CAPÍTULO 5

La botella y el tapón

Cuando los muchachos se dirigían a la casita de la señora Towne, iban sonriendo. La propiedad de Dingo resultaba aún más embarullada que el día anterior… por diversas razones. Los policías estaban por todas partes sin nada que hacer. Los escasos cazadores de tesoros pegaban coléricos puntapiés a las botellas, gruñendo por haber sido engañados, aunque no sabían cómo.

En la casita, la señora Towne le ordenó a Billy que sacara unas coca-colas para los chicos, y Roger Callow sonrió.

—Tal vez os extrañe, amigos —exclamó el abogado—, pero todos estamos perplejos. ¡La gente está enfadada! Cualquiera diría que le hemos robado.

—Oh, Júpiter ya no está perplejo —saltó Pete.

—¡Ya lo dije! —gritó Billy viniendo de la despensa—. ¡Sabía que lo solucionaría todo!

—¿Ya sabéis dónde están las joyas? —inquirió Callow.

—No —denegó Júpiter—, pero creo haber hallado la clave de las adivinanzas… o al menos, parte de la clave. Señora Towne, ¿conocía el viejo Dingo a algún policía de manera íntima?

—No, Dios mío —exclamó la mujer—. ¡Odiaba a todos los policías!

—¿Un policía? —repitió el abogado—. ¿Cómo concuerda un policía con la botella, el bilabón y las peras?

Los muchachos se tomaron las coca-colas en tanto Júpiter explicaba lo de la jerga rimada.

—Nunca había oído tal cosa —confesó Roger Callow—. ¿Y tú, Nelly?

—No, pero no soy australiana ni inglesa —alegó la señora Towne—. Tal vez lo sepan Winifred y Cecil. Ellos sí son ingleses.

—Lo dudo —decidió Júpiter—. No se asociarían con los «cockneys».

—El señor Fondillo y el abuelito hablaban a veces de una forma muy graciosa —informó Billy—. ¡Seguro que Júpiter lo ha solucionado!

—Yo también lo creo —declaró Júpiter. A continuación sacó su copia del testamento—. Analicemos las adivinanzas. Primero:

Donde vive el perro salvaje,

la botella y el tapón

marcan el camino al bilabón.

—Donde vive el perro salvaje no es jerga, sino simplemente donde vivía el viejo Dingo, su propiedad. Los libros dicen que «la botella y el tapón» indican un policía. Un «bilabón» es un arroyo o un embalse en australiano. De modo que la primera adivinanza nos ordena venir aquí hallar un policía que conozca cierto arroyo o embalse.

—¡Nelly! —exclamó el abogado—, ¡tú tienes que conocer a algún policía, amigo del abuelo!

—Oh, no, Roger —casi gimió la joven. Dingo odiaba a los policías…

—Pues tiene que haber uno, pero sigamos —propuso Júpiter.

Sobre las manzanas y las peras, a su abrigo,

la dama de la estola corre desde un amigo.

—Bien —continuó el primer investigador—, «manzanas y peras son escaleras». Pero aún ignoramos qué significa «la dama de la estola». Y «corre desde un amigo» no parece una rima; debe ser otra clase de pista.

—O sea que la adivinanza —resumió Bob— nos dice, que cerca de un arroyo o embalse mencionado en la primera adivinanza, hallaremos unas escaleras, y encima, por sí mismo, algo que rima con «la dama de la estola», la cual da la pista de un amigo.

—Pero no es fácil —masculló Pete.

—Hay que seguir las pistas una a una —declaró Júpiter—. Tal vez no se trate de un amigo, pero el «correr desde un amigo» puede conducirnos a la siguiente adivinanza:

A la décima bola mortal, tú y yo nos veremos

nuestra jeta al frente y nos reiremos.

Júpiter frunció el ceño.

—Cada una es más difícil que la anterior —confesó—. Todavía no he podido averiguar qué es «la bola mortal». Además, «tú y yo veremos nuestra jeta al frente», no puede ser una rima. Luego, la cuarta adivinanza todavía no me aclara nada:

La víctima de un hombre es una res colgada,

sigue, pues, la nariz bien afilada.

—Si existe alguna rima para esto, no la encuentro.

—Lo de la jeta resulta imposible para mí —dijo la señora Towne. Luego, agregó—: A no ser que sea la rima de una seta… Un bosque donde crezcan setas…

—Podría ser —concedió Júpiter.

—Pero Dingo dijo «nuestra jeta», y no «la jeta o una jeta» —objetó Bob—. Y en la cuarta adivinanza, ¿por qué dijo «la nariz» en lugar de «nuestra nariz»?

—No lo sé, archivos —admitió Júpiter—. Pero sé que existe un motivo. Bien, pasemos a la quinta adivinanza:

Donde el hombre compra la rata y la raposa,

sal si puedes en esta cosa.

—«Rata y raposa» es la jerga rimada de «esposa», pero Dingo puso «compra una esposa». ¿Podría esto ser australiano, señora Towne? ¿Compraban los colonos australianos las esposas a Inglaterra en aquellos tiempos?

—En cierto modo, sí, Júpiter —asintió la joven—. Muchos barcos cargados con mujeres fueron enviados a Australia, para que los colonos eligieran esposa.

—Bien —asintió Júpiter—, esto concuerda en cierto modo, y «sal si puedes» tal vez signifique rehuir el matrimonio. Aunque no tiene mucho sentido. Bueno, la sexta adivinanza dice:

En la vieja ligera de la bordelar reina

sé listo y natural y el premio será real.

—«La vieja ligera» es una «litera» —procedió a explicar Júpiter—, y «bordelar» parece un verdadero enigma. De todos modos, esta última adivinanza parece indicar que encontraremos las joyas en la litera, o sea la cama, de una reina.

—Quizá bordelar es el nombre de un reino… —sugirió el pequeño Billy.

—Sí, como el reino de Jauja, ¿verdad? —rió Pete.

—Bueno, los cuentos a veces proceden de leyendas y las leyendas de la realidad —replicó mohíno el niño.

—¿Qué reina? —preguntó el abogado—. ¿Qué cama? Tal vez en un museo…

—Es posible —asintió Júpiter—, pero por ahora no tenemos aún que preocuparnos por la última adivinanza. Estoy convencido de que no podemos hallar la solución a una pista sin antes haber resuelto las anteriores.

—O sea que primero tenemos que encontrar «la botella y el tapón» —se animó Bob—, cuya persona conoce la existencia de un arroyo o un embalse… un «bilabón».

—Tal vez al viejo Dingo —sugirió Pete— le gustase nadar en algún sitio especial, una piscina, o pescar, o…

—¡Pescar! —le interrumpió Billy—. ¡Mamita, abuelito iba pescar en el parque del condado cerca de la casita del comisario López!

—¿Comisario del sheriff del condado? —exclamó Bob—: ¡Un policía! ¡Un policía del condado!

—Claro —afirmó Roger Callow—. ¡Junto a la estación del parque!

De pronto, Pete susurró:

—¡Jupe! ¡En la calle!

Todos miraron en la dirección indicada y vieron a un individuo apoyado en un coche azul, bajo unos árboles. ¡Un verdadero gigante!

—Otro buscador de botellas —supuso Roger Callow.

—Tal vez —asintió Júpiter con inquietud.

Acto seguido contó lo del hombre que habían visto delante del «Patio Salvaje».

Roger Callow fue hacia la puerta.

—¡Será mejor investigar un poco!

Los muchachos vieron cómo el abogado iba directamente hacia la calle. El gigante, de pronto, penetró en el coche y arrancó. El abogado regresó.

—Un mirón, estoy seguro —sonrió—. Han venido aquí por docenas.

Los Investigadores fueron en busca de sus bicicletas. Billy les siguió.

—¡Yo también quiero ir con vosotros!

—¡Oh, no, Billy Towne! —le riñó la madre.

—No podemos solucionar un caso —gruñó Pete— y vigilar al mismo tiempo a un niño.

—¿Quién es un niño? —se indignó Billy—. ¡Trágate ahora mismo estas palabras!

—Billy, entorpecerías nuestra labor —decidió Júpiter.

El pequeño penetró en la casita, chillando.

—¡Ya os demostraré quién soy yo!

Antes de subir a la bicicleta, Júpiter se tocó el bolsillo para asegurarse de que llevaba su «walkie-talkie».

—Bueno, creo que ahora empezamos a pisar terreno firme —exclamó—: ¡Adelante, compañeros!

Ya en la calle torcieron a la izquierda, alejándose de la población, camino de la entrada del parque. Al lado derecho había una zona arbolada a la que seguía un centro comercial de cierta importancia. A la izquierda se extendía el Jardín Botánico, una zona cuidadosamente vigilada, con plantas y árboles muy raros y de gran valor. Detrás del jardín se elevaba el parque del condado en una serie de lomas, por la falda de las montañas costeras. Desde la calle donde se hallaba la propiedad del viejo Dingo, una carretera serpenteaba por entre el jardín y el parque hasta la zona residencial que se alzaba cerca de la costa.

Los investigadores se internaron por el camino del parque, pedaleando con afán. A sus espaldas oyeron el motor de un auto que aceleraba. Pete miró hacia atrás y soltó un grito. ¡El coche estaba casi encima de ellos! ¡Y no parecía deseoso de dar un rodeo para evitarles!

—¡A la cuneta! —chilló Pete, encaminando su bicicleta a una zanja lateral.

Como un bólido pasó un coche deportivo de color rojo, rozando la bicicleta de Bob, haciéndole volcar. El muchacho saltó ágilmente del vehículo y fue a aterrizar a la zanja. Pete miró hacia el coche que desaparecía a lo lejos, divisó una cara que reía burlonamente, y volvió a gritar:

—¡Era Skinny Morris! ¡Quería atropellarnos por haberle engañado anoche!

—Skinny jamás aprenderá modales —murmuró Júpiter, ayudando a Bob a salir de la zanja, y comprobando que no tenía nada roto—. Skinny siempre llega demasiado lejos, lo cual le torna peligroso. Tendremos que estar atentos a sus manejos.

Los muchachos continuaron por la carretera hasta encontrar la comisaría. No había nadie. Pasearon por el Jardín Botánico, y miraron por todas partes. De pronto, Bob señaló al frente.

—¡Mirad hacia aquellos árboles! ¡Y el embalse!

¡Un huracán parecía haber destrozado el jardín! Los manzanos y los perales que crecían en torno al embalse estaban descortezados, tronchados. Había gran cantidad de ramaje en el suelo y dentro del embalse. Usualmente, había varias docenas de patos y gansos en el agua, pero en aquel momento no había una sola ave a la vista.

Evitando los agujeros y hoyos excavados en el suelo, los muchachos dieron varias vueltas por el sector destruido.

—Por lo visto, han venido por aquí otros buscadores de tesoros —concluyó Pete.

Se inclinó a coger una rama.

—¡Eh, vosotros tres! —gritó una colérica voz—. ¡No os mováis!

Los tres dieron media vuelta. Detrás de ellos, un individuo con uniforme de sheriff, rostro cetrino y mirada iracunda, les contemplaba con furia.

—¡Quedáis arrestados!