Sin duda la ciencia-ficción goza, en
la actualidad, de un período de nostalgia, en compañía del cine, la
televisión y la mayoría de los otros medios de entretenimiento. Si
consideramos que las respectivas historias siguen un curso
coincidente, entonces quizá no nos resulte tan sorprendente. La
industria cinematográfica, por ejemplo, surgió de los escarceos
experimentales de la década de 1890, se consolidó durante la era
del cine mudo y floreció al entrar en la época del sonoro, en 1926.
Asimismo, en el mes de enero de 1926, John Logie Baird realizó una
demostración con todo éxito de su rudimentario, pero sin embargo
efectivo, sistema de televisión. Y fue en abril de 1926 que el
editor norteamericano Hugo Gernsback lanzó la publicación pionera
del género de ciencia-ficción «Amazing Stories». Al cabo de
cincuenta años, «Amazing Stories» sigue existiendo. Con un editor
diferente, con un editor distinto, con otro formato y, lo que es
más notable, ofreciendo un estilo y una forma de ciencia-ficción de
un carácter muy diferente también. La publicación ha visto cómo el
género pasaba por dos booms, una Depresión casi fatal, una guerra
mundial, el nacimiento de la Era Nuclear, el descenso del hombre en
la Luna y durante su curso la ciencia-ficción ha madurado al
evolucionar desde los cuentos de científicos megalómanos,
enloquecidos con sus inventos destructores del mundo, hasta las
sesudas extrapolaciones de las tendencias actuales en poner de
relieve los posibles efectos en las sociedades del futuro. Y
durante ese medio siglo, el campo de batalla donde los escritores
han expuesto sus puntos de vista acerca de los efectos de la
ciencia en la humanidad lo han constituido, en su mayor parte, las
publicaciones especializadas mismas. Calumniadas y denigradas,
ellas han sido con propiedad el telón de fondo de la
ciencia-ficción, ofreciendo la oportunidad de aprender su oficio a
escritores como Isaac Asimov, Robert Heinlein, Arthur Clarke y John
Wyndham. El presente volumen se ocupa de diez turbulentos años:
desde abril de 1936 hasta marzo de 1946. Se inicia cuando
Norteamérica se estaba recobrando de la Depresión y concluye cuando
el mundo se recuperaba de la guerra. En el campo de la
ciencia-ficción, ése fue uno de los períodos más fructíferos, que
presenció las primeras apariciones de escritores de la talla de
Asimov, Heinlein, Theodore Sturgeon, A. E. van Vogt, Lester del
Rey, L. Sprague de Camp y muchos más. Para ofrecer una muestra de
la producción de estos años, he elegido diez narraciones, una de
cada uno de dichos años. En las páginas siguientes el lector
encontrará los autores más famosos codeándose con los olvidados.
Incluyen una temprana colaboración de Eric Frank Russell, Seeker of
Tomorrow (El buscador del mañana), un cuento calificado de clásico
muchas veces pero que, no obstante ello, ¡jamás ha sido reimpreso
hasta la fecha! Hay también una narración de Stanley G. Weinbaum,
injustamente olvidada; una torva lección del maestro de los
guionistas de los filmes de horror, Robert Bloch, además de otras
siete fascinantes historias que nos recuerdan la variedad y
vastedad de temas que nos ha ofrecido la ciencia-ficción. Por un
momento, permita el lector que este libro sea su máquina del
tiempo, propulsada por su imaginación. Trasládese a los días en que
las revistas de aventuras conservaban el cetro de la popularidad,
cuando el mundo de la ciencia-ficción se encontró de pronto sin la
presencia de Hugo Gernsback, si bien ya alboreaban los tiempos
felices de John W. Campbell. Feliz viaje… Mike ASHley Junio de
1975
Introducción: El auge de la ciencia ficción
1. La historia hasta aquí…
En 1936, la proliferación de
revistas de aventuras en los quioscos callejeros difícilmente
habría pasado inadvertida al observador más distraído. Debido a la
mala calidad del papel en que se imprimían, se las llamaba
vulgarmente «pulps», y los llamativos colores de sus tapas atraían
la vista del ciudadano caviloso dondequiera que se aventurara. Si
bien se las encontraba en Gran Bretaña, constituían, en conjunto,
un fenómeno norteamericano, y sus editores se concentraban
principalmente en la ciudad de Nueva York. La primera publicación
verdaderamente «pulp» fue «The Argosy», editada por Frank A.
Munsey, que vio la luz en 1882 como un «pulcro» semanario juvenil,
pero con el número de octubre de 1896 se convirtió en «pulp».
Contenía un amplio espectro de literatura de imaginación:
narraciones del Oeste, históricas, de misterio, policiales y no en
menor medida científicas. Munsey agregó otros títulos a su grupo,
siendo las más destacadas, entre dichas publicaciones, «All-Story»,
«Cavalier» y «Munsey's». Gradualmente, las revistas de Munsey
empezaron a incluir cada vez más narraciones de ciencia-ficción; el
verdadero furor se produjo con la publicación de Under the Moons of
Mars (Bajo las lunas de Marte), de Edgar Rice Burroughs, que
apareció en forma de serie en «All-Story» de febrero a julio de
1912. Burroughs siguió con más aventuras de John Carter y Dejah
Thoris, así como con las de Tarzán, que comenzaron en el número de
octubre de 1912. A partir de entonces la ciencia-ficción ocupó un
lugar destacado en las publicaciones periódicas. Los competidores
más importantes de Munsey fueron Street Smith, la primera firma en
este campo que publicó una revista especializada: «Detective
Story», en 1915. (Hasta aquel entonces, sólo una publicación
periódica para niños, la «Frank Reade Library», se había
especializado en algún género, es decir, en las historias de
«invención». Con frecuencia se le cita como la primera publicación
de ciencia-ficción, que era una serie presentada en rústica.)
Street Smith continuaron experimentando y mantuvieron una revista
de ciencia-ficción casi olvidada, en el formato de «The Thrill
Book», de la cual aparecieron dieciséis números durante 1919.
Aunque contenía mucha literatura de ciencia-ficción, también
publicaba una considerable proporción de otros géneros. Mientras
tanto, prosperaban las publicaciones de detectives: en 1920 se
produjo el nacimiento de la legendaria «Black Mask», y en 1922, el
editor Jacob Henneberger lanzó «Detective Tales». A continuación la
hizo acompañar por «Weird Tales», cuyo primer número apareció en
marzo de 1923, Había nacido la primera publicación de literatura
fantástica. «Weird Tales» no era una revista de ciencia-ficción,
pero publicaba más material de este género del que su nombre
implica. Lamentablemente, no tuvo un éxito instantáneo y casi murió
al cabo de un año. Sin embargo, Henneberger tenía fe en la
publicación, y llegó a un acuerdo con la Popular Fiction Company de
Chicago, empresa que continuó editándola con Farnsworth Wright como
director. A partir de aquel momento fue creciendo una leyenda. Si
bien Alemania y Rusia pueden reclamar con justicia la prioridad en
el campo de la ciencia-ficción, la primera publicación periódica
íntegramente dedicada al género en lengua inglesa apareció por fin
en abril de 1926: «Amazing Stories». Su director-editor, Hugo
Gernsback, alimentaba el ideal de que se podía enseñar ciencias
mediante la literatura de imaginación, y «Amazing Stories» era
meramente un apéndice de los periódicos científicos que había
publicado desde el año 1908, y que contenían regularmente
narraciones de ciencia-ficción desde 1911. El número de agosto de
1923 de «Science Invention» fue especialmente dedicado a la
«fantaciencia», y Gernsback planeaba proseguir con ello mediante
una publicación del mismo nombre. Pero el proyecto fue archivado
durante casi tres años antes de que «Amazing» apareciera en los
quioscos. El éxito fue inmediato. Habiéndose iniciado con material
reeditado, gradualmente empezó a publicar cada vez más narraciones
inéditas y el año 1928 fue testigo de la aparición de un
considerable número de nuevos talentos. Entre los nuevos nombres
figuran los de David H. Keller, Stanton A. Coblentz, Jack
Williamson y E. E. Smith. Ese mismo año publicó una revista
complementaria, «Quarterly», siguiendo el éxito alcanzado por un
«Annual» de 1927. En 1929, Gernsback fue llevado al campo de la
administración judicial, y «Amazing» y el «Quarterly» pasaron a
manos de un nuevo editor (con el director gerente de Gernsback, T.
O'Conor Sloane, a cargo). Gernsback se esforzó en regresar al campo
editorial, constituyó una nueva empresa y lanzó «Science Wonder
Stories», «Air Wonder Stories», «Wonder Stories Quarterly» y
«Scientific Detective Monthly». La última de las nombradas
desapareció después de haberse publicado diez números, y las dos
primeras se fundieron en«Wonder Stories» durante el año 1930. Ese
mismo año vio aparecer una publicación completamente nueva,
«Astounding Stories», de la cadena editorial de revistas de William
Clayton. Ni «Amazing» ni «Wonder» eran en rigor revistas «pulp»,
aunque posteriormente adquirieron ese carácter, Inicialmente tenían
un formato mayor, 21 x 27 cm, en comparación con el tamaño estándar
de los «pulp», 17,5 x 25 cm. El papel era de una calidad
ligeramente superior. Tenían los bordes recortados, un verdadero
deleite, pues era imposible hojear una revista «pulp» sin quedar
cubierto de una capa de confetti. «Astounding Stories», no
obstante, era una sincera revista de aventuras carente de la
pretensión de enseñar ciencias por medio de la literatura de
imaginación, Su director, Harry Bates, buscaba aventuras y las
encontró. «Astounding Stories» prosperó. En 1933 Estados Unidos
soportó la peor depresión de todos los tiempos. Muchos editores y
publicaciones zozobraron; la ciencia-ficción no se salvó de la
marejada. «Astounding Stories» falleció en marzo sólo para renacer
en octubre, ahora en manos de Street Smith, quienes pusieron a F,
Orlin Tremaine como director. Astuto como era, Tremaine instituyó
una política de publicar material original que tuviera impacto
-«variantes imaginativas»-, que recibió amplia respuesta de parte
de un grupo de escritores que incluía a John Russell Fearn, Nathan
Schachner, Donald Wandrei, Murray Leinster y Jack Williamson. Para
no dejarse eclipsar, Charles Hornig, el novel director de
diecisiete años de «Wonder Stories», anunció su «flamante política»
y publicó la excelente prosa de imaginación de Edmond Hamilton,
Alan Connell, M. M, Kaplan y, sobre todo, de Stanley G. Weinbaum.
«Astounding» no tardó en copar el mejor material de Weinbaum, el
cual es recordado con profunda nostalgia, y se ha reeditado con
frecuencia. Sólo «Amazing» quedó rezagada en esta lucha por la
originalidad, pero eso era lo que podía esperarse de su director de
ochenta y dos años. Número tras número, «Amazing» fue cayendo en un
estado de agonía y se mantuvo con vida sólo merced a la lealtad de
sus lectores. A comienzos de 1936, Gernsback, sorpresivamente,
anunció que retiraba «Wonder Stories» de los canales de
distribución a quioscos. A partir de entonces, solamente podía ser
adquirido mediante suscripción, y solicitó a los lectores que
prestaran su apoyo a este sistema. Para su gran decepción, éstos no
lo hicieron. Al cabo de diez años exactos desde que Gernsback
lanzara «Amazing», apareció el que debería ser el último número de
«Wonder Stories», y Gernsback abandonó la escena, dejando a
Tremaine y «Astounding» reinando soberanos en el campo.
2. La calma que precede la
tormenta
Sigamos a un fanático de la
ciencia-ficción norteamericano mientras se acerca al quiosco de su
localidad, un día cualquiera del mes de abril de 1936, ¿Qué
encontrará en él? Puesto que la mayoría de las publicaciones
aparecían el mes anterior al de la fecha que figuraba en la
cubierta, el número de mayo de 1936 de «Astounding Stories» estaría
aguardándole. A un costo de sólo veinte centavos, sus 160 páginas
incluían el comienzo de una nueva serie, The Comzteers de Jack
Williamson (la ansiosamente esperada secuela de su epopeya La
legión del espacio), y el final de ¡Spawn of Eterna! Thought
(Engendro del pensamiento eterno) de Eando Binder. Estaba John
Russell Fearn con su inspirada continuación de Mathematica,
Mathematica Plus; y Eliminación del brillante autor «novel» Don A.
Stuart. Narraciones de Frank Belknap Long, D. D. Sharp, Raymond Z.
Gallun y Clifton B. Kruse redondeaban su contenido. Nuestro
hipotético aficionado hubiera saboreado este número con deleite.
¿Qué otra cosa le habría llamado la atención? Como sea que «Amazing
Stories» aparecía ahora cada dos meses, en el quiosco aún se
exhibiría el número de abril, su edición conmemorativa del décimo
aniversario. Ello, sin embargo, no se anunciaba en la cubierta, en
la que Leo Morey representaba una escena de Labyrinth, la novena de
la serie del profesor Jameson, por Neil R. Jones. Una serie tan
popular que seguramente atraía a los compradores aun cuando
«Amazing» costaba veinticinco centavos, cinco centavos más que
«Astounding», a pesar de tener sólo 144 páginas (dieciséis menos
que su rival). Además de Labyrinth contenía la última parte de la
intrigante novela de Joe Skidmore, The Maelstrom of Atlantis (El
remolino de Atlantis), y la original narración de Isaac Nathason, A
Modern Co-medy of Space (Una comedia moderna del espacio). Por otra
parte el único autor de nota era Edmond Hamilton con Intelligence
Undying (Inteligencia imperecedera), Hamilton, uno de los más
destacados autores del género, había colaborado con frecuencia en
«Amazing» desde 1928, aunque hizo su primera aparición en «Weird
Tales» dos años antes. Si Jones no hubiera asegurado la venta de
este número, Hamilton lo habría hecho. Pero, ¿qué más? Este examen
habría agotado las revistas de ciencia-ficción. Sin embargo, en
mayo de 1936, podía conseguirse «Weird Tales», con la deslumbrante
ilustración de la cubierta, obra de Margaret Brundage, para The
Devil's Double (El doble del diablo) de Paul Ernst. Pero ello no
era un motivo para desalentar a nuestros lectores, puesto que una
mirada al índice les habría revelado nombres muy familiares: Edmond
Hamilton con Child of the Winds (Hijo de los vientos), Jack
Williamson y la segunda parte de su serie The Ruler of Fate (El
príncipe del destino), Manly Wade Wellman y The Horror Undying (El
horror imperecedero). Wellman había aparecido en muchas revistas de
ciencia-ficción y era un colaborador habitual de «Weird». Un punto
importante a favor de dicho número lo constituía la reedición del
clásico de Donald Wandrei The Red Brain (El cerebro rojo),
correspondiente al número de octubre de 1927, uno de los mejores
ejemplos de ciencia-ficción publicado en «Weird». También estaban
presentes Robert Bloch, August Derleth y Seabury Quinn. Tres
ejemplares a un costo de setenta y cinco centavos constituirían
todo lo que nuestro aficionado estaría dispuesto a adquirir, pero
quizá continuaría hojeando otras publicaciones. Entonces habría
encontrado los últimos números de «Thrilling Mystery», «Doc
Savage», «The Spider», «Horror Stories», «Terror Tales», «Dime
Mystery Magazine», el primero de «Dr. Yen Sin», «Operator # 5»,
«Spicy Mystery Stories» y «The Shadow» entre la superabundancia de
publicaciones «pulp», todas con sus ejemplos de fantasía mediocre y
de baja calidad. Poco incentivo encontraría nuestro lector de
ciencia-ficción para comprarlas, de modo que emprendería felizmente
el regreso a su casa con las tres revistas bajo el brazo. Dentro de
unos pocos años volveremos a encontrarle. El campo de la
ciencia-ficción jamás dejó de ofrecer menos de dos títulos desde
1927, y en verdad nunca más lo haría. Con tantos editores de
revistas «pulp» resulta sorprendente que sólo dos de ellos
experimentaran en esa dirección, Teck Publications, que manejaba
«Amazing», tenía su sede en Chicago y oficinas editoriales en Nueva
York. Street Smith, que además de «Astounding» publicaban una
considerable cantidad de publicaciones, incluyendo «Doc Savage» y
«The Spider», residían en Nueva York. Éstos se contaban entre los
más antiguos editores de revistas de la ciudad, cuya existencia se
remontaba a 1855, En el otro extremo, Standard Magazines era la más
joven de las editoriales, fundada en 1932 por Ned Pines, quien
prácticamente acababa de graduarse en el college. Pines había
fundado una cadena de publicaciones periódicas especializadas en el
género de aventuras, que fue conocida como el grupo «Thrilling» por
cuanto todos los nombres de las revistas empezaban con esta
palabra: «Thrilling Mystery», «Thrilling Adventure», «Thrilling
Detective». El jefe de redacción de esta cadena era Leo Margulies,
que en otros tiempos había trabajado en la editorial de Munsey, por
cuyo motivo se relacionó con muchos autores de renombre. Al ser
nuevo en la actividad, Pines necesitaba a su lado alguien de la
talla de Margulies, y éste resultó de un valor incalculable. Ahora,
a la edad de treinta y seis años, percibía el sueldo más alto en su
categoría. Después de la desilusión sufrida por Gernsback al
fracasar el sistema de suscripciones para mantener «Wonder
Stories», el famoso editor recurrió a Pines y Margulies. El
resultado fue que la Standard le compró «Wonder» y la lanzó al
mercado con el nombre de «Thrilling Wonder Stories» en agosto de
1936. En cuanto a formato, poco había cambiado. Contenía las mismas
secciones: la ScienceFiction League, la columna de cartas al
director, «The Reader Speaks», «Science Questions and Answers» y
«Test Your Science Knowledge». Pero por lo que se refiere a la
literatura de imaginación, la diferencia era evidente. Los temas
científicos se habían reducido al mínimo y se había dado mayor
énfasis a la acción. En la Standard seguían la política de que las
revistas fuesen dirigidas por un equipo de tres personas, pero
Margulies hizo una excepción en el caso de «Wonder», Acababa de
incorporarse a la empresa Mortimer Weisinger que, juntamente con
Julius Schwartz, había estado al frente de la agencia literaria
Solar Sales Service. Weisinger colaboraba desinteresadamente en la
dirección de «Wonder», con el criterio de que las narraciones
estuviesen al nivel de los lectores más jóvenes, puesto que
«Astounding» ya captaba la atención de los adultos. A un precio de
quince centavos era la publicación más económica del mercado, al
alcance del bolsillo del público adolescente. La primera cubierta
representaba una escena de The Land Where Time Stood Still (La
tierra donde se detuvo el tiempo) de Arthur Leo Zagat, en la que
aparecía una criatura con ojos de insecto que luchaba junto a un
ser humano contra unos guerreros del pasado. Posteriormente, ese
tipo de cubiertas caracterizaron a la revista. Zagat había
aparecido en «Wonder» ya por el año 1930 en colaboración con Nathan
Schachner, pero en realidad no era un típico escritor de «Wonder».
Tampoco lo era Ray Cummings, cuya narración Blood of the Moon
(Sangre de la Luna) constituía el relato de fondo. Y además
colaboraban Paul Ernst y Otis Adelbert Kline, nombres familiares
para los fanáticos de la ciencia-ficción, pero no a través de
«Wonder». En realidad, los únicos autores presentes en ese número
del mes de agosto de 1936, que habían colaborado con cierta
regularidad en «Wonder», eran Eando Binder y Stanley G, Weinbaum, y
ellos también escribían para otras publicaciones. Eando Binder era
el seudónimo bajo el cual se escudaban los hermanos Earl y Otto
Binder. En 1936, Earl escribía cada vez menos, y el nombre lo
utilizaba Otto solo, como en The Hormone Menace (La amenaza
hormonal) de ese número. Weinbaum había muerto trágicamente de
cáncer en diciembre de 1935, y su súbita desaparición le convirtió
en una leyenda. La aparición de su nombre en la revista aseguraba
una fructífera venta. Aquí también figuraba Abraham Merritt con The
Drone Man (El hombre zángano), un cuento corto que había aparecido
previamente en la publicación para aficionados «Fantasy Magazine»,
con la que estuvo asociado Weisinger. Quizá lo más sorprendente del
nuevo número fue Zarnak, una historieta seriada cuya acción sucedía
en el año 2936 después de Cristo. Era obra de Max Plaisted, que
resultó ser el seudónimo de Otto Binder, en colaboración con su
otro hermano, el artista Jack Binder. Las tiras de historietas
hacía varios años que se distribuían a los diarios a través de las
agencias especializadas, pero constituían una innovación en una
revista de aventuras. No tiene sentido pretender que la línea
argumental era buena; no lo era. El primer episodio presentaba la
enorme destrucción que había sufrido la población de la Tierra como
consecuencia de una guerra bacteriológica. Los sobrevivientes
elaboraron un sistema feudal, con la excepción de los descendientes
de cierto científico. Uno de ellos descubría que antes de la Guerra
Final otro científico había conseguido construir un cohete y
abandonar la Tierra. Zarnak juraba, pues, que le atraparía. Las
ilustraciones apenas eran pasables, lo cual resultaba sorprendente
considerando el nivel habitual de Jack Binder. La falla común con
las historietas residía en la falta de profundidad. Mientras que
Buck Rogers podía ser aceptable en un periódico, Zarnak no lo era
para los aficionados a la ciencia-ficción. Duró ocho números y
murió, incompleta, abucheada por los lectores. Pero, a pesar de sus
defectos, «Thrilling Wonder» ofrecía narraciones excelentes de los
más grandes autores. Como sea que la Standard decidió publicar la
revista cada dos meses, se creyó oportuno echar por la borda las
historias en episodios (aunque «Amazing», que también aparecía
bimensualmente, las incluía). La próxima modificación consistió en
introducir la serie narrativa. Ésta siempre había gozado de
popularidad entre autores, editores y lectores por igual. Por
consiguiente, John Campbell, uno de los más grandes autores de
ciencia-ficción desde la aparición de sus extravagantes epopeyas
del espacio a principios de la década de 1930 y que seguía
revolucionando el género en «Astounding» (firmaba con el seudónimo
de Don A. Stuart), inició una serie sobre Penton y Blake, los
fugitivos en una nave espacial. La primera. Los ladrones de
cerebros de Marte, apareció en el número de diciembre de 1936. En
total se publicaron cinco historias, siendo la última The Brain
Pirates (Los piratas de cerebros), publicada en octubre de 1938. En
aquel entonces otra serie muy popular hacía su curso, habiéndose
iniciado con Via Etherline (Vía éter) en octubre de 1937, La serie
Vía apareció encabezada por el nombre de Gordon Giles, en todos sus
relatos, excepto el noveno y último, Vía Júpiter, en el número de
febrero de 1942, donde se reveló que el autor era Eando Binder. De
nuevo el ubicuo Otto, uno de los mejores y más prolíficos
escritores de ese período. Otto Oscar Binder nació en Bessemer,
Michigan, el sábado 26 de agosto de 1911, y terminó sus estudios en
la Universidad de Chicago. Se convirtió en escritor independiente
en 1932, y su primera obra, The First Martian (El primer marciano),
escrita en colaboración con su hermano Earl, apareció firmada por
Eando en el número de «Amazing» de octubre de ese año. El primer
trabajo realizado por él solo, firmando aún Eando, apareció en
abril de 1935, en «Weird Tales», bajo el título de Shadows of Blood
(Sombras de sangre). Con el nuevo seudónimo de Gordon Giles, Binder
creó un flamante autor popular. Así, durante un tiempo, los dos más
famosos escritores en «Wonder» eran, de hecho, un solo hombre:
¡Binder! Como Eando escribió otra serie en esa revista sobre un
hombre inmortal, Antón York, que se inició con Conquest of Life (La
conquista de la vida), en agosto de 1937. Éstas no eran las únicas
series. Henry Kuttner comenzó su Hollywood on the Moon (Hollywood
en la Luna) con una historia del mismo título en abril de 1938; y
en colaboración con Arthur K. Barnes inició la serie Petz Manx con
Román Holiday (Festival-romano), en agosto de 1939, Barnes era
asimismo responsable de una serie muy popular sobre Gerry Carlisle,
un cazador de animales para zoológicos, que empezó con Green Hell
(Infierno verde) en el número de junio de 1937. El del mes de
octubre del mismo año incluía el retorno de Tubby, un simpático
personaje creado por Ray Cummings en sus narraciones para Munsey,
de unos quince años antes. Siete cuentos consecutivos aparecieron
hasta el año 1946. Y así sucesivamente. Estas series, acompañadas
de las excelentes narraciones unitarias, no tardaron en incrementar
la circulación y la popularidad de «Thrilling Wonder». Merecido
crédito debe otorgarse al director de «Wonder», Mort Weisinger, que
sólo tenía veintiún años cuando se hizo cargo del puesto (solamente
un año mayor que su antecesor, Hornig). Al igual que Hornig,
Weisinger había surgido de las filas de los fanáticos de la
ciencia-ficción, lo cual no era el caso de Tremaine en Street
Smith. (Tremaine era, básicamente, editor de literatura de
imaginación en general, con especial debilidad por la
ciencia-ficción: Además de «Astounding», tenía a su cargo unas seis
publicaciones más incluyendo «Top-Nocth».) Weisinger era también
distinto de Sloane, el cual era ante todo un científico y un
pesimista afamado, ¡absolutamente convencido de que jamás se
realizarían vuelos espaciales! Hornig logró atraer la atención de
Gernsback por medio de su revista para aficionados, la «Fantasy
Fan» (a pesar de su evidente inclinación hacia «Weird Tales».
También Weisinger había estado vinculado con la edición de
periódicos para aficionados, y en 1936 había un número considerable
de ellos en circulación. El título principal era «Fantasy
Magazine», que, desde que Weisinger se asoció con la Standard,
había quedado en manos de Julius Schwartz, quien debía dirigirla
solo. Schwartz, por su parte, cada vez se encontraba más atado a su
agencia literaria, y, por consiguiente, menos dispuesto a continuar
«Fantasy Magazine». Por lo tanto, la revista dejó de aparecer
después del número de enero de 1937. Con ello, los aficionados se
quedaron sin su publicación esencial y debieron buscar nuevos
rumbos. El número de este tipo de revistas creció y varias de ellas
merecen ser mencionadas por su carácter semiprofesional y porque
contenían narraciones de ciencia-ficción, a diferencia de los
artículos críticos y las noticias que publicaban muchas otras. Así
tenemos el ejemplo de Donald Wollheim con «Fanciful Tales of Space
and Time», que apareció en el otoño de 1936 y era dirigida
juntamente con Wilson Shepard. Wollheim será recordado como el
portavoz del grupo de fanáticos, la Internacional Scientific
Association, en oposición a la Science Fiction League de «Wonder
Stories». Muchas tormentas, provocadas por los fanáticos, se
levantaron alrededor del nombre Wollheim, pero es innegable que él
mantuvo las cosas en actividad y movimiento. «Fanciful Tales» era
un opúsculo de cincuenta páginas, del tamaño de los digest,
bellamente impreso, y lanzó The Nameless City (La ciudad sin
nombre) de H, P. Lovecraft, The Typewriter (La máquina de escribir)
de David Keller, The Man of Dark Valley (El hombre del valle de las
sombras) de August Derleth, y otras narraciones por Kenneth
Pritchard, William Sykora y el mismo Wollheim, además de The
Forbidden Room (La habitación prohibida) del pianista de jazz Duane
Rimel y un poema de Robert E, Hovvard. Esta última contribución se
supone que fue escrita menos de cuatro meses antes de que Robert E.
Howard se suicidara (11 de junio de 1936). Wollheim era un editor
sumamente capaz. Había experimentado con muchas publicaciones para
aficionados durante los dos años anteriores y ahora, a sus
veintidós años, estaba en condiciones de lanzarse en serio con
«Fanciful», Se intentó, en efecto, sacar un segundo número,
mientras Wollheim mismo trataba de promoverla en las revistas
profesionales. En la columna de cartas al director de «Amazing», en
el número de febrero de 1937, apareció una carta firmada por
Braxton Wells. Éste era un seudónimo utilizado por Wollheim en
alguno que otro artículo para aficionados, pero es dudoso que
Sloane lo supiera. Comentando la narración Hoffman's Widow (La
viuda de Hoffman) de Floyd Oles, Wollheim decía: «Soy uno de los
que creen que Hoffman's Widow estaba decididamente fuera de lugar.
Cuando deseamos "Amazing Stories", ¡queremos que sean científicas!
¡No cualquier otra cosa! Existen revistas como "Fanciful Tales"
para fantasías irreales y esa narración probablemente ni siquiera
encajaría en ellas».1 Cualesquiera que fuesen las intenciones, no
aparecieron más números, y Wollheim volvió a «The Phantagraph» y a
otras publicaciones menores. «Fanciful Tales» tenía poca -si
alguna- distribución en gran escala y actualmente constituye una
adquisición extraordinariamente rara. Casi tan rara como otras dos
publicaciones que aparecieron en la misma época, «The Witch's
Tales» y «Flash Gordon's Strange Adventure Magazine», a pesar de
que éstas se distribuían en todo el país. Otro aspecto que tenían
en común lo constituye la influencia de la radio y el cine,
respectivamente. Desde el mes de mayo de 1931 los radioyentes
norteamericanos fueron invitados a escuchar el programa semanal The
Witch's Tales (Los cuentos de la bruja), con guiones a cargo de
Alonzo Dean Colé. En noviembre de 1936 se lanzó una revista del
mismo nombre, en formato grande y papel de diario. Contenía una
narración principal de Colé, The Madman (El loco), además de otros
cuatro cuentos y una colección de experiencias «verídicas».
Supuestamente dirigida por Colé, con toda seguridad era el gerente
de redacción, Tom Chadburn, quien realizaba la mayor parte del
trabajo. Para el aficionado a la ciencia-ficción', la revista
despertaba un interés pasajero, a menos que la hojeara con
atención, Al fin y al cabo, ninguno de los nombres era bien
conocido, ¿y qué interés podía tener un fanático de la
ciencia-ficción por las narraciones de fantasmas? Lo que el primer
número no consiguió, lo logró el segundo. El de diciembre de 1936
contenía, siete narraciones aparte de la de Colé, e incluía The
Monster of Lake La Metrie (El monstruo del lago La Metrie) de
Wardon Alian Curtís, Esta historia encerraba ciertos conceptos
sorprendentes, sin contar el trasplante de un cerebro humano en la
cavidad craneana de un monstruo prehistórico, que había logrado
sobrevivir hasta la era moderna. Un correcto equilibrio del pathos,
la emoción y los datos científicos convertían la narración en un
relato de extraordinaria fuerza y la acercaban al género de
ciencia-ficción. Resulta que el cuento era una reimpresión, y
anteriormente había aparecido en «Pearson's Magazine», en el mes de
septiembre de 1899. El historiador del género Sam Moskowitz logró
rastrear al menos dos reimpresiones más en la revista, y
probablemente el resto de su contenido también provenía de
«Pearson's Magazine». Si la publicación hubiese logrado atraer más
lectores, éstos habrían descubierto una valiosa fuente de
literatura fantástica de la época victoriana, puesto que es
evidente que los editores tenían la intención de reeditar más
material, y quién sabe las obras maestras que hubieran podido
desenterrar. Pero, ¡ay!, como suele suceder en estos intentos, la
revista desapareció después de sólo dos números. «Flash Gordon's
Strange Adventure Magazine» también apareció en diciembre de 1936 y
era otra publicación «pulp» que pretendía capitalizar el éxito de
la serie fílmica Flash Gordon con Buster Crabbe, y la historieta de
distribución a través de las agencias especializadas con dibujos de
Alex Raymond. Provenía de la firma Stephen Slesinger, Inc., que
también realizaba otras dos publicaciones para el público juvenil,
«Dan Dunn Detective» y «Tailspin Tommy». «Flash Gordon» lanzó The
Master of Mars (El amo de Marte), una larga narración de James
Edison Northfield, ilustrada según el estilo de las historietas. Si
Weisinger no hubiera introducido Zarnak en su revista, ésta habría
podido reclamar e] derecho de ser la primera en publicar
historietas en una publicación «pulp». Sin embargo, podía
enorgullecerse de ser la primera que utilizó el color en los
dibujos interiores y, si bien los colores nunca se reprodujeron
bien sobre papel de baja calidad, resultaban muy impresionantes a
primera vista, sobre todo teniendo en cuenta que la revista sólo
costaba diez centavos. Otras tres historias completaban este número
más bien magro, y lo que más habría llamado la atención de
cualquier amante de la ciencia-ficción era el nombre de R, R.
Winterbotham. Russell Robert Winterbotham (1904-1971) había sido un
colaborador bastante regular de «Astounding» a partir de The Star
That Would Not Behave (La estrella que no funcionaba), en el número
de agosto de 1935, y parecía ser un escritor que prometía. Ahora
aparecía en «Flash Gordon» con una narración, Saga of the
«Smokepot» (La leyenda de «Smokepot»), y casi con seguridad como
autor de otra, The Last War (La última guerra), bajo el
transparente alias de R, R. Botham. Si Winterbotham podía figurar
en esta publicación, tal vez otros nombres relacionados con la
ciencia-ficción lo harían en el futuro. Pero no hubo futuro alguno.
Ningún número más de «Flash Gordon's Strange Adventure Magazine»
iluminó los quioscos, Pero considerando el hecho retrospectivamente
ello fue casi una suerte. A fines de 1936, sin embargo, la brisa
agitaba el mar de la ciencia-ficción. Durante 1937 siguieron
apareciendo con regularidad las tres revistas del género, aunque
«Amazing» se fue tornando cada vez más gris y aburrida, mientras
que «Thrilling Wonder» iba ganando fuerza y vitalidad.
«Astounding», en cierto modo, parecía haberse estancado, si bien
ello apenas nos sorprenderá considerando la ingente labor que le
imponían a Tremaine los demás compromisos editoriales. Ahora que
«Astounding» había alcanzado la cima en su propio campo, Tremaine
se contentaba con dejarla librada a su suerte. Eso no significa que
publicase material tedioso. Varios autores habían causado un gran
impacto en el curso de los últimos años. Ross Rocklynne, cuyo Man
of Iron (El hombre de hierro), aparecido en el número de agosto de
1935, marcó un notable comienzo, producía ahora una serie de
narraciones en las cuales el teniente Jack Colbie trataba de
capturar al inteligente criminal Edward Deverel luchando contra
todo tipo de artificios científicos. El autor inglés Eric Frank
Russell había hecho su primera aparición con una divertida
imitación de Weinbaum, The Saga of Pelican West (La leyenda de
Pelican West) (febrero de 1937), que relata las aventuras de
Pelican West en el satélite Callisto con una pitón reticulada
llamada Alfred, entre otros ejemplares de la fauna. En septiembre
de 1937, se vio por primera vez el nombre de L. Sprague de Camp en
un relato titulado The Isolinguals (Los isolinguales), coincidiendo
con que ése fue el último número editado por Tremaine. Éste fue
elevado al cargo de subdirector gerente y consideró necesario
nombrar un nuevo director para conducir «Astounding Stories». Ese
hombre fue John W. Campbell. Resulta difícil hablar de Campbell sin
embarcarse en la formulación de un elogio embelesado, repitiendo lo
que se ha dicho infinidad de veces. Tal es la tendencia de la
historia a distorsionar los hechos. Se nos ha hecho creer que
cuando Campbell puso los pies en el terreno editorial se produjeron
milagros de la noche a la mañana. Eso no fue así… pero, atención,
no tardaron en producirse. El primer número a cargo de Campbell fue
el de octubre de 1937, aunque no existe prueba alguna que así lo
haga suponer. El reconocimiento de propiedad intelectual que figura
en el número de noviembre señalaba, al igual que el del 1 de
octubre de 1937, que Tremaine aún era el director. La única
diferencia notable en la revista era que aparecía una nueva leyenda
bajo el título en la página del sumario: «Esta revista contiene
solamente textos originales. No se reproduce material ya
publicado». Puesto que «Astounding» jamás había incluido
reimpresiones, la nota resultaba más bien intempestiva. (Campbell
sólo una vez dejó de ser fiel a su política de no reproducir
material publicado con anterioridad, en 1948.) No existe indicio
alguno de que el editorial Into the Future (Hacia el futuro)
perteneciera a la pluma de Tremaine o a la de Campbell, aunque yo
me inclino a suponer que era del segundo. Campbell estaba
realizando su aprendizaje al lado de Tremaine y obviamente una
buena parte del material utilizado había sido elegido antes de la
llegada de Campbell. Sea como fuere, resulta evidente que Campbell
tenía sus propios planes en mente, y el número de enero de 1938 así
lo demuestra. Durante el reinado de Tremaine, la columna de cartas
al director se convirtió en «Science Discussions». Campbell volvió
a incorporar «Brass Tacks» junto a «Science Discussions»,
eliminando gradualmente la segunda. En el mismo número inició «In
Times to Come», despertando el apetito de los lectores por el
próximo número. En el de marzo de 1938 cambió el nombre de la
publicación, «Astounding Stories», un título que a su criterio era
demasiado juvenil, se convirtió en «Astounding Science-Fiction». El
1 de mayo, Street Smith cambiaron la política de mantener jefes de
redacción, y Tremaine abandonó la empresa. Campbell quedó solo a
cargo de la publicación, y él no precisaba estímulos de ninguna
naturaleza. La ilustración de la cubierta sufrió una
transformación. Durante todo el período de Tremaine, Howard V.
Brown fue el principal ilustrador de la cubierta. Campbell encargó
a Brown la realización de varias cubiertas especiales «mutantes»,
la primera de las cuales, para el número de febrero de 1938,
representando el sol visto desde Mercurio, de manera que
respondiera fielmente a los conocimientos astronómicos. Dicha
ilustración, excepcionalmente llamativa, correspondía a Mercutian
Adventure (Aventura en Mercurio) de Raymond Z. Gallun, y resultaba
más atractiva para los potenciales compradores que cualquiera de
las otras cubiertas de Brown para «Thrilling Wonder». A la edad de
sesenta años, Brown demostraba al fin lo que era capaz de realizar
realmente. Hans Wessolowski, más conocido como Wesso, que había
dibujado las tapas para la «Astounding» de Clayton, se reincorporó;
y el número de mayo de 1938 apareció con la primera cubierta de
Charles Schneeman, en adelante el responsable de las mejores
ilustraciones interiores en blanco y negro, La actitud de Schneeman
hacia el arte de la ilustración de cubiertas se pone
particularmente de relieve en el número de diciembre de 1938,
representando una escena de The Merman (El tritón) de L. Sprague de
Camp. Un simple retrato de unos reporteros luchando ansiosamente
para sacar una fotografía a un hombre dentro de una cisterna; no
contenía elemento alguno de los que se suelen asociar con las
revistas «pulp» en general. Resultaba difícil clasificar la nueva
«Astounding» con las publicaciones de esta clase; sin embargo, a
ella seguía perteneciendo. Y, mientras cambiaban la cubierta, el
nombre y las secciones, ¿qué sucedía con respecto al contenido? El
año 1938 se considera el del comienzo de la edad de oro de
«Astounding». En efecto, durante ese año y el siguiente una
tremenda oleada de talento nuevo convirtió la «Astounding» en una
de las más estimulantes publicaciones, con algunas de las más
sorprendentes muestras de originalidad en lo que a concepto y
tratamiento narrativo se refiere. Ello no fue sólo obra de
Campbell. Al fin y al cabo, la revista de ciencia-ficción ya tenía
doce años de existencia. Los seguidores del género, que habían
descubierto las primeras publicaciones de Gernsback en su
adolescencia, ahora tenían entre veinte y treinta años. Habían
tenido tiempo de ponderar las tendencias de la narrativa de
imaginación, de desarrollar nuevos temas para las tramas trilladas
y considerar a la ciencia-ficción bajo una luz nueva. A medida que
transcurrían los años de la década de 1930, muchos de los grandes
nombres del género desaparecieron y nombres flamantes ocuparon su
lugar, y casi sin excepción, fue en «Astounding» donde forjaron su
fama. John Wood Campbell, Jr., nació en Newark, Nueva Jersey, el
miércoles 8 de junio de 1910. Cuando apareció When the Atoms Failed
(Cuando fracasaron los átomos), en el número de «Amazing» de enero
de 1930, él tenía diecinueve años. Esta narración fue, en rigor, la
segunda que vendía a la citada revista: Sloane extravió el original
de la primera. A fines de 1930 ya era considerado un autor
brillante gracias a la fuerza de su serie de Arcot, Moray y Wade.
Siguiendo los pasos de E. E, Smith, cuyos episodios de Skylark
(Alondra) habían cautivado la imaginación de todos, Campbell situó
la acción de sus relatos en los vastos escenarios extragalácticos.
Ello culminó en The Mightiest Machine (La máquina más poderosa),
serializada en cinco partes, la primera de las cuales apareció en
el número de diciembre de 1934 de «Astounding», compitiendo con The
Skylark of Valeron (La alondra de Valeron), de Smith. Tales eran
los más altos exponentes de estas historias que giraban por los
galaxias. Sólo un mes más tarde, «Astounding» incluía un cuento,
Twiíight (Crepúsculo), de Don A. Stuart. Un relato «pesimista», que
nos hablaba del futuro distante de la Tierra y de la decadencia del
hombre, el cual, irónicamente, anunciaba la muerte del tipo de
narración que el mismo Campbell había popularizado. El nombre de
Stuart apareció con regularidad a partir de aquel momento, y no
tardó en ser uno de los autores más descollantes de «Astounding»;
sus relatos atmosféricos sentaron las pautas para la revista. En
aquel entonces, pocos lectores sabían que Stuart era un seudónimo
de Campbell, a excepción de los fanáticos más informados. Mientras
tanto, Campbell comenzó a mandar a «Astounding» una serie de
artículos científicos: A Study of the Solar System (Un estudio del
sistema solar), que se inició con Accuracy (Precisión) en el número
de junio de 1936. Hasta ese momento, las revistas de
ciencia-ficción habían incluido pocos artículos y muy de cuando en
cuando, sobre todo porque Gernsback facilitaba toda la información
necesaria sobre el tema en sus pertinentes editoriales. Sólo en las
revistas especializadas como «Air Wonder» y «Scientific Detective
Monthly» habían aparecido artículos adicionales que trataban
materias relacionadas con esta disciplina. Cuando Tremaine se hizo
cargo de «Astounding» reimprimió la colección de artículos de lo
inexplicable, ¡Lo! (¡He aquí!), de Charles Fort, que constaba de
ocho partes, publicadas entre los meses de abril a noviembre de
1934. Si bien al principio fue bien recibida, posteriormente
comenzó a decaer. Sin embargo, los artículos de Fort ejercieron
influencia en muchos autores, y aún hoy pueden conseguirse los
libros. Irónicamente, Fort era absolutamente no-científico en su
visión de la naturaleza del sistema solar. Así la serie de Campbell
comprendió los primeros artículos científicos que se incluyeron en
una revista de ciencia-ficción. Fueron dieciocho en total, y sólo
dejaron de publicarse cuando Campbell se convirtió en director.
Incluso entonces continuó publicando notas basadas en hechos,
firmadas con el seudónimo de Arthur McCann. Los artículos de McCann
eran el prototipo de los editoriales de Campbell, que
posteriormente fueron el material más importante de la revista.
Resulta muy evidente, por lo tanto, que como Don A. Stuart, autor
de prosa narrativa, y como John Campbell/Arthur McCann, proveedor
de material objetivo sobre la realidad, este hombre hizo casi tanto
para mejorar y sentar las pautas para «Astounding» antes de ser su
director como lo que realizó después. Los artículos científicos han
formado parte regularmente de «Astounding» desde entonces, escritos
en un principio por gente como Harry Parker y Thomas Calvert
McClary, y luego de una manera notable por Willy Ley y L. Sprague
de Camp. Ése fue el desenvolvimiento de «Astounding» como revista.
Pero por supuesto que en un primer momento su contenido era prosa
narrativa. Una mirada a algunos de los acontecimientos que se
sucedieron en esta esfera durante el primer año de Campbell, de
octubre de 1937 a septiembre de 1938, nos demostrará cuál era su
situación. Robert Moore Williams se superó a sí mismo en dos
relatos particularmente deleitables, Flight of the Dawn Star (Huida
de la estrella del alba) (marzo de 1938) y Robot's Return (El
retorno del robot) (septiembre de 1938). Williams goza de muy mala
fama en la actualidad debido a la considerable cantidad de palabras
crudas que utilizaba hacia el fin de su carrera. Apareció en
«Astounding» por primera vez en julio de 1937 como Robert Moore con
Zero as a Limit (Límite: cero), habiendo ingresado en el campo de
la ciencia-ficción a una edad más avanzada que la mayoría (tenía
treinta años). Flight of the Dawn Star era su segunda contribución
a «Astounding» y, mientras aún colaboraba en «Thrilling Wonder» y
«Amazing», era evidente que Campbell se aseguraba su mejor
producción. La narración trata de una nave perdida en una región
desconocida de la galaxia y de cómo su tripulación encuentra el
rumbo hacia la Tierra, Robot's Return marcó el punto de partida de
la nueva actitud con respecto a los robots en la narrativa,
considerándoles con compasión más bien que como si se tratase de
monstruos. Una nave tripulada por robots que buscan a sus creadores
para terminar descubriendo que fueron obra de una frágil
no-máquina: el Hombre. En abril de 1938 apareció The Faithful (Los
fieles), constituyendo el debut de Lester del Rey, ¡el nombre más
digerible de Ramón Felipe San Juan Mario Silvio Enrico Smith
Heatcourt-Brace Sierra y Álvarez del Rey y de los Verdes! Del Rey
tenía veintidós años y dio muestras de un considerable talento en
su relato emocional de perros inteligentes y el último
sobreviviente humano. El relato traduce la influencia de las
historias pesimistas de Campbell y Gallun. En ese mismo número hizo
su reaparición L. Sprague de Camp con una muestra de su humor en
Hyperpilosity (Hiperpilosidad), sobre un hombre cuyo cuerpo
comienza a cubrírsele de pelos, como el de un simio. Sprague de
Camp era sólo unos meses más joven que Robert Moore Williams, pero
su enfoque de la ciencia-ficción era muy diferente. Un subyacente
tono humorístico se encuentra casi siempre presente incluso en los
momentos más graves, lo que hace que sus narraciones sean más
memorables. Sprague de Camp también tenía un vivo entusiasmo por
aprender cosas sobre la realidad, y el número de julio presentó su
artículo Language for Time Travellers (Un idioma para los viajeros
del tiempo), que planteaba con lucidez los problemas que tales
viajeros encontrarían con los idiomas del futuro. (Un año más tarde
Willy Ley ofrecía una secuela: Geography for Time Travellers
[Geografía para los viajeros del tiempo].) En mayo de 1938 apareció
una nueva serie por Jack Williamson, The Legión of Time (La legión
del tiempo), y un artículo de E. E. Smith, Catastrophe, que fue uno
de los temas más discutidos durante muchos meses. El número de
junio incluía el agudo relato Seeds of the Dusk (Semillas de la
oscuridad), de Raymond Z. Gallun, y el mes de julio presenció el
retorno de Clifford Simak, luego de varios meses de ausencia, con
Rule 18 (La regla 18). (Se ha sugerido que Simak no habría escrito
más ciencia-ficción si Campbell no se hubiese convertido en
director. Rule 18 tenía un carácter muy distinto de los anteriores
cuentos de Simak, y se valía del viaje en el tiempo para formar el
mejor equipo de rugby de todos los tiempos. A los treinta y tres
años, Simak afirmaba su posición de nuevo en el campo de la
ciencia-ficción.) Ese mismo número introdujo a L. Ron Hubbard en el
género. El hombre que posteriormente sería el más alto sacerdote de
la Fantaciencia había colaborado en varias revistas «pulp» como
«Argosy», pero The Dangerous Dimensión (La dimensión peligrosa),
una divertida historia sobre un profesor que tenía la capacidad de
trasladarse a cualquier parte con el pensamiento, era su primera
incursión en el ámbito de la ciencia-ficción. Estrictamente
hablando la narración era una fantasía, y en los años siguientes
Hubbard demostró cuan excelente creador de cuentos fantásticos era.
Hubbard tenía veintisiete años. El número de agosto, además de
presentar la primera narración de Malcom Jameson, incluía Who Goes
There? (¿Quién anda ahí?), de Don A. Stuart, la clásica historia de
un ser extraño que adopta las formas de los distintos hombres y
animales en una base antartica. El primer año de Campbell en
«Astounding» constituyó sin duda un comienzo lleno de auspicios, y
demostró ser un aperitivo para el futuro. Las dos publicaciones
principales de los primeros años de la década de 1930 ya habían
cambiado sus directores: «Astounding», a Tremaine por Campbell y
«Wonder», a Hornig por Weisinger. Puesto que en 1938 O'Conor
Sloane, de «Amazing» tenía ochenta y seis años, parecía poco
probable que continuara en su dirección por mucho tiempo más. En
efecto, no lo hizo, pero no fue su fallecimiento lo que cambió la
situación, Sloane no murió hasta el 7 de agosto de 1940, tres meses
antes de cumplir los ochenta y nueve años. No, Teck Publications
sencillamente no pudo mantener «Amazing» por más tiempo. Según se
informó, su circulación no superaba los 27.000 ejemplares, lo cual
apenas si puede sorprendernos teniendo en cuenta lo tedioso de su
contenido, en general, y su desvaída presentación. Durante varios
años Teck mantuvo sus oficinas editoriales en Chicago, mientras que
la revista se editaba en Nueva York. En 1938, «Amazing» se vendió a
la firma de Ziff-Davis de Chicago. Evidentemente Sloane era
demasiado mayor como para esperar de él una acción enérgica y, de
cualquier manera, Ziff-Davis deseaba sangre nueva para su revista.
El director de la compañía era William B. Ziff (1898-1953), que
nació y se educó en Chicago, y en una época trabajó como dibujante
publicitario y caricaturista. Fundó la empresa periodística W. B.
Ziff, en 1920, y en 1935 se asoció con el editor B. G, Davis. En
1938 Ziff-Davis era una compañía bastante próspera, con
publicaciones tales como «Popular Photography» y «Popular
Aviation». Tenían una oficina en la Cuarta Avenida de Nueva York,
pero la sede editorial estaba en Chicago, por lo que se esperaba
encontrar un director también de Chicago. Había varios escritores
de ciencia-ficción que vivían en Chicago y sus alrededores. Stanley
G, Weinbaum procedía de Milwaukee, situada a unos ciento treinta
kilómetros hacia el norte, y Ralph Milne Farley, el renombrado
autor de la serie «Radio Man» aún vivía allí. Simak y E. E. Smith
también residían en Milwaukee. Robert Moore Williams y Ross
Rocklynne estaban radicados en una localidad cercana. Fue Farley
(quien en una época fue senador, usando su verdadero nombre de
Roger Sherman Hoar), según cuenta la historia, quien sugirió a
Davis considerar la posibilidad de ofrecer a un tal Raymond A.
Palmer la dirección de «Amazing». Se entrevistaron con él en
febrero de 1938, y Palmer fue aceptado; con ello «Amazing»
emprendió un nuevo rumbo que, en última instancia, demostraría ser
mucho más sorprendente que el de cualquier otra publicación hasta
la fecha. Palmer nació en Milwaukee el lunes 1." de agosto de 1910,
siendo sólo siete semanas más joven que Campbell. A la edad de
siete años le atropello un camión que le fracturó la columna
vertebral, y como consecuencia de la curvatura de su espalda,
Palmer sólo alcanzó una corta estatura. Lo que le faltaba en altura
lo suplió con una gran determinación e imaginación. Su primera
narración, The Time Ray of Jandra (El rayo del tiempo de Jandra),
apareció en el número de junio de 1930 de «Wonder Stories», y
constituyó toda una promesa. Palmer, a diferencia de Campbell, era
un fanático muy activo, habiendo estado implicado con las primeras
publicaciones para aficionados, y obtuvo el premio de 100 dólares
en el concurso de Gernsback «Waht I Have Done to Spread Science
Fiction» (Lo que yo hice para difundir la ciencia-ficción). En
total. Palmer vendió seis cuentos de ciencia-ficción antes de ser
director de «Amazing», uno de los cuales, Matter Is Conserved (La
materia se conserva), fue adquirida por Campbell para «Astounding»
de abril de 1938. Palmer también había hecho amplias incursiones en
otros géneros, sobre todo en los del Oeste y de misterio, y era un
escritor mucho más competente de lo que ciertas personas estarían
dispuestas a reconocer abiertamente. A menudo se ha dicho que
reescribió un considerable número de las narraciones presentadas a
«Amazing». El primer número que apareció en los quioscos
proveniente de Ziff-Davis llevaba fecha de junio de 1938. No se
produjo brecha alguna en el ritmo de producción bimensual, y todo
el mérito debería atribuirse a Palmer, sobre todo teniendo en
cuenta que, según parece, rechazó todas las narraciones que
restaban de la época de Sloane, salvo una, Esto puede ser cierto, y
esa narración fue probablemente Space Pírate (Pirata del espacio),
de Eando Binder, una germina colaboración de Earl y Otto, que era
algo a lo que Earl no se dedicaba desde hacía unos años. El resto
del material, con dos excepciones, pertenecía a autores a quienes
Palmer tenía fácil acceso: Robert M. Williams, Ross Rocklynne,
Charles R. Tanner y Ralph Milne Farley. Las dos excepciones
pertenecían al autor inglés John Russell Fearn, una de las más
destacadas figuras del período «considerado distinto» de Tremaine.
Estas narraciones se obtuvieron a través del agente de Fearn,
Julius Schwartz, un amigo de Palmer. Una de ellas, The Master of
the Golden City (El amo de la ciudad dorada), apareció bajo el
seudónimo de Polton Cross. La otra, A Summons from Mars (Un desafío
de Marte), fue considerada la más popular historia del número por
mayoría de votos. A partir de ese momento se inició una asociación
entre Fearn y Palmer que duraría hasta 1943, e incluyó una
colaboración, Mystery of the Mar-Han Pendülum (El misterio del
péndulo marciano) («Amazing», octubre de 1941). El propio Palmer
manifestó, a propósito de A Summons from Mars: «Parece que gustó a
todo el mundo. Y ello más bien nos halaga, porque lo consideramos
como el ideal de nuestra política. Contenía sólido material
científico, y un excelente problema humano, y una considerable
dosis de humanidad. En lo que a imaginación se refiere, se mantenía
en el nivel de la Tierra, y no obstante, era un relato lleno de
interés».1 Esta cita vale la pena tenerla en cuenta al considerar
las ulteriores declaraciones que Palmer habría de hacer en el curso
de los veinte años siguientes. Philip Harbottle, autor de The
Multi-Man (El hombre múltiple), un admirable estudio de John
Russell Fearn, me informa que A Summons from Mars (titulado
originalmente Debí of Honour [Deuda de honor]) en realidad fue
escrito para Campbell a petición de éste. Acosado por Palmer para
que le proporcionara material aceptable, Schwartz se encontró ante
un dilema, que sólo se resolvió al recibir Man of Earth (El hombre
de la Tierra), de Fearn. Schwartz sometió esta narración a la
consideración de Campbell, que jamás vio Debt of Honour. Campbell
rechazó la historia, y por consiguiente Fearn no ingresó en la
camarilla de Campbell. Vista retrospectivamente, la acción de
Schwartz fue perjudicial para la carrera de Fearn puesto que
también persuadió a éste para que dejara de considerar a
«Astounding» como cliente y se concentrara en las ventas más
fáciles a «Amazing». Bajo la dirección de Palmer, «Amazing» sufrió
una considerable transformación. Dejó de ser la publicación
aburrida, gris, cerebral, y se convirtió en una revista vigorosa y
rejuvenecida. En vez del editorial extenso y de carácter
científico, Palmer creó la sección «The Observatory» (El
observatorio), donde trataba de manera informal cualquier tema, a
la manera de sus secciones de noticias para aficionados de las
revistas fantásticas. Siempre ágil e interesante, la sección solía
contener hechos fascinantes. Se introdujo una nueva forma de
acertijo científico, además de Questions Answers» (Preguntas y
respuestas), y las secciones «Correspondence Córner» (Rincón
epistolar) y «Collector's Córner» (Rincón del coleccionista)
constituyeron un gran acierto de cara a los fanáticos. Fue muy bien
recibida la sección «Meet the Authors» (Conozca a los autores), y
«Discussions» (Discusiones) de nuevo tomó un vivo impulso. Al igual
que con el material narrativo, Palmer tuvo problemas con las
ilustraciones de la cubierta. La mayoría de los artistas que
trabajaban para las revistas «pulp» residían en Nueva York, así que
Palmer se vio obligado a utilizar los servicios de Frank Lewis
Inc., que suministraba material para «Popular Photography» de
Ziff-Davis, para preparar una cubierta fotográfica. Como medida de
emergencia resultó sumamente efectiva, y mereció el aplauso de la
mayoría de los lectores. El experimento se repitió en el segundo
número, antes de que Joseph Tillotson, bajo el seudónimo de Robert
Fuqua, se convirtiera en el principal ilustrador de la cubierta.
Pero la más importante innovación de Palmer fue destinar la
contracubierta para reproducir una ilustración. Generalmente
llevaba un anuncio, pero Palmer encargó a Harold McCauley que
hiciera un dibujo para This Amazing Universe (Este universo
sorprendente), sobre cuyo tema se escribió un artículo. Ello se
convirtió en una práctica habitual en «Amazing», y posteriormente
el veterano dibujante Frank R. Paul (1880-1963) fue el talentoso y
principal responsable de ilustrarla. Además de todo eso el precio
se redujo a veinte centavos. ¿Qué más podían pedir los lectores?
Éstos exigieron mejores ilustraciones interiores, las cuales fueron
mejorando paulatinamente a medida que se sucedían los números,
merced al trabajo de Jay Jackson. En ese momento Palmer había
adquirido narraciones de Arthur Tofte, Arlyn Vanee, Thorp McClusky,
así como el fruto de la primera aventura en el campo de la
ciencia-ficción de Robert Bloch, Secret of the Observatory (El
secreto del observatorio), sobre una cámara que podía fotografiar a
través de los muros, Hacía varios años que Bloch colaboraba en
«Weird Tales», aunque entonces sólo tenía veinte años. La respuesta
a «Amazing» fue altamente favorable, a pesar del escepticismo de
muchos. A partir del número de octubre se convirtió en publicación
mensual por primera vez desde 1935. Las ventas se elevaron como
impulsadas por un cohete, y «Amazing» se afirmó en el mercado. Si
eso hubiera sido todo, entonces para la Navidad de 1938 habría
habido tres revistas revitalizadas en los quioscos, cada una de
ellas con su propio público fiel y cada una de ellas en vías de
prosperar. Como ha señalado el historiador de la ciencia-ficción
Sam Moskowitz, ellas constituyeron una escala gradual para el
aficionado: las más sensacionales aventuras de «Amazing» para los
lectores más jóvenes; la prosa más sesuda de «Thrilling Wonder»
para los adolescentes mayores, y «Astounding», con su moderno
enfoque, para los lectores adultos. Pero eso no fue todo, porque en
la Navidad de 1938 un cuarto editor había entrado en el campo, y la
bola de nieve empezó a rodar. El boom de la ciencia-ficción estaba
a punto de comenzar, y tanto los aficionados como los autores iban
a quedarse sumamente sorprendidos. 3. Mientras tanto, ¿qué sucedía
en Gran Bretaña? Los lectores británicos se alimentaban de las
publicaciones importadas de Estados Unidos y, por lo tanto, estaban
bastante informados de lo que sucedía, Uno sólo tenía que hojear
las columnas de cartas al director de las tres revistas para
encontrar una gran cantidad de ellas escritas por aficionados
británicos. Y no deberíamos olvidar a John Russell Fearn, Eric
Frank Russell o a John Beynon Harris, británicos los tres y que
gozaban de firme éxito en Norteamérica. Pero esto no era lo mismo
que tener una revista propia. Los fanáticos aún recuerdan la
malograda «Scoops», de la que habían aparecido veinte números
semanalmente durante la primavera de 1934. Dirigida al público
juvenil, empezó partiendo hacia la dirección errónea y cuando
cambió de rumbo ya era demasiado tarde. Cuando «Scoops» cayó en el
olvido, existían varias confraternidades británicas de la Science
Fiction League de Gernsback, y en marzo de 1936 Maurice K. Hanson,
de la Confraternidad de Nuneaton, lanzó el periódico para
aficionados «Novae Terrae», que se convirtió en la columna
vertebral del mundo de los fanáticos de Gran Bretaña. Sin dejar de
aparecer casi ni un solo mes, su último número (el veintinueve)
llevaba fecha de enero de 1939. En ese entonces ya se había
convertido en el órgano oficial de la British Science Fiction
Association. Después del último número se transformó en «New
Worlds», y Edward John Carnell fue el sucesor de Hanson. Sólo
aparecieron cuatro números con ese título antes que llegara la
llamada a las armas. Además de «Novae Terrae», existían varias
publicaciones más para fanáticos. Los de Leeds editaron el
«Bulletín of the Leeds Science Fiction League» en enero de 1938,
bajo la dirección de Harold Gottliffe, pero ese título tan largo no
tardó en convertirse en «The Futurian» en el mes de junio, y J.
Michel Rosenblum tomó las riendas en sus manos. Los aficionados de
Leeds también contaban con el muy activo Douglas Mayer, que fue el
primero en organizar la confraternidad. En la primavera de 1937
lanzó una inteligente revista para aficionados, «Tomorrow», de
aparición trimestral, junto con su compañera «Amateur Science
Stories», en octubre. Actualmente se recuerda esta última, en
especial porque publicó algunas de las primeras narraciones de
Arthur C, Clarke. En marzo de 1938, «Tomorrow» mejoró su
presentación. Ahora salía impresa en vez de mimeografiada y se
fundió con otra publicación, «Scientifiction: The British Fantasy
Review». «Scientifiction» había nacido en enero de 1937, y su padre
era el aficionado de Ilford, Walter Gillings. Era un opúsculo
impreso, formato digest, de dieciséis páginas, excepcionalmente
profesional en aspecto y contenido, y aparecieron seis números
antes de su fusión con «Tomorrow». Sin embargo, en esa época una
revista profesional ocupó su lugar en los quioscos, gracias a
Gillings. Dos de los principales editores británicos eran Pearson's
(que había publicado «Scoops») y Newnes (la compañía responsable de
«Strand Magazine» desde 1891). A Newnes le encantó la idea de
publicar una revista de ciencia-ficción en una fecha tan temprana
como 1935, cuando ya habían lanzado dos «pulps» especializados,
«Air Stories» y «War Stories», Hasta habían llegado al punto de
encargar narraciones de ciencia-ficción a autores británicos, pero
finalmente decidieron postergar la revista dedicada al género. En
el ínterin, Gilling se acercó a The World's Work, una firma
subsidiaria de Heinemann, cuyo director era Henry Chalmers Roberts.
Fundada en 1913, World's Work Ltd. (nombre con que se la conocía)
publicaba revistas «pulp» en Kinswood, Surrey, habiendo lanzado la
primera realmente especializada, «West», varios años antes. Ahora
se habían embarcado en una serie, «Master Thriller», que ya había
incluido títulos tales como Tales of Mystery and Detección y Tales
of Terror, con narraciones de autores tan notables como Sydney
Orlar, Oliver Onions, Héctor Bolitho y R. Thurston Hopkins. Parecía
natural que se agregara un título dedicado a la ciencia-ficción, y
recibieron complacidos la sugerencia de Gillings. Gillings era
ahora un joven de veinticinco años. Nacido en Ilford el lunes 19 de
febrero de 1912, se sintió cautivado por la ciencia-ficción a una
edad muy temprana, y se le debe considerar entre los primerísimo
aficionados británicos, como lo demuestran sus cartas a «Amazing»
durante sus años de formación. Su actitud hacia la ciencia-ficción
y su enfoque eran mucho más maduros que los de sus equivalentes
norteamericanos, como se ve en «Scientifiction», y puso esta
experiencia en acción con gran gozo cuando compiló el material para
lo que sería el primer número de «Tales of Wonder». Éste apareció
en los quioscos en junio de 1937, al precio de un chelín, y tenía
el formato estándar de las revistas «pulp» con 128 páginas. La
cubierta, de John Nicholson, ilustraba Superhuman (Sobrehumano) de
Geoffrey Armstrong, que marcó la primera incursión de John Russell
Fearn en el reino de los seudónimos. El nombre lo ideó Gillings
porque Fearn también aparecía con su nombre real con Seeds from
Space (Semillas del espacio). También ahora estaban presentes todos
los grandes nombres de la ciencia-ficción británicos: John Beynon,
el seudónimo acortado de John Beynon Harris, el nombre verdadero de
John (The Day of the Trifjids [El día de los trífidos]) Wyndham,
con The Perfect Creature (La criatura perfecta), una narración que
con frecuencia se ha reimpreso bajo los títulos alternativos Una o
Female of the Species (La hembra de la especie). Eric Frank
Russell, que empezaba a hacerse un nombre en Estados Unidos,
presentó otra imitación de Weinbaum, The Prr-r-eet (considerada la
mejor narración del número por votación de los lectores). Festus
Pragnell, un ex policía, ofreció Man of the Future (El hombre del
futuro) además de Monsters of the Moon (Los monstruos de la Luna),
bajo el seudónimo de Francis Parnell, otro nombre inventado por
Gillings que llevó a confusión varios años después, puesto que hubo
un bien conocido aficionado británico del mismo nombre. El número
resistía la comparación con sus 'equivalentes norteamericanos y fue
saboreado por los aficionados británicos. Por consiguiente, World's
Work quedó lo suficientemente impresionada como para considerar la
publicación de un próximo número. Ello es especialmente admirable
si se considera que de su serie «Master Thriller, sólo otro título,
Tales of the Uncanny, vio más de un solo número (tres en total).
Estas efímeras publicaciones han provocado posteriormente muchos
problemas entre los coleccionistas y bibliógrafos, y un enigma en
especial se centra en torno de la oscura personalidad del escritor
Henry Rawle. En The Multi-Man, Philip Harbottle ha formulado la
conjetura de que Rawle era un seudónimo de Fearn, ya que se sabe
que éste vendió narraciones a revistas posteriores en que aparecía
el nombre de Rawle. Desde entonces Harbottle ha identificado otro
nombre de autor en estas publicaciones (editadas por Gerald G.
Swan) correspondiente a un seudónimo de Fearn (Alex O. Pearson),
por lo que probablemente Rawle era un nombre verdadero. Entre las
narraciones en que apareció en esta época se cuentan The Head of
Ekillon (La cabeza de Ekillon) y Armand's Return (El regreso de
Armand) en «Ghosts and Goblins» y Revanoffs Fantasía (La fantasía
de Revanoff) en «Tales of Ghosts and Haunted Houses». Tal vez un
día se aclarará su identidad y otro enigma pasará al olvido. Al
cabo de seis meses Gillings recibió la autorización para producir
«Tales of Wonder», como publicación trimestral. El segundo número
que apareció en la primavera de 1938 otorgó un espacio preferente a
Sleepers of Mars (Los durmientes de Marte), de John Beynon, la
continuación de su extraordinariamente popular Stowaway to Mars
(Polizón a Marte), William F. Temple hizo su debut en el campo de
la ciencia-ficción con Lunar Lilliput (Liliput lunar). El número
también incluía una reimpresión de «Amazing», Stenographer's Hands
(Manos de taquígrafo), de David H. Keller. Todos los números
sucesivos contenían reimpresiones de material publicado en Estados
Unidos, que fue aumentando a medida que iban apareciendo otros
nuevos. El correspondiente al verano de 1938 ofrecía artículos
científicos con Can We Conquer Space? (¿Podemos conquistar el
espacio?), de I. O. Evans. El quinto número, en diciembre, vio el
nombre de Arthur C. Clarke impreso en él con We Can Rocket to the
Moon… Now! (¡Podemos viajar a la Luna… ahora!) En ese entonces
«Tales of Wonder» había adquirido gran popularidad. Como si eso
fuera lo que Newnes había estado esperando, finalmente lanzaron su
revista «Fantasy» en junio de 1938, tan largamente demorada. En un
breve lapso, Gran Bretaña contó de pronto con dos revistas de
ciencia-ficción, Gillings pagaba las colaboraciones de una suma
global que le proporcionaba World's Work y, necesariamente, sus
tarifas eran bajas. En cambio, Newnes, gracias a su excelente
respaldo financiero, estaba en condiciones de ofrecer mejores
precios, y por consiguiente «Fantasy» habría de atraer a los
escritores británicos en primer lugar. De ello se deduce que
Gillings recibía un trato ingrato de parte de World's Work. Si
Newnes se hubiera decidido a publicar «Fantasy» tres años antes, la
escena de la ciencia-ficción británica habría sido muy distinta. El
primer número de «Fantasy» tenía un aspecto muy profesional, con
excepción de una cubierta al estilo de Frankestein, obra del
artista de la editorial S. R. Drigin. El dibujo ilustraba Menace of
the Metal Men (La amenaza de los hombres metálicos), de A.
Prestigiacomo, que ya había aparecido en la británica «Argosy» unos
años antes. ¡9e nos ha informado que fue escrita en inglés por
sugerencia de Compton Mackenzie! La trama, un simple caso de robots
en rebeldía, no puede decirse que fuese muy original, pero, sin
embargo, resultaba entretenida. Como era de esperar, John Beynon,
John Russell Fearn y Eric Frank Russell estaban todos presentes,
cada uno de ellos aportando colaboraciones dentro de su nivel
habitual. Se podría tener la impresión de que el número demostraba
una predisposición por las narraciones de guerra. Menace of the
Metal Men ya presentaba el ejército en estado de alerta, y el
relato de Baynon, Beyond the Screen (Más allá de la pantalla)
trataba de la más terrible arma de la civilización: Judson's
Annihilator (El aniquilador de Judson) (con cuyo título apareció
posteriormente en «Amazing»). A continuación venía Leashed
Lightning (El rayo dominado), de J. E. Gurdon, un reconocido
experto en combates aéreos. De especial interés era un artículo
científico: By Rocket-Ship to the Planets (Hacia los planetas en
naves-cohete). Su autor era P. E. Cleator, cofundador de la British
Interplanetary Society en el mes de octubre de 1933 con Leslie J.
Johnson. Cleator había vendido un relato a la «Wonder Stories» de
Hornig, y sólo había publicado un artículo, Spaceward (Hacia el
espacio), en «Thrilling Wonder» de agosto de 1937. Cleator llevaba
las trazas de convertirse en un Willy Ley inglés, si no se hubiera
interpuesto la guerra. El mismo Ley estaba presente con un artículo
en el segundo número: ¡Un artículo que le había sido devuelto por
Gillings para que lo enmendara! «Fantasy» era obra del ingenio de
su editor T. Stanhope Sprigg, miembro de una familia renombrada en
el mundo de las letras y en el campo editorial. Sprigg había sido
el director de «Airways» antes de asociarse con Newnes en 1934 con
la expresa intención de lanzar cuatro publicaciones especializadas:
«Air Stories», «War Stories», «Western Stories» y «Fantasy». Las
tres primeras muy pronto estuvieron en el mercado, pero pasaron
cuatro años antes de que «Fantasy» recibiera la orden de
lanzamiento. Hacía tiempo que Sprigg demostraba interés en la
ciencia-ficción y estaba seguro de que no sólo era viable una
publicación del género desde el punto de vista comercial, sino que
la misma contribuiría a proporcionar un campo y un estímulo muy
necesarios para los autores británicos de la materia. La
responsabilidad de las cuatro publicaciones reposaba casi por
entero sobre las espaldas de Sprigg, y por ello su futuro estaba
predestinado. El segundo número de «Fantasy» apareció en marzo de
1939 y se dio luz verde para su publicación trimestral; en junio
aparecía el número tres, Pero éste fue el último. Ante la
inminencia de la guerra, Sprigg, como miembro de la Royal Air Forcé
Reserve, fue movilizado, y sus revistas, que dependían totalmente
de él (con excepción de «Air Stories» que sobrevivió durante unos
pocos números más), desaparecieron con su partida. «Tales of
Wonder» fue más afortunada, y World's Work merece el crédito de
haber proseguido la publicación durante todo el tiempo que la
mantuvo en circulación. Sin embargo, debido a las restricciones
impuestas por el conflicto bélico y la inevitable escasez de papel,
«Tales of Wonder» estaba condenada a sufrir las consecuencias. En
el noveno número (diciembre de 1939) la cantidad de páginas se
redujo a noventa y seis, y luego a ochenta en el duodécimo. En la
primavera de 1941 llegó a setenta y dos, pero al menos se mantuvo
un ritmo de publicación trimestral. El próximo número, no obstante,
no apareció hasta el otoño, y luego, en la primavera de 1942,
saldría el decimosexto y último. En ese punto, World's Work tuvo
que cortar por lo sano en favor de «Short Stories». Por ese
entonces Gillings había llegado a depender cada vez más de la
reimpresión de material norteamericano, lo cual no resulta nada
sorprendente si se tiene en cuenta la cantidad de potenciales
escritores británicos que estaban en el frente. Con la defunción de
«Tales of Wonder» desapareció el mercado para la ciencia-ficción
británica. Afortunadamente la inactividad no duró mucho tiempo. Las
negociaciones que se llevaban a cabo entre bastidores demostraban
la determinación de los fanáticos de Gran Bretaña por mantener las
publicaciones de ciencia-ficción. Así, el autor británico William
Passingham, cuyo principal mérito para ascender a la fama dentro
del género se debe a las series Atlantis Returns (El regreso de
Atlantis) y The World Behind the Moon (El mundo tras la Luna),
despertó el interés de una empresa editorial, la The World Says
Ltd., para publicar una revista de ciencia-ficción en 1939.
Passingham se dirigió a John Carnell y celebraron dos entrevistas,
en octubre de 1939 y en enero de 1940. Se establecieron los
acuerdos financieros y de producción, a pesar de la segunda guerra
mundial, y se nombró a Carnell como director, fijándose el mes de
marzo como momento de cierre. La revista tenía que llamarse «New
Worlds». Se preparó un número que incluía nada menos que un relato
de una luminaria como Robert Heinlein, y entonces, sólo una semana
antes de los trámites finales, se descubrió que había juego sucio.
De pronto The World Says Ltd. declaró la liquidación voluntaria, y
el editor regresó a su país de origen: Canadá. Se interrumpió el
proceso del nacimiento de «New Worlds» y debió esperar hasta 1946,
en que Carnell le dio la palmada en el trasero para reanimarla y
traerla al mundo lanzando vagidos. No obstante ello, los
aficionados británicos aún podían adquirir ciencia-ficción
norteamericana en todas sus formas, sea en los ejemplares
originales importados o en alguna de las múltiples reimpresiones
que comenzaron a aparecer, irónicamente en el preciso momento en
que la guerra puso fin a «Fantasy». La más importante de esas
compañías reimpresoras era la Atlas Publishing Distributing
Company, que antes de la guerra importaba la mayoría de los títulos
norteamericanos, y que luego, en agosto de 1939, comenzó a imprimir
una edición británica de «Astounding». El material no correspondía
totalmente a la edición norteamericana original, y las diferencias
se fueron acrecentando a medida que iban apareciendo nuevos
números. En general, la Atlas omitía una o dos narraciones y
reordenaba el resto del material. Ciertas secciones eran eliminadas
completamente, y los espacios se llenaban con anuncios británicos.
Sin embargo, para quienes no podían comprar la edición original,
constituía un sano sustituto. Otra firma reimpresora era la Gerald
G. Swan Ltd., de Marylebone, Londres. Esta compañía se encargaba de
publicar varios libros cómicos, como Topical Funnies y Buz and
Pisces. En 1942, precisamente cuando «Tales of Wonder» emitía su
último suspiro, Swan tuvo la idea de producir una serie de pequeñas
revistas tituladas «Yankee Shorts», iniciándola con Romance Shorts
y continuándola con Mystery Shorts. La tercera de la serie fue
«Yankee Science Fiction», y con el fin de otorgarle un aire de
autenticidad llevaba marcado el precio de diez centavos en la
cubierta, y de tres peniques en la contracubierta. El ejemplar
tenía el formato estándar de los «pulps» y contenía treinta y dos
páginas, con cuatro narraciones, todas ellas reproducidas de la
«Science Fiction Quarterly» del verano de 1940. El experimento se
repitió con los números once y veintiuno de la serie, mientras que
el seis, el catorce y el diecinueve fueron «Yankee Weird Shorts». A
partir de ese momento, Swan empezó a publicar esporádicamente los
números de «Weird Tales», «Future» o «Science Fiction» durante el
período de la guerra. Una pobre presentación, y las poco inspiradas
ilustraciones del equipo artístico de la editorial, abrumado de
trabajo, no permitieron que las revistas se establecieran
firmemente en el mercado y cayeron en el olvido. Al llegar el Día
de la Victoria en Europa, en mayo de 1945, Gran Bretaña comenzó a
lidiar para recuperar una cierta normalidad, y en el primer lugar
de la lista de «cosas para realizar» de John Carnell figuraba el
lanzamiento de una revista de ciencia-ficción. Pero ahora volvamos
a Estados Unidos en 1938, donde no entraron en la guerra hasta
cuatro años más tarde.
Supongamos que seguimos a nuestro
hipotético fanático de la ciencia-ficción hasta su quiosco durante
el verano de 1938. Allí encontraría el número de julio de
«Astounding» con su auspicioso contenido (ya establecido), y el de
agosto de «Amazing» (el segundo a cargo de Palmer), El número de
julio de 1938 de «Weird Tales» le llamaría la atención, por su
atrevida cubierta con una ilustración de Virgil Finlay para Spawn
of Dragón (Engendro de dragón), de Henry Kuttner, y con un
contenido que incluía el extraordinario relato de Edmond Hamilton,
He That Hath Wings (El que tiene alas), a mi criterio su mejor
narración y una de las más grandes fantasías jamás escritas.
«Thrilling Wonder» de agosto también presentaba cuentos de Ray
Cummings, Henry Kuttner, Gordon A. Giles e incluso de Ray Palmer.
Estos cuatro ejemplares le habrían costado ochenta centavos. Luego,
con los ojos desorbitados, habría pagado prestamente otros quince
centavos para adquirir un ejemplar de «Marvel Science Stories», la
primera revista de ciencia-ficción nueva que aparecía en siete
años. Aparte de las publicaciones semiprofesionales o de otro tipo
que proliferaban en el mercado, «Marvel» era, en efecto, la primera
nueva revista norteamericana del género desde que hizo su breve
aparición, en 1931, «Miracle Science Fantasy Stories». «Marvel» era
una revista de Red Circle Magazine, firma cuyas publicaciones
podían verse comúnmente en los quioscos, incluyendo «Real Sports»,
«Top-Notch Detective» y «Adventure Trails». Ante la evidente
popularidad de «Astounding» y «Thrilling Wonder» no era
sorprendente verles aparecer en el campo de la ciencia-ficción. El
primer número llevaba fecha de agosto de 1938, el director era
Robert O. Erisman, y el editor Western Fiction Publishing Co. Inc.,
cuyas oficinas centrales se encontraban en el mismo edificio de
Chicago desde donde Teck Publications había lanzado «Amazing»: 4600
Diversey Avenue. La novela principal era Survival (Supervivencia),
de Arthur J. Burks, un escritor notablemente prolífico en muchos
géneros. La historia cuenta cómo, con el fin de escapar de una
invasión, un grupo de gente se aventura a vivir bajo tierra y a
partir de ese momento debe subvenir a sus necesidades mediante lo
que le proporciona el entorno, y no tardó en ser proclamada como
una de las mejores narraciones del año. Ello constituía un buen
reclamo si se tiene en cuenta la competencia de «Astounding». Había
además relatos cortos de Stanton Coblentz, Henry Kuttner y de dos
nuevos nombres: James Hall y Robert O. Kenyon. Éste escribía para
la revista de detectives compañera de «Marvel», por lo que se podía
suponer que se trataba de un autor de este género que se había
pasado al de la ciencia-ficción. En aquel momento la decepción fue
grande, porque la recepción que merecieron estas narraciones fue
poco halagadora. De hecho, ambos eran seudónimos de Henry Kuttner,
cuyo relato firmado con su propio nombre también fue criticado. La
culpa no era directamente de Kuttner. El editor de «Marvel», Martin
Goodman, y el director, Erisman, decidieron dar un nuevo enfoque a
la ciencia-ficción, que consistía en otorgarle un tono más picante,
Tal había sido la característica de las historias de horror desde
la aparición de «Dime Mystery Magazine», de Popular Publications,
en 1932. Western publicaba su propia «Mystery Tales» poniendo un
énfasis similar en el aspecto sádico del terror, y Kuttner había
colaborado en ella. Ahora se le pidió que incluyera la misma clase
de escenas en sus relatos de ciencia-ficción: Dictator of the
Americas (El dictador de las Américas), The Dark Heritage (La
oscura herencia) y The Time Trap (La trampa del tiempo). (La última
de las cuales apareció en el número de noviembre.) De acuerdo con
los conceptos actuales, las dosis de sexo que contenían eran muy
suaves, para decirlo de alguna manera, pero tuvieron que soportar
muchas críticas adversas, como, por ejemplo, en esta carta:
… Me disponía a escribirles una carta de felicitación sin
reservas, cuando mis ojos se posaron en The Time Trap de Kuttner.
Todo cuanto puedo decir es: «POR FAVOR, en lo sucesivo, descarten
esa basura de su revista».3 Eso resultaba algo injusto con respecto
a Kuttner, pero marcó su nombre entre los aficionados durante un
lapso bastante largo. Pero, en general, los lectores de «Marvel» no
demostraron animosidad contra la revista, y el éxito del primer
número fue superado por el segundo, en el mes de noviembre. Con la
excelente continuación de Survival, de Arthur Burk, Exodus (Éxodo),
y El paraje muerto, más la cubierta de Frank R. Paul, fue aclamado
como un gran éxito. A pesar de ello, la revista no se afirmó con el
rito programado de aparición bimensual, puesto que el tercer
número, que contenía la soberbia After World's End (Después del fin
del mundo), de Williamson, no se publicó hasta el mes de febrero de
1939. Por ese entonces, «Marvel» había ganado una compañera en su
género, «Dynamic Science Stories», que apareció en el momento justo
en que se perfilaba una tendencia a lanzar revistas hermanas. La
intención de «Dynamic» residía en proveer el material más extenso,
dejando, por consiguiente, los relatos cortos para «Marvel». Su
primer número (con fecha de febrero) ofreció The Lord of Tranerica
(El señor de Tranerica), de Stanton Coblentz, que se prestó para
una típica cubierta de Frank Paul. El resto del número, aparte de
una viñeta de Nelson Bond (bajo el seudónimo de Hubert Mavity)
titulada The Msssage of the Void (El mensaje del vacío), era
aburrido. Un segundo número, con fecha de abril de 1939, contenía
una novela principal de Eando Binder, quien, en mayor medida que
muchos de los otros autores de esa época, conseguía mantener una
prolífica ubicuidad sin demasiado desmedro en la calidad. Luego de
ese número, «Dynamic» dejó de aparecer; la mayor parte del material
no utilizado apareció en «Marvel». Su muerte no fue muy llorada; en
verdad, desapareció sin pena ni gloria, perdida en la súbita oleada
de publicaciones periódicas. «Marvel» no fue la única revista nueva
de 1938, pero fue la que tuvo más éxito. El mes de mayo había
presenciado la única aparición de «Captain Hazzard», del editor A,
A, Wyn. Su novela de fondo, Python Men of Lost City (Los hombres
serpiente de la ciudad perdida), de Chester Hawks, constituyó un
intento de crear una publicación en torno de un personaje central,
al estilo de «Doc Savage», pero se quedó a mitad de camino. Cuando
el año 1938 llegaba a su fin, los cañones de la ciencia-ficción
comenzaron a disparar. Solamente en 1939 aparecieron nueve nuevas
revistas. Nueve, casi el doble de las que ya existían. Y de esas
nueve, cinco vieron la luz en los primeros tres meses. Además, seis
de ellas eran publicaciones hermanas de los títulos corrientes, y
la primera editorial en abrir el fuego fue Standard Magazines con
«Startling Stories». «Thrilling Wonder Stories» gozaba de gran
éxito, y en el número de febrero de 1938, Weisinger solicitaba la
aprobación y las sugerencias de los lectores con respecto a la
publicación de una revista nueva dentro del género. Puesto que en
ese momento «Marvel» aún no había aparecido, ésa fue la primera
insinuación de lanzar una revista flamante. Los lectores aprobaron
la idea unánimemente, y muchos recomendaron que el nuevo título se
publicara en el antiguo gran formato. La sugerencia no fue
escuchada, pero en enero de 1939 apareció el primer número de
«Startling Stories», en formato «pulp» y con 132 páginas. La
política consistía en incluir una novela de fondo y la reimpresión
de un clásico, Hall of Fame (La antesala de la fama). Después de
todo, la Standard había comprado los derechos a «Wonder Stories», y
tenía todos los números anteriores a junio de 1929 a su
disposición. Habiendo entrado tantos lectores nuevos en el campo de
la ciencia-ficción durante la década de 1900, ello representaba un
rico filón digno de ser explotado. Para llenar el espacio principal
en el primer número, Weisinger había adquirido The Black Fíame (La
llama negra), de Stanley G. Weinbaum. Después que la versión
original, Dawn of Fíame (El nacimiento de la llama), recibiera
varios rechazos, Weinbaum escribió una continuación (de una
extensión dos veces mayor que la original), con el título de The
Black Fíame, pero una vez más se la rechazaron alegando que no
tenía acción suficiente como para complacer el gusto de los
habituales lectores del género, a pesar de ser una de las mejores
narraciones de Weinbaum, Dawn of Fíame, pues, sólo había aparecido
como relato titular en una antología conmemorativa de edición
limitada a 250 ejemplares a cargo de Conrad H. Ruppert, y publicada
por Raymond Palmer. Ahora, con la popularidad de que gozaba
Weinbaum postumamente, «Starling» contaba con una verdadera
primicia para su primer número. La inicial reimpresión de Hall of
Fame fue The Eternal Man (El hombre eterno), de D. D. Sharp. La
cubierta sin firma ilustraba una escena preñada de acción de
Science Island (La isla de la ciencia), de Eando Binder. Otis
Adelbert Kline fue invitado a escribir el editorial, y Otto Binder
rindió tributo a Weinbaum. Entre las novedades figuraba un artículo
ilustrado de Jack Binder sobre Albert Einstein, el primero de una
serie bajo el título común de They Changed the World (Ellos
cambiaron el mundo), y el mismo Weisinger contribuyó con un
conjunto de esbozos breves de grandes científicos para la sección
«Thrills in Science». «Startling» fue recibida con vivo interés,
Margulies y Weisinger demostraron suficiente sentido común como
para otorgarle a la revista un carácter distinto del de «Thrilling
Wonder», que continuaba publicando una variedad de cuentos y
relatos breves. En el caso de «Startling» las novelas de fondo,
inicialmente, tenían una extensión de 45.000 a 60.000 palabras, lo
cual dejaba poco espacio para las reimpresiones, las novedades y
algunas viñetas. La elección del material para las reimpresiones
también denotaba un claro criterio, como lo demuestra el hecho de
que en el curso del primer año hicieran renacer dos narraciones de
Weinbaum, incluyendo la legendaria Una odisea marciana. Pero la
Standard no se detuvo aquí. Como sea que «Startling» aparecía
alternando con «Wonder», cada dos meses, también introdujeron un
nuevo título que se correspondiera con «Thrilling Mystery». El
primer número de «Strange Stories» apareció en febrero de 1939 y
contenía narraciones de todos los autores favoritos de «Weird
Tales»: Robert Bloch, August Derleth, Mark Schorer, Otis Adelbert
Kline, Henry Kuttner y Manly Wade Wellman. En rigor, Bloch, Derleth
y Kuttner se habían apropiado prácticamente de la revista y era
raro encontrar un número que no llevara al menos uno de sus
relatos, aunque fuese firmado con un seudónimo. Fue en ella donde
nació el alter ego de Bloch, Tarleton Fiske, así como el alias de
Kuttner, Keith Hammond, y el de Derleth, Tally Masón. «Strange
Stories» era, evidentemente, una imitación de «Weird Tales». Cierto
es que no se trataba de una revista de ciencia-ficción, pero ello
no debe ser motivo para omitir mencionarla. (Como veremos en
seguida, todos los editores que publicaban una revista de
ciencia-ficción también sacaban un título paralelo del carácter de
«Weird».) A «Strange Stories» la sobrevivió su compañera «Thrilling
Mystery», si bien la publicación de ésta siguió un ritmo irregular
después de noviembre de 1939 y, finalmente, se extinguió en el mes
de septiembre de 1942. Durante su período de aparición, «Strange»
era lo que se podría llamar una rival de «Weird Tales», la cual
ahora se internaba en una etapa crucial en su larga historia. Desde
1924 había estado bajo la eficiente dirección (si bien a veces algo
incierta) de Farnsworth Wright. En el mes de enero de 1939, sin
embargo, la revista se vendió a Short Stories Inc., cuyas oficinas
editoriales estaban situadas en Nueva York, Wright se mudó de
Chicago junto con la revista, pero empezaba a flaquearle la salud y
se vio imposibilitado de continuar. Se retiró después de la
publicación del número de marzo de 1940 y falleció al cabo de poco
tiempo, a la edad de sólo cincuenta y dos años. La elección del
nuevo director recayó en la señorita Dorothy Mcllwraith, una
solterona de mediana edad que había tenido a su cargo la dirección
de «Short Stories». Por eficiente que pueda considerarse la
actuación de la señorita Mcllwraith en «Weird Tales», es innegable
que, cuando Wright se fue, terminó una era. Sólo unos pocos años
antes, dos de sus autores más destacados, Robert E. Howard y H. P,
Lovecraft, habían muerto (el primero se quitó la vida él mismo), y
otro de los favoritos, Clark Ashton Smith, virtualmente había
dejado de escribir. Otros grandes nombres fueron apareciendo con
menor frecuencia, también, de manera que la «Weird Tales» que
sobrevivió bajo la dirección de la señorita Mcllwraith no era sino
una sombra de lo que había sido en su época más brillante, A
nuestro juicio, mientras que Wright había publicado con regularidad
algún relato de ciencia-ficción, ahora muy raras veces aparecía
material del género, y era principalmente Edmond Hamilton (y luego
Stanton Coblentz) quien mantuvo enarbolada la bandera de la
ciencia-ficción. Ése fue, pues, el momento ideal para que «Strange
Stories» diera el golpe, para que ocupara el trono en el reino de
la fantasía. Pero ello no sucedió. La citada publicación sólo duró
trece azarosos números, y en enero de 1941 expiró. ¿Por qué? ¿Acaso
no había mercado para la fantasía? ¿O es que los lectores eran
demasiado fieles a «Weird Tales»? En rigor, la respuesta radica en
el hecho de que «Strange Stories» era una imitación demasiado
exacta de «Weird», la cual era única. Si bien la Standard demostró
un gran criterio en la elección del material para «Startling», se
equivocó en lo que a «Strange» se refiere. (En la actualidad el
mejor recuerdo que se conserva de su contenido lo constituye la
serie de Henry Kuttner sobre el príncipe Raynor, y de ella
solamente aparecieron dos episodios.) El hombre que tomó la
decisión más certera con respecto a la fantasía no fue otro que
John Campbell. Al mes siguiente de la aparición de «Strange
Stories», la compañera de «Astounding», «Unknown», apareció en
escena, cual una verdadera nova, y con ella se expandió el reino de
la fantasía. Lo que «Astounding» había logrado para la
ciencia-ficción, «Unknown» estaba a punto de conseguirlo para el
género fantástico. La diferencia más evidente entre «Weird» y
«Unknown», en cuanto al carácter de su contenido, residía en el
enfoque. Casi siempre, «Weird Tales» presentaba una suerte de
horror espeluznante. Lo que se pretendía era aterrorizar y enervar,
subrayando lo extravagante. No así «Unknown», que trataba lo
fantástico como un hecho cotidiano, y aunque de cuando en cuando
publicaba alguna narración amedrentadora, es el tono humorístico
que saturaba la revista lo que la torna memorable. Aquí encontramos
el tipo de relato que había popularizado Thorne Smith (1893-1934)
en su serie Topper. Las narraciones de «Unknown» nunca eran
complicadas, sino todo lo contrario, pues los autores se limitaban
a sugerir una premisa básica, y a partir de ella desarrollaban el
tema de acuerdo con un esquema lógico. Los resultados eran más que
fenomenales: eran sorprendentes. «Unknown» publicó, sin ninguna
duda, la más extraordinaria colección de narraciones fantásticas
que haya presentado una revista. Naturalmente, la publicación se
convirtió en una bendición para cualquiera que fuese capaz de
combinar el humor con la fantasía, y por consiguiente muchos
autores pusieron a prueba su verdadero valor en sus páginas, L.
Sprague de Camp, L. Ron Hubbard, Fritz Leiber (cuyos cuentos de
Grey Mouser, después de ser rechazados por «Weird Tales» vieron por
primera vez la luz del día en sus páginas), Nelson Bond, Henry
Kuttner, Theodore Sturgeon, Anthony Boucher, Fredric Brown, H. L.
Gold y Malcom Jameson, en particular, demostraron su habilidad en
tallar gemas de primera clase. También había varias sorpresas en
reserva. Norvell Page, uno de los encumbrados autores que producía
a un ritmo sorprendente y era el responsable de las narraciones de
fondo de la revista «The Spider» de la Popular, apareció con dos
excelentes novelas basadas en la leyenda del Preste Juan: Fíame
Winds (Vientos flamígeros) y Sons of the Bear-God (Los hijos del
dios oso); y Manly Wade Wellman, considerado hasta entonces como un
escritor de segundo orden, bastante bueno, de temas heroicos del
espacio, presentó un relato estremecedoramente memorable, centrado
en torno de Edgar Alian Poe; When It Was Moonlight (Cuando brillaba
la luna). Los británicos deberíamos estar orgullosos con toda razón
de que la novela de fondo del primer número fuese de Eric Frank
Russell. Sinister Barrier (Barrera siniestra) había sido sometida a
la consideración de «Astounding» y fue devuelta para que fuese
re-escrita. Aparentemente, Russell lo hizo con tan admirable
habilidad que hasta Campbell quedó sorprendido. Durante este
período, Campbell había estado planeando la publicación de una
revista fantástica complementaria, y Sinister Barrier parecía muy
apropiada para ella. Russell adaptó una de las creencias de Charles
Fort, según la cual estamos bajo el dominio de seres extraños, y
produjo lo que posteriormente fue considerado un clásico, En la
novela los terráqueos descubren que, en efecto, están dominados por
seres extraterrestres, y a partir de ese momento inician una
desesperada batalla por la libertad. Desde el primer número,
«Unknown» despertó el interés de los aficionados a los relatos
fantásticos y de ciencia-ficción por igual, puesto que realmente
contenía muchas narraciones de fantaciencia, uno de cuyos mejores
ejemplos es Darkzr Than You Think (Más oscuro de lo que se cree)
(diciembre de 1940), de Jack Williamson, con su enfoque altamente
científico de la licantropía. Pisándole los talones a «Unknown»
llegó «Fantastic Adventures», como compañera de «Amazing». Con el
primer número fechado en mayo de 1939, «Fantastic» apareció
demasiado pronto después de «Unknown» como para considerarla una
imitadora de ésta, pero no cabe duda de que la aparición de la
publicación de Campbell acicateó a -Ziff-Davis, En su editorial,
alabando la inmensa y dura labor realizada por el equipo
Ziff-Davis, Palmer manifiesta que: «Hemos elevado la literatura
fantástica al nivel de las publicaciones de calidad, y no obstante
ello, se ha logrado conservar el atractivo necesario en el campo de
los "pulps"».4 El lector coincidirá en considerar que resulta
bastante extraño que el director de una revista «pulp» expresara
que la calidad y los «pulps» no iban de la mano. Sea como fuere, el
caso es que «Fantastic Adventures» resultó sumamente atractiva.
Como un equivalente de «Unknown» para el público juvenil era
satisfactoria, y aunque Palmer, aparentemente, jamás logró
decidirse entre publicar ciencia-ficción o relatos fantásticos, la
revista contenía buenas narraciones. Con el paso de los años, su
calidad fue mejorando hasta superar la de «Amazing», y durante el
«período Shaver» (al cual nos referiremos de nuevo más adelante),
en última instancia, «Fantastic» demostró ser un refugio seguro. El
primer número no fue, ni mucho menos, tan espectacular como el de
«Unknown». Relatos de segundo orden por Eando Binder, Harl Vincent,
A. Hyatt Verrill, Ross Rocklynne y Frederic A. Kummer, entre otros,
combinados con una historieta: Ray Holmes, Scientific Detective
(cuyo perpetrador lamentablemente permaneció en el anonimato); no
obstante, encontró eco entre los seguidores de «Amazing». Sin duda
la mejor faceta del número era la ilustración de la contracubierta
de Frank R. Paul, representando The Man from Mars (El hombre de
Marte). Un artículo aclaratorio acompañaba la ilustración y ello
demuestra una vez más la versatilidad de Paul. En este caso se vio
secundado por el formato de gran tamaño de «Fantastic» que le
permitió dar mayor realce, tanto al dibujo de la cubierta como a
los del interior. En marzo de 1939 un nuevo editor entró en el
campo: Blue Ribbon Magazines de Massachusetts, con oficinas
centrales en Hudson Street, Nueva York. En esos momentos el éxito
de «Amazing», bajo la dirección de Palmer, y de «Marvel»,
constituía un tema de meditación entre los editores de
publicaciones «pulp» y se dieron cuenta de que había llegado el
momento de tirarse al agua. Así Blue Ribbon lanzó «Science
Fiction», y como director contrataron nada menos que a Charles D.
Hornig, que había alcanzado la madura edad de veintidós años.
«Science Fiction» tuvo un favorable lanzamiento, a pesar de la
mediocre cubierta de Frank R. Paul, con nombres tales como Edmond
Hamilton y Amelia Reynolds Long, que por un instante transportaron
a los lectores de vuelta a los días de «Wonder Stories». Visto a
distancia, quizás hubiese sido preferible que tales recuerdos
hubieran dormido en el pasado, ya que los relatos eran de inferior
calidad. Sin embargo, el primer número mereció considerables
elogios. Un joven (de dieciocho años), Ray Bradbury,
dijo:
…no dejen que la revista degenere hasta alcanzar el nivel del
jardín de infantes: que madure a la par que la mente de los
aficionados. Si las demás publicaciones dejan jugar a ser
infantiles, dejemos que avancen a ciegas… pero no lograrán hacerse
un tugar en el ámbito de la ciencia-ficción como sin duda habrán de
hacer ustedes si continúan adelante con las ideas que tienen en
mente para el futuro. (Hornig contestó): Trato de otorgar a la
revista un carácter que sea un incentivo para las mentes maduras, y
por lo tanto evito incluir cuentos de hadas ilógicos.5 Es obvio que
Hornig escarnecía la política de Palmer, y seguramente también la
de Weisinger, Pero, ¿era eso justo teniendo en cuenta que la mayor
parte del material de Hornig salía de las plumas de los principales
autores de Palmer y Weisinger? Este hecho estaba oculto por los
incontables seudónimos utilizados, lo cual también encubría el
hecho de que esos autores a quienes Palmer les pagaba un centavo
por palabra le vendían narraciones a Hornig a razón de medio
centavo la palabra. Entre ellos figuraban John Russell Fearn, que
aparecía como John Cotton, Ephriam Winiki y Dennis Clive en el
primer número, y luego como Dom Passante; Edmond Hamilton, que
firmaba Robert Castle; Henry Kuttner como Paul Edmonds, y Eando
Bínder (Earl incluido) como John Coleridge. El mecanismo fue ideado
por el agente de los autores, Julius Schwartz, mientras que el
director Hornig inventaba la mayoría de los seudónimos. Cuando se
empleaban los nombres verdaderos, la tasa era elevada al nivel
habitual de un centavo por palabra. Binder apareció bajo su propio
nombre reconocido en el segundo número con una novela corta, Where
Eternity Ends (Donde termina la eternidad), una pieza bien escrita,
de ritmo ágil, por la cual Binder es aún recordado. Esta obra la
publicó un editor australiano en forma de opúsculo en la década de
1950, Binder también escribió un artículo, A Vision of Possibility
(Una visión de la posibilidad), que inspiró a Paul unas sugestivas
cubiertas, en un estilo muy similar al de las ilustraciones que
caracterizaban las contracubiertas de «Amazing», mientras que las
cubiertas especiales a base de mutantes de Campbell constituían el
atractivo principal de «Astounding». Después de los dos primeros
números, «Science Fiction» comenzó a declinar. Es evidente que con
la proliferación de publicaciones del género, los escritores y sus
agentes contaban con un amplio mercado donde poder elegir y se
inclinaban por los editores que pagaban mejor. Hornig había estado
asociado con «Wonder Stories», que tenía fama de pagar poco. Cuando
una cosa parecida empezó a suceder con «Science Fiction», el caudal
de manuscritos de los autores más cotizados se fue debilitando.
Ello significó que los autores que encontraban cada vez más
dificultades para mantenerse en el campo -porque sus relatos
parecían ahora anticuados- de nuevo tuvieron un mercado para su
producción. Entre éstos había gente como Ed Earl Repp, Harl
Vincent, Stanton Coblentz e incluso Ray Cummings, que parecía haber
caído en una rutina de lo submicroscopico. Por consiguiente,
«Science Fiction» y una pléyade de revistas como ella raras veces
tenían oportunidad de procurarse nada más que material de segunda
clase, y si bien de cuando en cuando algunas narraciones de esta
categoría firmadas por buenos autores (previamente rechazadas por
los mejores editores) eran de una calidad superior al nivel medio
del de otros escritores, ello significó que muchos relatos
mediocres se filtraron en el género. Durante el verano de 1939 el
boom pareció decaer temporalmente, pero al acercarse el otoño, la
bola de nieve empezó a rodar otra vez, y al propio tiempo una
chispa de originalidad surgió de la organización de Frank Munsey.
La compañía de Munsey había abierto el campo de las publicaciones
«pulp» unos cuarenta años antes, y aquel primer título, «Argosy»,
todavía seguía apareciendo, aunque la ciencia-ficción cada vez
ocupaba un lugar menos importante en su contenido. Con frecuencia
los lectores recordarían los primeros tiempos de «Argory» y de su
compañera «All-Story» (actualmente «All-Story Love», una revista
romántica para la mujer) y con cariño rememorarían la infinidad de
relatos de ciencia-ficción y fantásticos que había publicado. He
aquí, pues, un hueco para llenar, y en septiembre de 1939 Munsey
lanzó «Famous Fantastic Mysteries», con la intención de reeditar
aquellos antiguos clásicos. En este sentido, realizó una admirable
labor bajo la sagaz dirección de Mary Gnaedinger. Ésta se encontró
con una vasta provisión de material para elegir, y puesto que el
autor popular más importante de los primeros tiempos había sido
Abraham Merritt (1884-1943), seleccionó algunas de sus obras para
el nacimiento de la nueva revista. Merritt en aquellos momentos se
dedicaba por completo a la dirección de «American Weekly», por cuyo
motivo su producción como escritor era virtual-mente nula, lo cual
significaba que pocos de los nuevos fanáticos habían tenido
oportunidad de gustar sus relatos. (También Gernsback había
recurrido a obras de Merritt para las reediciones de novelas en
«Amazing» doce años antes. Esa elección ejerció sin duda su
influencia, y la segunda reimpresión de las obras de Merritt
demostró una vez más que era un triunfador.) El primer número
contenía The Moon Pool (La laguna de la Luna) de «All-Story» de
junio de 1918, y le siguió una señalización de la continuación: The
Conquest of the Moon Pool (La conquista de la laguna de la Luna),
El segundo número también desenterró Almost Immortal (Casi
inmortal) de Austin Hall («All-Story», 7 de octubre de 1916), y en
el tercero apareció Who Is Charles Avison? (¿Quién es Charles
Avison?) de Edison Marshall («Argosy», abril de 1916), para citar
solamente la flor y nata de las reimpresiones. «Famous Fantastic
Mysteries» (conocida como «FFM» por razones prácticas) salió
mensualmente después del segundo número, un lujo que hasta el
momento sólo podían darse «Astounding» (y «Unknown») y «Amazing».
Por supuesto que el respaldo financiero de Munsey tuvo mucho que
ver con ello, pero también era una prueba de su popularidad. Como
consecuencia, en julio de 1940, apareció una publicación hermana,
«Fantastic Novéis», que presentaría las obras más extensas, dejando
los relatos cortos para «FFM», En este aspecto, Gnaedinger se valió
de un ardid muy astuto. A partir del número de marzo de 1940, «FFM»
publicó en forma seriada The Blind Spot (El paraje ciego) de Austin
Hall y Homer Eon Flint, un clásico particularmente excitante de un
«Argosy» de 1921. Después de la tercera entrega fue interrumpida
bruscamente su publicación y se incluyó completa en el primer
número de «Fantastic Novéis». Los lectores que deseaban seguirla
hasta el final no tuvieron más alternativa que comprar la nueva
revista. Al concluir el año, apareció sorpresivamente una
publicación compañera de «Science Fiction»: «Future Fiction».
Charles Homig era también su director. El título tuvo un
interesante origen. El editor Silberkleit se había iniciado en el
mundo de los negocios con una empresa distribuidora vinculada a
Gernsback. Cuando éste buscaba un título para la publicación que
vería la luz como «Amazing Stories», Silberkleit sugirió el de
«Future Fiction». Ese título nacería por fin al cabo de trece años
y medio. En un principio «Future» fue poco más que una copia
idéntica de «Science Fiction». Una de las cualidades de Hornig era
su habilidad para desenterrar nombres del pasado. El primer
«Future» incluía The Infinite Eye (El ojo infinito) de Philip
Jacques Bartel, seudónimo de M. M. Kaplan, World Reborn (Mundo
renacido) de J. Harvey Haggard y Ths Disappearing Papers (Los
documentos desaparecidos) de Miles J. Breuer, todos ellos nombres
que prácticamente se habían perdido de vista, Resulta interesante
suponer que quizás Hornig adquirió algunos de los noventa y nueve
extraños manuscritos que Palmer rechazó al asumir la dirección de
«Amazing», como sucesor de Sloane; relatos que habían sido escritos
muchos años antes. En Navidad ya habían aparecido dos revistas más,
ambas trimestrales. La primera de ellas, fechada invierno de 1939,
pertenecía a una nueva firma editorial, Love Romances Inc., de
Nueva York, y se llamaba «Planet Stories». Love Romances publicó
una gran variedad de revistas, cuyos títulos resultaban sumamente
engañosos. «Northwest Romances», «Jungle Stories» y «Two Complete
Detective Books Magazine», por ejemplo, todos salieron bajo el pie
de imprenta general de «A Fiction House Magazine». La primera
«Planet», dirigida por Malcolm Reiss, presentaba un contenido
singularmente insulso, a excepción del grato retorno de los autores
Laurence Manning y Fletcher Pratt, «Planet» mantuvo la política de
publicar solamente aventuras interplanetarias y se orientaba sin
duda hacia el mercado juvenil. A medida que se sucedían los números
el brío del director Reiss empezó a surtir efecto y fue mejorando
la calidad del material, aunque éste no dejaba de disculparse por
la mediocridad de los relatos, señalando que se trataba de lo mejor
que tenía a mano en el momento de entrar en prensa. Al igual que
muchas de las nuevas revistas, la de Reiss también satisfacía la
curiosidad de los aficionados a la ciencia-ficción mediante una
sección dedicada a comentar las publicaciones del género, y no
tardó en crearse una secuela de fieles lectores. La otra
publicación trimestral, «Captain Future», también tenía su origen
en la Standard Magazines, En julio de 1939 se había celebrado la
primera Convención Mundial de la Ciencia-Ficción, que tuvo lugar en
Nueva York, a la que asistieron aficionados y profesionales por
igual. Leo Margulies estuvo presente durante la convención que él y
Weisinger soñaron con lanzar «Captain Future». Como sea que esta
revista estaba dirigida al grupo integrado por los adolescentes más
jóvenes, ¡no podemos dejar de preguntarnos cuál debía de ser la
opinión que Margulies tenía realmente de los aficionados! «Captain
Future», cuyo primer número correspondía al invierno de 1940, debía
publicar una novela completa de aventuras cada trimestre contando
la epopeya del capitán Curt Newton y sus cohortes. Inicialmente las
novelas pertenecían todas a Edmond Hamilton, comenzando con Captain
Future and the Space Emperor (El capitán Futuro y el emperador del
espacio), Hamilton era un autor muy competente y por fortuna no
cometió el error de rebajarse hasta el nivel de los lectores,
evitando caer en la narración de aventuras demasiado trilladas para
el público juvenil, a pesar de la insistencia del editor en que
adoptara las fórmulas aderezadas de las publicaciones «pulp». En
cambio eran relatos épicos del espacio hábilmente escritos. También
era importante el hecho de que esta revista, al igual que
«Startling», incluyera reimpresiones, en este caso relatos más
extensos que se podían señalizar. El primer año apareció The Human
Termites (Termitas humanas) de David H, Keller, exhumada del año
1929. El año 1939 fue en verdad el más excepcional para la
ciencia-ficción, buena y mala. Se amplió el mercado para los
escritores y dibujantes, pero también vio la luz una gran cantidad
de material de calidad inferior. Lo que resulta notable es que la
mayor parte iba dirigido al público juvenil. Mientras que en un
principio era Palmer quien apuntaba bajo, ahora tanto «Planet» como
«Captain Future» le ganaban. De hecho, las narraciones de «Amazíng»
a menudo eran comparables, si no mejores, que las de «Science
Fiction» y «Future». Por otra parte, «Startling» y «Thrilling
Wonder» tenían un carácter mucho más elitista que antes, y «FFM»
ofrecía un formidable desafío con sus respetables reimpresiones.
Pero, como siempre, «Astounding» se encontraba en la cumbre, y si
1938 había sido un buen año, 1939 fue aún mejor. Ello era una
suerte para Campbell, porque en sus esfuerzos por ofrecer
originalidad, rechazaba una enorme cantidad de material, A medida
que crecía el mercado de la ciencia-ficción y que los autores
descubrían que podían colocar su producción en otra parte, dejaron
de perder el tiempo con Campbell, Por esa razón, éste tuvo que
encontrar su propia corte de autores, y sin duda eso es justamente
lo que hizo. Comparemos su segundo año (octubre 1938-septiembre
1939) con el primero (excluyendo «Unknown»). El número de octubre
de 1938 presentó el primer episodio de la serie sobre Johnny Black,
el oso inteligente, de L. Sprague de Camp -The Command (La orden) –
que fue elegido por votación como el relato más popular del número.
El mes de diciembre de 1938 presenció el regreso de Lester del Rey
con Helen O'Loy, un robot femenino sumamente sensible. En ese mismo
número las «imaginativas variantes» de Tremaine se vieron
reemplazadas por los relatos «nova» de Campbell, con A Matter of
Form (Una cuestión de forma) de H. L, Gold, Ésta fue la primera
aparición de Gold bajo su nombre verdadero, aunque en 1934 había
firmado varias narraciones con el seudónimo de Clyde Crane
Campbell. La serie Cosmic Engineers (Ingenieros cósmicos) de
Clifford Simak empezó en el número de febrero de 1939, a la que le
siguió en el mes de abril One Against the Legión (Uno contra la
legión) de Jack Williamson. Con ésta la ópera del espacio de
«Astounding» llegó a un fin muy maduro, salvo las que aún estaban
por venir de E. E. Smith. John Berryman hizo su primera aparición
en mayo con Special Flight (Vuelo especial), pero mayor importancia
tuvo el número de julio con Black Destróyer (el destructor negro),
que trataba de una extraña criatura gatuna, Coeurl, y sus intentos
de apoderarse de una nave espacial terráquea. Esta narración marcó
la primera aparición de A. E. van Vogt en las revistas de
ciencia-ficción. El mismo número contenía Trenas (Tendencias), la
primera colaboración de Isaac Asimov en «Astounding», aunque
Marooned off Vesta (La vesta abandonada) («Amazing», marzo de 1939)
había aparecido antes. Trenas se caracteriza por ser la primera en
sugerir que en lo futuro podría existir cierta resistencia social a
los viajes espaciales. Un mes más tarde, el número de agosto nos
ofreció la primera colaboración de Robert Heinlein, Life-Line (La
línea vital) (un relato no demasiado memorable respecto de una
máquina que puede predecir la duración de la vida humana), y al mes
siguiente nos trajo las picaras aventuras de unos seres etéreos en
la primera narración de Theodore Sturgeon, Ether Breather
(Inspirador de éter). En dos años Campbell logró monopolizar los
nombres que ocuparon el lugar más destacado en el campo de la
ciencia-ficción: L. Sprague de Camp, Lester del Rey, E, E. Smith,
Eric Frank Russell, Isaac Asimov, Robert Heinlein, A, E, van Vogt y
Theodore Sturgeon, así como a Clifford Simak y Jack Williamson. Con
el fin de empezar con firmeza su tercer año, Grey Lensman de E. E.
Smith se serializó en cuatro partes, la primera de las cuales se
publicó en octubre.
A comienzos de 1940 apenas decayó el
florecimiento de los «pulps» de ciencia-ficción, pero en la mayoría
de los casos eran revistas compañeras de otras en curso. Charles
Hornig se encontró con una tercera publicación, «Science Fiction
Quarterly», cuyo número de prueba apareció en el verano de 1940. El
acento en este caso recaía en las novelas largas, al igual que con
Startling», y en su primer número había una reimpresión: The Moon
Conquerors (Los conquistadores de la Luna) de R. H, Romans, sacado
de la revista «Wonder Stories Quarterly», de invierno de 1930,
Evidentemente, la idea de las reimpresiones prendía con rapidez. En
febrero y marzo de 1940 aparecieron dos nuevas publicaciones,
«Astonishing Stories» y su compañera «Super Science Stories». Estos
dos títulos salían alternados y en el curso de los tres años
siguientes se ganaron un lugar entre las revistas más sensatas
disponibles. En la página del índice figuraba que los editores eran
Fictioneers, Inc., pero ésta era meramente una subsidiaria de
Popular Publications. La firma Popular, sorprendentemente, no
publicaba ninguna revista de ciencia-ficción, habiéndose hecho
famosa por sus publicaciones de sexo/sadismo, que más o menos
habían iniciado con «Dime Mystery Magazine» en 1932 y ampliado en
«Horror Stories» y «Terror Tales». El activo fanático de la
ciencia-ficción Frederik Pohl primero se había dirigido a Red
Circle con la intención de convertirse en director de «Marvel». En
1940 esa revista iba de capa caída, pero Erisman puso a Pohl en
contacto con el editor de Popular, Henry Steeger. Al salir de esa
entrevista, Pohl ya era director de las dos nuevas revistas. La
fecha era miércoles, 25 de octubre de 1939. A Pohl le faltaba un
mes para cumplir los veinte años, lo cual le convertía en el más
joven director en su primer trabajo, después de Hornig. Sin
embargo, Pohl era extraordinariamente maduro en cuanto a ideas y
proyectos. Las dos publicaciones tenían el formato típico de las
revistas complementarias: «Astonishing» destinada a las piezas más
breves, y «Super Science», a las obras de mayor extensión. (En
efecto, durante un tiempo se la bautizó de nuevo con el título de
«Super Science Novéis Magazine».) El primer número de «Astonishing»
demostró una definida inclinación hacia las aventuras
interplanetarias, encabezado con Chamaleon Planet (El planeta
camaleón) de J. R. Fearn, y White Land of Venus (La llanura blanca
de Venus) de Frederic Kummer, Isaac Asimov estaba presente con
Half-Breed (Semi-engendro), y también lo estaban Henry Kuttner y
Manly Wade Wellman, aunque firmando con seudónimo. «Super Science
Fiction» salió con World Reborn (El mundo renacido) de Thornton
Ayre (Fearn de nuevo, quien al encabezar el número con su narración
se hizo merecedor a una doble cubierta singular), y también
contenía relatos de Raymond Z. Gallun, Frank Belknap Long, Ross
Rocklynne y otros. Es digno de recordación, por ser su primera
aparición, James Blish, un brillante autor de dieciocho años, con
Emergency Refuelling (Reabastecimiento de emergencia). Antes de
finalizar el año 1940, estas dos publicaciones habrían de incluir
relatos de L. Sprague de Camp, Robert Heinlein y Clifford Simak,
además de Asimov. En la mayoría de los casos se trataba de material
rechazado por Campbell, pero no obstante de buena calidad. Si
asociamos eso con el hecho de que «Astonishing» se vendía por la
mera suma de diez centavos, no nos sorprenderá que conquistara un
amplio mercado. La principal razón de que la firma Popular hubiera
lanzado las revistas de Pohl con otro pie editorial residía en el
hecho de que sólo podían arriesgarse a pagar medio centavo por
palabra en el género de ciencia-ficción en vez de su tarifa
habitual de un centavo. Sin embargo, a fines de 1940 habían elevado
el presupuesto de Pohl de manera que le permitía pagar cifras
adicionales por los relatos más populares. La firma Popular
Publications entró en un periodo de expansión. En 1935 habían
adquirido los derechos de «Adventure» a la Munsey Corporation y con
ello contrataron al director Howard Bloomfield. Ahora, en 1941,
compraron el resto de las publicaciones. «Argosy» se había
convertido en una revista «pulcra», desprovista de ciencia-ficción.
Fue de esta manera que la firma Popular tomó posesión de «FFM» y
«Fantastic Novéis», y puso a su director, Alden H. Norton, a cargo
de todas las publicaciones del género. Había llegado casi la
pleamar para las revistas: el campo de la ciencia-ficción había
alcanzado el punto de saturación. Empero, aún aparecerían cuatro
publicaciones más, y la primera de ellas anunciaría el retorno de
F. Orlin Tremaine a la palestra. Tremaine (1899-1956) se había
concedido un largo descanso después de su labor en Street Smith y
se contentó con escribir algunos relatos, incluyendo narraciones de
ciencia-ficción tales como True Confession (Verdadera confesión)
(«Thrilling Wonder», febrero de 1940), la historia
extraordinariamente conmovedora de un robot, y fantásticas como
Golden Girl of Kalendar (La muchacha de oro de Kalendar) para
«Fantastic Adventures». Ahora bajo los auspicios de H-K
Publications se erigió en director de «Comet Stories», cuyo primer
número fue el de diciembre de 1940. Por ese entonces los
aficionados a la ciencia-ficción empezaban a mostrarse indiferentes
ante las nuevas publicaciones y, aunque el nombre de Tremaine
merecía algo más que una inquisitiva mirada, el contenido tenía que
ser muy especial para provocar la tentación capaz de arrancar los
quince centavos adicionales de los bolsillos de los lectores.
Tremaine no produjo ese algo especial, si bien el segundo y el
tercer números empezaron a mostrarse más promisorios. «Comet»
publicaba ciencia-ficción para todos sin discriminación, y
evidentemente no tenía una política bien definida ni autores de
mérito. Fue en esta publicación donde hizo su primera aparición el
historiador del género Sam Moskowitz con The Way Back (El camino de
regreso), en el número de enero de 1941 (aunque también estaba
presente en el «Planet Stories» del invierno de 1941).
Lamentablemente, cuando «Comet» empezaba a imponerse, Tremaine se
retiró. H-K Publications no aportaba el dinero para pagar a los
autores ni a los ganadores de los concursos, y Tremaine no quiso
verse envuelto en ello. «Comet» fue en verdad una estrella fugaz, y
Tremaine nunca más volvió como director al campo de la
ciencia-ficción, si bien hizo una breve aparición a fines de la
década de 1940 con una serie de artículos en «Thrilling Wonder».
Falleció el lunes 22 de octubre de 1956, dejando «Astounding» tras
de sí como un monumento a sus logros. Los problemas monetarios
alzaron sus horrendas cabezas de nuevo con la aparición de las
pocas revistas posteriores. En la época de «Wonder» y «Amazing» no
era inusual que los autores tuvieran que esperar a cobrar mucho
tiempo después de la publicación del relato. Por consiguiente,
«Astounding» de Street Smith se convirtió en un sorprendente
refugio seguro con su inveterada costumbre de entregar el cheque
una vez aceptada la colaboración. Las más grandes editoriales como
la Standard, Ziff-Davis y Popular tampoco tuvieron dificultades.
Pero con la expansión del género y a medida que los editores de
menor importancia entraron a competir en el campo de la
ciencia-ficción, los problemas aumentaron. Las cosas llegaron al
punto culminante cuando Donald Wollheim convenció a Jerry Albert de
Albing Publications para publicar «Stirring Science Stories» y
«Cosmic Stories», que aparecieron en febrero y marzo de 1941,
respectivamente. El inconveniente residía en que no disponían de
suficiente capital para hacer frente a todos los pagos de una sola
vez. Albert dio instrucciones a Wollheim a los efectos de que
consiguiera colaboraciones sobre la base de que el pago se
efectuaría si las publicaciones tenían éxito, un juego que
conduciría rápidamente a la muerte de las revistas. Wollheim tuvo
la suerte de ser miembro de una sociedad de aficionados de Nueva
York, The Futurians, y como tal contó con la buena disposición de
todo un grupo de autores en ciernes que se contentaban con ver sus
narraciones en letras de molde, aun cuando la remuneración se
redujese casi a cero. Como consecuencia, la mayor parte del
material que nutrió a ambas publicaciones procedía de ese grupo,
publicado bajo una virtual guía de seudónimos. Ello también
significó el lanzamiento de autores que posteriormente serían
renombrados. El mejor ejemplo lo constituye Cyril Kornbluth
(1923-1958). Kornbluth hizo su primera aparición en el número de
abril de 1940 de «Astounding» en colaboración con Richard Wilson
bajo el seudónimo de Ivar Towers. En mayo de 1940 publicó King Colé
of Pluto (El rey Colé de Plutón) en «Super Science Stories» firmado
con el nombre de S. D. Gottesman, Sin embargo, ese nombre sirvió
principalmente para señalar los esfuerzos mancomunados entre
Kornbluth y Pohl. Con la llegada de «Stirring», Kornbluth inventó
un seudónimo, Cecil Corwin, bajo el cual escribió algunos de los
relatos fantásticos más originales, tales como Mr. Packer Goes to
Hell (El señor Packer va al infierno) («Stirring», junio de 1941) y
The City in the Sofá (La ciudad en el sofá) («Cosmic», julio de
1941), En «Stirring» de junio de 1941, Kornbluth figuró con cuatro
relatos, todos ellos salidos de su pluma, pero firmados Corwin, W.
C, Davies, Kenneth Falconer y S. D. Gottesman. Damon Knight hizo su
primera aparición profesional en el número de febrero de 1941 de
«Stirring» con Resilience (Rechazo). Knight era sólo unos pocos
meses mayor que Kornbluth, pero en ese momento no logró causar el
mismo efecto en ninguna parte. Otros miembros del grupo (más o
menos integrados a él) que contribuyeron a la aventura de Albing
fueron James Blish, Robert Lowndes, Walter Kubilius, John B,
Michel, Harry Dockweiler, Frederik Pohl e Isaac Asimov. Como era de
prever, empero, el hecho evidente de no pagar a los colaboradores
provocó violentas erupciones en el campo del género fantástico, y
todos los intentos de Wollheim y Albert por suavizar las cosas
fueron vanos. Si bien las revistas poseían una calidad por encima
del nivel medio, no lograron hacerse un lugar en el mercado y
desaparecieron. «Stirring Science Fiction» merece recordarse por el
sólo hecho de que era dos revistas en una. La segunda mitad,
«Stirring Fantasy Fiction», tenía su propio editorial, página de
índice y secciones independientes. Fue en esta parte donde apareció
el mejor material, sobre todo The Corning of the Whita Worm (La
llegada del gusano blanco) de Clark Ashton Smith (abril de 1941), y
sin embargo es ese nombre el que ha sido olvidado. Y así llegamos
al verano de 1941, el pináculo de las revistas «pulp» de
ciencia-ficción, En este período hubo más títulos de publicaciones
del género en los quioscos que en cualquier otra época anterior.
Posteriormente sólo aparecería otra publicación más norteamericana
y una revista de origen canadiense; ninguna de ellas merece más que
un comentario al pasar. «Marvel Stories» (con cuyo título se la
conocía ahora) estaba naufragando. Una compañera anterior del tipo
weird, «Uncanny Tales», había desaparecido en mayo de 1940, después
de aparecer diez números. (No debe confundirse con la «Uncanny
Tales» canadiense que sobrevivió durante veintiún números entre
1940 y 1943. Si bien en su casi totalidad estaba formada por
reimpresiones de origen norteamericano, publicaba también material
original.) Con fecha de abril de 1941 se materializó un nuevo
título, «Uncanny Stories». Los insulsos relatos de Ray Cummings, R.
de Witt Miller y F. A, Kummer recibieron una respuesta carente de
entusiasmo, y sólo Speed Will Be My Bride (La velocidad será mi
novia) de David Keller (reproducida de un folleto de edición
privada de 1940) demostró poseer un cierto atractivo. «Uncanny
Stories» desapareció de la noche a la mañana. El título canadiense
fue «Eerie Tales», fechada en julio de 1941. El hecho de estar
numerada Volumen 1, Número 1, hacía suponer una intención de
continuidad, ya que inició la publicación de una serie, The Weird
Queen (La reina irreal) del boxeador profesional Thomas P. Kelley.
Pero nunca llegó a su fin porque «Eerie» no apareció más. Es digna
de ser recordada por un relato singularmente profético, The Man Who
Killed Mussolini (El hombre que mató a Mussolini) de Valentine
Worth, Un oportuno recordatorio de que Europa estaba en guerra.
Así, mientras Estados Unidos gozaba del espléndido aislamiento
gracias a Roosevelt, sus días estaban contados. En el mes de
diciembre de 1941 se produjo el ataque a Pearl Harbour, y se
impusieron las restricciones de tiempo de guerra. El consiguiente
racionamiento del papel, de la tinta y del plomo anunció el
principio del fin de las revistas «pulp». Jamás volverían a
adquirir tanto impulso. Por lo tanto, mandemos de nuevo a nuestro
lector a los quioscos en ese último verano de tiempo de paz, y
veamos cuánto gastaría en la adquisición de revistas de
ciencia-ficción habitualmente en el mercado, y de origen
norteamericano solamente. Había un total de dieciocho publicaciones
de aparición regular, incluyendo «Weird Tales» y con exclusión de
«Marvel» y «Uncanny». El precio en general era de quince centavos,
algunas costaban diez, otras, veinte. El dispendio total en un mes
ascendía a 3,15 dólares, o alrededor de una libra esterlina, una
suma bastante importante en los días anteriores a la guerra, Pero
la marea empezaba a bajar, y había llegado el momento de echar mano
de las tácticas de supervivencia.
En 1939, la súbita explosión de
publicaciones de ciencia-ficción tomó por sorpresa a la mayoría de
la gente. No fue un solo factor el que condujo a esa proliferación
sino varios, que vale la pena señalar. El autor y erudito L.
Sprague de Camp, en su libro de 1953 Science-Fiction Handbook
(Manual de ciencia-ficción), subrayaba la retransmisión de la
producción de Orson Welles sobre la obra The War of the Worlds (La
guerra de los mundos) de H, G. Wells. La adaptación radiofónica
realizada por Howard Koch logró que muchos oyentes del programa
Mercury Theatre, transmitido a las ocho de la tarde del sábado 30
de octubre de 1938, realmente creyeran que se había producido una
invasión marciana, Cuando la población del área de Nueva York se
hubo recobrado, sin duda supo apreciar un poco más el valor de lo
fantástico, y muchos se sintieron impulsados a explorar el campo.
En aquel momento, «Marvel» y «Amazing» ya gozaban de un gran éxito
de ventas. «Amazing» recibió un buen impulso en la Feria Mundial de
1938 celebrada en Nueva York en el mes de septiembre. Se decidió
enterrar una Cápsula del Tiempo, con un contenido similar a la
plétora de elementos ocultos en el Obelisco de Cleopatra de
Londres. La firma comercial Westinghouse Time Record, según se
anunció, incluyó una copia en microfilme del número de octubre de
1938 de la revista «Amazing». Al enterarse de este acontecimiento,
el público seguramente tuvo curiosidad de conocer la publicación.
Sin embargo, es digno de recordar que en 1938 una nueva generación
había entrado en el campo de la ciencia-ficción de la mano de los
padres. Habiendo dos generaciones de lectores, era esencial que las
publicaciones complacieran el gusto de los jóvenes y los mayores
por igual. «Amazing», bajo la dirección de Sloane, parecía haberse
adormecido si se la compara con la excitante «Thrilling Wonder» y
con la literalmente asombrosa «Astounding», Como es natural, cuando
Palmer inyectó a «Amazing» una nueva dosis de vitalidad, la
generación más joven se volcó hacia ella, «Marvel» apareció casi en
el mismo momento, cuando la generación de más edad también deseaba
algo más estimulante. En cuanto las ventas de «Amazing» y «Marvel»
alcanzaron cifras siderales, y las otras publicaciones se vieron
secundadas por compañeras rentables, los editores rivales
consideraron llegado el momento de velar por sus laureles y se
lanzaron a la arena. Pero la mayoría de los recién llegados al
campo pasó sin pena ni gloria. Capitales insuficientes y falta de
originalidad significaron un bajo nivel de ventas, y al llegar el
racionamiento del papel el fin era inevitable. Sólo sobrevivirían
las más aptas. En diciembre de 1941 la marca tope ya había sido
alcanzada. «Marvel Stories» dejó de salir después de la aparición
del noveno número en el mes de abril, si bien irónicamente ése fue
uno de los mejores, con dos relatos sobresalientes: Last Secret
Weapon (La última arma secreta) de Polton Cross y The I ron God (El
dios de hierro) de Jack Williamson, Pero era demasiado tarde, pues
«Marvel» había perdido mucho apoyo después de su primera promesa.
Asimismo los editores demostraban un mayor interés en el creciente
ámbito de los libros de historietas, en el cual las de
ciencia-ficción ocupaban una gran parte, (Deliberadamente he
evitado hablar de esa subcultura, salvo en alguna referencia
ocasional, sobre todo porque ya han aparecido varios excelentes
trabajos sobre el tema, tales como The Steranko History of Comics
de James Steranko, publicado en 1970.) «Cosmic» de Wollheim había
desaparecido, y de «Stirring» sólo apareció un número más en marzo
de 1942, lo que causó una sorpresa por cuanto la mayoría del
público creía que ya había muerto. También había dejado de existir
«Comet» de Tremaine, y la compañera de «FFM», «Fantastic Novéis»,
se había evaporado después de cinco números (abril). Además, se
habían producido varios cambios en la dirección de las
publicaciones. Puesto que he mencionado el campo de la historieta
de ciencia-ficción, no debería sorprendernos saber que muchos de
los nombres notables del género se estaban desviando hacia él,
siendo el más destacado Otto Binder. Tampoco debería causarnos
estupor enterarnos que Mort Weisinger, que fue el primero en
incluir la primera historieta en una revista «pulp», demostraba
ahora interés en esa modalidad. Ya había sido director asociado de
«College Humour» desde 1939, y a principios de 1941 recibió una
oferta de National Comics para hacerse cargo de la dirección de las
distintas publicaciones de historietas «Superman», que habían
comenzado con «Superman Quarterly» en mayo de 1939. (Por cierto que
«Superman» no fue la primera revista de historietas en ese campo.
«Superworld Comics», ilustrada por el fiel Frank Paul y dirigida
nada menos que por una personalidad como la de Hugo Gernsback,
desplazó a «Superman Quarterly» del primer puesto.) Weisinger
aceptó y por consiguiente abandonó la firma Standard Magazines. Le
reemplazó Osear Jerome Friend, un autor de cuarenta y tres años que
cultivaba varios géneros, sobre todo el del Oeste. Sus
contribuciones a la ciencia-ficción hasta el momento habían sido
insignificantes, salvo contadas excepciones. Con la Standard
permaneció durante tres años, en cuyo período los torpes
editoriales Sargeant Saturn llegaron a la inmadurez. En Blue Ribbon
Magazines se produjo otro cambio. En el curso de 1940 el editor
Silberkleit se había mostrado cada vez más disconforme con la
conducción que Hornig impartió a las tres publicaciones, la cual,
por el hecho de estar en Nueva York las oficinas de Blue Ribbon, y
Hornig en California, planteó muchos problemas. Silberkleit ofreció
la dirección a Sam Moskowitz, quien la rechazó. En ese momento
recibió una carta del destacado aficionado Robert Lowndes, quien, a
instancias de Donald Wollheim, le escribió deplorando el espantoso
estado de la ciencia-ficción en aquellos momentos y ofreciendo sus
servicios. Luego de una entrevista, Lowndes se encontró a cargo de
la dirección de «Future» y «SF Quarterly», Hornig conservó la de
«Science Fiction», aunque no por mucho tiempo. En su duodécimo
número, y después del sexto de «Future» (el segundo en manos de
Lowndes), los dos títulos se fundieron en uno bajo la dirección de
Lowndes. Hornig se fue y no tardó en atraparlo la guerra. Por el
hecho de ser un pacifista, las autoridades le trataron
perversamente, y desapareció por completo de la escena. Un cambio
de menor importancia se produjo en ese momento en la firma Popular.
En noviembre, Pohl pasó al cargo de subdirector, con Alden H.
Norton como director general. Sin embargo, como se ha señalado
anteriormente, Norton era jefe de redacción de las publicaciones de
ciencia-ficción, y de hecho Pohl continuó desempeñando el cargo.
Así, cuando Estados Unidos entró en guerra, un total de catorce
publicaciones, de siete editores, estaban vivas y coleando. (Para
recapitular, digamos que éstas eran: «Amazing» y «Fantastic
Adventures» de Ziff-Davis; «Astounding» y «Unknown» de Street
«Thrilling Wonder», «Startling» y «Captain Future» de la Standard;
«Astonishing», «Super Science» y «FFM» de la Popular; «Future
combined with Science Fiction» y «SF Quarterly» de Blue Ribbon
Columbia; «Planet» de Love Romances, y «Weird Tales» de Short
Stories».) A los ojos de los editores que, al fin y al cabo, tenían
muchos otros títulos, varios de ellos más populares y lucrativos,
ninguna de estas publicaciones presentaba aspecto alguno en
especial que fuera motivo para despertar su interés. Las revistas,
por lo tanto, no sólo se tenían que vender bien dentro de su propio
campo, sino que debían tener una oportunidad dentro de la propia
firma editorial. Debido a la escasez de materiales, los editores
tenían que concentrarse en sus títulos de mayor venta y suspender
la publicación de los más improductivos, aun cuando éstos pudieran
haber sido viables en condiciones normales. Una revista podía
desaparecer o sobrevivir, pero debe tenerse en cuenta que ninguna
dejaba de sufrir algún cambio, y prácticamente ninguna salió ilesa
de este período. En un primer momento los editores recurrieron a
las tácticas básicas: ampliar el tiempo de publicación, reducir el
número de páginas y el formato, y con ellas todas las revistas de
ciencia-ficción capearon el primer año de la guerra. En rigor,
aparecieron con notable regularidad, y «FFM» incluso logró
incrementar el ritmo. Cuando cayó el hacha lo hizo con la rapidez
de una guillotina, y en el lapso de cuatro meses, cuatro títulos
dejaron de aparecer. Respondiendo al simple dictado de la economía,
los editores con más de un título de ciencia-ficción en su cadena
suprimieron la que gozaba de menos éxito. En el caso de la firma
Popular ello no resultó fácil de decidir. «FFM» probablemente era
la de más venta, pero lo que más pesaba en su favor consistía en
que la mayor parte de su material eran reimpresiones, las cuales
resultaban más baratas de adquirir que las narraciones originales.
La decisión tuvo que tomarse a principios de 1943 cuando Frederik
Pohl se vio llamado a aportar su contribución al esfuerzo bélico.
Pohl se retiró de la Popular, y pareció el momento apropiado para
liquidar las dos publicaciones bajo su dirección. A Pohl le
sucedería en el cargo el director finlandés de treinta y un años
Ejler Jakobbson, quien recordaba en una carta de fecha reciente al
autor de estas líneas: Ambas revistas, empero, sucumbieron a la
escasez de papel durante el período de la guerra, y mi función
consistió simplemente en poner el punto final. El incidente más
memorable para mí fue el hecho de que Fred me entregara un juego de
pruebas parcialmente corregidas momentos antes de partir: su última
corrección consistía en un círculo hecho con lápiz alrededor de un
error del linotipista extraordinariamente ofensivo y una nota
marginal: «¡Señor linotipista: ¿qué demonios significa esto?!» Los
últimos números de «Astonishing» y «Super Science» llevaban fecha
de abril y mayo, respectivamente. En abril también apareció el
último número de «SF Quarterly». Por los mismos motivos, la firma
Columbia cerró filas y otorgó preferencia a otras publicaciones.
Sin embargo, «SF Quarterly» constituyó una triste pérdida, puesto
que contenía algunos excelentes relatos largos, y por lo general
cada número incluía una novela de ciencia-ficción y una del género
fantástico. La revista permitió dar a conocer las destacadas obras
del dibujante Hannes Bok (1914-1964), cuya primera novela,
Starstone World (Mundo de rocas estelares), se publicó en el número
del verano de 1942. [La primera narración de Bok había aparecido en
«Future combined with Science Fiction» del mes de febrero de 1942,
pero con anterioridad ya había vendido muchas ilustraciones, siendo
la primera para la cubierta de «Weird Tales» de diciembre de 1939
sobre Lords of the Ice (Señores del hielo) de Keller. «SF
Quarterly» también constituyó una valiosa fuente de material
reeditado. Silberkleit había adquirido los derechos de reimpresión
de una cierta cantidad de las primeras novelas de Ray Cummings, que
incluían Tarrano the Conqueror (Tarrano el conquistador) (1925) y
Briganes on the Moon (Bandoleros en la Luna) (1930), que se
reprodujeron en «Quarterly», y otras aparecieron en «Future». La
pérdida de «SF Quarterly» no hubiera causado tanto efecto si
«Future» no hubiese desaparecido tres meses más tarde. En ese
entonces ni siquiera se llamaba «Future», aunque los ojos de lince
que habían seguido la evolución de la revista sin duda sabían que
se trataba de la misma publicación, «Future» cambió más veces de
nombre que cualquier otra revista, con la consiguiente confusión
(no podía ser de otro modo), sobre todo en la década de 1950. Tal
como dijimos anteriormente, la revista de Hornig se fusionó con la
de Lowndes a partir de octubre de 1941, bajo el título de «Future
combined with Science Fiction». Un año más tarde se convirtió en
«Future Fantasy and Science Fiction». En este caso, Lowndes adoptó
el sistema utilizado por Wollheim en «Stirring», de combinar la
ciencia-ficción con lo fantástico en el mismo número (aunque sin
separar ambos géneros como hizo Wollheim), Durante este período
publicó algunas excelentes narraciones como la imitación de
Lovecraft del propio Lowndes, The Leapers (Los brincadores), Storm
Warning (Anuncio de tormenta) de Wollheim y Devil's Pawn (La prenda
del diablo) de Damon Knight. Pero los resultados no fueron
satisfactorios, y «Future Fantasy» cambió de nombre una vez más, al
cabo de sólo tres números, convirtiéndose en «Science Fiction
Stories» en abril de 1943. Observen el agregado «Stories». No fue
la reaparición de «Science Fiction», sino una continuación de
«Future». Sin embargo, ningún observador casual que hubiera hojeado
la revista en un quiosco lo habría advertido, y se esperaba un
incremento de las ventas. Pero la Columbia ya había tomado una
cierta decisión, y antes de poder comprobar los resultados del
cambio de nombre, «Science Fiction Stories» arrió velas con el
número de julio. La próxima revista condenada a desaparecer fue
«Unknown». La noticia causó conmoción en más de un fanático, pero
era un hecho que debía afrontarse. Las cifras de venta eran
desalentadoras, y al sumarse a ello las restricciones impuestas al
uso del papel, se decidió sacrificar «Unknown» en favor de
«Astounding». «Unknown» había sufrido varios cambios externos. La
primera sorpresa llegó con el número de julio de 1940. De pronto la
revista apareció sin ilustración en la cubierta. Afortunadamente
continuaron figurando los adecuados y maravillosos dibujos de Ed
Cartier en el interior, pero durante el resto de la vida de
«Unknown» su cubierta se limitó simplemente a reproducir una lista
del contenido con un pequeño dibujo al lado del título de cada
narración. Luego en diciembre de 1940 pasó a alternar la
publicación mensual e introdujo el subtítulo Fantasy Fiction.
Campbell temió que el título «Unknown» (Desconocido) podía
confundir a muchos posibles lectores, haciéndoles creer que se
trataba de una publicación periódica sobre ciencias ocultas. El
subtítulo tuvo sólo un carácter temporal, y a partir del número de
octubre de 1941 adoptó el nuevo título de «Unknown Worlds», y
simultáneamente su formato se amplió a 21 x 28 cm. Al cabo de tres
números, «Astounding» le imitó, pero fue con «Unknown Worlds» que
los lectores tuvieron la satisfacción inicial de gustar la
reversión al antiguo formato. Campbell argumentó que por 15
centavos podía ofrecer más texto en cada número y, al propio
tiempo, ahorrar papel. Otro de los argumentos fue que, con la
legión de revistas «pulp» que invadían los quioscos, una
publicación de mayor tamaño debería ser exhibida en un lugar
separado del de los títulos «pulcros» y por consiguiente gozaría de
mayor venta. (El razonamiento era acertado. Gernsback se había
valido del mismo subterfugio en el lanzamiento del primer número de
«Amazing», y Palmer le imitó con los primeros números de «Fantastic
Adventures». No obstante, una vez logró imponer ese título, volvió
a adoptar el formato de los «pulps».) Lamentablemente, no se
consiguió el objetivo que se buscaba, pues los vendedores
continuaron relegando todo título de ciencia-ficción a las filas de
los «pulps». Aparte del título y del tamaño, el contenido de
«Unknown» continuó siendo tan soberbio como siempre. No podemos
dejar de mostrarnos selectivos en este aspecto, pero los textos
memorables constituían legión. Bastará decir que fue en esta
publicación donde nacieron verdaderas obras maestras como la serie
Harold Shea de L. Sprague de Camp y Fletcher Pratt; la fascinante
Fear (Miedo) de L. Ron Hubbard y la intrigante Typewriter in the
Sky (La máquina de escribir en el firmamento) del mismo autor (en
la cual un pianista de la vida real se encuentra de pronto envuelto
en un relato de piratería que está escribiendo un amigo suyo y,
sabiendo cómo suelen terminar las narraciones de dicho amigo, trata
de burlar astutamente al autor), y The Misguided Halo (El halo
descarriado) de Henry Kuttner, y otros cuentos cortos similares,
Los lectores que se habían disgustado con Kuttner debido al
episodio de «Marvel» se mostraron dispuestos a perdonarle después
de saborear sus colaboraciones en «Unknown». J. Alian Dunn, cuyo
nombre aparecía en casi todas las secciones dedicadas a la
ciencia-ficción de la gran variedad de revistas «pulp» (se
destacaba por sus relatos del mar), también ofreció una narración
en «Unknown», dos en realidad, incluyendo la novela On the Knees of
the Gods (En las rodillas de los dioses). Los fanáticos de la serie
Grey Mouser de Fritz Leiber encontraron los cinco primeros
episodios en estas páginas, y apareció un surtido de relatos
realmente magníficos de Lester del Rey, de los cuales mis
preferidos son The Coppersmith (El calderero), sobre las penas y
tribulaciones de un elfo en el mundo moderno, y Forsaking All
Others (Abandonando a todos los demás), en la que una dríada
arbórea sacrifica su inmortalidad por el amor a un ser humano. Pero
todas las cosas buenas llegan a un fin. El número final de
«Unknown» estaba fechado en octubre de 1943, y su desaparición fue
muy lamentada. No se puede negar que dejó su impronta. En adelante,
la literatura fantástica no volvió a ser la misma. Sólo otra
revista más sucumbió bajo el esfuerzo de la guerra, y parece un
milagro que hubiera durado tanto, hasta mayo de 1944, en realidad.
En ese momento, era casi un anacronismo. De «Captain Future», en
conjunto, aparecieron un total de diecisiete números, para los
cuales Edmond Hamilton escribió todas las novelas de fondo, salvo
dos. Estas dos eran obra del doctor Joseph Samachson, más conocido
en el ámbito de la ciencia-ficción por el seudónimo de William
Morrison, aunque sus narraciones para «Captain Future» iban
firmadas con el de Brett Sterling, como también lo fueron algunas
de Hamilton. Después que «Captain Future» salió de la circulación,
aparecieron más aventuras en «Startling» hasta una fecha tan
avanzada como el mes de mayo de 1951, alcanzando un total de
veintisiete. (Hasta Manly Wade Wellman escribió una.) Dejando a
Curt New-ton aparte, «Captain Future» incluyó varios cuentos cortos
más originales, pero el mejor servicio que prestó residió en el
hecho de reimprimir las narraciones más extensas. En el verano de
1944 habían sobrevivido ocho revistas. Habiendo sobrellevado los
inconvenientes creados por la escasez de papel y la pérdida de
autores y dibujantes en aras de la guerra, parecería que debían
estar dispuestas a soportar cualquier cosa. Ése no fue el caso,
pero por lo menos se les concedió un respiro. Merece mencionarse
aquí que «Doc Savage» también logró capear la guerra, y mantuvo el
ritmo de aparición mensual. En mayo de 1944 vio la luz su número
135 y no daba muestras de fatiga. La publicación pertenecía a
Street sin embargo, dicha firma sacrificó «Unknown». Tales hechos
tienden a situar al historiador del género de ciencia-ficción en su
lugar cuando trata de ponderar los pros y los contras de las
publicaciones. Todas las revistas de ciencia-ficción que
desaparecieron no habían sido en verdad publicaciones que contaran
con el apoyo de los fanáticos, sino que siguieron una evolución de
acuerdo con los deseos de los editores que pretendían ganar dinero
rápidamente, y es evidente que si un editor hubiera deseado
publicar una revista de ciencia ficción la habría mantenido aun a
costa de otras. Pero pocos editores tenían ese criterio. El aspecto
económico siempre ocupó un lugar de privilegio, y es doloroso
reconocer que la ciencia-ficción no se vende tanto como, por
ejemplo, las novelas policíacas o incluso las publicaciones
periódicas de literatura de imaginación en general. Desde este
punto de vista, resulta sorprendente que alguna de ellas lograra
perdurar.
Ocho revistas: ocho elementos a la
deriva en el mar de la ciencia-ficción. De las ocho, ya nos hemos
referido a «Weird Tales» y a su importancia declinante en el
género. Que de las otras siete, cinco sobrevivieran, no es tan
sorprendente, pero sí lo es con respecto a las dos restantes:
«Planet Stories» y «Famous Fantastic Mysteries». Malcolm Reiss aún
era el responsable general de «Planet», pero la tarea de dirección
recaía en Wilbur S, Peacock desde el número de otoño de 1942, Entre
ambos hicieron de «Planet» una publicación extraordinariamente
viva, y por ese entonces los esfuerzos de Reiss estaban produciendo
sus frutos, sobre todo en cuanto a los textos. «Planet», como ya
hemos señalado, era una revista dedicada por completo a los viajes
interplanetarios, y si bien este aspecto ocupaba un breve espacio
en el espectro de la ciencia-ficción, obligaba sin embargo a muchos
autores a experimentar y crear, de tal manera que hasta tanto no se
produjera la habitual carrera desesperada por explotar las
aventuras espaciales, los lectores siempre podían esperar lo
inesperado. El mayor aporte de «Planet» a la fama lo constituye sin
duda la figura de Ray Bradbury, aunque no fue su descubridora
[Alden H. Norton adquirió su primera obra ofrecida para ser
publicada, Pendulum (Péndulo), para «Super Science Stories»
(noviembre de 1941)], y sus mejores colaboraciones aparecieron algo
más tarde. Pero los relatos de «Planet» son los que poseen un
carácter más experimental en la ciencia-ficción (tal como lo fueron
las de «Weird Tales» en aquel género). Narraciones como Morgue Ship
(La nave depósito de cadáveres) y Lazarus, Come Forth (Lázaro,
anda) representan los primeros pasos en la dirección que conduciría
a The Million Year Picnic (El picnic del año un millón) (verano de
1946), la primera de sus Martian Chronicle (Crónicas marcianas).
Probablemente los dos colaboradores más valiosos del primer período
de «Planet» fueron Leigh Brackett, la esposa de Edmond Hamilton, y
el escritor de relatos de misterio, Frederic Brown. Los esfuerzos
de Brackett se cuentan entre los primeros en ese híbrido subgénero
donde se mezclan las aventuras interplanetarias y la brujería, tan
en boga actualmente. Robert E. Howard, el creador de las historias
de Conan, dio el ímpetu al mencionado subgénero con su extensa
novela Almuric, serializada postumamente en «Weird Tales» a partir
de mayo de 1939 (una de las últimas series de ciencia-ficción que
publicó). Luego Leigh Brackett respondió al desafío. Su primera
aparición en «Planet» (la cuarta en su carrera) se produjo con The
Stellar Legión (La legión astral) (invierno de 1940) y en adelante
las aventuras se sucedieron sin cesar. Incluso se asoció con Ray
Bradbury para producir una imitación de los relatos fantásticos de
Conan, Lorelei of the Red Mist (Lorelei de la niebla roja) (de
nuevo en verano de 1946). El desaparecido Frederic Brown fue un
escritor de relatos de misterio extraordinariamente dotado. Primero
demostró su talento en el campo de la ciencia-ficción con un cuento
corto, Not Yet the End (Aún no ha llegado el fin) en el número de
invierno de 1941 de «Captain Future». Siguiendo a otras dos
narraciones, en «Planet» de febrero de 1942 apareció su obra
maestra The Star Mouse (El ratón estrella), el relato de un ratón
alemán en route hacia la Luna. Si bien era un colaborador
infrecuente, sus narraciones invariablemente constituían el jalón
más alto del número. Un particular interés despierta The Vizigraph,
la columna de cartas al director de «Planet». En ella el director y
los lectores chapuceaban todos juntos, y no era sorprendente
encontrar una de las respuestas de Peacock bastante más extensa que
la carta original. Como recuerda Robert Lowndes:
Reiss era sincero y educado; Wilbur gozaba sacándose la
chaqueta y siendo uno más en la multitud, A pesar de la aspereza de
algunos de sus comentarios, nada parece indicar que alguien se
sintiera ofendido hasta el punto de no volver a escribir o de no
enviar una réplica.6
Cabe recordar que esto sucedía en época de guerra, y
semejante espíritu de camaradería constituía un valioso aporte a la
moral de los amantes de la ciencia-ficción que se encontraban en
servicio activo. Peacock siguió como director hasta el número de
otoño de 1945, en que su puesto fue ocupado durante corto tiempo
por Chester Whitehorne. La influencia de éste en la publicación fue
prácticamente nula, ya que Reiss estaba todavía al mando, y su
verdadera contribución a la ciencia-ficción (si bien de menor
importancia) fue no aparecer durante otros ocho años. «Famous
Fantastic Mysteries» tuvo la osadía de aparecer mensual-mente desde
junio hasta diciembre de 1942, y ello resultó casi fatal. En 1943
vieron la luz sólo tres números, uno en marzo, luego ninguno hasta
septiembre, en que se convirtió en trimestral, y el tercer número
apareció en diciembre. En el mismo período sufrió un cambio de
política. Hasta fines de 1942, «FFM» publicó regularmente
reimpresiones de los «pulps» de Munsey, y nombres legendarios como
los de Francis Stevens, J. U. Giesy y George Alien England honraron
sus páginas. Ello cesó en 1943. El número de marzo presentaba Ark
of Fire (El arca de fuego) de John Hawkins, que hacía muy corto
tiempo que se había publicado en forma seriada en «American Weekly»
(1938). A partir de entonces incluyó novelas que habían aparecido,
por lo general, en forma de libro, empezando con la obra de 1930
The Iron Star (La estrella de hierro) de John Taine (que demuestra
cómo se mantenía en vigencia el gusto por las novelas de razas
perdidas). En esta línea, se resucitó The Gost Pirales (Los piratas
fantasmas) de William Hope Hodgson en el número de marzo de 1944, a
la que siguió la soberbia The Boats of the «Glen Carrig» (Los botes
de «Glen Carrig») (junio de 1945) del mismo autor. Por aquel
entonces Hodgson no había sido olvidado ni mucho menos, pero
gracias a los esfuerzos del aficionado H. C, Koenig su nombre no se
perdió, y a partir de aquel momento este autor fallecido a los
veintiséis años comenzó a recibir los panegíricos que merecía. Sin
embargo, hasta a Koenig le costaría creer que, en 1974, tres
editoriales británicas de libros de bolsillo publicaron
simultáneamente Carnacki de Hodgson. «FFM» merece un reconocimiento
especial por haber utilizado las brillantes ilustraciones de Virgil
Finlay (1914-1971). A este dibujante le descubrió «Weird Tales»,
pero posteriormente fue contratado por «American Weekly». Cuando
«FFM» empezó a reeditar la obra de Merritt, éste (director de
«American Weekly») se valió de su influencia para que Finlay
ilustrara los relatos. Así se inició una asociación sensacional.
Frank R. Paul puede considerarse el decano de los artistas en el
campo de la ciencia-ficción, y quizás aventajaba a Finlay en
capacidad para representar maquinaria, pero en calidad, imaginación
y perfección dentro de la realización artística, Finlay era único,
y sus figuras humanas se encontraban a varios años luz de distancia
de las de Paul. La fina línea y los esgrafiados de Finlay
contribuyeron tanto a atraer lectores a «FFM» como el texto mismo.
Tanto es así, que el número de agosto de 1941 ofrecía una carpeta
con los dibujos de Finlay para la revista impresos en hojas
individuales de papel de excelente calidad por sesenta centavos o
juntamente con una suscripción anual por sólo un dólar. (En 1943 se
repitió la oferta, por lo que es indudable que Finlay contribuyó
grandemente a mantener «FFM» en el mercado.) Cuando Finlay se
enroló en el ejército en 1943, «FFM» se vio obligada a buscar a
otro dibujante capaz de imitar a Finlay, y dentro de la propia
firma descubrieron a Lawrence Sterne Stevens («Lawrence»), un
veterano en el mundo de los «pulps» que, en su condición de perro
viejo dentro de la profesión, había logrado dominar una técnica que
le permitía conseguir una calidad de «grabado» y un gran realismo,
que era la que había adoptado Finlay. Tan excelente fue su
realización, que sus trabajos también se ofrecieron reunidos en una
carpeta. «FFM» pudo ser considerada un anacronismo dentro del
campo, pero en las encuestas ocasionales llevadas a cabo entre los
amantes del género mereció ser votada como la revista más popular,
y en su momento ocupó el primer lugar entre las de más circulación.
La firma Standard Magazines logró valientemente mantener con vida
dos revistas de ciencia-ficción: «Thrilling Wonder» y «Startling».
Bajo la dirección de Weisinger, «Wonder» alcanzó un ritmo de
publicación mensual, pero en manos de Friend se convirtió de nuevo
en bimensual, alternando con «Startling». Así siguió durante todo
el año 1942, pero en 1943 se vieron en la necesidad de convertirla
en trimestral (incluso después de sacar de circulación «Captain
Future»), lo cual se prolongó hasta fines de 1946. Friend dejó la
Standard a finales de 1944, y Samuel Merwin ocupó su cargo. En el
campo de la ciencia-ficción, Merwin, que tenía treinta y cuatro
años, sólo había visto la luz en letras de molde con dos artículos
sobre la aeronavegación en el futuro (en «Thrilling Wonder» durante
1943), y un relato, The Scourge Below (El flagelo subterráneo), en
octubre de 1939. Para los amantes de la ciencia-ficción, pues, era
un hombre más misterioso que Friend. Merwin era el único hijo de
Samuel Merwin (1874-1936), un notable autor sobre la historia
norteamericana. Su hijo, cuya narrativa resulta sumamente
interesante, heredó sin duda su talento literario. En cuanto a su
tarea de editor, de inmediato se produjo un cambio. La sección
Thrills in Science de «Startling», iniciada por Weisinger y
mantenida por Friend, dejó de aparecer. Merwin tenía capacidad para
continuarla, pero evidentemente no era ésa su intención. Conservó
los editoriales Sergent Saturn, pero sólo durante el tiempo
necesario, Merwin poseía sus propias ideas y estaba decidido a
ponerlas en acción, pero tuvo que esperar hasta el fin de la
guerra. Nos resta referirnos a otros tres supervivientes: dos
revistas de ciencia-ficción y una de fantasía/ciencia-ficción.
Dejaremos a «Astounding» para el final y nos ocuparemos primero del
éxito fenomenal de las publicaciones de Ray Palmer. Mucho se habla
de John Campbell en las historias de la ciencia-ficción porque, en
una visión retrospectiva, fue mucho lo que hizo para divulgar ideas
nuevas y originales y señaló nuevos rumbos a la ciencia-ficción.
Nadie puede negarle el renombre de «Padre de la Ciencia-Ficción
Moderna». Pero resulta fácil olvidar que por ese entonces Campbell
tuvo que soportar muchas críticas por la aparente esterilización
despiadada de los antiguos temas e ideas de «Astounding». Mientras
que actualmente es mucho lo que nosotros debemos agradecerle, los
lectores de su época no estaban todos en favor de su enfoque. Eran
muchos los que pensaban que Campbell constreñiría la
ciencia-ficción en vez de dejar que se desarrollara libremente y
siguiese su propio curso. El hecho de que la ciencia-ficción no se
ahogara demuestra hasta qué punto los lectores subvaloraron la
fuerza y la imaginación del grupo de autores de Campbell. Y la
popularidad de las revistas rivales de «Astounding» pone de relieve
en qué medida los lectores preferían la ciencia-ficción de la vieja
guardia. En cuanto al valor como puro entretenimiento, excitación y
aventuras con poco interés por la originalidad, ninguna publicación
podía competir con «Amazing Stories» y «Fantastic Adventures». Y
con respecto a la búsqueda de sensaciones no había nadie comparable
con Raymond A. Palmer. El éxito instantáneo de la nueva «Amazing»
significó que la revista había podido reasumir el ritmo de
publicación mensual desde octubre de 1938, y así siguió hasta
septiembre de 1943. «Fantastic» se había publicado una vez cada dos
meses durante sus primeros cuatro números, luego siguió una etapa
de seis números mensuales antes de llegar a sufrir una ligera
irregularidad en invierno de 1940-1941. Pero a partir de mayo de
1941 hasta agosto de 1943, ésta también apareció mensualmente, lo
cual significa que Palmer producía veinticuatro números por año,
Coincidentemente, Friend publicaba sólo dieciséis, y Campbell,
dieciocho. Sólo en 1940 Weisinger superó esta cifra con veintiocho
números, pero en este caso debe recordarse que «Startling» y
«Captain Future» incluían reediciones, y la última destinaba su
mayor parte de espacio a las novelas de Hamilton. Si bien «Amazing»
publicaba de cuando en cuando la «Reedición de un clásico», no lo
hacía en la misma proporción. Si tomamos en cuenta el total de
páginas, los dos títulos de Palmer contenían tantas como los cuatro
de Weisinger en el lapso de un año. En resumen, Palmer publicaba
más ciencia-ficción que cualquier otro en ese momento. Como sea que
Ziff-Davis era el único editor de ciencia-ficción con sede en
Chicago, Palmer fue creando su propia corte de autores locales,
muchos de los cuales eran amigos de sus días de aficionado. Si bien
continuó publicando autores establecidos, en especial Robert Moore
Williams, Eando Binder [cuya serie sobre robots Adam Link (El
eslabón de Adán) fue una de las más populares entre las que
publicara la revista] y John Russell Fearn, cada vez más la
publicación se nutrió de los relatos del contingente local, con una
notable excepción: Nelson S. Bond. El grupo de Palmer tomó forma
inmediatamente. Ya en 1939 había descubierto a Don Wilcox y David
Vern, Wilcox se constituyó en uno de sus principales colaboradores
durante la década siguiente y fue capaz de producir narraciones
excelentes, pero era propenso a descuidar la calidad de sus
trabajos. Hizo su primera aparición con The Pit of Deth (Nido de la
muerte) («Amazing», julio de 1939), pero uno de los mejores relatos
de esa época es The Voyage That Lasted 600 Years (El viaje que duró
600 años) («Amazing», octubre de 1940), una memorable narración
sobre una generación de naves astrales, que pasó bastante
inadvertida en aquellos momentos eclipsada por Universe de Robert
Heinlein («Astounding», mayo de 1941) a la que Wilcox se anticipó
por varios meses. Vern no publicó relato alguno firmado con su
propio nombre, pero se le recuerda por el más prolífico de sus
seudónimos, David V. Reed, bajo el que apareció por primera vez con
Where Is Roger Davis? (¿Dónde está Roger Davis?) («Amazing», mayo
de 1939). J. R. Fearn no fue el único autor británico que lanzó
«Amazing». Otro colaborador no muy asiduo pero fructífero fue
William F. Temple, que decidió probar suerte en el mercado
norteamericano, mucho más rentable desde el punto de vista
económico, paso que a menudo le exhortaba a dar su amigo Fearn. Su
primera venta a Palmer fue Mr. Craddock's Amazing Experience (La
sorprendente experiencia del señor Craddock), un intrigante cuento
corto sobre un hombre que regresa a la infancia, conservando la
noción de sus años de vida como persona adulta. Su estilo refinado
contrastaba marcadamente en comparación con el de muchos de los
autores habituales de Palmer. La obra siguiente de Temple, El
triángulo de cuatro lados, mereció el inmediato reconocimiento del
público. Se le dedicó la ilustración de la cubierta en el número de
noviembre de 1939 y ganó el premio de cincuenta dólares al ser
elegida en primer lugar por votación de los lectores. Fearn, que
también mereció el premio por su relato The Man from Hell (El
hombre del infierno) en el número coincidente de «Fantastic
Adventures», le escribió exultante a Temple diciéndole: «Nos
corresponde a nosotros, los británicos, afinar la puntería, ¿eh?»
Con la intervención de la guerra, sin embargo, Temple desapareció
temporalmente de la escena. En el curso de los años siguientes,
surgieron más nombres nuevos: David Wright O'Brien, William P.
McGivern, Berkeley Livingston, Chester S, Geier, William Hamling y
Leroy Yerxa, Éstos constituyeron el núcleo principal de la primera
camarilla de Palmer, y todos eran sorprendentemente prolíficos,
sobre todo O'Brien, quien además de aparecer en forma regular bajo
su propio nombre, mantuvo un saludable número de colaboraciones
firmadas por sus alter egos John York Cabot y Duncan Fransworth,
entre otros. Como ejemplo, baste señalar que en los veinte meses
que van de enero de 1941 a agosto de 1942 publicó cincuenta y siete
narraciones en las dos revistas, incluyendo cuatro en «Fantastic»
de junio de 1942 solamente. Fue la guerra la que cortó la breve
carrera de O'Brien y segó su joven vida, y aunque varios de sus
relatos se publicaron postumamente, resulta irónico pensar que
probablemente la última narración que había de ver en letras de
molde fue Will See You Again (Te veré de nuevo). Una de las
peculiaridades de la cadena de publicaciones de Ziff-Davis era la
utilización de nombres creados por la firma. Estos seudónimos se
aplicaban a más de un solo autor. (Esta práctica no se limitaba a
Ziff-Davis, La firma Standard tenía el de Will Garth, por ejemplo,
y los Futurians se valían de una vasta colección de nombres de la
casa para sus distintas publicaciones. Pero la variada
proliferación no era tan amplia como en el caso de Ziff-Davis.) En
las publicaciones de ciencia-ficción, Palmer fue el instigador de
dicha práctica, recurriendo en un principio a sus propios
seudónimos, y luego echó mano de los de otros autores, tales como
Henry Gade, G. H. Irwin y Morris J. Steele. Pero los nombres más
ubicuos eran Alexander Blade, Gerald Vanee y P. F. Costello, los
cuales eran utilizados por igual para firmar narraciones como
artículos. En «Amazing» de mayo de 1941 se presentó a Alexander
Blade con The Strange Adventure of Víctor MacLzigh (La extraña
aventura de Víctor Mac-Leigh), un relato que seguramente pertenecía
a David Vern. La próxima aparición, empero, en septiembre, Dr.
Loudon's Armageddon «La magna lucha del doctor Loudon), era de
Louis H. Sampliner. En adelante, casi toda la camarilla de Palmer
utilizaba los seudónimos por una variedad de razones, algunas
comprensibles y otras incomprensibles. Quizá nunca podremos saber
quién era el responsable de algunas de esas narraciones, y tal vez,
después de todo, ello no sea tan tremendo, ya que raras veces la
mejor obra de un autor aparecía bajo uno de esos nombres fantasmas.
Pero ellos constituyen un temprano ejemplo del secreto goce que
extraía Palmer del hecho de confundir y exasperar. Así le encantaba
dar cuerpo a los nombres ficticios, incluyendo fotografías
apócrifas en la sección Meet the Author (Conozca al autor), y a
veces hasta publicaba una fotografía «falsa». Eso lo hizo con su
propio alias A, R. Steber (véase «Amazing», marzo de 1945), con
Tarleton Fiske de Robert Bloch («Fantastic», agosto de 1943) y con
Peter Horn de David Vern («Amazing», marzo de 1940). El lector se
habituó en seguida a no estar nunca seguro de cuándo se podía creer
a Palmer y cuándo no. Sin embargo. Palmer merece el crédito de
haber tenido el buen criterio de publicar un buen relato aun cuando
no siempre proviniera de alguno de sus autores, y así aparecieron a
menudo curiosas gemas, tales como Phoney Meteor (Meteoro falso) de
John Beynon Harris («Amazing», marzo de 1941) y Mr. Wisel's Secret
(El secreto del señor Wisel) de Eric Frank Russell («Amazing»,
febrero de 1942). Al cabo de aproximadamente un año, «Fantastic
Adventures» comenzó a encontrar su camino. Sus primeros números
eran una mezcolanza de relatos fantásticos heroicos y de disparates
de ciencia-ficción, pero Palmer, al ver el éxito de su rival
«Unknown» con sus fantasías humorísticas, decidió desviarse e
incluir relatos de ese carácter en «Fantastic». A modo de tentativa
utilizó la obra de Nelson Bond, probablemente el más menospreciado
y sin embargo el que más influencia ejerció de los autores del
género fantástico. Nelson Slade Bond, nacido en Scranton,
Pennsylvania, el lunes 23 de noviembre de 1908, trabajaba en el
campo de las relaciones públicas cuando empezó a publicar sus
narraciones. Actualmente es más conocido como filatelista y hábil
jugador de bridge, una extraña vuelta del destino para una persona
que, desde sus primeros relatos, demostró que poseía una
imaginación excepcionalmente vivida combinada con un malicioso
sentido del humor. Se destacó por primera vez en el ámbito de la
ciencia-ficción con Down the Dimensions (Por debajo de las
dimensiones» en «Astounding» de abril de 1937, habiendo vendido
varios relatos a Street Smith para revistas hermanas. Pero logró
una fama prematura en noviembre de ese año con la aparición de una
extravagante fantasía, Mr. Mergenthwirker's Lobblizs (Los cabildeos
del señor Mergenthwirker), en la elegante revista «Scribner's».
Recibida inmediatamente con aplausos, desde entonces ha sido
adaptada para radio y televisión en distintas ocasiones y apareció
en muchas antologías y reimpresiones. Si bien Bond continuó
escribiendo ciencia-ficción, era evidente que su verdadero fuerte
eran los relatos fantásticos, y se recuerdan pocas de sus obras
serias en aquel campo. Una excepción especial lo constituye su
serie sobre Meg, que se convierte en la sacerdotisa de un clan en
una colonia del futuro después de la caída de la civilización, pero
fracasa en sus deberes debido al descubrimiento del amor. El primer
episodio, The Priestess Who Rebelled (La sacerdotisa que se rebeló)
(«Amazing», octubre de 1939), era un excelente relato y fue seguido
por la provocativa segunda parte, The Judging of the Priestess (El
juicio de la sacerdotisa) («Fantastic Adventures», abril de 1940).
La superioridad de esta serie se demostró con la tercera historia,
Magic City (La ciudad mágica), ¡que la compró Campbell y apareció
en «Astounding»! Pero, por regla general, Bond escribía sus relatos
de ciencia-ficción en el mismo tono ingenioso de sus fantasías, y
eso era lo que Palmer deseaba. Empezó a adquirir los manuscritos de
Bond, y el segundo cuento que Palmer le publicó fue el que trazó el
camino que deberían seguir los subsiguientes autores. Con The
Amazing Invention of Wilberforce Weems (La sorprendente invención
de Wilberforce Weems), Bond estableció la moda de poner títulos
ridículos a las narraciones, demostrando asimismo que era capaz de
escribir dentro del estilo de Throne Smith, que Campbell emulaba en
«Unknown». En este cuento Weems le da a tomar una asquerosa mixtura
de medicinas a un niño que está cuidando con el propósito de lograr
que deje de llorar. La poción resultante, empero, posee la
propiedad de dotar a quien la ingiera, de manera instantánea, con
el conocimiento y saber de cualquier libro con sólo acercárselo a
la cabeza. En el siguiente número de «Fantastic» (noviembre de
1939), Bond presentó a su memorable personaje Lancelot Biggs, un
aventurero espacial medio loco con una habilidad especial para
meterse en situaciones absurdas. Pronto dejaría de reservar ese
estilo exclusivamente para Palmer, y así encontramos The Unusual
Romance of Ferdinand Pratt (El insólito idilio de Ferdinand Pratt)
nada menos que en una publicación como «Weird Tales» (donde
posteriormente también aparecieron las aventuras de Biggs), y
Cartwright's Camera (La cámara de Cartwright) en «Unknow». Sin
embargo, Bond no se establecía restricciones a sí mismo, y a menudo
«Unknown» publicaba sus fantasías serias, como Take My Drum to
England (Lleva mi tambor a Inglaterra) (agosto de 1941). La
popularidad de los relatos de Bond sólo podía significar una cosa:
la pronta aparición de imitaciones. La corte de Palmer también
estaba deseosa de complacerle, y de ahí nació la escuela de una
narrativa ligeramente «chiflada» de «Fantastic Adventures». David
Wright O'Brien fue quizás el primero en tener éxito con The Strange
Voyage of Héctor Squinch (El extraño viaje de Héctor Squinch) en el
número de agosto de 1940, Él mismo introdujo entonces la moda en
«Amazing» con Skidmore's Strange Experiment (El extraño experimento
de Skidmore) (enero de 1941). O'Brien también había colaborado con
William P, McGivern, actualmente considerado como un valioso
escritor de cuentos espeluznantes, y éste se salió de su camino
para imitar a Bond. Así en 1941 encontramos su firma en relatos
como The Masterful Mind of Mortimer Meek (La mente dominadora de
Mortimer Meek), The Quandary of Quantus Quaggle (La perplejidad de
Quantus Quaggle), Sidney, the Scrzwloose Robot (Sidney, el robot
del tornillo flojo) y Rewbarb's Remarkable Radio (la notable radio
de Ruibarbo), así como una serie de relatos que se inició con Tink
Takes a Hand (Tink acepta que le den una mano), Por ese entonces
Robert Bloch, renombrado por su irreprimible sentido del humor, que
también había colaborado en «Unknown», empezó su propia serie de
relatos sobre el despistado Lefty Feep con Time Wounds All Heels
(El tiempo cura todas las heridas) («Fantastic Adventures», abril
de 1942). Los cuentos sobre Feep de Bloch tipifican este estilo
narrativo, y demuestran con toda evidencia haber recibido la
influencia de Bond, si bien se destaca el toque inteligente y
original de Bloch. Éste adoptó de nuevo el seudónimo de Tarleton
Fiske para confundir a los lectores al escribir ciencia-ficción
seria y de recia factura, como Casi humano, simultáneamente con
relatos estúpidos como The Mystzry of the Creeping Underwear (El
misterio de la ropa interior rastrera). A partir de entonces con
frecuencia aparecían imitaciones de los relatos de Feep, como las
andanzas de Freddie Funk, de Leroy Yerxa, y en el curso de los
primeros años de la década de 1940, «Fantastic Adventures»
proporcionó una considerable cantidad de material ligero, sobre
todo en el período de la guerra. Sus textos tal vez no eran tan
sofisticados como los de «Unknown», pero con todo resultaban
agradables. «Fantastic» también publicó relatos fantásticos serios,
los mejores exponentes de los cuales fueron O'Brien y Yerxa. El
hecho de que estos dos autores resultaran muertos en 1946
constituyó un duro golpe para el género. Los efectos de la guerra
en el campo de la ciencia-ficción fueron múltiples. Estimuló el
cultivo de temas para los cuales Palmer parecía particularmente
receptivo. Así sus revistas contienen narraciones con títulos como
Nazi, Are You Resting Well? (Nazi, ¿reposas en paz?) de Leroy Yerxa
(«Fantastic Adventures», julio de 1943), Hitler's Right Eye (El ojo
derecho de Hitler) de Lee Francis («Fantastic Adventures», junio de
1944), The Ghost That Haunted Hitler (El espectro que atormentaba a
Hitler) de William P. McGivern («Fantastic Adventures», diciembre
de 1942) y They Forgot to Remember Pearl Harbour (Olvidaron
recordar Pearl Harbour) por P. F. Costello («Amazing», junio de
1942). Algunos eruditos consideran que las revistas «pulp»
constituyen una valiosa fuente de comentarios sociales, y los que
comparten la idea seguramente encontrarían el número de «Amazing»
de septiembre de 1943 sumamente interesante. Casi todas las
publicaciones periódicas «pulp» de ese mes aparecieron con
cubiertas ilustradas en torno al concepto «las mujeres en tareas
bélicas», subrayado con el emblema de una antorcha levantada con la
leyenda «Women War Workers» (Obreras de guerra). La cubierta de
Robert Gibson Jones mostraba una rubia en mono y casco observando a
un saboteador en una fábrica de aviones que ilustraba el relato War
Worker 17 (Obrera de guerra 17) de Frank Patton (que era Palmer
mismo). Para levantar la moral de las tropas, Palmer también
preparó un notable número de «Amazing» a base de narraciones
escritas enteramente por autores en las fuerzas armadas, incluyendo
cartas de soldados. Este número especial apareció en septiembre de
1944. De hecho, Palmer se tomó ciertas libertades, atribuyendo
grados a algunos seudónimos, y hasta incluyó su propio alias en el
grupo. Sin embargo, ofrece una idea del amplio número de
colaboradores, y con el fin de documentar este hecho, reproducimos
el índice: Star Base X (Base astral X) Soldado Robert Moore
Williams The Thinking Cap (La gorra pensante) Sargento William P.
McGivern Prívate Prime Speaking (Habla el soldado Cabo David Wright
O'Brien Prune) Professor Thorndyke's Mistake (El error Sargento P.
F. Costello del profesor Thorndyke) Dolls of Death (Muñecas de
muerte) Soldado E. K. Jarvis Weapon for a Wac (Un arma para un
Sargento Morris J. Steele auxiliar del ejército) Double Cross on
Mars (La doble cruz de Sargento Gerald Vanee Marte) Warburton's
Invention (El invento de Soldado Russell Storm Warburton) Overlord
of Venus (Soberano de Venus) Teniente W. Lawrence Hamling Matches
and Kings (Pares y reyes) Cabo John York Cabot See You Again (Te
veré de nuevo) Cabo Duncan Farnsworth El lector quizá piense que se
trata de una lista considerablemente larga, sobre todo en una época
en que la escasez de papel obligaba a reducir las páginas de los
números. Pero como era característico de Palmer, él nunca se
adaptaba a las normas. Cuando todo el mundo reducía el número de
páginas, Palmer las aumentaba. En general, ambos títulos constaban
de 148 páginas del formato «pulp», A partir de abril de 1942,
«Fantastic» aumentó a 244 páginas, y «Amazing» hizo otro tanto en
agosto. Ello se mantuvo hasta el mes de mayo de 1943 en que las
redujeron a 212, y posteriormente a 180. Aparentemente eso pudo
lograrse merced al sacrificio de ciertos títulos de Ziff-Davis en
favor de los de Palmer. Un hecho tan curioso en el mundo de la
ciencia-ficción no hace más que subrayar la fe que William Ziff
tenía depositada en Palmer como generador de dividendos. La
habilidad de Palmer en buscar los medios de causar sensación jamás
parece haber decaído. Ello era lo que tornaba sus publicaciones tan
interesantes, y a pesar de todo lo que sucedía en los títulos de
Campbell, las revistas de Palmer figuraban invariablemente en el
primer lugar en las listas de circulación. Por ejemplo, para el
número especial de aniversario de «Thrilling Wonder» (junio de
1939), Weisinger había adquirido material a los dos hijos del
creador de Tarzán, Edgar Rice Burroughs: John Coleman y Hulbert. El
número de enero de 1941 de «Amazing» contenía una novela original,
John Cárter and the Giant of Mars (John Cárter y el gigante de
Marte), de Edgar Rice Burroughs. El número de marzo presentó The
City of Mummies (La ciudad de las momias) y, luego, «Fantastic»
apareció con Slaves of the Fish Men (Esclavos de los hombres
peces). En conjunto, las dos revistas publicaron trece narraciones
de Edgar Rice Burroughs hasta el número de febrero de 1943 de
«Amazing», incluyendo Skeleton Men of Júpiter (Los hombres
esqueletos de Júpiter). Una decimocuarta narración escrita en esa
época, Savage Pallucidar (Transparencia salvaje), aparentemente se
perdió y se publicó por fin en el número de noviembre de 1963 de
«Amazing». Existen ciertas dudas de que realmente Palmer
consiguiera esas obras de Burroughs padre, y los aficionados que
conocían el gusto de Palmer por las jugarretas sospechaban que
muchos de esos relatos salieron de las plumas de los dos hijos de
Burroughs. Por todo lo que sabemos, sin embargo, las acusaciones
nunca se pudieron sustanciar con pruebas fehacientes. Aparte de los
textos narrativos, las revistas de Palmer ofrecían interesante
material que merece, por lo menos, una breve mención. Por ejemplo,
a partir del número de julio de 1939, «Fantastic Adventures»
contenía una sección ilustrada, Romance of the Elements (Relato de
los elementos), proporcionando datos históricos y científicos sobre
cada elemento, desde el actinio hasta el tungsteno. Scientific
Mysteries era el título de una breve sección informativa de
«Amazing», iniciada por Joseph J, Millard en el número de octubre
de 1940 con The Fate of the Mammoth (La suerte del mamut). A partir
de junio de 1942, sin embargo, la serie estuvo completamente a
cargo de L. Taylor Hansen. En el despertar de las actividades de
Palmer como director, la metódica tarea directiva de Campbell
parece casi insípida. La relación Campbell-Palmer recuerda la
fábula de Esopo sobre la carrera de la liebre y la tortuga y cómo,
al fin, la ganó la tortuga. Palmer saltaba febrilmente de una
novedad a otra, sólo para terminar gastando sus energías y perderse
por oscuros derroteros. Campbell, con su determinación y obstinada
constancia, demostró ser el vencedor. Como ya mencionamos al
referirnos a «Unknown», «Astounding» también probó de adoptar el
formato mayor en 1942, pero retornó al tamaño «pulp» en 1943. Con
160 páginas superaba por aquel entonces tanto a «Amazing» como a
«Fantastic», así como por el hecho de publicar regularmente doce
números por año. Y entonces sucedió algo sin precedentes. Con el
número de noviembre de 1943, «Astounding» adoptó el formato
«digest», y los amantes de la publicación, que hasta el momento se
habían mostrado escépticos ante la posibilidad de que desembocara
en un desastre, se sintieron satisfechos al ver que no se habían
engañado. El número de revistas del tamaño de bolsillo que aparecía
en los quioscos iba en aumento, la mayoría de las cuales se
consideraba que poseían un muy alto nivel. Se esperaba que
«Astounding» también conquistaría a un nuevo público si adoptaba el
formato «digest». El término «digest» se aplicaba a estas revistas
desde la aparición del «Reader's Digest» en 1922, Su significado
original implicaba que la revista reproducía relatos y artículos de
otras publicaciones periódicas en forma abreviada y más digerible.
Otras publicaciones, como «Science Digest» y «Writer's Digest»,
siguieron el ejemplo, pero había pocas revistas dedicadas
íntegramente a la narrativa en ese formato. La revista «pulp»
siguió siendo la norma durante la década de 1930 y aparte de la de
1940. Sólo unas pocas publicaciones semiprofesionales habían
adoptado ese formato, como «Marvel Tales», de Crawford, de manera
que «Astounding» fue la primera revista profesional que hizo el
cambio. Cuando la mala suerte se cebó en la industria de los
«pulps» a principios de la década de 1950 y era cuestión de
recurrir al formato «digest» o morir, Campbell hubiese podido con
todo derecho arrellanarse en su asiento y frotarse las manos de
satisfacción por su perspicacia, pero él no era persona dispuesta a
actuar de tal modo. Las revistas no sufrieron cambios fundamentales
por el hecho de adoptar el tamaño de bolsillo. Conservaron todas
sus secciones y características, además de incluir el artículo
habitual, el resumen de libros y tantos relatos como fuera posible.
Durante su época del tamaño grande, «Astounding» incluso había
incorporado un subdirector en la persona de Catherine Tarrant, pero
ésta desapareció después del primer número en formato «digest»,
para reaparecer en marzo de 1949. De hecho, ella continuó en
«Astounding» hasta el mes de febrero de 1972. Los lectores que se
habían acostumbrado a seguir la columna habitual de crítica de
libros a cargo del difunto P. Schuyler Miller, que formaba parte de
la columna vertebral de «Astounding», la echaron de menos al dejar
de publicarse en la década de 1940, No reapareció hasta 1951. Con
anterioridad la revista incluía de cuando en cuando resúmenes de
libros a cargo de críticos, entre ellos Campbell mismo, Anthony
Boucher, L. Sprague de Camp, Robert Heinlein, Willy Ley y Milton
Rothman. «Astounding» aún seguía publicando la mejor narrativa. Con
la entrada de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, Campbell
se encontró en apuros. Sus colaboradores regulares fueron
movilizados -Asimov, Heinlein, Sturgeon e inclusive Williamson-
justo en el preciso momento en que su producción alcanzaba el más
alto grado de calidad. Heinlein, por supuesto, era quizás el nombre
más importante antes de la guerra, con narraciones como This Goes
On… (Si esto continúa…) y Methusáleh's Chitaren (Los hijos de
Matusalén). Van Vogt ocupaba un segundo puesto muy cercano como
consecuencia de su eficaz novela Slan. Pero al quedar estos autores
temporalmente fuera del campo, Campbell tuvo que buscar escritores
capaces. Los que habitualmente colaboraban en las revistas «pulp»
en rigor boicoteaban a «Astounding», pero Campbell sabía dónde
buscar. Henry Kuttner había escrito varios relatos brillantes para
«Unknown», pero como autor de ciencia-ficción aún se le consideraba
«sucio». Por lo tanto, Campbell camufló a Kuttner y a su esposa
Catherine bajo el seudónimo de Lewis Padgett, y quedó abierto otro
capítulo de la historia de la ciencia-ficción. Los Kuttner
enfocaron el género en el estilo de «Unknown» e iniciaron una serie
de relatos humorísticos, al comienzo sobre robots Deadlock
(Detención), The Twonky (Los Twonky) y Piggy Bank (La alcancía)] y
luego se inclinaron hacia otros temas. A medida que se afianzaba su
estilo, el humor se tornaba más torvo, los relatos, más eficaces, y
en febrero de 1943 apareció Mimsy Were the Borogoves (Remilgados
eran los Borogove), un cuento excepcionalmente sorprendente acerca
de unos juguetes del futuro en manos de niños del presente. Además
de los relatos bajo el nombre de Padgett, los Kuttner también
escribían para «Astounding» bajo el de Lawrence O'Donnell dentro de
un estilo más clásico como en Clash by Night (Choque en la noche) y
su continuación Fury (Furia), relatos sumamente vigorosos de
aventuras venusianas. Cuando por fin se descubrió que tanto
O'Donnell como Padgett eran los Kuttner, los aficionados le
perdonaron a Henry todas sus pasadas imprudencias (como si ello
fuese necesario), y en lo futuro se le tributaron los elogios que
merecía. Puesto que «Astounding» era la publicación que más altas
tarifas pagaba en el campo de la ciencia-ficción, Campbell nunca
tuvo problemas en reclutar nuevos autores, pero con el fin de
ayudar a sus colaboradores estables y extraer lo mejor de ellos,
con frecuencia les sugería ideas. Probablemente el exponente más
famoso de ello lo constituya Nightfall (Anochecer), de Isaac
Asimov, inspirado por Campbell sobre la base de unos versos de un
poema de Ralph Waldo Emerson. La historia de un planeta donde casi
eternamente es de día y los catastróficos resultados que acarrea la
llegada del anochecer, apareció en el número de septiembre de 1941,
y en la actualidad, más de treinta años después, aún se considera
como uno de los mejores relatos de Asimov y casi siempre encabeza
las listas de las grandes narraciones de ciencia-ficción de todos
los tiempos. Otro método utilizado para lograr colaboraciones
consistía en encargar a un dibujante que creara una escena con
impacto para ilustrar una cubierta y luego se le enviaba a un autor
para que escribiese un relato en torno a ella. Este método no tenía
nada nuevo. Mort Weisinger había utilizado el sistema
infaliblemente para «Thrilling Wonder», y había producido aciertos
como el de Henry Kuttner con Beauty and the Beast (La belleza y la
bestia) (abril de 1940). Weisinger, sin embargo, se contentaba con
dejar que el autor se devanara los sesos, mientras que Campbell
siempre brindaba su eficaz ayuda. Sus continuos esfuerzos por
lograr originalidad, aunque al principio le reportaron cierta
impopularidad, en última instancia cosechó satisfactorias
recompensas. Durante la guerra, Campbell tuvo la suerte de que una
que otra narración de Asimov, Heinlein, Russell y De Camp lograra
llegar a sus manos, pero en este período también descubrió otros
nombres nuevos. El número de octubre de 1942 dio a luz a George O.
Smith, un ingeniero de radio de treinta y un años, que volcó sus
conocimientos en una serie de relatos acerca de una estación
radio-relevadora, que inició con QRM- Interplanetary (QRM: Estación
interplanetaria). El nombre de Raymond F. Jones apareció por
primera vez en el número de septiembre de 1941 con Test of the Gods
(La prueba de los dioses), en la cual tres hombres que se estrellan
contra Venus se hacen pasar por dioses ante los nativos que les
rescatan. Todo marcha a las mil maravillas hasta que los nativos
esperan que pasen la prueba de los dioses. Y también produjo otras
gemas como Fifty Million Monkeys (Cincuenta millones de simios)
(octubre de 1943) y Pacer (Marcador de pasos) (mayo de 1943). En
1942, Campbell dio la bienvenida a Murray Leinster en su retorno a
la ciencia-ficción. Un auténtico decano del género, Leinster, se
había convertido en un fructífero escritor de relatos del Oeste y
otros géneros bajo su nombre verdadero, Will F. Jenkins. Debutando
en el número de octubre de 1942 de «Astounding», empezó a producir
una flamante corriente de ciencia-ficción, en un estilo nuevo y
original, totalmente distinto del de sus primeras obras, que
incluyó First Contact (Primer contacto), El poder y A Logic Named
Joe (Un dialéctico llamado Joe) (este último relato trata de un
robot que llega al extremo de ayudar a los seres humanos), todos
los cuales demostraron la capacidad de adaptación de Jenkins. Simak
también resultó providencial para Campbell. Su galardonada serie
City (Ciudad), que especula acerca del futuro progreso de la Tierra
después de haber partido los seres humanos y cuando sólo quedan
perros inteligentes y robots, comenzó en el número de mayo de 1944.
Y luego estaba Fritz Leiber, cuya Gather, Darkness! se publicó en
forma seriada en los números de mayo, junio y julio de 1943. Un
clásico relato sobre la cultura postatómica, con todos los atavíos
de la ciencia-ficción y todo el estilo de las narraciones
fantásticas, que demostró la capacidad de Leiber para combinar
ambos elementos. Durante el período de 1943 a 1947, «Astounding»
fue la única revista que publicaba, regularmente, seriales, lo cual
pone de relieve su estabilidad. «Amazing» presentó dos en 1943,
pero luego no aparecieron más hasta 1948, Los relatos en serie, que
en un momento llenaban la mayor parte de las revistas, fueron
reemplazados por novelas, tales como las que publicaba
habitualmente «Startling», aunque muchas de ellas, sobre todo las
de Kuttner, eran de fantaciencia. El núcleo de las series de
«Astounding» estaba constituido por ciencia-ficción y ofrecían una
gran riqueza de ideas y aventuras. Entre enero de 1943 y marzo de
1946 aparecieron once en total [además de Pattern for Conquest
(Reglas para la conquista), de George O. Smith, que empezó en el
número de marzo]. Ellas fueron: Opposites-React
(Opuestos-Reaccionan), de Will Stewart; The Weapon Makers (Los
fabricantes de armas), de A, E. van Vogt; Gather, Darkness!, de
Leiber; Judgement Night (La noche del juicio), de C. L. Moore; The
Winged Man (El hombre alado), de Edna Mayne Hull (esposa de Van
Vogt); Renaissance (Renacimiento), de Raymond F. Jones; Nomad
(Nómada), de George O. Smith (como Wesley Long); Destiny Times
Three (Destino tiempo tres), de Leiber; World of A (Mundo de A), de
Van Vogt; The Mule (La mula), de Asimov (parte de la serie
Foundation), y The Fairy Chessman (La pieza de ajedrez encantada),
de Padgett. Cualquier revista que hubiera publicado una sola de
estas series se habría podido sentir satisfecha, pero haberlas
acaparado todas constituía un honroso logro. A menudo se ha
referido el incidente que se produjo entre Campbell y las
autoridades durante la guerra. Se le había solicitado que tuviera
cuidado en la publicación de relatos sobre la guerra atómica por
razones de seguridad. A Campbell le pareció una tontería y llevó a
cabo la inclusión de Deadline, del desaparecido Cleve Cartmill, en
el número de marzo de 1944. Sin ser una narración excepcional
dentro del género de la ciencia-ficción, Deadline trataba de los
intentos de un agente para detener la detonación de bombas
atómicas. El Servicio de Inteligencia Militar cayó sobre Campbell y
Cartmill, acusándoles de haber violado medidas de seguridad.
Campbell demostró que todos los datos habían sido extraídos de las
bibliotecas públicas, y por fin el sobresalto pasó. A partir de
entonces, los lectores de «Astounding» se sintieron
justificadamente orgullosos de que un relato de ciencia-ficción
hubiese armado tanto revuelo, y el hecho, sin duda, elevó al género
un escalón más arriba en la escala de la respetabilidad. Llegamos a
marzo de 1946 y ¿qué encontramos? Ocho revistas de ciencia-ficción
de distintos grados de madurez y calidad. Una respetable
«Astounding», con su corte de autores estimulantes. Una «Amazing»
con las locuras de Shaver junto a su más pacífica compañera,
«Fantastic Adventures». Una ambiciosa «Thrilling Wonder» con una
más juvenil «Startling», ambas bregando hacia la madurez, pero
atrailladas momentáneamente por el estigma de sus cubiertas, obra
de Earle K. Bergey, que habían alentado la descripción de
«monstruos con ojos de insecto», «Famous Fantastic Mysteries»,
hogar del romanticismo científico, y «Planet Stories», el refugio
de los viajes espaciales. Y la envejecida, y algo abatida, «Weird
Tales». Ocho supervivientes, cuatro de los cuales ya coleaban antes
del boom, y cuatro que tomaron ímpetu a causa del mismo. Si hubiera
continuado la guerra, habrían desaparecido muchos más títulos. Con
gran alivio, empero, aquélla había terminado. La industria
editorial podía respirar de nuevo, y como se suavizaron las
restricciones al uso del papel, habría de constatarse que el
período posterior a 1943 fue sólo una laguna pasajera en el boom de
la ciencia-ficción. Hacia 1947 la bola de nieve empezó a rodar de
nuevo hacia un Everest, alcanzado en 1953-1954, en comparación con
el cual, el de 1939 fue sólo un pequeño picacho. En 1945 la revista
de ciencia-ficción contaba con sus propias pautas y tendencias bien
establecidas. Había dejado de ser el abastecedor gernsbackiano de
«nociones científicas impartidas por medio de la narrativa». Era,
en cambio, esencialmente una publicación que proveía aventuras
científicas, que comprendía desde las proezas de carácter juvenil
de «Planet Stories» y «Amazing» hasta los pronósticos políticos y
científicos de «Astounding», Sin embargo, a los ojos del público en
general, la norma de respetabilidad que Campbell agitaba proyectaba
una tenue sombra, sin duda, en comparación con el aura de juventud
que sugerían las brillantes cubiertas y atractivos títulos de las
otras publicaciones. Evidentemente, aparte de «Astounding», los
textos de «Thrilling Wonder» y hasta cierto punto incluso los de
«Planet Stories», eran cada vez más notables. Principalmente ello
se debía a la expansión del equipo especial de autores de Campbell
a otros mercados, pero no se puede olvidar que el cataclísmico
final de la segunda guerra mundial había revelado los horrores que
la ciencia podía acarrear. El público se dio cuenta de pronto que
podía haber algo en la ciencia-ficción, y los autores se aprestaron
a responder. Las revistas del período inmediato posterior a la
guerra se verían inundadas de aleccionadores relatos
«postatómicos», que diferían grandemente de las románticas
aventuras de preguerra. En una visión retrospectiva, parecería que
Campbell cargó el cañón de la seriedad, pero la segunda guerra
mundial lo disparó. Si algo logró el boom de 1939 fue separar a las
personas adultas de los adolescentes, y obligó a las revistas a
adquirir un carácter individual. Las publicaciones de Frederick
Phol eran de superior calidad que, por ejemplo, «Amazing», pero
Palmer se encontraba a kilómetros de distancia en cuanto a la
utilización de procedimientos engañosos y de sensacionalismo. En
1945, merced a los esfuerzos de John Campbell y su equipo, tanto la
ciencia-ficción como los relatos fantásticos habían madurado. Aún
seguían creciendo, y todavía buscaban nuevos rumbos, Si un boom
había conseguido tanto para la ciencia-ficción, ¿cuáles serían los
logros del próximo? Baste recordar que durante esos años los
hombres que luchaban en defensa de su país y de sus vidas podían
esperar con ansia los pocos días de permiso para refugiarse en su
mundo privado de ciencia-ficción.
8. Expansión internacional
En la carrera de la ciencia-ficción,
Estados Unidos va a la cabeza, con Gran Bretaña en un lejano
segundo lugar, por lo cual resulta difícil determinar qué puesto
ocupaban los demás países, pero estamos decididos a no dejarles de
lado y ocuparnos de ellos aunque sea brevemente. Resulta extraño
imaginar que el vecino más cercano de Estados Unidos, Canadá,
hubiera dictado una prohibición a la importación de revistas
«pulp», y como consecuencia apareció en ese país una confusa mezcla
de reimpresiones. Todas imitaban el estilo de las publicaciones
norteamericanas, con los mismos nombres, y sólo unas pocas como
«Eerie Tales» y «Uncanny Tales» contenían textos originales, la
mayoría donados graciosamente por autores norteamericanos. El
resultado de todo esto es que los coleccionistas deben tener mucho
cuidado cuando van a la caza de revistas norteamericanas para que
no confundan una reimpresión canadiense por la revista original.
Una notable excepción la constituye la canadiense «Science
Fiction», de la que sólo aparecieron seis números entre octubre de
1941 y junio de 1942. La revista era un producto de presentación
más bien atractiva y de gran tamaño, con 64 páginas, al precio de
veinticinco centavos canadienses. Las ilustraciones de las
cubiertas eran obra de artistas de esa nacionalidad, pero el
anuncio del director (William Brown-Forbes) de que la revista
contenía solamente autores y dibujantes canadienses era falso, pues
reproducía textos de «Science Fiction» y «Future Fiction», de
Columbia, y también algunas de las ilustraciones. Sin embargo,
ciertos dibujos originales eran sustituidos por otros,
presumiblemente de artistas canadienses. Las cubiertas con
frecuencia ilustraban un relato que no había merecido ese honor en
la publicación original estadounidense, como es el caso de Science
from Syracuse (Ciencia de Syracuse), de Polton Cross. Lo más
importante para los amantes del género de otros países, que no
comprendían el inglés, residió en la aparición de tres revistas en
otros idiomas, en Argentina, Suecia y Francia, «Narraciones
Terroríficas» en Argentina, virtualmente integrada por
reimpresiones, nació en 1939 y perduró hasta 1950, Pretendió
conservar un ritmo de publicación mensual y logró su propósito de
una manera notable durante la mayor parte de su existencia,
teniendo en cuenta las circunstancias. Pero la más sorprendente de
todas fue la publicación semanal de Suecia: «Jules Verne
Magasinet», con el primer número fechado el 16 de octubre de 1940.
Esta revista estaba compuesta totalmente de reimpresiones, pero
ello no fue inconveniente para que los suecos le brindaran su apoyo
durante 331 números, hasta 1947. Los relatos provenían,
principalmente, de las publicaciones de Fictioneers, Standard y
Ziff-Davis, siendo John Russell Fearn y Edmond Hamilton (sobre todo
Captain Future) los autores que aparecían con más frecuencia, junto
con Robert Bloch, Malcolm Jameson, Jack Williamson, William
McGivern y Robert Moore Williams. Las cubiertas eran a todo color
y, por lo general, copias pasables de las originales de Ziff-Davis
por Fuqua y Krupa, cuyos nombres figuraban en la lista de
reconocimientos de su interior, De cuando en cuando las cubiertas
reproducían ilustraciones originales del artista sueco Eugen
Semitjov, en particular para los relatos de Thornton Ayre. La
revista tenía 64 páginas y, originalmente, formato «digest», pero
luego se amplió al de los «pulps». Si bien era una revista muy
atractiva, el ocasional agregado de ilustraciones en su interior de
muy pobre factura echaba a perder la calidad del conjunto, por el
marcado contraste con los dibujos norteamericanos. Otra extraña
yuxtaposición la constituía la inclusión de artículos sobre boxeo y
atletismo, además de un conjunto de historietas norteamericanas
tales como Superman, que ocupaba la parte interior de las cubiertas
a todo color, Batman y Jungle Jim, de Alex Raymond, en la
contracubierta. Sin duda esta noticia provocará un clamor de voces
pidiendo ejemplares entre los amantes y comerciantes de las
historietas, pero lo más probable es que no sean afortunados en
conseguirlos, puesto que los existentes son muy escasos. Se tiene
noticia de que sólo existen tres colecciones completas en Suecia, y
debemos agradecer al cabal coleccionista de la obra de Fearn, Phil
Harbottle, el habernos proporcionado la mayor parte de los detalles
de su contenido. Con el curso del tiempo, fue incorporando cada vez
más relatos del Oeste y detectivescos (también en este caso de
origen norteamericano), y se le cambió el título por el de «Veckans
Aventyr» (Aventuras de la semana) en julio de 1941. Quizá la proeza
más ambiciosa y sorprendente la constituyó la aparición de
«Conquestes», en Francia. Bajo la dirección de George H. Gallet, el
primer número de esta publicación periódica pretendidamente semanal
llevaba fecha del 24 de agosto de 1939. Gallet acababa de realizar
una visita a Inglaterra, donde había conocido a varios aficionados
y autores, y a Walter Gillings, el director de «Tales of Wonder».
Se llegó a un acuerdo mediante el cual Gillings debía actuar como
agente para los derechos de traducción del material que había
aparecido en «Tales of Wonder», así como de otras obras por los
mismos autores, Aparecieron dos números antes de que la política de
Hitler pusiera punto final a su aparición. Se serializó Green Men
of Graypec (Los hombres verdes de Graypec), de Festus Pragnell, y
otro material estaba programado para seguir la misma suerte. John
Russell Fearn llegó al extremo de establecer que todas sus
narraciones nuevas fuesen traducidas simultáneamente al francés, y
es probable que con el agregado de material original francés la
revista de Gailet habría acarreado un saludable desarrollo de la
ciencia-ficción en Francia. Gallet logró lanzar el género en su
país después de la guerra con la serie de novelas Le Rayón
Fantastique. Otros países iniciaron sus propias publicaciones de
ciencia-ficción, y la chispa de la originalidad comenzó a brillar.
Debemos recordar que pocos aficionados extranjeros tenían la
posibilidad de obtener revistas en lengua inglesa, y debían contar
con las traducciones para poder saborear su porción de la tarta.
Resulta curioso que en Francia, la patria de Verne y de los
hermanos Boéx, la ciencia-ficción no alcanzara un gran auge.
Llegaría el día en que… pero eso es otra historia. Mike Ashley
junio de 1975
La ciencia-ficción, al igual que las
demás formas literarias, tiene su margen de tragedia, y quizá la
más ilustrativa sea la de Stanley G. Weinbaum, cuya carrera fue
cortada de raíz, después de su meteórico ascenso a la fama, un
sábado 14 de diciembre de 1935, como consecuencia de un cáncer en
la garganta. Weinbaum tenía treinta y tres años. El año de Weinbaum
fue el de 1935. La primera obra que vendió, Una odisea marciana, la
adquirió Charles Hornig y apareció en el número de julio de 1934 de
«Wonder Stories». Inmediatamente se convirtió en uno de los relatos
de ciencia ficción más comentados de aquella década. Weinbaum había
creado seres extraterrestres absolutamente extraños y, sin embargo,
les dio un tratamiento humano. Su planeta Marte estaba habitado por
una fauna de características tan indefinibles, que su existencia
escapaba completamente a la comprensión humana, y no obstante ello,
uno les comprendía. Tal era la habilidad de Weinbaum. La segunda
parte, Valley of dreams (El valle de los sueños), apareció en el
número de noviembre de «Wonder Stories», y luego «Astounding» trató
de acaparar su producción. En 1935 aparecieron diez relatos, siete
de ellos en «Astounding», y cada uno poseedor de un esplendor
extraordinario. El primero, Flight on Titan (Vuelo sobre Titán),
presentaba una aventura en la línea de su odisea, y aparentemente
Hornig la rechazó porque no contenía una «idea original». Pero a
partir de entonces narraciones como Los lotófagos, El planeta de la
duda y El hada roja demostraron fehacientemente la notable
habilidad de Weinbaum para inventar argumentos y personajes. Cuando
la muerte cortó ese flujo de ingenio, Weinbaum, inmediatamente,
pasó al ámbito de la leyenda. Los directores de revistas hicieron
lo imposible por adquirir cualquier relato inédito que pudiera
existir, de los que aparentemente había una sorprendente cantidad.
Como sea que Mortimer Weisinger había estado asociado con Julius
Schwartz en calidad de agente de Weinbaum, se encontraba en una
posición ideal, y al hacerse cargo de la dirección de la nueva
«Thrilling Wonder Stories», aprovechó esa ocasión y consiguió El
círculo de cero, que Weinbaum había escrito en los comienzos de su
carrera. Más de cuarenta años han pasado desde el momento de su
muerte, y su narrativa no ha cesado de reeditarse, manteniéndose
lozana y deleitable para cada nueva generación. En abril de 1936,
la sección «Brass Tacks» de «Astounding» publicó una carta abierta
a Weinbaum firmada por «Doc» E. E. Smith antes de enterarse de su
fallecimiento. En una parte, decía: «…quiero darle las gracias por
ese "algo indefinible" que usted ha introducido en la ciencia
ficción: un algo que nunca tuvo y que le era absolutamente
imprescindible». El lector encontrará ese algo en el relato que se
dispone a leer. 1 – Experimento por captar la eternidad Si
existiera una montaña de mil kilómetros de altura y cada mil años
un pájaro volase por encima de ella, rozando tan sólo la cima con
la punta de una de sus alas, en el curso de inconcebibles evos la
montaña sería borrada de la faz de la tierra. Sin embargo, todos
esos siglos no representarían ni un segundo en la eternidad.
Desconozco qué mente filosófica escribió lo que antecede, pero esas
palabras no han dejado de atormentarme desde la última vez que vi
al anciano Aurore de Neant, en aquel entonces profesor de
psicología en Tulane. Cuando, allá por el año 1924, me apunté al
curso de Psicología Morbosa que él dictaba, creo que la única razón
que me impulsó a hacerlo era que necesitaba ocupar el tiempo que
tenía libre a partir de las once de la mañana los martes y jueves
para redondear un programa de ocio. Yo era el alegre Jack Anders,
de veintidós años, y el motivo me parecía suficiente. Al menos,
estoy seguro de que la morena y bella Yvonne de Neant no tuvo nada
que ver con ello. Ella no era más que una esbelta criatura de
dieciséis abriles. El viejo De Neant me tenía simpatía, sólo Dios
sabe por qué, puesto que yo era un estudiante más bien mediocre.
Tal vez se debía a que, de acuerdo con su conocimiento, yo nunca me
burlaba de su nombre. Aurore de Neant puede traducirse como Aurora
de la Nada, ¿comprenden?; pueden imaginarse, pues, lo que los
estudiantes hacían con semejante nombre. «Cero Naciente»… «Mañana
Vacía»…, eran dos de los sobrenombres más inofensivos. Eso era en
1924. Cinco años más tarde, yo era corredor de bolsa en Nueva York,
y al profesor Aurore de Neant le habían despedido. Me enteré de
ello cuando él me llamó por teléfono. No había vuelto a verle nunca
más después de salir de la Universidad. El profesor era una persona
muy ahorrativa. Había logrado reunir una considerable suma, y se
trasladó a Nueva York, y así fue cómo yo empecé a ver a Yvonne de
nuevo, que ahora era una belleza morena parecida a un figurín de
Tanagra. A mí me iban bien las cosas y lograba ahorrar una cierta
cantidad para el día en que Yvonne y yo… Al menos ésa era la
situación en agosto de 1929. En octubre del mismo año, yo estaba
más limpio que un hueso roído, y al anciano De Neant no le quedaba
más carne que a mí. Yo era joven y podía darme el lujo de reír…
pero él era viejo y se convirtió en un amargado. En realidad,
Yvonne y yo teníamos pocos motivos de risa cuando pensábamos en
nuestro propio futuro… pero no cavilábamos como el profesor.
Recuerdo la tarde que trajo a colación el tema del Círculo de Cero.
Era un atardecer lluvioso de otoño y soplaba un fuerte viento; la
barba del profesor temblaba ligeramente a la tenue luz de la
lámpara como un copo de niebla gris. Yvonne y yo solíamos quedarnos
en casa últimamente. Ir a un espectáculo costaba dinero y además a
mí me parecía que a ella le gustaba que charlara con su padre,
quien -al fin y al cabo- se acostaba temprano. Ella estaba sentada
en la cama turca a su lado, cuando el profesor, de pronto,
apuntándome con un índice nudoso, me espetó: -¡La felicidad depende
del dinero! Yo me quedé perplejo. – Bueno, el dinero ayuda
-concedí. Sus ojos azul claro relampaguearon. – ¡Debemos recobrar
el nuestro! – exclamó con voz ronca. – ¿Cómo? – Yo sé cómo. Sí, yo
sé cómo. – Esbozó una débil sonrisa-. Todos creen que estoy loco.
Tú crees que estoy loco. Hasta Yvonne lo cree. La joven le dijo en
voz baja, a modo de reproche: -¡Padre! – Pero no lo estoy -continuó
él-. Tú e Yvonne y todos esos imbéciles catedráticos de la
universidad… ¡sí que lo están! Pero yo no. – Con el tiempo saldré
adelante, a menos que las condiciones mejoren antes -murmuré.
Estaba acostumbrado a los arranques del viejo. – Mejorarán para
nosotros -repuso él con calma-. ¡Dinero! Nosotros seremos capaces
de hacer cualquier cosa por dinero, ¿no es cierto, Anders? –
Cualquier cosa honesta. – Sí, cualquier cosa honesta. El tiempo es
honesto, ¿no? Un honesto fraude, porque toma todo lo humano y lo
convierte en polvo. – Escrutó la expresión estupefacta de mi
rostro-. Explicaré cómo podemos engañar al tiempo -agregó. –
Engañar… -Sí. Escucha, Jack. ¿No te ha ocurrido nunca de llegar a
un lugar desconocido y experimentar la sensación de haber estado
allí antes? ¿No has emprendido un viaje y te ha parecido que alguna
otra vez, de alguna manera, ya habías hecho exactamente lo mismo…
aun sabiendo que no era así? – Pues claro. A todo el mundo le ha
ocurrido. Un recuerdo del presente, según lo denomina Bergson. –
¡Bergson es un imbécil! Filosofía sin ciencia. Escucha. – Se
inclinó hacia delante-. ¿Has oído hablar de la Ley de
Probabilidades? Yo me eché a reír. – Me ocupo de la compra-venta de
acciones y bonos. Debería conocerla. – ¡Ah! – exclamó él-. Pero no
lo suficiente. Supongamos que tengo un barril Con un millón de
trillones de granos de arena blanca y un solo grano de arena negra.
Tú te acercas y sacas un grano, uno por vez, lo examinas y vuelves
a tirarlo en el barril. ¿Qué probabilidades tienes de extraer el
grano negro? – Una contra un millón de trillones, cada vez. – ¿Y si
sacas la mitad del millón de trillones de granos? – Entonces las
probabilidades se igualan. – ¡Exacto! – exclamó-. En otras
palabras, si sigues probando el tiempo suficiente, aun cuando
vuelvas a poner el grano en el barril y sacas otro de nuevo, algún
día extraerás el negro… ¡si continúas probando el tiempo
suficiente! – Sí -repuse. El profesor esbozó una sonrisa. –
Supongamos ahora que el experimento lo hicieras con la eternidad. –
¿Cómo? – ¿No lo comprendes, Jack? En la eternidad la Ley de
Probabilidades funciona perfectamente. En la eternidad, más tarde o
más temprano, ha de suceder cualquIer posible combinación de cosas
y eventos. Deben suceder, si se trata de una combinación posible.
Afirmo, por lo tanto, que en la eternidad, ¡cualquier cosa que
pueda suceder, sucederá! En sus ojos azules brillaba una débil
llamita. Yo estaba un poco confundido. – Supongo que tiene usted
razón- musité. – ¿Razón? ¡Por supuesto que tengo razón! La
matemática es infalible. ¿Ahora te das cuenta de cuál es la
conclusión? – Bueno…, que más tarde o más temprano todo sucederá. –
¡Bah! Es verdad que existe la eternidad en el futuro; no podemos
imaginarnos el fin del tiempo. Pero Flammarion, antes de morir,
señaló que también existe una eternidad en el pasado. Puesto que en
la eternidad todo lo posible debe suceder, ¡cabe deducir que todo
debe.ya haber sucedido! – ¡Espere un momento! – tartamudeé-. No
comprendo… -¡La estupidez! – siseó-. Es como decir con Einstein que
no sólo el espacio es curvo, sino que el tiempo también lo es. ¡Es
como decir que, después de infinitos eones de milenios, las mismas
cosas se repiten indefectiblemente! Así lo establece la Ley de
Probabilidades, si se cuenta con el tiempo suficiente. El pasado y
el futuro son la misma cosa, porque todo lo que sucederá ya debe
haber sucedido. ¿Puedes seguir un razonamiento lógico tan simple
como éste?. – Bueno…, sí. Pero ¿a dónde nos lleva esto? – ¡A
nuestro dinero! ¡A nuestro dinero! – ¿Qué? – Escucha. No me
interrumpas. En el pasado deben haber ocurrido todas las posibles
combinaciones de átomos y circunstancias. – Hizo una pausa y luego
volvió a apuntarme con su dedo huesudo-. Jack Anders, ¡tú eres una
posible combinación de átomos y circunstancias! ¡Posible porque en
este momento existes! – ¿Quiere usted decir… que yo he existido
antes? – ¡Qué inteligente eres! Sí, has existido antes y volverás a
existir otra vez. – ¡Trasmigración! – Tragué saliva-. Eso no tiene
base científica. – ¿De veras? – Frunció el entrecejo como haciendo
un esfuerzo para ordenar sus pensamientos-. El poeta Robert Burns
fue enterrado bajo un manzano. Cuando, muchos años después de su
muerte, desenterraron sus restos para que reposaran entre los
grandes hombres de la Abadía de Westminster, ¿sabes qué
encontraron? – Lo siento, pero no lo sé. – ¡Encontraron una raíz!
Una raíz con una protuberancia que correspondía a la cabeza,
ramificaciones radiculares por brazos y piernas y raicillas por
dedos de manos y pies. El manzano había devorado a Bobby Burns…
pero ¿quién se había comido las manzanas? – Quién… ¿qué? –
Exactamente. ¿Quién y qué? La substancia que había sido Burns
residía en los organismos de los ciudadanos y niños escoceses, en
los organismos de las orugas que habían devorado las hojas, se
habían convertido en mariposas y habían sido devoradas a su vez por
los pájaros, en la madera del árbol. ¿Dónde está Bobby Burns?
¡Trasmigración, en efecto! ¿No es eso trasmigración? – Sí…, pero
eso no tiene nada que ver conmigo. Su organismo puede seguir
viviendo, pero en mil formas distintas. – ¡Ah! y cuando un día,
dentro de eones y eternidades en el futuro, la Ley de
Probabilidades dé forma a otra nebulosa que se enfriará
convirtiéndose en otro sol y otra tierra, ¿no existe la misma
probabilidad de que esos átomos dispersos puedan reconstituir otro
Bobby Burns? – Pero ¡qué probabilidad! ¡Una entre trillones y
trillones! – ¡Pero en la eternidad, Jack! En la eternidad esa única
probabilidad entre todos esos trillones… ¡debe producirse! Quedé
aplastado. Miré el pálido y adorable rostro de Yvonne, y luego los
fulgurantes y fatigados ojos de Aurore de Neant. – Usted gana
-dije, con un largo suspiro-. Pero, ¿y qué? Estamos sólo en mil
novecientos veintinueve, y nuestro dinero aún está sumergido en un
mercado de valores muy debilitado. – ¡Dinero! – gruñó-. ¿No
comprendes? Ese recuerdo del que hablábamos al principio…, esa
sensación de haber hecho algo antes…, eso es un recuerdo de un
futuro infinitamente remoto. Si sólo…, ¡si sólo uno pudiese
recordar con claridad! Pero yo tengo la forma. – Su voz de pronto
se elevó hasta ahogarse en un chillido estridente-. ¡Sí, yo tengo
la forma! Fijó en mí su mirada extraviada. Yo le pregunté -¿La
forma de recordar nuestras encarnaciones pasadas? – Uno tenía que
seguirle la corriente al anciano profesor-. ¿De recordar… el
futuro? – ¡Sí! ¡Reencarnación! – Su voz se quebró al proferir la
frenética exclamación-. Re-in-carnatione, que en latín vendría a
ser «por lo que tiene el clavel»[1], pero no era una clavellina…,
era un manzano. La clavellina es dianthus caryophyllus, lo que
demuestra que los hotentotes plantaban clavellinas en las tumbas de
sus antepasados, de ahí la expresión «cortada la vida en flor». Si
los claveles crecieran en los manzanos… -¡Padre! – le interrumpió
Yvonne.secamente-. ¡Estás cansado! – Su. voz se suavizó-. Vamos. Es
hora de acostarse. – Sí -rió-. En un lecho de claveles. 2 –
Recuerdos de cosas pasadas Al cabo de varias horas, Aurore de Neant
volvió a referirse al mismo tema. Recordaba con toda claridad dónde
había interrumpido la conversación. – De modo que en ese pasado de
milenios y milenios -comenzó a decir súbitamente- existió un año
1929 y dos estúpidos llamados Anders y Neant, que invirtieron sus
ahorros en lo que sarcásticamente se denominan obligaciones. Se
produjo un pánico de locos, y su dinero se esfumó. – Me miró
maliciosamente de soslayo-. ¿No sería magnífico que pudiesen
recordar qué sucedió en, por ejemplo, los meses que van de
diciembre de 1929 a junio de 1930… del año próximo? – De pronto su
voz se volvió quejumbrosa-. ¡Entonces podrían recuperar su dinero!
– Si pudiesen recordar -dije con ánimo de complacerle. – ¡Pero es
que pueden! – exclamó con el rostro resplandeciente-. ¡Pero es que
pueden! – ¿Cómo? Su voz adoptó un tono confidencial. – ¡Hipnotismo!
Tú estudiaste Psicología Morbosa en el curso que yo dictaba, ¿no es
cierto, Jack? Sí…, lo recuerdo. – Pero, ¡hipnotismo! – protesté-.
Todos los psiquiatras lo utilizan en sus tratamientos y nadie ha
recordado una encarnación anterior ni nada por el estilo. – No.
Esos médicos y psiquiatras son unos imbéciles. Escucha… ¿recuerdas
las tres fases del estado hipnótico de acuerdo con lo que
aprendiste? – Sí. Sonambulismo, letargo y catalepsia. – Correcto.
En la primera, el sujeto habla, contesta a las preguntas. En la
segunda, duerme profundamente. En la tercera, en estado
cataléptico, está rígido, tenso, de modo que se le puede colocar
entre dos sillas, sentarse encima de él…, todas esas tonterías. –
Lo recuerdo. ¿Y qué? Sonrió ligeramente. – En la primera fase el
sujeto recuerda todo la que le sucedió durante la vida. Hay un
predominio del subconsciente y éste nunca olvida. ¿Correcto? – Así
nos lo enseñaron. Se inclinó hacia delante con el cuerpo en
tensión. – En la segunda fase, el letargo, ¡según mi teoría,
recuerda todo lo que sucedió en sus otras vidas! ¡Recuerda el
futuro! – ¡Hum! Entonces, ¿por qué nadie tiene noción de ello? – Lo
recuerda mientras está dormido. Al despertar lo olvida. Por eso.
Pero yo creo que con la debida preparación se puede aprender a
recordar. – ¿Y usted piensa intentarlo? – Yo no. Mis conocimientos
sobre finanzas son muy escasos. No sabría cómo interpretar mis
recuerdos. – ¿Quién, entonces? – ¡Tú! Y al decirlo hundió su largo
dedo en mi pecho. – ¿Yo? ¡Oh, no! ¡Ni lo sueñe! – Me sentía
realmente alarmado. – Jack -dijo de mal talante-, ¿no estudiaste
hipnotismo en mi curso? ¿No sabes que es un experimento inocuo? Tú
sabes que todo eso de que una mente puede dominar a otra son
patrañas. Tú sabes que, en realidad, es el mismo sujeto quien se
autohipnotiza, que nadie puede hipnotizar a una persona que no
quiera. Entonces, ¿de qué tienes miedo? – Yo… bueno… -No sabía qué
responder-. Yo no tengo miedo -dije con cierto enojo-. Sólo que no
me gusta la idea. – ¡Tú tienes miedo! – ¡No es cierto! – Sí lo es!
Su excitación iba en aumento. Fue en ese momento cuando en el
vestíbulo sonaron los pasos de Yvonne. Los ojos del profesor
fulguraban. Me miró con una siniestra expresión maliciosa. – Me
disgustan los cobardes -murmuró; y, elevando la voz, agregó-: ¡Y a
Yvonne también! Al entrar, la joven se dio cuenta de su excitación.
– ¡Oh! – exclamó, frunciendo el ceño-. ¿Por qué tienes que tomarte
esas teorías tan a pecho, padre? – ¿Teorías? – chilló él-. ¡Sí!
Tengo una teoría según la cual cuando caminas, permaneces inmóvil y
es la acera la que retrocede. No…, luego la acera se partiría si
dos personas se dirigieran.una hacia la otra…, o tal vez es
elástica. ¡Por supuesto que elástica! Por eso el último kilómetro
es el más largo. ¡Se ha extendido! Yvonne le acompañó a la cama.
Bien, logró convencerme. No sé hasta qué punto se debió a mi propia
credulidad y hasta qué punto a los solemnes ojos negros de Yvonne.
El caso es que después de la siguiente discusión casi creía lo que
el profesor me decía, pero pienso que el factor decisivo fue su
solapada amenaza de prohibirme ver a Yvonne. Ella le hubiera
obedecido aunque le costara la vida. Era de Nueva Orleans también,
¿comprenden?, y tenía sangre criolla. No describiré aquel molesto
curso de entrenamiento. Es preciso que uno desarrolle el hábito
hipnótico. Es como cualquier otro hábito, y debe adquirirse
lentamente. Contrariamente a lo que cree la gente, los deficientes
mentales y las personas de poca inteligencia no pueden lograrlo.
Requiere verdadera capacidad de concentración…, todo reside en la
habilidad para concentrar la atención… y no me refiero al
hipnotizador. Estoy hablando del sujeto. El hipnotizador nada tiene
que ver con ello. salvo proporcionar la sugestión necesaria,
murmurando: «Duerme…, duerme…, duerme…, duerme…». E incluso eso no
es necesario una vez se ha adquirido el hábito. Me pasaba media
hora o más casi todas las noches adquiriendo ese hábito. Resultaba
tedioso, y una docena de veces me sentí tan fastidiado que juré no
seguir más con aquella farsa. Pero siempre, después de darle el
gusto a De Neant durante aquella media hora, aparecía Yvonne, y el
fastidio desaparecía. Como una especie de recompensa, supongo, el
anciano acostumbraba dejarnos solos. Y nosotros aprovechábamos
nuestro tiempo. me atrevería a decir, mucho mejor que él el suyo.
Pero, poco a poco. comencé a aprender. Llegó el momento, al cabo de
tres semanas de aburrimiento, en que fui capaz de sumirme en un
ligero estado de sonambulismo. Recuerdo que la piedra ordinaria del
anillo del profesor De Neant iba aumentando de tamaño hasta llenar
el mundo y que su voz, mecánicamente monótona, susurraba en mis
oídos como las olas del mar. Recuerdo todo lo que acontecía durante
aquellos minutos, hasta su débil: «¿Estás dormido?» y mi automática
respuesta: «Sí». Hacia fines de noviembre habíamos logrado alcanzar
el segundo estado de letargo y entonces… no sé por qué, pero una
suerte de entusiasmo por aquella locura se apoderó de mí. Las
operaciones bursátiles se habían estabilizado. Yo estaba cansado de
tener que encararme con clientes a quienes les había vendido bonos
a la par, que ahora se cotizaban a la mitad de.su valor, o menos, y
tener que explicarles el porqué. Al cabo de un corto tiempo comencé
a presentarme en la casa del profesor a media tarde y nos
concentrábamos en aquella insana rutina que repetíamos una y otra
vez. Yvonne comprendía sólo en parte aquella descabellada idea.
Nunca estaba en la sala durante nuestra media hora de práctica y
sabía de una manera vaga que estábamos dedicados a efectuar alguna
especie de experimento. que tendría como resultado la recuperación
de nuestro dinero. No creo que tuviera mucha fe en él, pero siempre
se mostraba complaciente con su padre. Fue a comienzos de diciembre
cuando empecé a recordar cosas. Cosas borrosas e informes al
principio…, sensaciones que eludían completamente la rigidez de las
palabras. Yo trataba de expresarlas ante De Neant, pero era inútil.
– Una sensación circular -decía yo-. No…, no exactamente…, una
sensación de espiral…, no, tampoco eso. De redondez…, no puedo
recordarlo ahora. Se me escapa. El profesor exultaba. – ¡Ya llega!
– musitaba, la barba temblorosa y los ojos brillantes-. ¡Empiezas a
recordar! – Pero ¿de qué sirve un recuerdo como ése? – ¡Espera! Ya
llegará con más claridad. Por supuesto que no todos tus recuerdos
nos serán de utilidad. Serán de muy distinta índole. En todas las
múltiples y diversas eternidades del círculo pasado-futuro no
puedes haber sido siempre Jack Anders, corredor de bolsa. »Habrá
recuerdos fragmentarios, remembranzas de épocas en que tu
personalidad existía parcialmente, cuando la Ley de Probabilidades
constituyó un ser que no era del todo Jack Anders, en algún período
de los infinitos mundos que deben de haber existido y desaparecido
en el curso de la eternidad. »Pero de alguna manera, también, los
mismos átomos, las mismas condiciones, deben de haberte forjado a
ti. Tú eres el grano negro entre los trillones de granos blancos y,
con toda la eternidad para poder ir sacando granos, deben de
haberte extraído antes… muchas, muchas veces. – ¿Supone usted -le
pregunté de pronto- que alguien ha existido dos veces en la misma
Tierra? ¿La reencarnación en el sentido de los hindúes? El profesor
rió burlonamente. – La edad de la Tierra se calcula en cuatro mil
quinientos millones de años. ¿Qué proporción de la eternidad
significa eso? – Bueno…, ninguna proporción en absoluto. Cero. –
Exactamente. Y cero representa la probabilidad de que los mismos
átomos se combinen para formar la misma persona dos veces durante
el ciclo de un planeta. Pero yo he demostrado que trillones, o
trillones de trillones de años ha, debe haber existido otra Tierra,
otro Jack Anders, y… -Su voz alcanzó aquella nota aguda
característica-…otra bancarrota que arruinó a Jack Anders y al
viejo De Neant. Ése es el tiempo que debes recordar en estado de
letargo. – ¡Catalepsia! – exclamé-. ¿Qué se podría recordar en ese
estado? – Sólo Dios lo sabe. – ¡Qué locura! – dije súbitamente-.
¡Qué par de locos estúpidos somos! Los adjetivos estuvieron de más.
– ¿Estúpidos? ¿Locos? – Su voz se convirtió en un chillido-. El
viejo De Neant está loco. ¿eh? ¡El viejo Aurora de la Nada está
chiflado! Tú no crees que el tiempo transcurre en un círculo,
¿verdad? ¿Sabes qué representa un círculo? ¡Yo te lo diré! »¡Un
círculo es el símbolo matemático del cero! El tiempo es cero el
tiempo es un círculo. Tengo la teoría de que las manecillas de un
reloj son en realidad sus narices, porque están en la cara del
reloj, y puesto que el tiempo es un círculo. giran y giran y giran…
Yvonne se deslizó silenciosamente en la sala y acarició la arrugada
frente de su padre. Debió de haber estado escuchando. 3 –
¿Pesadilla o realidad? – Veamos -le dije más adelante a De Neant-.
si el pasado y el futuro son lo mismo. entonces el futuro es tan
inalterable como el pasado. Luego. ¿cómo podemos pensar cambiarlo
recuperando nuestro dinero? – ¿Cambiarlo? – dijo lanzando un
bufido-. ¿Cómo sabes que lo estamos cambiando? ¿Cómo sabes que Jack
Anders y De Neant no hicieron esto mismo en el otro lado de la
eternidad? ¡Yo afirmo que lo hicieron! Me rendí, y la horrible
situación siguió su curso. Mis recuerdos -si recuerdos eran-
resultaban más claros ahora. Una y otra vez veía cosas de mi
inmediato pasado de veintisiete años, aunque naturalmente De Neant
me aseguraba que se trataba de visiones del pasado de aquel otro yo
en el punto más alejado del tiempo. También veía otras cosas,
incidentes que no lograba ubicar en mi experiencia. si bien no
podía estar seguro de que no pertenecían allí. Yo podía haberlos
olvidado. ¿comprenden? Puesto que no eran de particular
importancia. Con toda diligencia, se lo contaba todo al anciano en
cuanto me despertaba y a veces eso me resultaba difícil como cuando
uno trata de encontrar las palabras para explicar un sueño que sólo
se recuerda a medias. Asimismo había otros recuerdos: sueños
fantásticos y disparatados que difícilmente podían compararse con
nada de la historia humana. Éstos eran siempre vagos y a veces muy
horribles, y sólo su carácter fragmentario e informe evitaba que se
convirtieran en algo absolutamente desesperante y terrorífico.
Recuerdo que una vez observaba, a través de una pequeña ventana
cristalina, una niebla roja en medio de la cual se movían rostros
indescriptibles: no eran humanos y ni siquiera podían compararse
con nada que yo conociera. En otra ocasión, yo caminaba, vestido
con pieles, a través de un frío desierto gris y a mi lado iba una
mujer que no era exactamente Yvonne. Recuerdo que la llamaba
Pyroniva, y sabía que ese nombre significaba «Nieve de fuego». Y en
distintos puntos del aire a nuestro alrededor flotaban unos
elementos fungoideos, desplazándose en círculos como patatas en un
balde de agua. Y en determinado momento permanecimos inmóviles
mientras una forma amenazadora que sólo se parecía muy remotamente
al más pequeño de los fungos zumbó expresamente muy por encima de
nuestras cabezas, en dirección a un objetivo desconocido. En otra
oportunidad contemplaba, fascinado, la superficie arremolinada de
un estanque de mercurio, en cuyo interior veía la imagen de dos
aladas criaturas salvajes que jugaban en un páramo rosáceo: sus
formas no eran humanas en absoluto, pero extraordinariamente
hermosas, brillantes e iridiscentes. Encontraba una extraña
similitud entre aquellas dos criaturas e Yvonne y yo, pero no tenía
idea de qué podían ser, ni a qué mundo pertenecían, ni a qué lapso
de la eternidad, ni siquiera cómo era el ámbito donde estaba la
laguna que las reflejaba. El viejo Aurore de Neant escuchaba
atentamente las deshilvanadas descripciones que le pintaba
verbalmente. – ¡Fascinante! – musitaba-. Vislumbres de un futuro
infinitamente distante captadas de un pasado remoto diez veces más
infinito. Esas cosas que describes no son terrenales; ello
significa que en algún lugar, en algún momento en el tiempo, los
hombres han de trascender.realmente la prisión del espacio y
visitar otros mundos. Algún día… -¿Y si esas imágenes no son más
que pesadillas? – le dije -No son pesadillas -replicó-, pero, para
lo que nos sirven a nosotros, como si lo fueran. – Yo veía que se
esforzaba por calmarse-. Nuestro dinero aún no obra en nuestro
poder. Debemos seguir probando, durante años, durante siglos, hasta
que consigamos el grano de arena negra, porque la arena negra
indica la existencia de mineral aurífero… -Calló-. Pero, ¿qué estoy
diciendo? – agregó con voz quejumbrosa. Bien, continuamos probando.
Interpoladas con las visiones disparatadas y absolutamente
indescriptibles, percibía otras que eran casi racionales. El
experimento se convirtió en un juego fascinante. Yo descuidaba mi
trabajo -aunque eso no significaba una gran pérdida- para cazar
sueños con el anciano profesor Aurore de Neant. Me pasaba las
veladas, las tardes y finalmente las mañanas también sumido en el
sueño ligero y tranquilo del estado letárgico o contándole al
anciano las cosas fantásticas que había soñado… o, como él decía,
recordado. La realidad se volvió confusa para mí. Estaba viviendo
en un disparatado mundo de fantasía y sólo los obscuros ojos, de
trágica expresión, de Yvonne me devolvían al mundo luminoso de la
cordura. He mencionado las visiones casi racionales. Recuerdo una:
una ciudad, pero ¡qué ciudad! Con edificios blancos y bellos, que
parecían perderse en el firmamento, y sus habitantes tenían un aire
severo con la sabiduría de los dioses; eran seres de rostro pálido
y adorable, pero de expresión solemne, melancólica, triste. Estaba
envuelta por el aura brillante y maligna que poseen todas las
grandes ciudades, que tuvo su origen, supongo, en Babilonia y que
perdurará hasta que esas grandes ciudades desaparezcan. Pero había
algo más, algo intangible. No sé exactamente cómo llamarlo, pero
quizá la palabra que más se adapte a su descripción sea decadencia.
Mientras me encontraba al pie de una estructura colosal percibía el
zumbido de una sorda maquinaria, pero a mí me parecía, sin embargo,
que la ciudad estaba agonizando. Quizás era el musgo verde que
crecía en los muros de los edificios que miraban al norte. Tal vez
era la hierba que crecía aquí y allá entre las grietas de las
calzadas de mármol. O quizá se debía tan sólo a la expresión grave
y triste de sus pálidos habitantes. Había algo que le otorgaba. el
aspecto de una ciudad condenada a la extinción y de una raza
agónica. Algo extraño me sucedió cuando traté de describirle este
recuerdo singular al viejo De Neant. Pasé por alto los detalles,
por supuesto: esas visiones de las insondables profundidades de la
eternidad se resistían curiosamente a ser encasilladas entre las
rígidas estructuras de las palabras. Solían tornarse vagas, al
eludir las redes del despertar de la memoria. Así, en esta
descripción no pude recordar el nombre de la ciudad. – Se llamaba
-dije, dubitativamente- Termis o Termoplia o… -¡Termópolis! –
exclamó De Neant, impaciente-. ¡La ciudad del fin! Le miré
asombrado. – ¡Eso es! Pero ¿cómo lo sabía? Durante el sueño
letárgico, estaba seguro, nadie habla. Una rara y maliciosa
expresión se reflejó en sus ojos claros. – Lo sabía -murmuró-. Lo
sabía. No dijo nada más. Pero pienso que volví a ver esa ciudad una
vez más. Fue cuando yo caminaba por una llanura de un color
parduzco, sin árboles, nada parecida a aquel frío desierto gris,
pero aparentemente era una árida y desolada región de la Tierra. En
el horizonte, hacia poniente, flotaba el tenue círculo de un enorme
y frío sol rojizo. Siempre había estado allí -yo lo recordaba-y
sabía a través de alguna otra parte de mi mente que el vasto freno
de las mareas había por fin aminorado la rotación de la Tierra
hasta quedar inmóvil, que el día y la noche habían dejado de
sucederse en.su mutua persecución alrededor del planeta. El aire
era penetrantemente glacial y mis compañeros y yo -éramos una media
docena- nos movíamos en apretado grupo, como si nos transmitiéramos
unos a otros el calor de nuestros cuerpos semidesnudos. Todos
éramos unas criaturas descarnadas, de huesudas piernas y pechos
absurdamente hundidos, con enormes y luminosos ojos, y la que
estaba más cerca de mí era de nuevo una mujer, que tenía un vago
parecido a Yvonne. Y yo tampoco era exactamente Jack Anders. Pero
algún remoto fragmento de mi ser perduraba en aquel cerebro
bárbaro. Allende una colina rumoreaba el oleaje de un mar aceitoso.
Avanzamos rodeando el montículo y de pronto tuve la noción de que
en el pasado infinito se había elevado una ciudad en aquella
colina. Unos pocos bloques colosales de piedra yacían en ella y un
solitario fragmento de pared en ruinas se alzaba fantasmal hasta
una altura de cuatro o cinco veces la estatura de un hombre. El
guía de nuestra miserable tribu señaló aquellos restos espectrales
y luego habló con tono sombrío… Sus palabras no eran inglesas, pero
entendí lo que decía. – Los dioses -dijo-, los dioses que
levantaron piedra sobre piedra están muertos y no nos castigarán, a
nosotros, los que hollamos el lugar de su morada. Supe lo que
aquello significaba. Era un conjuro, un ritual, para protegernos de
los espíritus que residían entre las ruinas…, las ruinas, creo, de
una ciudad construida por nuestros propios antepasados miles de
generaciones anteriores a la nuestra. Después de pasar a lo largo
del muro, volví la vista hacia algo movedizo y vi una cosa horrenda
parecida a una alfombra de goma negra que se hundía tras la esquina
de la pared. Me apretujé contra la mujer que tenía al lado y nos
arrastramos hacia el mar de agua…, sí, agua, porque al cesar la
rotación del planeta también había dejado de llover, y la vida toda
se había congregado cerca de la orilla del mar inmortal y se había
adaptado a beber aquel líquido amargo y salado. No volví a mirar la
colina que había sido Termópolis, la ciudad del fin. Pero sabía que
algún probable fragmento de Jack Anders había sido… o será (¿qué
diferencia puede haber, si el tiempo es un círculo?) testigo de una
era cercana al día de la desaparición de la humanidad. Fue a
principios de diciembre cuando tuve el primer recuerdo de algo que
podría haber sido una indicación del éxito. Se trató de un simple y
muy dulce recuerdo: Yvonne y yo estábamos solos en un jardín que
estaba seguro de que pertenecía a una de aquellas viejas casonas de
Nueva Orleans, construida alrededor de un patio interior, al estilo
del Viejo Continente. Estábamos sentados en un banco de piedra bajo
las adelfas y yo deslicé muy tiernamente un brazo alrededor de su
cintura y le musité: -¿Eres feliz, Yvonne? Ella me miró con
aquellos ojos de trágica expresión y sonrió, y luego me contestó:
-Tan feliz como no lo he sido nunca. Y yo la besé. Eso fue todo,
pero tenía una gran importancia. Era sumamente importante porque
con toda seguridad no se trataba de un recuerdo de mi propio pasado
personal. Pues yo nunca había estado junto a Yvonne en un jardín,
envueltos con la dulce fragancia de las adelfas, en la Ciudad Vieja
de Nueva Orleans, y nunca la había besado hasta que nos encontramos
en Nueva York. Cuando le describí esta visión, Aurore de Neant se
mostró alborozado. – ¿Ves? – exclamó-. Eso es una prueba. ¡Has
recordado el futuro! No tu propio futuro, claro, sino el de ese
otro Jack Anders espiritual, que murió trillones y cuatrillones de
años ha. – Pero eso no nos será de mucha ayuda, ¿verdad? –
pregunté. – ¡Oh, ahora vendrá! Espera. Lo que esperamos vendrá. Y
así fue, al cabo de una semana. Este recuerdo fue curiosamente
brillante y claro, y familiar en todos sus detalles. Recuerdo el
día. Fue el 8 de diciembre de 1929, y yo había estado caminando sin
rumbo fijo toda la mañana en busca de alguna operación. Presa de
aquella fascinación a la que me referí, después de almorzar me
dirigí al piso de De Neant. Yvonne nos dejó solos, como tenía por
costumbre, y comenzamos. Éste fue, como dije, un recuerdo -o un
sueño- netamente perfilado. Yo estaba inclinado sobre mi escritorio
en las oficinas de la compañía, aquellas oficinas que tan raramente
visitaba. Uno de los otros corredores -Summers se llamaba- miraba
por encima de mi hombro. Estábamos abocados al pasatiempo habitual
de echar un vistazo a las cifras del cierre del mercado de valores
en el diario de la noche. La página impresa se destacaba con toda
claridad, como si fuese real. Miré sin sorprenderme la fecha del
periódico. Era jueves, 27 de abril de 1930: ¡casi cinco meses en el
futuro! Eso no quiere decir que yo me diese cuenta de ello durante
la visión, por supuesto. Para mí el día era el presente. Yo
examinaba simplemente la columna de las operaciones del día.
Cifras…, firmas conocidas. Teléfonos: 210 ¾; Aceros USA: 161;
Paramount: 62 ½. Apoyé el dedo en Aceros. – Yo las compré a setenta
y dos -le dije por encima del hombro a Summers-. Las vendí todas
hoy. Todas las acciones que tenía. Quise desprenderme de ellas
antes de que se produzca otra bancarrota. – ¡Qué suerte! – murmuró
él-. ¡Haber comprado con la baja de diciembre y vender ahora! Ojalá
hubiera tenido dinero para hacerlo. – Hizo una pausa-. ¿Qué piensas
hacer? ¿Seguir en la compañía? – No; tengo suficiente para vivir.
Invertiré en bonos del gobierno y en acciones con garantía y viviré
de la renta. Ya he jugado bastante. – ¡Eres un tipo de suerte! –
dijo él de nuevo-. Yo también estoy harto de la bolsa. ¿Te quedas
en Nueva York? – Por un tiempo. Sólo hasta que haya invertido
convenientemente el capital. Yvonne y yo nos iremos a Nueva Orleans
durante el invierno. – Callé un instante-. Fueron días muy arduos
para ella. Estoy contento de haber podido llegar donde estamos
ahora. – ¿Quién no lo estaría? – inquirió Summers, y luego
repitió-: ¡Eres un tipo de suerte! De Neant se excitó
frenéticamente cuando le expliqué todo eso. – ¡Esto es! – exclamó-,
¡Compraremos! ¡Compraremos mañana! El veintisiete de abril
venderemos y luego… ¡Nueva Orleans! Lógicamente yo estaba casi tan
entusiasmado como él. – ¡Santo cielo! – dije-. ¡Vale la pena correr
el. riesgo! ¡Lo haremos! – y en seguida me asaltó un pensamiento
desesperanzador-. ¿Lo haremos? ¿Con qué? Apenas si tengo cien
dólares en mi cuenta. Y usted… El anciano lanzó un gruñido. – Yo no
tengo nada -declaró con súbito malhumor-. Sólo la pensión con que
vivimos. No se puede contar con eso. – De nuevo un brillo de
esperanza-. ¡Los bancos! ¡Pediremos un préstamo! No pude contener
la risa, aunque era una risa amarga. – ¿Qué banco nos prestaría
dinero sobre la base de una historia como ésa? No se lo prestarían
ni al mismo Rockefeller para invertir en un mercado tan
deteriorado, por lo menos sin una garantía. Estamos hundidos, eso
es todo. Observé la expresión preocupada de sus ojos claros. –
¡Hundidos! – repitió él, con voz apagada. Luego en sus ojos brilló
de nuevo aquel resplandor extraño-. ¡No estamos hundidos! –
chilló-. ¿Cómo podemos estarlo? ¡Lo hicimos! ¡Recuerda que lo
hicimos! ¡Debemos haber encontrado la manera! Me quedé mirándole,
sin poder pronunciar palabra. Súbitamente un absurdo y loco
pensamiento cruzó por mi mente. Aquel otro Jack Anders, aquel
espectro de cuatrillones de siglos pasados -o futuros- también
debía estar mirando absorto, o había estado mirando absorto, o bien
lo estaría…, a mí, el Jack Anders de este ciclo de la eternidad.
Debía estar expectante, tan ansioso como yo, intentando encontrar
los medios. Nos contemplábamos mutuamente…, sin saber ninguno de
los dos cuál era la respuesta. ¡El ciego guiando al ciego! La
ironía me hizo reír. Pero el viejo De Neant no reía. La extraña
expresión que siempre había visto en sus ojos apareció una vez más
cuando repitió en voz baja: -Debemos haber encontrado la manera
porque fue hecho. Al menos tú e Yvonne encontrasteis la manera. –
Entonces debemos encontrarla todos -repuse ácidamente. – Sí. ¡Oh,
sí! Escúchame, Jack. Yo soy viejo, el viejo Aurore de Neant. Soy el
anciano Aurora de la Nada y mi mente está flaqueando. ¡No sacudas
la cabeza! – me espetó-. No estoy loco. Soy simplemente un
malcomprendido. Ninguno de vosotros me comprende. »Mira, yo tengo
la teoría de que los árboles, la hierba y las personas no crecen.
Se hacen más altos empujando la Tierra hacia abajo; es por eso que
se oye decir que la Tierra se vuelve más pequeña cada día. Pero tú
no entiendes… Yvonne no entiende. La joven debió de haber estado
escuchando. Sin que yo me diese cuenta, ella había entrado en la
sala; se acercó a su padre, deslizó sus brazos suavemente sobre los
hombros del anciano, mientras me dirigía una mirada preñada de
ansiedad. 4 – El fruto amargo Tuve otra visión más, incongruente en
cierto sentido, y no obstante vitalmente importante, en otro.
Sucedió a la noche siguiente. Una temprana nevada de diciembre
extendía su silencioso y blanco manto por la ciudad, y en el piso
de los De Neant había corrientes de aire y hacía frío. Vi que
Yvonne se estremecía al saludarme y de nuevo al abandonar la sala.
Observé que el viejo De Neant la seguía hasta la puerta, rodeándola
con sus delgados brazos, y volvía con expresión preocupada en los
ojos. – Ella nació en Nueva Orleans -murmuró-. Este horrible clima
ártico la destruirá. Debemos encontrar la solución en seguida. La
visión fue muy sombría. Yo estaba de pie en un cementerio frío,
húmedo y cubierto de nieve… No había nadie más que yo, Yvonne y
otra persona que estaba cerca de una fosa abierta. Detrás de
nosotros se extendían varias hileras de cruces y lápidas blancas,
pero en aquel rincón la tierra estaba cubierta de piedras,
descuidada, sin consagrar. El sacerdote estaba diciendo: -Y éstas
son cosas que sólo Dios comprende. Deslicé un brazo confortador en
torno de Yvonne. Ella levantó sus negros y trágicos ojos y murmuró:
-Fue ayer, Jack…, sólo ayer… que me dijo: «El invierno que viene lo
pasaremos en Nueva Orleans, Yvonne». ¡Sólo ayer! Probé de esbozar
una triste sonrisa, pero solamente pude contemplar apesadumbrado su
rostro desolado, viendo deslizarse una lágrima por su mejilla
derecha, que permaneció allí brillando un instante y luego seguida
de otra cayó lánguidamente sobre la pechera negra de su vestido.
Eso fue todo, pero ¿cómo podía explicarle esa visión al anciano De
Neant? Traté de evitarlo. Él insistió. – No hubo ningún indicio de
cuál puede ser el medio -le dije. Todo fue inútil… Al fin tuve que
contárselo todo. Él se quedó en silencio durante un minuto. – Jack
-dijo finalmente-, ¿sabes cuándo le dije eso sobre Nueva Orleans?
Esta mañana cuando contemplábamos caer la nieve. ¡Esta mañana! Yo
no sabía qué hacer. De pronto toda aquella idea de recordar el
futuro me pareció un desatino, una locura. En todos mis recuerdos
no hubo ni una sola chispa de algo que pudiese considerarse una
verdadera prueba, auténtica, ni un solo detalle profético. Así que
no hice nada en absoluto, salvo contemplar en silencio cómo el
viejo Aurore de Neant se paseaba por la estancia. Y cuando, dos
horas más tarde, mientras Yvonne y yo estábamos charlando, él acabó
de escribir una cierta carta y luego se disparó un tiro en el
corazón… Bueno, eso tampoco demostró nada en absoluto. Fue al día
siguiente cuando Yvonne y yo, como único cortejo fúnebre,
acompañamos al anciano Aurora de la Nada a su tumba de suicida. Yo
estaba junto a ella y trataba de consolarla lo mejor que podía, y
salí de mi oscuro ensimismamiento al oír sus palabras. – Fue ayer,
Jack…, sólo ayer… que me dijo: «El invierno que viene lo pasaremos
en Nueva Orleans, Yvonne». ¡Sólo ayer! Observé la lágrima que se
deslizaba por su mejilla derecha, donde permaneció brillando un
instante, para luego unirse a otra y caer sobre la pechera negra de
su vestido. Pero fue más tarde, durante la velada, cuando ocurrió
la más irónica de todas las revelaciones. Yo estaba acusándome
lúgubremente por mi debilidad al haber complacido al anciano De
Neant accediendo a llevar a cabo aquel desatinado experimento que
le había conducido, en cierta manera, a su muerte. Como si Yvonne
hubiera leído mis pensamientos, me dijo de pronto: -Estaba muy
abatido, Jack. Su mente se estaba alienando. Yo ola todas aquellas
cosas extrañas que te decía en voz baja. – ¿Como? – Yo escuchaba,
claro, detrás de aquella puerta. Nunca le dejaba solo. Le oí
musitar las cosas más disparatadas…, caras envueltas por una niebla
roja, palabras acerca de un frío desierto gris, el nombre de
Pyroniva, la palabra Termópolis. Se inclinaba sobre ti mientras
permanecías con los ojos cerrados y murmuraba, murmuraba todo el
tiempo. ¡Ironía de ironías! ¡Había sido la insana mente de De Neant
la que me sugirió las visiones! ¡Me las había descrito mientras yo
estaba sumido en aquel sueño letárgico! Posteriormente encontramos
la carta que había escrito y de nuevo me sentí hondamente
conmovido. El anciano había estado manteniendo en vigencia algunos
seguros. Sólo una semana antes había solicitado un préstamo sobre
una de las pólizas con el fin de pagar las primas de ésa y de las
otras. Pero la carta… Bien, ¡me había nombrado beneficiario de la
mitad del monto! Y las instrucciones eran: «Tú, Jack Anders,
tomarás tu dinero y el de Yvonne y llevarás a cabo el plan de
acuerdo con mis deseos.» ¡Qué locura! De Neant había encontrado la
manera de proveer el dinero, pero… yo no podía arriesgar el dinero
de Ivonne en el plan trazado por una mente trastornada. – ¿Qué
haremos? – le pregunté-. Por supuesto que el dinero es todo tuyo.
No pienso tocarlo. – ¿Mío? – exclamó ella-. ¡Oh, no! Haremos lo que
él deseaba. ¿Crees que no pienso respetar su última voluntad? Pues
bien, lo hicimos. Tomé aquellos miles de: dólares y los desparramé
en aquel deteriorado mercado del mes de diciembre. Ustedes saben lo
que sucedió, cómo durante la primavera los valores ascendieron
hasta las nubes, como si quisieran alcanzar las alturas de 1929,
cuando de hecho la depresión no hacía más que tomar un respiro. Me
moví en aquel mercado como un malabarista de circo. Percibía los
beneficios y los reinvertía y, el 27 de abril, cuando nuestro
dinero se habla multiplicado. cincuenta veces, vendí todas las
acciones y contemplé la recesión del mercado. ¿Coincidencia?
Probablemente. Al fin y al cabo, Aurore de Neant razonaba con
claridad la mayor parte del tiempo. Otros economistas habían
previsto el alza de la primavera. Tal vez él también la previó.
Quizá se ingenió todo aquel plan con el solo propósito de
embarcarnos en aquel juego bursátil, lo cual nunca nos hubiéramos
atrevido a hacer de no haber sido por ello. Y luego, cuando se dio
cuenta de que no podríamos lograrlo por falta de dinero, recurrió
al único medio a su alcance. Tal vez. Ésa es la explicación
racional, y no obstante… aquella visión de Termópolis en ruinas
sigue atormentándome. Vuelvo a ver el frío desierto gris de los
hongos flotantes. Con frecuencia pienso en la inmutable Ley de
Probabilidades y en un espectral Jack Anders perdido en la
eternidad. Porque tal vez existe…, existió…, existirá. Pues de no
ser así, ¿cómo explicar aquella última visión? ¿Qué se puede decir
de las palabras de Yvonne junto a la tumba de su padre? ¿Pudo él
haber tenido una premonición que le llevó a pronunciarlas en mi
oído? Posiblemente. Pero entonces ¿cómo explicar aquellas dos
lágrimas brillantes, mezclándose y cayendo de su mejilla? ¿Cómo
explicarlas?
Título original: The circle of zero
© 1936. Aparecido en Thrilling Wonder Stories. Agosto de 1936.
Traducción de Jordi Arbonés. Publicado en Los mejores relatos de
ciencia ficción La era de Campbell, (1936-1945). Ediciones Martínez
Roca S.A., 1981. Edición Digital de Urijenny, 2002.
El buscador del mañana Eric Frank Russell – Leslie Joseph
Johnson No puede negarse la influencia que ejercieron las obras de
H. G. Wells en los posteriores escritores de ciencia-ficción, y su
The time machine (La máquina del tiempo) puede considerarse como la
génesis directa de El buscador del mañana. Los sesos que se
esconden detrás de la narración, sin embargo, pertenecen a Leslie
Joseph Johnson, que nació en el área de Seaforth de North Liverpool
el lunes 8 de mayo de 1914. Descubrió las revistas de
ciencia-ficción a la manera tradicional entre los británicos: en
los «remanentes» que se vendían a muy bajo precio en la tienda de
Woolworth. En «Amazing Stories» de marzo de 1931 descubrió una
carta de John Russell Fearn a quien escribió y posteriormente
visitó en la cercana Blackspool. Siendo ambos admiradores de Wells
quisieron superar al maestro y escribieron su propia versión de The
time machine, titulada Amén, y más tarde la rescribieron como
Through time's infinity (A través de la infinidad del tiempo). Con
el relato no sucedió nada más por el momento. Fearn, claro está,
prosiguió elaborando sus excelentes «variantes imaginativas» para
Tremaine. Johnson, por su parte, se convirtió en la fuerza motora
de la British Interplanetary Society, fundada en colaboración con
Philip Cleator en octubre de 1933. Johnson, como secretario de la
sociedad, realizó una ingente labor para promover sus actividades,
y una carta escrita por él que se publicó en «Amazing Stories»
atrajo la atención de un cierto viajante de comercio, llamado Eric
Frank Russell. Éste entonces vivía en la cercana Bootle y a fines
del verano de 1934 efectuó una visita a Johnson, que había de ser
el principio de una fructífera amistad. Russell era nueve años
mayor que Johnson, habiendo nacido en Sandhurst, en Surrey, el
viernes 6 de enero de 1905. Durante su relación con Johnson le
mostró a éste una serie que había estado escribiendo para la
publicación privada, «The Ida and Victoria Magazine», titulada
Interplanetary communication. Johnson quedó favorablemente
impresionado por Russell, como hombre y como escritor. y le instigó
a abordar el género de ciencia-ficción. Johnson aportó la idea, y
Russell escribió el relato Eternal redifusión (Retransmisión
eterna). Sometido a la consideración de Tremaine, éste lo rechazó y
Johnson tuvo que convencer a Russell de que no lo destruyera.
Entonces se decidió a publicarlo en la propia revista de Johnson,
«Outlands», en 1946, pero la publicación murió después del primer
número, y una vez más el relato no pudo ver la luz en letras de
molde. Sólo muy recientemente fue publicado, pero en ambos casos en
publicaciones de circulación reducida: en Gran Bretaña, en «Fantasy
Booklet», editada en forma particular por Philip Harbottle (1973);
en U.S.A., en el número de otoño de 1973 de la resucitada «Weird
Tales» de Sam Moskowitz. El primer relato que Russell vendió, sin
embargo, fue The saga of Pelican West, una narración que delata la
influencia de Stanley G. Weinbaum, que se publicó en «Astounding
Stories» de febrero de 1937. Por ese entonces, Johnson le había
mostrado a Russell: Through time's infinity. Este rescribió el
relato bajo el título de El buscador del mañana, y lo presentó a
Newnes, donde T. Stanhope Sprigg solicitaba material para la
revista que él había propuesto. Aceptada en un principio, se la
devolvieron cuando Newnes archivó temporalmente el proyecto. Al ser
sometida luego a la consideración de Tremaine, fue aceptada y
apareció en «Astounding Stories» del mes de julio de 1937,
inspirando una cubierta que realizó Howard Browne, posteriormente
elegida por votación como la cubierta más popular del año, y desde
entonces se la ha proclamado como una excelente y memorable
narración. No obstante, nunca ha sido reeditada. Russell, por
supuesto, se fue afianzando cada vez más. Antes de la guerra,
escritor ambicioso como era en la búsqueda de temas originales,
contó con la temprana y valiosa ayuda de Johnson, combinada con su
propia interpretación del estilo narrativo de Weinbaum. Durante y
después de la guerra, Russell elaboró su propio estilo y adquirió
seguridad en sí mismo. Adoptó una manera de escribir muy
«norteamericana», por cuyo motivo muchas veces los lectores
creyeron que era norteamericano. Su serie Jay Socorre en
«Astounding Stories» adquirió una popularidad excepcional, y a
comienzos de la década de 1950 produjo joyas como: Dear devil
(Querido demonio), Legwork (Fraude), Diabologic (Diabológica), y
obtuvo el premio Hugo por su cuento corto Allamagoosa. Johnson, por
su parte, se dedicaba con más ardor a los amantes del género y a la
British Interplanetary Society que a la narrativa, aunque su obra
Satellites of death (Los satélites de la muerte), escrita sin
colaboración, la adquirió Walter Gillings y apareció en el tercer
número de «Tales of Wonder» en el verano de 1938. Más tarde,
Johnson aparece con su propia revista «Outlands», y resulta
imposible olvidarse de Russell al referirse a las revistas de
ciencia-ficción. Pero por el momento, he aquí la oportunidad de
leer esa primera colaboración fructífera por la cual debemos
agradecer por igual a H. G. Wells, Leslie J. Johnson, John Russell
Fearn y, sobre todo, a Eric Frank Russell.