final no le quedará más alternativa que afirmar que la memoria no es más que pensamientos. Por tanto, ¿dónde se guardan esos pensamientos para que podamos utilizarlos una y otra vez?
Muchas personas piensan que la memoria se almacena en el cerebro, pero el cerebro tiene un tamaño parecido al del pomelo.
Es forma. ¿Puede usted almacenar pensamientos sin forma en un contenedor que sí tiene forma? Naturalmente que no. Por tanto, ¿qué es la memoria y dónde se oculta si no es en el cerebro? No se impaciente porque a partir de este momento especularemos en torno a esta cuestión.
Permítame que le formule otra pregunta que con frecuencia llega a mis oídos: "¿Adónde vamos al morir?". La mayoría de personas intentan imaginar algún sitio que concuerde con su educación basada "sólo en la forma". Pero yo pienso que gran parte de lo que somos no se rige por las leyes de la forma. Por ello yo mismo suelo contestar a esa pregunta con otra: "¿Adónde van todos los personajes que le acompañaban en sueños, una vez se despierta?".
La forma ocupa un lugar; puede almacenarla. La no-forma (el pensamiento) no requiere espacio, puesto que carece de dimensión. El pensamiento es infinito y por tanto nos resulta imposible comprenderlo exclusivamente desde el punto de vista de la forma. Para experimentar nuestra universal espiritualidad se requiere otra dimensión de ser, en la que los principios, los finales y los lugares de almacenamiento son innecesarios.
Muchas religiones hablan de Dios como creador del cielo y de la tierra. Si se les pregunta sobre el momento en que comenzó a hacerlo, todas responden con la misma frase: "Dios siempre existió". Esta respuesta nos resulta bastante aceptable y en consecuencia dejamos de especular sobre principios y finales. ¿Qué se imagina cuando piensa en ese estado de infinitud que la mayoría de personas denominan Dios? Supongo que esa dimensión de la no-forma en la que no existe principio ni final, que es de lo que he estado hablando a lo largo de estas páginas, puede darse a conocer bajo cualquier nombre. No importa. Lo que sí es fundamental es permitir que esa dimensión en la que usted reside la mayor parte de su vida sea una noción que usted acepte plenamente. El pensamiento, en mi opinión, es una parte de esa dimensión superior.
Existen muchas etiquetas para calificar esta dimensión desprovista de forma: espiritualidad, conciencia superior, sabiduría interior, iluminación, estados alterados de conciencia, etcétera. El pensamiento, actividad humana universalmente reconocida como tal, constituye un lugar idóneo para comenzar a entender esa dimensión sin forma.
En algunas tradiciones orientales esta dimensión superior se conoce bajo el nombre de Tao, que puede ser traducido como "lo no revelado". Se ha dicho que "el Tao que se describe ya no es Tao". Esto se debe a que la forma, en palabras orales o escritas, describe la experiencia. Lo que experimentamos mediante nuestros sentidos es algo muy distinto. En la dimensión del pensamiento la descripción difiere de la experiencia. Pero con la finalidad de poder hablar sobre él, utilizamos esos vocablos que nos lo ponen más fácilmente a nuestro alcance. Porque de no ser así, este libro no sería más que un conjunto de páginas en blanco. Ahora bien, si estuviéramos tan iluminados como fuera de desear, entonces ello sería suficiente. Tras un laborioso estudio pondría el libro sobre la mesa y diría: "No me cabe la menor duda de su profundidad". Pero todavía no hemos llegado a ese punto, o por lo menos, a mí aún me queda camino por andar.
Por consiguiente, afirmo que como escritor estoy hablando de algo que no puedo describir dentro de la dimensión de la sincronía, dentro de la dimensión del pensamiento.
Si la memoria (los pensamientos) no puede almacenarse en el cerebro, entonces tenemos que considerar la posibilidad de que exista fuera de él. Algunos de los acontecimientos que parecen tan inexplicables tal vez puedan incluirse en la sección que trata de los pensamientos en relación con otros pensamientos. Si existen conexiones invisibles entre los pensamientos y la forma, ¿por qué no pueden existir entre los propios pensamientos? Y si los pensamientos ciertamente se encuentran con otros, y nosotros somos la fuente de los mismos, entonces es posible que creemos situaciones en sincronía.
Considere el pensamiento como algo que vamos generando continuamente. Somos la fuente de este proceso creativo a través de nuestra conexión con lo divino y el infinito. Debido a este conocimiento estamos capacitados para eliminar la posibilidad de "la coincidencia" y creer, por supuesto, que la inteligencia divina opera en nuestro universo. Desde luego, una vez crea en ello, se dará cuenta de su funcionamiento a diario.
La sincronía no es un principio especulativo ni pasivo. Está aquí, funcionando, y usted es parte del mismo. Puede o no creérselo.
Y puede o no verlo. ¿DE QUÉ ESTÁN HECHOS ESTOS CONECTORES?
Al examinar los conectores que existen entre las diferentes formas, podemos establecer perfectamente los límites que las encierran. Pero una vez pasamos a la dimensión de la no-forma nos vemos obligados a dejar de confiar en nuestros sentidos y nuestra intuición para descubrir cómo las conexiones unen pensamientos con formas y pensamientos con pensamientos.
Las tres hipótesis respecto a la constitución del pensamiento son: 1) la energía que resuena por todo el universo; 2) las ondas invisibles, que vibran a tanta velocidad que no podemos percibirlas ni medirlas; 3) parte de los campos de tipo morfo genético y magnético que rodean a todas las especies.
Pero a pesar de la gran especulación, de la considerable investigación y de la ingente cantidad de libros en torno al tema, todavía no se ha logrado ningún acuerdo sobre la construcción del pensamiento y sobre cómo se transmiten los pensamientos.
Y por tanto, sugiero que pasemos del análisis a la síntesis. El análisis es un modo de violencia intelectual a través de la cual examinamos de cerca un objeto de estudio, buscamos modelos, intentamos definirlos por un método científico y deducimos una fórmula. La síntesis es un modo de reunir todos los elementos, empezando por el más obvio. Los pensamientos carecen de forma. Existen en nuestro universo y nosotros participamos de ese proceso. No necesitamos de ninguna fórmula que nos diga que existe una conexión entre el pensamiento y todo lo que hacemos. Somos plenamente conscientes de que no podemos almacenar nuestros pensamientos en un contenedor. Los pensamientos son de alguna manera parte integrante del mundo invisible que existe fuera de nuestro alcance.
Reshad Feild escribió el siguiente diálogo en la novela El camino invisible, que ciertamente pone a prueba el pensamiento y lo provoca:
- Entiendo lo que me dice, John -contestó Nur.
Hubo un tiempo en el que podía ver ese otro mundo.
Cada idea respondía a una forma que podía ser comprendida, en vez de necesariamente vista a través de los ojos.
Las palabras de Reshad Feild sugieren un mundo al que nos hemos mostrado bastante indiferentes por culpa de nuestra experiencia de vida basada exclusivamente en la forma: el mundo de las ideas, del pensamiento; ese algo sin forma denominado pensamiento, que se origina con la persona y que simultáneamente es la persona. El pensamiento se halla aquí dentro y allí fuera. Está en todas partes. ¿Es energía? Tal vez. ¿Una resonancia? Quizá. ¿Una cadena formada por la unión de campos morfogenéticos? Quién sabe. ¿Invisible? No hay duda. ¿Algo de lo que no se puede escapar? Sí. Intente dejar de pensar por unos minutos y se percatará de que el pensamiento es algo que está estrechamente unido a usted.
Cuando acepte que el pensamiento puede existir fuera de usted se encontrará en camino de comprender la sincronía. El vínculo de unión que existe entre acontecimientos aparentemente desconectados es en realidad el lazo de unión de los pensamientos, la esencia de nuestro universo, la energía vibratoria que no podemos ver ni definir. Del mismo modo, el nexo de unión entre sus pensamientos y los de otras personas resulta más fácil de considerar ahora, si partimos de la base de que el pensamiento es energía que fluye por el universo sin restricción alguna, y no sólo por un individuo. Esas situaciones que parecen coincidencias se prestan perfectamente para aquellos casos en que sintonizamos con la dimensión del pensamiento. La respuesta a la pregunta de este apartado: "¿De qué están hechos los conectores?", es muy sencilla: "De pensamientos".
Los pensamientos entendidos como energía no son producto de la casualidad sino de que nosotros mismos somos la fuente de pensamiento y parte del pensamiento universal. La capacidad de ser pensamiento y de crear pensamiento nos permite establecer cualquier conexión con el pensamiento que deseemos. Cuando nos abrimos a esta nueva posibilidad, las coincidencias dejan de sorprendernos. Y antes de que transcurra demasiado tiempo, nos disponemos a esperarlas. Y luego, llega la transformación, es decir el momento en el que somos capaces de crearlas a nuestra voluntad.
Reconocer la sincronía en nuestras vidas alimenta nuestra conexión divina con el mundo invisible de la no forma. Nos permite comenzar el proceso del despertar y ver, que podemos utilizar nuestra capacidad de pensar y de ser pensamiento para volver a dar forma y sentido a nuestras vidas.
Etapa número uno: sus comienzos en el camino. ¿Recuerda usted las ocasiones en que sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos y en que pensó que ya no podría superar el dolor?
Su mente seguramente no funcionaba a su favor puesto que sus pensamientos le cernían en la miseria y en la inviabilidad de un futuro mejor. Tal vez lo que ocurrió fue una crisis en su vida sentimental, un divorcio, un desastre financiero, una enfermedad o un accidente. En esos instantes usted se sentía incapaz de considerar los acontecimientos con perspectiva.
La experiencia de pasar por una crisis nos paraliza por mucho tiempo. Nuestra mente sólo parece concentrarse en los aspectos más negativos y desastrosos de la situación, y somos incapaces de rendir en ningún sentido. Nos cuesta dormir, comer y nos preguntamos si lograremos superar la adversidad. Nuestra mente se obsesiona con todo lo que anda mal y nos preocupa el futuro. Los consejos que parientes y amigos nos ofrecen parecen no tener relación con nuestro problema y normalmente nos conducen irremediablemente a la rabia y la frustración.
Nuestra desgracia no parece tener salida.
Esta reacción es muy corriente en aquellas personas que consideran que los signos externos son todo lo que la vida nos depara y ofrece. Somos incapaces de pensar que en esa desgracia se esconde una lección. Nos negamos a aceptar los consejos que nos recuerdan que con el tiempo esa experiencia que ahora nos resulta tan traumática nos será de mucha utilidad.
Sólo deseamos revolcarnos en el fango de esa desgracia puesto que creemos que algo o alguien procedente del exterior es el culpable, y pedimos a gritos que esos factores exteriores cambien.
Reconozco que yo también me he encontrado en esta encrucijada alguna vez. Recuerdo haber estado paralizado por alguna crisis sentimental y familiar y haberme sentido tan triste y deprimido que toda intención de hacer algo se convertía en agua de borrajas. Mi mente parecía fijada en el problema y todos mis pensamientos se concentraban en él. El problema me poseía y no conseguía explicarme por qué semejante situación me estaba ocurriendo a mí precisamente. Tampoco le veía ninguna salida positiva.
Todos nosotros, cuando llegamos a este punto del viaje, nos sentimos poseídos por nuestros propios traumas. Creemos que son los acontecimientos los que nos producen dolor y no comprendemos que nos hallamos sumidos en la desgracia por culpa de nuestra forma de procesarlos en nuestra mente.
J. Krishnamurti describe en sus Comentarios sobre la vida, la reacción de un hombre ante la pérdida de su esposa.
Solía pintar, pero ahora no me acerco a los pinceles, ni contemplo las cosas que he realizado.
Durante los seis meses que han transcurrido, me ha parecido estar muerto… El otro día guardé los pinceles, y al tocarlos me resultaron extraños. Antes ni siquiera me daba cuenta de su textura; ahora me resultaban una carga muy pesada. Con frecuencia paseo hasta el río pensando en no volver; pero siempre lo hago. No podía ver a la gente, puesto que su rostro siempre se me aparecía. Dormía, soñaba y comía con ella, y ahora sé que nunca más volverá a ser lo mismo… He intentado olvidar, pero a pesar de mi fuerte empeño, sé que nada va a cambiar. Solía escuchar el canto de los pájaros, pero ahora sólo deseo acabar con todo.
No puedo seguir así, desde entonces no he visto a ninguno de mis amigos, y sin ella ellos no significan nada para mí. ¿Qué se supone que debo hacer?
El viudo describe en términos dramáticos cómo su mente se ha bloqueado en el sufrimiento. Todos hemos experimentado o experimentaremos dolores similares. Somos incapaces de considerar que en el drama que constituye nuestra vida en ese preciso momento puede ocultarse un regalo, una bendición.
Etapa número dos: el terreno intermedio. Al despertar utilizamos nuestro poder para crear nuestro mundo mediante nuestro pensamiento en un sentido superior. Al mirar hacia atrás, casi siempre nos percatamos del gran beneficio que nos produce. El divorcio que pensamos que nunca íbamos a superar ahora nos parece lo mejor que nos ha pasado en la vida. Las crisis de juventud, que en su momento constituyeron un fuerte golpe, las contemplamos ahora como parte integrante y necesaria de nuestro desarrollo. La adicción a la bebida que una vez sufrimos y que hizo tambalear nuestras vidas en aquellos días de alcoholismo nos ha enseñado, una vez la hemos superado, a ver la enorme fuerza interior que guardamos. La insolvencia económica fue, por ejemplo, el catalizador de una vida futura mucho más satisfactoria. Esa grave enfermedad que nos mantuvo en cama durante tanto tiempo nos permitió hacer balance de nuestra vida y nuestras prioridades y nos obligó a tomárnosla con mucha más calma. La perspectiva nos da la oportunidad de contemplar con nuevos ojos lo que nos sucedía hace algún tiempo.
La etapa número dos corresponde al terreno intermedio de la iluminación, porque es el lugar en el que ya no necesitamos observar nuestra vida con perspectiva. Al aproximarnos a esta etapa percibimos de inmediato cuán beneficioso puede resultarnos. Dejamos de pensar sólo en lo que nos falta y en el catastrófico futuro que entendemos nos espera. En vez de eso nos preguntamos: "¿Qué me depara esto que me está ocurriendo ahora? ¿Cómo puedo convertir esto en una oportunidad sin tener que pasar por años y años de sufrimiento para ver su importancia?". Este constituye un paso importante en el proceso de iluminación y nos ayuda a darnos cuenta de la sincronía que existe en toda esta única canción. Naturalmente, seguimos experimentando el dolor y el sufrimiento pero también somos conscientes de que algo magnífico por descubrir se esconde en ese sentimiento. Somos capaces de ser amables con nosotros mismos y los demás, de aceptarnos tales como somos, de respetar e incluso amar la parte de nosotros que ha generado la crisis. Probablemente no podremos entender el porqué del dolor que padecemos, pero contaremos con un conocimiento que subyacerá detrás de él y que nos permitirá creer en su valor.
Tuve ocasión de oír a Ram Dass describiendo sus sentimientos en torno a la muerte de su madrastra, a la que tanto había querido. Se preguntaba por qué ella tuvo que sufrir tanto en aquel avanzado estado de melanoma. Sabía que el sufrimiento era una de las alforjas de aquel viaje y que siempre conducía a una mayor satisfacción. Sin embargo, seguía preguntándose: ¿por qué? ¿Por qué le ha ocurrido a esta hermosa mujer a la que tanto amor profeso? Al adentrarse ella en los últimos momentos de su vida, Ram Dass comprendió que la tranquilidad había hecho mella en su madrastra, de que sus ojos mostraban una mirada serena y satisfecha a un tiempo y de que daba la impresión de penetrar en un nuevo reino colmado de dicha, al desprenderse de su cuerpo. Ya no padecía sufrimiento alguno, pues el dolor sólo se experimenta en la forma. Era libre, y Ram Dass contemplando esta escena se dijo: "Sí, incluso esto conduce a un estado superior". Se había dado cuenta de que el sufrimiento le había llevado hacia algo mucho mejor y de que ya no necesitaba esperar una serie de años para entenderlo.
Cuando le abandonó, él se sintió tranquilo porque sabía que la muerte es una recompensa, y no un castigo, como algunos piensan. Estaba en paz consigo mismo sabiendo que el dolor de su madrastra también había sido una bendición.
La etapa número dos significa estar en el presente junto a todas las cosas que nos rodean y experimentamos, en vez de tener que esperar un largo período para comprender la bendición que encierra todo esfuerzo nuestro. El día 15 de octubre de 1982, hallándome en Atenas (Grecia), noté que había superado la etapa número uno. Deseaba correr la original maratón griega y tras prepararme físicamente volé hacia Grecia. La distancia que tenía que recorrer, más o menos cuarenta kilómetros, no me preocupaba puesto que ya había participado en otras cuatro maratones. Pero no tenía ni idea de lo que me esperaba, estando en la línea de salida de una pequeña villa marinera junto a otros quince mil deportistas en dirección al estadio olímpico de Atenas.
Debido a una serie de problemas técnicos el comienzo de la carrera se retrasó una hora. Empezamos a las 10.20 de la mañana con una temperatura de unos veintiséis grados centígrados que iba en aumento. A lo largo de unos veintisiete kilómetros tuvimos que correr cuesta arriba. Tras haber superado los veinticuatro kilómetros me di cuenta de que a partir de entonces todo serían dificultades. El fuerte calor que imperaba y la cuesta empezaban a hacer estragos en mí. Muchos atletas abandonaban. Otros se salían del recorrido y vomitaban, y otros tantos, agotados por el calor, eran transportados en ambulancias de la Cruz Roja.
No me encontraba bien, y por primera vez en mi trayectoria deportiva me vi obligado a hacer un alto en mitad de una competición, a tumbarme en el suelo y vomitar. Normalmente lo que solía hacer era detenerme, beber un poco de agua y reemprender la marcha. Tras recorrer el kilómetro treinta y tres estaba tan cansado que empecé a temblar y llegué a vomitar bilis. No iba a ser capaz de conseguir aquello en lo que tantas veces había soñado y que me había conducido especialmente a Grecia.
No podía dejar que ese pensamiento invadiera el espacio de mi conciencia. Trataba de imaginarme lo que representaría para mí regresar a los Estados Unidos y contemplar con perspectiva lo positivo del suceso. No me cabía en la cabeza. Y continuaba estirado en el suelo rodeado de gente que venía a socorrerme y a ofrecerme los servicios de una ambulancia. Por unos momentos pensé y me pregunté qué clase de bendición o de oportunidad encerraba este hecho. Aparté el sufrimiento y me pregunté si lo que realmente deseaba era volver a casa sin completar lo que me había propuesto. ¿Podía de alguna manera buscar o encontrar la voluntad necesaria (mediante el pensamiento) para correr los once kilómetros restantes?
Lo que me sucedió a partir de ese instante sólo puedo calificarlo de milagro. Esperaba allí echado en el suelo con el fin de cobrar fuerzas y armarme de valor para completar lo que me parecía imposible. En ese momento once kilómetros se me antojaban once mil. Sin embargo, comprendí que podía utilizar esa situación como si fuera una bendición y madurar como ser humano traspasando mi condición física. Mi estado físico cambió radicalmente. En un abrir y cerrar de ojos pasé de la debilidad a la fuerza y fue precisamente entonces cuando empecé a descubrir la fuerza interna que guardaba. Me puse en pie, dije a los de la ambulancia que fueran a socorrer a otra persona y proseguí hacia la línea de meta.
Al entrar en Atenas supe que mis problemas no habían desaparecido. Las calles no habían sido valladas y tuvimos que correr por los carriles de la autopista, mientras los policías intentaban evitar que los coches se nos echaran encima. La cantidad de humo que tuve que respirar constituyó la peor experiencia de mi vida. Los coches cambiaban de carril delante de nosotros e ignorábamos que la policía estuviera dirigiendo el tráfico. El calor era cada vez más insoportable. Sin embargo, cada obstáculo me servía para reafirmarme y automáticamente mis piernas dejaban de temblar y de sentir calambres. Me estaba fortaleciendo por momentos. Toda posibilidad de caer en brazos de la debilidad me estaba vedada.
Logré terminar la maratón. Llegué a la meta a pesar de haber permanecido en el suelo una media hora. Alcancé el tercer puesto, por cierto el mejor de mi trayectoria deportiva, a pesar de haber registrado el tiempo más largo de mi historia como corredor. Pero el tiempo era insignificante, al igual que los aplausos y las medallas, que carecían de toda importancia.
Había aprendido una gran lección sobre mí mismo y no necesité de varios años para descubrir que todo sufrimiento oculta una bendición y reporta algún bien.
Los breves versos de Raymond Ng que forman parte de Reflexiones desde el alma resumen perfectamente mis pensamientos al respecto:
Fuera del fango nace la bonita flor de loto, fuera de las adversidades se juega algo superior.
Si sabemos ver ese algo superior en el momento necesario, avanzamos por el camino que nos conducirá a la tercera y última etapa en la que reside la sincronía y nosotros participamos más activamente cooperando en la creación del mundo.
Etapa número tres: la sincronía pura. La etapa número uno nos proporciona perspectiva para observar los puntos positivos que posee cada obstáculo. La etapa número dos nos permite darnos cuenta de la bendición mientras estamos sumidos en la desgracia y preguntarnos a nosotros mismos: "¿Qué es lo que me aguarda?". Si usted es de los que no puede vislumbrar nada más allá de la forma entonces tendrá dificultades para proponer una solución. La tercera y última etapa de la iluminación nos ofrece el pensamiento en su estado más puro. Nos da la posibilidad de experimentar el pensamiento sin mediaciones materiales o causales. Es sincronía acorde al concepto según el cual somos pensamiento y los pensamientos residen tanto dentro como fuera de nosotros.
En este estado de iluminación somos capaces de contemplar las dificultades como meros "obstáculos" sobre los que tenemos capacidad de decisión. En esta etapa no necesitamos ser creativos o dejarnos atrapar por los obstáculos para aprender. El término negativo "obstáculo" se ve desplazado por un vocablo mucho mas neutral en significado: "acontecimiento". Creo que hoy en día, llegado a este punto de mi desarrollo, no necesito caer desfallecido en ninguna maratón para experimentar mi propio yo. Puedo contar con esa fuerza o con esa esencia en el pensamiento sin tener que pasar por ningún obstáculo o acontecimiento. Y naturalmente, en esta tercera etapa, la flor de loto brota sin necesidad de que el fango la genere.
Nuestra parte divina (el pensamiento) y Dios constituyen una fuerza en el universo con la que podemos sintonizar si creemos en ella y deseamos hacerlo. Tenemos la intuición que nos orienta sobre un acontecimiento que va a producirse. Nuestra intuición nos dice que nos veremos abocados a determinada situación y que debemos tomar una decisión sobre nuestro deseo de recorrer o no este camino una vez más. En estado de pura sincronía podemos ahorrarnos esta experiencia en la forma puesto que contamos con el pensamiento que puede hacer las veces de forma. En realidad consiste en aparecer al frente de la situación en lugar de aprender sobre ella mediante una visión con perspectiva. Si somos capaces de ceder el paso al pensamiento, entonces la sincronía se da por añadidura, como parte integral de la perfección, sin ofrecer resistencia ni darnos evasivas; sencillamente hace acto de aparición sin necesidad de manifestarse de un modo externo.
Hace cierto tiempo mi esposa y yo contemplamos la posibilidad de adquirir una nueva vivienda que se hallaba en construcción. Todo lo que ella nos ofrecía era de nuestro agrado y nos dispusimos a firmar el contrato de compraventa. Sin embargo, los dos tuvimos el presentimiento de que si tomábamos esa decisión las cosas no iban a irnos demasiado bien y tendríamos que enfrentarnos a ciertas dificultades. Finalmente optamos por no adquirir la casa. A lo largo de nuestra vida habíamos sufrido las experiencias de una serie de situaciones que nos habían hecho pagar un precio muy alto. En ese momento nos encontrábamos en la etapa número dos, muy a sabiendas de que teníamos una lección que aprender. La bendición que nos reportaron esos obstáculos consistió en permitirnos ser fieles a nuestras intuiciones interiores y así evitar resultados negativos en el futuro.
La tercera etapa de la iluminación, en la cual mi esposa y yo somos capaces de enfrentarnos, o mejor dicho de ponernos al frente de nosotros mismos y de tener la última palabra en torno a determinada cuestión, nos invade cada vez que mostramos disconformidad con respecto a un asunto. Ambos nos damos cuenta de lo que el futuro nos ha preparado, al ser capaces de vislumbrar mediante el pensamiento las consecuencias de ciertos comportamientos. Al contactar con el obstáculo mediante el pensamiento y desprendernos de la necesidad de traducirlo a la forma, eliminamos la posibilidad de sufrimiento.
El hecho de utilizar el pensamiento para escribir nuestro propio guión en la forma constituye una maravillosa etapa que debería alcanzarse en esta vida. En compañía de nuestro propio ser interior, podemos crear el guión de nuestra vida arropados por todo el amor que seamos capaces de imaginar. Podemos vivir en esa dimensión dotada de gracia que constituye el estado de la no-forma, simplemente programando todo lo que necesitamos para experimentar la forma a través de un proceso de realización de uno mismo. Y al mismo tiempo, al haber aprendido alguna que otra lección sobre los traumas, no necesitamos continuar sufriéndolos en nuestras vidas.
En la etapa número uno nos encontrábamos con un diálogo que mantenía Krishnamurti con el hombre que tanto había padecido a raíz de la muerte de su esposa. Le sugiero que ahora echemos una ojeada al resto:
El sufrimiento siempre existirá a no ser que se comprendan las formas del ser que encierra uno mismo; y esas formas sólo se descubren mediante la acción que se establece en una relación.
- Pero mi relación ya ha llegado a su final.
Las relaciones nunca se acaban. Se puede poner punto final a una relación, a una determinada relación pero la relación nunca llega a su término.
Ser significa estar en relación y no hay nada que exista en el aislamiento. A pesar de que intentamos aislarnos a través de una determinada relación, debemos saber que dicho aislamiento sólo nos reportará dolor. El dolor es el proceso del aislamiento. ¿Puede la vida volver a ser lo que ha sido? ¿Puede repetirse la alegría que ayer sentimos?
El deseo de la repetición surge de la insatisfacción en el momento presente; si el hoy que nos toca vivir está vacío, tendemos a mirar hacia el pasado o el futuro.
Todos tenemos el suficiente poder mental para hacer de nuestro presente la más satisfactoria y feliz de nuestras experiencias. Y lo ponemos en práctica utilizando el pensamiento. La pérdida de determinada relación nos resulta insoportable cuando no estamos relacionados con nuestro propio ser. La magia de la sincronía se resume precisamente en este aspecto. Los traumas y obstáculos son los acontecimientos que nos llevan a la comprensión, al conocimiento del ser que en el fondo es uno mismo.
Los pensamientos salen al encuentro de otros pensamientos y de usted depende el convertirlos en forma o no. Cuanto más sintonice con la fuerza maravillosa que es su mente, confiando en usted mismo como fuente de pensamientos, más pronto empieza a desvanecerse el misterio, de forma lenta pero segura, y mucho más comprensible. Los acontecimientos que en un principio nos resultaban tan difíciles de imaginar no son más que pensamientos que se encuentran con otros pensamientos en un universo que es todo pensamiento en vibración. Sepa que a partir de ahora, cuando se halle en situaciones que antes le hubieran llevado a decir: "¡Vaya! ¡No puedo creer en el gran número de coincidencias que nos han conducido a esto!", se verá pronunciando frases como: "Tengo plena confianza en todo ello".
Permítame seguir compartiendo con usted todo lo que esto me ha representado.
He podido experimentar una serie de acontecimientos sincrónicos que algunas personas, ajenas a su comprensión, podrían calificar de milagros. En mi opinión son sencillamente el resultado de haber creído en la inteligencia universal que sostiene toda la forma y de haber permitido que se desarrollara en perfecta armonía. Así pues, cuando alguien me comenta por ejemplo: "Venga, Wayne; sea un poco más realista", suelo contestar: "Yo soy realista; por eso espero los milagros".
Cuando comencé a ver el pensamiento y la forma como una única cosa y a ser consciente de que yo mismo era un algo divino conectado con el pensamiento, caí en la cuenta de que el pensamiento era también algo que podía utilizar. Este hecho se me hizo muy evidente cuando empecé a meditar y en cierto modo a desprenderme de mi cuerpo durante ciertos períodos de tiempo. Experimenté el mundo del pensamiento sin tener que cargar con el peso de la forma. Una vez llegado a este punto comencé a experimentar el tremendo poder inherente a nuestra capacidad mental. Muy pronto me percaté de que los pensamientos son algo más que elementos sin forma y misteriosos que se hallan en nuestras cabezas. Me di cuenta de que el pensamiento es la esencia misma del universo. Es la energía, y todo lo que lo conforma. Tiene características vibratorias singulares, como las otras formas de energía, pero me resulta inalcanzable mediante los cinco sentidos. El sexto sentido se ha convertido en una nueva fuente de conocimiento para mí.
Permítame poner un ejemplo. Hace unos meses recibí una carta procedente de una iglesia de Monterrey (California), en la que me invitaban a sostener una charla con sus feligreses. La fotocopié y se la pasé a mi secretaria, la cual debía contactar con ellos para fijar los detalles. Al día siguiente mi secretaria me dijo que les había llamado varias veces y que nadie se había puesto al teléfono. Me resultaba extraño que en una iglesia nadie respondiera y por este motivo opté por efectuar la llamada yo mismo.
Una voz femenina y muy agradable descolgó el auricular y me dijo: "Hola, Wayne. ¿A qué se debe esta llamada por su parte?
Ayer hablé con su secretaria". Me sentí muy confundido. En el curso de la conversación me contó que ella trabajaba en la librería de la iglesia y que le encantaría escucharme en alguna conferencia. Yo le contesté que "casualmente" iba a visitar Monterrey el lunes (dos días más tarde) para dar una charla en el hotel Hyatt Regency, y luego pasar cinco días completamente aislado escribiendo un artículo. Añadiré que en Monterrey nadie lo sabía por el momento y que volvería a llamar durante la semana. Hice especial hincapié en el hecho de que no deseaba la cobertura de ningún medio de comunicación, pues pensaba dedicarme única y exclusivamente a escribir y a la investigación.
Acto seguido llamé a mi secretaria y le pregunté cómo era que nadie había contestado a sus llamadas. Me dijo que había confundido esa iglesia con una del sur de California.
Llegué a Monterrey el lunes, di mi conferencia y cuando me disponía a comenzar mis escritos, sonó el teléfono. Era una mujer que tenía un programa de radio de 3.00 a 4.00 de la tarde diariamente antes de los comentarios deportivos. En ese momento eran las 2.45 de la tarde y deseaba que fuera su invitado y me presentara en el estudio en una hora.
Le pregunté cómo se había enterado de mi presencia en la ciudad y me respondió que nueve meses atrás yo le había enviado, entre otras muchas cosas, un ejemplar de Los regalos de Eykis, que precisamente llevaba encima esa misma mañana cuando acudí a la librería de la iglesia. Y continuó: "Cuando me disponía a pagar mis compras la cajera vio el libro y me comentó que usted se hallaba en la ciudad, en el Hyatt Regency para completar unos escritos y llevar a cabo una investigación. Mi corazón empezó a latirme con más fuerza al considerar la posibilidad de contar con su presencia como invitado en mi programa. ¿Qué le parece si le recojo sobre las tres?".
Me encontraba entre la espada y la pared e intenté excusarme para no acudir. Sabía que si aceptaba perdería toda una tarde. No se me ocurrió nada más que: "Debería haberme avisado con cierta antelación. Estoy aquí de incógnito, y nadie lo sabía, a excepción de una señora dependienta en la librería de una iglesia. Y ahora me encuentro con su llamada. Me detuve unos segundos y acabé por decir: De acuerdo. Recójame a la entrada del hotel en unos veinte minutos".
Tras mi intervención en el programa de radio, volví al hotel, y de repente pensé que había llegado el momento de pasar por aquella librería, que se encontraba a unas pocas manzanas de allí, y de saludar a aquella dama con la que había hablado por teléfono. Al entrar, lo primero que me dijo fue: "Sabía que vendría. ¡Ah!, por cierto, el programa ha sido maravilloso. Y añadió: ¿Le importaría firmarme unos cuantos ejemplares de Los regalos de Eykis? Hemos recibido una serie de llamadas al respecto".
Cuando me dispuse a hacerlo, un hombre de un metro ochenta entró en la tienda con lágrimas en los ojos y preguntó:
"¿Dónde puedo conseguir un ejemplar de Los regalos de Eykis?
Debo leerlo de inmediato".
La mujer respondió sin dudarlo: "Mire, el autor se encuentra precisamente aquí. ¿Por qué no se acerca y le saluda?".
El hombre lo hizo y me abrazó con fuerza. Lloraba desconsoladamente y le pedí que me lo explicara.
"Me encuentro en un estado de depresión desde hace meses, y esta mañana decidí poner fin a mi vida. Hice todos los preparativos y me fui al parque con la radio a cuestas para escuchar desde allí los últimos comentarios sobre los partidos de béisbol. Cuando sintonicé con la emisora usted empezaba a hablar y me interesé por sus palabras, a las que cada vez presté más atención. Usted hablaba sobre vivir la vida al máximo y luchar siempre por ella. Le oí mencionar a Eykis y los milagros que nos regalaba. Por eso decidí leer el libro del que usted parecía tan enamorado, y comencé a considerar la idea de sentir agradecimiento por la vida. Y en estos momentos debo darle las gracias por todo lo que ha hecho por mí. Me ha salvado la vida."
Al salir de allí, me dirigí al coche, embargado por una profunda emoción. Pensaba en todos los acontecimientos que habían tenido que suceder para propiciar esa situación, que finalmente había llegado a buen término. El destino quiso que mi secretaria cometiese esa equivocación, que yo mismo efectuase esa llamada, que contactara con la mujer que informaría a otra mujer, una desconocida a la que yo había enviado un libro nueve meses atrás, de mi presencia en Monterrey. Se suponía también que debía acudir a esa emisora de radio, a pesar de mis deseos, y que un extraño debía sintonizar nuestro programa mientras esperaba una crónica deportiva. Finalmente yo debía sentir un deseo irrefrenable por conocer aquella mujer que era el lazo de unión de todo lo sucedido. ¿De qué se trata? ¿Son meras coincidencias? ¿O es el universo que funciona a la perfección y nos ofrece la oportunidad de tomar decisiones dentro de su perfección y complejidad? Una vez más sacaré a colación el paradójico comentario de Jung según el cual todos somos protagonistas de nuestras propias vidas y extras de un drama superior.
Me inclino por pensar que esta serie de acontecimientos forman parte del principio universal denominado sincronía, una colaboración con el destino, a través de la cual todos tenemos la opción de decidir nuestro futuro. No existe ningún principio científico que actualmente pueda explicar al hombre el porqué de dichos acontecimientos. Sin embargo, ninguna persona de las que ahora estén leyendo este párrafo será incapaz de relatar una historia que también se suma en el "misterio". Esta situación no es más que un encuentro de pensamientos que se actualizan en la forma. Si considero con cierta perspectiva todas las dudas que tuve respecto a mi asistencia a la emisora, me parecen totalmente insignificantes. Todo estaba ya preparado y la prueba es que así ocurrió. Se trata de una voluntad libre en un universo completo. Naturalmente, supone una gran paradoja, pero ¿qué no lo es cuando pensamos en tales cosas?
Hace varios años, en una ocasión me dirigí a casa en coche bajo un auténtico diluvio. La visibilidad a través de los cristales era prácticamente nula. Sin embargo, atisbé la figura de una mujer junto a un coche haciendo autoestop. Obedeciendo a un impulso me detuve y me ofrecí a llevarla. Al subir, me explicó que su coche se había estropeado en plena tormenta, y que necesitaba encontrar una cabina telefónica para solicitar ayuda.
Sin embargo, lo que hice fue llevarla a su casa.
Cuando intercambiamos nuestros nombres, Shirley exclamó sorprendida que dos de sus amigos le habían recomendado que hablara conmigo sobre una serie de cuestiones personales. De hecho, lo que le habían dicho es que nuestro encuentro iba a producirse muy pronto. La dejé en su piso, le regalé un ejemplar de Los regalos de Eykis, y le sugerí que llamara a mi esposa para charlar sobre el problema que tenía con la concepción de hijos. Mi mujer es una experta en la materia y yo presentía que si contactaba con ella podría surgir una gran amistad.
Unas semanas más tarde, Shirley vino a casa y nos trajo una cinta de video que me daría la pauta y la fuerza para investigar algunos de los principios básicos que hoy forman parte de mi vida. Y todo se debía a la "casualidad" de un encuentro bajo la lluvia.
Shirley mantuvo largas conversaciones con mi esposa sobre la gran importancia que tenía el poder visualizarse dando a luz a un bebé. Ella reafirmó que tenía capacidad para crear dicha situación, a pesar de no estar casada y tener treinta y ocho años de edad. Dos años más tarde recibimos la siguiente carta:
Queridos Marcie y Wayne: ¿Me recuerdan? ¿La chica que hacía autoestop en plena tormenta y que fue rescatada por un coche azul, conducido por una amable persona, cuyas cintas trajeron a colación el tema de mi salud?
Pues bien, aquí estoy de nuevo en Los Ángeles donde ya llevo casi dos años. Ahora me llamo Shirley Lorenzini puesto que me he casado. La vasectomía que se practicó mi marido ha podido hacerse reversible y estamos a punto de ser padres.
La vida es maravillosa. Incluyo en esta carta una fotografía de los dos después de la boda. Joe responde a todo lo que yo anhelaba. Muchísimas gracias por su convicción de que él aparecería en mi vida.
Wayne, me encantaría verle mencionado en mis textos y a menudo le cito en mis debates sobre la salud. La semana pasada conté la historia de nuestro encuentro bajo aquella lluvia torrencial.
Aquel incidente fue cosa de la providencia. Con frecuencia pienso en él para no olvidar el milagro de la esencia de la vida. ¿Fui yo misma al escuchar sus cintas la que propició el encuentro? ¿Sabía Dios que yo necesitaba un gran apoyo moral?
Y entonces, apareció usted, y Marcie con su paciencia y su amor, y sus ganas de escuchar todos mis sueños y fantasías, asegurándome que pronto me convertiría en una madre y esposa feliz.
Los dos son unos verdaderos ángeles.
Espero que en su próxima mágica aparición en Los Ángeles me llamen.
Un fuerte abrazo para los dos,
SHIRLEY
Me ha sucedido un gran número de cosas maravillosas como consecuencia de la ayuda que facilité a esa mujer en plena tormenta. Shirley se convirtió en un catalizador para mí, y nosotros dos también representamos lo mismo para ella, en su propia singladura. Mi vida dio un giro y algunas de las cosas que ella se vio obligada a traerme alteraron mi viaje espiritual de una manera que yo nunca hubiera imaginado. Por otra parte, se convirtió en una de nuestras mejores amigas y pudimos ayudarla a creer en su propio poder de creación y visualización, lo cual le permitió superar todas sus dificultades y temores y obtener aquello que deseaba con tanto fervor. ¿Cómo podemos llegar a saber que un pequeño incidente, en principio insignificante, puede cambiar el curso de nuestras vidas? La sincronía es fundamental para que todas esas fuerzas se reúnan y produzcan buenos resultados en nuestras vidas, pero para ello es necesario que digamos "sí" a la vida. Una respuesta negativa detiene el flujo de la energía. Por esta razón nosotros dos creemos firmemente en la importancia de una actitud positiva. Una respuesta en este sentido da paso a otra, no en una relación de causa y efecto, sino como continuación de la energía que se encuentra en cada uno de nosotros y en todas las cosas del universo. Usted, contando con su mente como fuente de pensamiento, que a su vez es fuente de energía, puede cambiar las cosas. Una respuesta negativa a ese conocimiento intuitivo detiene el flujo de energía y le paraliza. Pero una respuesta positiva, una decisión interna por la cual usted decide seguir el flujo de energía, le mantiene en ese camino maravilloso.
Como seres humanos somos la misma energía del pensamiento, la eterna conexión con la inteligencia divina que se halla dentro, delante y detrás de la forma. Nuestra disposición a pronunciar el sí en este sentido, para ser positivos, sin miedo a dar otro paso tras nuestra propia intuición (pensamientos), nos concede el poder para crear junto a esa inteligencia divina que constituye nuestra esencia universal. Podemos tomar decisiones en un universo completo y nuestra disposición para pronunciar el sí en la vida nos permitirá fluir con ella.
Las historias en torno a mi experiencia en Monterrey y nuestro encuentro "fortuito" con Shirley forman parte de una larga lista que podría extenderse a lo largo de muchas páginas. Hoy en día forman parte del tapiz de mi vida. Las veo porque creo en ellas, y cuanto más consciente soy de ello en mi interior, más practico mi convencimiento.
Hace unos meses estaba leyendo la fascinante novela La historia del invierno, de Mark Helprin. Al final el autor incluía un breve capítulo totalmente independiente de la historia relatada.
Por lo menos habré leído este capítulo titulado "Nada es por azar" unas cincuenta veces. Siempre me ha costado bastantes esfuerzos aceptar su contenido. En la actualidad sé que este principio se ajusta perfectamente a mi caso, y veo de este modo la única canción de la que formamos parte. Con el permiso del autor y del editor lo reproduzco a continuación:
Nada es por azar, ni nunca lo será, ya sea una serie de días en los que el cielo presente un azul inolvidable, los actos políticos más caóticos, el crecimiento de una gran ciudad, la estructura cristalina de una gema que nunca ha visto la luz, la distribución de riquezas, la hora en la que el lechero llama a nuestra puerta, la posición de un electrón, o el hecho de un crudo invierno tras otro que también lo ha sido. Incluso los electrones, que se supone son los modelos de lo imprevisible, son pequeñas, graciosas y dóciles criaturas que se desplazan a la velocidad de la luz a los puntos en donde deben estar. Producen sonidos comparables a leves silbidos que una vez aprendidos en múltiples combinaciones resultan tan agradables como el viento que sopla en un bosque. Por otro lado, siempre hacen lo que se les ordena, y de este hecho no hay ninguna duda.
Y sin embargo existe una maravillosa anarquía en la hora en que el lechero se levanta, el túnel que las ratas eligen para esconderse cuando el metro pasa y el punto en el que un copo de nieve va a caer. Pero ¿a qué se debe todo esto? Si nada es por azar y todo se encuentra predeterminado, ¿cómo se entiende la existencia de una libre voluntad? La respuesta es muy sencilla. Nada viene predeterminado, está determinado o lo estuvo, o bien lo estará. Todo sucede a la vez, en un preciso instante, y sin el invento del tiempo no podemos comprender con una única ojeada el enorme y detallado lienzo que nos han regalado. Y en consecuencia, lo examinamos linealmente, trozo a trozo. El tiempo, sin embargo, puede llegar a superarse si lo contemplamos desde la perspectiva que nos ofrece una observación a cierta distancia.
El universo está completo e inmóvil. Y todo lo que fue lo sigue siendo, y todo lo que será es, etcétera, y eso ocurre a pesar de sus múltiples combinaciones. Aunque al percibirlo nos imaginamos que se halla en movimiento y que aún está por terminar, no es así; está completo y es de una belleza exquisita. Al final, todo elemento, por pequeño que sea, se encuentra atado y conectado a los demás. Todos los ríos van a parar al mar; aquellos que se alejan son conducidos a él; los que se han perdido son redimidos; los muertos vuelven a la vida; los días radiantes continúan, inmóviles y accesibles, y cuando todo eso se percibe de una forma en la que el tiempo no importa, entonces la justicia hace acto de presencia no como algo que va a ser, sino como algo que ya es. ¿Hasta qué punto esta perspectiva puede diferir de la que usted ha mantenido a lo largo de su vida? ¿Cómo puede estar todo sincronizado si a simple vista advertimos una serie de hechos que parecen mero producto de la casualidad? Si usted desea ver cómo puede esto llegar a ser posible, le sugiero que se inicie en el fascinante estudio de la realidad del cuanto, con la lectura de Los maestros danzantes Wu Li de Gary Zukav, y El tao de la física de Fritjof Capra. Los dos libros ofrecen una visión de la nueva física y de la dificultad que tiene la ciencia para "aportar las pruebas necesarias" que se correspondan con la metafísica que yo defiendo. A continuación cito un pequeño pasaje de Los maestros danzantes Wu Li:
El sorprendente descubrimiento que aguarda a los recién llegados a la física consiste en que el desarrollo de la mecánica cuántica indica que las "partículas" subatómicas parecen tomar decisiones constantemente. Y aún hay más. Dichas decisiones parecen ser las mismas que las tomadas en otras zonas. Las partículas subatómicas parecen conocer de un modo inmediato las decisiones tomadas en otras partes, y esas partes pueden hallarse tan lejos como en otra galaxia… Las implicaciones filosóficas de la mecánica cuántica apuntan a que todas las cosas del universo (incluyéndonos a nosotros mismos) que parecen existir de modo independiente, son en realidad partes de un modelo orgánico que todo lo encierra, piezas que nunca llegan a separarse unas de otras.
En mi opinión esto no es más que un intento por parte del mundo científico para dar alcance a todo lo que los grandes maestros espirituales de todos los tiempos nos han ido desvelando. Las partículas subatómicas son tan diminutas que desafían nuestro entendimiento racional. Ellas (con usted incluido) son la esencia del universo, y no se comportan como Newton y otros científicos formularon. No necesitan concebir el tiempo como una variable entre uno y otro punto. Son en un mismo instante las dos partículas. O según expone el libro Los maestros danzantes Wu Li:
Una partícula puede comunicarse con otra que se encuentre a cierta distancia (con gritos, a través de una imagen televisiva, de unos gestos, etc.), pero el proceso dura un tiempo aunque sólo sean milésimas de segundo. Si las dos partículas se encuentran en galaxias diferentes, pueden tardar siglos en ponerse en contacto. Para que una partícula se dé cuenta de que va a establecerse una comunicación, debe encontrar a la otra partícula en el otro punto. Y naturalmente, si se encuentra allí no puede hallarse aquí. Si está en ambos sitios a la vez, entonces es que ya no se trata de una partícula. Esto significa que las partículas se relacionan unas con otras de una forma íntima y sistemática que coincide con nuestra definición de lo orgánico.
Así es, se trata de partículas subatómicas que se hallan en dos puntos a la vez y que ponen en evidencia todo conocimiento que nosotros podamos tener respecto a la naturaleza de nuestra existencia y la del universo. Tras leer sobre los nuevos descubrimientos en el terreno de la física y dudar sobre una serie de cuestiones, se pone de manifiesto que nuestros conocimientos previos carecen de toda validez. El hecho de que no podamos ver cómo se conecta todo, no significa que no lo esté.
Todo lo que conocemos sobre la vida no es más que una ilusión forjada por nosotros mismos a causa de nuestra limitada visión. Lo que en principio parecía un conjunto de objetos inanimados tales como las piedras, se convierte en algo que no solamente está tan vivo como nosotros sino que además se halla afectado por estímulos infinitesimales, al igual que le ocurre al ser humano. La distinción entre lo animado y lo inanimado no puede establecerse al penetrar en el mundo del cuanto e intentar determinar el lazo de unión de las partículas subatómicas, que por cierto tanto usted como el resto del universo contienen. La física y la metafísica defienden un modelo de universo que supera nuestra capacidad de comprensión. El mero hecho de que podamos observar algo mediante nuestros pensamientos tiene un efecto en lo que estamos examinando, aunque podamos llegar a pensar que nos hallamos a cierta distancia.
A lo largo de esta corta excursión por el mundo de la nueva física, descubrimos que dichas partículas subatómicas son tan diminutas, que si las comparamos con un edificio vacío de catorce plantas representando un átomo, su tamaño sería equivalente al de un gramo de sal. Y recuerde que una mirada a través de nuestro más potente microscopio revela millones de millones de esos edificios, por pequeño que sea el objeto observado. Una vez explicado este punto, la pregunta es: ¿Puede creer ahora en el concepto de la sincronía? Si su respuesta es negativa la cuestión entonces es: ¿Por qué? La esencia de nuestro universo desde la perspectiva de las partículas más minúsculas en el nivel subatómico sobre la infinitud del vacío parece estar compuesta de un modelo sistematizado y sincronizado del que todos formamos parte.
Todos somos una partícula subatómica, aquí y en todas partes, siempre conectados por ese modelo de inspiración y comportándonos como seres singulares y únicos; y sin embargo a un tiempo conectados con todas las otras cosas, al igual que las partículas subatómicas en un átomo, en una molécula, en una célula, en un ser, en un universo. Funciona de manera sincronizada y a la perfección, es decir, como nosotros. Las casualidades no tienen cabida. El estudio de la física cuántica revela que las partículas más minúsculas funcionan individualmente de forma perfecta y misteriosa, y siempre obran en concierto con el resto de las partículas cualquiera sea el lugar del universo, y en un mismo momento. No se necesita ningún intervalo de tiempo.
En consecuencia, se puede afirmar que no resulta difícil ver que nos hallamos sujetos a un mismo sistema, que formamos parte de esa coreografía que en principio parece imposible de sincronizar, y que cuando tomamos decisiones sobre la forma de llevar nuestras vidas, al mismo tiempo, y quiero recalcarlo de al mismo tiempo, también participamos en la consecución de la imagen más grande de todas, que ya está completa y es perfecta. Las casualidades y la intervención del azar quedan descartadas.
Piense en los ejemplos que le proporcioné con mi amiga Shirley Lorenzini y el hombre de la librería en Monterrey. Cada uno de los acontecimientos en los que me vi involucrado antes de que todo ocurriera fueron necesarios para que yo me encontrara conduciendo por la autopista en el momento preciso o para que entrara en la librería en el momento preciso. Si las cosas hubieran sido distintas, entonces también habría sido diferente y me habría encontrado en otra situación. Pero usted ahora ya sabe que sólo podía tener lugar lo que sucedió. Así, aunque yo pueda creer que tal vez hubieran variado mis circunstancias, lo cierto es que las cosas salieron como era de esperar y que no existe nada que lo ponga en duda.
Creer que tenemos poder de decisión sobre lo que está ocurriendo es una razón que cae por su propio peso. En la actualidad me doy cuenta de ambos contextos con una claridad absoluta, y sí que ninguno de ellos excluye al otro. A pesar de lo paradójico de la siguiente afirmación: "Todos estamos condenados a tomar decisiones", lo cierto es que esta es la realidad. Al igual que esas partículas subatómicas pueden hallarse en dos puntos a la vez y en perfecta conexión, también usted y yo podemos hacerlo. Por ejemplo, sé que siempre estoy tomando decisiones, y que cada una de ellas me conduce a otra, y también sé que en tanto no interfiera en el flujo de la energía voy por buen camino. Sé que cuando digo que sí a la vida, confío en mi intuición (que no soy capaz de definir) y me oriento hacia la consecución de la armonía y el amor para mí mismo y los demás, todo está equilibrado y es perfecto. También soy consciente de que tengo el poder para interponerme en el camino de la armonía actuando de forma discordante y agresiva. Mi capacidad de pensar me alinea en un universo de la misma forma que las partículas subatómicas lo hacen, aunque lo que observamos mediante nuestros sentidos nos induzca a creer que todo es obra del azar. Una visión más profunda y meditada de lo que sucede revela que nada ocurre por casualidad, incluyendo mi propio ser y todas mis decisiones.
A partir de ahora usted puede utilizar lo que le acabo de exponer en beneficio de su vida diaria. Una vez sabe que todo lo que se cruza en su camino, todo lo que usted piensa y siente, todo lo que hace, forma parte de la sincronía del universo y de ese mismo instante en el que usted vive, entonces no tiene otra alternativa que la de deshacerse de todas las trabas que afectan a su vida. Comprenderá que todos los pasos que da en su vida se hallan sincronizados. Podrá colocarse detrás de usted mismo, en su mente, y ver el camino que emprende su forma. No tendrá necesidad de sentirse agresivo ante nadie, y se convertirá en un ser mucho más receptivo ante todo lo que le rodea y todo lo que usted rodea. Puede poner fin a ese análisis infinito de todas las cosas, y en su lugar circular por la vida con mayor tranquilidad, sabiendo que la inteligencia divina que presta apoyo a su forma funciona a la perfección y que eso no cambiará. ¿De qué otro modo podría ser, si no? ¿Cómo se puede dejar de confiar en algo tan inmenso, tan equilibrado y tan perfecto, impidiendo así que continúe su camino hacia el infinito?
Tenga plena confianza en él. No olvide que todo funciona en perfecta armonía. Sepa que usted forma parte de esa perfección y que también participan de la misma sus actos, intuiciones, pensamientos y situaciones en las que se halla inmerso. Una vez acepte esta sincronización del universo, todas las coincidencias que parecían imposibles son admitidas con un asentimiento de la cabeza y un conocimiento interior, y no con una actitud de incredulidad.
Pero antes de conseguir que este principio funcione sin restricción alguna, debe eliminar sus viejas creencias. A continuación expongo una serie de razones que pueden dificultar la aplicación de ese principio en su vida. Examínelas atentamente para poner a prueba su voluntad con el fin de permitir que estos "milagros" formen parte de su vida en sincronía.
- Nos han enseñado a no creer en nada hasta no verlo con nuestros ojos. Al no poder ver la sincronía o experimentarla directamente a través de los sentidos, nos mostramos escépticos. La cultura occidental nos ha enseñado que todas las conexiones misteriosas no son más que acontecimientos guiados por el azar, y naturalmente a nosotros nos resulta más fácil creer en esta serie de coincidencias que en algo que escapa a nuestros sentidos.
- Creemos firmemente en nuestra independencia del resto de la humanidad, al igual que en nuestra individualidad. Entendemos la sincronía como una especie de conflicto con nuestra necesidad de ser individuos únicos, separados del resto de la humanidad. Si todas las cosas funcionan en sincronía y a la perfección, entonces es que el destino juega un papel importante en nuestras vidas. Y si todo se halla en manos del destino, entonces resulta que no tenemos capacidad de decisión ni sabemos ejercer nuestra libre voluntad. Un gran número de personas tienen grandes dificultades para aceptar el concepto de la libre voluntad y de una inteligencia superior en el universo, que es total y completo. Si creemos que un principio excluye a otro, entonces nos resistimos a dar la bienvenida al principio universal de la sincronía.
- La forma, y no el pensamiento, es el principio que rige nuestras vidas. Si nos identificamos únicamente con nuestra forma y somos incapaces de imaginar otra dimensión del ser más allá de nuestra forma, tendremos verdaderas dificultades si deseamos seguir el principio de la sincronía. El mundo que gira en torno al estado de la no-forma no nos satisface por completo, puesto que todo él parece centrarse en nuestra fe y casi en nada más. En el caso de quienes trabajan en el mundo de los negocios, el cual cuenta con los hechos y beneficios como eje central, el escepticismo sobre el principio de la sincronía no es únicamente comprensible sino también de lo más habitual. (Aunque la evidencia de la sincronía se hace mucho más patente día a día, incluso en los círculos académicos, científicos o empresariales.) Tal vez este principio de sincronía entre en conflicto con la educación que hemos recibido a nivel religioso. Si nos han enseñado que Dios todo lo protege, que sabe de nuestros pecados y que puede castigar a quienes desobedezcan las reglas de determinada institución religiosa, entonces no cabe la menor duda de que la creencia en una inteligencia universal resulta prácticamente imposible. Por otra parte, la idea de que todo se halla perfectamente sincronizado puede no congeniar con las creencias según las cuales el hombre es un ser imperfecto, y que como tal debe pasar la vida pagando por ese defecto. Si sabemos que nos encontramos en un universo perfecto y que Dios no sólo se encuentra fuera de nosotros sino que también es parte divina de nuestro interior, y que todo se halla unido en perfecta armonía, entonces no hay necesidad de ejercer ningún control sobre nosotros y nuestras vidas. Si nuestras prácticas religiosas nos enseñan algo más, entonces seguro que entraremos en conflicto con el principio de la sincronía.
Finalmente, resulta difícil de comprender la grandeza del universo y la forma que tiene de mantenerse en perfecta sincronización. Intente imaginarse el comportamiento de todas esas diminutas partículas subatómicas, que pueden llegar a miles de miles de millones en un solo punto, y luego dese cuenta de que todas ellas demuestran con su comportamiento que toman decisiones, y de que estas se basan en otra serie de decisiones a las que se ha llegado en alguna otra parte que supera nuestra capacidad de comprensión. Luego imagínese que cada uno de nosotros en calidad de ser humano no es más que un sistema energético, formado por todas esas partículas subatómicas, y piense que si ellas son capaces de producir "magia" de acuerdo con el comportamiento marcado en alguna otra parte, entonces no hay razón para que nosotros no podamos generarla. Y eso sólo constituye una mirada hacia lo que supuestamente es más minúsculo, teniendo en cuenta que nuestros aparatos de análisis nos limitan y restringen. Se puede entender, sin embargo, que una partícula subatómica contenga miles de miles de millones de otras partículas subatómicas hasta alcanzar el infinito. Si luego observamos a través del telescopio, a sabiendas de que el universo no tiene fronteras, lo cual nos convierte en partículas sub-sub-subatómicas en un contexto eterno e intentamos imaginarnos actuando como dichas partículas, entonces la experiencia es realmente extraordinaria.
No obstante, todo ello es posible, e incluso bastante probable, definitivo, si usted se concede el permiso para observar desde esta fabulosa perspectiva. Su resistencia puede proceder de la necesidad de permanecer apegado a las cosas que le resultan más familiares y de dejar la especulación a los demás.
- Dígase a sí mismo que no tiene por qué dejar de ser el protagonista de su propio drama en la vida. No tiene tampoco por qué dejar de creer en su capacidad de tomar decisiones y contar con una libre voluntad. Todo lo que debe hacer es aceptar la paradoja de que vivimos a un tiempo en la forma y en la no- forma, y que las reglas que rigen cada uno de estos estados son contrarias, aunque operen a la vez. Si es consciente de que posee una libre voluntad, entonces puede detener todos los pensamientos que le producen ansiedad en su vida.
Cuando note los primeros síntomas de ansiedad, recuerde que todo es perfecto, que usted no modifica para nada el curso de las cosas, y que todo lo que ocurre encierra una gran lección que podemos aprender. Saber que todo lo que sucede ocurre tal como esta previsto, que las casualidades no existen y que estamos donde debemos estar, haciendo lo que debemos hacer, nos libera de una tremenda presión y elimina nuestra necesidad de ser críticos y negativos.
Intente colocarse en la parte posterior de su mente y piense qué maravilloso es formar parte de este modelo viviente de perfección. Véalo como un magnífico tapiz en el que todo el mundo ocupa su lugar y déjese de especulaciones al respecto.
Con esto se sentirá revitalizado por el efecto de la energía procedente de alguien que está colaborando como extra en el sueño de Dios, y al mismo tiempo creando lo que usted desea que ocurra en ese sueño. Su respeto le permitirá dejarse llevar por él, en vez de criticarlo o enjuiciarlo.
- Responsabilícese de su papel dentro del gran drama en todo momento o circunstancia. No considere que ese aparente accidente es consecuencia de haber estado en el lugar equivocado a la hora menos conveniente. Considérelo como algo que ha aprendido y que usted ha creado. Si sabe que ha creado su propia realidad dentro de un universo perfectamente sincronizado, se negará a culpar a nadie o a nada por sus experiencias y será consciente de que lo que usted ofrece al mundo le es devuelto siguiendo un modelo energético perfecto.
Entonces comenzará a percatarse de que la "suerte" ha cambiado para usted. Dejará de considerar todo lo que le ocurre como una serie de accidentes negativos puesto que está deseoso por aprender la lección que aquellos acontecimientos encierran. Y una vez logre aprender de su "desgracia", no tendrá necesidad de volver a padecerla en su vida. Por ejemplo, cuando le pongan una multa de tráfico y usted sea consciente de que ello es un mensaje, una señal para que usted circule con mayor prudencia y a menor velocidad, entonces ya habrá aprendido la lección. Si por el contrario persiste en quejarse por todo, entonces se verá involucrado en situaciones mucho más comprometidas y radicales. Es decir, tal vez continúe conduciendo sin hacer caso de la advertencia hasta que cause un accidente, o le retiren el permiso de conducir, etc. Si comprende que las casualidades no existen, que incluso las partículas más diminutas funcionan según un propósito, al igual que usted, entonces usted podrá dar la vuelta a su vida. -¡Inténtelo! Concédase unos meses para hacerlo. Si quiere ser testigo de algo diferente, aunque sólo se trate de un cambio en su "suerte", comience a pensar en algo nuevo y le aseguro que pronto notará que en su vida se presenta todo aquello en lo que cree. Así es como funcionan las cosas en mi caso y no me cabe la menor duda de que a usted puede ocurrirle lo mismo. - ¡Deje de preocuparse! ¿De qué tiene que preocuparse en un universo perfectamente sincronizado? No tiene sentido que se preocupe de aquellas cuestiones sobre las que no tiene ningún control. Y tampoco tiene sentido que se preocupe de aquellas sobre las que sí tiene control, porque siendo así no existe razón para hacerlo. La moraleja de la historia se resume en una frase:
No hay nada de qué preocuparse. Ya se encargan de hacerlo por usted. Por consiguiente, déjese arrastrar por la corriente, en vez de ir en contra de ella.
- Tranquilice su mente para lograr experimentar el perfecto ritmo del universo. Cuando actúe guiado por su interior y se permita la libertad de estar en paz consigo mismo, sin críticas negativas, simplemente meditando y experimentando la unidad formada por todo el conjunto, muy pronto comenzará a conectar con esa energía a la que me he referido a lo largo de este libro.
Ese estado en el que la mente se encuentra sumida en la tranquilidad le irá convenciendo progresivamente de la perfección de todo el conjunto.
En los momentos de meditación he creado lo que algunos denominan milagros. He penetrado en esa increíble luz que forma parte de mi meditación, y me he sentido convertido en pensamiento puro, aunque he continuado siendo consciente de mi cuerpo. Cuando vuelvo a esta forma es como si me hubiera recargado con una energía increíble. Conozco la dimensión que se halla más allá de la forma, porque soy capaz de experimentarla a mi voluntad, y ahora le invito a que aparte toda resistencia a esa noción y que sencillamente se dé una oportunidad. Si es paciente consigo mismo y está dispuesto a todo, entonces puedo asegurarle que obtendrá buenos resultados. No es casualidad que las personas espirituales más iluminadas hayan practicado o practiquen algún tipo de excursión diaria hacia la transformación o la meditación. Seguramente usted también puede darse cuenta de que es lo suficientemente divino para participar en esta práctica magnífica, si durante unos cuantos minutos al día está dispuesto a dejar de identificarse única y exclusivamente con la forma.
- Eche una ojeada a las tres etapas que llevan a la iluminación y pregúntese en cuál se encuentra usted. Si se halla en la número uno, y todavía necesita que el tiempo transcurra para descubrir la gran lección que todos sus problemas encierran, entonces intente buscar la parte positiva de los problemas en el preciso momento en que los enfrente. Esto significa que debe eliminar por unos momentos la rabia y la frustración que le invaden, y cambiar de actitud: "De acuerdo. Yo mismo me lo he buscado, aunque no sé cómo. ¿Qué puedo aprender de él?". Este ejercicio le impedirá concentrarse en lo que le falta o lo que va mal, y volverá a encaminarle hacia su objetivo.
Si se halla en la etapa número dos, buscando esa lección que se le va desvelando, intente colocarla fuera de su mente e imaginar mentalmente sus consecuencias, y posteriormente pruebe a eliminar la necesidad de que se manifieste en la forma, porque es justamente allí donde el sufrimiento tiene lugar.
Detenga el trauma que puede causarle un problema mediante el uso de su mente y déjese llevar por sus instintos sobre cómo hacerlo, pues usted ya conoce los resultados que puede obtener si persiste en seguir como hasta entonces y sabe que no necesita llegar hasta el fondo.
Si se encuentra en la etapa número tres, y está capacitado para superar o evitar los traumas, o por lo menos restarles importancia enfrentándose a ellos mentalmente, entonces no dude en ayudar a quienes le rodean a que consigan ese mismo objetivo. Comparta ese gran regalo con los demás y permítales que contemplen la belleza que un ser transformado posee.
- Deseche la idea de que los conectores invisibles no son reales. Ya le he descrito algunos de los conectores que funcionan a diario en su vida. Una vez se conciencie de que los pensamientos no sólo conectan pensamientos sino también la forma, y de que todo sin excepción en nuestro universo es energía vibratoria, podrá comprender la sincronización y la perfección de todo el conjunto. Desde este punto de vista interior, puede empezar a trabajar en la posibilidad de crear acontecimientos y situaciones sincrónicas aplicables a usted.
Puede utilizar el gran poder de su mente para centrarse en la salud, en el fortalecimiento de sus relaciones y en el mantenimiento de un mayor equilibrio o armonía interior. Todo puede lograrlo al centrarse en lo que desea crear, y teniendo la convicción de que puede conseguirlo mediante la inteligencia que da soporte a su forma. Pero ante todo no debe olvidar que su capacidad de ser pensamiento es el vehículo que le conducirá a la transformación de su vida. Mediante el pensamiento y sólo el pensamiento podrá lograr esos milagros de los que tanto usted ha huido.
- Confíe en su intuición o en esa "corazonada" de su interior.
Ese conocimiento intuitivo constituye su conciencia superior en acción, y si la ignora, entonces está volviendo al tema de siempre, a todo aquello que le han enseñado a lo largo de la vida.
Si por el contrario confía plenamente en esa intuición porque considera que es la única forma de avanzar, entonces dese cuenta de que este proceso responde a cualquier análisis lógico de la cuestión que usted pudiera realizar fríamente.
Una intuitiva corazonada interior es un pensamiento. Es algo divino. Es usted y usted es ella. Confíe en ella. Es su sistema operativo básico, humano y divino que se halla siempre en situación de alerta. Si le produce algún temor o sencillamente prefiere que otra persona tome esta decisión, entonces estará impidiendo el buen funcionamiento del sistema y enseñándose a sí mismo a ignorarlo. No tardará mucho el momento en que el sistema alerta del pensamiento y la intuición deje de funcionar, y usted entonces comience a funcionar en la vida siguiendo los deseos y peticiones de los demás.
Cuando usted juega un partido de tenis, no se detiene en ningún instante con el pretexto de meditar la jugada apropiada.
Su forma responde al mismo tiempo que sus pensamientos.
Cuanto más permita que esto ocurra, mayor eficacia caracterizará sus actos. Responda automáticamente según su intuición y confíe en la sincronía de todo este perfecto universo que fluye por usted.
- Recuerde que el "análisis" es un acto intelectual violento, que desmenuza el pensamiento y esculpe la forma del universo.
Cuando usted tiene que dividir algo en múltiples pedazos, lo que en realidad está haciendo es utilizar su mente para formar una serie de todos. Es un acto de violencia, pues le impide contemplar el todo y sólo le concentra en el proceso divisorio. Se está prestando a sí mismo un mal servicio puesto que se está esculpiendo de un modo metafísico, al igual que da forma a sus relaciones, a sus actividades más comunes. Sólo está intentando hallar el significado que se oculta tras cada pieza que compone su comportamiento.
- Recuerde que la "síntesis" es lo contrario del "análisis".
Usted tiene la oportunidad de pasar del análisis a la síntesis y al mismo tiempo de la violencia intelectual a la armonía intelectual.
Sintetizar significa reunir todo el conjunto y ver cómo cada pieza ocupa su lugar. Usted puede observar y darse cuenta de su comportamiento y del de los demás mediante su relación con el universo, buscar la manera de alcanzar y aproximarse a un todo mucho más centrado, y en concomitancia, unirse en armonía con los que forman al Ser Humano. Es muy común en la cultura occidental detenernos a analizar y pensar en nosotros mismos, ignorando al resto de seres que nos rodean, e incluso compartimentarnos por sectores: la personalidad, las emociones, los pensamientos, la forma, el estado físico, la herencia cultural, etc. Para superar la barrera que forma la violencia intelectual que nos impide contemplar el todo perfecto y en sincronía, podemos adoptar el proceso de la síntesis, por el cual nos veremos todos conectados, los unos con los otros, y a la vez sirviendo de conectores. También podemos dejar de pensar en lo que nos afecta y pasar a un nuevo plano, actuando desde la perspectiva de servir a los demás.
Intento saber cómo nos hallamos conectados cuando leo, observo y actúo. Me niego a considerarme enemigo de nadie, a pesar de lo que los políticos actuales digan. Pienso de un modo global en todos mis objetivos intelectuales. Sé que un mundo que gasta 25 millones de dólares en armas cada minuto y que permite que mueran cuarenta niños en el tiempo de un minuto, es un mundo que dedica demasiada energía intelectual en dar forma y esculpir el planeta y tiene demasiado empeño en demostrar lo diferentes que todos podemos ser. También sé que puedo resistir la tentación de creer que alguien en nuestro planeta se halla separado y es distinto a mí. Cada vez que veo a otros seres humanos, de otro color u otras creencias, de otros parajes, sé que comparto algo con ellos. Ellos son conscientes de lo que significa ser humano, pasar hambre, querer a los niños, digerir la comida, tener retortijones de estómago, pensar, etc. Todos lo sabemos y lo compartimos. Cuanto más pensemos en la síntesis y menos en las vías del análisis, más probabilidades tendremos de reunir todo en un conjunto. Y naturalmente mayores posibilidades tendremos de acabar con la obsesión de enfatizar lo que nos separa.
Recuerde cada día cuando se despierte, mire al mundo y contemple los millones de millones de flores que brotan, que todo es producto de Dios, el cual no ha tenido necesidad de usar fuerza alguna. Todo está ya realizado en perfecta síntesis.
Y hablando de flores, no hace mucho me contaron a historia de un ramo de flores que resultó ser muy especial.
Una pareja de Nueva Jersey tenía un invernadero junto a su casa, el cual estaba repleto de flores, incluso de narcisos, muy difíciles de cultivar en invernadero.
Una tarde de enero la pareja salió de casa para acudir a su ensayo en la orquesta de aficionados en una población cercana a la suya. Pensaron que no sería mala idea llevarse un ramo de narcisos para regalarlo a sus compañeros y amigos y engalanar el local con brillantes colores naranja, amarillo y rojo y así añadir un poco de calor a esa fría velada de invierno.
Cuando llegaron a la ciudad, el marido tomó un camino poco frecuente que discurría junto al río. Nevaba y la zona parecía deshabitada a excepción de un pequeño punto en el que se distinguía la figura de una mujer que caminaba sola. La reconocieron, era la madre de su primer vecino. Detuvieron el vehículo para preguntarle si deseaba que la llevaran a algún sitio.
Parecía un poco confusa, pero finalmente les dijo hacia dónde se dirigía y allí la condujeron. Cuando se bajó del coche le regalaron el ramo de flores.
Al cabo de unos tres días recibieron una nota procedente de aquella señora, en la que les agradecía su ofrecimiento, las flores, y les decía lo mucho que ese gesto había significado para ella. Añadía que toda su vida había sido enfermera, hasta su jubilación. No quería ser una carga para su familia y por eso se proponía arrojarse al río, a menos que Dios le enviara alguna señal de que todavía la necesitaba en la tierra. Ese ramo de flores le había salvado la vida. ¿Cuántas "casualidades" tuvieron relación con este incidente? Si esa pareja no hubiera pensado en llevar las flores, si el marido no hubiera conducido por una carretera intransitada, si no se hubieran detenido junto a la anciana en el momento en que se aproximaba al río y si ella no hubiera entendido el ramo de flores como una señal celestial, se hubiera arrojado a las aguas y su familia se hubiera quedado sin la satisfacción y la felicidad de cuidarla.
Permítame finalizar este capítulo con una última historia. Me sucedió en febrero de 1959, cuando yo contaba diecinueve años de edad.
Una tarde fría me encontraba haciendo autoestop para dirigirme a casa desde la estación naval y aérea del Río Patuxent en el parque Lexington (Maryland). Mi hermano iba a visitarnos y yo tendría la oportunidad de verlo al cabo de casi dos años. Había llegado a un punto muy solitario y aislado junto a una autopista en mitad de Pensilvania. La temperatura debía de andar por los treinta grados bajo cero y el viento soplaba con tanta intensidad que sólo podía hacer autoestop cada diez minutos, protegiéndome de esas inclemencias como podía. Eran las tres de la madrugada y vi pasar a un marinero que venía de calentarse un poco en la gasolinera. Era demasiado oscuro para ver nada, pero como los dos íbamos de uniforme cruzamos unas palabras:
- Tenga cuidado, amigo -me advirtió el marinero- Aquí fuera el frío es tan intenso que te puedes congelar sin darte cuenta.
- Gracias -le respondí- Agradezco su interés.
Y así terminó nuestra breve conversación. Volví a probar suerte, pero la fortuna no me sonrió. Tras permanecer quince minutos en la autopista me dirigí a la gasolinera para entrar en calor. Cuando entré vi de nuevo al marinero, que había regresado. Esta vez pude fijarme muy bien en él. Se trataba de mi propio hermano que volvía a casa desde Norfolk (Virginia) para estar con todos nosotros. ¿Cuántos imponderables debieron producirse para que ambos nos reuniéramos en mitad de ninguna parte, nos habláramos en la oscuridad y compartiéramos las mismas circunstancias? No pretendo dar respuesta a esta pregunta, pero sé que las casualidades no existen en un mundo sincronizado que funciona a la perfección. Tal como ya he venido repitiendo en numerosas ocasiones, usted únicamente logrará ver aquello en lo que cree.