ESCENA PRIMERA

EN la oscuridad, brilla la luz de una bombilla. Su leve resplandor permite distinguir a un muchacho, Paul, que está ensayando unos juegos de ilusionismo. La bombilla, en efecto, se ha materializado en la punta de sus dedos y está iluminada por alguna fuerza mágica. No está enroscada en portalámparas alguno, ni enchufada en la pared. Flota misteriosamente en el aire y, en un momento dado, Paul la hace pasar por un pequeño aro, para demostrar que no va unida a cable alguno.

Paul tiene unos dieciséis años, es desgarbado y torpe. Terriblemente tímido, hasta extremos enfermizos, nunca levanta la vista, tartamudea siempre, se refugia en su cuarto para practicar, como luego veremos.

La bombilla vuelve a los dedos de Paul. Se apaga.

Se encienden ahora las luces, de arriba abajo, y la escena muestra ahora una casa de apartamentos en un barrio pobre de Brooklyn. Es un viejo edificio de ladrillos oscuros, rectangular y sin la menor pretensión de estilo. A su alrededor se alzan múltiples bloques de viviendas similares. Tristes, sin sol, albergan familias modestas, algunas de las cuales han conseguido con métodos variopintos aceptar su prosaica desesperación, pero otras no han sido tan afortunadas.

A medida que baja la luz, vemos en el entresuelo el apartamento de los Pollack. Un apartamento que respira desesperanza y abandono. Los muebles están gastados y las paredes necesitan una mano de pintura. Y no es que el apartamento esté sucio, no se pudo evitar que se ajara demasiado aprisa.

El apartamento de los Pollack da a un siniestro patio de ladrillos y a la parte trasera de los edificios circundantes, y produce la sensación de que se halla en el fondo de un pozo.

El apartamento consta de una sala de estar, dos dormitorios y una cocina minúscula. El alquiler cuesta treinta dólares al mes. Al encenderse las luces de la sala de estar, vemos a Steve, el hermano de trece años de Paul, que cierra silenciosamente la puerta del dormitorio de sus padres. Luego recoge su chaqueta del sofá. Cuando se dispone a salir por la puerta de la calle, entra Enid, su madre, con la bolsa de la compra.

En el dormitorio de los chicos, separado de los restantes aposentos, Paul practica sus trucos de prestidigitación.

enid (deja la bolsa encima de la mesa): ¿Adonde vas?

steve: Fuera...

enid: ¿Fuera para qué? ¿Vas a armar otro incendio?

steve (enfurruñado): ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? La culpa no fue mía.

enid: Siempre tienes una excusa. ¿Has hecho los deberes?

steve: La profesora no nos ha puesto.

enid: No digas mentiras.

steve (tira la chaqueta al sofá): Los haré después. ¿Te importa?

enid: Los vas a hacer ahora mismo. Como oyes. Ésta es precisamente la causa de que seas un pésimo estudiante. No eres estúpido, pero no te da la gana de aplicarte. (Cuelga su chaqueta detrás de la puerta.) Siempre dejas los deberes para lo último. El resultado es suspenso en historia, suspenso en aritmética... No te muerdas las uñas... (Coge el contenido de la bolsa y lo va colocando encima del mostrador de la cocina.) Y un cero en higiene personal, que es lo que más vergüenza me da.

steve: ¿Tengo que oír este rollo todos los días?

enid: Y no armes incendios.

steve (pone un pie en el sofá para agarrar un tebeo): Estábamos asando patatas.

enid: ¿Y para asar patatas hay que llenar una botella de gasolina?

steve: Dios mío, pensar que estaba a punto de salir cuando llegaste...

enid: Tiene razón la señorita Reilly: «No es que sea tonto, es perezoso». Y siendo perezoso no se va a ninguna parte. ¿Tienes hambre?

steve: Acabo de comerme un donut.

enid: ¿Un donut? Un donut es pura grasa. ¿Has visto alguna vez un coche por dentro? Pues un donut es igual. Rezuma grasa por todas partes. Imagínate lo que eso significa para tu metabolismo.

steve: Pues me gustan los donuts. ¿Te importa?

enid: Te haré medio sándwich, Aja, he encontrado chicle hinchable. (Busca en el bolso.) Hernish es la única confitería donde hay. Y no me preguntes lo que vale... ocho centavos carga ese ladrón, que no hace más que mercado negro. Créeme, ahora que se ha terminado la guerra, recibirá su merecido. (Le tiende a Steve una pastilla de chicle.) Toma, porque eres un sol. (Va al cuarto donde está Paul practicando y abre la puerta.) Vamos, Paul. (Se vuelve y se dirige a la cocina.) No vendría mal que tú también te alimentaras un poco.

paul: Estoy practicando.

enid (saca de la nevera pan, mayonesa y queso boloñés): Pues tómate un descanso de cinco minutos. Si dedicaras una décima parte de ese tiempo a tus deberes... Eres peor que tu hermano, porque él no es un genio, pero tú, sí.

(Paul sale al living durante esta frase.)

paul (va hacia la mesa de la cocina): H-hazme caso, no... no soy tan l-listo como p-pretendes.

enid: No te tengas en tan poco, por favor. Es lo peor que una persona puede hacer. Un cociente intelectual de 148 significa genio.

paul: Pero yo sólo tenía s-seis años cuando... (Se sienta a la mesa.)

enid (empieza a preparar el sándwich): El cociente intelectual de una persona no cambia. No es cuestión de acumular. Es cuestión de inteligencia innata. Mírame a mí. He leído pocos libros, pero no soy ninguna estúpida.

steve (levanta la vista del tebeo): Dios nos asista...

enid (mira a Steve con seriedad): Pero no te va a servir de nada tener 148, ni 158, si no pones de tu parte. La prueba la tenéis en vuestro padre.

steve: Siempre estás repitiendo el mismo disco.

enid: Creedme, chicos, no sabéis de la misa la mitad. Quiero ahorraros los detalles penosos porque sois jóvenes. Algún día... algún día quizás os daréis cuenta de toda la verdad... (Termina el sándwich, lo parte en dos con un cuchillo y da una parte a cada chico. Luego se sirve un vaso de vino.)

steve (sin levantar la vista del tebeo): No quiero oír más.

enid (llena el vaso): Ya sé que no. Sólo quieres oír cosas agradables. Quieres tener dinero para derrocharlo con esos golfos de la esquina. (Bebe.) Pues fíjate bien cómo vivimos... mira qué barrio... Canarsie, menudo basurero... Gracias a Dios que mi padre no está vivo para verlo... (Toma otro trago.)

steve: Mi amigo Red dice que la Mafia está instalada aquí.

enid (vuelve a la mesa con dos vasos vacíos): Será únicamente para enterrar a la gente a la que matan... luego se irán a su casa en algún barrio como Dios manda. ¿Ha llamado mi hermana Lena? (Llena los dos vasos de leche para los chicos.)

steve: ¿Lena la hiena? No.

(Paul da un mordisco a su sándwich.)

enid: No seas descarado. Mi hermana no será una gran belleza, pero es inteligente.

steve: Es una hiena.

enid: De perfil dará un poco de miedo, pero sus facciones son bonitas... ¿No ha llamado?

steve: No.

enid (ve un trozo de yeso en el suelo, se inclina para recogerlo): Mirad eso, por el amor de Dios... yeso... las cañerías... esta casa se está cayendo a pedazos.

(Max su marido, sale del dormitorio. Es un hombre de cincuenta y un años, que aparenta muchos menos de los que tiene. Luce una chillona camisa de sport, que en otro tiempo considerarían elegante en la mercería barata de la vecindad. Parece un gánster de poca monta. Deja la chaqueta en el respaldo del sofá, para ajustarse la correa de la funda de una pistola.)

max (con chistosa malicia juvenil): La que se está cayendo a pedazos eres tú, si te interesa mi opinión.

enid (con amargura): Vaya sorpresa. Mira quién anda todavía por casa. Son las cuatro y media. ¿No tenías que haberte ido hace rato?

steve: No empieces a meterte con él.

max: Bien dicho, hijo.

enid: Ocúpate de tus asuntos, Steve.

steve: Eres un auténtico latazo.

enid (mirando la pistola): Fijaos en él. ¡Te dije que sacaras eso de esta casa!

max: A mí, tú no me mandas.

enid: Hay cantidad de gente que trabaja por la noche y no necesita pistola.

(Paul da otro mordisco al sándwich.)

max: Vuelvo a casa a las tres de la madrugada y los metros van llenos de gente rara.

enid: Lo que quieres es que te crean un hombre duro.

max (sacando unos billetes del bolsillo): Eso no te importa.

enid (arroja el yeso al cubo que hay debajo del fregadero): Tiene que impresionar a sus amigos gánsters.

max (echa unos billetes encima de la mesita del café): Toma... toma. Y para el disco. (Va hacia el hornillo y se sirve un poco de café.)

enid (coge el dinero y lo cuenta): ¿Qué es esto?

max: A ti, ¿qué te parece?

enid: ¿Y eso es todo lo que me das? ¿Cuatro dólares? (Tira el dinero sobre la mesita.)

max: Las propinas se dieron mal ayer.

enid: ¡No quiero cuatro dólares, ni quiero mentiras!

max: El negocio va mal. ¡Mal de veras! Créeme.

enid: Cuatro dólares... Eso significa veinticinco dólares a la semana. Vas cada vez a peor, no a mejor.

max: Ahí tienes mis propinas. Tómalas o déjalas.

enid: No puedo pagar las cuentas, Max... ¿No lo comprendes?

max: No hay clientes. El tiempo está fatal.

enid: ¡Eres un embustero! Sacas más de cuatro dólares la noche en propinas. ¿En qué lo gastas? ¿Crees que no lo sé?

max: No te pongas en plan Gestapo conmigo. No tengo más dinero. Cuando lo tenga, te lo daré.

enid: Pero sí tienes para comprarte bonitas camisas de sport... (Palpa la camisa con desprecio.)

max: Quita esas manos.

enid: ¿Para qué os vestiréis de ese modo? Como si con eso engañarais a alguien.

max (mirándose la manga de la camisa): ¡Maldita sea! ¡Me has manchado de mayonesa! (Va al fregadero para limpiarla.) ¡Te mataría! ¡Mira eso! ¡No se va! No me vuelvas a poner las manos encima.

(Enid se dirige a los chicos, mientras guarda el dinero en el bolsillo del suéter y mete los ingredientes del sándwich en la nevera.)

enid: ¿Os dais cuenta de lo importante que es ser algo? Ahí tenéis la respuesta en carne y hueso. Un camarero en un antro infecto, que trabaja sólo por las propinas y se viste como un personaje para impresionar a sus amigotes, y perder el tiempo a todas horas apostando en estúpidas partidas de billar.

max (se sienta ante la mesa de la cocina): Pues no te veo muerta de hambre.

enid: Porque me deslomo para ganar unos dólares que nos mantengan a flote, para que tú puedas vagabundear y fingir que tienes treinta años, no cincuenta.

(Paul se dirige a su cuarto con lentitud y la mayor discreción.)

max: A ti lo que te gustaría es verme en un asilo.

enid (se acerca a la mesa con la cafetera): ¿Expulsaste la piedra del riñón?

max: No.

enid (le sirve café): Pues haz que te la quiten. Yo te acompañaré.

max: Ya saldrá.

enid: Y mientras ¿qué? ¿Vale la pena tener dolores todas las noches?

(Paul cierra la puerta.)

max: Ya te lo he dicho, no quiero ir a ningún hospital.

(Enid vuelve a poner la cafetera en el hornillo y empieza a guardar la compra.)

steve (intenta coger la pistola de Max): ¿Puedo verla?

max (con furia, aparta a Steve de un empujón): ¡Quita esas manos!

steve: ¡Ey! ¡Sin avasallar!

(Paul practica en su cuarto con las bolas de billar.)

max (arrepentido, le da a Steve una moneda de diez centavos): Hala, cómprate un tebeo.

steve (decepcionado): ¡Diez centavos!

max: ¿Y qué diablos esperabas? Me robas las monedas del pantalón mientras duermo.

steve: No es verdad.

max: Ya lo creo que sí. (Juguetón, como un niño.) Lo sé, porque duermo con un ojo abierto. Lo hago muy bien.

enid (refiriéndose a Paul): Ya sabe que juegas sobre seguro.

max (burlón): Sí, claro. Es un genio, es un genio... no oigo otra cosa todo el tiempo. Entretanto es incapaz de aprobar una asignatura. Hace novillos... (Levanta la voz para que le oiga Paul, que se detiene.) Ya sé que haces novillos. No engañas a nadie. Genio. Y no me digas que voy sobre seguro. Me gustan las dos cosas igual.

(Suena el teléfono. Max se sobresalta. Enid contesta.)

enid: ¿Diga? ¿Diga?... ¿Diga?

steve: Lo mismo que ayer. Han colgado.

max (parpadea): A lo mejor son ladrones, que quieren saber si hay alguien en casa.

enid (cuelga): No me hagas reír, so asno. La cosa está muy clara. El teléfono suena y tú te vas. No engañas a nadie... (Max coge la americana.) ¡Mira, se marcha! ¡Ésa es la señal! ¡Siempre es igual, desde que andas con esos golfos!

max (sonriente): Tengo que ver a un hombre para hablar de un caballo.

enid: Esto no puede seguir así, Max. No lo permitiré.

max (mientras sale por la puerta): Díselo al genio. Quizás él pueda ganar un millón para ti. Yo no puedo. (Sale.)

steve (a Enid, que ha ido a la cocina para beber un trago): Ahora no te pongas a beber, porque no quiero volver a oír ese rollo de que no debiste criticarle tanto.

enid (vuelve a la mesa con un vaso): No seas descarado. He confesado mis errores, ¿no? (Se sienta.) El pobre tenía madera para ser algo. (Steve va al sofá y coge la chaqueta.) ¡Paul! No te has acabado el sándwich.

paul (desde su cuarto): Estoy p-practicando.

enid (a Steve, que se dirige hacia la puerta): Steve, ¿adonde vas? Estábamos hablando.

steve (en el umbral de la puerta): Déjame en paz. Me voy de esta ratonera. (Sale.)

enid (sola): Y no te creas que no sé adonde vas, Max. No pienses que vas a engañarme. Créeme, lo sé todo. (Bebe un trago, mientras las luces se apagan.)