Sin duda la ciencia-ficción goza, en la actualidad, de un período de nostalgia, en compañía del cine, la televisión y la mayoría de los otros medios de entretenimiento. Si consideramos que las respectivas historias siguen un curso coincidente, entonces quizá no nos resulte tan sorprendente. La industria cinematográfica, por ejemplo, surgió de los escarceos experimentales de la década de 1890, se consolidó durante la era del cine mudo y floreció al entrar en la época del sonoro, en 1926. Asimismo, en el mes de enero de 1926, John Logie Baird realizó una demostración con todo éxito de su rudimentario, pero sin embargo efectivo, sistema de televisión. Y fue en abril de 1926 que el editor norteamericano Hugo Gernsback lanzó la publicación pionera del género de ciencia-ficción «Amazing Stories». Al cabo de cincuenta años, «Amazing Stories» sigue existiendo. Con un editor diferente, con un editor distinto, con otro formato y, lo que es más notable, ofreciendo un estilo y una forma de ciencia-ficción de un carácter muy diferente también. La publicación ha visto cómo el género pasaba por dos booms, una Depresión casi fatal, una guerra mundial, el nacimiento de la Era Nuclear, el descenso del hombre en la Luna y durante su curso la ciencia-ficción ha madurado al evolucionar desde los cuentos de científicos megalómanos, enloquecidos con sus inventos destructores del mundo, hasta las sesudas extrapolaciones de las tendencias actuales en poner de relieve los posibles efectos en las sociedades del futuro. Y durante ese medio siglo, el campo de batalla donde los escritores han expuesto sus puntos de vista acerca de los efectos de la ciencia en la humanidad lo han constituido, en su mayor parte, las publicaciones especializadas mismas. Calumniadas y denigradas, ellas han sido con propiedad el telón de fondo de la ciencia-ficción, ofreciendo la oportunidad de aprender su oficio a escritores como Isaac Asimov, Robert Heinlein, Arthur Clarke y John Wyndham. El presente volumen se ocupa de diez turbulentos años: desde abril de 1936 hasta marzo de 1946. Se inicia cuando Norteamérica se estaba recobrando de la Depresión y concluye cuando el mundo se recuperaba de la guerra. En el campo de la ciencia-ficción, ése fue uno de los períodos más fructíferos, que presenció las primeras apariciones de escritores de la talla de Asimov, Heinlein, Theodore Sturgeon, A. E. van Vogt, Lester del Rey, L. Sprague de Camp y muchos más. Para ofrecer una muestra de la producción de estos años, he elegido diez narraciones, una de cada uno de dichos años. En las páginas siguientes el lector encontrará los autores más famosos codeándose con los olvidados. Incluyen una temprana colaboración de Eric Frank Russell, Seeker of Tomorrow (El buscador del mañana), un cuento calificado de clásico muchas veces pero que, no obstante ello, ¡jamás ha sido reimpreso hasta la fecha! Hay también una narración de Stanley G. Weinbaum, injustamente olvidada; una torva lección del maestro de los guionistas de los filmes de horror, Robert Bloch, además de otras siete fascinantes historias que nos recuerdan la variedad y vastedad de temas que nos ha ofrecido la ciencia-ficción. Por un momento, permita el lector que este libro sea su máquina del tiempo, propulsada por su imaginación. Trasládese a los días en que las revistas de aventuras conservaban el cetro de la popularidad, cuando el mundo de la ciencia-ficción se encontró de pronto sin la presencia de Hugo Gernsback, si bien ya alboreaban los tiempos felices de John W. Campbell. Feliz viaje… Mike ASHley Junio de 1975



Introducción: El auge de la ciencia ficción


1. La historia hasta aquí…


En 1936, la proliferación de revistas de aventuras en los quioscos callejeros difícilmente habría pasado inadvertida al observador más distraído. Debido a la mala calidad del papel en que se imprimían, se las llamaba vulgarmente «pulps», y los llamativos colores de sus tapas atraían la vista del ciudadano caviloso dondequiera que se aventurara. Si bien se las encontraba en Gran Bretaña, constituían, en conjunto, un fenómeno norteamericano, y sus editores se concentraban principalmente en la ciudad de Nueva York. La primera publicación verdaderamente «pulp» fue «The Argosy», editada por Frank A. Munsey, que vio la luz en 1882 como un «pulcro» semanario juvenil, pero con el número de octubre de 1896 se convirtió en «pulp». Contenía un amplio espectro de literatura de imaginación: narraciones del Oeste, históricas, de misterio, policiales y no en menor medida científicas. Munsey agregó otros títulos a su grupo, siendo las más destacadas, entre dichas publicaciones, «All-Story», «Cavalier» y «Munsey's». Gradualmente, las revistas de Munsey empezaron a incluir cada vez más narraciones de ciencia-ficción; el verdadero furor se produjo con la publicación de Under the Moons of Mars (Bajo las lunas de Marte), de Edgar Rice Burroughs, que apareció en forma de serie en «All-Story» de febrero a julio de 1912. Burroughs siguió con más aventuras de John Carter y Dejah Thoris, así como con las de Tarzán, que comenzaron en el número de octubre de 1912. A partir de entonces la ciencia-ficción ocupó un lugar destacado en las publicaciones periódicas. Los competidores más importantes de Munsey fueron Street Smith, la primera firma en este campo que publicó una revista especializada: «Detective Story», en 1915. (Hasta aquel entonces, sólo una publicación periódica para niños, la «Frank Reade Library», se había especializado en algún género, es decir, en las historias de «invención». Con frecuencia se le cita como la primera publicación de ciencia-ficción, que era una serie presentada en rústica.) Street Smith continuaron experimentando y mantuvieron una revista de ciencia-ficción casi olvidada, en el formato de «The Thrill Book», de la cual aparecieron dieciséis números durante 1919. Aunque contenía mucha literatura de ciencia-ficción, también publicaba una considerable proporción de otros géneros. Mientras tanto, prosperaban las publicaciones de detectives: en 1920 se produjo el nacimiento de la legendaria «Black Mask», y en 1922, el editor Jacob Henneberger lanzó «Detective Tales». A continuación la hizo acompañar por «Weird Tales», cuyo primer número apareció en marzo de 1923, Había nacido la primera publicación de literatura fantástica. «Weird Tales» no era una revista de ciencia-ficción, pero publicaba más material de este género del que su nombre implica. Lamentablemente, no tuvo un éxito instantáneo y casi murió al cabo de un año. Sin embargo, Henneberger tenía fe en la publicación, y llegó a un acuerdo con la Popular Fiction Company de Chicago, empresa que continuó editándola con Farnsworth Wright como director. A partir de aquel momento fue creciendo una leyenda. Si bien Alemania y Rusia pueden reclamar con justicia la prioridad en el campo de la ciencia-ficción, la primera publicación periódica íntegramente dedicada al género en lengua inglesa apareció por fin en abril de 1926: «Amazing Stories». Su director-editor, Hugo Gernsback, alimentaba el ideal de que se podía enseñar ciencias mediante la literatura de imaginación, y «Amazing Stories» era meramente un apéndice de los periódicos científicos que había publicado desde el año 1908, y que contenían regularmente narraciones de ciencia-ficción desde 1911. El número de agosto de 1923 de «Science Invention» fue especialmente dedicado a la «fantaciencia», y Gernsback planeaba proseguir con ello mediante una publicación del mismo nombre. Pero el proyecto fue archivado durante casi tres años antes de que «Amazing» apareciera en los quioscos. El éxito fue inmediato. Habiéndose iniciado con material reeditado, gradualmente empezó a publicar cada vez más narraciones inéditas y el año 1928 fue testigo de la aparición de un considerable número de nuevos talentos. Entre los nuevos nombres figuran los de David H. Keller, Stanton A. Coblentz, Jack Williamson y E. E. Smith. Ese mismo año publicó una revista complementaria, «Quarterly», siguiendo el éxito alcanzado por un «Annual» de 1927. En 1929, Gernsback fue llevado al campo de la administración judicial, y «Amazing» y el «Quarterly» pasaron a manos de un nuevo editor (con el director gerente de Gernsback, T. O'Conor Sloane, a cargo). Gernsback se esforzó en regresar al campo editorial, constituyó una nueva empresa y lanzó «Science Wonder Stories», «Air Wonder Stories», «Wonder Stories Quarterly» y «Scientific Detective Monthly». La última de las nombradas desapareció después de haberse publicado diez números, y las dos primeras se fundieron en«Wonder Stories» durante el año 1930. Ese mismo año vio aparecer una publicación completamente nueva, «Astounding Stories», de la cadena editorial de revistas de William Clayton. Ni «Amazing» ni «Wonder» eran en rigor revistas «pulp», aunque posteriormente adquirieron ese carácter, Inicialmente tenían un formato mayor, 21 x 27 cm, en comparación con el tamaño estándar de los «pulp», 17,5 x 25 cm. El papel era de una calidad ligeramente superior. Tenían los bordes recortados, un verdadero deleite, pues era imposible hojear una revista «pulp» sin quedar cubierto de una capa de confetti. «Astounding Stories», no obstante, era una sincera revista de aventuras carente de la pretensión de enseñar ciencias por medio de la literatura de imaginación, Su director, Harry Bates, buscaba aventuras y las encontró. «Astounding Stories» prosperó. En 1933 Estados Unidos soportó la peor depresión de todos los tiempos. Muchos editores y publicaciones zozobraron; la ciencia-ficción no se salvó de la marejada. «Astounding Stories» falleció en marzo sólo para renacer en octubre, ahora en manos de Street Smith, quienes pusieron a F, Orlin Tremaine como director. Astuto como era, Tremaine instituyó una política de publicar material original que tuviera impacto -«variantes imaginativas»-, que recibió amplia respuesta de parte de un grupo de escritores que incluía a John Russell Fearn, Nathan Schachner, Donald Wandrei, Murray Leinster y Jack Williamson. Para no dejarse eclipsar, Charles Hornig, el novel director de diecisiete años de «Wonder Stories», anunció su «flamante política» y publicó la excelente prosa de imaginación de Edmond Hamilton, Alan Connell, M. M, Kaplan y, sobre todo, de Stanley G. Weinbaum. «Astounding» no tardó en copar el mejor material de Weinbaum, el cual es recordado con profunda nostalgia, y se ha reeditado con frecuencia. Sólo «Amazing» quedó rezagada en esta lucha por la originalidad, pero eso era lo que podía esperarse de su director de ochenta y dos años. Número tras número, «Amazing» fue cayendo en un estado de agonía y se mantuvo con vida sólo merced a la lealtad de sus lectores. A comienzos de 1936, Gernsback, sorpresivamente, anunció que retiraba «Wonder Stories» de los canales de distribución a quioscos. A partir de entonces, solamente podía ser adquirido mediante suscripción, y solicitó a los lectores que prestaran su apoyo a este sistema. Para su gran decepción, éstos no lo hicieron. Al cabo de diez años exactos desde que Gernsback lanzara «Amazing», apareció el que debería ser el último número de «Wonder Stories», y Gernsback abandonó la escena, dejando a Tremaine y «Astounding» reinando soberanos en el campo.



2. La calma que precede la tormenta


Sigamos a un fanático de la ciencia-ficción norteamericano mientras se acerca al quiosco de su localidad, un día cualquiera del mes de abril de 1936, ¿Qué encontrará en él? Puesto que la mayoría de las publicaciones aparecían el mes anterior al de la fecha que figuraba en la cubierta, el número de mayo de 1936 de «Astounding Stories» estaría aguardándole. A un costo de sólo veinte centavos, sus 160 páginas incluían el comienzo de una nueva serie, The Comzteers de Jack Williamson (la ansiosamente esperada secuela de su epopeya La legión del espacio), y el final de ¡Spawn of Eterna! Thought (Engendro del pensamiento eterno) de Eando Binder. Estaba John Russell Fearn con su inspirada continuación de Mathematica, Mathematica Plus; y Eliminación del brillante autor «novel» Don A. Stuart. Narraciones de Frank Belknap Long, D. D. Sharp, Raymond Z. Gallun y Clifton B. Kruse redondeaban su contenido. Nuestro hipotético aficionado hubiera saboreado este número con deleite. ¿Qué otra cosa le habría llamado la atención? Como sea que «Amazing Stories» aparecía ahora cada dos meses, en el quiosco aún se exhibiría el número de abril, su edición conmemorativa del décimo aniversario. Ello, sin embargo, no se anunciaba en la cubierta, en la que Leo Morey representaba una escena de Labyrinth, la novena de la serie del profesor Jameson, por Neil R. Jones. Una serie tan popular que seguramente atraía a los compradores aun cuando «Amazing» costaba veinticinco centavos, cinco centavos más que «Astounding», a pesar de tener sólo 144 páginas (dieciséis menos que su rival). Además de Labyrinth contenía la última parte de la intrigante novela de Joe Skidmore, The Maelstrom of Atlantis (El remolino de Atlantis), y la original narración de Isaac Nathason, A Modern Co-medy of Space (Una comedia moderna del espacio). Por otra parte el único autor de nota era Edmond Hamilton con Intelligence Undying (Inteligencia imperecedera), Hamilton, uno de los más destacados autores del género, había colaborado con frecuencia en «Amazing» desde 1928, aunque hizo su primera aparición en «Weird Tales» dos años antes. Si Jones no hubiera asegurado la venta de este número, Hamilton lo habría hecho. Pero, ¿qué más? Este examen habría agotado las revistas de ciencia-ficción. Sin embargo, en mayo de 1936, podía conseguirse «Weird Tales», con la deslumbrante ilustración de la cubierta, obra de Margaret Brundage, para The Devil's Double (El doble del diablo) de Paul Ernst. Pero ello no era un motivo para desalentar a nuestros lectores, puesto que una mirada al índice les habría revelado nombres muy familiares: Edmond Hamilton con Child of the Winds (Hijo de los vientos), Jack Williamson y la segunda parte de su serie The Ruler of Fate (El príncipe del destino), Manly Wade Wellman y The Horror Undying (El horror imperecedero). Wellman había aparecido en muchas revistas de ciencia-ficción y era un colaborador habitual de «Weird». Un punto importante a favor de dicho número lo constituía la reedición del clásico de Donald Wandrei The Red Brain (El cerebro rojo), correspondiente al número de octubre de 1927, uno de los mejores ejemplos de ciencia-ficción publicado en «Weird». También estaban presentes Robert Bloch, August Derleth y Seabury Quinn. Tres ejemplares a un costo de setenta y cinco centavos constituirían todo lo que nuestro aficionado estaría dispuesto a adquirir, pero quizá continuaría hojeando otras publicaciones. Entonces habría encontrado los últimos números de «Thrilling Mystery», «Doc Savage», «The Spider», «Horror Stories», «Terror Tales», «Dime Mystery Magazine», el primero de «Dr. Yen Sin», «Operator # 5», «Spicy Mystery Stories» y «The Shadow» entre la superabundancia de publicaciones «pulp», todas con sus ejemplos de fantasía mediocre y de baja calidad. Poco incentivo encontraría nuestro lector de ciencia-ficción para comprarlas, de modo que emprendería felizmente el regreso a su casa con las tres revistas bajo el brazo. Dentro de unos pocos años volveremos a encontrarle. El campo de la ciencia-ficción jamás dejó de ofrecer menos de dos títulos desde 1927, y en verdad nunca más lo haría. Con tantos editores de revistas «pulp» resulta sorprendente que sólo dos de ellos experimentaran en esa dirección, Teck Publications, que manejaba «Amazing», tenía su sede en Chicago y oficinas editoriales en Nueva York. Street Smith, que además de «Astounding» publicaban una considerable cantidad de publicaciones, incluyendo «Doc Savage» y «The Spider», residían en Nueva York. Éstos se contaban entre los más antiguos editores de revistas de la ciudad, cuya existencia se remontaba a 1855, En el otro extremo, Standard Magazines era la más joven de las editoriales, fundada en 1932 por Ned Pines, quien prácticamente acababa de graduarse en el college. Pines había fundado una cadena de publicaciones periódicas especializadas en el género de aventuras, que fue conocida como el grupo «Thrilling» por cuanto todos los nombres de las revistas empezaban con esta palabra: «Thrilling Mystery», «Thrilling Adventure», «Thrilling Detective». El jefe de redacción de esta cadena era Leo Margulies, que en otros tiempos había trabajado en la editorial de Munsey, por cuyo motivo se relacionó con muchos autores de renombre. Al ser nuevo en la actividad, Pines necesitaba a su lado alguien de la talla de Margulies, y éste resultó de un valor incalculable. Ahora, a la edad de treinta y seis años, percibía el sueldo más alto en su categoría. Después de la desilusión sufrida por Gernsback al fracasar el sistema de suscripciones para mantener «Wonder Stories», el famoso editor recurrió a Pines y Margulies. El resultado fue que la Standard le compró «Wonder» y la lanzó al mercado con el nombre de «Thrilling Wonder Stories» en agosto de 1936. En cuanto a formato, poco había cambiado. Contenía las mismas secciones: la ScienceFiction League, la columna de cartas al director, «The Reader Speaks», «Science Questions and Answers» y «Test Your Science Knowledge». Pero por lo que se refiere a la literatura de imaginación, la diferencia era evidente. Los temas científicos se habían reducido al mínimo y se había dado mayor énfasis a la acción. En la Standard seguían la política de que las revistas fuesen dirigidas por un equipo de tres personas, pero Margulies hizo una excepción en el caso de «Wonder», Acababa de incorporarse a la empresa Mortimer Weisinger que, juntamente con Julius Schwartz, había estado al frente de la agencia literaria Solar Sales Service. Weisinger colaboraba desinteresadamente en la dirección de «Wonder», con el criterio de que las narraciones estuviesen al nivel de los lectores más jóvenes, puesto que «Astounding» ya captaba la atención de los adultos. A un precio de quince centavos era la publicación más económica del mercado, al alcance del bolsillo del público adolescente. La primera cubierta representaba una escena de The Land Where Time Stood Still (La tierra donde se detuvo el tiempo) de Arthur Leo Zagat, en la que aparecía una criatura con ojos de insecto que luchaba junto a un ser humano contra unos guerreros del pasado. Posteriormente, ese tipo de cubiertas caracterizaron a la revista. Zagat había aparecido en «Wonder» ya por el año 1930 en colaboración con Nathan Schachner, pero en realidad no era un típico escritor de «Wonder». Tampoco lo era Ray Cummings, cuya narración Blood of the Moon (Sangre de la Luna) constituía el relato de fondo. Y además colaboraban Paul Ernst y Otis Adelbert Kline, nombres familiares para los fanáticos de la ciencia-ficción, pero no a través de «Wonder». En realidad, los únicos autores presentes en ese número del mes de agosto de 1936, que habían colaborado con cierta regularidad en «Wonder», eran Eando Binder y Stanley G, Weinbaum, y ellos también escribían para otras publicaciones. Eando Binder era el seudónimo bajo el cual se escudaban los hermanos Earl y Otto Binder. En 1936, Earl escribía cada vez menos, y el nombre lo utilizaba Otto solo, como en The Hormone Menace (La amenaza hormonal) de ese número. Weinbaum había muerto trágicamente de cáncer en diciembre de 1935, y su súbita desaparición le convirtió en una leyenda. La aparición de su nombre en la revista aseguraba una fructífera venta. Aquí también figuraba Abraham Merritt con The Drone Man (El hombre zángano), un cuento corto que había aparecido previamente en la publicación para aficionados «Fantasy Magazine», con la que estuvo asociado Weisinger. Quizá lo más sorprendente del nuevo número fue Zarnak, una historieta seriada cuya acción sucedía en el año 2936 después de Cristo. Era obra de Max Plaisted, que resultó ser el seudónimo de Otto Binder, en colaboración con su otro hermano, el artista Jack Binder. Las tiras de historietas hacía varios años que se distribuían a los diarios a través de las agencias especializadas, pero constituían una innovación en una revista de aventuras. No tiene sentido pretender que la línea argumental era buena; no lo era. El primer episodio presentaba la enorme destrucción que había sufrido la población de la Tierra como consecuencia de una guerra bacteriológica. Los sobrevivientes elaboraron un sistema feudal, con la excepción de los descendientes de cierto científico. Uno de ellos descubría que antes de la Guerra Final otro científico había conseguido construir un cohete y abandonar la Tierra. Zarnak juraba, pues, que le atraparía. Las ilustraciones apenas eran pasables, lo cual resultaba sorprendente considerando el nivel habitual de Jack Binder. La falla común con las historietas residía en la falta de profundidad. Mientras que Buck Rogers podía ser aceptable en un periódico, Zarnak no lo era para los aficionados a la ciencia-ficción. Duró ocho números y murió, incompleta, abucheada por los lectores. Pero, a pesar de sus defectos, «Thrilling Wonder» ofrecía narraciones excelentes de los más grandes autores. Como sea que la Standard decidió publicar la revista cada dos meses, se creyó oportuno echar por la borda las historias en episodios (aunque «Amazing», que también aparecía bimensualmente, las incluía). La próxima modificación consistió en introducir la serie narrativa. Ésta siempre había gozado de popularidad entre autores, editores y lectores por igual. Por consiguiente, John Campbell, uno de los más grandes autores de ciencia-ficción desde la aparición de sus extravagantes epopeyas del espacio a principios de la década de 1930 y que seguía revolucionando el género en «Astounding» (firmaba con el seudónimo de Don A. Stuart), inició una serie sobre Penton y Blake, los fugitivos en una nave espacial. La primera. Los ladrones de cerebros de Marte, apareció en el número de diciembre de 1936. En total se publicaron cinco historias, siendo la última The Brain Pirates (Los piratas de cerebros), publicada en octubre de 1938. En aquel entonces otra serie muy popular hacía su curso, habiéndose iniciado con Via Etherline (Vía éter) en octubre de 1937, La serie Vía apareció encabezada por el nombre de Gordon Giles, en todos sus relatos, excepto el noveno y último, Vía Júpiter, en el número de febrero de 1942, donde se reveló que el autor era Eando Binder. De nuevo el ubicuo Otto, uno de los mejores y más prolíficos escritores de ese período. Otto Oscar Binder nació en Bessemer, Michigan, el sábado 26 de agosto de 1911, y terminó sus estudios en la Universidad de Chicago. Se convirtió en escritor independiente en 1932, y su primera obra, The First Martian (El primer marciano), escrita en colaboración con su hermano Earl, apareció firmada por Eando en el número de «Amazing» de octubre de ese año. El primer trabajo realizado por él solo, firmando aún Eando, apareció en abril de 1935, en «Weird Tales», bajo el título de Shadows of Blood (Sombras de sangre). Con el nuevo seudónimo de Gordon Giles, Binder creó un flamante autor popular. Así, durante un tiempo, los dos más famosos escritores en «Wonder» eran, de hecho, un solo hombre: ¡Binder! Como Eando escribió otra serie en esa revista sobre un hombre inmortal, Antón York, que se inició con Conquest of Life (La conquista de la vida), en agosto de 1937. Éstas no eran las únicas series. Henry Kuttner comenzó su Hollywood on the Moon (Hollywood en la Luna) con una historia del mismo título en abril de 1938; y en colaboración con Arthur K. Barnes inició la serie Petz Manx con Román Holiday (Festival-romano), en agosto de 1939, Barnes era asimismo responsable de una serie muy popular sobre Gerry Carlisle, un cazador de animales para zoológicos, que empezó con Green Hell (Infierno verde) en el número de junio de 1937. El del mes de octubre del mismo año incluía el retorno de Tubby, un simpático personaje creado por Ray Cummings en sus narraciones para Munsey, de unos quince años antes. Siete cuentos consecutivos aparecieron hasta el año 1946. Y así sucesivamente. Estas series, acompañadas de las excelentes narraciones unitarias, no tardaron en incrementar la circulación y la popularidad de «Thrilling Wonder». Merecido crédito debe otorgarse al director de «Wonder», Mort Weisinger, que sólo tenía veintiún años cuando se hizo cargo del puesto (solamente un año mayor que su antecesor, Hornig). Al igual que Hornig, Weisinger había surgido de las filas de los fanáticos de la ciencia-ficción, lo cual no era el caso de Tremaine en Street Smith. (Tremaine era, básicamente, editor de literatura de imaginación en general, con especial debilidad por la ciencia-ficción: Además de «Astounding», tenía a su cargo unas seis publicaciones más incluyendo «Top-Nocth».) Weisinger era también distinto de Sloane, el cual era ante todo un científico y un pesimista afamado, ¡absolutamente convencido de que jamás se realizarían vuelos espaciales! Hornig logró atraer la atención de Gernsback por medio de su revista para aficionados, la «Fantasy Fan» (a pesar de su evidente inclinación hacia «Weird Tales». También Weisinger había estado vinculado con la edición de periódicos para aficionados, y en 1936 había un número considerable de ellos en circulación. El título principal era «Fantasy Magazine», que, desde que Weisinger se asoció con la Standard, había quedado en manos de Julius Schwartz, quien debía dirigirla solo. Schwartz, por su parte, cada vez se encontraba más atado a su agencia literaria, y, por consiguiente, menos dispuesto a continuar «Fantasy Magazine». Por lo tanto, la revista dejó de aparecer después del número de enero de 1937. Con ello, los aficionados se quedaron sin su publicación esencial y debieron buscar nuevos rumbos. El número de este tipo de revistas creció y varias de ellas merecen ser mencionadas por su carácter semiprofesional y porque contenían narraciones de ciencia-ficción, a diferencia de los artículos críticos y las noticias que publicaban muchas otras. Así tenemos el ejemplo de Donald Wollheim con «Fanciful Tales of Space and Time», que apareció en el otoño de 1936 y era dirigida juntamente con Wilson Shepard. Wollheim será recordado como el portavoz del grupo de fanáticos, la Internacional Scientific Association, en oposición a la Science Fiction League de «Wonder Stories». Muchas tormentas, provocadas por los fanáticos, se levantaron alrededor del nombre Wollheim, pero es innegable que él mantuvo las cosas en actividad y movimiento. «Fanciful Tales» era un opúsculo de cincuenta páginas, del tamaño de los digest, bellamente impreso, y lanzó The Nameless City (La ciudad sin nombre) de H, P. Lovecraft, The Typewriter (La máquina de escribir) de David Keller, The Man of Dark Valley (El hombre del valle de las sombras) de August Derleth, y otras narraciones por Kenneth Pritchard, William Sykora y el mismo Wollheim, además de The Forbidden Room (La habitación prohibida) del pianista de jazz Duane Rimel y un poema de Robert E, Hovvard. Esta última contribución se supone que fue escrita menos de cuatro meses antes de que Robert E. Howard se suicidara (11 de junio de 1936). Wollheim era un editor sumamente capaz. Había experimentado con muchas publicaciones para aficionados durante los dos años anteriores y ahora, a sus veintidós años, estaba en condiciones de lanzarse en serio con «Fanciful», Se intentó, en efecto, sacar un segundo número, mientras Wollheim mismo trataba de promoverla en las revistas profesionales. En la columna de cartas al director de «Amazing», en el número de febrero de 1937, apareció una carta firmada por Braxton Wells. Éste era un seudónimo utilizado por Wollheim en alguno que otro artículo para aficionados, pero es dudoso que Sloane lo supiera. Comentando la narración Hoffman's Widow (La viuda de Hoffman) de Floyd Oles, Wollheim decía: «Soy uno de los que creen que Hoffman's Widow estaba decididamente fuera de lugar. Cuando deseamos "Amazing Stories", ¡queremos que sean científicas! ¡No cualquier otra cosa! Existen revistas como "Fanciful Tales" para fantasías irreales y esa narración probablemente ni siquiera encajaría en ellas».1 Cualesquiera que fuesen las intenciones, no aparecieron más números, y Wollheim volvió a «The Phantagraph» y a otras publicaciones menores. «Fanciful Tales» tenía poca -si alguna- distribución en gran escala y actualmente constituye una adquisición extraordinariamente rara. Casi tan rara como otras dos publicaciones que aparecieron en la misma época, «The Witch's Tales» y «Flash Gordon's Strange Adventure Magazine», a pesar de que éstas se distribuían en todo el país. Otro aspecto que tenían en común lo constituye la influencia de la radio y el cine, respectivamente. Desde el mes de mayo de 1931 los radioyentes norteamericanos fueron invitados a escuchar el programa semanal The Witch's Tales (Los cuentos de la bruja), con guiones a cargo de Alonzo Dean Colé. En noviembre de 1936 se lanzó una revista del mismo nombre, en formato grande y papel de diario. Contenía una narración principal de Colé, The Madman (El loco), además de otros cuatro cuentos y una colección de experiencias «verídicas». Supuestamente dirigida por Colé, con toda seguridad era el gerente de redacción, Tom Chadburn, quien realizaba la mayor parte del trabajo. Para el aficionado a la ciencia-ficción', la revista despertaba un interés pasajero, a menos que la hojeara con atención, Al fin y al cabo, ninguno de los nombres era bien conocido, ¿y qué interés podía tener un fanático de la ciencia-ficción por las narraciones de fantasmas? Lo que el primer número no consiguió, lo logró el segundo. El de diciembre de 1936 contenía, siete narraciones aparte de la de Colé, e incluía The Monster of Lake La Metrie (El monstruo del lago La Metrie) de Wardon Alian Curtís, Esta historia encerraba ciertos conceptos sorprendentes, sin contar el trasplante de un cerebro humano en la cavidad craneana de un monstruo prehistórico, que había logrado sobrevivir hasta la era moderna. Un correcto equilibrio del pathos, la emoción y los datos científicos convertían la narración en un relato de extraordinaria fuerza y la acercaban al género de ciencia-ficción. Resulta que el cuento era una reimpresión, y anteriormente había aparecido en «Pearson's Magazine», en el mes de septiembre de 1899. El historiador del género Sam Moskowitz logró rastrear al menos dos reimpresiones más en la revista, y probablemente el resto de su contenido también provenía de «Pearson's Magazine». Si la publicación hubiese logrado atraer más lectores, éstos habrían descubierto una valiosa fuente de literatura fantástica de la época victoriana, puesto que es evidente que los editores tenían la intención de reeditar más material, y quién sabe las obras maestras que hubieran podido desenterrar. Pero, ¡ay!, como suele suceder en estos intentos, la revista desapareció después de sólo dos números. «Flash Gordon's Strange Adventure Magazine» también apareció en diciembre de 1936 y era otra publicación «pulp» que pretendía capitalizar el éxito de la serie fílmica Flash Gordon con Buster Crabbe, y la historieta de distribución a través de las agencias especializadas con dibujos de Alex Raymond. Provenía de la firma Stephen Slesinger, Inc., que también realizaba otras dos publicaciones para el público juvenil, «Dan Dunn Detective» y «Tailspin Tommy». «Flash Gordon» lanzó The Master of Mars (El amo de Marte), una larga narración de James Edison Northfield, ilustrada según el estilo de las historietas. Si Weisinger no hubiera introducido Zarnak en su revista, ésta habría podido reclamar e] derecho de ser la primera en publicar historietas en una publicación «pulp». Sin embargo, podía enorgullecerse de ser la primera que utilizó el color en los dibujos interiores y, si bien los colores nunca se reprodujeron bien sobre papel de baja calidad, resultaban muy impresionantes a primera vista, sobre todo teniendo en cuenta que la revista sólo costaba diez centavos. Otras tres historias completaban este número más bien magro, y lo que más habría llamado la atención de cualquier amante de la ciencia-ficción era el nombre de R, R. Winterbotham. Russell Robert Winterbotham (1904-1971) había sido un colaborador bastante regular de «Astounding» a partir de The Star That Would Not Behave (La estrella que no funcionaba), en el número de agosto de 1935, y parecía ser un escritor que prometía. Ahora aparecía en «Flash Gordon» con una narración, Saga of the «Smokepot» (La leyenda de «Smokepot»), y casi con seguridad como autor de otra, The Last War (La última guerra), bajo el transparente alias de R, R. Botham. Si Winterbotham podía figurar en esta publicación, tal vez otros nombres relacionados con la ciencia-ficción lo harían en el futuro. Pero no hubo futuro alguno. Ningún número más de «Flash Gordon's Strange Adventure Magazine» iluminó los quioscos, Pero considerando el hecho retrospectivamente ello fue casi una suerte. A fines de 1936, sin embargo, la brisa agitaba el mar de la ciencia-ficción. Durante 1937 siguieron apareciendo con regularidad las tres revistas del género, aunque «Amazing» se fue tornando cada vez más gris y aburrida, mientras que «Thrilling Wonder» iba ganando fuerza y vitalidad. «Astounding», en cierto modo, parecía haberse estancado, si bien ello apenas nos sorprenderá considerando la ingente labor que le imponían a Tremaine los demás compromisos editoriales. Ahora que «Astounding» había alcanzado la cima en su propio campo, Tremaine se contentaba con dejarla librada a su suerte. Eso no significa que publicase material tedioso. Varios autores habían causado un gran impacto en el curso de los últimos años. Ross Rocklynne, cuyo Man of Iron (El hombre de hierro), aparecido en el número de agosto de 1935, marcó un notable comienzo, producía ahora una serie de narraciones en las cuales el teniente Jack Colbie trataba de capturar al inteligente criminal Edward Deverel luchando contra todo tipo de artificios científicos. El autor inglés Eric Frank Russell había hecho su primera aparición con una divertida imitación de Weinbaum, The Saga of Pelican West (La leyenda de Pelican West) (febrero de 1937), que relata las aventuras de Pelican West en el satélite Callisto con una pitón reticulada llamada Alfred, entre otros ejemplares de la fauna. En septiembre de 1937, se vio por primera vez el nombre de L. Sprague de Camp en un relato titulado The Isolinguals (Los isolinguales), coincidiendo con que ése fue el último número editado por Tremaine. Éste fue elevado al cargo de subdirector gerente y consideró necesario nombrar un nuevo director para conducir «Astounding Stories». Ese hombre fue John W. Campbell. Resulta difícil hablar de Campbell sin embarcarse en la formulación de un elogio embelesado, repitiendo lo que se ha dicho infinidad de veces. Tal es la tendencia de la historia a distorsionar los hechos. Se nos ha hecho creer que cuando Campbell puso los pies en el terreno editorial se produjeron milagros de la noche a la mañana. Eso no fue así… pero, atención, no tardaron en producirse. El primer número a cargo de Campbell fue el de octubre de 1937, aunque no existe prueba alguna que así lo haga suponer. El reconocimiento de propiedad intelectual que figura en el número de noviembre señalaba, al igual que el del 1 de octubre de 1937, que Tremaine aún era el director. La única diferencia notable en la revista era que aparecía una nueva leyenda bajo el título en la página del sumario: «Esta revista contiene solamente textos originales. No se reproduce material ya publicado». Puesto que «Astounding» jamás había incluido reimpresiones, la nota resultaba más bien intempestiva. (Campbell sólo una vez dejó de ser fiel a su política de no reproducir material publicado con anterioridad, en 1948.) No existe indicio alguno de que el editorial Into the Future (Hacia el futuro) perteneciera a la pluma de Tremaine o a la de Campbell, aunque yo me inclino a suponer que era del segundo. Campbell estaba realizando su aprendizaje al lado de Tremaine y obviamente una buena parte del material utilizado había sido elegido antes de la llegada de Campbell. Sea como fuere, resulta evidente que Campbell tenía sus propios planes en mente, y el número de enero de 1938 así lo demuestra. Durante el reinado de Tremaine, la columna de cartas al director se convirtió en «Science Discussions». Campbell volvió a incorporar «Brass Tacks» junto a «Science Discussions», eliminando gradualmente la segunda. En el mismo número inició «In Times to Come», despertando el apetito de los lectores por el próximo número. En el de marzo de 1938 cambió el nombre de la publicación, «Astounding Stories», un título que a su criterio era demasiado juvenil, se convirtió en «Astounding Science-Fiction». El 1 de mayo, Street Smith cambiaron la política de mantener jefes de redacción, y Tremaine abandonó la empresa. Campbell quedó solo a cargo de la publicación, y él no precisaba estímulos de ninguna naturaleza. La ilustración de la cubierta sufrió una transformación. Durante todo el período de Tremaine, Howard V. Brown fue el principal ilustrador de la cubierta. Campbell encargó a Brown la realización de varias cubiertas especiales «mutantes», la primera de las cuales, para el número de febrero de 1938, representando el sol visto desde Mercurio, de manera que respondiera fielmente a los conocimientos astronómicos. Dicha ilustración, excepcionalmente llamativa, correspondía a Mercutian Adventure (Aventura en Mercurio) de Raymond Z. Gallun, y resultaba más atractiva para los potenciales compradores que cualquiera de las otras cubiertas de Brown para «Thrilling Wonder». A la edad de sesenta años, Brown demostraba al fin lo que era capaz de realizar realmente. Hans Wessolowski, más conocido como Wesso, que había dibujado las tapas para la «Astounding» de Clayton, se reincorporó; y el número de mayo de 1938 apareció con la primera cubierta de Charles Schneeman, en adelante el responsable de las mejores ilustraciones interiores en blanco y negro, La actitud de Schneeman hacia el arte de la ilustración de cubiertas se pone particularmente de relieve en el número de diciembre de 1938, representando una escena de The Merman (El tritón) de L. Sprague de Camp. Un simple retrato de unos reporteros luchando ansiosamente para sacar una fotografía a un hombre dentro de una cisterna; no contenía elemento alguno de los que se suelen asociar con las revistas «pulp» en general. Resultaba difícil clasificar la nueva «Astounding» con las publicaciones de esta clase; sin embargo, a ella seguía perteneciendo. Y, mientras cambiaban la cubierta, el nombre y las secciones, ¿qué sucedía con respecto al contenido? El año 1938 se considera el del comienzo de la edad de oro de «Astounding». En efecto, durante ese año y el siguiente una tremenda oleada de talento nuevo convirtió la «Astounding» en una de las más estimulantes publicaciones, con algunas de las más sorprendentes muestras de originalidad en lo que a concepto y tratamiento narrativo se refiere. Ello no fue sólo obra de Campbell. Al fin y al cabo, la revista de ciencia-ficción ya tenía doce años de existencia. Los seguidores del género, que habían descubierto las primeras publicaciones de Gernsback en su adolescencia, ahora tenían entre veinte y treinta años. Habían tenido tiempo de ponderar las tendencias de la narrativa de imaginación, de desarrollar nuevos temas para las tramas trilladas y considerar a la ciencia-ficción bajo una luz nueva. A medida que transcurrían los años de la década de 1930, muchos de los grandes nombres del género desaparecieron y nombres flamantes ocuparon su lugar, y casi sin excepción, fue en «Astounding» donde forjaron su fama. John Wood Campbell, Jr., nació en Newark, Nueva Jersey, el miércoles 8 de junio de 1910. Cuando apareció When the Atoms Failed (Cuando fracasaron los átomos), en el número de «Amazing» de enero de 1930, él tenía diecinueve años. Esta narración fue, en rigor, la segunda que vendía a la citada revista: Sloane extravió el original de la primera. A fines de 1930 ya era considerado un autor brillante gracias a la fuerza de su serie de Arcot, Moray y Wade. Siguiendo los pasos de E. E, Smith, cuyos episodios de Skylark (Alondra) habían cautivado la imaginación de todos, Campbell situó la acción de sus relatos en los vastos escenarios extragalácticos. Ello culminó en The Mightiest Machine (La máquina más poderosa), serializada en cinco partes, la primera de las cuales apareció en el número de diciembre de 1934 de «Astounding», compitiendo con The Skylark of Valeron (La alondra de Valeron), de Smith. Tales eran los más altos exponentes de estas historias que giraban por los galaxias. Sólo un mes más tarde, «Astounding» incluía un cuento, Twiíight (Crepúsculo), de Don A. Stuart. Un relato «pesimista», que nos hablaba del futuro distante de la Tierra y de la decadencia del hombre, el cual, irónicamente, anunciaba la muerte del tipo de narración que el mismo Campbell había popularizado. El nombre de Stuart apareció con regularidad a partir de aquel momento, y no tardó en ser uno de los autores más descollantes de «Astounding»; sus relatos atmosféricos sentaron las pautas para la revista. En aquel entonces, pocos lectores sabían que Stuart era un seudónimo de Campbell, a excepción de los fanáticos más informados. Mientras tanto, Campbell comenzó a mandar a «Astounding» una serie de artículos científicos: A Study of the Solar System (Un estudio del sistema solar), que se inició con Accuracy (Precisión) en el número de junio de 1936. Hasta ese momento, las revistas de ciencia-ficción habían incluido pocos artículos y muy de cuando en cuando, sobre todo porque Gernsback facilitaba toda la información necesaria sobre el tema en sus pertinentes editoriales. Sólo en las revistas especializadas como «Air Wonder» y «Scientific Detective Monthly» habían aparecido artículos adicionales que trataban materias relacionadas con esta disciplina. Cuando Tremaine se hizo cargo de «Astounding» reimprimió la colección de artículos de lo inexplicable, ¡Lo! (¡He aquí!), de Charles Fort, que constaba de ocho partes, publicadas entre los meses de abril a noviembre de 1934. Si bien al principio fue bien recibida, posteriormente comenzó a decaer. Sin embargo, los artículos de Fort ejercieron influencia en muchos autores, y aún hoy pueden conseguirse los libros. Irónicamente, Fort era absolutamente no-científico en su visión de la naturaleza del sistema solar. Así la serie de Campbell comprendió los primeros artículos científicos que se incluyeron en una revista de ciencia-ficción. Fueron dieciocho en total, y sólo dejaron de publicarse cuando Campbell se convirtió en director. Incluso entonces continuó publicando notas basadas en hechos, firmadas con el seudónimo de Arthur McCann. Los artículos de McCann eran el prototipo de los editoriales de Campbell, que posteriormente fueron el material más importante de la revista. Resulta muy evidente, por lo tanto, que como Don A. Stuart, autor de prosa narrativa, y como John Campbell/Arthur McCann, proveedor de material objetivo sobre la realidad, este hombre hizo casi tanto para mejorar y sentar las pautas para «Astounding» antes de ser su director como lo que realizó después. Los artículos científicos han formado parte regularmente de «Astounding» desde entonces, escritos en un principio por gente como Harry Parker y Thomas Calvert McClary, y luego de una manera notable por Willy Ley y L. Sprague de Camp. Ése fue el desenvolvimiento de «Astounding» como revista. Pero por supuesto que en un primer momento su contenido era prosa narrativa. Una mirada a algunos de los acontecimientos que se sucedieron en esta esfera durante el primer año de Campbell, de octubre de 1937 a septiembre de 1938, nos demostrará cuál era su situación. Robert Moore Williams se superó a sí mismo en dos relatos particularmente deleitables, Flight of the Dawn Star (Huida de la estrella del alba) (marzo de 1938) y Robot's Return (El retorno del robot) (septiembre de 1938). Williams goza de muy mala fama en la actualidad debido a la considerable cantidad de palabras crudas que utilizaba hacia el fin de su carrera. Apareció en «Astounding» por primera vez en julio de 1937 como Robert Moore con Zero as a Limit (Límite: cero), habiendo ingresado en el campo de la ciencia-ficción a una edad más avanzada que la mayoría (tenía treinta años). Flight of the Dawn Star era su segunda contribución a «Astounding» y, mientras aún colaboraba en «Thrilling Wonder» y «Amazing», era evidente que Campbell se aseguraba su mejor producción. La narración trata de una nave perdida en una región desconocida de la galaxia y de cómo su tripulación encuentra el rumbo hacia la Tierra, Robot's Return marcó el punto de partida de la nueva actitud con respecto a los robots en la narrativa, considerándoles con compasión más bien que como si se tratase de monstruos. Una nave tripulada por robots que buscan a sus creadores para terminar descubriendo que fueron obra de una frágil no-máquina: el Hombre. En abril de 1938 apareció The Faithful (Los fieles), constituyendo el debut de Lester del Rey, ¡el nombre más digerible de Ramón Felipe San Juan Mario Silvio Enrico Smith Heatcourt-Brace Sierra y Álvarez del Rey y de los Verdes! Del Rey tenía veintidós años y dio muestras de un considerable talento en su relato emocional de perros inteligentes y el último sobreviviente humano. El relato traduce la influencia de las historias pesimistas de Campbell y Gallun. En ese mismo número hizo su reaparición L. Sprague de Camp con una muestra de su humor en Hyperpilosity (Hiperpilosidad), sobre un hombre cuyo cuerpo comienza a cubrírsele de pelos, como el de un simio. Sprague de Camp era sólo unos meses más joven que Robert Moore Williams, pero su enfoque de la ciencia-ficción era muy diferente. Un subyacente tono humorístico se encuentra casi siempre presente incluso en los momentos más graves, lo que hace que sus narraciones sean más memorables. Sprague de Camp también tenía un vivo entusiasmo por aprender cosas sobre la realidad, y el número de julio presentó su artículo Language for Time Travellers (Un idioma para los viajeros del tiempo), que planteaba con lucidez los problemas que tales viajeros encontrarían con los idiomas del futuro. (Un año más tarde Willy Ley ofrecía una secuela: Geography for Time Travellers [Geografía para los viajeros del tiempo].) En mayo de 1938 apareció una nueva serie por Jack Williamson, The Legión of Time (La legión del tiempo), y un artículo de E. E. Smith, Catastrophe, que fue uno de los temas más discutidos durante muchos meses. El número de junio incluía el agudo relato Seeds of the Dusk (Semillas de la oscuridad), de Raymond Z. Gallun, y el mes de julio presenció el retorno de Clifford Simak, luego de varios meses de ausencia, con Rule 18 (La regla 18). (Se ha sugerido que Simak no habría escrito más ciencia-ficción si Campbell no se hubiese convertido en director. Rule 18 tenía un carácter muy distinto de los anteriores cuentos de Simak, y se valía del viaje en el tiempo para formar el mejor equipo de rugby de todos los tiempos. A los treinta y tres años, Simak afirmaba su posición de nuevo en el campo de la ciencia-ficción.) Ese mismo número introdujo a L. Ron Hubbard en el género. El hombre que posteriormente sería el más alto sacerdote de la Fantaciencia había colaborado en varias revistas «pulp» como «Argosy», pero The Dangerous Dimensión (La dimensión peligrosa), una divertida historia sobre un profesor que tenía la capacidad de trasladarse a cualquier parte con el pensamiento, era su primera incursión en el ámbito de la ciencia-ficción. Estrictamente hablando la narración era una fantasía, y en los años siguientes Hubbard demostró cuan excelente creador de cuentos fantásticos era. Hubbard tenía veintisiete años. El número de agosto, además de presentar la primera narración de Malcom Jameson, incluía Who Goes There? (¿Quién anda ahí?), de Don A. Stuart, la clásica historia de un ser extraño que adopta las formas de los distintos hombres y animales en una base antartica. El primer año de Campbell en «Astounding» constituyó sin duda un comienzo lleno de auspicios, y demostró ser un aperitivo para el futuro. Las dos publicaciones principales de los primeros años de la década de 1930 ya habían cambiado sus directores: «Astounding», a Tremaine por Campbell y «Wonder», a Hornig por Weisinger. Puesto que en 1938 O'Conor Sloane, de «Amazing» tenía ochenta y seis años, parecía poco probable que continuara en su dirección por mucho tiempo más. En efecto, no lo hizo, pero no fue su fallecimiento lo que cambió la situación, Sloane no murió hasta el 7 de agosto de 1940, tres meses antes de cumplir los ochenta y nueve años. No, Teck Publications sencillamente no pudo mantener «Amazing» por más tiempo. Según se informó, su circulación no superaba los 27.000 ejemplares, lo cual apenas si puede sorprendernos teniendo en cuenta lo tedioso de su contenido, en general, y su desvaída presentación. Durante varios años Teck mantuvo sus oficinas editoriales en Chicago, mientras que la revista se editaba en Nueva York. En 1938, «Amazing» se vendió a la firma de Ziff-Davis de Chicago. Evidentemente Sloane era demasiado mayor como para esperar de él una acción enérgica y, de cualquier manera, Ziff-Davis deseaba sangre nueva para su revista. El director de la compañía era William B. Ziff (1898-1953), que nació y se educó en Chicago, y en una época trabajó como dibujante publicitario y caricaturista. Fundó la empresa periodística W. B. Ziff, en 1920, y en 1935 se asoció con el editor B. G, Davis. En 1938 Ziff-Davis era una compañía bastante próspera, con publicaciones tales como «Popular Photography» y «Popular Aviation». Tenían una oficina en la Cuarta Avenida de Nueva York, pero la sede editorial estaba en Chicago, por lo que se esperaba encontrar un director también de Chicago. Había varios escritores de ciencia-ficción que vivían en Chicago y sus alrededores. Stanley G, Weinbaum procedía de Milwaukee, situada a unos ciento treinta kilómetros hacia el norte, y Ralph Milne Farley, el renombrado autor de la serie «Radio Man» aún vivía allí. Simak y E. E. Smith también residían en Milwaukee. Robert Moore Williams y Ross Rocklynne estaban radicados en una localidad cercana. Fue Farley (quien en una época fue senador, usando su verdadero nombre de Roger Sherman Hoar), según cuenta la historia, quien sugirió a Davis considerar la posibilidad de ofrecer a un tal Raymond A. Palmer la dirección de «Amazing». Se entrevistaron con él en febrero de 1938, y Palmer fue aceptado; con ello «Amazing» emprendió un nuevo rumbo que, en última instancia, demostraría ser mucho más sorprendente que el de cualquier otra publicación hasta la fecha. Palmer nació en Milwaukee el lunes 1." de agosto de 1910, siendo sólo siete semanas más joven que Campbell. A la edad de siete años le atropello un camión que le fracturó la columna vertebral, y como consecuencia de la curvatura de su espalda, Palmer sólo alcanzó una corta estatura. Lo que le faltaba en altura lo suplió con una gran determinación e imaginación. Su primera narración, The Time Ray of Jandra (El rayo del tiempo de Jandra), apareció en el número de junio de 1930 de «Wonder Stories», y constituyó toda una promesa. Palmer, a diferencia de Campbell, era un fanático muy activo, habiendo estado implicado con las primeras publicaciones para aficionados, y obtuvo el premio de 100 dólares en el concurso de Gernsback «Waht I Have Done to Spread Science Fiction» (Lo que yo hice para difundir la ciencia-ficción). En total. Palmer vendió seis cuentos de ciencia-ficción antes de ser director de «Amazing», uno de los cuales, Matter Is Conserved (La materia se conserva), fue adquirida por Campbell para «Astounding» de abril de 1938. Palmer también había hecho amplias incursiones en otros géneros, sobre todo en los del Oeste y de misterio, y era un escritor mucho más competente de lo que ciertas personas estarían dispuestas a reconocer abiertamente. A menudo se ha dicho que reescribió un considerable número de las narraciones presentadas a «Amazing». El primer número que apareció en los quioscos proveniente de Ziff-Davis llevaba fecha de junio de 1938. No se produjo brecha alguna en el ritmo de producción bimensual, y todo el mérito debería atribuirse a Palmer, sobre todo teniendo en cuenta que, según parece, rechazó todas las narraciones que restaban de la época de Sloane, salvo una, Esto puede ser cierto, y esa narración fue probablemente Space Pírate (Pirata del espacio), de Eando Binder, una germina colaboración de Earl y Otto, que era algo a lo que Earl no se dedicaba desde hacía unos años. El resto del material, con dos excepciones, pertenecía a autores a quienes Palmer tenía fácil acceso: Robert M. Williams, Ross Rocklynne, Charles R. Tanner y Ralph Milne Farley. Las dos excepciones pertenecían al autor inglés John Russell Fearn, una de las más destacadas figuras del período «considerado distinto» de Tremaine. Estas narraciones se obtuvieron a través del agente de Fearn, Julius Schwartz, un amigo de Palmer. Una de ellas, The Master of the Golden City (El amo de la ciudad dorada), apareció bajo el seudónimo de Polton Cross. La otra, A Summons from Mars (Un desafío de Marte), fue considerada la más popular historia del número por mayoría de votos. A partir de ese momento se inició una asociación entre Fearn y Palmer que duraría hasta 1943, e incluyó una colaboración, Mystery of the Mar-Han Pendülum (El misterio del péndulo marciano) («Amazing», octubre de 1941). El propio Palmer manifestó, a propósito de A Summons from Mars: «Parece que gustó a todo el mundo. Y ello más bien nos halaga, porque lo consideramos como el ideal de nuestra política. Contenía sólido material científico, y un excelente problema humano, y una considerable dosis de humanidad. En lo que a imaginación se refiere, se mantenía en el nivel de la Tierra, y no obstante, era un relato lleno de interés».1 Esta cita vale la pena tenerla en cuenta al considerar las ulteriores declaraciones que Palmer habría de hacer en el curso de los veinte años siguientes. Philip Harbottle, autor de The Multi-Man (El hombre múltiple), un admirable estudio de John Russell Fearn, me informa que A Summons from Mars (titulado originalmente Debí of Honour [Deuda de honor]) en realidad fue escrito para Campbell a petición de éste. Acosado por Palmer para que le proporcionara material aceptable, Schwartz se encontró ante un dilema, que sólo se resolvió al recibir Man of Earth (El hombre de la Tierra), de Fearn. Schwartz sometió esta narración a la consideración de Campbell, que jamás vio Debt of Honour. Campbell rechazó la historia, y por consiguiente Fearn no ingresó en la camarilla de Campbell. Vista retrospectivamente, la acción de Schwartz fue perjudicial para la carrera de Fearn puesto que también persuadió a éste para que dejara de considerar a «Astounding» como cliente y se concentrara en las ventas más fáciles a «Amazing». Bajo la dirección de Palmer, «Amazing» sufrió una considerable transformación. Dejó de ser la publicación aburrida, gris, cerebral, y se convirtió en una revista vigorosa y rejuvenecida. En vez del editorial extenso y de carácter científico, Palmer creó la sección «The Observatory» (El observatorio), donde trataba de manera informal cualquier tema, a la manera de sus secciones de noticias para aficionados de las revistas fantásticas. Siempre ágil e interesante, la sección solía contener hechos fascinantes. Se introdujo una nueva forma de acertijo científico, además de Questions Answers» (Preguntas y respuestas), y las secciones «Correspondence Córner» (Rincón epistolar) y «Collector's Córner» (Rincón del coleccionista) constituyeron un gran acierto de cara a los fanáticos. Fue muy bien recibida la sección «Meet the Authors» (Conozca a los autores), y «Discussions» (Discusiones) de nuevo tomó un vivo impulso. Al igual que con el material narrativo, Palmer tuvo problemas con las ilustraciones de la cubierta. La mayoría de los artistas que trabajaban para las revistas «pulp» residían en Nueva York, así que Palmer se vio obligado a utilizar los servicios de Frank Lewis Inc., que suministraba material para «Popular Photography» de Ziff-Davis, para preparar una cubierta fotográfica. Como medida de emergencia resultó sumamente efectiva, y mereció el aplauso de la mayoría de los lectores. El experimento se repitió en el segundo número, antes de que Joseph Tillotson, bajo el seudónimo de Robert Fuqua, se convirtiera en el principal ilustrador de la cubierta. Pero la más importante innovación de Palmer fue destinar la contracubierta para reproducir una ilustración. Generalmente llevaba un anuncio, pero Palmer encargó a Harold McCauley que hiciera un dibujo para This Amazing Universe (Este universo sorprendente), sobre cuyo tema se escribió un artículo. Ello se convirtió en una práctica habitual en «Amazing», y posteriormente el veterano dibujante Frank R. Paul (1880-1963) fue el talentoso y principal responsable de ilustrarla. Además de todo eso el precio se redujo a veinte centavos. ¿Qué más podían pedir los lectores? Éstos exigieron mejores ilustraciones interiores, las cuales fueron mejorando paulatinamente a medida que se sucedían los números, merced al trabajo de Jay Jackson. En ese momento Palmer había adquirido narraciones de Arthur Tofte, Arlyn Vanee, Thorp McClusky, así como el fruto de la primera aventura en el campo de la ciencia-ficción de Robert Bloch, Secret of the Observatory (El secreto del observatorio), sobre una cámara que podía fotografiar a través de los muros, Hacía varios años que Bloch colaboraba en «Weird Tales», aunque entonces sólo tenía veinte años. La respuesta a «Amazing» fue altamente favorable, a pesar del escepticismo de muchos. A partir del número de octubre se convirtió en publicación mensual por primera vez desde 1935. Las ventas se elevaron como impulsadas por un cohete, y «Amazing» se afirmó en el mercado. Si eso hubiera sido todo, entonces para la Navidad de 1938 habría habido tres revistas revitalizadas en los quioscos, cada una de ellas con su propio público fiel y cada una de ellas en vías de prosperar. Como ha señalado el historiador de la ciencia-ficción Sam Moskowitz, ellas constituyeron una escala gradual para el aficionado: las más sensacionales aventuras de «Amazing» para los lectores más jóvenes; la prosa más sesuda de «Thrilling Wonder» para los adolescentes mayores, y «Astounding», con su moderno enfoque, para los lectores adultos. Pero eso no fue todo, porque en la Navidad de 1938 un cuarto editor había entrado en el campo, y la bola de nieve empezó a rodar. El boom de la ciencia-ficción estaba a punto de comenzar, y tanto los aficionados como los autores iban a quedarse sumamente sorprendidos. 3. Mientras tanto, ¿qué sucedía en Gran Bretaña? Los lectores británicos se alimentaban de las publicaciones importadas de Estados Unidos y, por lo tanto, estaban bastante informados de lo que sucedía, Uno sólo tenía que hojear las columnas de cartas al director de las tres revistas para encontrar una gran cantidad de ellas escritas por aficionados británicos. Y no deberíamos olvidar a John Russell Fearn, Eric Frank Russell o a John Beynon Harris, británicos los tres y que gozaban de firme éxito en Norteamérica. Pero esto no era lo mismo que tener una revista propia. Los fanáticos aún recuerdan la malograda «Scoops», de la que habían aparecido veinte números semanalmente durante la primavera de 1934. Dirigida al público juvenil, empezó partiendo hacia la dirección errónea y cuando cambió de rumbo ya era demasiado tarde. Cuando «Scoops» cayó en el olvido, existían varias confraternidades británicas de la Science Fiction League de Gernsback, y en marzo de 1936 Maurice K. Hanson, de la Confraternidad de Nuneaton, lanzó el periódico para aficionados «Novae Terrae», que se convirtió en la columna vertebral del mundo de los fanáticos de Gran Bretaña. Sin dejar de aparecer casi ni un solo mes, su último número (el veintinueve) llevaba fecha de enero de 1939. En ese entonces ya se había convertido en el órgano oficial de la British Science Fiction Association. Después del último número se transformó en «New Worlds», y Edward John Carnell fue el sucesor de Hanson. Sólo aparecieron cuatro números con ese título antes que llegara la llamada a las armas. Además de «Novae Terrae», existían varias publicaciones más para fanáticos. Los de Leeds editaron el «Bulletín of the Leeds Science Fiction League» en enero de 1938, bajo la dirección de Harold Gottliffe, pero ese título tan largo no tardó en convertirse en «The Futurian» en el mes de junio, y J. Michel Rosenblum tomó las riendas en sus manos. Los aficionados de Leeds también contaban con el muy activo Douglas Mayer, que fue el primero en organizar la confraternidad. En la primavera de 1937 lanzó una inteligente revista para aficionados, «Tomorrow», de aparición trimestral, junto con su compañera «Amateur Science Stories», en octubre. Actualmente se recuerda esta última, en especial porque publicó algunas de las primeras narraciones de Arthur C, Clarke. En marzo de 1938, «Tomorrow» mejoró su presentación. Ahora salía impresa en vez de mimeografiada y se fundió con otra publicación, «Scientifiction: The British Fantasy Review». «Scientifiction» había nacido en enero de 1937, y su padre era el aficionado de Ilford, Walter Gillings. Era un opúsculo impreso, formato digest, de dieciséis páginas, excepcionalmente profesional en aspecto y contenido, y aparecieron seis números antes de su fusión con «Tomorrow». Sin embargo, en esa época una revista profesional ocupó su lugar en los quioscos, gracias a Gillings. Dos de los principales editores británicos eran Pearson's (que había publicado «Scoops») y Newnes (la compañía responsable de «Strand Magazine» desde 1891). A Newnes le encantó la idea de publicar una revista de ciencia-ficción en una fecha tan temprana como 1935, cuando ya habían lanzado dos «pulps» especializados, «Air Stories» y «War Stories», Hasta habían llegado al punto de encargar narraciones de ciencia-ficción a autores británicos, pero finalmente decidieron postergar la revista dedicada al género. En el ínterin, Gilling se acercó a The World's Work, una firma subsidiaria de Heinemann, cuyo director era Henry Chalmers Roberts. Fundada en 1913, World's Work Ltd. (nombre con que se la conocía) publicaba revistas «pulp» en Kinswood, Surrey, habiendo lanzado la primera realmente especializada, «West», varios años antes. Ahora se habían embarcado en una serie, «Master Thriller», que ya había incluido títulos tales como Tales of Mystery and Detección y Tales of Terror, con narraciones de autores tan notables como Sydney Orlar, Oliver Onions, Héctor Bolitho y R. Thurston Hopkins. Parecía natural que se agregara un título dedicado a la ciencia-ficción, y recibieron complacidos la sugerencia de Gillings. Gillings era ahora un joven de veinticinco años. Nacido en Ilford el lunes 19 de febrero de 1912, se sintió cautivado por la ciencia-ficción a una edad muy temprana, y se le debe considerar entre los primerísimo aficionados británicos, como lo demuestran sus cartas a «Amazing» durante sus años de formación. Su actitud hacia la ciencia-ficción y su enfoque eran mucho más maduros que los de sus equivalentes norteamericanos, como se ve en «Scientifiction», y puso esta experiencia en acción con gran gozo cuando compiló el material para lo que sería el primer número de «Tales of Wonder». Éste apareció en los quioscos en junio de 1937, al precio de un chelín, y tenía el formato estándar de las revistas «pulp» con 128 páginas. La cubierta, de John Nicholson, ilustraba Superhuman (Sobrehumano) de Geoffrey Armstrong, que marcó la primera incursión de John Russell Fearn en el reino de los seudónimos. El nombre lo ideó Gillings porque Fearn también aparecía con su nombre real con Seeds from Space (Semillas del espacio). También ahora estaban presentes todos los grandes nombres de la ciencia-ficción británicos: John Beynon, el seudónimo acortado de John Beynon Harris, el nombre verdadero de John (The Day of the Trifjids [El día de los trífidos]) Wyndham, con The Perfect Creature (La criatura perfecta), una narración que con frecuencia se ha reimpreso bajo los títulos alternativos Una o Female of the Species (La hembra de la especie). Eric Frank Russell, que empezaba a hacerse un nombre en Estados Unidos, presentó otra imitación de Weinbaum, The Prr-r-eet (considerada la mejor narración del número por votación de los lectores). Festus Pragnell, un ex policía, ofreció Man of the Future (El hombre del futuro) además de Monsters of the Moon (Los monstruos de la Luna), bajo el seudónimo de Francis Parnell, otro nombre inventado por Gillings que llevó a confusión varios años después, puesto que hubo un bien conocido aficionado británico del mismo nombre. El número resistía la comparación con sus 'equivalentes norteamericanos y fue saboreado por los aficionados británicos. Por consiguiente, World's Work quedó lo suficientemente impresionada como para considerar la publicación de un próximo número. Ello es especialmente admirable si se considera que de su serie «Master Thriller, sólo otro título, Tales of the Uncanny, vio más de un solo número (tres en total). Estas efímeras publicaciones han provocado posteriormente muchos problemas entre los coleccionistas y bibliógrafos, y un enigma en especial se centra en torno de la oscura personalidad del escritor Henry Rawle. En The Multi-Man, Philip Harbottle ha formulado la conjetura de que Rawle era un seudónimo de Fearn, ya que se sabe que éste vendió narraciones a revistas posteriores en que aparecía el nombre de Rawle. Desde entonces Harbottle ha identificado otro nombre de autor en estas publicaciones (editadas por Gerald G. Swan) correspondiente a un seudónimo de Fearn (Alex O. Pearson), por lo que probablemente Rawle era un nombre verdadero. Entre las narraciones en que apareció en esta época se cuentan The Head of Ekillon (La cabeza de Ekillon) y Armand's Return (El regreso de Armand) en «Ghosts and Goblins» y Revanoffs Fantasía (La fantasía de Revanoff) en «Tales of Ghosts and Haunted Houses». Tal vez un día se aclarará su identidad y otro enigma pasará al olvido. Al cabo de seis meses Gillings recibió la autorización para producir «Tales of Wonder», como publicación trimestral. El segundo número que apareció en la primavera de 1938 otorgó un espacio preferente a Sleepers of Mars (Los durmientes de Marte), de John Beynon, la continuación de su extraordinariamente popular Stowaway to Mars (Polizón a Marte), William F. Temple hizo su debut en el campo de la ciencia-ficción con Lunar Lilliput (Liliput lunar). El número también incluía una reimpresión de «Amazing», Stenographer's Hands (Manos de taquígrafo), de David H. Keller. Todos los números sucesivos contenían reimpresiones de material publicado en Estados Unidos, que fue aumentando a medida que iban apareciendo otros nuevos. El correspondiente al verano de 1938 ofrecía artículos científicos con Can We Conquer Space? (¿Podemos conquistar el espacio?), de I. O. Evans. El quinto número, en diciembre, vio el nombre de Arthur C. Clarke impreso en él con We Can Rocket to the Moon… Now! (¡Podemos viajar a la Luna… ahora!) En ese entonces «Tales of Wonder» había adquirido gran popularidad. Como si eso fuera lo que Newnes había estado esperando, finalmente lanzaron su revista «Fantasy» en junio de 1938, tan largamente demorada. En un breve lapso, Gran Bretaña contó de pronto con dos revistas de ciencia-ficción, Gillings pagaba las colaboraciones de una suma global que le proporcionaba World's Work y, necesariamente, sus tarifas eran bajas. En cambio, Newnes, gracias a su excelente respaldo financiero, estaba en condiciones de ofrecer mejores precios, y por consiguiente «Fantasy» habría de atraer a los escritores británicos en primer lugar. De ello se deduce que Gillings recibía un trato ingrato de parte de World's Work. Si Newnes se hubiera decidido a publicar «Fantasy» tres años antes, la escena de la ciencia-ficción británica habría sido muy distinta. El primer número de «Fantasy» tenía un aspecto muy profesional, con excepción de una cubierta al estilo de Frankestein, obra del artista de la editorial S. R. Drigin. El dibujo ilustraba Menace of the Metal Men (La amenaza de los hombres metálicos), de A. Prestigiacomo, que ya había aparecido en la británica «Argosy» unos años antes. ¡9e nos ha informado que fue escrita en inglés por sugerencia de Compton Mackenzie! La trama, un simple caso de robots en rebeldía, no puede decirse que fuese muy original, pero, sin embargo, resultaba entretenida. Como era de esperar, John Beynon, John Russell Fearn y Eric Frank Russell estaban todos presentes, cada uno de ellos aportando colaboraciones dentro de su nivel habitual. Se podría tener la impresión de que el número demostraba una predisposición por las narraciones de guerra. Menace of the Metal Men ya presentaba el ejército en estado de alerta, y el relato de Baynon, Beyond the Screen (Más allá de la pantalla) trataba de la más terrible arma de la civilización: Judson's Annihilator (El aniquilador de Judson) (con cuyo título apareció posteriormente en «Amazing»). A continuación venía Leashed Lightning (El rayo dominado), de J. E. Gurdon, un reconocido experto en combates aéreos. De especial interés era un artículo científico: By Rocket-Ship to the Planets (Hacia los planetas en naves-cohete). Su autor era P. E. Cleator, cofundador de la British Interplanetary Society en el mes de octubre de 1933 con Leslie J. Johnson. Cleator había vendido un relato a la «Wonder Stories» de Hornig, y sólo había publicado un artículo, Spaceward (Hacia el espacio), en «Thrilling Wonder» de agosto de 1937. Cleator llevaba las trazas de convertirse en un Willy Ley inglés, si no se hubiera interpuesto la guerra. El mismo Ley estaba presente con un artículo en el segundo número: ¡Un artículo que le había sido devuelto por Gillings para que lo enmendara! «Fantasy» era obra del ingenio de su editor T. Stanhope Sprigg, miembro de una familia renombrada en el mundo de las letras y en el campo editorial. Sprigg había sido el director de «Airways» antes de asociarse con Newnes en 1934 con la expresa intención de lanzar cuatro publicaciones especializadas: «Air Stories», «War Stories», «Western Stories» y «Fantasy». Las tres primeras muy pronto estuvieron en el mercado, pero pasaron cuatro años antes de que «Fantasy» recibiera la orden de lanzamiento. Hacía tiempo que Sprigg demostraba interés en la ciencia-ficción y estaba seguro de que no sólo era viable una publicación del género desde el punto de vista comercial, sino que la misma contribuiría a proporcionar un campo y un estímulo muy necesarios para los autores británicos de la materia. La responsabilidad de las cuatro publicaciones reposaba casi por entero sobre las espaldas de Sprigg, y por ello su futuro estaba predestinado. El segundo número de «Fantasy» apareció en marzo de 1939 y se dio luz verde para su publicación trimestral; en junio aparecía el número tres, Pero éste fue el último. Ante la inminencia de la guerra, Sprigg, como miembro de la Royal Air Forcé Reserve, fue movilizado, y sus revistas, que dependían totalmente de él (con excepción de «Air Stories» que sobrevivió durante unos pocos números más), desaparecieron con su partida. «Tales of Wonder» fue más afortunada, y World's Work merece el crédito de haber proseguido la publicación durante todo el tiempo que la mantuvo en circulación. Sin embargo, debido a las restricciones impuestas por el conflicto bélico y la inevitable escasez de papel, «Tales of Wonder» estaba condenada a sufrir las consecuencias. En el noveno número (diciembre de 1939) la cantidad de páginas se redujo a noventa y seis, y luego a ochenta en el duodécimo. En la primavera de 1941 llegó a setenta y dos, pero al menos se mantuvo un ritmo de publicación trimestral. El próximo número, no obstante, no apareció hasta el otoño, y luego, en la primavera de 1942, saldría el decimosexto y último. En ese punto, World's Work tuvo que cortar por lo sano en favor de «Short Stories». Por ese entonces Gillings había llegado a depender cada vez más de la reimpresión de material norteamericano, lo cual no resulta nada sorprendente si se tiene en cuenta la cantidad de potenciales escritores británicos que estaban en el frente. Con la defunción de «Tales of Wonder» desapareció el mercado para la ciencia-ficción británica. Afortunadamente la inactividad no duró mucho tiempo. Las negociaciones que se llevaban a cabo entre bastidores demostraban la determinación de los fanáticos de Gran Bretaña por mantener las publicaciones de ciencia-ficción. Así, el autor británico William Passingham, cuyo principal mérito para ascender a la fama dentro del género se debe a las series Atlantis Returns (El regreso de Atlantis) y The World Behind the Moon (El mundo tras la Luna), despertó el interés de una empresa editorial, la The World Says Ltd., para publicar una revista de ciencia-ficción en 1939. Passingham se dirigió a John Carnell y celebraron dos entrevistas, en octubre de 1939 y en enero de 1940. Se establecieron los acuerdos financieros y de producción, a pesar de la segunda guerra mundial, y se nombró a Carnell como director, fijándose el mes de marzo como momento de cierre. La revista tenía que llamarse «New Worlds». Se preparó un número que incluía nada menos que un relato de una luminaria como Robert Heinlein, y entonces, sólo una semana antes de los trámites finales, se descubrió que había juego sucio. De pronto The World Says Ltd. declaró la liquidación voluntaria, y el editor regresó a su país de origen: Canadá. Se interrumpió el proceso del nacimiento de «New Worlds» y debió esperar hasta 1946, en que Carnell le dio la palmada en el trasero para reanimarla y traerla al mundo lanzando vagidos. No obstante ello, los aficionados británicos aún podían adquirir ciencia-ficción norteamericana en todas sus formas, sea en los ejemplares originales importados o en alguna de las múltiples reimpresiones que comenzaron a aparecer, irónicamente en el preciso momento en que la guerra puso fin a «Fantasy». La más importante de esas compañías reimpresoras era la Atlas Publishing Distributing Company, que antes de la guerra importaba la mayoría de los títulos norteamericanos, y que luego, en agosto de 1939, comenzó a imprimir una edición británica de «Astounding». El material no correspondía totalmente a la edición norteamericana original, y las diferencias se fueron acrecentando a medida que iban apareciendo nuevos números. En general, la Atlas omitía una o dos narraciones y reordenaba el resto del material. Ciertas secciones eran eliminadas completamente, y los espacios se llenaban con anuncios británicos. Sin embargo, para quienes no podían comprar la edición original, constituía un sano sustituto. Otra firma reimpresora era la Gerald G. Swan Ltd., de Marylebone, Londres. Esta compañía se encargaba de publicar varios libros cómicos, como Topical Funnies y Buz and Pisces. En 1942, precisamente cuando «Tales of Wonder» emitía su último suspiro, Swan tuvo la idea de producir una serie de pequeñas revistas tituladas «Yankee Shorts», iniciándola con Romance Shorts y continuándola con Mystery Shorts. La tercera de la serie fue «Yankee Science Fiction», y con el fin de otorgarle un aire de autenticidad llevaba marcado el precio de diez centavos en la cubierta, y de tres peniques en la contracubierta. El ejemplar tenía el formato estándar de los «pulps» y contenía treinta y dos páginas, con cuatro narraciones, todas ellas reproducidas de la «Science Fiction Quarterly» del verano de 1940. El experimento se repitió con los números once y veintiuno de la serie, mientras que el seis, el catorce y el diecinueve fueron «Yankee Weird Shorts». A partir de ese momento, Swan empezó a publicar esporádicamente los números de «Weird Tales», «Future» o «Science Fiction» durante el período de la guerra. Una pobre presentación, y las poco inspiradas ilustraciones del equipo artístico de la editorial, abrumado de trabajo, no permitieron que las revistas se establecieran firmemente en el mercado y cayeron en el olvido. Al llegar el Día de la Victoria en Europa, en mayo de 1945, Gran Bretaña comenzó a lidiar para recuperar una cierta normalidad, y en el primer lugar de la lista de «cosas para realizar» de John Carnell figuraba el lanzamiento de una revista de ciencia-ficción. Pero ahora volvamos a Estados Unidos en 1938, donde no entraron en la guerra hasta cuatro años más tarde.



4. Multiplicación


Supongamos que seguimos a nuestro hipotético fanático de la ciencia-ficción hasta su quiosco durante el verano de 1938. Allí encontraría el número de julio de «Astounding» con su auspicioso contenido (ya establecido), y el de agosto de «Amazing» (el segundo a cargo de Palmer), El número de julio de 1938 de «Weird Tales» le llamaría la atención, por su atrevida cubierta con una ilustración de Virgil Finlay para Spawn of Dragón (Engendro de dragón), de Henry Kuttner, y con un contenido que incluía el extraordinario relato de Edmond Hamilton, He That Hath Wings (El que tiene alas), a mi criterio su mejor narración y una de las más grandes fantasías jamás escritas. «Thrilling Wonder» de agosto también presentaba cuentos de Ray Cummings, Henry Kuttner, Gordon A. Giles e incluso de Ray Palmer. Estos cuatro ejemplares le habrían costado ochenta centavos. Luego, con los ojos desorbitados, habría pagado prestamente otros quince centavos para adquirir un ejemplar de «Marvel Science Stories», la primera revista de ciencia-ficción nueva que aparecía en siete años. Aparte de las publicaciones semiprofesionales o de otro tipo que proliferaban en el mercado, «Marvel» era, en efecto, la primera nueva revista norteamericana del género desde que hizo su breve aparición, en 1931, «Miracle Science Fantasy Stories». «Marvel» era una revista de Red Circle Magazine, firma cuyas publicaciones podían verse comúnmente en los quioscos, incluyendo «Real Sports», «Top-Notch Detective» y «Adventure Trails». Ante la evidente popularidad de «Astounding» y «Thrilling Wonder» no era sorprendente verles aparecer en el campo de la ciencia-ficción. El primer número llevaba fecha de agosto de 1938, el director era Robert O. Erisman, y el editor Western Fiction Publishing Co. Inc., cuyas oficinas centrales se encontraban en el mismo edificio de Chicago desde donde Teck Publications había lanzado «Amazing»: 4600 Diversey Avenue. La novela principal era Survival (Supervivencia), de Arthur J. Burks, un escritor notablemente prolífico en muchos géneros. La historia cuenta cómo, con el fin de escapar de una invasión, un grupo de gente se aventura a vivir bajo tierra y a partir de ese momento debe subvenir a sus necesidades mediante lo que le proporciona el entorno, y no tardó en ser proclamada como una de las mejores narraciones del año. Ello constituía un buen reclamo si se tiene en cuenta la competencia de «Astounding». Había además relatos cortos de Stanton Coblentz, Henry Kuttner y de dos nuevos nombres: James Hall y Robert O. Kenyon. Éste escribía para la revista de detectives compañera de «Marvel», por lo que se podía suponer que se trataba de un autor de este género que se había pasado al de la ciencia-ficción. En aquel momento la decepción fue grande, porque la recepción que merecieron estas narraciones fue poco halagadora. De hecho, ambos eran seudónimos de Henry Kuttner, cuyo relato firmado con su propio nombre también fue criticado. La culpa no era directamente de Kuttner. El editor de «Marvel», Martin Goodman, y el director, Erisman, decidieron dar un nuevo enfoque a la ciencia-ficción, que consistía en otorgarle un tono más picante, Tal había sido la característica de las historias de horror desde la aparición de «Dime Mystery Magazine», de Popular Publications, en 1932. Western publicaba su propia «Mystery Tales» poniendo un énfasis similar en el aspecto sádico del terror, y Kuttner había colaborado en ella. Ahora se le pidió que incluyera la misma clase de escenas en sus relatos de ciencia-ficción: Dictator of the Americas (El dictador de las Américas), The Dark Heritage (La oscura herencia) y The Time Trap (La trampa del tiempo). (La última de las cuales apareció en el número de noviembre.) De acuerdo con los conceptos actuales, las dosis de sexo que contenían eran muy suaves, para decirlo de alguna manera, pero tuvieron que soportar muchas críticas adversas, como, por ejemplo, en esta carta:


… Me disponía a escribirles una carta de felicitación sin reservas, cuando mis ojos se posaron en The Time Trap de Kuttner. Todo cuanto puedo decir es: «POR FAVOR, en lo sucesivo, descarten esa basura de su revista».3 Eso resultaba algo injusto con respecto a Kuttner, pero marcó su nombre entre los aficionados durante un lapso bastante largo. Pero, en general, los lectores de «Marvel» no demostraron animosidad contra la revista, y el éxito del primer número fue superado por el segundo, en el mes de noviembre. Con la excelente continuación de Survival, de Arthur Burk, Exodus (Éxodo), y El paraje muerto, más la cubierta de Frank R. Paul, fue aclamado como un gran éxito. A pesar de ello, la revista no se afirmó con el rito programado de aparición bimensual, puesto que el tercer número, que contenía la soberbia After World's End (Después del fin del mundo), de Williamson, no se publicó hasta el mes de febrero de 1939. Por ese entonces, «Marvel» había ganado una compañera en su género, «Dynamic Science Stories», que apareció en el momento justo en que se perfilaba una tendencia a lanzar revistas hermanas. La intención de «Dynamic» residía en proveer el material más extenso, dejando, por consiguiente, los relatos cortos para «Marvel». Su primer número (con fecha de febrero) ofreció The Lord of Tranerica (El señor de Tranerica), de Stanton Coblentz, que se prestó para una típica cubierta de Frank Paul. El resto del número, aparte de una viñeta de Nelson Bond (bajo el seudónimo de Hubert Mavity) titulada The Msssage of the Void (El mensaje del vacío), era aburrido. Un segundo número, con fecha de abril de 1939, contenía una novela principal de Eando Binder, quien, en mayor medida que muchos de los otros autores de esa época, conseguía mantener una prolífica ubicuidad sin demasiado desmedro en la calidad. Luego de ese número, «Dynamic» dejó de aparecer; la mayor parte del material no utilizado apareció en «Marvel». Su muerte no fue muy llorada; en verdad, desapareció sin pena ni gloria, perdida en la súbita oleada de publicaciones periódicas. «Marvel» no fue la única revista nueva de 1938, pero fue la que tuvo más éxito. El mes de mayo había presenciado la única aparición de «Captain Hazzard», del editor A, A, Wyn. Su novela de fondo, Python Men of Lost City (Los hombres serpiente de la ciudad perdida), de Chester Hawks, constituyó un intento de crear una publicación en torno de un personaje central, al estilo de «Doc Savage», pero se quedó a mitad de camino. Cuando el año 1938 llegaba a su fin, los cañones de la ciencia-ficción comenzaron a disparar. Solamente en 1939 aparecieron nueve nuevas revistas. Nueve, casi el doble de las que ya existían. Y de esas nueve, cinco vieron la luz en los primeros tres meses. Además, seis de ellas eran publicaciones hermanas de los títulos corrientes, y la primera editorial en abrir el fuego fue Standard Magazines con «Startling Stories». «Thrilling Wonder Stories» gozaba de gran éxito, y en el número de febrero de 1938, Weisinger solicitaba la aprobación y las sugerencias de los lectores con respecto a la publicación de una revista nueva dentro del género. Puesto que en ese momento «Marvel» aún no había aparecido, ésa fue la primera insinuación de lanzar una revista flamante. Los lectores aprobaron la idea unánimemente, y muchos recomendaron que el nuevo título se publicara en el antiguo gran formato. La sugerencia no fue escuchada, pero en enero de 1939 apareció el primer número de «Startling Stories», en formato «pulp» y con 132 páginas. La política consistía en incluir una novela de fondo y la reimpresión de un clásico, Hall of Fame (La antesala de la fama). Después de todo, la Standard había comprado los derechos a «Wonder Stories», y tenía todos los números anteriores a junio de 1929 a su disposición. Habiendo entrado tantos lectores nuevos en el campo de la ciencia-ficción durante la década de 1900, ello representaba un rico filón digno de ser explotado. Para llenar el espacio principal en el primer número, Weisinger había adquirido The Black Fíame (La llama negra), de Stanley G. Weinbaum. Después que la versión original, Dawn of Fíame (El nacimiento de la llama), recibiera varios rechazos, Weinbaum escribió una continuación (de una extensión dos veces mayor que la original), con el título de The Black Fíame, pero una vez más se la rechazaron alegando que no tenía acción suficiente como para complacer el gusto de los habituales lectores del género, a pesar de ser una de las mejores narraciones de Weinbaum, Dawn of Fíame, pues, sólo había aparecido como relato titular en una antología conmemorativa de edición limitada a 250 ejemplares a cargo de Conrad H. Ruppert, y publicada por Raymond Palmer. Ahora, con la popularidad de que gozaba Weinbaum postumamente, «Starling» contaba con una verdadera primicia para su primer número. La inicial reimpresión de Hall of Fame fue The Eternal Man (El hombre eterno), de D. D. Sharp. La cubierta sin firma ilustraba una escena preñada de acción de Science Island (La isla de la ciencia), de Eando Binder. Otis Adelbert Kline fue invitado a escribir el editorial, y Otto Binder rindió tributo a Weinbaum. Entre las novedades figuraba un artículo ilustrado de Jack Binder sobre Albert Einstein, el primero de una serie bajo el título común de They Changed the World (Ellos cambiaron el mundo), y el mismo Weisinger contribuyó con un conjunto de esbozos breves de grandes científicos para la sección «Thrills in Science». «Startling» fue recibida con vivo interés, Margulies y Weisinger demostraron suficiente sentido común como para otorgarle a la revista un carácter distinto del de «Thrilling Wonder», que continuaba publicando una variedad de cuentos y relatos breves. En el caso de «Startling» las novelas de fondo, inicialmente, tenían una extensión de 45.000 a 60.000 palabras, lo cual dejaba poco espacio para las reimpresiones, las novedades y algunas viñetas. La elección del material para las reimpresiones también denotaba un claro criterio, como lo demuestra el hecho de que en el curso del primer año hicieran renacer dos narraciones de Weinbaum, incluyendo la legendaria Una odisea marciana. Pero la Standard no se detuvo aquí. Como sea que «Startling» aparecía alternando con «Wonder», cada dos meses, también introdujeron un nuevo título que se correspondiera con «Thrilling Mystery». El primer número de «Strange Stories» apareció en febrero de 1939 y contenía narraciones de todos los autores favoritos de «Weird Tales»: Robert Bloch, August Derleth, Mark Schorer, Otis Adelbert Kline, Henry Kuttner y Manly Wade Wellman. En rigor, Bloch, Derleth y Kuttner se habían apropiado prácticamente de la revista y era raro encontrar un número que no llevara al menos uno de sus relatos, aunque fuese firmado con un seudónimo. Fue en ella donde nació el alter ego de Bloch, Tarleton Fiske, así como el alias de Kuttner, Keith Hammond, y el de Derleth, Tally Masón. «Strange Stories» era, evidentemente, una imitación de «Weird Tales». Cierto es que no se trataba de una revista de ciencia-ficción, pero ello no debe ser motivo para omitir mencionarla. (Como veremos en seguida, todos los editores que publicaban una revista de ciencia-ficción también sacaban un título paralelo del carácter de «Weird».) A «Strange Stories» la sobrevivió su compañera «Thrilling Mystery», si bien la publicación de ésta siguió un ritmo irregular después de noviembre de 1939 y, finalmente, se extinguió en el mes de septiembre de 1942. Durante su período de aparición, «Strange» era lo que se podría llamar una rival de «Weird Tales», la cual ahora se internaba en una etapa crucial en su larga historia. Desde 1924 había estado bajo la eficiente dirección (si bien a veces algo incierta) de Farnsworth Wright. En el mes de enero de 1939, sin embargo, la revista se vendió a Short Stories Inc., cuyas oficinas editoriales estaban situadas en Nueva York, Wright se mudó de Chicago junto con la revista, pero empezaba a flaquearle la salud y se vio imposibilitado de continuar. Se retiró después de la publicación del número de marzo de 1940 y falleció al cabo de poco tiempo, a la edad de sólo cincuenta y dos años. La elección del nuevo director recayó en la señorita Dorothy Mcllwraith, una solterona de mediana edad que había tenido a su cargo la dirección de «Short Stories». Por eficiente que pueda considerarse la actuación de la señorita Mcllwraith en «Weird Tales», es innegable que, cuando Wright se fue, terminó una era. Sólo unos pocos años antes, dos de sus autores más destacados, Robert E. Howard y H. P, Lovecraft, habían muerto (el primero se quitó la vida él mismo), y otro de los favoritos, Clark Ashton Smith, virtualmente había dejado de escribir. Otros grandes nombres fueron apareciendo con menor frecuencia, también, de manera que la «Weird Tales» que sobrevivió bajo la dirección de la señorita Mcllwraith no era sino una sombra de lo que había sido en su época más brillante, A nuestro juicio, mientras que Wright había publicado con regularidad algún relato de ciencia-ficción, ahora muy raras veces aparecía material del género, y era principalmente Edmond Hamilton (y luego Stanton Coblentz) quien mantuvo enarbolada la bandera de la ciencia-ficción. Ése fue, pues, el momento ideal para que «Strange Stories» diera el golpe, para que ocupara el trono en el reino de la fantasía. Pero ello no sucedió. La citada publicación sólo duró trece azarosos números, y en enero de 1941 expiró. ¿Por qué? ¿Acaso no había mercado para la fantasía? ¿O es que los lectores eran demasiado fieles a «Weird Tales»? En rigor, la respuesta radica en el hecho de que «Strange Stories» era una imitación demasiado exacta de «Weird», la cual era única. Si bien la Standard demostró un gran criterio en la elección del material para «Startling», se equivocó en lo que a «Strange» se refiere. (En la actualidad el mejor recuerdo que se conserva de su contenido lo constituye la serie de Henry Kuttner sobre el príncipe Raynor, y de ella solamente aparecieron dos episodios.) El hombre que tomó la decisión más certera con respecto a la fantasía no fue otro que John Campbell. Al mes siguiente de la aparición de «Strange Stories», la compañera de «Astounding», «Unknown», apareció en escena, cual una verdadera nova, y con ella se expandió el reino de la fantasía. Lo que «Astounding» había logrado para la ciencia-ficción, «Unknown» estaba a punto de conseguirlo para el género fantástico. La diferencia más evidente entre «Weird» y «Unknown», en cuanto al carácter de su contenido, residía en el enfoque. Casi siempre, «Weird Tales» presentaba una suerte de horror espeluznante. Lo que se pretendía era aterrorizar y enervar, subrayando lo extravagante. No así «Unknown», que trataba lo fantástico como un hecho cotidiano, y aunque de cuando en cuando publicaba alguna narración amedrentadora, es el tono humorístico que saturaba la revista lo que la torna memorable. Aquí encontramos el tipo de relato que había popularizado Thorne Smith (1893-1934) en su serie Topper. Las narraciones de «Unknown» nunca eran complicadas, sino todo lo contrario, pues los autores se limitaban a sugerir una premisa básica, y a partir de ella desarrollaban el tema de acuerdo con un esquema lógico. Los resultados eran más que fenomenales: eran sorprendentes. «Unknown» publicó, sin ninguna duda, la más extraordinaria colección de narraciones fantásticas que haya presentado una revista. Naturalmente, la publicación se convirtió en una bendición para cualquiera que fuese capaz de combinar el humor con la fantasía, y por consiguiente muchos autores pusieron a prueba su verdadero valor en sus páginas, L. Sprague de Camp, L. Ron Hubbard, Fritz Leiber (cuyos cuentos de Grey Mouser, después de ser rechazados por «Weird Tales» vieron por primera vez la luz del día en sus páginas), Nelson Bond, Henry Kuttner, Theodore Sturgeon, Anthony Boucher, Fredric Brown, H. L. Gold y Malcom Jameson, en particular, demostraron su habilidad en tallar gemas de primera clase. También había varias sorpresas en reserva. Norvell Page, uno de los encumbrados autores que producía a un ritmo sorprendente y era el responsable de las narraciones de fondo de la revista «The Spider» de la Popular, apareció con dos excelentes novelas basadas en la leyenda del Preste Juan: Fíame Winds (Vientos flamígeros) y Sons of the Bear-God (Los hijos del dios oso); y Manly Wade Wellman, considerado hasta entonces como un escritor de segundo orden, bastante bueno, de temas heroicos del espacio, presentó un relato estremecedoramente memorable, centrado en torno de Edgar Alian Poe; When It Was Moonlight (Cuando brillaba la luna). Los británicos deberíamos estar orgullosos con toda razón de que la novela de fondo del primer número fuese de Eric Frank Russell. Sinister Barrier (Barrera siniestra) había sido sometida a la consideración de «Astounding» y fue devuelta para que fuese re-escrita. Aparentemente, Russell lo hizo con tan admirable habilidad que hasta Campbell quedó sorprendido. Durante este período, Campbell había estado planeando la publicación de una revista fantástica complementaria, y Sinister Barrier parecía muy apropiada para ella. Russell adaptó una de las creencias de Charles Fort, según la cual estamos bajo el dominio de seres extraños, y produjo lo que posteriormente fue considerado un clásico, En la novela los terráqueos descubren que, en efecto, están dominados por seres extraterrestres, y a partir de ese momento inician una desesperada batalla por la libertad. Desde el primer número, «Unknown» despertó el interés de los aficionados a los relatos fantásticos y de ciencia-ficción por igual, puesto que realmente contenía muchas narraciones de fantaciencia, uno de cuyos mejores ejemplos es Darkzr Than You Think (Más oscuro de lo que se cree) (diciembre de 1940), de Jack Williamson, con su enfoque altamente científico de la licantropía. Pisándole los talones a «Unknown» llegó «Fantastic Adventures», como compañera de «Amazing». Con el primer número fechado en mayo de 1939, «Fantastic» apareció demasiado pronto después de «Unknown» como para considerarla una imitadora de ésta, pero no cabe duda de que la aparición de la publicación de Campbell acicateó a -Ziff-Davis, En su editorial, alabando la inmensa y dura labor realizada por el equipo Ziff-Davis, Palmer manifiesta que: «Hemos elevado la literatura fantástica al nivel de las publicaciones de calidad, y no obstante ello, se ha logrado conservar el atractivo necesario en el campo de los "pulps"».4 El lector coincidirá en considerar que resulta bastante extraño que el director de una revista «pulp» expresara que la calidad y los «pulps» no iban de la mano. Sea como fuere, el caso es que «Fantastic Adventures» resultó sumamente atractiva. Como un equivalente de «Unknown» para el público juvenil era satisfactoria, y aunque Palmer, aparentemente, jamás logró decidirse entre publicar ciencia-ficción o relatos fantásticos, la revista contenía buenas narraciones. Con el paso de los años, su calidad fue mejorando hasta superar la de «Amazing», y durante el «período Shaver» (al cual nos referiremos de nuevo más adelante), en última instancia, «Fantastic» demostró ser un refugio seguro. El primer número no fue, ni mucho menos, tan espectacular como el de «Unknown». Relatos de segundo orden por Eando Binder, Harl Vincent, A. Hyatt Verrill, Ross Rocklynne y Frederic A. Kummer, entre otros, combinados con una historieta: Ray Holmes, Scientific Detective (cuyo perpetrador lamentablemente permaneció en el anonimato); no obstante, encontró eco entre los seguidores de «Amazing». Sin duda la mejor faceta del número era la ilustración de la contracubierta de Frank R. Paul, representando The Man from Mars (El hombre de Marte). Un artículo aclaratorio acompañaba la ilustración y ello demuestra una vez más la versatilidad de Paul. En este caso se vio secundado por el formato de gran tamaño de «Fantastic» que le permitió dar mayor realce, tanto al dibujo de la cubierta como a los del interior. En marzo de 1939 un nuevo editor entró en el campo: Blue Ribbon Magazines de Massachusetts, con oficinas centrales en Hudson Street, Nueva York. En esos momentos el éxito de «Amazing», bajo la dirección de Palmer, y de «Marvel», constituía un tema de meditación entre los editores de publicaciones «pulp» y se dieron cuenta de que había llegado el momento de tirarse al agua. Así Blue Ribbon lanzó «Science Fiction», y como director contrataron nada menos que a Charles D. Hornig, que había alcanzado la madura edad de veintidós años. «Science Fiction» tuvo un favorable lanzamiento, a pesar de la mediocre cubierta de Frank R. Paul, con nombres tales como Edmond Hamilton y Amelia Reynolds Long, que por un instante transportaron a los lectores de vuelta a los días de «Wonder Stories». Visto a distancia, quizás hubiese sido preferible que tales recuerdos hubieran dormido en el pasado, ya que los relatos eran de inferior calidad. Sin embargo, el primer número mereció considerables elogios. Un joven (de dieciocho años), Ray Bradbury, dijo:

…no dejen que la revista degenere hasta alcanzar el nivel del jardín de infantes: que madure a la par que la mente de los aficionados. Si las demás publicaciones dejan jugar a ser infantiles, dejemos que avancen a ciegas… pero no lograrán hacerse un tugar en el ámbito de la ciencia-ficción como sin duda habrán de hacer ustedes si continúan adelante con las ideas que tienen en mente para el futuro. (Hornig contestó): Trato de otorgar a la revista un carácter que sea un incentivo para las mentes maduras, y por lo tanto evito incluir cuentos de hadas ilógicos.5 Es obvio que Hornig escarnecía la política de Palmer, y seguramente también la de Weisinger, Pero, ¿era eso justo teniendo en cuenta que la mayor parte del material de Hornig salía de las plumas de los principales autores de Palmer y Weisinger? Este hecho estaba oculto por los incontables seudónimos utilizados, lo cual también encubría el hecho de que esos autores a quienes Palmer les pagaba un centavo por palabra le vendían narraciones a Hornig a razón de medio centavo la palabra. Entre ellos figuraban John Russell Fearn, que aparecía como John Cotton, Ephriam Winiki y Dennis Clive en el primer número, y luego como Dom Passante; Edmond Hamilton, que firmaba Robert Castle; Henry Kuttner como Paul Edmonds, y Eando Bínder (Earl incluido) como John Coleridge. El mecanismo fue ideado por el agente de los autores, Julius Schwartz, mientras que el director Hornig inventaba la mayoría de los seudónimos. Cuando se empleaban los nombres verdaderos, la tasa era elevada al nivel habitual de un centavo por palabra. Binder apareció bajo su propio nombre reconocido en el segundo número con una novela corta, Where Eternity Ends (Donde termina la eternidad), una pieza bien escrita, de ritmo ágil, por la cual Binder es aún recordado. Esta obra la publicó un editor australiano en forma de opúsculo en la década de 1950, Binder también escribió un artículo, A Vision of Possibility (Una visión de la posibilidad), que inspiró a Paul unas sugestivas cubiertas, en un estilo muy similar al de las ilustraciones que caracterizaban las contracubiertas de «Amazing», mientras que las cubiertas especiales a base de mutantes de Campbell constituían el atractivo principal de «Astounding». Después de los dos primeros números, «Science Fiction» comenzó a declinar. Es evidente que con la proliferación de publicaciones del género, los escritores y sus agentes contaban con un amplio mercado donde poder elegir y se inclinaban por los editores que pagaban mejor. Hornig había estado asociado con «Wonder Stories», que tenía fama de pagar poco. Cuando una cosa parecida empezó a suceder con «Science Fiction», el caudal de manuscritos de los autores más cotizados se fue debilitando. Ello significó que los autores que encontraban cada vez más dificultades para mantenerse en el campo -porque sus relatos parecían ahora anticuados- de nuevo tuvieron un mercado para su producción. Entre éstos había gente como Ed Earl Repp, Harl Vincent, Stanton Coblentz e incluso Ray Cummings, que parecía haber caído en una rutina de lo submicroscopico. Por consiguiente, «Science Fiction» y una pléyade de revistas como ella raras veces tenían oportunidad de procurarse nada más que material de segunda clase, y si bien de cuando en cuando algunas narraciones de esta categoría firmadas por buenos autores (previamente rechazadas por los mejores editores) eran de una calidad superior al nivel medio del de otros escritores, ello significó que muchos relatos mediocres se filtraron en el género. Durante el verano de 1939 el boom pareció decaer temporalmente, pero al acercarse el otoño, la bola de nieve empezó a rodar otra vez, y al propio tiempo una chispa de originalidad surgió de la organización de Frank Munsey. La compañía de Munsey había abierto el campo de las publicaciones «pulp» unos cuarenta años antes, y aquel primer título, «Argosy», todavía seguía apareciendo, aunque la ciencia-ficción cada vez ocupaba un lugar menos importante en su contenido. Con frecuencia los lectores recordarían los primeros tiempos de «Argory» y de su compañera «All-Story» (actualmente «All-Story Love», una revista romántica para la mujer) y con cariño rememorarían la infinidad de relatos de ciencia-ficción y fantásticos que había publicado. He aquí, pues, un hueco para llenar, y en septiembre de 1939 Munsey lanzó «Famous Fantastic Mysteries», con la intención de reeditar aquellos antiguos clásicos. En este sentido, realizó una admirable labor bajo la sagaz dirección de Mary Gnaedinger. Ésta se encontró con una vasta provisión de material para elegir, y puesto que el autor popular más importante de los primeros tiempos había sido Abraham Merritt (1884-1943), seleccionó algunas de sus obras para el nacimiento de la nueva revista. Merritt en aquellos momentos se dedicaba por completo a la dirección de «American Weekly», por cuyo motivo su producción como escritor era virtual-mente nula, lo cual significaba que pocos de los nuevos fanáticos habían tenido oportunidad de gustar sus relatos. (También Gernsback había recurrido a obras de Merritt para las reediciones de novelas en «Amazing» doce años antes. Esa elección ejerció sin duda su influencia, y la segunda reimpresión de las obras de Merritt demostró una vez más que era un triunfador.) El primer número contenía The Moon Pool (La laguna de la Luna) de «All-Story» de junio de 1918, y le siguió una señalización de la continuación: The Conquest of the Moon Pool (La conquista de la laguna de la Luna), El segundo número también desenterró Almost Immortal (Casi inmortal) de Austin Hall («All-Story», 7 de octubre de 1916), y en el tercero apareció Who Is Charles Avison? (¿Quién es Charles Avison?) de Edison Marshall («Argosy», abril de 1916), para citar solamente la flor y nata de las reimpresiones. «Famous Fantastic Mysteries» (conocida como «FFM» por razones prácticas) salió mensualmente después del segundo número, un lujo que hasta el momento sólo podían darse «Astounding» (y «Unknown») y «Amazing». Por supuesto que el respaldo financiero de Munsey tuvo mucho que ver con ello, pero también era una prueba de su popularidad. Como consecuencia, en julio de 1940, apareció una publicación hermana, «Fantastic Novéis», que presentaría las obras más extensas, dejando los relatos cortos para «FFM», En este aspecto, Gnaedinger se valió de un ardid muy astuto. A partir del número de marzo de 1940, «FFM» publicó en forma seriada The Blind Spot (El paraje ciego) de Austin Hall y Homer Eon Flint, un clásico particularmente excitante de un «Argosy» de 1921. Después de la tercera entrega fue interrumpida bruscamente su publicación y se incluyó completa en el primer número de «Fantastic Novéis». Los lectores que deseaban seguirla hasta el final no tuvieron más alternativa que comprar la nueva revista. Al concluir el año, apareció sorpresivamente una publicación compañera de «Science Fiction»: «Future Fiction». Charles Homig era también su director. El título tuvo un interesante origen. El editor Silberkleit se había iniciado en el mundo de los negocios con una empresa distribuidora vinculada a Gernsback. Cuando éste buscaba un título para la publicación que vería la luz como «Amazing Stories», Silberkleit sugirió el de «Future Fiction». Ese título nacería por fin al cabo de trece años y medio. En un principio «Future» fue poco más que una copia idéntica de «Science Fiction». Una de las cualidades de Hornig era su habilidad para desenterrar nombres del pasado. El primer «Future» incluía The Infinite Eye (El ojo infinito) de Philip Jacques Bartel, seudónimo de M. M. Kaplan, World Reborn (Mundo renacido) de J. Harvey Haggard y Ths Disappearing Papers (Los documentos desaparecidos) de Miles J. Breuer, todos ellos nombres que prácticamente se habían perdido de vista, Resulta interesante suponer que quizás Hornig adquirió algunos de los noventa y nueve extraños manuscritos que Palmer rechazó al asumir la dirección de «Amazing», como sucesor de Sloane; relatos que habían sido escritos muchos años antes. En Navidad ya habían aparecido dos revistas más, ambas trimestrales. La primera de ellas, fechada invierno de 1939, pertenecía a una nueva firma editorial, Love Romances Inc., de Nueva York, y se llamaba «Planet Stories». Love Romances publicó una gran variedad de revistas, cuyos títulos resultaban sumamente engañosos. «Northwest Romances», «Jungle Stories» y «Two Complete Detective Books Magazine», por ejemplo, todos salieron bajo el pie de imprenta general de «A Fiction House Magazine». La primera «Planet», dirigida por Malcolm Reiss, presentaba un contenido singularmente insulso, a excepción del grato retorno de los autores Laurence Manning y Fletcher Pratt, «Planet» mantuvo la política de publicar solamente aventuras interplanetarias y se orientaba sin duda hacia el mercado juvenil. A medida que se sucedían los números el brío del director Reiss empezó a surtir efecto y fue mejorando la calidad del material, aunque éste no dejaba de disculparse por la mediocridad de los relatos, señalando que se trataba de lo mejor que tenía a mano en el momento de entrar en prensa. Al igual que muchas de las nuevas revistas, la de Reiss también satisfacía la curiosidad de los aficionados a la ciencia-ficción mediante una sección dedicada a comentar las publicaciones del género, y no tardó en crearse una secuela de fieles lectores. La otra publicación trimestral, «Captain Future», también tenía su origen en la Standard Magazines, En julio de 1939 se había celebrado la primera Convención Mundial de la Ciencia-Ficción, que tuvo lugar en Nueva York, a la que asistieron aficionados y profesionales por igual. Leo Margulies estuvo presente durante la convención que él y Weisinger soñaron con lanzar «Captain Future». Como sea que esta revista estaba dirigida al grupo integrado por los adolescentes más jóvenes, ¡no podemos dejar de preguntarnos cuál debía de ser la opinión que Margulies tenía realmente de los aficionados! «Captain Future», cuyo primer número correspondía al invierno de 1940, debía publicar una novela completa de aventuras cada trimestre contando la epopeya del capitán Curt Newton y sus cohortes. Inicialmente las novelas pertenecían todas a Edmond Hamilton, comenzando con Captain Future and the Space Emperor (El capitán Futuro y el emperador del espacio), Hamilton era un autor muy competente y por fortuna no cometió el error de rebajarse hasta el nivel de los lectores, evitando caer en la narración de aventuras demasiado trilladas para el público juvenil, a pesar de la insistencia del editor en que adoptara las fórmulas aderezadas de las publicaciones «pulp». En cambio eran relatos épicos del espacio hábilmente escritos. También era importante el hecho de que esta revista, al igual que «Startling», incluyera reimpresiones, en este caso relatos más extensos que se podían señalizar. El primer año apareció The Human Termites (Termitas humanas) de David H, Keller, exhumada del año 1929. El año 1939 fue en verdad el más excepcional para la ciencia-ficción, buena y mala. Se amplió el mercado para los escritores y dibujantes, pero también vio la luz una gran cantidad de material de calidad inferior. Lo que resulta notable es que la mayor parte iba dirigido al público juvenil. Mientras que en un principio era Palmer quien apuntaba bajo, ahora tanto «Planet» como «Captain Future» le ganaban. De hecho, las narraciones de «Amazíng» a menudo eran comparables, si no mejores, que las de «Science Fiction» y «Future». Por otra parte, «Startling» y «Thrilling Wonder» tenían un carácter mucho más elitista que antes, y «FFM» ofrecía un formidable desafío con sus respetables reimpresiones. Pero, como siempre, «Astounding» se encontraba en la cumbre, y si 1938 había sido un buen año, 1939 fue aún mejor. Ello era una suerte para Campbell, porque en sus esfuerzos por ofrecer originalidad, rechazaba una enorme cantidad de material, A medida que crecía el mercado de la ciencia-ficción y que los autores descubrían que podían colocar su producción en otra parte, dejaron de perder el tiempo con Campbell, Por esa razón, éste tuvo que encontrar su propia corte de autores, y sin duda eso es justamente lo que hizo. Comparemos su segundo año (octubre 1938-septiembre 1939) con el primero (excluyendo «Unknown»). El número de octubre de 1938 presentó el primer episodio de la serie sobre Johnny Black, el oso inteligente, de L. Sprague de Camp -The Command (La orden) – que fue elegido por votación como el relato más popular del número. El mes de diciembre de 1938 presenció el regreso de Lester del Rey con Helen O'Loy, un robot femenino sumamente sensible. En ese mismo número las «imaginativas variantes» de Tremaine se vieron reemplazadas por los relatos «nova» de Campbell, con A Matter of Form (Una cuestión de forma) de H. L, Gold, Ésta fue la primera aparición de Gold bajo su nombre verdadero, aunque en 1934 había firmado varias narraciones con el seudónimo de Clyde Crane Campbell. La serie Cosmic Engineers (Ingenieros cósmicos) de Clifford Simak empezó en el número de febrero de 1939, a la que le siguió en el mes de abril One Against the Legión (Uno contra la legión) de Jack Williamson. Con ésta la ópera del espacio de «Astounding» llegó a un fin muy maduro, salvo las que aún estaban por venir de E. E. Smith. John Berryman hizo su primera aparición en mayo con Special Flight (Vuelo especial), pero mayor importancia tuvo el número de julio con Black Destróyer (el destructor negro), que trataba de una extraña criatura gatuna, Coeurl, y sus intentos de apoderarse de una nave espacial terráquea. Esta narración marcó la primera aparición de A. E. van Vogt en las revistas de ciencia-ficción. El mismo número contenía Trenas (Tendencias), la primera colaboración de Isaac Asimov en «Astounding», aunque Marooned off Vesta (La vesta abandonada) («Amazing», marzo de 1939) había aparecido antes. Trenas se caracteriza por ser la primera en sugerir que en lo futuro podría existir cierta resistencia social a los viajes espaciales. Un mes más tarde, el número de agosto nos ofreció la primera colaboración de Robert Heinlein, Life-Line (La línea vital) (un relato no demasiado memorable respecto de una máquina que puede predecir la duración de la vida humana), y al mes siguiente nos trajo las picaras aventuras de unos seres etéreos en la primera narración de Theodore Sturgeon, Ether Breather (Inspirador de éter). En dos años Campbell logró monopolizar los nombres que ocuparon el lugar más destacado en el campo de la ciencia-ficción: L. Sprague de Camp, Lester del Rey, E, E. Smith, Eric Frank Russell, Isaac Asimov, Robert Heinlein, A, E, van Vogt y Theodore Sturgeon, así como a Clifford Simak y Jack Williamson. Con el fin de empezar con firmeza su tercer año, Grey Lensman de E. E. Smith se serializó en cuatro partes, la primera de las cuales se publicó en octubre.


5. Pleamar


A comienzos de 1940 apenas decayó el florecimiento de los «pulps» de ciencia-ficción, pero en la mayoría de los casos eran revistas compañeras de otras en curso. Charles Hornig se encontró con una tercera publicación, «Science Fiction Quarterly», cuyo número de prueba apareció en el verano de 1940. El acento en este caso recaía en las novelas largas, al igual que con Startling», y en su primer número había una reimpresión: The Moon Conquerors (Los conquistadores de la Luna) de R. H, Romans, sacado de la revista «Wonder Stories Quarterly», de invierno de 1930, Evidentemente, la idea de las reimpresiones prendía con rapidez. En febrero y marzo de 1940 aparecieron dos nuevas publicaciones, «Astonishing Stories» y su compañera «Super Science Stories». Estos dos títulos salían alternados y en el curso de los tres años siguientes se ganaron un lugar entre las revistas más sensatas disponibles. En la página del índice figuraba que los editores eran Fictioneers, Inc., pero ésta era meramente una subsidiaria de Popular Publications. La firma Popular, sorprendentemente, no publicaba ninguna revista de ciencia-ficción, habiéndose hecho famosa por sus publicaciones de sexo/sadismo, que más o menos habían iniciado con «Dime Mystery Magazine» en 1932 y ampliado en «Horror Stories» y «Terror Tales». El activo fanático de la ciencia-ficción Frederik Pohl primero se había dirigido a Red Circle con la intención de convertirse en director de «Marvel». En 1940 esa revista iba de capa caída, pero Erisman puso a Pohl en contacto con el editor de Popular, Henry Steeger. Al salir de esa entrevista, Pohl ya era director de las dos nuevas revistas. La fecha era miércoles, 25 de octubre de 1939. A Pohl le faltaba un mes para cumplir los veinte años, lo cual le convertía en el más joven director en su primer trabajo, después de Hornig. Sin embargo, Pohl era extraordinariamente maduro en cuanto a ideas y proyectos. Las dos publicaciones tenían el formato típico de las revistas complementarias: «Astonishing» destinada a las piezas más breves, y «Super Science», a las obras de mayor extensión. (En efecto, durante un tiempo se la bautizó de nuevo con el título de «Super Science Novéis Magazine».) El primer número de «Astonishing» demostró una definida inclinación hacia las aventuras interplanetarias, encabezado con Chamaleon Planet (El planeta camaleón) de J. R. Fearn, y White Land of Venus (La llanura blanca de Venus) de Frederic Kummer, Isaac Asimov estaba presente con Half-Breed (Semi-engendro), y también lo estaban Henry Kuttner y Manly Wade Wellman, aunque firmando con seudónimo. «Super Science Fiction» salió con World Reborn (El mundo renacido) de Thornton Ayre (Fearn de nuevo, quien al encabezar el número con su narración se hizo merecedor a una doble cubierta singular), y también contenía relatos de Raymond Z. Gallun, Frank Belknap Long, Ross Rocklynne y otros. Es digno de recordación, por ser su primera aparición, James Blish, un brillante autor de dieciocho años, con Emergency Refuelling (Reabastecimiento de emergencia). Antes de finalizar el año 1940, estas dos publicaciones habrían de incluir relatos de L. Sprague de Camp, Robert Heinlein y Clifford Simak, además de Asimov. En la mayoría de los casos se trataba de material rechazado por Campbell, pero no obstante de buena calidad. Si asociamos eso con el hecho de que «Astonishing» se vendía por la mera suma de diez centavos, no nos sorprenderá que conquistara un amplio mercado. La principal razón de que la firma Popular hubiera lanzado las revistas de Pohl con otro pie editorial residía en el hecho de que sólo podían arriesgarse a pagar medio centavo por palabra en el género de ciencia-ficción en vez de su tarifa habitual de un centavo. Sin embargo, a fines de 1940 habían elevado el presupuesto de Pohl de manera que le permitía pagar cifras adicionales por los relatos más populares. La firma Popular Publications entró en un periodo de expansión. En 1935 habían adquirido los derechos de «Adventure» a la Munsey Corporation y con ello contrataron al director Howard Bloomfield. Ahora, en 1941, compraron el resto de las publicaciones. «Argosy» se había convertido en una revista «pulcra», desprovista de ciencia-ficción. Fue de esta manera que la firma Popular tomó posesión de «FFM» y «Fantastic Novéis», y puso a su director, Alden H. Norton, a cargo de todas las publicaciones del género. Había llegado casi la pleamar para las revistas: el campo de la ciencia-ficción había alcanzado el punto de saturación. Empero, aún aparecerían cuatro publicaciones más, y la primera de ellas anunciaría el retorno de F. Orlin Tremaine a la palestra. Tremaine (1899-1956) se había concedido un largo descanso después de su labor en Street Smith y se contentó con escribir algunos relatos, incluyendo narraciones de ciencia-ficción tales como True Confession (Verdadera confesión) («Thrilling Wonder», febrero de 1940), la historia extraordinariamente conmovedora de un robot, y fantásticas como Golden Girl of Kalendar (La muchacha de oro de Kalendar) para «Fantastic Adventures». Ahora bajo los auspicios de H-K Publications se erigió en director de «Comet Stories», cuyo primer número fue el de diciembre de 1940. Por ese entonces los aficionados a la ciencia-ficción empezaban a mostrarse indiferentes ante las nuevas publicaciones y, aunque el nombre de Tremaine merecía algo más que una inquisitiva mirada, el contenido tenía que ser muy especial para provocar la tentación capaz de arrancar los quince centavos adicionales de los bolsillos de los lectores. Tremaine no produjo ese algo especial, si bien el segundo y el tercer números empezaron a mostrarse más promisorios. «Comet» publicaba ciencia-ficción para todos sin discriminación, y evidentemente no tenía una política bien definida ni autores de mérito. Fue en esta publicación donde hizo su primera aparición el historiador del género Sam Moskowitz con The Way Back (El camino de regreso), en el número de enero de 1941 (aunque también estaba presente en el «Planet Stories» del invierno de 1941). Lamentablemente, cuando «Comet» empezaba a imponerse, Tremaine se retiró. H-K Publications no aportaba el dinero para pagar a los autores ni a los ganadores de los concursos, y Tremaine no quiso verse envuelto en ello. «Comet» fue en verdad una estrella fugaz, y Tremaine nunca más volvió como director al campo de la ciencia-ficción, si bien hizo una breve aparición a fines de la década de 1940 con una serie de artículos en «Thrilling Wonder». Falleció el lunes 22 de octubre de 1956, dejando «Astounding» tras de sí como un monumento a sus logros. Los problemas monetarios alzaron sus horrendas cabezas de nuevo con la aparición de las pocas revistas posteriores. En la época de «Wonder» y «Amazing» no era inusual que los autores tuvieran que esperar a cobrar mucho tiempo después de la publicación del relato. Por consiguiente, «Astounding» de Street Smith se convirtió en un sorprendente refugio seguro con su inveterada costumbre de entregar el cheque una vez aceptada la colaboración. Las más grandes editoriales como la Standard, Ziff-Davis y Popular tampoco tuvieron dificultades. Pero con la expansión del género y a medida que los editores de menor importancia entraron a competir en el campo de la ciencia-ficción, los problemas aumentaron. Las cosas llegaron al punto culminante cuando Donald Wollheim convenció a Jerry Albert de Albing Publications para publicar «Stirring Science Stories» y «Cosmic Stories», que aparecieron en febrero y marzo de 1941, respectivamente. El inconveniente residía en que no disponían de suficiente capital para hacer frente a todos los pagos de una sola vez. Albert dio instrucciones a Wollheim a los efectos de que consiguiera colaboraciones sobre la base de que el pago se efectuaría si las publicaciones tenían éxito, un juego que conduciría rápidamente a la muerte de las revistas. Wollheim tuvo la suerte de ser miembro de una sociedad de aficionados de Nueva York, The Futurians, y como tal contó con la buena disposición de todo un grupo de autores en ciernes que se contentaban con ver sus narraciones en letras de molde, aun cuando la remuneración se redujese casi a cero. Como consecuencia, la mayor parte del material que nutrió a ambas publicaciones procedía de ese grupo, publicado bajo una virtual guía de seudónimos. Ello también significó el lanzamiento de autores que posteriormente serían renombrados. El mejor ejemplo lo constituye Cyril Kornbluth (1923-1958). Kornbluth hizo su primera aparición en el número de abril de 1940 de «Astounding» en colaboración con Richard Wilson bajo el seudónimo de Ivar Towers. En mayo de 1940 publicó King Colé of Pluto (El rey Colé de Plutón) en «Super Science Stories» firmado con el nombre de S. D. Gottesman, Sin embargo, ese nombre sirvió principalmente para señalar los esfuerzos mancomunados entre Kornbluth y Pohl. Con la llegada de «Stirring», Kornbluth inventó un seudónimo, Cecil Corwin, bajo el cual escribió algunos de los relatos fantásticos más originales, tales como Mr. Packer Goes to Hell (El señor Packer va al infierno) («Stirring», junio de 1941) y The City in the Sofá (La ciudad en el sofá) («Cosmic», julio de 1941), En «Stirring» de junio de 1941, Kornbluth figuró con cuatro relatos, todos ellos salidos de su pluma, pero firmados Corwin, W. C, Davies, Kenneth Falconer y S. D. Gottesman. Damon Knight hizo su primera aparición profesional en el número de febrero de 1941 de «Stirring» con Resilience (Rechazo). Knight era sólo unos pocos meses mayor que Kornbluth, pero en ese momento no logró causar el mismo efecto en ninguna parte. Otros miembros del grupo (más o menos integrados a él) que contribuyeron a la aventura de Albing fueron James Blish, Robert Lowndes, Walter Kubilius, John B, Michel, Harry Dockweiler, Frederik Pohl e Isaac Asimov. Como era de prever, empero, el hecho evidente de no pagar a los colaboradores provocó violentas erupciones en el campo del género fantástico, y todos los intentos de Wollheim y Albert por suavizar las cosas fueron vanos. Si bien las revistas poseían una calidad por encima del nivel medio, no lograron hacerse un lugar en el mercado y desaparecieron. «Stirring Science Fiction» merece recordarse por el sólo hecho de que era dos revistas en una. La segunda mitad, «Stirring Fantasy Fiction», tenía su propio editorial, página de índice y secciones independientes. Fue en esta parte donde apareció el mejor material, sobre todo The Corning of the Whita Worm (La llegada del gusano blanco) de Clark Ashton Smith (abril de 1941), y sin embargo es ese nombre el que ha sido olvidado. Y así llegamos al verano de 1941, el pináculo de las revistas «pulp» de ciencia-ficción, En este período hubo más títulos de publicaciones del género en los quioscos que en cualquier otra época anterior. Posteriormente sólo aparecería otra publicación más norteamericana y una revista de origen canadiense; ninguna de ellas merece más que un comentario al pasar. «Marvel Stories» (con cuyo título se la conocía ahora) estaba naufragando. Una compañera anterior del tipo weird, «Uncanny Tales», había desaparecido en mayo de 1940, después de aparecer diez números. (No debe confundirse con la «Uncanny Tales» canadiense que sobrevivió durante veintiún números entre 1940 y 1943. Si bien en su casi totalidad estaba formada por reimpresiones de origen norteamericano, publicaba también material original.) Con fecha de abril de 1941 se materializó un nuevo título, «Uncanny Stories». Los insulsos relatos de Ray Cummings, R. de Witt Miller y F. A, Kummer recibieron una respuesta carente de entusiasmo, y sólo Speed Will Be My Bride (La velocidad será mi novia) de David Keller (reproducida de un folleto de edición privada de 1940) demostró poseer un cierto atractivo. «Uncanny Stories» desapareció de la noche a la mañana. El título canadiense fue «Eerie Tales», fechada en julio de 1941. El hecho de estar numerada Volumen 1, Número 1, hacía suponer una intención de continuidad, ya que inició la publicación de una serie, The Weird Queen (La reina irreal) del boxeador profesional Thomas P. Kelley. Pero nunca llegó a su fin porque «Eerie» no apareció más. Es digna de ser recordada por un relato singularmente profético, The Man Who Killed Mussolini (El hombre que mató a Mussolini) de Valentine Worth, Un oportuno recordatorio de que Europa estaba en guerra. Así, mientras Estados Unidos gozaba del espléndido aislamiento gracias a Roosevelt, sus días estaban contados. En el mes de diciembre de 1941 se produjo el ataque a Pearl Harbour, y se impusieron las restricciones de tiempo de guerra. El consiguiente racionamiento del papel, de la tinta y del plomo anunció el principio del fin de las revistas «pulp». Jamás volverían a adquirir tanto impulso. Por lo tanto, mandemos de nuevo a nuestro lector a los quioscos en ese último verano de tiempo de paz, y veamos cuánto gastaría en la adquisición de revistas de ciencia-ficción habitualmente en el mercado, y de origen norteamericano solamente. Había un total de dieciocho publicaciones de aparición regular, incluyendo «Weird Tales» y con exclusión de «Marvel» y «Uncanny». El precio en general era de quince centavos, algunas costaban diez, otras, veinte. El dispendio total en un mes ascendía a 3,15 dólares, o alrededor de una libra esterlina, una suma bastante importante en los días anteriores a la guerra, Pero la marea empezaba a bajar, y había llegado el momento de echar mano de las tácticas de supervivencia.



6. Bajamar


En 1939, la súbita explosión de publicaciones de ciencia-ficción tomó por sorpresa a la mayoría de la gente. No fue un solo factor el que condujo a esa proliferación sino varios, que vale la pena señalar. El autor y erudito L. Sprague de Camp, en su libro de 1953 Science-Fiction Handbook (Manual de ciencia-ficción), subrayaba la retransmisión de la producción de Orson Welles sobre la obra The War of the Worlds (La guerra de los mundos) de H, G. Wells. La adaptación radiofónica realizada por Howard Koch logró que muchos oyentes del programa Mercury Theatre, transmitido a las ocho de la tarde del sábado 30 de octubre de 1938, realmente creyeran que se había producido una invasión marciana, Cuando la población del área de Nueva York se hubo recobrado, sin duda supo apreciar un poco más el valor de lo fantástico, y muchos se sintieron impulsados a explorar el campo. En aquel momento, «Marvel» y «Amazing» ya gozaban de un gran éxito de ventas. «Amazing» recibió un buen impulso en la Feria Mundial de 1938 celebrada en Nueva York en el mes de septiembre. Se decidió enterrar una Cápsula del Tiempo, con un contenido similar a la plétora de elementos ocultos en el Obelisco de Cleopatra de Londres. La firma comercial Westinghouse Time Record, según se anunció, incluyó una copia en microfilme del número de octubre de 1938 de la revista «Amazing». Al enterarse de este acontecimiento, el público seguramente tuvo curiosidad de conocer la publicación. Sin embargo, es digno de recordar que en 1938 una nueva generación había entrado en el campo de la ciencia-ficción de la mano de los padres. Habiendo dos generaciones de lectores, era esencial que las publicaciones complacieran el gusto de los jóvenes y los mayores por igual. «Amazing», bajo la dirección de Sloane, parecía haberse adormecido si se la compara con la excitante «Thrilling Wonder» y con la literalmente asombrosa «Astounding», Como es natural, cuando Palmer inyectó a «Amazing» una nueva dosis de vitalidad, la generación más joven se volcó hacia ella, «Marvel» apareció casi en el mismo momento, cuando la generación de más edad también deseaba algo más estimulante. En cuanto las ventas de «Amazing» y «Marvel» alcanzaron cifras siderales, y las otras publicaciones se vieron secundadas por compañeras rentables, los editores rivales consideraron llegado el momento de velar por sus laureles y se lanzaron a la arena. Pero la mayoría de los recién llegados al campo pasó sin pena ni gloria. Capitales insuficientes y falta de originalidad significaron un bajo nivel de ventas, y al llegar el racionamiento del papel el fin era inevitable. Sólo sobrevivirían las más aptas. En diciembre de 1941 la marca tope ya había sido alcanzada. «Marvel Stories» dejó de salir después de la aparición del noveno número en el mes de abril, si bien irónicamente ése fue uno de los mejores, con dos relatos sobresalientes: Last Secret Weapon (La última arma secreta) de Polton Cross y The I ron God (El dios de hierro) de Jack Williamson, Pero era demasiado tarde, pues «Marvel» había perdido mucho apoyo después de su primera promesa. Asimismo los editores demostraban un mayor interés en el creciente ámbito de los libros de historietas, en el cual las de ciencia-ficción ocupaban una gran parte, (Deliberadamente he evitado hablar de esa subcultura, salvo en alguna referencia ocasional, sobre todo porque ya han aparecido varios excelentes trabajos sobre el tema, tales como The Steranko History of Comics de James Steranko, publicado en 1970.) «Cosmic» de Wollheim había desaparecido, y de «Stirring» sólo apareció un número más en marzo de 1942, lo que causó una sorpresa por cuanto la mayoría del público creía que ya había muerto. También había dejado de existir «Comet» de Tremaine, y la compañera de «FFM», «Fantastic Novéis», se había evaporado después de cinco números (abril). Además, se habían producido varios cambios en la dirección de las publicaciones. Puesto que he mencionado el campo de la historieta de ciencia-ficción, no debería sorprendernos saber que muchos de los nombres notables del género se estaban desviando hacia él, siendo el más destacado Otto Binder. Tampoco debería causarnos estupor enterarnos que Mort Weisinger, que fue el primero en incluir la primera historieta en una revista «pulp», demostraba ahora interés en esa modalidad. Ya había sido director asociado de «College Humour» desde 1939, y a principios de 1941 recibió una oferta de National Comics para hacerse cargo de la dirección de las distintas publicaciones de historietas «Superman», que habían comenzado con «Superman Quarterly» en mayo de 1939. (Por cierto que «Superman» no fue la primera revista de historietas en ese campo. «Superworld Comics», ilustrada por el fiel Frank Paul y dirigida nada menos que por una personalidad como la de Hugo Gernsback, desplazó a «Superman Quarterly» del primer puesto.) Weisinger aceptó y por consiguiente abandonó la firma Standard Magazines. Le reemplazó Osear Jerome Friend, un autor de cuarenta y tres años que cultivaba varios géneros, sobre todo el del Oeste. Sus contribuciones a la ciencia-ficción hasta el momento habían sido insignificantes, salvo contadas excepciones. Con la Standard permaneció durante tres años, en cuyo período los torpes editoriales Sargeant Saturn llegaron a la inmadurez. En Blue Ribbon Magazines se produjo otro cambio. En el curso de 1940 el editor Silberkleit se había mostrado cada vez más disconforme con la conducción que Hornig impartió a las tres publicaciones, la cual, por el hecho de estar en Nueva York las oficinas de Blue Ribbon, y Hornig en California, planteó muchos problemas. Silberkleit ofreció la dirección a Sam Moskowitz, quien la rechazó. En ese momento recibió una carta del destacado aficionado Robert Lowndes, quien, a instancias de Donald Wollheim, le escribió deplorando el espantoso estado de la ciencia-ficción en aquellos momentos y ofreciendo sus servicios. Luego de una entrevista, Lowndes se encontró a cargo de la dirección de «Future» y «SF Quarterly», Hornig conservó la de «Science Fiction», aunque no por mucho tiempo. En su duodécimo número, y después del sexto de «Future» (el segundo en manos de Lowndes), los dos títulos se fundieron en uno bajo la dirección de Lowndes. Hornig se fue y no tardó en atraparlo la guerra. Por el hecho de ser un pacifista, las autoridades le trataron perversamente, y desapareció por completo de la escena. Un cambio de menor importancia se produjo en ese momento en la firma Popular. En noviembre, Pohl pasó al cargo de subdirector, con Alden H. Norton como director general. Sin embargo, como se ha señalado anteriormente, Norton era jefe de redacción de las publicaciones de ciencia-ficción, y de hecho Pohl continuó desempeñando el cargo. Así, cuando Estados Unidos entró en guerra, un total de catorce publicaciones, de siete editores, estaban vivas y coleando. (Para recapitular, digamos que éstas eran: «Amazing» y «Fantastic Adventures» de Ziff-Davis; «Astounding» y «Unknown» de Street «Thrilling Wonder», «Startling» y «Captain Future» de la Standard; «Astonishing», «Super Science» y «FFM» de la Popular; «Future combined with Science Fiction» y «SF Quarterly» de Blue Ribbon Columbia; «Planet» de Love Romances, y «Weird Tales» de Short Stories».) A los ojos de los editores que, al fin y al cabo, tenían muchos otros títulos, varios de ellos más populares y lucrativos, ninguna de estas publicaciones presentaba aspecto alguno en especial que fuera motivo para despertar su interés. Las revistas, por lo tanto, no sólo se tenían que vender bien dentro de su propio campo, sino que debían tener una oportunidad dentro de la propia firma editorial. Debido a la escasez de materiales, los editores tenían que concentrarse en sus títulos de mayor venta y suspender la publicación de los más improductivos, aun cuando éstos pudieran haber sido viables en condiciones normales. Una revista podía desaparecer o sobrevivir, pero debe tenerse en cuenta que ninguna dejaba de sufrir algún cambio, y prácticamente ninguna salió ilesa de este período. En un primer momento los editores recurrieron a las tácticas básicas: ampliar el tiempo de publicación, reducir el número de páginas y el formato, y con ellas todas las revistas de ciencia-ficción capearon el primer año de la guerra. En rigor, aparecieron con notable regularidad, y «FFM» incluso logró incrementar el ritmo. Cuando cayó el hacha lo hizo con la rapidez de una guillotina, y en el lapso de cuatro meses, cuatro títulos dejaron de aparecer. Respondiendo al simple dictado de la economía, los editores con más de un título de ciencia-ficción en su cadena suprimieron la que gozaba de menos éxito. En el caso de la firma Popular ello no resultó fácil de decidir. «FFM» probablemente era la de más venta, pero lo que más pesaba en su favor consistía en que la mayor parte de su material eran reimpresiones, las cuales resultaban más baratas de adquirir que las narraciones originales. La decisión tuvo que tomarse a principios de 1943 cuando Frederik Pohl se vio llamado a aportar su contribución al esfuerzo bélico. Pohl se retiró de la Popular, y pareció el momento apropiado para liquidar las dos publicaciones bajo su dirección. A Pohl le sucedería en el cargo el director finlandés de treinta y un años Ejler Jakobbson, quien recordaba en una carta de fecha reciente al autor de estas líneas: Ambas revistas, empero, sucumbieron a la escasez de papel durante el período de la guerra, y mi función consistió simplemente en poner el punto final. El incidente más memorable para mí fue el hecho de que Fred me entregara un juego de pruebas parcialmente corregidas momentos antes de partir: su última corrección consistía en un círculo hecho con lápiz alrededor de un error del linotipista extraordinariamente ofensivo y una nota marginal: «¡Señor linotipista: ¿qué demonios significa esto?!» Los últimos números de «Astonishing» y «Super Science» llevaban fecha de abril y mayo, respectivamente. En abril también apareció el último número de «SF Quarterly». Por los mismos motivos, la firma Columbia cerró filas y otorgó preferencia a otras publicaciones. Sin embargo, «SF Quarterly» constituyó una triste pérdida, puesto que contenía algunos excelentes relatos largos, y por lo general cada número incluía una novela de ciencia-ficción y una del género fantástico. La revista permitió dar a conocer las destacadas obras del dibujante Hannes Bok (1914-1964), cuya primera novela, Starstone World (Mundo de rocas estelares), se publicó en el número del verano de 1942. [La primera narración de Bok había aparecido en «Future combined with Science Fiction» del mes de febrero de 1942, pero con anterioridad ya había vendido muchas ilustraciones, siendo la primera para la cubierta de «Weird Tales» de diciembre de 1939 sobre Lords of the Ice (Señores del hielo) de Keller. «SF Quarterly» también constituyó una valiosa fuente de material reeditado. Silberkleit había adquirido los derechos de reimpresión de una cierta cantidad de las primeras novelas de Ray Cummings, que incluían Tarrano the Conqueror (Tarrano el conquistador) (1925) y Briganes on the Moon (Bandoleros en la Luna) (1930), que se reprodujeron en «Quarterly», y otras aparecieron en «Future». La pérdida de «SF Quarterly» no hubiera causado tanto efecto si «Future» no hubiese desaparecido tres meses más tarde. En ese entonces ni siquiera se llamaba «Future», aunque los ojos de lince que habían seguido la evolución de la revista sin duda sabían que se trataba de la misma publicación, «Future» cambió más veces de nombre que cualquier otra revista, con la consiguiente confusión (no podía ser de otro modo), sobre todo en la década de 1950. Tal como dijimos anteriormente, la revista de Hornig se fusionó con la de Lowndes a partir de octubre de 1941, bajo el título de «Future combined with Science Fiction». Un año más tarde se convirtió en «Future Fantasy and Science Fiction». En este caso, Lowndes adoptó el sistema utilizado por Wollheim en «Stirring», de combinar la ciencia-ficción con lo fantástico en el mismo número (aunque sin separar ambos géneros como hizo Wollheim), Durante este período publicó algunas excelentes narraciones como la imitación de Lovecraft del propio Lowndes, The Leapers (Los brincadores), Storm Warning (Anuncio de tormenta) de Wollheim y Devil's Pawn (La prenda del diablo) de Damon Knight. Pero los resultados no fueron satisfactorios, y «Future Fantasy» cambió de nombre una vez más, al cabo de sólo tres números, convirtiéndose en «Science Fiction Stories» en abril de 1943. Observen el agregado «Stories». No fue la reaparición de «Science Fiction», sino una continuación de «Future». Sin embargo, ningún observador casual que hubiera hojeado la revista en un quiosco lo habría advertido, y se esperaba un incremento de las ventas. Pero la Columbia ya había tomado una cierta decisión, y antes de poder comprobar los resultados del cambio de nombre, «Science Fiction Stories» arrió velas con el número de julio. La próxima revista condenada a desaparecer fue «Unknown». La noticia causó conmoción en más de un fanático, pero era un hecho que debía afrontarse. Las cifras de venta eran desalentadoras, y al sumarse a ello las restricciones impuestas al uso del papel, se decidió sacrificar «Unknown» en favor de «Astounding». «Unknown» había sufrido varios cambios externos. La primera sorpresa llegó con el número de julio de 1940. De pronto la revista apareció sin ilustración en la cubierta. Afortunadamente continuaron figurando los adecuados y maravillosos dibujos de Ed Cartier en el interior, pero durante el resto de la vida de «Unknown» su cubierta se limitó simplemente a reproducir una lista del contenido con un pequeño dibujo al lado del título de cada narración. Luego en diciembre de 1940 pasó a alternar la publicación mensual e introdujo el subtítulo Fantasy Fiction. Campbell temió que el título «Unknown» (Desconocido) podía confundir a muchos posibles lectores, haciéndoles creer que se trataba de una publicación periódica sobre ciencias ocultas. El subtítulo tuvo sólo un carácter temporal, y a partir del número de octubre de 1941 adoptó el nuevo título de «Unknown Worlds», y simultáneamente su formato se amplió a 21 x 28 cm. Al cabo de tres números, «Astounding» le imitó, pero fue con «Unknown Worlds» que los lectores tuvieron la satisfacción inicial de gustar la reversión al antiguo formato. Campbell argumentó que por 15 centavos podía ofrecer más texto en cada número y, al propio tiempo, ahorrar papel. Otro de los argumentos fue que, con la legión de revistas «pulp» que invadían los quioscos, una publicación de mayor tamaño debería ser exhibida en un lugar separado del de los títulos «pulcros» y por consiguiente gozaría de mayor venta. (El razonamiento era acertado. Gernsback se había valido del mismo subterfugio en el lanzamiento del primer número de «Amazing», y Palmer le imitó con los primeros números de «Fantastic Adventures». No obstante, una vez logró imponer ese título, volvió a adoptar el formato de los «pulps».) Lamentablemente, no se consiguió el objetivo que se buscaba, pues los vendedores continuaron relegando todo título de ciencia-ficción a las filas de los «pulps». Aparte del título y del tamaño, el contenido de «Unknown» continuó siendo tan soberbio como siempre. No podemos dejar de mostrarnos selectivos en este aspecto, pero los textos memorables constituían legión. Bastará decir que fue en esta publicación donde nacieron verdaderas obras maestras como la serie Harold Shea de L. Sprague de Camp y Fletcher Pratt; la fascinante Fear (Miedo) de L. Ron Hubbard y la intrigante Typewriter in the Sky (La máquina de escribir en el firmamento) del mismo autor (en la cual un pianista de la vida real se encuentra de pronto envuelto en un relato de piratería que está escribiendo un amigo suyo y, sabiendo cómo suelen terminar las narraciones de dicho amigo, trata de burlar astutamente al autor), y The Misguided Halo (El halo descarriado) de Henry Kuttner, y otros cuentos cortos similares, Los lectores que se habían disgustado con Kuttner debido al episodio de «Marvel» se mostraron dispuestos a perdonarle después de saborear sus colaboraciones en «Unknown». J. Alian Dunn, cuyo nombre aparecía en casi todas las secciones dedicadas a la ciencia-ficción de la gran variedad de revistas «pulp» (se destacaba por sus relatos del mar), también ofreció una narración en «Unknown», dos en realidad, incluyendo la novela On the Knees of the Gods (En las rodillas de los dioses). Los fanáticos de la serie Grey Mouser de Fritz Leiber encontraron los cinco primeros episodios en estas páginas, y apareció un surtido de relatos realmente magníficos de Lester del Rey, de los cuales mis preferidos son The Coppersmith (El calderero), sobre las penas y tribulaciones de un elfo en el mundo moderno, y Forsaking All Others (Abandonando a todos los demás), en la que una dríada arbórea sacrifica su inmortalidad por el amor a un ser humano. Pero todas las cosas buenas llegan a un fin. El número final de «Unknown» estaba fechado en octubre de 1943, y su desaparición fue muy lamentada. No se puede negar que dejó su impronta. En adelante, la literatura fantástica no volvió a ser la misma. Sólo otra revista más sucumbió bajo el esfuerzo de la guerra, y parece un milagro que hubiera durado tanto, hasta mayo de 1944, en realidad. En ese momento, era casi un anacronismo. De «Captain Future», en conjunto, aparecieron un total de diecisiete números, para los cuales Edmond Hamilton escribió todas las novelas de fondo, salvo dos. Estas dos eran obra del doctor Joseph Samachson, más conocido en el ámbito de la ciencia-ficción por el seudónimo de William Morrison, aunque sus narraciones para «Captain Future» iban firmadas con el de Brett Sterling, como también lo fueron algunas de Hamilton. Después que «Captain Future» salió de la circulación, aparecieron más aventuras en «Startling» hasta una fecha tan avanzada como el mes de mayo de 1951, alcanzando un total de veintisiete. (Hasta Manly Wade Wellman escribió una.) Dejando a Curt New-ton aparte, «Captain Future» incluyó varios cuentos cortos más originales, pero el mejor servicio que prestó residió en el hecho de reimprimir las narraciones más extensas. En el verano de 1944 habían sobrevivido ocho revistas. Habiendo sobrellevado los inconvenientes creados por la escasez de papel y la pérdida de autores y dibujantes en aras de la guerra, parecería que debían estar dispuestas a soportar cualquier cosa. Ése no fue el caso, pero por lo menos se les concedió un respiro. Merece mencionarse aquí que «Doc Savage» también logró capear la guerra, y mantuvo el ritmo de aparición mensual. En mayo de 1944 vio la luz su número 135 y no daba muestras de fatiga. La publicación pertenecía a Street sin embargo, dicha firma sacrificó «Unknown». Tales hechos tienden a situar al historiador del género de ciencia-ficción en su lugar cuando trata de ponderar los pros y los contras de las publicaciones. Todas las revistas de ciencia-ficción que desaparecieron no habían sido en verdad publicaciones que contaran con el apoyo de los fanáticos, sino que siguieron una evolución de acuerdo con los deseos de los editores que pretendían ganar dinero rápidamente, y es evidente que si un editor hubiera deseado publicar una revista de ciencia ficción la habría mantenido aun a costa de otras. Pero pocos editores tenían ese criterio. El aspecto económico siempre ocupó un lugar de privilegio, y es doloroso reconocer que la ciencia-ficción no se vende tanto como, por ejemplo, las novelas policíacas o incluso las publicaciones periódicas de literatura de imaginación en general. Desde este punto de vista, resulta sorprendente que alguna de ellas lograra perdurar.



7. Los supervivientes


Ocho revistas: ocho elementos a la deriva en el mar de la ciencia-ficción. De las ocho, ya nos hemos referido a «Weird Tales» y a su importancia declinante en el género. Que de las otras siete, cinco sobrevivieran, no es tan sorprendente, pero sí lo es con respecto a las dos restantes: «Planet Stories» y «Famous Fantastic Mysteries». Malcolm Reiss aún era el responsable general de «Planet», pero la tarea de dirección recaía en Wilbur S, Peacock desde el número de otoño de 1942, Entre ambos hicieron de «Planet» una publicación extraordinariamente viva, y por ese entonces los esfuerzos de Reiss estaban produciendo sus frutos, sobre todo en cuanto a los textos. «Planet», como ya hemos señalado, era una revista dedicada por completo a los viajes interplanetarios, y si bien este aspecto ocupaba un breve espacio en el espectro de la ciencia-ficción, obligaba sin embargo a muchos autores a experimentar y crear, de tal manera que hasta tanto no se produjera la habitual carrera desesperada por explotar las aventuras espaciales, los lectores siempre podían esperar lo inesperado. El mayor aporte de «Planet» a la fama lo constituye sin duda la figura de Ray Bradbury, aunque no fue su descubridora [Alden H. Norton adquirió su primera obra ofrecida para ser publicada, Pendulum (Péndulo), para «Super Science Stories» (noviembre de 1941)], y sus mejores colaboraciones aparecieron algo más tarde. Pero los relatos de «Planet» son los que poseen un carácter más experimental en la ciencia-ficción (tal como lo fueron las de «Weird Tales» en aquel género). Narraciones como Morgue Ship (La nave depósito de cadáveres) y Lazarus, Come Forth (Lázaro, anda) representan los primeros pasos en la dirección que conduciría a The Million Year Picnic (El picnic del año un millón) (verano de 1946), la primera de sus Martian Chronicle (Crónicas marcianas). Probablemente los dos colaboradores más valiosos del primer período de «Planet» fueron Leigh Brackett, la esposa de Edmond Hamilton, y el escritor de relatos de misterio, Frederic Brown. Los esfuerzos de Brackett se cuentan entre los primeros en ese híbrido subgénero donde se mezclan las aventuras interplanetarias y la brujería, tan en boga actualmente. Robert E. Howard, el creador de las historias de Conan, dio el ímpetu al mencionado subgénero con su extensa novela Almuric, serializada postumamente en «Weird Tales» a partir de mayo de 1939 (una de las últimas series de ciencia-ficción que publicó). Luego Leigh Brackett respondió al desafío. Su primera aparición en «Planet» (la cuarta en su carrera) se produjo con The Stellar Legión (La legión astral) (invierno de 1940) y en adelante las aventuras se sucedieron sin cesar. Incluso se asoció con Ray Bradbury para producir una imitación de los relatos fantásticos de Conan, Lorelei of the Red Mist (Lorelei de la niebla roja) (de nuevo en verano de 1946). El desaparecido Frederic Brown fue un escritor de relatos de misterio extraordinariamente dotado. Primero demostró su talento en el campo de la ciencia-ficción con un cuento corto, Not Yet the End (Aún no ha llegado el fin) en el número de invierno de 1941 de «Captain Future». Siguiendo a otras dos narraciones, en «Planet» de febrero de 1942 apareció su obra maestra The Star Mouse (El ratón estrella), el relato de un ratón alemán en route hacia la Luna. Si bien era un colaborador infrecuente, sus narraciones invariablemente constituían el jalón más alto del número. Un particular interés despierta The Vizigraph, la columna de cartas al director de «Planet». En ella el director y los lectores chapuceaban todos juntos, y no era sorprendente encontrar una de las respuestas de Peacock bastante más extensa que la carta original. Como recuerda Robert Lowndes:



Reiss era sincero y educado; Wilbur gozaba sacándose la chaqueta y siendo uno más en la multitud, A pesar de la aspereza de algunos de sus comentarios, nada parece indicar que alguien se sintiera ofendido hasta el punto de no volver a escribir o de no enviar una réplica.6


Cabe recordar que esto sucedía en época de guerra, y semejante espíritu de camaradería constituía un valioso aporte a la moral de los amantes de la ciencia-ficción que se encontraban en servicio activo. Peacock siguió como director hasta el número de otoño de 1945, en que su puesto fue ocupado durante corto tiempo por Chester Whitehorne. La influencia de éste en la publicación fue prácticamente nula, ya que Reiss estaba todavía al mando, y su verdadera contribución a la ciencia-ficción (si bien de menor importancia) fue no aparecer durante otros ocho años. «Famous Fantastic Mysteries» tuvo la osadía de aparecer mensual-mente desde junio hasta diciembre de 1942, y ello resultó casi fatal. En 1943 vieron la luz sólo tres números, uno en marzo, luego ninguno hasta septiembre, en que se convirtió en trimestral, y el tercer número apareció en diciembre. En el mismo período sufrió un cambio de política. Hasta fines de 1942, «FFM» publicó regularmente reimpresiones de los «pulps» de Munsey, y nombres legendarios como los de Francis Stevens, J. U. Giesy y George Alien England honraron sus páginas. Ello cesó en 1943. El número de marzo presentaba Ark of Fire (El arca de fuego) de John Hawkins, que hacía muy corto tiempo que se había publicado en forma seriada en «American Weekly» (1938). A partir de entonces incluyó novelas que habían aparecido, por lo general, en forma de libro, empezando con la obra de 1930 The Iron Star (La estrella de hierro) de John Taine (que demuestra cómo se mantenía en vigencia el gusto por las novelas de razas perdidas). En esta línea, se resucitó The Gost Pirales (Los piratas fantasmas) de William Hope Hodgson en el número de marzo de 1944, a la que siguió la soberbia The Boats of the «Glen Carrig» (Los botes de «Glen Carrig») (junio de 1945) del mismo autor. Por aquel entonces Hodgson no había sido olvidado ni mucho menos, pero gracias a los esfuerzos del aficionado H. C, Koenig su nombre no se perdió, y a partir de aquel momento este autor fallecido a los veintiséis años comenzó a recibir los panegíricos que merecía. Sin embargo, hasta a Koenig le costaría creer que, en 1974, tres editoriales británicas de libros de bolsillo publicaron simultáneamente Carnacki de Hodgson. «FFM» merece un reconocimiento especial por haber utilizado las brillantes ilustraciones de Virgil Finlay (1914-1971). A este dibujante le descubrió «Weird Tales», pero posteriormente fue contratado por «American Weekly». Cuando «FFM» empezó a reeditar la obra de Merritt, éste (director de «American Weekly») se valió de su influencia para que Finlay ilustrara los relatos. Así se inició una asociación sensacional. Frank R. Paul puede considerarse el decano de los artistas en el campo de la ciencia-ficción, y quizás aventajaba a Finlay en capacidad para representar maquinaria, pero en calidad, imaginación y perfección dentro de la realización artística, Finlay era único, y sus figuras humanas se encontraban a varios años luz de distancia de las de Paul. La fina línea y los esgrafiados de Finlay contribuyeron tanto a atraer lectores a «FFM» como el texto mismo. Tanto es así, que el número de agosto de 1941 ofrecía una carpeta con los dibujos de Finlay para la revista impresos en hojas individuales de papel de excelente calidad por sesenta centavos o juntamente con una suscripción anual por sólo un dólar. (En 1943 se repitió la oferta, por lo que es indudable que Finlay contribuyó grandemente a mantener «FFM» en el mercado.) Cuando Finlay se enroló en el ejército en 1943, «FFM» se vio obligada a buscar a otro dibujante capaz de imitar a Finlay, y dentro de la propia firma descubrieron a Lawrence Sterne Stevens («Lawrence»), un veterano en el mundo de los «pulps» que, en su condición de perro viejo dentro de la profesión, había logrado dominar una técnica que le permitía conseguir una calidad de «grabado» y un gran realismo, que era la que había adoptado Finlay. Tan excelente fue su realización, que sus trabajos también se ofrecieron reunidos en una carpeta. «FFM» pudo ser considerada un anacronismo dentro del campo, pero en las encuestas ocasionales llevadas a cabo entre los amantes del género mereció ser votada como la revista más popular, y en su momento ocupó el primer lugar entre las de más circulación. La firma Standard Magazines logró valientemente mantener con vida dos revistas de ciencia-ficción: «Thrilling Wonder» y «Startling». Bajo la dirección de Weisinger, «Wonder» alcanzó un ritmo de publicación mensual, pero en manos de Friend se convirtió de nuevo en bimensual, alternando con «Startling». Así siguió durante todo el año 1942, pero en 1943 se vieron en la necesidad de convertirla en trimestral (incluso después de sacar de circulación «Captain Future»), lo cual se prolongó hasta fines de 1946. Friend dejó la Standard a finales de 1944, y Samuel Merwin ocupó su cargo. En el campo de la ciencia-ficción, Merwin, que tenía treinta y cuatro años, sólo había visto la luz en letras de molde con dos artículos sobre la aeronavegación en el futuro (en «Thrilling Wonder» durante 1943), y un relato, The Scourge Below (El flagelo subterráneo), en octubre de 1939. Para los amantes de la ciencia-ficción, pues, era un hombre más misterioso que Friend. Merwin era el único hijo de Samuel Merwin (1874-1936), un notable autor sobre la historia norteamericana. Su hijo, cuya narrativa resulta sumamente interesante, heredó sin duda su talento literario. En cuanto a su tarea de editor, de inmediato se produjo un cambio. La sección Thrills in Science de «Startling», iniciada por Weisinger y mantenida por Friend, dejó de aparecer. Merwin tenía capacidad para continuarla, pero evidentemente no era ésa su intención. Conservó los editoriales Sergent Saturn, pero sólo durante el tiempo necesario, Merwin poseía sus propias ideas y estaba decidido a ponerlas en acción, pero tuvo que esperar hasta el fin de la guerra. Nos resta referirnos a otros tres supervivientes: dos revistas de ciencia-ficción y una de fantasía/ciencia-ficción. Dejaremos a «Astounding» para el final y nos ocuparemos primero del éxito fenomenal de las publicaciones de Ray Palmer. Mucho se habla de John Campbell en las historias de la ciencia-ficción porque, en una visión retrospectiva, fue mucho lo que hizo para divulgar ideas nuevas y originales y señaló nuevos rumbos a la ciencia-ficción. Nadie puede negarle el renombre de «Padre de la Ciencia-Ficción Moderna». Pero resulta fácil olvidar que por ese entonces Campbell tuvo que soportar muchas críticas por la aparente esterilización despiadada de los antiguos temas e ideas de «Astounding». Mientras que actualmente es mucho lo que nosotros debemos agradecerle, los lectores de su época no estaban todos en favor de su enfoque. Eran muchos los que pensaban que Campbell constreñiría la ciencia-ficción en vez de dejar que se desarrollara libremente y siguiese su propio curso. El hecho de que la ciencia-ficción no se ahogara demuestra hasta qué punto los lectores subvaloraron la fuerza y la imaginación del grupo de autores de Campbell. Y la popularidad de las revistas rivales de «Astounding» pone de relieve en qué medida los lectores preferían la ciencia-ficción de la vieja guardia. En cuanto al valor como puro entretenimiento, excitación y aventuras con poco interés por la originalidad, ninguna publicación podía competir con «Amazing Stories» y «Fantastic Adventures». Y con respecto a la búsqueda de sensaciones no había nadie comparable con Raymond A. Palmer. El éxito instantáneo de la nueva «Amazing» significó que la revista había podido reasumir el ritmo de publicación mensual desde octubre de 1938, y así siguió hasta septiembre de 1943. «Fantastic» se había publicado una vez cada dos meses durante sus primeros cuatro números, luego siguió una etapa de seis números mensuales antes de llegar a sufrir una ligera irregularidad en invierno de 1940-1941. Pero a partir de mayo de 1941 hasta agosto de 1943, ésta también apareció mensualmente, lo cual significa que Palmer producía veinticuatro números por año, Coincidentemente, Friend publicaba sólo dieciséis, y Campbell, dieciocho. Sólo en 1940 Weisinger superó esta cifra con veintiocho números, pero en este caso debe recordarse que «Startling» y «Captain Future» incluían reediciones, y la última destinaba su mayor parte de espacio a las novelas de Hamilton. Si bien «Amazing» publicaba de cuando en cuando la «Reedición de un clásico», no lo hacía en la misma proporción. Si tomamos en cuenta el total de páginas, los dos títulos de Palmer contenían tantas como los cuatro de Weisinger en el lapso de un año. En resumen, Palmer publicaba más ciencia-ficción que cualquier otro en ese momento. Como sea que Ziff-Davis era el único editor de ciencia-ficción con sede en Chicago, Palmer fue creando su propia corte de autores locales, muchos de los cuales eran amigos de sus días de aficionado. Si bien continuó publicando autores establecidos, en especial Robert Moore Williams, Eando Binder [cuya serie sobre robots Adam Link (El eslabón de Adán) fue una de las más populares entre las que publicara la revista] y John Russell Fearn, cada vez más la publicación se nutrió de los relatos del contingente local, con una notable excepción: Nelson S. Bond. El grupo de Palmer tomó forma inmediatamente. Ya en 1939 había descubierto a Don Wilcox y David Vern, Wilcox se constituyó en uno de sus principales colaboradores durante la década siguiente y fue capaz de producir narraciones excelentes, pero era propenso a descuidar la calidad de sus trabajos. Hizo su primera aparición con The Pit of Deth (Nido de la muerte) («Amazing», julio de 1939), pero uno de los mejores relatos de esa época es The Voyage That Lasted 600 Years (El viaje que duró 600 años) («Amazing», octubre de 1940), una memorable narración sobre una generación de naves astrales, que pasó bastante inadvertida en aquellos momentos eclipsada por Universe de Robert Heinlein («Astounding», mayo de 1941) a la que Wilcox se anticipó por varios meses. Vern no publicó relato alguno firmado con su propio nombre, pero se le recuerda por el más prolífico de sus seudónimos, David V. Reed, bajo el que apareció por primera vez con Where Is Roger Davis? (¿Dónde está Roger Davis?) («Amazing», mayo de 1939). J. R. Fearn no fue el único autor británico que lanzó «Amazing». Otro colaborador no muy asiduo pero fructífero fue William F. Temple, que decidió probar suerte en el mercado norteamericano, mucho más rentable desde el punto de vista económico, paso que a menudo le exhortaba a dar su amigo Fearn. Su primera venta a Palmer fue Mr. Craddock's Amazing Experience (La sorprendente experiencia del señor Craddock), un intrigante cuento corto sobre un hombre que regresa a la infancia, conservando la noción de sus años de vida como persona adulta. Su estilo refinado contrastaba marcadamente en comparación con el de muchos de los autores habituales de Palmer. La obra siguiente de Temple, El triángulo de cuatro lados, mereció el inmediato reconocimiento del público. Se le dedicó la ilustración de la cubierta en el número de noviembre de 1939 y ganó el premio de cincuenta dólares al ser elegida en primer lugar por votación de los lectores. Fearn, que también mereció el premio por su relato The Man from Hell (El hombre del infierno) en el número coincidente de «Fantastic Adventures», le escribió exultante a Temple diciéndole: «Nos corresponde a nosotros, los británicos, afinar la puntería, ¿eh?» Con la intervención de la guerra, sin embargo, Temple desapareció temporalmente de la escena. En el curso de los años siguientes, surgieron más nombres nuevos: David Wright O'Brien, William P. McGivern, Berkeley Livingston, Chester S, Geier, William Hamling y Leroy Yerxa, Éstos constituyeron el núcleo principal de la primera camarilla de Palmer, y todos eran sorprendentemente prolíficos, sobre todo O'Brien, quien además de aparecer en forma regular bajo su propio nombre, mantuvo un saludable número de colaboraciones firmadas por sus alter egos John York Cabot y Duncan Fransworth, entre otros. Como ejemplo, baste señalar que en los veinte meses que van de enero de 1941 a agosto de 1942 publicó cincuenta y siete narraciones en las dos revistas, incluyendo cuatro en «Fantastic» de junio de 1942 solamente. Fue la guerra la que cortó la breve carrera de O'Brien y segó su joven vida, y aunque varios de sus relatos se publicaron postumamente, resulta irónico pensar que probablemente la última narración que había de ver en letras de molde fue Will See You Again (Te veré de nuevo). Una de las peculiaridades de la cadena de publicaciones de Ziff-Davis era la utilización de nombres creados por la firma. Estos seudónimos se aplicaban a más de un solo autor. (Esta práctica no se limitaba a Ziff-Davis, La firma Standard tenía el de Will Garth, por ejemplo, y los Futurians se valían de una vasta colección de nombres de la casa para sus distintas publicaciones. Pero la variada proliferación no era tan amplia como en el caso de Ziff-Davis.) En las publicaciones de ciencia-ficción, Palmer fue el instigador de dicha práctica, recurriendo en un principio a sus propios seudónimos, y luego echó mano de los de otros autores, tales como Henry Gade, G. H. Irwin y Morris J. Steele. Pero los nombres más ubicuos eran Alexander Blade, Gerald Vanee y P. F. Costello, los cuales eran utilizados por igual para firmar narraciones como artículos. En «Amazing» de mayo de 1941 se presentó a Alexander Blade con The Strange Adventure of Víctor MacLzigh (La extraña aventura de Víctor Mac-Leigh), un relato que seguramente pertenecía a David Vern. La próxima aparición, empero, en septiembre, Dr. Loudon's Armageddon «La magna lucha del doctor Loudon), era de Louis H. Sampliner. En adelante, casi toda la camarilla de Palmer utilizaba los seudónimos por una variedad de razones, algunas comprensibles y otras incomprensibles. Quizá nunca podremos saber quién era el responsable de algunas de esas narraciones, y tal vez, después de todo, ello no sea tan tremendo, ya que raras veces la mejor obra de un autor aparecía bajo uno de esos nombres fantasmas. Pero ellos constituyen un temprano ejemplo del secreto goce que extraía Palmer del hecho de confundir y exasperar. Así le encantaba dar cuerpo a los nombres ficticios, incluyendo fotografías apócrifas en la sección Meet the Author (Conozca al autor), y a veces hasta publicaba una fotografía «falsa». Eso lo hizo con su propio alias A, R. Steber (véase «Amazing», marzo de 1945), con Tarleton Fiske de Robert Bloch («Fantastic», agosto de 1943) y con Peter Horn de David Vern («Amazing», marzo de 1940). El lector se habituó en seguida a no estar nunca seguro de cuándo se podía creer a Palmer y cuándo no. Sin embargo. Palmer merece el crédito de haber tenido el buen criterio de publicar un buen relato aun cuando no siempre proviniera de alguno de sus autores, y así aparecieron a menudo curiosas gemas, tales como Phoney Meteor (Meteoro falso) de John Beynon Harris («Amazing», marzo de 1941) y Mr. Wisel's Secret (El secreto del señor Wisel) de Eric Frank Russell («Amazing», febrero de 1942). Al cabo de aproximadamente un año, «Fantastic Adventures» comenzó a encontrar su camino. Sus primeros números eran una mezcolanza de relatos fantásticos heroicos y de disparates de ciencia-ficción, pero Palmer, al ver el éxito de su rival «Unknown» con sus fantasías humorísticas, decidió desviarse e incluir relatos de ese carácter en «Fantastic». A modo de tentativa utilizó la obra de Nelson Bond, probablemente el más menospreciado y sin embargo el que más influencia ejerció de los autores del género fantástico. Nelson Slade Bond, nacido en Scranton, Pennsylvania, el lunes 23 de noviembre de 1908, trabajaba en el campo de las relaciones públicas cuando empezó a publicar sus narraciones. Actualmente es más conocido como filatelista y hábil jugador de bridge, una extraña vuelta del destino para una persona que, desde sus primeros relatos, demostró que poseía una imaginación excepcionalmente vivida combinada con un malicioso sentido del humor. Se destacó por primera vez en el ámbito de la ciencia-ficción con Down the Dimensions (Por debajo de las dimensiones» en «Astounding» de abril de 1937, habiendo vendido varios relatos a Street Smith para revistas hermanas. Pero logró una fama prematura en noviembre de ese año con la aparición de una extravagante fantasía, Mr. Mergenthwirker's Lobblizs (Los cabildeos del señor Mergenthwirker), en la elegante revista «Scribner's». Recibida inmediatamente con aplausos, desde entonces ha sido adaptada para radio y televisión en distintas ocasiones y apareció en muchas antologías y reimpresiones. Si bien Bond continuó escribiendo ciencia-ficción, era evidente que su verdadero fuerte eran los relatos fantásticos, y se recuerdan pocas de sus obras serias en aquel campo. Una excepción especial lo constituye su serie sobre Meg, que se convierte en la sacerdotisa de un clan en una colonia del futuro después de la caída de la civilización, pero fracasa en sus deberes debido al descubrimiento del amor. El primer episodio, The Priestess Who Rebelled (La sacerdotisa que se rebeló) («Amazing», octubre de 1939), era un excelente relato y fue seguido por la provocativa segunda parte, The Judging of the Priestess (El juicio de la sacerdotisa) («Fantastic Adventures», abril de 1940). La superioridad de esta serie se demostró con la tercera historia, Magic City (La ciudad mágica), ¡que la compró Campbell y apareció en «Astounding»! Pero, por regla general, Bond escribía sus relatos de ciencia-ficción en el mismo tono ingenioso de sus fantasías, y eso era lo que Palmer deseaba. Empezó a adquirir los manuscritos de Bond, y el segundo cuento que Palmer le publicó fue el que trazó el camino que deberían seguir los subsiguientes autores. Con The Amazing Invention of Wilberforce Weems (La sorprendente invención de Wilberforce Weems), Bond estableció la moda de poner títulos ridículos a las narraciones, demostrando asimismo que era capaz de escribir dentro del estilo de Throne Smith, que Campbell emulaba en «Unknown». En este cuento Weems le da a tomar una asquerosa mixtura de medicinas a un niño que está cuidando con el propósito de lograr que deje de llorar. La poción resultante, empero, posee la propiedad de dotar a quien la ingiera, de manera instantánea, con el conocimiento y saber de cualquier libro con sólo acercárselo a la cabeza. En el siguiente número de «Fantastic» (noviembre de 1939), Bond presentó a su memorable personaje Lancelot Biggs, un aventurero espacial medio loco con una habilidad especial para meterse en situaciones absurdas. Pronto dejaría de reservar ese estilo exclusivamente para Palmer, y así encontramos The Unusual Romance of Ferdinand Pratt (El insólito idilio de Ferdinand Pratt) nada menos que en una publicación como «Weird Tales» (donde posteriormente también aparecieron las aventuras de Biggs), y Cartwright's Camera (La cámara de Cartwright) en «Unknow». Sin embargo, Bond no se establecía restricciones a sí mismo, y a menudo «Unknown» publicaba sus fantasías serias, como Take My Drum to England (Lleva mi tambor a Inglaterra) (agosto de 1941). La popularidad de los relatos de Bond sólo podía significar una cosa: la pronta aparición de imitaciones. La corte de Palmer también estaba deseosa de complacerle, y de ahí nació la escuela de una narrativa ligeramente «chiflada» de «Fantastic Adventures». David Wright O'Brien fue quizás el primero en tener éxito con The Strange Voyage of Héctor Squinch (El extraño viaje de Héctor Squinch) en el número de agosto de 1940, Él mismo introdujo entonces la moda en «Amazing» con Skidmore's Strange Experiment (El extraño experimento de Skidmore) (enero de 1941). O'Brien también había colaborado con William P, McGivern, actualmente considerado como un valioso escritor de cuentos espeluznantes, y éste se salió de su camino para imitar a Bond. Así en 1941 encontramos su firma en relatos como The Masterful Mind of Mortimer Meek (La mente dominadora de Mortimer Meek), The Quandary of Quantus Quaggle (La perplejidad de Quantus Quaggle), Sidney, the Scrzwloose Robot (Sidney, el robot del tornillo flojo) y Rewbarb's Remarkable Radio (la notable radio de Ruibarbo), así como una serie de relatos que se inició con Tink Takes a Hand (Tink acepta que le den una mano), Por ese entonces Robert Bloch, renombrado por su irreprimible sentido del humor, que también había colaborado en «Unknown», empezó su propia serie de relatos sobre el despistado Lefty Feep con Time Wounds All Heels (El tiempo cura todas las heridas) («Fantastic Adventures», abril de 1942). Los cuentos sobre Feep de Bloch tipifican este estilo narrativo, y demuestran con toda evidencia haber recibido la influencia de Bond, si bien se destaca el toque inteligente y original de Bloch. Éste adoptó de nuevo el seudónimo de Tarleton Fiske para confundir a los lectores al escribir ciencia-ficción seria y de recia factura, como Casi humano, simultáneamente con relatos estúpidos como The Mystzry of the Creeping Underwear (El misterio de la ropa interior rastrera). A partir de entonces con frecuencia aparecían imitaciones de los relatos de Feep, como las andanzas de Freddie Funk, de Leroy Yerxa, y en el curso de los primeros años de la década de 1940, «Fantastic Adventures» proporcionó una considerable cantidad de material ligero, sobre todo en el período de la guerra. Sus textos tal vez no eran tan sofisticados como los de «Unknown», pero con todo resultaban agradables. «Fantastic» también publicó relatos fantásticos serios, los mejores exponentes de los cuales fueron O'Brien y Yerxa. El hecho de que estos dos autores resultaran muertos en 1946 constituyó un duro golpe para el género. Los efectos de la guerra en el campo de la ciencia-ficción fueron múltiples. Estimuló el cultivo de temas para los cuales Palmer parecía particularmente receptivo. Así sus revistas contienen narraciones con títulos como Nazi, Are You Resting Well? (Nazi, ¿reposas en paz?) de Leroy Yerxa («Fantastic Adventures», julio de 1943), Hitler's Right Eye (El ojo derecho de Hitler) de Lee Francis («Fantastic Adventures», junio de 1944), The Ghost That Haunted Hitler (El espectro que atormentaba a Hitler) de William P. McGivern («Fantastic Adventures», diciembre de 1942) y They Forgot to Remember Pearl Harbour (Olvidaron recordar Pearl Harbour) por P. F. Costello («Amazing», junio de 1942). Algunos eruditos consideran que las revistas «pulp» constituyen una valiosa fuente de comentarios sociales, y los que comparten la idea seguramente encontrarían el número de «Amazing» de septiembre de 1943 sumamente interesante. Casi todas las publicaciones periódicas «pulp» de ese mes aparecieron con cubiertas ilustradas en torno al concepto «las mujeres en tareas bélicas», subrayado con el emblema de una antorcha levantada con la leyenda «Women War Workers» (Obreras de guerra). La cubierta de Robert Gibson Jones mostraba una rubia en mono y casco observando a un saboteador en una fábrica de aviones que ilustraba el relato War Worker 17 (Obrera de guerra 17) de Frank Patton (que era Palmer mismo). Para levantar la moral de las tropas, Palmer también preparó un notable número de «Amazing» a base de narraciones escritas enteramente por autores en las fuerzas armadas, incluyendo cartas de soldados. Este número especial apareció en septiembre de 1944. De hecho, Palmer se tomó ciertas libertades, atribuyendo grados a algunos seudónimos, y hasta incluyó su propio alias en el grupo. Sin embargo, ofrece una idea del amplio número de colaboradores, y con el fin de documentar este hecho, reproducimos el índice: Star Base X (Base astral X) Soldado Robert Moore Williams The Thinking Cap (La gorra pensante) Sargento William P. McGivern Prívate Prime Speaking (Habla el soldado Cabo David Wright O'Brien Prune) Professor Thorndyke's Mistake (El error Sargento P. F. Costello del profesor Thorndyke) Dolls of Death (Muñecas de muerte) Soldado E. K. Jarvis Weapon for a Wac (Un arma para un Sargento Morris J. Steele auxiliar del ejército) Double Cross on Mars (La doble cruz de Sargento Gerald Vanee Marte) Warburton's Invention (El invento de Soldado Russell Storm Warburton) Overlord of Venus (Soberano de Venus) Teniente W. Lawrence Hamling Matches and Kings (Pares y reyes) Cabo John York Cabot See You Again (Te veré de nuevo) Cabo Duncan Farnsworth El lector quizá piense que se trata de una lista considerablemente larga, sobre todo en una época en que la escasez de papel obligaba a reducir las páginas de los números. Pero como era característico de Palmer, él nunca se adaptaba a las normas. Cuando todo el mundo reducía el número de páginas, Palmer las aumentaba. En general, ambos títulos constaban de 148 páginas del formato «pulp», A partir de abril de 1942, «Fantastic» aumentó a 244 páginas, y «Amazing» hizo otro tanto en agosto. Ello se mantuvo hasta el mes de mayo de 1943 en que las redujeron a 212, y posteriormente a 180. Aparentemente eso pudo lograrse merced al sacrificio de ciertos títulos de Ziff-Davis en favor de los de Palmer. Un hecho tan curioso en el mundo de la ciencia-ficción no hace más que subrayar la fe que William Ziff tenía depositada en Palmer como generador de dividendos. La habilidad de Palmer en buscar los medios de causar sensación jamás parece haber decaído. Ello era lo que tornaba sus publicaciones tan interesantes, y a pesar de todo lo que sucedía en los títulos de Campbell, las revistas de Palmer figuraban invariablemente en el primer lugar en las listas de circulación. Por ejemplo, para el número especial de aniversario de «Thrilling Wonder» (junio de 1939), Weisinger había adquirido material a los dos hijos del creador de Tarzán, Edgar Rice Burroughs: John Coleman y Hulbert. El número de enero de 1941 de «Amazing» contenía una novela original, John Cárter and the Giant of Mars (John Cárter y el gigante de Marte), de Edgar Rice Burroughs. El número de marzo presentó The City of Mummies (La ciudad de las momias) y, luego, «Fantastic» apareció con Slaves of the Fish Men (Esclavos de los hombres peces). En conjunto, las dos revistas publicaron trece narraciones de Edgar Rice Burroughs hasta el número de febrero de 1943 de «Amazing», incluyendo Skeleton Men of Júpiter (Los hombres esqueletos de Júpiter). Una decimocuarta narración escrita en esa época, Savage Pallucidar (Transparencia salvaje), aparentemente se perdió y se publicó por fin en el número de noviembre de 1963 de «Amazing». Existen ciertas dudas de que realmente Palmer consiguiera esas obras de Burroughs padre, y los aficionados que conocían el gusto de Palmer por las jugarretas sospechaban que muchos de esos relatos salieron de las plumas de los dos hijos de Burroughs. Por todo lo que sabemos, sin embargo, las acusaciones nunca se pudieron sustanciar con pruebas fehacientes. Aparte de los textos narrativos, las revistas de Palmer ofrecían interesante material que merece, por lo menos, una breve mención. Por ejemplo, a partir del número de julio de 1939, «Fantastic Adventures» contenía una sección ilustrada, Romance of the Elements (Relato de los elementos), proporcionando datos históricos y científicos sobre cada elemento, desde el actinio hasta el tungsteno. Scientific Mysteries era el título de una breve sección informativa de «Amazing», iniciada por Joseph J, Millard en el número de octubre de 1940 con The Fate of the Mammoth (La suerte del mamut). A partir de junio de 1942, sin embargo, la serie estuvo completamente a cargo de L. Taylor Hansen. En el despertar de las actividades de Palmer como director, la metódica tarea directiva de Campbell parece casi insípida. La relación Campbell-Palmer recuerda la fábula de Esopo sobre la carrera de la liebre y la tortuga y cómo, al fin, la ganó la tortuga. Palmer saltaba febrilmente de una novedad a otra, sólo para terminar gastando sus energías y perderse por oscuros derroteros. Campbell, con su determinación y obstinada constancia, demostró ser el vencedor. Como ya mencionamos al referirnos a «Unknown», «Astounding» también probó de adoptar el formato mayor en 1942, pero retornó al tamaño «pulp» en 1943. Con 160 páginas superaba por aquel entonces tanto a «Amazing» como a «Fantastic», así como por el hecho de publicar regularmente doce números por año. Y entonces sucedió algo sin precedentes. Con el número de noviembre de 1943, «Astounding» adoptó el formato «digest», y los amantes de la publicación, que hasta el momento se habían mostrado escépticos ante la posibilidad de que desembocara en un desastre, se sintieron satisfechos al ver que no se habían engañado. El número de revistas del tamaño de bolsillo que aparecía en los quioscos iba en aumento, la mayoría de las cuales se consideraba que poseían un muy alto nivel. Se esperaba que «Astounding» también conquistaría a un nuevo público si adoptaba el formato «digest». El término «digest» se aplicaba a estas revistas desde la aparición del «Reader's Digest» en 1922, Su significado original implicaba que la revista reproducía relatos y artículos de otras publicaciones periódicas en forma abreviada y más digerible. Otras publicaciones, como «Science Digest» y «Writer's Digest», siguieron el ejemplo, pero había pocas revistas dedicadas íntegramente a la narrativa en ese formato. La revista «pulp» siguió siendo la norma durante la década de 1930 y aparte de la de 1940. Sólo unas pocas publicaciones semiprofesionales habían adoptado ese formato, como «Marvel Tales», de Crawford, de manera que «Astounding» fue la primera revista profesional que hizo el cambio. Cuando la mala suerte se cebó en la industria de los «pulps» a principios de la década de 1950 y era cuestión de recurrir al formato «digest» o morir, Campbell hubiese podido con todo derecho arrellanarse en su asiento y frotarse las manos de satisfacción por su perspicacia, pero él no era persona dispuesta a actuar de tal modo. Las revistas no sufrieron cambios fundamentales por el hecho de adoptar el tamaño de bolsillo. Conservaron todas sus secciones y características, además de incluir el artículo habitual, el resumen de libros y tantos relatos como fuera posible. Durante su época del tamaño grande, «Astounding» incluso había incorporado un subdirector en la persona de Catherine Tarrant, pero ésta desapareció después del primer número en formato «digest», para reaparecer en marzo de 1949. De hecho, ella continuó en «Astounding» hasta el mes de febrero de 1972. Los lectores que se habían acostumbrado a seguir la columna habitual de crítica de libros a cargo del difunto P. Schuyler Miller, que formaba parte de la columna vertebral de «Astounding», la echaron de menos al dejar de publicarse en la década de 1940, No reapareció hasta 1951. Con anterioridad la revista incluía de cuando en cuando resúmenes de libros a cargo de críticos, entre ellos Campbell mismo, Anthony Boucher, L. Sprague de Camp, Robert Heinlein, Willy Ley y Milton Rothman. «Astounding» aún seguía publicando la mejor narrativa. Con la entrada de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, Campbell se encontró en apuros. Sus colaboradores regulares fueron movilizados -Asimov, Heinlein, Sturgeon e inclusive Williamson- justo en el preciso momento en que su producción alcanzaba el más alto grado de calidad. Heinlein, por supuesto, era quizás el nombre más importante antes de la guerra, con narraciones como This Goes On… (Si esto continúa…) y Methusáleh's Chitaren (Los hijos de Matusalén). Van Vogt ocupaba un segundo puesto muy cercano como consecuencia de su eficaz novela Slan. Pero al quedar estos autores temporalmente fuera del campo, Campbell tuvo que buscar escritores capaces. Los que habitualmente colaboraban en las revistas «pulp» en rigor boicoteaban a «Astounding», pero Campbell sabía dónde buscar. Henry Kuttner había escrito varios relatos brillantes para «Unknown», pero como autor de ciencia-ficción aún se le consideraba «sucio». Por lo tanto, Campbell camufló a Kuttner y a su esposa Catherine bajo el seudónimo de Lewis Padgett, y quedó abierto otro capítulo de la historia de la ciencia-ficción. Los Kuttner enfocaron el género en el estilo de «Unknown» e iniciaron una serie de relatos humorísticos, al comienzo sobre robots Deadlock (Detención), The Twonky (Los Twonky) y Piggy Bank (La alcancía)] y luego se inclinaron hacia otros temas. A medida que se afianzaba su estilo, el humor se tornaba más torvo, los relatos, más eficaces, y en febrero de 1943 apareció Mimsy Were the Borogoves (Remilgados eran los Borogove), un cuento excepcionalmente sorprendente acerca de unos juguetes del futuro en manos de niños del presente. Además de los relatos bajo el nombre de Padgett, los Kuttner también escribían para «Astounding» bajo el de Lawrence O'Donnell dentro de un estilo más clásico como en Clash by Night (Choque en la noche) y su continuación Fury (Furia), relatos sumamente vigorosos de aventuras venusianas. Cuando por fin se descubrió que tanto O'Donnell como Padgett eran los Kuttner, los aficionados le perdonaron a Henry todas sus pasadas imprudencias (como si ello fuese necesario), y en lo futuro se le tributaron los elogios que merecía. Puesto que «Astounding» era la publicación que más altas tarifas pagaba en el campo de la ciencia-ficción, Campbell nunca tuvo problemas en reclutar nuevos autores, pero con el fin de ayudar a sus colaboradores estables y extraer lo mejor de ellos, con frecuencia les sugería ideas. Probablemente el exponente más famoso de ello lo constituya Nightfall (Anochecer), de Isaac Asimov, inspirado por Campbell sobre la base de unos versos de un poema de Ralph Waldo Emerson. La historia de un planeta donde casi eternamente es de día y los catastróficos resultados que acarrea la llegada del anochecer, apareció en el número de septiembre de 1941, y en la actualidad, más de treinta años después, aún se considera como uno de los mejores relatos de Asimov y casi siempre encabeza las listas de las grandes narraciones de ciencia-ficción de todos los tiempos. Otro método utilizado para lograr colaboraciones consistía en encargar a un dibujante que creara una escena con impacto para ilustrar una cubierta y luego se le enviaba a un autor para que escribiese un relato en torno a ella. Este método no tenía nada nuevo. Mort Weisinger había utilizado el sistema infaliblemente para «Thrilling Wonder», y había producido aciertos como el de Henry Kuttner con Beauty and the Beast (La belleza y la bestia) (abril de 1940). Weisinger, sin embargo, se contentaba con dejar que el autor se devanara los sesos, mientras que Campbell siempre brindaba su eficaz ayuda. Sus continuos esfuerzos por lograr originalidad, aunque al principio le reportaron cierta impopularidad, en última instancia cosechó satisfactorias recompensas. Durante la guerra, Campbell tuvo la suerte de que una que otra narración de Asimov, Heinlein, Russell y De Camp lograra llegar a sus manos, pero en este período también descubrió otros nombres nuevos. El número de octubre de 1942 dio a luz a George O. Smith, un ingeniero de radio de treinta y un años, que volcó sus conocimientos en una serie de relatos acerca de una estación radio-relevadora, que inició con QRM- Interplanetary (QRM: Estación interplanetaria). El nombre de Raymond F. Jones apareció por primera vez en el número de septiembre de 1941 con Test of the Gods (La prueba de los dioses), en la cual tres hombres que se estrellan contra Venus se hacen pasar por dioses ante los nativos que les rescatan. Todo marcha a las mil maravillas hasta que los nativos esperan que pasen la prueba de los dioses. Y también produjo otras gemas como Fifty Million Monkeys (Cincuenta millones de simios) (octubre de 1943) y Pacer (Marcador de pasos) (mayo de 1943). En 1942, Campbell dio la bienvenida a Murray Leinster en su retorno a la ciencia-ficción. Un auténtico decano del género, Leinster, se había convertido en un fructífero escritor de relatos del Oeste y otros géneros bajo su nombre verdadero, Will F. Jenkins. Debutando en el número de octubre de 1942 de «Astounding», empezó a producir una flamante corriente de ciencia-ficción, en un estilo nuevo y original, totalmente distinto del de sus primeras obras, que incluyó First Contact (Primer contacto), El poder y A Logic Named Joe (Un dialéctico llamado Joe) (este último relato trata de un robot que llega al extremo de ayudar a los seres humanos), todos los cuales demostraron la capacidad de adaptación de Jenkins. Simak también resultó providencial para Campbell. Su galardonada serie City (Ciudad), que especula acerca del futuro progreso de la Tierra después de haber partido los seres humanos y cuando sólo quedan perros inteligentes y robots, comenzó en el número de mayo de 1944. Y luego estaba Fritz Leiber, cuya Gather, Darkness! se publicó en forma seriada en los números de mayo, junio y julio de 1943. Un clásico relato sobre la cultura postatómica, con todos los atavíos de la ciencia-ficción y todo el estilo de las narraciones fantásticas, que demostró la capacidad de Leiber para combinar ambos elementos. Durante el período de 1943 a 1947, «Astounding» fue la única revista que publicaba, regularmente, seriales, lo cual pone de relieve su estabilidad. «Amazing» presentó dos en 1943, pero luego no aparecieron más hasta 1948, Los relatos en serie, que en un momento llenaban la mayor parte de las revistas, fueron reemplazados por novelas, tales como las que publicaba habitualmente «Startling», aunque muchas de ellas, sobre todo las de Kuttner, eran de fantaciencia. El núcleo de las series de «Astounding» estaba constituido por ciencia-ficción y ofrecían una gran riqueza de ideas y aventuras. Entre enero de 1943 y marzo de 1946 aparecieron once en total [además de Pattern for Conquest (Reglas para la conquista), de George O. Smith, que empezó en el número de marzo]. Ellas fueron: Opposites-React (Opuestos-Reaccionan), de Will Stewart; The Weapon Makers (Los fabricantes de armas), de A, E. van Vogt; Gather, Darkness!, de Leiber; Judgement Night (La noche del juicio), de C. L. Moore; The Winged Man (El hombre alado), de Edna Mayne Hull (esposa de Van Vogt); Renaissance (Renacimiento), de Raymond F. Jones; Nomad (Nómada), de George O. Smith (como Wesley Long); Destiny Times Three (Destino tiempo tres), de Leiber; World of A (Mundo de A), de Van Vogt; The Mule (La mula), de Asimov (parte de la serie Foundation), y The Fairy Chessman (La pieza de ajedrez encantada), de Padgett. Cualquier revista que hubiera publicado una sola de estas series se habría podido sentir satisfecha, pero haberlas acaparado todas constituía un honroso logro. A menudo se ha referido el incidente que se produjo entre Campbell y las autoridades durante la guerra. Se le había solicitado que tuviera cuidado en la publicación de relatos sobre la guerra atómica por razones de seguridad. A Campbell le pareció una tontería y llevó a cabo la inclusión de Deadline, del desaparecido Cleve Cartmill, en el número de marzo de 1944. Sin ser una narración excepcional dentro del género de la ciencia-ficción, Deadline trataba de los intentos de un agente para detener la detonación de bombas atómicas. El Servicio de Inteligencia Militar cayó sobre Campbell y Cartmill, acusándoles de haber violado medidas de seguridad. Campbell demostró que todos los datos habían sido extraídos de las bibliotecas públicas, y por fin el sobresalto pasó. A partir de entonces, los lectores de «Astounding» se sintieron justificadamente orgullosos de que un relato de ciencia-ficción hubiese armado tanto revuelo, y el hecho, sin duda, elevó al género un escalón más arriba en la escala de la respetabilidad. Llegamos a marzo de 1946 y ¿qué encontramos? Ocho revistas de ciencia-ficción de distintos grados de madurez y calidad. Una respetable «Astounding», con su corte de autores estimulantes. Una «Amazing» con las locuras de Shaver junto a su más pacífica compañera, «Fantastic Adventures». Una ambiciosa «Thrilling Wonder» con una más juvenil «Startling», ambas bregando hacia la madurez, pero atrailladas momentáneamente por el estigma de sus cubiertas, obra de Earle K. Bergey, que habían alentado la descripción de «monstruos con ojos de insecto», «Famous Fantastic Mysteries», hogar del romanticismo científico, y «Planet Stories», el refugio de los viajes espaciales. Y la envejecida, y algo abatida, «Weird Tales». Ocho supervivientes, cuatro de los cuales ya coleaban antes del boom, y cuatro que tomaron ímpetu a causa del mismo. Si hubiera continuado la guerra, habrían desaparecido muchos más títulos. Con gran alivio, empero, aquélla había terminado. La industria editorial podía respirar de nuevo, y como se suavizaron las restricciones al uso del papel, habría de constatarse que el período posterior a 1943 fue sólo una laguna pasajera en el boom de la ciencia-ficción. Hacia 1947 la bola de nieve empezó a rodar de nuevo hacia un Everest, alcanzado en 1953-1954, en comparación con el cual, el de 1939 fue sólo un pequeño picacho. En 1945 la revista de ciencia-ficción contaba con sus propias pautas y tendencias bien establecidas. Había dejado de ser el abastecedor gernsbackiano de «nociones científicas impartidas por medio de la narrativa». Era, en cambio, esencialmente una publicación que proveía aventuras científicas, que comprendía desde las proezas de carácter juvenil de «Planet Stories» y «Amazing» hasta los pronósticos políticos y científicos de «Astounding», Sin embargo, a los ojos del público en general, la norma de respetabilidad que Campbell agitaba proyectaba una tenue sombra, sin duda, en comparación con el aura de juventud que sugerían las brillantes cubiertas y atractivos títulos de las otras publicaciones. Evidentemente, aparte de «Astounding», los textos de «Thrilling Wonder» y hasta cierto punto incluso los de «Planet Stories», eran cada vez más notables. Principalmente ello se debía a la expansión del equipo especial de autores de Campbell a otros mercados, pero no se puede olvidar que el cataclísmico final de la segunda guerra mundial había revelado los horrores que la ciencia podía acarrear. El público se dio cuenta de pronto que podía haber algo en la ciencia-ficción, y los autores se aprestaron a responder. Las revistas del período inmediato posterior a la guerra se verían inundadas de aleccionadores relatos «postatómicos», que diferían grandemente de las románticas aventuras de preguerra. En una visión retrospectiva, parecería que Campbell cargó el cañón de la seriedad, pero la segunda guerra mundial lo disparó. Si algo logró el boom de 1939 fue separar a las personas adultas de los adolescentes, y obligó a las revistas a adquirir un carácter individual. Las publicaciones de Frederick Phol eran de superior calidad que, por ejemplo, «Amazing», pero Palmer se encontraba a kilómetros de distancia en cuanto a la utilización de procedimientos engañosos y de sensacionalismo. En 1945, merced a los esfuerzos de John Campbell y su equipo, tanto la ciencia-ficción como los relatos fantásticos habían madurado. Aún seguían creciendo, y todavía buscaban nuevos rumbos, Si un boom había conseguido tanto para la ciencia-ficción, ¿cuáles serían los logros del próximo? Baste recordar que durante esos años los hombres que luchaban en defensa de su país y de sus vidas podían esperar con ansia los pocos días de permiso para refugiarse en su mundo privado de ciencia-ficción.


8. Expansión internacional


En la carrera de la ciencia-ficción, Estados Unidos va a la cabeza, con Gran Bretaña en un lejano segundo lugar, por lo cual resulta difícil determinar qué puesto ocupaban los demás países, pero estamos decididos a no dejarles de lado y ocuparnos de ellos aunque sea brevemente. Resulta extraño imaginar que el vecino más cercano de Estados Unidos, Canadá, hubiera dictado una prohibición a la importación de revistas «pulp», y como consecuencia apareció en ese país una confusa mezcla de reimpresiones. Todas imitaban el estilo de las publicaciones norteamericanas, con los mismos nombres, y sólo unas pocas como «Eerie Tales» y «Uncanny Tales» contenían textos originales, la mayoría donados graciosamente por autores norteamericanos. El resultado de todo esto es que los coleccionistas deben tener mucho cuidado cuando van a la caza de revistas norteamericanas para que no confundan una reimpresión canadiense por la revista original. Una notable excepción la constituye la canadiense «Science Fiction», de la que sólo aparecieron seis números entre octubre de 1941 y junio de 1942. La revista era un producto de presentación más bien atractiva y de gran tamaño, con 64 páginas, al precio de veinticinco centavos canadienses. Las ilustraciones de las cubiertas eran obra de artistas de esa nacionalidad, pero el anuncio del director (William Brown-Forbes) de que la revista contenía solamente autores y dibujantes canadienses era falso, pues reproducía textos de «Science Fiction» y «Future Fiction», de Columbia, y también algunas de las ilustraciones. Sin embargo, ciertos dibujos originales eran sustituidos por otros, presumiblemente de artistas canadienses. Las cubiertas con frecuencia ilustraban un relato que no había merecido ese honor en la publicación original estadounidense, como es el caso de Science from Syracuse (Ciencia de Syracuse), de Polton Cross. Lo más importante para los amantes del género de otros países, que no comprendían el inglés, residió en la aparición de tres revistas en otros idiomas, en Argentina, Suecia y Francia, «Narraciones Terroríficas» en Argentina, virtualmente integrada por reimpresiones, nació en 1939 y perduró hasta 1950, Pretendió conservar un ritmo de publicación mensual y logró su propósito de una manera notable durante la mayor parte de su existencia, teniendo en cuenta las circunstancias. Pero la más sorprendente de todas fue la publicación semanal de Suecia: «Jules Verne Magasinet», con el primer número fechado el 16 de octubre de 1940. Esta revista estaba compuesta totalmente de reimpresiones, pero ello no fue inconveniente para que los suecos le brindaran su apoyo durante 331 números, hasta 1947. Los relatos provenían, principalmente, de las publicaciones de Fictioneers, Standard y Ziff-Davis, siendo John Russell Fearn y Edmond Hamilton (sobre todo Captain Future) los autores que aparecían con más frecuencia, junto con Robert Bloch, Malcolm Jameson, Jack Williamson, William McGivern y Robert Moore Williams. Las cubiertas eran a todo color y, por lo general, copias pasables de las originales de Ziff-Davis por Fuqua y Krupa, cuyos nombres figuraban en la lista de reconocimientos de su interior, De cuando en cuando las cubiertas reproducían ilustraciones originales del artista sueco Eugen Semitjov, en particular para los relatos de Thornton Ayre. La revista tenía 64 páginas y, originalmente, formato «digest», pero luego se amplió al de los «pulps». Si bien era una revista muy atractiva, el ocasional agregado de ilustraciones en su interior de muy pobre factura echaba a perder la calidad del conjunto, por el marcado contraste con los dibujos norteamericanos. Otra extraña yuxtaposición la constituía la inclusión de artículos sobre boxeo y atletismo, además de un conjunto de historietas norteamericanas tales como Superman, que ocupaba la parte interior de las cubiertas a todo color, Batman y Jungle Jim, de Alex Raymond, en la contracubierta. Sin duda esta noticia provocará un clamor de voces pidiendo ejemplares entre los amantes y comerciantes de las historietas, pero lo más probable es que no sean afortunados en conseguirlos, puesto que los existentes son muy escasos. Se tiene noticia de que sólo existen tres colecciones completas en Suecia, y debemos agradecer al cabal coleccionista de la obra de Fearn, Phil Harbottle, el habernos proporcionado la mayor parte de los detalles de su contenido. Con el curso del tiempo, fue incorporando cada vez más relatos del Oeste y detectivescos (también en este caso de origen norteamericano), y se le cambió el título por el de «Veckans Aventyr» (Aventuras de la semana) en julio de 1941. Quizá la proeza más ambiciosa y sorprendente la constituyó la aparición de «Conquestes», en Francia. Bajo la dirección de George H. Gallet, el primer número de esta publicación periódica pretendidamente semanal llevaba fecha del 24 de agosto de 1939. Gallet acababa de realizar una visita a Inglaterra, donde había conocido a varios aficionados y autores, y a Walter Gillings, el director de «Tales of Wonder». Se llegó a un acuerdo mediante el cual Gillings debía actuar como agente para los derechos de traducción del material que había aparecido en «Tales of Wonder», así como de otras obras por los mismos autores, Aparecieron dos números antes de que la política de Hitler pusiera punto final a su aparición. Se serializó Green Men of Graypec (Los hombres verdes de Graypec), de Festus Pragnell, y otro material estaba programado para seguir la misma suerte. John Russell Fearn llegó al extremo de establecer que todas sus narraciones nuevas fuesen traducidas simultáneamente al francés, y es probable que con el agregado de material original francés la revista de Gailet habría acarreado un saludable desarrollo de la ciencia-ficción en Francia. Gallet logró lanzar el género en su país después de la guerra con la serie de novelas Le Rayón Fantastique. Otros países iniciaron sus propias publicaciones de ciencia-ficción, y la chispa de la originalidad comenzó a brillar. Debemos recordar que pocos aficionados extranjeros tenían la posibilidad de obtener revistas en lengua inglesa, y debían contar con las traducciones para poder saborear su porción de la tarta. Resulta curioso que en Francia, la patria de Verne y de los hermanos Boéx, la ciencia-ficción no alcanzara un gran auge. Llegaría el día en que… pero eso es otra historia. Mike Ashley junio de 1975



El círculo de cero


Stanley G. Weinbaum


La ciencia-ficción, al igual que las demás formas literarias, tiene su margen de tragedia, y quizá la más ilustrativa sea la de Stanley G. Weinbaum, cuya carrera fue cortada de raíz, después de su meteórico ascenso a la fama, un sábado 14 de diciembre de 1935, como consecuencia de un cáncer en la garganta. Weinbaum tenía treinta y tres años. El año de Weinbaum fue el de 1935. La primera obra que vendió, Una odisea marciana, la adquirió Charles Hornig y apareció en el número de julio de 1934 de «Wonder Stories». Inmediatamente se convirtió en uno de los relatos de ciencia ficción más comentados de aquella década. Weinbaum había creado seres extraterrestres absolutamente extraños y, sin embargo, les dio un tratamiento humano. Su planeta Marte estaba habitado por una fauna de características tan indefinibles, que su existencia escapaba completamente a la comprensión humana, y no obstante ello, uno les comprendía. Tal era la habilidad de Weinbaum. La segunda parte, Valley of dreams (El valle de los sueños), apareció en el número de noviembre de «Wonder Stories», y luego «Astounding» trató de acaparar su producción. En 1935 aparecieron diez relatos, siete de ellos en «Astounding», y cada uno poseedor de un esplendor extraordinario. El primero, Flight on Titan (Vuelo sobre Titán), presentaba una aventura en la línea de su odisea, y aparentemente Hornig la rechazó porque no contenía una «idea original». Pero a partir de entonces narraciones como Los lotófagos, El planeta de la duda y El hada roja demostraron fehacientemente la notable habilidad de Weinbaum para inventar argumentos y personajes. Cuando la muerte cortó ese flujo de ingenio, Weinbaum, inmediatamente, pasó al ámbito de la leyenda. Los directores de revistas hicieron lo imposible por adquirir cualquier relato inédito que pudiera existir, de los que aparentemente había una sorprendente cantidad. Como sea que Mortimer Weisinger había estado asociado con Julius Schwartz en calidad de agente de Weinbaum, se encontraba en una posición ideal, y al hacerse cargo de la dirección de la nueva «Thrilling Wonder Stories», aprovechó esa ocasión y consiguió El círculo de cero, que Weinbaum había escrito en los comienzos de su carrera. Más de cuarenta años han pasado desde el momento de su muerte, y su narrativa no ha cesado de reeditarse, manteniéndose lozana y deleitable para cada nueva generación. En abril de 1936, la sección «Brass Tacks» de «Astounding» publicó una carta abierta a Weinbaum firmada por «Doc» E. E. Smith antes de enterarse de su fallecimiento. En una parte, decía: «…quiero darle las gracias por ese "algo indefinible" que usted ha introducido en la ciencia ficción: un algo que nunca tuvo y que le era absolutamente imprescindible». El lector encontrará ese algo en el relato que se dispone a leer. 1 – Experimento por captar la eternidad Si existiera una montaña de mil kilómetros de altura y cada mil años un pájaro volase por encima de ella, rozando tan sólo la cima con la punta de una de sus alas, en el curso de inconcebibles evos la montaña sería borrada de la faz de la tierra. Sin embargo, todos esos siglos no representarían ni un segundo en la eternidad. Desconozco qué mente filosófica escribió lo que antecede, pero esas palabras no han dejado de atormentarme desde la última vez que vi al anciano Aurore de Neant, en aquel entonces profesor de psicología en Tulane. Cuando, allá por el año 1924, me apunté al curso de Psicología Morbosa que él dictaba, creo que la única razón que me impulsó a hacerlo era que necesitaba ocupar el tiempo que tenía libre a partir de las once de la mañana los martes y jueves para redondear un programa de ocio. Yo era el alegre Jack Anders, de veintidós años, y el motivo me parecía suficiente. Al menos, estoy seguro de que la morena y bella Yvonne de Neant no tuvo nada que ver con ello. Ella no era más que una esbelta criatura de dieciséis abriles. El viejo De Neant me tenía simpatía, sólo Dios sabe por qué, puesto que yo era un estudiante más bien mediocre. Tal vez se debía a que, de acuerdo con su conocimiento, yo nunca me burlaba de su nombre. Aurore de Neant puede traducirse como Aurora de la Nada, ¿comprenden?; pueden imaginarse, pues, lo que los estudiantes hacían con semejante nombre. «Cero Naciente»… «Mañana Vacía»…, eran dos de los sobrenombres más inofensivos. Eso era en 1924. Cinco años más tarde, yo era corredor de bolsa en Nueva York, y al profesor Aurore de Neant le habían despedido. Me enteré de ello cuando él me llamó por teléfono. No había vuelto a verle nunca más después de salir de la Universidad. El profesor era una persona muy ahorrativa. Había logrado reunir una considerable suma, y se trasladó a Nueva York, y así fue cómo yo empecé a ver a Yvonne de nuevo, que ahora era una belleza morena parecida a un figurín de Tanagra. A mí me iban bien las cosas y lograba ahorrar una cierta cantidad para el día en que Yvonne y yo… Al menos ésa era la situación en agosto de 1929. En octubre del mismo año, yo estaba más limpio que un hueso roído, y al anciano De Neant no le quedaba más carne que a mí. Yo era joven y podía darme el lujo de reír… pero él era viejo y se convirtió en un amargado. En realidad, Yvonne y yo teníamos pocos motivos de risa cuando pensábamos en nuestro propio futuro… pero no cavilábamos como el profesor. Recuerdo la tarde que trajo a colación el tema del Círculo de Cero. Era un atardecer lluvioso de otoño y soplaba un fuerte viento; la barba del profesor temblaba ligeramente a la tenue luz de la lámpara como un copo de niebla gris. Yvonne y yo solíamos quedarnos en casa últimamente. Ir a un espectáculo costaba dinero y además a mí me parecía que a ella le gustaba que charlara con su padre, quien -al fin y al cabo- se acostaba temprano. Ella estaba sentada en la cama turca a su lado, cuando el profesor, de pronto, apuntándome con un índice nudoso, me espetó: -¡La felicidad depende del dinero! Yo me quedé perplejo. – Bueno, el dinero ayuda -concedí. Sus ojos azul claro relampaguearon. – ¡Debemos recobrar el nuestro! – exclamó con voz ronca. – ¿Cómo? – Yo sé cómo. Sí, yo sé cómo. – Esbozó una débil sonrisa-. Todos creen que estoy loco. Tú crees que estoy loco. Hasta Yvonne lo cree. La joven le dijo en voz baja, a modo de reproche: -¡Padre! – Pero no lo estoy -continuó él-. Tú e Yvonne y todos esos imbéciles catedráticos de la universidad… ¡sí que lo están! Pero yo no. – Con el tiempo saldré adelante, a menos que las condiciones mejoren antes -murmuré. Estaba acostumbrado a los arranques del viejo. – Mejorarán para nosotros -repuso él con calma-. ¡Dinero! Nosotros seremos capaces de hacer cualquier cosa por dinero, ¿no es cierto, Anders? – Cualquier cosa honesta. – Sí, cualquier cosa honesta. El tiempo es honesto, ¿no? Un honesto fraude, porque toma todo lo humano y lo convierte en polvo. – Escrutó la expresión estupefacta de mi rostro-. Explicaré cómo podemos engañar al tiempo -agregó. – Engañar… -Sí. Escucha, Jack. ¿No te ha ocurrido nunca de llegar a un lugar desconocido y experimentar la sensación de haber estado allí antes? ¿No has emprendido un viaje y te ha parecido que alguna otra vez, de alguna manera, ya habías hecho exactamente lo mismo… aun sabiendo que no era así? – Pues claro. A todo el mundo le ha ocurrido. Un recuerdo del presente, según lo denomina Bergson. – ¡Bergson es un imbécil! Filosofía sin ciencia. Escucha. – Se inclinó hacia delante-. ¿Has oído hablar de la Ley de Probabilidades? Yo me eché a reír. – Me ocupo de la compra-venta de acciones y bonos. Debería conocerla. – ¡Ah! – exclamó él-. Pero no lo suficiente. Supongamos que tengo un barril Con un millón de trillones de granos de arena blanca y un solo grano de arena negra. Tú te acercas y sacas un grano, uno por vez, lo examinas y vuelves a tirarlo en el barril. ¿Qué probabilidades tienes de extraer el grano negro? – Una contra un millón de trillones, cada vez. – ¿Y si sacas la mitad del millón de trillones de granos? – Entonces las probabilidades se igualan. – ¡Exacto! – exclamó-. En otras palabras, si sigues probando el tiempo suficiente, aun cuando vuelvas a poner el grano en el barril y sacas otro de nuevo, algún día extraerás el negro… ¡si continúas probando el tiempo suficiente! – Sí -repuse. El profesor esbozó una sonrisa. – Supongamos ahora que el experimento lo hicieras con la eternidad. – ¿Cómo? – ¿No lo comprendes, Jack? En la eternidad la Ley de Probabilidades funciona perfectamente. En la eternidad, más tarde o más temprano, ha de suceder cualquIer posible combinación de cosas y eventos. Deben suceder, si se trata de una combinación posible. Afirmo, por lo tanto, que en la eternidad, ¡cualquier cosa que pueda suceder, sucederá! En sus ojos azules brillaba una débil llamita. Yo estaba un poco confundido. – Supongo que tiene usted razón- musité. – ¿Razón? ¡Por supuesto que tengo razón! La matemática es infalible. ¿Ahora te das cuenta de cuál es la conclusión? – Bueno…, que más tarde o más temprano todo sucederá. – ¡Bah! Es verdad que existe la eternidad en el futuro; no podemos imaginarnos el fin del tiempo. Pero Flammarion, antes de morir, señaló que también existe una eternidad en el pasado. Puesto que en la eternidad todo lo posible debe suceder, ¡cabe deducir que todo debe.ya haber sucedido! – ¡Espere un momento! – tartamudeé-. No comprendo… -¡La estupidez! – siseó-. Es como decir con Einstein que no sólo el espacio es curvo, sino que el tiempo también lo es. ¡Es como decir que, después de infinitos eones de milenios, las mismas cosas se repiten indefectiblemente! Así lo establece la Ley de Probabilidades, si se cuenta con el tiempo suficiente. El pasado y el futuro son la misma cosa, porque todo lo que sucederá ya debe haber sucedido. ¿Puedes seguir un razonamiento lógico tan simple como éste?. – Bueno…, sí. Pero ¿a dónde nos lleva esto? – ¡A nuestro dinero! ¡A nuestro dinero! – ¿Qué? – Escucha. No me interrumpas. En el pasado deben haber ocurrido todas las posibles combinaciones de átomos y circunstancias. – Hizo una pausa y luego volvió a apuntarme con su dedo huesudo-. Jack Anders, ¡tú eres una posible combinación de átomos y circunstancias! ¡Posible porque en este momento existes! – ¿Quiere usted decir… que yo he existido antes? – ¡Qué inteligente eres! Sí, has existido antes y volverás a existir otra vez. – ¡Trasmigración! – Tragué saliva-. Eso no tiene base científica. – ¿De veras? – Frunció el entrecejo como haciendo un esfuerzo para ordenar sus pensamientos-. El poeta Robert Burns fue enterrado bajo un manzano. Cuando, muchos años después de su muerte, desenterraron sus restos para que reposaran entre los grandes hombres de la Abadía de Westminster, ¿sabes qué encontraron? – Lo siento, pero no lo sé. – ¡Encontraron una raíz! Una raíz con una protuberancia que correspondía a la cabeza, ramificaciones radiculares por brazos y piernas y raicillas por dedos de manos y pies. El manzano había devorado a Bobby Burns… pero ¿quién se había comido las manzanas? – Quién… ¿qué? – Exactamente. ¿Quién y qué? La substancia que había sido Burns residía en los organismos de los ciudadanos y niños escoceses, en los organismos de las orugas que habían devorado las hojas, se habían convertido en mariposas y habían sido devoradas a su vez por los pájaros, en la madera del árbol. ¿Dónde está Bobby Burns? ¡Trasmigración, en efecto! ¿No es eso trasmigración? – Sí…, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Su organismo puede seguir viviendo, pero en mil formas distintas. – ¡Ah! y cuando un día, dentro de eones y eternidades en el futuro, la Ley de Probabilidades dé forma a otra nebulosa que se enfriará convirtiéndose en otro sol y otra tierra, ¿no existe la misma probabilidad de que esos átomos dispersos puedan reconstituir otro Bobby Burns? – Pero ¡qué probabilidad! ¡Una entre trillones y trillones! – ¡Pero en la eternidad, Jack! En la eternidad esa única probabilidad entre todos esos trillones… ¡debe producirse! Quedé aplastado. Miré el pálido y adorable rostro de Yvonne, y luego los fulgurantes y fatigados ojos de Aurore de Neant. – Usted gana -dije, con un largo suspiro-. Pero, ¿y qué? Estamos sólo en mil novecientos veintinueve, y nuestro dinero aún está sumergido en un mercado de valores muy debilitado. – ¡Dinero! – gruñó-. ¿No comprendes? Ese recuerdo del que hablábamos al principio…, esa sensación de haber hecho algo antes…, eso es un recuerdo de un futuro infinitamente remoto. Si sólo…, ¡si sólo uno pudiese recordar con claridad! Pero yo tengo la forma. – Su voz de pronto se elevó hasta ahogarse en un chillido estridente-. ¡Sí, yo tengo la forma! Fijó en mí su mirada extraviada. Yo le pregunté -¿La forma de recordar nuestras encarnaciones pasadas? – Uno tenía que seguirle la corriente al anciano profesor-. ¿De recordar… el futuro? – ¡Sí! ¡Reencarnación! – Su voz se quebró al proferir la frenética exclamación-. Re-in-carnatione, que en latín vendría a ser «por lo que tiene el clavel»[1], pero no era una clavellina…, era un manzano. La clavellina es dianthus caryophyllus, lo que demuestra que los hotentotes plantaban clavellinas en las tumbas de sus antepasados, de ahí la expresión «cortada la vida en flor». Si los claveles crecieran en los manzanos… -¡Padre! – le interrumpió Yvonne.secamente-. ¡Estás cansado! – Su. voz se suavizó-. Vamos. Es hora de acostarse. – Sí -rió-. En un lecho de claveles. 2 – Recuerdos de cosas pasadas Al cabo de varias horas, Aurore de Neant volvió a referirse al mismo tema. Recordaba con toda claridad dónde había interrumpido la conversación. – De modo que en ese pasado de milenios y milenios -comenzó a decir súbitamente- existió un año 1929 y dos estúpidos llamados Anders y Neant, que invirtieron sus ahorros en lo que sarcásticamente se denominan obligaciones. Se produjo un pánico de locos, y su dinero se esfumó. – Me miró maliciosamente de soslayo-. ¿No sería magnífico que pudiesen recordar qué sucedió en, por ejemplo, los meses que van de diciembre de 1929 a junio de 1930… del año próximo? – De pronto su voz se volvió quejumbrosa-. ¡Entonces podrían recuperar su dinero! – Si pudiesen recordar -dije con ánimo de complacerle. – ¡Pero es que pueden! – exclamó con el rostro resplandeciente-. ¡Pero es que pueden! – ¿Cómo? Su voz adoptó un tono confidencial. – ¡Hipnotismo! Tú estudiaste Psicología Morbosa en el curso que yo dictaba, ¿no es cierto, Jack? Sí…, lo recuerdo. – Pero, ¡hipnotismo! – protesté-. Todos los psiquiatras lo utilizan en sus tratamientos y nadie ha recordado una encarnación anterior ni nada por el estilo. – No. Esos médicos y psiquiatras son unos imbéciles. Escucha… ¿recuerdas las tres fases del estado hipnótico de acuerdo con lo que aprendiste? – Sí. Sonambulismo, letargo y catalepsia. – Correcto. En la primera, el sujeto habla, contesta a las preguntas. En la segunda, duerme profundamente. En la tercera, en estado cataléptico, está rígido, tenso, de modo que se le puede colocar entre dos sillas, sentarse encima de él…, todas esas tonterías. – Lo recuerdo. ¿Y qué? Sonrió ligeramente. – En la primera fase el sujeto recuerda todo la que le sucedió durante la vida. Hay un predominio del subconsciente y éste nunca olvida. ¿Correcto? – Así nos lo enseñaron. Se inclinó hacia delante con el cuerpo en tensión. – En la segunda fase, el letargo, ¡según mi teoría, recuerda todo lo que sucedió en sus otras vidas! ¡Recuerda el futuro! – ¡Hum! Entonces, ¿por qué nadie tiene noción de ello? – Lo recuerda mientras está dormido. Al despertar lo olvida. Por eso. Pero yo creo que con la debida preparación se puede aprender a recordar. – ¿Y usted piensa intentarlo? – Yo no. Mis conocimientos sobre finanzas son muy escasos. No sabría cómo interpretar mis recuerdos. – ¿Quién, entonces? – ¡Tú! Y al decirlo hundió su largo dedo en mi pecho. – ¿Yo? ¡Oh, no! ¡Ni lo sueñe! – Me sentía realmente alarmado. – Jack -dijo de mal talante-, ¿no estudiaste hipnotismo en mi curso? ¿No sabes que es un experimento inocuo? Tú sabes que todo eso de que una mente puede dominar a otra son patrañas. Tú sabes que, en realidad, es el mismo sujeto quien se autohipnotiza, que nadie puede hipnotizar a una persona que no quiera. Entonces, ¿de qué tienes miedo? – Yo… bueno… -No sabía qué responder-. Yo no tengo miedo -dije con cierto enojo-. Sólo que no me gusta la idea. – ¡Tú tienes miedo! – ¡No es cierto! – Sí lo es! Su excitación iba en aumento. Fue en ese momento cuando en el vestíbulo sonaron los pasos de Yvonne. Los ojos del profesor fulguraban. Me miró con una siniestra expresión maliciosa. – Me disgustan los cobardes -murmuró; y, elevando la voz, agregó-: ¡Y a Yvonne también! Al entrar, la joven se dio cuenta de su excitación. – ¡Oh! – exclamó, frunciendo el ceño-. ¿Por qué tienes que tomarte esas teorías tan a pecho, padre? – ¿Teorías? – chilló él-. ¡Sí! Tengo una teoría según la cual cuando caminas, permaneces inmóvil y es la acera la que retrocede. No…, luego la acera se partiría si dos personas se dirigieran.una hacia la otra…, o tal vez es elástica. ¡Por supuesto que elástica! Por eso el último kilómetro es el más largo. ¡Se ha extendido! Yvonne le acompañó a la cama. Bien, logró convencerme. No sé hasta qué punto se debió a mi propia credulidad y hasta qué punto a los solemnes ojos negros de Yvonne. El caso es que después de la siguiente discusión casi creía lo que el profesor me decía, pero pienso que el factor decisivo fue su solapada amenaza de prohibirme ver a Yvonne. Ella le hubiera obedecido aunque le costara la vida. Era de Nueva Orleans también, ¿comprenden?, y tenía sangre criolla. No describiré aquel molesto curso de entrenamiento. Es preciso que uno desarrolle el hábito hipnótico. Es como cualquier otro hábito, y debe adquirirse lentamente. Contrariamente a lo que cree la gente, los deficientes mentales y las personas de poca inteligencia no pueden lograrlo. Requiere verdadera capacidad de concentración…, todo reside en la habilidad para concentrar la atención… y no me refiero al hipnotizador. Estoy hablando del sujeto. El hipnotizador nada tiene que ver con ello. salvo proporcionar la sugestión necesaria, murmurando: «Duerme…, duerme…, duerme…, duerme…». E incluso eso no es necesario una vez se ha adquirido el hábito. Me pasaba media hora o más casi todas las noches adquiriendo ese hábito. Resultaba tedioso, y una docena de veces me sentí tan fastidiado que juré no seguir más con aquella farsa. Pero siempre, después de darle el gusto a De Neant durante aquella media hora, aparecía Yvonne, y el fastidio desaparecía. Como una especie de recompensa, supongo, el anciano acostumbraba dejarnos solos. Y nosotros aprovechábamos nuestro tiempo. me atrevería a decir, mucho mejor que él el suyo. Pero, poco a poco. comencé a aprender. Llegó el momento, al cabo de tres semanas de aburrimiento, en que fui capaz de sumirme en un ligero estado de sonambulismo. Recuerdo que la piedra ordinaria del anillo del profesor De Neant iba aumentando de tamaño hasta llenar el mundo y que su voz, mecánicamente monótona, susurraba en mis oídos como las olas del mar. Recuerdo todo lo que acontecía durante aquellos minutos, hasta su débil: «¿Estás dormido?» y mi automática respuesta: «Sí». Hacia fines de noviembre habíamos logrado alcanzar el segundo estado de letargo y entonces… no sé por qué, pero una suerte de entusiasmo por aquella locura se apoderó de mí. Las operaciones bursátiles se habían estabilizado. Yo estaba cansado de tener que encararme con clientes a quienes les había vendido bonos a la par, que ahora se cotizaban a la mitad de.su valor, o menos, y tener que explicarles el porqué. Al cabo de un corto tiempo comencé a presentarme en la casa del profesor a media tarde y nos concentrábamos en aquella insana rutina que repetíamos una y otra vez. Yvonne comprendía sólo en parte aquella descabellada idea. Nunca estaba en la sala durante nuestra media hora de práctica y sabía de una manera vaga que estábamos dedicados a efectuar alguna especie de experimento. que tendría como resultado la recuperación de nuestro dinero. No creo que tuviera mucha fe en él, pero siempre se mostraba complaciente con su padre. Fue a comienzos de diciembre cuando empecé a recordar cosas. Cosas borrosas e informes al principio…, sensaciones que eludían completamente la rigidez de las palabras. Yo trataba de expresarlas ante De Neant, pero era inútil. – Una sensación circular -decía yo-. No…, no exactamente…, una sensación de espiral…, no, tampoco eso. De redondez…, no puedo recordarlo ahora. Se me escapa. El profesor exultaba. – ¡Ya llega! – musitaba, la barba temblorosa y los ojos brillantes-. ¡Empiezas a recordar! – Pero ¿de qué sirve un recuerdo como ése? – ¡Espera! Ya llegará con más claridad. Por supuesto que no todos tus recuerdos nos serán de utilidad. Serán de muy distinta índole. En todas las múltiples y diversas eternidades del círculo pasado-futuro no puedes haber sido siempre Jack Anders, corredor de bolsa. »Habrá recuerdos fragmentarios, remembranzas de épocas en que tu personalidad existía parcialmente, cuando la Ley de Probabilidades constituyó un ser que no era del todo Jack Anders, en algún período de los infinitos mundos que deben de haber existido y desaparecido en el curso de la eternidad. »Pero de alguna manera, también, los mismos átomos, las mismas condiciones, deben de haberte forjado a ti. Tú eres el grano negro entre los trillones de granos blancos y, con toda la eternidad para poder ir sacando granos, deben de haberte extraído antes… muchas, muchas veces. – ¿Supone usted -le pregunté de pronto- que alguien ha existido dos veces en la misma Tierra? ¿La reencarnación en el sentido de los hindúes? El profesor rió burlonamente. – La edad de la Tierra se calcula en cuatro mil quinientos millones de años. ¿Qué proporción de la eternidad significa eso? – Bueno…, ninguna proporción en absoluto. Cero. – Exactamente. Y cero representa la probabilidad de que los mismos átomos se combinen para formar la misma persona dos veces durante el ciclo de un planeta. Pero yo he demostrado que trillones, o trillones de trillones de años ha, debe haber existido otra Tierra, otro Jack Anders, y… -Su voz alcanzó aquella nota aguda característica-…otra bancarrota que arruinó a Jack Anders y al viejo De Neant. Ése es el tiempo que debes recordar en estado de letargo. – ¡Catalepsia! – exclamé-. ¿Qué se podría recordar en ese estado? – Sólo Dios lo sabe. – ¡Qué locura! – dije súbitamente-. ¡Qué par de locos estúpidos somos! Los adjetivos estuvieron de más. – ¿Estúpidos? ¿Locos? – Su voz se convirtió en un chillido-. El viejo De Neant está loco. ¿eh? ¡El viejo Aurora de la Nada está chiflado! Tú no crees que el tiempo transcurre en un círculo, ¿verdad? ¿Sabes qué representa un círculo? ¡Yo te lo diré! »¡Un círculo es el símbolo matemático del cero! El tiempo es cero el tiempo es un círculo. Tengo la teoría de que las manecillas de un reloj son en realidad sus narices, porque están en la cara del reloj, y puesto que el tiempo es un círculo. giran y giran y giran… Yvonne se deslizó silenciosamente en la sala y acarició la arrugada frente de su padre. Debió de haber estado escuchando. 3 – ¿Pesadilla o realidad? – Veamos -le dije más adelante a De Neant-. si el pasado y el futuro son lo mismo. entonces el futuro es tan inalterable como el pasado. Luego. ¿cómo podemos pensar cambiarlo recuperando nuestro dinero? – ¿Cambiarlo? – dijo lanzando un bufido-. ¿Cómo sabes que lo estamos cambiando? ¿Cómo sabes que Jack Anders y De Neant no hicieron esto mismo en el otro lado de la eternidad? ¡Yo afirmo que lo hicieron! Me rendí, y la horrible situación siguió su curso. Mis recuerdos -si recuerdos eran- resultaban más claros ahora. Una y otra vez veía cosas de mi inmediato pasado de veintisiete años, aunque naturalmente De Neant me aseguraba que se trataba de visiones del pasado de aquel otro yo en el punto más alejado del tiempo. También veía otras cosas, incidentes que no lograba ubicar en mi experiencia. si bien no podía estar seguro de que no pertenecían allí. Yo podía haberlos olvidado. ¿comprenden? Puesto que no eran de particular importancia. Con toda diligencia, se lo contaba todo al anciano en cuanto me despertaba y a veces eso me resultaba difícil como cuando uno trata de encontrar las palabras para explicar un sueño que sólo se recuerda a medias. Asimismo había otros recuerdos: sueños fantásticos y disparatados que difícilmente podían compararse con nada de la historia humana. Éstos eran siempre vagos y a veces muy horribles, y sólo su carácter fragmentario e informe evitaba que se convirtieran en algo absolutamente desesperante y terrorífico. Recuerdo que una vez observaba, a través de una pequeña ventana cristalina, una niebla roja en medio de la cual se movían rostros indescriptibles: no eran humanos y ni siquiera podían compararse con nada que yo conociera. En otra ocasión, yo caminaba, vestido con pieles, a través de un frío desierto gris y a mi lado iba una mujer que no era exactamente Yvonne. Recuerdo que la llamaba Pyroniva, y sabía que ese nombre significaba «Nieve de fuego». Y en distintos puntos del aire a nuestro alrededor flotaban unos elementos fungoideos, desplazándose en círculos como patatas en un balde de agua. Y en determinado momento permanecimos inmóviles mientras una forma amenazadora que sólo se parecía muy remotamente al más pequeño de los fungos zumbó expresamente muy por encima de nuestras cabezas, en dirección a un objetivo desconocido. En otra oportunidad contemplaba, fascinado, la superficie arremolinada de un estanque de mercurio, en cuyo interior veía la imagen de dos aladas criaturas salvajes que jugaban en un páramo rosáceo: sus formas no eran humanas en absoluto, pero extraordinariamente hermosas, brillantes e iridiscentes. Encontraba una extraña similitud entre aquellas dos criaturas e Yvonne y yo, pero no tenía idea de qué podían ser, ni a qué mundo pertenecían, ni a qué lapso de la eternidad, ni siquiera cómo era el ámbito donde estaba la laguna que las reflejaba. El viejo Aurore de Neant escuchaba atentamente las deshilvanadas descripciones que le pintaba verbalmente. – ¡Fascinante! – musitaba-. Vislumbres de un futuro infinitamente distante captadas de un pasado remoto diez veces más infinito. Esas cosas que describes no son terrenales; ello significa que en algún lugar, en algún momento en el tiempo, los hombres han de trascender.realmente la prisión del espacio y visitar otros mundos. Algún día… -¿Y si esas imágenes no son más que pesadillas? – le dije -No son pesadillas -replicó-, pero, para lo que nos sirven a nosotros, como si lo fueran. – Yo veía que se esforzaba por calmarse-. Nuestro dinero aún no obra en nuestro poder. Debemos seguir probando, durante años, durante siglos, hasta que consigamos el grano de arena negra, porque la arena negra indica la existencia de mineral aurífero… -Calló-. Pero, ¿qué estoy diciendo? – agregó con voz quejumbrosa. Bien, continuamos probando. Interpoladas con las visiones disparatadas y absolutamente indescriptibles, percibía otras que eran casi racionales. El experimento se convirtió en un juego fascinante. Yo descuidaba mi trabajo -aunque eso no significaba una gran pérdida- para cazar sueños con el anciano profesor Aurore de Neant. Me pasaba las veladas, las tardes y finalmente las mañanas también sumido en el sueño ligero y tranquilo del estado letárgico o contándole al anciano las cosas fantásticas que había soñado… o, como él decía, recordado. La realidad se volvió confusa para mí. Estaba viviendo en un disparatado mundo de fantasía y sólo los obscuros ojos, de trágica expresión, de Yvonne me devolvían al mundo luminoso de la cordura. He mencionado las visiones casi racionales. Recuerdo una: una ciudad, pero ¡qué ciudad! Con edificios blancos y bellos, que parecían perderse en el firmamento, y sus habitantes tenían un aire severo con la sabiduría de los dioses; eran seres de rostro pálido y adorable, pero de expresión solemne, melancólica, triste. Estaba envuelta por el aura brillante y maligna que poseen todas las grandes ciudades, que tuvo su origen, supongo, en Babilonia y que perdurará hasta que esas grandes ciudades desaparezcan. Pero había algo más, algo intangible. No sé exactamente cómo llamarlo, pero quizá la palabra que más se adapte a su descripción sea decadencia. Mientras me encontraba al pie de una estructura colosal percibía el zumbido de una sorda maquinaria, pero a mí me parecía, sin embargo, que la ciudad estaba agonizando. Quizás era el musgo verde que crecía en los muros de los edificios que miraban al norte. Tal vez era la hierba que crecía aquí y allá entre las grietas de las calzadas de mármol. O quizá se debía tan sólo a la expresión grave y triste de sus pálidos habitantes. Había algo que le otorgaba. el aspecto de una ciudad condenada a la extinción y de una raza agónica. Algo extraño me sucedió cuando traté de describirle este recuerdo singular al viejo De Neant. Pasé por alto los detalles, por supuesto: esas visiones de las insondables profundidades de la eternidad se resistían curiosamente a ser encasilladas entre las rígidas estructuras de las palabras. Solían tornarse vagas, al eludir las redes del despertar de la memoria. Así, en esta descripción no pude recordar el nombre de la ciudad. – Se llamaba -dije, dubitativamente- Termis o Termoplia o… -¡Termópolis! – exclamó De Neant, impaciente-. ¡La ciudad del fin! Le miré asombrado. – ¡Eso es! Pero ¿cómo lo sabía? Durante el sueño letárgico, estaba seguro, nadie habla. Una rara y maliciosa expresión se reflejó en sus ojos claros. – Lo sabía -murmuró-. Lo sabía. No dijo nada más. Pero pienso que volví a ver esa ciudad una vez más. Fue cuando yo caminaba por una llanura de un color parduzco, sin árboles, nada parecida a aquel frío desierto gris, pero aparentemente era una árida y desolada región de la Tierra. En el horizonte, hacia poniente, flotaba el tenue círculo de un enorme y frío sol rojizo. Siempre había estado allí -yo lo recordaba-y sabía a través de alguna otra parte de mi mente que el vasto freno de las mareas había por fin aminorado la rotación de la Tierra hasta quedar inmóvil, que el día y la noche habían dejado de sucederse en.su mutua persecución alrededor del planeta. El aire era penetrantemente glacial y mis compañeros y yo -éramos una media docena- nos movíamos en apretado grupo, como si nos transmitiéramos unos a otros el calor de nuestros cuerpos semidesnudos. Todos éramos unas criaturas descarnadas, de huesudas piernas y pechos absurdamente hundidos, con enormes y luminosos ojos, y la que estaba más cerca de mí era de nuevo una mujer, que tenía un vago parecido a Yvonne. Y yo tampoco era exactamente Jack Anders. Pero algún remoto fragmento de mi ser perduraba en aquel cerebro bárbaro. Allende una colina rumoreaba el oleaje de un mar aceitoso. Avanzamos rodeando el montículo y de pronto tuve la noción de que en el pasado infinito se había elevado una ciudad en aquella colina. Unos pocos bloques colosales de piedra yacían en ella y un solitario fragmento de pared en ruinas se alzaba fantasmal hasta una altura de cuatro o cinco veces la estatura de un hombre. El guía de nuestra miserable tribu señaló aquellos restos espectrales y luego habló con tono sombrío… Sus palabras no eran inglesas, pero entendí lo que decía. – Los dioses -dijo-, los dioses que levantaron piedra sobre piedra están muertos y no nos castigarán, a nosotros, los que hollamos el lugar de su morada. Supe lo que aquello significaba. Era un conjuro, un ritual, para protegernos de los espíritus que residían entre las ruinas…, las ruinas, creo, de una ciudad construida por nuestros propios antepasados miles de generaciones anteriores a la nuestra. Después de pasar a lo largo del muro, volví la vista hacia algo movedizo y vi una cosa horrenda parecida a una alfombra de goma negra que se hundía tras la esquina de la pared. Me apretujé contra la mujer que tenía al lado y nos arrastramos hacia el mar de agua…, sí, agua, porque al cesar la rotación del planeta también había dejado de llover, y la vida toda se había congregado cerca de la orilla del mar inmortal y se había adaptado a beber aquel líquido amargo y salado. No volví a mirar la colina que había sido Termópolis, la ciudad del fin. Pero sabía que algún probable fragmento de Jack Anders había sido… o será (¿qué diferencia puede haber, si el tiempo es un círculo?) testigo de una era cercana al día de la desaparición de la humanidad. Fue a principios de diciembre cuando tuve el primer recuerdo de algo que podría haber sido una indicación del éxito. Se trató de un simple y muy dulce recuerdo: Yvonne y yo estábamos solos en un jardín que estaba seguro de que pertenecía a una de aquellas viejas casonas de Nueva Orleans, construida alrededor de un patio interior, al estilo del Viejo Continente. Estábamos sentados en un banco de piedra bajo las adelfas y yo deslicé muy tiernamente un brazo alrededor de su cintura y le musité: -¿Eres feliz, Yvonne? Ella me miró con aquellos ojos de trágica expresión y sonrió, y luego me contestó: -Tan feliz como no lo he sido nunca. Y yo la besé. Eso fue todo, pero tenía una gran importancia. Era sumamente importante porque con toda seguridad no se trataba de un recuerdo de mi propio pasado personal. Pues yo nunca había estado junto a Yvonne en un jardín, envueltos con la dulce fragancia de las adelfas, en la Ciudad Vieja de Nueva Orleans, y nunca la había besado hasta que nos encontramos en Nueva York. Cuando le describí esta visión, Aurore de Neant se mostró alborozado. – ¿Ves? – exclamó-. Eso es una prueba. ¡Has recordado el futuro! No tu propio futuro, claro, sino el de ese otro Jack Anders espiritual, que murió trillones y cuatrillones de años ha. – Pero eso no nos será de mucha ayuda, ¿verdad? – pregunté. – ¡Oh, ahora vendrá! Espera. Lo que esperamos vendrá. Y así fue, al cabo de una semana. Este recuerdo fue curiosamente brillante y claro, y familiar en todos sus detalles. Recuerdo el día. Fue el 8 de diciembre de 1929, y yo había estado caminando sin rumbo fijo toda la mañana en busca de alguna operación. Presa de aquella fascinación a la que me referí, después de almorzar me dirigí al piso de De Neant. Yvonne nos dejó solos, como tenía por costumbre, y comenzamos. Éste fue, como dije, un recuerdo -o un sueño- netamente perfilado. Yo estaba inclinado sobre mi escritorio en las oficinas de la compañía, aquellas oficinas que tan raramente visitaba. Uno de los otros corredores -Summers se llamaba- miraba por encima de mi hombro. Estábamos abocados al pasatiempo habitual de echar un vistazo a las cifras del cierre del mercado de valores en el diario de la noche. La página impresa se destacaba con toda claridad, como si fuese real. Miré sin sorprenderme la fecha del periódico. Era jueves, 27 de abril de 1930: ¡casi cinco meses en el futuro! Eso no quiere decir que yo me diese cuenta de ello durante la visión, por supuesto. Para mí el día era el presente. Yo examinaba simplemente la columna de las operaciones del día. Cifras…, firmas conocidas. Teléfonos: 210 ¾; Aceros USA: 161; Paramount: 62 ½. Apoyé el dedo en Aceros. – Yo las compré a setenta y dos -le dije por encima del hombro a Summers-. Las vendí todas hoy. Todas las acciones que tenía. Quise desprenderme de ellas antes de que se produzca otra bancarrota. – ¡Qué suerte! – murmuró él-. ¡Haber comprado con la baja de diciembre y vender ahora! Ojalá hubiera tenido dinero para hacerlo. – Hizo una pausa-. ¿Qué piensas hacer? ¿Seguir en la compañía? – No; tengo suficiente para vivir. Invertiré en bonos del gobierno y en acciones con garantía y viviré de la renta. Ya he jugado bastante. – ¡Eres un tipo de suerte! – dijo él de nuevo-. Yo también estoy harto de la bolsa. ¿Te quedas en Nueva York? – Por un tiempo. Sólo hasta que haya invertido convenientemente el capital. Yvonne y yo nos iremos a Nueva Orleans durante el invierno. – Callé un instante-. Fueron días muy arduos para ella. Estoy contento de haber podido llegar donde estamos ahora. – ¿Quién no lo estaría? – inquirió Summers, y luego repitió-: ¡Eres un tipo de suerte! De Neant se excitó frenéticamente cuando le expliqué todo eso. – ¡Esto es! – exclamó-, ¡Compraremos! ¡Compraremos mañana! El veintisiete de abril venderemos y luego… ¡Nueva Orleans! Lógicamente yo estaba casi tan entusiasmado como él. – ¡Santo cielo! – dije-. ¡Vale la pena correr el. riesgo! ¡Lo haremos! – y en seguida me asaltó un pensamiento desesperanzador-. ¿Lo haremos? ¿Con qué? Apenas si tengo cien dólares en mi cuenta. Y usted… El anciano lanzó un gruñido. – Yo no tengo nada -declaró con súbito malhumor-. Sólo la pensión con que vivimos. No se puede contar con eso. – De nuevo un brillo de esperanza-. ¡Los bancos! ¡Pediremos un préstamo! No pude contener la risa, aunque era una risa amarga. – ¿Qué banco nos prestaría dinero sobre la base de una historia como ésa? No se lo prestarían ni al mismo Rockefeller para invertir en un mercado tan deteriorado, por lo menos sin una garantía. Estamos hundidos, eso es todo. Observé la expresión preocupada de sus ojos claros. – ¡Hundidos! – repitió él, con voz apagada. Luego en sus ojos brilló de nuevo aquel resplandor extraño-. ¡No estamos hundidos! – chilló-. ¿Cómo podemos estarlo? ¡Lo hicimos! ¡Recuerda que lo hicimos! ¡Debemos haber encontrado la manera! Me quedé mirándole, sin poder pronunciar palabra. Súbitamente un absurdo y loco pensamiento cruzó por mi mente. Aquel otro Jack Anders, aquel espectro de cuatrillones de siglos pasados -o futuros- también debía estar mirando absorto, o había estado mirando absorto, o bien lo estaría…, a mí, el Jack Anders de este ciclo de la eternidad. Debía estar expectante, tan ansioso como yo, intentando encontrar los medios. Nos contemplábamos mutuamente…, sin saber ninguno de los dos cuál era la respuesta. ¡El ciego guiando al ciego! La ironía me hizo reír. Pero el viejo De Neant no reía. La extraña expresión que siempre había visto en sus ojos apareció una vez más cuando repitió en voz baja: -Debemos haber encontrado la manera porque fue hecho. Al menos tú e Yvonne encontrasteis la manera. – Entonces debemos encontrarla todos -repuse ácidamente. – Sí. ¡Oh, sí! Escúchame, Jack. Yo soy viejo, el viejo Aurore de Neant. Soy el anciano Aurora de la Nada y mi mente está flaqueando. ¡No sacudas la cabeza! – me espetó-. No estoy loco. Soy simplemente un malcomprendido. Ninguno de vosotros me comprende. »Mira, yo tengo la teoría de que los árboles, la hierba y las personas no crecen. Se hacen más altos empujando la Tierra hacia abajo; es por eso que se oye decir que la Tierra se vuelve más pequeña cada día. Pero tú no entiendes… Yvonne no entiende. La joven debió de haber estado escuchando. Sin que yo me diese cuenta, ella había entrado en la sala; se acercó a su padre, deslizó sus brazos suavemente sobre los hombros del anciano, mientras me dirigía una mirada preñada de ansiedad. 4 – El fruto amargo Tuve otra visión más, incongruente en cierto sentido, y no obstante vitalmente importante, en otro. Sucedió a la noche siguiente. Una temprana nevada de diciembre extendía su silencioso y blanco manto por la ciudad, y en el piso de los De Neant había corrientes de aire y hacía frío. Vi que Yvonne se estremecía al saludarme y de nuevo al abandonar la sala. Observé que el viejo De Neant la seguía hasta la puerta, rodeándola con sus delgados brazos, y volvía con expresión preocupada en los ojos. – Ella nació en Nueva Orleans -murmuró-. Este horrible clima ártico la destruirá. Debemos encontrar la solución en seguida. La visión fue muy sombría. Yo estaba de pie en un cementerio frío, húmedo y cubierto de nieve… No había nadie más que yo, Yvonne y otra persona que estaba cerca de una fosa abierta. Detrás de nosotros se extendían varias hileras de cruces y lápidas blancas, pero en aquel rincón la tierra estaba cubierta de piedras, descuidada, sin consagrar. El sacerdote estaba diciendo: -Y éstas son cosas que sólo Dios comprende. Deslicé un brazo confortador en torno de Yvonne. Ella levantó sus negros y trágicos ojos y murmuró: -Fue ayer, Jack…, sólo ayer… que me dijo: «El invierno que viene lo pasaremos en Nueva Orleans, Yvonne». ¡Sólo ayer! Probé de esbozar una triste sonrisa, pero solamente pude contemplar apesadumbrado su rostro desolado, viendo deslizarse una lágrima por su mejilla derecha, que permaneció allí brillando un instante y luego seguida de otra cayó lánguidamente sobre la pechera negra de su vestido. Eso fue todo, pero ¿cómo podía explicarle esa visión al anciano De Neant? Traté de evitarlo. Él insistió. – No hubo ningún indicio de cuál puede ser el medio -le dije. Todo fue inútil… Al fin tuve que contárselo todo. Él se quedó en silencio durante un minuto. – Jack -dijo finalmente-, ¿sabes cuándo le dije eso sobre Nueva Orleans? Esta mañana cuando contemplábamos caer la nieve. ¡Esta mañana! Yo no sabía qué hacer. De pronto toda aquella idea de recordar el futuro me pareció un desatino, una locura. En todos mis recuerdos no hubo ni una sola chispa de algo que pudiese considerarse una verdadera prueba, auténtica, ni un solo detalle profético. Así que no hice nada en absoluto, salvo contemplar en silencio cómo el viejo Aurore de Neant se paseaba por la estancia. Y cuando, dos horas más tarde, mientras Yvonne y yo estábamos charlando, él acabó de escribir una cierta carta y luego se disparó un tiro en el corazón… Bueno, eso tampoco demostró nada en absoluto. Fue al día siguiente cuando Yvonne y yo, como único cortejo fúnebre, acompañamos al anciano Aurora de la Nada a su tumba de suicida. Yo estaba junto a ella y trataba de consolarla lo mejor que podía, y salí de mi oscuro ensimismamiento al oír sus palabras. – Fue ayer, Jack…, sólo ayer… que me dijo: «El invierno que viene lo pasaremos en Nueva Orleans, Yvonne». ¡Sólo ayer! Observé la lágrima que se deslizaba por su mejilla derecha, donde permaneció brillando un instante, para luego unirse a otra y caer sobre la pechera negra de su vestido. Pero fue más tarde, durante la velada, cuando ocurrió la más irónica de todas las revelaciones. Yo estaba acusándome lúgubremente por mi debilidad al haber complacido al anciano De Neant accediendo a llevar a cabo aquel desatinado experimento que le había conducido, en cierta manera, a su muerte. Como si Yvonne hubiera leído mis pensamientos, me dijo de pronto: -Estaba muy abatido, Jack. Su mente se estaba alienando. Yo ola todas aquellas cosas extrañas que te decía en voz baja. – ¿Como? – Yo escuchaba, claro, detrás de aquella puerta. Nunca le dejaba solo. Le oí musitar las cosas más disparatadas…, caras envueltas por una niebla roja, palabras acerca de un frío desierto gris, el nombre de Pyroniva, la palabra Termópolis. Se inclinaba sobre ti mientras permanecías con los ojos cerrados y murmuraba, murmuraba todo el tiempo. ¡Ironía de ironías! ¡Había sido la insana mente de De Neant la que me sugirió las visiones! ¡Me las había descrito mientras yo estaba sumido en aquel sueño letárgico! Posteriormente encontramos la carta que había escrito y de nuevo me sentí hondamente conmovido. El anciano había estado manteniendo en vigencia algunos seguros. Sólo una semana antes había solicitado un préstamo sobre una de las pólizas con el fin de pagar las primas de ésa y de las otras. Pero la carta… Bien, ¡me había nombrado beneficiario de la mitad del monto! Y las instrucciones eran: «Tú, Jack Anders, tomarás tu dinero y el de Yvonne y llevarás a cabo el plan de acuerdo con mis deseos.» ¡Qué locura! De Neant había encontrado la manera de proveer el dinero, pero… yo no podía arriesgar el dinero de Ivonne en el plan trazado por una mente trastornada. – ¿Qué haremos? – le pregunté-. Por supuesto que el dinero es todo tuyo. No pienso tocarlo. – ¿Mío? – exclamó ella-. ¡Oh, no! Haremos lo que él deseaba. ¿Crees que no pienso respetar su última voluntad? Pues bien, lo hicimos. Tomé aquellos miles de: dólares y los desparramé en aquel deteriorado mercado del mes de diciembre. Ustedes saben lo que sucedió, cómo durante la primavera los valores ascendieron hasta las nubes, como si quisieran alcanzar las alturas de 1929, cuando de hecho la depresión no hacía más que tomar un respiro. Me moví en aquel mercado como un malabarista de circo. Percibía los beneficios y los reinvertía y, el 27 de abril, cuando nuestro dinero se habla multiplicado. cincuenta veces, vendí todas las acciones y contemplé la recesión del mercado. ¿Coincidencia? Probablemente. Al fin y al cabo, Aurore de Neant razonaba con claridad la mayor parte del tiempo. Otros economistas habían previsto el alza de la primavera. Tal vez él también la previó. Quizá se ingenió todo aquel plan con el solo propósito de embarcarnos en aquel juego bursátil, lo cual nunca nos hubiéramos atrevido a hacer de no haber sido por ello. Y luego, cuando se dio cuenta de que no podríamos lograrlo por falta de dinero, recurrió al único medio a su alcance. Tal vez. Ésa es la explicación racional, y no obstante… aquella visión de Termópolis en ruinas sigue atormentándome. Vuelvo a ver el frío desierto gris de los hongos flotantes. Con frecuencia pienso en la inmutable Ley de Probabilidades y en un espectral Jack Anders perdido en la eternidad. Porque tal vez existe…, existió…, existirá. Pues de no ser así, ¿cómo explicar aquella última visión? ¿Qué se puede decir de las palabras de Yvonne junto a la tumba de su padre? ¿Pudo él haber tenido una premonición que le llevó a pronunciarlas en mi oído? Posiblemente. Pero entonces ¿cómo explicar aquellas dos lágrimas brillantes, mezclándose y cayendo de su mejilla? ¿Cómo explicarlas?



FIN


Título original: The circle of zero © 1936. Aparecido en Thrilling Wonder Stories. Agosto de 1936. Traducción de Jordi Arbonés. Publicado en Los mejores relatos de ciencia ficción La era de Campbell, (1936-1945). Ediciones Martínez Roca S.A., 1981. Edición Digital de Urijenny, 2002.



El buscador del mañana Eric Frank Russell – Leslie Joseph Johnson No puede negarse la influencia que ejercieron las obras de H. G. Wells en los posteriores escritores de ciencia-ficción, y su The time machine (La máquina del tiempo) puede considerarse como la génesis directa de El buscador del mañana. Los sesos que se esconden detrás de la narración, sin embargo, pertenecen a Leslie Joseph Johnson, que nació en el área de Seaforth de North Liverpool el lunes 8 de mayo de 1914. Descubrió las revistas de ciencia-ficción a la manera tradicional entre los británicos: en los «remanentes» que se vendían a muy bajo precio en la tienda de Woolworth. En «Amazing Stories» de marzo de 1931 descubrió una carta de John Russell Fearn a quien escribió y posteriormente visitó en la cercana Blackspool. Siendo ambos admiradores de Wells quisieron superar al maestro y escribieron su propia versión de The time machine, titulada Amén, y más tarde la rescribieron como Through time's infinity (A través de la infinidad del tiempo). Con el relato no sucedió nada más por el momento. Fearn, claro está, prosiguió elaborando sus excelentes «variantes imaginativas» para Tremaine. Johnson, por su parte, se convirtió en la fuerza motora de la British Interplanetary Society, fundada en colaboración con Philip Cleator en octubre de 1933. Johnson, como secretario de la sociedad, realizó una ingente labor para promover sus actividades, y una carta escrita por él que se publicó en «Amazing Stories» atrajo la atención de un cierto viajante de comercio, llamado Eric Frank Russell. Éste entonces vivía en la cercana Bootle y a fines del verano de 1934 efectuó una visita a Johnson, que había de ser el principio de una fructífera amistad. Russell era nueve años mayor que Johnson, habiendo nacido en Sandhurst, en Surrey, el viernes 6 de enero de 1905. Durante su relación con Johnson le mostró a éste una serie que había estado escribiendo para la publicación privada, «The Ida and Victoria Magazine», titulada Interplanetary communication. Johnson quedó favorablemente impresionado por Russell, como hombre y como escritor. y le instigó a abordar el género de ciencia-ficción. Johnson aportó la idea, y Russell escribió el relato Eternal redifusión (Retransmisión eterna). Sometido a la consideración de Tremaine, éste lo rechazó y Johnson tuvo que convencer a Russell de que no lo destruyera. Entonces se decidió a publicarlo en la propia revista de Johnson, «Outlands», en 1946, pero la publicación murió después del primer número, y una vez más el relato no pudo ver la luz en letras de molde. Sólo muy recientemente fue publicado, pero en ambos casos en publicaciones de circulación reducida: en Gran Bretaña, en «Fantasy Booklet», editada en forma particular por Philip Harbottle (1973); en U.S.A., en el número de otoño de 1973 de la resucitada «Weird Tales» de Sam Moskowitz. El primer relato que Russell vendió, sin embargo, fue The saga of Pelican West, una narración que delata la influencia de Stanley G. Weinbaum, que se publicó en «Astounding Stories» de febrero de 1937. Por ese entonces, Johnson le había mostrado a Russell: Through time's infinity. Este rescribió el relato bajo el título de El buscador del mañana, y lo presentó a Newnes, donde T. Stanhope Sprigg solicitaba material para la revista que él había propuesto. Aceptada en un principio, se la devolvieron cuando Newnes archivó temporalmente el proyecto. Al ser sometida luego a la consideración de Tremaine, fue aceptada y apareció en «Astounding Stories» del mes de julio de 1937, inspirando una cubierta que realizó Howard Browne, posteriormente elegida por votación como la cubierta más popular del año, y desde entonces se la ha proclamado como una excelente y memorable narración. No obstante, nunca ha sido reeditada. Russell, por supuesto, se fue afianzando cada vez más. Antes de la guerra, escritor ambicioso como era en la búsqueda de temas originales, contó con la temprana y valiosa ayuda de Johnson, combinada con su propia interpretación del estilo narrativo de Weinbaum. Durante y después de la guerra, Russell elaboró su propio estilo y adquirió seguridad en sí mismo. Adoptó una manera de escribir muy «norteamericana», por cuyo motivo muchas veces los lectores creyeron que era norteamericano. Su serie Jay Socorre en «Astounding Stories» adquirió una popularidad excepcional, y a comienzos de la década de 1950 produjo joyas como: Dear devil (Querido demonio), Legwork (Fraude), Diabologic (Diabológica), y obtuvo el premio Hugo por su cuento corto Allamagoosa. Johnson, por su parte, se dedicaba con más ardor a los amantes del género y a la British Interplanetary Society que a la narrativa, aunque su obra Satellites of death (Los satélites de la muerte), escrita sin colaboración, la adquirió Walter Gillings y apareció en el tercer número de «Tales of Wonder» en el verano de 1938. Más tarde, Johnson aparece con su propia revista «Outlands», y resulta imposible olvidarse de Russell al referirse a las revistas de ciencia-ficción. Pero por el momento, he aquí la oportunidad de leer esa primera colaboración fructífera por la cual debemos agradecer por igual a H. G. Wells, Leslie J. Johnson, John Russell Fearn y, sobre todo, a Eric Frank Russell.


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