ESCENA SEGUNDA

MAX está fuera, frente al dormitorio de los chicos, con Betty, su amante, bonita y mucho más joven que él.

max (señalando el regalo): Vamos, ábrelo.

betty: No tenías que haberlo hecho.

max: No me digas lo que he de hacer y lo que no.

betty: Mi cumpleaños no es hasta dentro de tres semanas.

max: Esto es un extra.

betty (tras abrir el paquete): ¡Oh, es precioso!

max: Un Benrus... lo mejor que hay en el mercado.

betty: Es elegantísimo.

max: Y mira la cinta... catorce quilates. Auténtico.

betty: ¡Qué caro será!

max: Eso no te importa. (La abraza.)

betty (juguetona, forcejea con él): Me mimas demasiado.

max (tonteando con ella): ¿Estás pidiendo guerra?

betty (riendo, le empuja): ¡Qué fuerte eres!

max: Que no se te olvide.

betty: Un besito. (Se besan. Max se la queda mirando con gratitud.)

max: Dios mío, Betty... Eres como un soplo de aire fresco.

betty: Y tú eres igual que un niño pequeño.

max: Cuando estoy contigo. Porque, si oyeras a Enid, sólo valgo ya para el asilo. No puede soportar que yo sea más joven que ella.

betty (mirándole a los ojos): Tienes unos ojos preciosos. Parecen canicas.

max: Venga, dame otro beso, corazón.

(Betty le besa, pero esta vez como ausente, pensando en otra cosa.)

betty: ¿Y qué hay de aquello, Max?

max: ¿De qué?

betty: Del viaje a Florida.

max: Lo haremos.

betty: ¿Cuándo? Haces muchas promesas, pero luego, nada de nada.

max: Antes he de resolver unos cuantos detalles. ¿De qué demonios vamos a vivir, del aire?

betty: Yo podría trabajar.

max: Ya no sé qué hacer. Nada me sale bien. Si apuesto por los Red Sox, quedan segundos. Si apuesto por Rocky Graziano, pierde frente a un desgraciado como Harold Greene. Estoy hasta el cuello de deudas con esos malditos usureros.

betty: Max, si caes en las garras de esa gente, ya no te librarás en la vida.

max: A mí me lo vas a decir. Me deslomo sirviendo mesas para pagar los plazos, pero los intereses se acumulan. Como quieras hacerte el listo o no puedas pagar, te parten las piernas. (Señala la pistola.) ¿Para qué demonios crees que llevo esto?

betty: ¿Y darían contigo en Florida?

max: Tal vez. No lo sé. Sólo faltaría que me pescasen intentando huir de aquí. ¿Qué te preocupa a ti ahora? ¡Ya tengo bastante con las preocupaciones de mi mujer!

betty: Estoy preocupada porque me cuentas mentiras.

max: ¿Que miento, yo?

betty: Primero dices que nos vamos a Florida para empezar de nuevo, y luego todo son excusas.

max: Espera a que salga mi número de la suerte.

betty: Desde que te conozco, siempre repites lo mismo.

max: Pues saldrá. Y, cuando salga, verás qué fajo de billetes.

betty: No me líes.

max: Sé muy bien lo que hago. Créeme, los números se me dan bien. Se me han dado bien toda la vida. Últimamente, no he tenido suerte, es verdad. He jugado al 485 tres meses seguidos, y nada. Me harté y lo dejé correr... y aquella noche salió. No me arranqué todos los pelos de milagro.

betty: No sé por qué salgo con un hombre casado.

max: No digas eso. Estoy loco por ti, y no me importa que todos se enteren. Nos vamos a ir juntos, y punto. (Le coge las manos.)

betty: Tal vez estés más unido a tu familia de lo que piensas. Llevas mucho tiempo casado, Max... y tienes dos hijos.

max (con expresión culpable): No me vengas otra vez con esa historia de «tienes dos hijos». Crees que estoy atado y no me iré. (La muchacha ha tocado un punto sensible.) Pues ya se las compondrán sin mí. Los chicos tienen que crecer, aprenderán a andar solitos por el mundo. (Exasperado.) ¡Ya está bien, qué demonios! También uno tiene derecho a pensar en su vida alguna vez. No hay que pensar siempre en los demás, por el amor de Dios... Oye, niña, ¿sabes qué? Voy a jugar ahora por tu cumpleaños... el 325... Te garantizo que va a ser mi número de la suerte.

(Betty le coge las manos. Se besan, mientras las luces se desvanecen.)