Diario del capitán, fecha estelar 4904.2



Spock, McCoy y. cuatro miembros de seguridad se encuentran prisioneros en el planeta que orbitamos. Para colmo de males, el embajador Zarv y los miembros de su misión diplomática se han transportado sin permiso al planeta; la recanalización de energía necesaria para este uso del transportador ha requerido que se cerrara completamente el nivel siete. Sólo cuando recuperemos una parte de la potencia de los motores hiperespaciales, estaremos en condiciones de usar nuevamente esta área. El contacto con la civilización que puebla el planeta se hace cada vez más improbable. Si, como ha inferido Spock, los nativos emplean una forma de telepatía, existen pocas posibilidades de que podamos negociar con éxito la puesta en libertad de los prisioneros o la cesión del material aislante que tan desesperadamente necesitamos.


–Capitán, he establecido contacto con el embajador. Ninguno de ellos se ha llevado un comunicador; he establecido la conexión a través del dispositivo de vídeo de un tricorder. – Uhura pulsó la combinación adecuada y la imagen de la pantalla frontal se deshizo, para volver a formarse con la del diplomático tellarita.

Kirk no le dio a Zarv la oportunidad de hablar.

–Se han transportado sin permiso -dijo de inmediato-. Todavía soy el capitán de esta nave. Prepárense para volver inmediatamente a bordo. Se encuentran en grave peligro.

–No corremos ningún peligro, Kirk. Somos diplomáticos. Sabemos cómo contactar y tratar con otras culturas. A diferencia de los torpes miembros de su tripulación, nosotros hemos establecido una relación armónica.

Zarv se volvió y señaló a Mek Jokkor, que se encontraba de pie sobre el aterciopelado césped verde, con los pies muy separados y una expresión de absoluto éxtasis en el rostro. Kirk observó que los rasgos del alienígena comenzaban a cambiar, a transformarse en algo de aspecto menos humano. Mek Jokkor había recobrado su natural forma de planta, manos frondosas que se agitaban levemente en la suave brisa que soplaba desde el campo hacia la ciudad.

–¿Lo ve? Está realizando buenos progresos. Aunque no es telépata, se comunica por otros medios no verbales. Lograremos progresos. Conseguiremos la libertad de sus oficiales, y obtendremos el material que usted necesita para llevarnos hasta Ammdon.

–Están tratando con una sociedad que en nada se parece a cualquiera que hayamos conocido antes. Spock no es ningún necio. Él no habría… -Kirk no tuvo ocasión de concluir la advertencia. Mek Jokkor se puso tenso y se contorsionó. Sus pies habían echado raíces en la tierra que había bajo el césped. Del suelo empezaron a salir serpientes marrones que se enroscaban en torno a sus piernas, retorciéndose y mordiéndole. El hombre planta se sacudió espasmódicamente e intentó liberarse. Las serpientes siguieron subiendo, hasta que le hicieron caer de rodillas. Ningún sonido salió de su falsa boca. Eso hacía que la escena resultara aún más terrible. Mek Jokkor sufría dolores terribles y no era capaz de darles voz.

–¡No lo toque, Zarv! – gritó Kirk. Pero era ya demasiado tarde. El tellarita corrió a auxiliar a su ayudante, a arrancar las bandas marrones que ascendían por el cuerpo de Mek Jokkor. En el instante en que el embajador tocó a una de las serpientes, los humanoides que observaban pasaron a la acción. Apresaron a Zarv y se lo llevaron a rastras. Donald Lorritson permanecía de pie, boquiabierto… e ileso.

–No lo entiendo -murmuró Lorritson a través del tricorder- ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué nos atacan?

–No se han dado cuenta de que usted está ahí. Quédese quieto. Prepárese para ser transportado a bordo. Haré recanalizar la energía necesaria. Intentaremos rescatar al embajador y a Mek Jokkor más tarde.

–Puedo hacer que me escuchen.

–Son telépatas, Lorritson. No se entrometa. Mek Jokkor ha hecho algo que ha provocado su enojo. El embajador intervino. No intente nada que pueda hacer que se fijen en usted. – Se volvió hacia Sulu- ¿Tenemos ya potencia en el transportador? – le preguntó.

–Señor, derivarla resulta difícil. El señor Scott acaba de darme energía adicional de los motores de impulsión para mantener la órbita. Hay que recanalizarla.

–¡Hágalo, maldición!

–Sí, señor.

Kirk contemplaba la escena que estaba desarrollándose en el planeta aterrorizado. El tricorder de Lorritson continuaba recogiendo fielmente la captura de Mek Jokkor y Zarv, que se debatían intentando zafarse de sus captores. Los humanoides los llevaban hacia la ciudad sin duda para encerrarlos con Spock y los demás.

–¡Lorritson, no! ¡No hay nada que pueda usted hacer para ayudarlos! – gritó Kirk. El diplomático hizo caso omiso de él y corrió hacia el apretado grupo de humanoides. El capitán de la nave estelar contempló con impotente furor cómo Lorritson aferraba al nativo más cercano y lo derribaba de un golpe. Desde algún punto fuera del campo visual del tricorder del diplomático, que yacía ahora sobre el suelo, llegó el sonido de pasos pesados. Unos animales que parecían reunir las peores características de los gorilas terrícolas y los diablos solares de Vega, rodearon al grupo.

Cesó toda lucha.

La última imagen que pudo ver Kirk fue la de Lorritson, inconsciente, que era arrastrado en dirección a la ciudad.

–Sulu, ¿ha habido suerte en el restablecimiento de la potencia en la unidad de transporte?

–No, señor. La unidad telemétrica ha sido destruida por una descarga de potencia durante la recanalización energética.

Kirk se puso tenso, aferrando con los dedos los posabrazos de su asiento de mando. Sin la unidad telemétrica serían incapaces de transportar a la nave a nadie que se encontrara en la superficie y no tuviera su comunicador sintonizado en la frecuencia adecuada. Y Spock y los otros habían perdido sus comunicadores, ya fuera en un registro, o durante el fragor de la lucha. Zarv y Mek Jokkor no se habían llevado comunicadores, y el tricorder de Lorritson yacía ahora en el suelo, inútil para el propósito de localización.

–¿Existe alguna forma de usar el transportador sin la unidad telemétrica y sin una conexión de comunicador?

–Señor -respondió Sulu con escepticismo-, si nos desviamos la más ligera fracción de nanómetro, cualquiera que se encuentre en el rayo transportador resultará muerto, sus átomos se mezclarían de forma aleatoria. La unidad telemétrica es vital… si no tienen un comunicador sobre el cual podamos fijar el transportador. Cualquiera de las dos cosas sirve. Pero intentar simplemente pillarlos…

Sulu no tuvo necesidad de más especificaciones. Kirk lamentaba amargamente el destino que los había puesto a todos en aquella situación. Sabía que las probabilidades de que fracasara un transporte sin información telemétrica precisa eran astronómicas. Cabía la posibilidad de que un transporte sin el equipo necesario saliera bien. Sí, tal vez, pero no conocía a nadie dispuesto a correr el riesgo.

–Uhura, localice los comunicadores sobre el planeta -Hecho, señor. Están apilados justo en las afueras de la ciudad. Ahora los tengo en escáner.

La escena presentaba pocas cosas de interés. La distancia que mediaba entre la órbita y el planeta era demasiado grande, incluso para las sofisticadas pantallas de la nave, para que pudieran distinguir muchos detalles aparte del hecho de que los comunicadores estaban intactos. Uhura desplazó el objetivo hacia el corral donde Spock, McCoy y los otros miembros del primer grupo de descenso se encontraban encerrados. Zarv y sus ayudantes se sumaban ahora a los demás. Parecían ilesos a pesar de la lucha.

–Tienen que escapar de ese corral y llegar hasta los comunicadores.

–¿Cómo vamos a hacer que lo consigan, capitán? – inquirió Chekov.

–Prepare los cañones fásicos. Abriremos un agujero en la valla, y luego lanzaremos disparos fásicos intermitentes para señalarles el camino hasta los comunicadores. Spock lo entenderá. Sulu, quiero que se derive toda la energía posible al transportador cuando lleguen a los comunicadores.

–Apenas tenemos la energía necesaria para hacer funcionar el transportador y los sistemas de soporte vital, y mantener la órbita. Tendremos que alternar la energía entre las baterías fásicas y el transportador.

–Y eso fue lo que fundió la unidad telemétrica. – Kirk suspiró profundamente. Sabía que Scotty se afanaba como Hércules sólo para mantener a la Enterprise como estaba-. Dígale al señor Scott que derive inmediatamente la potencia cuando se le ordene.

–Sí, señor.

Kirk contempló la pantalla, y luego ordenó:

–Elimine el perímetro norte del corral. ¡Baterías fásicas, fuego!

No sucedió nada.

–¡Baterías fásicas, fuego! ¿Qué sucede, Chekov? ¡Fuego! – Señor, no obtengo respuesta de los tripulantes a cargo de los cañones fásicos.

–Continúe intentándolo. Me encargaré personalmente.

Se levantó del asiento de mando.

–Sulu -declaró-, tiene usted el mando -y bajó en el turboascensor hacia la cubierta de las baterías fásicas. Las luces estaban apagadas para ahorrar energía, y los ventiladores del aire funcionaban a media velocidad. Irrumpió en el centro de control y se encontró con una situación de déjá vu. Una vez más, toda el área estaba desierta. Una vez más, sus tripulantes habían abandonado los puestos. Esta vez significaba el encierro y la posible muerte para Spock, McCoy, los diplomáticos y el equipo de seguridad que se encontraban en el planeta.

–Señor, por favor, no toque la consola. – Kirk se volvió en redondo y vio a varios miembros de seguridad que se encontraban de pie contra la mampara trasera-. Usar los cañones fásicos contra la sociedad de ese planeta es una equivocación.

–Ocupen sus puestos de inmediato. ¡Es una orden! Se perderán vidas si no obedecen.

–Nos gustaría hacer lo que usted dice, señor, si no fuera porque implica el uso de la violencia. No podemos hacerlo. Lorelei nos ha convencido.

Kirk no tenía tiempo para discutir. Se volvió hacia el panel de controles y comenzó a cargar los cañones fásicos para la secuencia de disparo. Cuando las luces se encendieron indicando que estaban preparados, pulsó el botón del intercomunicador.

–¡Chekov, dispare! Tengo los cañones fásicos programados para disparos cortos cada tres segundos.

No hubo respuesta.

–¿Chekov? – llamó-. Responda. ¿Qué está sucediendo? Dispare los cañones fásicos.

–Señor -le respondió una voz vacilante-, le llamaré dentro de unos minutos.

Kirk se dejó caer como si alguien le hubiera golpeado con un mazo. Recobró la compostura, y se volvió.

–Todos ustedes -dijo-, fuera de la sala. ¡Ahora! – Para su alivio y sorpresa, le obedecieron. Cogió una pistola fásica de un estante, e hizo salir al equipo de seguridad al corredor. Arrastró la puerta hasta cerrarla, y soldó rápidamente el borde para sellarla. La soldadura fásica resistiría contra todo lo que no fuera el más diligente de los esfuerzos destinados a entrar en la habitación e inutilizar de modo permanente los controles.

–Vuelvan a sus camarotes hasta nueva orden -dijo Kirk. Corrió hacia el puente, con la esperanza de que sus peores miedos no estuviesen haciéndose realidad.


En el instante en que irrumpió en el puente supo que el mando se le había escapado de las manos. Los pequeños grupos que se reunían a hablar en voz baja y contra los que él había luchado, habían vuelto a formarse. Discutían en voz queda… ¿qué? Tuvo la deprimente sensación de que se trataba de la filosofía pacifista de Lorelei.

–¡Chekov, dispare los cañones fásicos! – gritó. El alférez Chekov se volvió y sacudió la cabeza.

–Capitán, lo siento. Usar las armas no es la manera de resolver el problema.

–Es una orden, señor. Cúmplala.

Chekov volvió a negar con la cabeza y abandonó su puesto. Sulu se unió a él. A un lado, la teniente Avias y Uhura hablaban entre sí, en voz baja, y dirigían ocasionalmente los ojos hacia Kirk. Él permanecía inmóvil, sintiéndose como una isla en medio de una tormenta. En ninguna parte del puente había oficiales que cumplieran con su deber.

En la pantalla, Kirk veía el corral con Spock y los otros encerrados dentro. Se estremeció ante la visión de un miembro del equipo de seguridad que intentaba escalar la cerca espinosa. El alférez llegó a la parte superior, sólo para ser empalado por una púa que surgió de modo repentino, tan gruesa como la muñeca de un hombre. El joven se tensó, con la agonía pintada en el rostro. Sin sonido, Kirk no podía oír sus alaridos. El alférez cayó, y quedó colgando sin vida de la inmensa púa que le atravesaba el cuerpo.

Esto convenció a Kirk de que había que emprender inmediatamente la acción. Se lanzó hacia delante, apartando a Chekov de su camino con un empujón. Su dedo pulsó con fuerza el botón de disparo, pero el fuego fásico de respuesta no salió disparado de la parte inferior de la Enterprise.

–Su tripulación ha inutilizado los cañones fásicos, James, a pesar de sus esfuerzos para impedirlo -dijo la suave voz. Lorelei se hallaba de pie en el turboascensor. Salió de él con aire grácil e infantil, pero la expresión de su rostro no era inocente en lo más mínimo. Presentaba las arrugas de la preocupación y de las cargas de una vida larga y dura-. No me gusta hacerle esto a usted, James. Por favor, créame. En un sentido, es una agresión, aunque agresión sin muerte. Sus métodos conducen sólo a la muerte. Los míos son más suaves. El pacifismo es la Senda Verdadera.

–Mire la pantalla. Uno de mis oficiales subalternos acaba de morir en ese planeta. La muerte, Lorelei, es definitiva. Ha muerto de forma violenta cuando yo habría podido impedirlo. Permítame abrir una brecha en ese muro de púas y sacar de allí a mis hombres y al grupo de diplomáticos. Podremos transportarlos a bordo si llegan hasta los comunicadores.

–Él ha muerto porque emprendió una acción violenta. La calidad mortal de sus actos se volvió contra él. No, James, no puedo permitir que use cañones fásicos contra una civilización indefensa.

–Lorelei, esto es un motín.

–La tripulación, según sus leyes, se ha amotinado. Yo no. La paz debe prevalecer, aunque eso signifique quebrantar las leyes. Hay una necesidad superior, y es la preservación de la vida. La vida debe anteponerse a cualquier ley hecha por los hombres.

Kirk sintió que la telaraña de las palabras de ella lo envolvía, lo atraía, alteraba su punto de vista. La paz era el único camino. Había cometido un error al ordenarles que emprendieran la acción a los tripulantes de la sección de baterías fásicas. La mujer avanzó hacia él, y por primera vez percibió Kirk un rastro de perfume proveniente de ella, una fragancia que hizo que la cabeza le diera vueltas. Se apoyó en la consola de la computadora mientras intentaba encontrarle algún sentido a todo lo que había sucedido.

Paz. Guerra. No guerra. Todo se confundía en su mente.

–No soy una persona violenta -gritó, y la contradicción se hizo obvia para todos los que se encontraban en el puente-. Usted está obligándome a hacer esto.

–Usted quiere ser pacífico, James. Puede serlo. Deje la pistola fásica. Si trabajamos todos juntos en armonía conseguiremos el material aislante. La paz es siempre la respuesta, no el comportamiento agresivo.

Las palabras zumbaban con vibrante poder. Se encontró con que comenzaba a creerla. No, más que eso. Comenzaba a tener fe en ella. Con el corazón y el alma convencidos de las afirmaciones de Lorelei, empezó a creer lo que decía. Hasta que giró la cabeza a un lado y vio la silueta sin vida del miembro de la tripulación que colgaba del corral de púas, la sangre que había sido roja comenzando a ennegrecerse y coagularse sobre la punta afilada.

–¡¡NO!! – rugió. La descarga de enojo y adrenalina apartó de su mente los insidiosos efectos de las palabras de Lorelei-. Uhura, Chekov, Sulu, escúchenme. Tenemos que salvarlos… ¡salvarnos nosotros!

–Capitán, ella tiene razón -intervino Uhura, con voz suave y melosa-. Hay cosas más importantes que la agresión. – Sus ojos enfocaron algún lugar infinito, muy lejos del puente de la Enterprise, al añadir-: ¿Sabía usted que mi nombre significa paz?

Kirk dio media vuelta y asestó un puñetazo. El dolor le subió hasta el codo. La conmoción lo sacudió hasta el hombro y mantuvo alejada la nueva acometida de tentadoras palabras de Lorelei. Salió disparado hacia el turboascensor.

–James, no lo haga. No puede escapar. Todos los que se encuentran a bordo de la Enterprise están ahora de acuerdo conmígo.

–Jamás debería haber permitido su debate con Zarv. Proporcionarle a usted un contacto directo con toda la tripulación ha sido un error.

–No fue un error, James. Me permitió contactar con todos… lo suficiente. La existencia pacífica no es nunca un error. No luche contra ella de esa manera. Por favor -le imploró-. Por favor.

Las puertas se cerraron con un siseo. Kirk pulsó los controles para dirigirse a la cubierta de ingeniería. La Enterprise flotaba más muerta que viva en su órbita. La vida que todavía quedaba en su casco metálico provenía de los diestros dedos de Scotty, la manera en que lograba extraer un poco más de potencia de los motores de impulsión, los métodos que usaba para obtener energía de los agonizantes motores hiperespaciales.

Las luces de advertencia se habían apagado. Scotty había logrado por fin contener el escape de radiación que había convertido la cubierta de ingeniería en una trampa mortal. Kirk corrió hacia la puerta que conducía a la sala de motores y miró al interior. Scotty, la oficial McConel y muchos otros miembros de la sección de ingeniería andaban por allí sin hacer nada.

–Scotty, usted también, no -dijo Kirk, consternado-. No puedo hacerlo sin usted. No puedo.

–Señor, no es correcto lo que usted está haciendo. Escuche a la muchacha.

La esperanza abandonó definitivamente a James Kirk. Jamás había esperado que Scotty lo abandonara. Los miembros más leales de su tripulación se volvían contra él y escuchaban las almibaradas palabras de Lorelei. No había cumplido con la orden de llevar a Zarv y su misión de paz hasta Ammdon. Había permitido que su nave quedara casi por completo inutilizada. Sus amigos y miembros de la tripulación estaban prisioneros y morían en el planeta que orbitaban. Y ahora el resto de sus tripulantes se habían vuelto contra él, amotinándose incluso como Spock había insinuado que harían.

Dejó caer los hombros cuando Scotty acudió a su lado. – Capitán, parece cansado. Nosotros podemos ocuparnos de todo. Podemos hacer lo que es preciso.

Algo se agitó dentro del capitán.

–¡No! Ésta es mi nave. No entregaré el mando. Ni a usted, ni a Lorelei, ni a nadie. ¡Es mi responsabilidad, y no renunciaré a ella sin luchar!

Apartó a Scotty de un empujón y se volvió hacia la puerta. Un equipo de seguridad le cerró el paso, con Lorelei al frente.

–James -dijo ella-, su violencia es innata hasta un grado inimaginable. Está usted trastornando a quienes le rodean y haciendo que duden de la no violencia que yo les he enseñado.

–Usted les ha lavado el cerebro. No sé cómo, pero los ha vuelto contra mí, contra la Federación. Se han amotinado.

–Se han puesto más en armonía con el universo que les rodea. En lugar de luchar, se funden y se transforman en una unidad. No existe ningún conflicto cuando se es parte del todo más grande. No puede existir.

Kirk alzó con rapidez la pistola fásica, pero ya era demasiado tarde. Lo último que oyó fueron las tristes palabras de Lorelei.

–-Sólo perderá el conocimiento. Incluso esta violencia me duele, pero es necesario prevenir una violencia mayor.

El estremecimiento del rayo fásico se hizo con el control de sus nervios. Se crispó una sola vez, y cayó sobre la cubierta, inconsciente.


Desde lejos, llegaba el silbido del viento, que soplaba entre los árboles. Un goteo despertó recuerdos antiguos y casi olvidados en la mente de Jim Kirk: lluvia cayendo desde las hojas. Se sentía como si su cuerpo lo hubiese rechazado; el dolor atacaba todos sus sentidos y le obligó a volver a la realidad. Gimió y rodó sobre sí. La luz solar, tibia y reconfortante, le bañó el rostro. Parpadeó ante la inesperada luz, se protegió los ojos con una mano y luego se sentó trabajosamente. Debajo de él, las hojas recién caídas crujieron húmedas y fragantes, y el césped primorosamente cortado que había visto desde el puente de la Enterprise onduló como un líquido bajo sus palmas.

Kirk recorrió el entorno con los ojos. Había sido transportado a la superficie del planeta.

–¡Mi comunicador! – gritó, al tiempo que se llevaba una mano al lugar donde el aparato solía estar sujeto. Había desaparecido-. Lorelei me ha exiliado en el planeta. – El pánico creció y menguó en su interior al darse cuenta de cuánto peor podría haber sido su situación. Lorelei podría haberlo encarcelado a bordo de la nave. Escapar de una celda de detención era casi imposible. De esta forma, libre sobre el planeta, tenía una oportunidad.

–Primero encontrar a Spock y McCoy, y luego regresar a la Enterprise y a mi puesto de mando -se prometió en voz alta. Se levantó y permaneció quieto y en silencio, mirando a través de la vegetación del soto hacia la herbosa planicie a la que se habían transportado los otros. Kirk vaciló y escuchó cuando un crujir de hojas caídas le advirtió que se aproximaba algo vivo.

Unos animales pequeños, apenas más grandes que los gatos domésticos terrícolas, rebuscaban entre las hojas, excavando para encontrar gusanos y otros insectos, devorándolos y trotando luego hasta otro sitio. Kirk los siguió con curiosidad y observó. A pesar de que había numerosas larvas en cada lugar donde los animales excavaban, ellos sólo se comían unos pocos antes de cambiar de emplazamiento. La mayoría de los animales comerían hasta que no quedara nada antes de buscar otra fuente de alimento.

El silencio comenzaba a ponerlo nervioso. No sonaban gritos de apareamiento, ni gruñidos de caza ni enfrentamientos vigorosos. Ninguna de las criaturas que espiaba tenía orejas ni, al parecer, cuerdas vocales. Y ninguna le prestaba la más mínima atención. Siguiéndolas, se aventuró fuera del bosque y se detuvo. Había algo que lo inquietaba aún más que la quietud. Kirk fijó los ojos en el interior del bosque, y por fin se dio cuenta de qué era.

–No hay maleza. Ni un solo arbusto que cubra el suelo. Está tan limpio como si un jardinero lo limpiara periódicamente. – Mirara donde mirara no se veía ni un arbusto ni una planta fuera de lugar, y todas las plantas que veía estaban perfectamente formadas, sin rastro de plagas o enfermedades-. Es como un jardín -murmuró mientras continuaba caminando.

Un grupo de humanoides se dirigía hacia él. Dudó entre encararlos ahora o correr a ponerse a cubierto, en el bosque, por ejemplo. Por último, Kirk decidió que aquellos seres ya lo habrían visto y que por mucho que luchara no conseguiría imponerse. Aguardó con ansiedad. Y ellos pasaron de largo sin echarle siquiera una mirada de soslayo.

–¡Esperen! – los llamó, desconcertado al ver que no reaccionaban ante su presencia-. ¡Deténganse! – los humanoides continuaron caminando sin alterar siquiera el paso. Marchaban todos en perfecta sincronía. Kirk se reconvino por no recordar que carecían de órganos auditivos. Ni todos los gritos del mundo producirían efecto alguno. Comenzó a buscar el tricorder abandonado por Lorritson. Pronto lo encontró e interrumpió el enlace de transmisión con la Enterprise. No tenía ninguna intención de permitir que Lorelei se enterara de lo que planeaba.

Sentado con las piernas cruzadas sobre el césped, comenzó a estudiar las lecturas del tricorder, intentando formarse una idea de aquel peculiar planeta. Repetidas veces había visto que los humanoides hacían caso omiso de cosas extrañas que sucedían a su alrededor, y que sólo reaccionaban con fuerza cuando se intentaba el contacto. El intento de fusión mental de Spock había puesto en movimiento a un humanoide. Mek Jokkor tenía sus raíces hundidas en el suelo cuando fue atacado por las serpientes; los nativos se habían unido con rapidez y perfecta sincronía.

–Perfecta sincronía -murmuró, dándole vueltas a la frase una y otra vez. Comenzó a teclear varias posibilidades en el tricorder, y luego comprobó los resultados a medida que la pequeña máquina las procesaba e informaba de sus hallazgos.

–Perfecta armonía -dijo por fin Kirk. Comenzó a cavar hasta que encontró pequeños zarcillos que parecían raíces a pocos centímetros debajo de la superficie. El tricorder emitió un sonido ronroneante mientras él lo pasaba sobre la sección de zarcillos descubiertos. Se puso en pie de un salto cuando un animal pequeño con una nariz parecida a una pala se acercó a él caminando tranquilamente. La criatura clavó la nariz en el suelo y se puso a cubrir los zarcillos. Cuando hubo concluido su tarea, se marchó tan silenciosamente como había llegado. En pocos segundos, la hierba fluyó líquidamente para volver a cubrir el suelo desnudo. No quedó evidencia alguna de lo sucedido.

–El planeta se repara a sí mismo. Todo trabaja en colaboración. Alteras una parte, y el resto acude en su auxilio. Por eso los animales carroñeros del bosque no se comían todas las larvas. Los gusanos sirven a un propósito; pero ¿hacen algún sacrificio para que los animales puedan comer? ¿Quién decide cuál es el equilibrio? – Apagó el tricorder, deseando que Spock estuviese con él. Spock y McCoy eran los expertos; ellos sabrían solucionar un enigma ecológico como éste. Ellos conocerían las respuestas que él sólo buscaba a tientas.

Kirk echó a andar hacia la ciudad, poniendo buen cuidado en no pisar nada que se moviera o desplazara. Con la hierba no había problema; su papel en la vida consistía en que pisaran por encima. Pero el hombre del espacio caminó con cuidado para no molestar a ningún otro ser vivo. Encontrar a Spock se hacía cada vez más importante si quería recobrar el control de la Enterprise… aunque fuera simplemente para sobrevivir en este planeta.


8


Diario del capitán, fecha estelar 4905.8



Abandonado en el planeta, cuento con pocas probabilidades a mi favor. La tripulación de la Enterprise se ha amotinado, presa de las palabras de pacifismo pronunciadas por la alienígena Lorelei. Debo llegar a donde están Spock y los demás, rescatarlos y, valiéndome de este pequeño grupo, recobrar el control de mi nave estelar. Las perspectivas de lograrlo no son buenas.


Jim Kirk caminaba como si la cinta negra de calle que se internaba en la ciudad estuviese pavimentada con huevos. Le preocupaba la posibilidad de alterar el cuidadoso equilibrio que había visto funcionar en el bosque. Pisando con suavidad, evitando a los humanoides nativos, sin intentar contacto de ningún tipo, se internó en la urbe con el tricorder encendido. Las lecturas que le aportaba le hacían abrir la boca de admiración ante la maravillosa biología del planeta. No sólo eran seres ambulantes y vivos los obvios humanoides nativos de aquel mundo, sino que también lo eran los edificios. Con gesto vacilante acercó una mano a una pared aparentemente construida de ladrillos. Una superficie tibia, palpitante, acogió su contacto. La superficie plana se curvó ligeramente, retirándose justo lo bastante como para hacerle saber que todo el edificio era una entidad viva que respiraba.

Él retrocedió y alzó los ojos hacia la cumbre del edificio de cuatro pisos biológicamente activo. Los humanoides entraban y salían, tratando a la construcción como lo harían los habitantes de cualquier otro planeta si hubiese estado hecho de acero o granito.

–Imagínate… Crían sus edificios. ¿Son de naturaleza animal? ¿Vegetal? – El tricorder no aportó la respuesta a esa pregunta. Lo único que recibía era una lectura intensa que indicaba vida. El delicado análisis de la información tendría que dejárselo a quienes eran más expertos.

Regresó al medio de la calle y avanzó directamente por el centro de la ciudad. A ambos lados se encumbraban los edificios vivientes. En una ocasión vio uno de los edificios en "construcción". Humanoides y diminutas criaturas pequeñas y veloces parecidas a pájaros araña altairanos mimaban el edificio para convencerlo de que se encumbrara, creciendo recto y bien. Las criaturas similares a pájaros tendían una especie de telarañas desde la base a lo alto, que el edificio seguía con extraordinaria facilidad. Kirk observó mientras el edificio crecía de modo visible. Al principio, el crecimiento era sólo de centímetros por minuto, pero pronto fue de metros, enormes estirones que lanzaban la estructura hacia el cerúleo cielo. Los humanoides nativos no eran ni esclavos ni jefes. Trabajaban a la par con las criaturas parecidas a pájaros mientras, dentro del edificio que crecía, unos gusanos se comían el pulposo interior para abrir pasillos y habitaciones de forma perfecta.

–Una simbiosis. Todos trabajan juntos, todos necesitan a los otros para sobrevivir. El comunismo perfecto. Cada parte confía en todas las demás, y cada una sabe qué hacer y en qué medida. Fascinante. – Kirk se detuvo y pensó en lo que acababa de decir. Tuvo que reírse-. Estoy empezando a hablar como Spock. Pero resulta fascinante.

Seguro de que el tricorder había sondeado y grabado todo el proceso de construcción, continuó avanzando, siguiendo una fuerte señal del aparato que indicaba en qué dirección estaban los humanos prisioneros pertenecientes a la Enterprise.

La calle pronto se volvió áspera. Grandes porciones de pavimento viviente salieron disparados para hacerlo tropezar. Él retrocedió y miró el suelo con el ceño fruncido. El pavimento volvió a hundirse hasta adoptar un estado de reposo. A menos de diez metros delante de Kirk, se alzaba una valla espinosa.

–Spock -gritó-. ¿Están ustedes ahí?

–¿Dónde íbamos a estar si no, capitán? – replicó la voz de tono mesurado del vulcaniano- Deduzco que continúa usted en libertad. Me sorprende que no haya intentado rescatarnos mediante el transportador.

–La unidad telemétrica resultó destruida a causa de una descarga energética durante la recanalización.

–Y nosotros no tenemos nuestros comunicadores para proporcionarles otros datos de localización. Es lo que había supuesto.

–Jim, ¿puede sacarme de este lugar? No puedo soportar mucho más a Spock. Está actuando como si fuera condenadamente superior -dijo la voz de McCoy, malhumorada pero sin miedo.

–Ojalá pudiera. Hemos tenido algunos problemas a bordo de la nave.

Al otro lado de la valla se hizo un largo silencio. – ¿Un motín? – inquirió la voz ahogada de McCoy.

–Sí. – Kirk no trató de ocultar la amargura de su voz-. Ninguno de los oficiales me ha apoyado. Todos apoyaban a Lorelei. Incluso Scotty, Uhura, Chekov y Sulu. Todos ellos se volvieron pacifistas cuando intenté usar los cañones fásicos para sacarlos de ese corral.

–Spock pensaba que sucedería eso. ¡Maldición, otra vez estaba en lo cierto!

–¿Cómo puedo sacarlos de ahí? – preguntó Kírk-. Podremos hablar después de cómo regresar a la Enterprise. Me es imposible acercarme al corral más de diez metros sin que el pavimento comience a levantarse para hacerme tropezar.

–El doctor McCoy ha propuesto la única manera posible de escapar, capitán -replicó Spock- ¿Ha traído usted el maletín del doctor?

–No. Si no lo tienen ustedes, debe de estar con los comunicadores. Los nativos los dejaron amontonados en la periferia de la ciudad. Lo único que tengo es el tricorder que dejó caer Lorritson. – Kirk vaciló, y preguntó-: ¿Cómo están los diplomáticos?

–Mek Jokkor ha muerto.

Kirk se estremeció a pesar de la cálida brisa que recorría la ciudad.

–Yo estaba observándolo cuando él intentó echar raíces y de algún modo puso furiosa a la simbiosis.

–Eso no es del todo exacto, capitán. Una simbiosis es un compuesto de muchas entidades individuales que viven juntas por necesidad. Creo que este planeta es algo más; me parece que todo este mundo es un solo y gigantesco organismo viviente conectado.

–¿Quiere decir que las partes ni siquiera necesitan comunicarse entre ellas? ¿Al menos no como lo hace un organismo con otro?

–Es la única explicación posible, capitán. La telepatía no es lo bastante potente como para dirigir la forma de vida que constituye la totalidad de este planeta. Mek Jokkor debe haber sido visto como un intruso, como algo no muy diferente al cáncer. Los humanoides lo eliminaron… de modo permanente. No le dieron a sus actos mayor importancia de la que las células T confieren al torrente sanguíneo de usted.

–¿Y Zarv? ¿Y Lorritson?

–Se han encerrado en sí mismos después de la muerte de Jokkor. Creo que discuten posibles intentos de acercamiento, pero ninguno de sus planes parece factible.

–¿Qué van a hacer con el equipo médico de McCoy?

–Contiene anestesia, Jim -replicó la voz de Bones a través del velo de púas-. He examinado el corral y posee una sola raíz. Una inyección de metamorfina en la raíz central lo dejará fuera de combate. Mientras esté inconsciente, a falta de un término más adecuado, podremos escapar. Cuando se recobre, o si el resto del planeta percibe que se ha quedado dormida, se abrirán todas las puertas del infierno.

–Es una posibilidad remota -admitió Spock-, pero es la única que tenemos.

–Iré a buscar el equipo médico. No se marchen.

–Capitán Kirk, su intento de resultar gracioso deja mucho que desear.


Llegar hasta el perímetro de la ciudad y regresar requirió más tiempo del que Kirk había previsto. Metió todos los comunicadores en el maletín del médico, así como el tricorder de Spock y otros instrumentos que pertenecían al equipo de seguridad. Tocó con suavidad una de las pistolas fásicas, y luego la sujetó a su cinturón. No había nada que demostrara que podía serle de utilidad en aquel planeta. El repentino cese de actividad en cualquier porción del organismo único sólo conseguía atraer la atención del resto, algo que él no quería provocar. En una pistola fásica no había la energía suficiente como para dejar inconsciente a todo el planeta. Puede que para eso no hubiese la suficiente energía en la batería fásica principal de la nave, aun en el caso de que tuvieran plena potencia de motores hiperespaciales.

Se aproximó al corral desde una dirección diferente. El césped, en lugar del pavimento negro, se deslizaba por debajo del muro de púas. Así que logró acercarse más a la celda antes de que el césped comenzara a rebelarse y lo mantuviese a distancia.

–Ya tengo el equipo médico. ¿Lanzo la bolsa por encima del muro?

–Hágalo con cuidado. Que no toque las púas. Son muy sensibles al tacto.

Kirk alzó la vista, y tragó con dificultad. Se le hizo un nudo en la garganta. Colgado por encima de él, empalado en una gruesa púa, se encontraba el alférez de seguridad que había intentado sortear la valla. Su cuerpo había comenzado a descomponerse; pero eso no lo trastornó tanto como la forma en que la planta espinosa crecía en torno al cadáver, como si devorara al infortunado hombre.

–Allá va. – Balanceó el bolso por encima de la cabeza y lo soltó en el momento oportuno. Salió volando hacia lo alto y pasó sobre la cerca. No le llegó ningún sonido de impacto del interior. McCoy lo había atrapado al vuelo.

–Bueno -dijo la voz satisfecha del médico- Tengo la metamorfina suficiente como para hacer dormir a todo este condenado lugar durante una semana.

–No inyecte demasiado, podría provocarle un shock al arbusto espinoso, doctor -le advirtió Spock- La incapacitación debe sobrevenirle a la criatura con la suficiente lentitud como para que no la detecten.

–Se preocupa usted demasiado, Spock. Estoy habituado a tratar con animales de granja. No se daban siquiera cuenta de qué les había pasado cuando yo trabajaba con ellos.

–Eso sin duda explica sus modales con la tripulación.

–Déjense de charlas -intervino Kirk-, y pónganse a trabajar. Temo que adviertan que sucede algo fuera de lo normal y caigan sobre nosotros. Estoy seguro de que pueden oír cómo hablamos.

–Lo dudo mucho, capitán. Ninguna criatura animal o vegetal que hayamos visto hasta ahora tiene oídos ni orejas ni ningún otro tipo de órgano auditivo. La sordera afecta a todas las especies. Dado que la totalidad del planeta constituye un único organismo perfectamente integrado, se precisa del sentido del oído tanto como su pie necesita oír lo que está haciendo su brazo.

–La analogía es pésima, Spock -comentó McCoy-. Sin embargo, la aplicación del tranquilizante por mi parte es soberbia.

Mientras el médico hablaba, Kirk observó que las horribles púas proyectadas hacia lo alto comenzaban a doblarse un poco. El cadáver del alférez cayó al suelo a menos de un metro de distancia. Cuando por fin logró reunir las fuerzas necesarias para examinar al joven tripulante, ya se había abierto una brecha en la pared espinosa. Spock apartó las flexibles púas a ambos lados para que pasaran McCoy, los tres miembros del equipo de seguridad que quedaban con vida y los dos diplomáticos. Tanto Zarv como Lorritson salieron en silencio, deprimidos. Sin fanfarronerías, sin falsas valentías. Estaban aturdidos por todo lo que les había pasado.

–Se comieron a Mek Jokkor -murmuró Lorritson mientras trasponía la brecha hacia la libertad- ¡Se lo comieron!

–Para ser más exactos -lo corrigió Spock-, fue asimilado. En otras circunstancias, Mek Jokkor hubiera sido el que mayores probabilidades tenía de establecer una relación de afinidad. Por desgracia, dio la sensación de que amenazaba a la muy ordenada forma de vida de este planeta.

–Marchémonos de aquí y busquemos un lugar seguro en los bosques -propuso Kirk- Tenemos que hacer algunos planes.

–Capitán -intervino Spock-, aquí todos los lugares son iguales por lo que respecta a nuestra seguridad. Ahora que estamos libres de nuestro encierro, sugiero que no perdamos tiempo. En cuanto pasen los efectos de la poción del doctor McCoy, sonará una alarma por nuestra huida. Si hasta entonces no hacemos nada que cree trastornos, lo mismo da que nos quedemos aquí como en el bosque.

–Resulta difícil creer que la totalidad de este mundo pueda espiarnos… o detectarnos.

–Es un punto de vista algo paranoico, pero en esencia se ajusta bastante a la realidad. Ahora cuénteme qué ha sucedido a bordo de la nave.

Kirk resumió con rapidez todo lo acaecido, con una voz frágil, y la amargura afloraba con sus palabras. Concluyó diciendo:

–Tenía una mejor opinión de ellos. En especial de Scotty y de la tripulación del puente. Pero estaban tan ansiosos por amotinarse como cualquiera de los otros.

–Los culpa erróneamente, capitán -declaró Spock-. Libre de mis obligaciones, mientras he estado encerrado, he tenido tiempo y oportunidad de considerar muchas facetas de la presencia de Lorelei. Y he llegado a la conclusión de que tiene algo más que talento histriónico.

–¿A qué se refiere?

–A su capacidad para la empatía. Al percibir oposición, cambia el tenor de su argumento hasta que su oyente se muestra más abierto. De esta manera, confecciona los argumentos más eficaces para cada persona. Otro aspecto de este talento podría constituirlo la capacidad para emitir armónicos subsónicos y ultrasónicos.

–¿Quiere decir que puede ajustar el tono y el timbre de su voz de modo que ni siquiera lo sepamos? Eso es un poco traído por los pelos -se mofó McCoy.

–Explica la facilidad con que ha convertido a la tripulación de una nave estelar de la Federación a su filosofía pacifista. En un sentido, ha compuesto un discurso hipnótico individualizado para cada miembro de la tripulación. Toca corrientes de pensamiento que ni siquiera sabemos que tenemos, y trabaja sobre ellas. Tal vez esté relacionado con nuestros miedos y prejuicios, con nuestras ideas sobre el honor y nuestra identidad más profunda.

–¿Está diciendo que Scotty y los demás no actuaban por su cuenta? – Kirk se aferró a ese clavo candente.

–Lorelei les causó un efecto análogo al de una droga en el torrente sanguíneo. El receptor no es responsable de los resultados; lo es la persona que administra la droga.

–¿Está diciendo que es una psicóloga? ¿Que los droga con palabras aderezadas con armónicos hipnóticos? Eso es atribuirle demasiado a esa jovenzuela. – McCoy se acuclilló y rebuscó en el bolso, haciendo inventario de lo que había dentro.

–Eso explica muchas cosas. También pongo en cuestión la idea de que sea una jovenzuela, como dice usted. Creo que es mucho mayor que una adolescente.

–La edad de Lorelei no es algo que importe mucho ahora, caballeros -interrumpió Kirk-. Sí lo es salir de este planeta y recobrar el mando de la Enterprise.

–Con independencia de lo que hagan, debemos actuar con rapidez -intervino Donald Lorritson-. Yo… tengo miedo de que el embajador haya sufrido daños. – Alzó una mano cuando McCoy comenzó a avanzar hacia el tellarita-. No, su cuerpo no. Su cuerpo está sano. Es de una raza vigorosa. Me refiero a su mente. Zarv nunca había sufrido una derrota de esta magnitud. La pérdida de un apreciado ayudante lo ha enervado, al igual que los acontecimientos posteriores. – Lorritson hizo un gesto hacia el corral de púas.

–Sólo está deprimido. Se repondrá… si logramos salir de este condenado planeta.

–Doctor, el término apropiado es "cuando logremos", no "si logramos". Pronto dispondremos de transporte para salir de aquí. – Spock señaló hacia el cielo limpio de nubes.

Kirk se volvió y miró hacia el sol con los ojos entrecerrados. Apareció una lustrosa mota plateada, se hizo más grande y luego atravesó el cielo rugiendo.

–¡Una lanzadera!

–Precisamente -confirmó Spock- Nuestra salvación. Apresurémonos, antes de que nos echen de menos.

El pequeño grupo avanzó con precaución por el centro de la ciudad, observando el protocolo planetario y sin interrumpir en ningún momento las tareas de ninguna criatura. Llegaron al otro extremo de la ciudad e iniciaron una larga caminata por el campo.


Por dos veces, mientras avanzaban, la lanzadera se marchó y regresó.

–Debe estar cargando material aislante -dijo Kirk-. De algún modo, Lorelei ha convencido a la forma de vida planetaria de que se lo entregue.

–Mi tricorder está captando señales de radiactividad. Estamos cerca de una de las plantas de fisión nuclear de la forma de vida.

–¿Dónde está, Spock? – Kirk estiró el cuello. Unas colinas bajas, ondulantes, ocultaban el horizonte, pero no se veía atisbo alguno de instalaciones elaboradas- Tienen que producirlo de alguna forma y extraer la energía al exterior. Por aquí no hay nada ni remotamente parecido a una carretera, mucho menos a líneas de conducción.

–Los transportes de superficie son limitados, capitán. Lo que he visto tiene base orgánica. Algunas naves aéreas parecidas a los aviones de la historia de la Tierra, pero se trata de construcciones orgánicas. como los edificios. Su parecido se debe meramente a la forma que cada función exige, tal y como indica la ecuación de Bernoulli.

–Tiene que haber un pesado revestimiento de cemento y plomo, tal vez incluso escudos energéticos, en una planta de energía atómica -protestó McCoy-. Me figuro que por eso la lanzadera aterriza por las proximidades. El material aislante lo extraen cerca de la planta, para no tener que llevarlo demasiado lejos.

–Es una deducción lógica, doctor. Sin embargo, yo he llegado a sospechar que en este planeta todo es de base orgánica. Incluso el hecho de hablar de los habitantes como de "ellos" podría constituir un error.

–¿Está diciendo que una sola forma de vida lo rige todo?

–De la misma manera que usted es una sola forma de vida que comprende mitocondrias, núcleos, retículas endoplasmáticas, cuerpos de Golgi, bacterias y virus de varios tipos y con diversas funciones, todo un ejército de criaturas que hacen de usted la entidad que es.

–¿Cada parte que vemos… los árboles, la hierba, la calle misma… todos son sólo apéndices de una criatura gigante? – preguntó Lorritson, que manifestaba el primer signo de curiosidad desde que habían salido de la espinosa prisión.

–Partes integrales. Ninguna de ellas es vital por sí sola, pero todas son necesarias. Resulta difícil concebir a todas las cosas vivas de un planeta como aspectos de la misma criatura, pero creo que en este caso es así. De ser cierto, existe la probabilidad de que también la planta de fisión nuclear sea de naturaleza orgánica.

–La fisión orgánica no es lo mismo que la fisión nuclear -intervino McCoy con una sonrisa afectada.

–Eso ya lo sé. Pero, doctor, debe usted estar enterado de las reacciones nucleares que se dan de forma natural. Una tuvo una importancia crucial y permaneció activa durante centenares de años en la Tierra, en el continente de Africa. La pecbenda de una veta subterránea resultó lo bastante rica como para provocar la fisión. La roca del continente mismo fue lo que contuvo la reacción. Yo argumento que es el mismo caso que tenemos aquí.

–¿Así que la energía es usada directamente por la forma de vida? ¿Cree que no hay turbinas ni otros dispositivos mecánicos?

–Ninguno -le respondió Spock a su capitán. – Scotty se sentirá decepcionado.

Avanzaron hasta lo alto de una suave elevación. Kirk fue el primero en ver las instalaciones. Como había sugerido Spock, el reactor de fisión resultó ser por completo orgánico, contenido por enormes planchas de palpitante material gris que podría haber sido tejido muscular animal.

–Esas bandas grises mantienen el material inorgánico en su sitio. El calor aumenta dentro del núcleo del reactor natural. Alguna criatura, posiblemente diseñada o evolucionada para asumir esa tarea, absorbe directamente la energía y la conduce hasta la forma de vida fuera del área radiactiva.

–Nada puede vivir dentro de una pila atómica, Spock -protestó McCoy.

–Doctor, su educación biológica es curiosamente limitada. ¿Acaso no procura usted investigar todas las formas peculiares de vida que existen dentro de los límites de nuestro universo? Muchas formas de bacterias no sólo medran en el agua hirviendo, sino que florecen en el entorno altamente radiactivo de un reactor atómico.

–Nunca he oído hablar de una criatura semejante. – Existen, y hace siglos que se las conoce. Estaban bien documentadas ya en el siglo veinte.

–Capitán -gritó uno de los miembros del equipo de seguridad-. Mire. Allí.

Kirk vio que la lanzadera despegaba rugiendo de una cantera emplazada al otro lado del reactor atómico natural y se esforzaba por levantar el vuelo, estremeciéndose bajo la pesada carga que llevaba. Sin mayor dilación, Kirk le hizo un gesto al grupo para que lo siguiera. Si se daban prisa, podrían llegar al emplazamiento de la mina justo antes de la puesta de sol.


–Todo es tal y como supuse, capitán -dijo Spock en voz baja- Fíjese en cómo todos mantienen sus comunicadores constantemente conectados con la Enterprise.

Kirk asintió con la cabeza. De vez en cuando, oían la voz de Lorelei. El volumen de todos los comunicadores que tenían sus hipnotizados tripulantes había sido aumentado al máximo. Aunque se hallaban a cierta distancia, sintió la fuerza de atracción al pronunciar Lorelei sus persuasivas palabras. Paz. No agresión. La Senda Verdadera.

Spock lo arrancó de su sopor.

–Capitán, si se concentra demasiado, ella lo hechizará con sus palabras… con los subsónicos que emite.

–Creo que tiene razón, Spock. No existe ninguna otra razón para que mantenga un contacto verbal tan estrecho con los tripulantes que se encuentran aquí abajo.

–El aislante lo están extrayendo unos gusanos, señor -informó uno de los miembros del equipo de seguridad-. Gusanos gigantes con inmensas mandíbulas cortantes. Cortan la roca igual que si usaran sopletes atómicos. Unas criaturas aplanadas como lagartos acarrean las planchas cortadas hasta la pista de aterrizaje, donde nosotros usamos elevadores antigravedad para meterlas en la lanzadera. Quiero decir, que los usan ellos -se corrigió con voz tensa.

–Relájese, señor Neal, no vamos a tener que luchar contra nuestra tripulación. Tiene que haber otra manera.

–Gracias, señor. Yo… a mí no me gusta la idea de tener que hacerle daño a ninguno de ellos.

–¿Jim? – preguntó McCoy, los dedos clavados en el brazo del capitán. El médico miraba fijamente al oficial de seguridad.

–No, se trata sólo de una renuencia natural a herir a sus amigos. Tampoco a mí me gustaría. Lorelei no se ha apoderado de él. – En voz más baja. añadió-: Y yo me encargaré de que no lo haga.

Observaron durante bastante rato mientras cargaban las últimas planchas de aislante. La lanzadera volvió a elevarse con un rugido, dejando tras de sí un puñado de tripulantes. Uno de ellos dejó su comunicador junto a un árbol, La voz de Lorelei resonó, vibrante y seductora.

–Está hablando con este planeta viviente. Lo tiene también bajo su embrujo

–dijo Spock-. No es de extrañar que haya cautivado de tal forma a la tripulación.

–No -reconoció Kirk, repentinamente cansado-. Esa mujer es una maravilla de persuasión. Sólo me pregunto cómo vamos a arrebatarle la Enterprise.

Para eso, Spock no tenía respuesta.


9


Diario del capitán, fecha estelar 4906.1



Hemos asegurado una posición sobre una colina que mira a la cantera de la que está extrayéndose el aislante para reparar los Motores de la Enterprise. La tensión aumenta con cada cargamento que despega del planeta. No pueden quedar muchos viajes por hacer; la lanzadera constituye el único medio que tenemos para escapar. Spock no está seguro de cuánto tiempo nos queda antes de que nuestra presencia sea detectada. En cuanto pasen los efectos de la droga que se le inyectó al corral espinoso donde estaban prisioneros él, McCoy y los demás, todo el planeta se pondrá en guardia. La huida debe realizarse pronto… o jamás saldremos con vida de este mundo.


–Yo calculo que tres coma siete nueve seis dos toneladas métricas de aislante le proporcionarán al señor Scott una adecuada protección antirradiactiva. Eso significa que se realizará sólo un viaje más con la lanzadera.

–¿Por qué no se han limitado a usar el transportador? – preguntó McCoy-. Es una pérdida de tiempo venir a recogerlo como están haciendo. ¿Habría eso enfadado a la forma de vida planetaria?

–Aun sin tener en cuenta el problema existente con la unidad telemétrica del transportador, doctor, la enorme masa de material aislante es demasiado grande como para transportarla. No estamos hablando de gramos. El señor Scott necesita miles de kilogramos de masa para proteger a sus trabajadores mientras reparan los motores hiperespaciales.

Se hizo un silencio. Kirk sintió que un escalofrío le recorría la espalda. La absoluta soledad del lugar lo ponía nervioso. No había grillos ni pájaros que cantaran, ni un solo sonido animal que llegara hasta su escondite, porque no había ningún sonido semejante en ninguna parte del planeta. Todo funcionaba como una sola unidad.

–¿Cuándo estima usted que el arbusto espinoso despertará de los efectos de la droga?

Spock miró a McCoy, que estaba sentado con aire hosco y retraído.

–El metabolismo del arbusto me es desconocido, pero no puede tardar más de unas pocas horas. Cuando eso ocurra, volveremos a convertirnos en los perseguidos.

–Las cosas van a ir muy justas. El último viaje de la lanzadera, la conciencia del planeta de la ausencia de ustedes, el intento de no atraer la atención hasta entonces… -Kirk profirió un profundo suspiro-. Y entonces nuestros problemas no habrán hecho más que comenzar, Recuperar el control de la Enterprise no será tarea fácil,

–Lorelei ha subyugado totalmente a la tripulación mediante hipnosis sónica.

–Tiene que tratarse de algo más profundo que eso, Spock -reflexionó Kirk-. Sólo con verla, me siento… diferente.

–Podría ser una cuestión de vista tanto como de aroma, en su caso. Es de una raza diferente, pero las feromonas de su especie podrían excitar a algunos humanos.

–¿Como yo? – preguntó Kirk, con una leve sonrisa~. Es posíble. En una ocasión reparé en su perfume. Ahora que lo pienso, ¿cómo podría haber tenido perfume a su disposición? No trajo nada consigo, nada excepto las prendas que llevaba puestas cuando la rescatamos del derrelicto.

–El planeta Hyla constituirá una adición interesante y de lo más valiosa para la Federación, si podemos encontrarlo para establecer contacto.

–¿"Si podemos", Spock? No estará convirtiéndose en un pesimista, ¿verdad?

Sólo hablo de estas cuestiones en un sentido estadístico. Las probabilidades de que no logremos escapar de este planeta son…

Kirk alzó una mano e interrumpió a su oficial científico.

–Está bien. No hace falta que nos dé los detalles. Todos sabemos que no hay muchas esperanzas.

–¿Esperanzas, capitán? Es un concepto puramente humano y que no resiste al análisis atento. La esperanza, al igual que su absurda idea de la suerte, se reduce en realidad a conceptos estadísticos.

–Ya es suficiente. Repasemos una vez más el plan para subir a bordo de la lanzadera. Nada puede salir mal.

–Señor, muchas cosas pueden salir mal. Si…

–Spock, cállese -lo interrumpió McCoy-. Estoy harto de oírle parlotear constantemente. Voy a acabar con esto ahora mismo. – Se levantó y comenzó a avanzar hacia el vulcaniano. Al dar el primer paso, el pie del médico golpeó un tocón. El árbol aparentemente muerto retrocedió y las raíces comenzaron a brotar del suelo, enroscándose hacia dentro, en dirección al tallo central.

–Doctor, cuidado -le advirtió Spock al tiempo que señalaba la planta- Todo está interconectado. Pise con suavidad.

–Es el sitio más condenado que haya visto en toda mi vida. Incluso los gusanos de tierra protestan si pisa uno demasiado fuerte. – Comenzó a bajar el pie con fuerza, pero vaciló. Recorrió con delicadeza la corta distancia que lo separaba de los otros y se acuclilló junto a Kirk y Spock-. De acuerdo. Estoy aprendiendo. No puedo dejar fuera de combate a todo el planeta, así que tengo que tener cuidado.

–No tenemos posibilidad de tomar por asalto la lanzadera. No podemos arriesgarnos a permitir que este organismo planetario se dé cuenta de que hay algo fuera de lugar. Por otra parte, no podemos acercarnos caminando sin que nos vean. Hay guardias apostados mientras se lleva a cabo la carga.

–Tenemos pistolas fásicas. ¿Por qué no desmayar a los guardias, y luego dedicar un dulce momento a bailarles encima? – McCoy se rascó la cabeza y se balanceó sobre los talones.

–Alertar a la forma de vida no es más que una parte de nuestras preocupaciones. Si Lorelei tiene la más leve sospecha de que su lanzadera ha sido secuestrada, no abrirá las puertas del hangar de aterrizaje. O peor aún, sacará la nave de la órbita y buscará otro planeta para realizar las reparaciones. En cualquiera de los dos casos, quedaremos abandonados aquí.

–Ella tiene que creer que todo está saliendo de acuerdo con sus planes -convino Kirk, que detestaba la mención de cualquier parte de la Enterprise como "de ella"-. Podemos dejar fuera de combate a los guardias de uno en uno y sustituirlos por nuestros hombres. Pero quienquiera que se encuentre al mando debe permanecer ahí, porque Lorelei hará comprobaciones frecuentes.

–Esto está volviéndose más complicado que la estrategia para la batalla de Rift Veintitrés, cuando los romulanos intentaron abrir una cuña que atravesara el centro de la Federación.

–Bones, nuestro éxito o fracaso podría llegar a reflejarse en la historia. Dicho así puede parecer que se lo saca de sus justas proporciones, pero es la verdad. Zarv y Lorritson aún tienen una misión que cumplir. Los romulanos no van a esperarnos. Las hostilidades entre Ammdon y Jurnamoria desembocarán en una guerra a gran escala si no se les ofrecen alternativas pacíficas.

–¡La lanzadera, señor! – llamó uno de los miembros del equipo de seguridad.

El rugido lejano suponía un contacto con una civilización totalmente distinta de la entidad orgánica que los rodeaba… y resultaba maravillosamente familiar. Un par de aviones vivientes pasaron volando en silencio, como si escoltaran a la lanzadera que descendía con rapidez. Cuando la lanzadera se ladeó y describió un giro para realizar un aterrizaje de precisión, los guardianes aéreos de la forma de vida planetario se encumbraron y se alejaron para cumplir con alguna otra misión.

–Ha llegado el momento. Señor Neal, encárguese del guardia que está sobre aquella elevación. Spock, McCoy, manténganse cerca. El resto de ustedes, esperen aquí. Acudan sólo si nos metemos en problemas. – Kirk quería la menor cantidad de gente posible implicada en el asalto de la lanzadera. Demasiadas manos y pies sólo aumentaban las probabilidades de error. El ataque sorpresa era la única oportunidad que tenían. Si se estropeaba, todo estaría perdido.

Kirk contempló cómo el miembro del equipo de seguridad se escabullía, vigilando dónde ponía cada pie. Para cuando se abrió la puerta de la lanzadera y los tripulantes salieron de ella, Neal se encontraba escondido a pocos metros del vehículo. Contuvieron la respiración cuando el tripulante de la lanzadera pasó ante el escondite de Neal. Un destello de color rojo, un golpe rápido, un cuerpo que cayó inconsciente, y Neal reemplazó al guardia. Kirk hizo la señal convenida. El trío avanzó.

Con movimientos cautelosos pasaron al otro lado de una pequeña elevación, y esperaron mientras los complacientes trabajadores arrastraban enormes planchas del rocoso material aislante colina arriba, donde la tripulación de la lanzadera deslizaba debajo de ellas elevadores antigravedad.

–Podemos desembarazarnos de la tripulación, reemplazarla, y luego entrar en la lanzadera -dijo Kirk-. No parece haber ninguna manera de apoderarnos de la lanzadera mediante un asalto frontal.

–Capitán, el señor Scott está al mando. – Spock miró a través de la cada vez más mortecina luz del crepúsculo; sus ojos, más agudos, captaban más detalles que los de Kirk o McCoyNos reconocerá de inmediato si lo intentamos. – No tenemos muchas alternativas.

Spock se encogió de hombros. Tanto si él estaba de acuerdo como si no, su capitán había tomado una decisión de mando. Ahora estaban todos obligados por ella.

–¡Ahora!

El trío salió de su escondite y se lanzó sobre los trabajadores que maniobraban los elevadores antigravedad para colocarlos debajo de las planchas de aislante. Kirk golpeó dos veces a su hombre antes de dejarlo inconsciente. Los dedos de Spock se cerraron sobre la clavícula de otro en un pinzamiento nervioso vulcaniano. Sólo McCoy tuvo problemas para dominar al tripulante que le correspondió; durante todo el tiempo refunfuñó y rezongó acerca de que los médicos ayudaban a sus pacientes y no les hacían daño.

–En este caso, doctor -dijo Spock-, resulta demasiado evidente que él es su víctima en lugar de su paciente.

–Tiene razón, Spock. Es mi víctima, y como agradecimiento por habérmelo señalado le regalaré una operación de cirugía estética de orejas cuando regrese a mi consultorio. Tal vez parezca más humano, aunque lo dudo.

–Semejante cosa no me resulta atractiva en lo más mínimo, doctor McCoy.

Kirk les hizo señas para indicarles que acabaran el trabajo comenzado por los otros tripulantes. Colocaron en su sitio las plataformas antigravedad y comenzaron a remolearlas hacia la lanzadera, que se hallaba a cierta distancia. Las criaturas que habían estado transportando las planchas de aislante no les prestaron más atención de la que les habían dedicado a los otros humanos. Para ellos, una criatura extraña era idéntica a cualquier otra… siempre y cuando no supusiera una amenaza para ellos/él.

–La naturalidad es lo más importante -dijo Kirk, más para McCoy que para Spock- Tenemos que actuar como si no hubiera pasado nada.

–Allí está Scotty -susurró McCoy- Está mirando en la otra dirección.

–Entremos en la bodega de la lanzadera. Ya nos encargaremos de él después.

Condujeron el pesado material aislante al interior de la bodega de la lanzadera, lo aseguraron con bandas de sujeción y volvieron a enviar las plataformas antigravedad al exterior, donde la oscuridad iba en aumento. Los elevadores de dos palas flotaron en silencio, aguardando obedientemente el siguiente cargamento de la cantera. Si Kirk se salía con la suya, ese cargamento iba a retrasarse.

–Bien -dijo al tiempo que se pegaba más al flanco de la lanzadera-. Tenemos que actuar deprisa. Spock, usted se encarga de Scotty con su pinzamiento nervioso. Bones y yo iremos por los que están dentro de la lanzadera.

–¿Cómo podemos actuar sin que nos vean? Estoy seguro de que podrán advertir a Lorelei.

–Un poco de confianza, Bones. ¿Listos? ¡Vamos!

El trío se escabulló fuera de la bodega; cada uno se dirigía ya hacia su objetivo cuando un potente grito de alarma resonó por el sendero procedente de la cantera. El grito era inarticulado, angustiado… y humano.

–Muchachos -ordenó Scotty, retrocediendo desde la posición que ocupaba en el frente de la lanzadera-. Vayan a ver qué se cuece ahí abajo. No me gusta este lugar. – Mientras los dos miembros de seguridad que estaban con él se alejaban a paso ligero con las pistolas fásicas aún enfundadas, Scotty abrió su comunicador-. Adelante, Enterprise.

La respuesta fue instantánea.

–¿Qué problema hay, señor Scott? – inquirió la voz de Lorelei con melodiosas entonaciones-. ¿No ha habido ninguna interferencia con la biosfera del planeta?

–No sé qué problema hay, Lorelei…

Mientras Scotty hablaba, Kirk les indicó a sus dos amigos, mediante gestos, que retrocedieran. Incluso a cinco metros de distancia y a través de un pequeño comunicador, los hipnóticos efectos de la voz de la mujer de Hyla se hicieron sentir. Kirk les hizo señas a los otros para que se cubrieran las orejas con las manos. Ellos lo imitaron mientras volvían a ocultarse en la bodega de carga. Spock espiaba ocasionalmente por la puerta, para asegurarse de que Scotty aún hablaba por el comunicador. Se volvió para encararse con los otros, y sus labios formaron la silenciosa palabra de confirmación para indicar que el contacto entre Lorelei y la superficie aún estaba abierto.

Kirk se acercó a Spock y le susurró al oído:

–Regresemos por donde hemos venido y averigüemos qué ha sucedido. No podemos abandonar a Zarv y los demás si los han descubierto.

Spock y McCoy aferraron las asas que había a ambos lados de las plataformas antigravedad, y las empujaron de vuelta por el sendero en dirección a la cantera, como si continuaran cumpliendo con su deber. El velo de la oscuridad los ocultaba ahora a los ojos de Scotty. Eran sólo siluetas de ébano que se movían en la noche.

Cuando se hallaban a una distancia segura, Kirk les habló en voz alta.

–¿Alguno de ustedes ve algo? Alguien ha gritado. Tiene que haber sido uno de nuestros hombres.

–No necesariamente, capitán. Si el hombre que Neal dejó fuera de combate, o incluso uno de los que golpearon usted o el doctor McCoy, recobró el conocimiento, podría haber dado un golpe sin darse cuenta y provocado el enojo de la forma de vida planetaria. Si fuera ése el caso, nos quedan muy pocos minutos.

Kirk no quería ni pensar en la otra posibilidad. La droga inyectada en el arbusto espinoso podría haber dejado de hacer efecto. De ser así, la totalidad del planeta estaría buscando a sus prisioneros. Con independencia de lo que hubiera sucedido, el planeta había sido perturbado.

–Allí. ¡Miren!

Los dos hombres que Scotty había enviado a ver qué sucedía en la cantera estaban atrapados junto a una piedra de grandes proporciones. A sus pies, unos animales de cuatro patas que les llegaban hasta la rodilla, chasqueaban unos colmillos lo bastante grandes como para atravesar cinco centímetros de madera maciza. Los sonoros ruidos de castañeteo que hacían al abrir y cerrar las mandíbulas, indicaban que tenían intención de hacer daño.

–Nada de pistolas fásicas -advirtió Kirk cuando McCoy desenfundó la suya-. Es lo que ha provocado este lío. ¿Lo ve? – Señaló a varios de los predadores que yacían desmayados cerca de los tres humanos a los que ellos habían dejado fuera de combate un rato antes. Tenían la garganta desgarrada.

–Bien por el pinzamiento vulcaniano, Spock. Le hizo perder el conocimiento demasiado bien. Los perros se lo han cargado.

–El ecosistema de este planeta es preciso. Los carroñeros, pues imagino que eso deben de ser estas bestias, encontraron a los hombres que incapacitamos, y como no se movieron ni reaccionaron de una manera adecuada, ellos comenzaron a cumplir con su función.

–¡Estaban comiéndoselos!

–Las criaturas estaban eliminando una fuente potencial de carne putrefacta. Ninguno de los hombres a los que incapacitamos respondió ante la forma de vida al mando; por lo tanto, se hizo evidente que su función había concluido.

Kirk volvió a contener a McCoy cuando éste alzó la pistola fásica.

–Déjeme que los detenga, Jim. Si no hacemos algo, esos hombres morirán. Tanto si están embrujados por Lorelei como si no, continúan siendo tripulantes de la Enterprise. De su nave.

–Bones. – James T. Kirk sintió que el dilema lo desgarraba. Si actuaban con celeridad, podrían impedir la muerte de otros dos hombres. Pero si Kirk, o cualquiera de los que estaban con él, actuaba, eso no sólo alertaría y alarmaría a la forma de vida planetaria, sino que revelaría la presencia de todos ellos a Scotty… y a Lorelei. Sería imposible huir.

Si no hacían nada, dos miembros de su tripulación morirían. Su tripulación.

–Jim, ¿qué va a hacer? – exigió saber McCoy-. No podrán mantener a esas criaturas alejadas durante mucho más tiempo.

–No hacen uso de las pistolas fásicas. La filosofía pacifista de Lorelei ha arraigado demasiado profundamente como para que defiendan siquiera sus propias vidas. Resulta fascinante, si bien evolutivamente inadecuado.

–¡Scott, ayuda! – bramó Kirk. Tiró de sus dos amigos para apartarlos a un lado, fuera del sendero, hacia unas sombras demasiado profundas como para que alguien los viera. Segundos más tarde, Montgomery Scott corría pesadamente sendero abajo.

–¡Que los santos nos guarden, se los están comiendo vivos! – Le hablaba directamente al comunicador.

–¡Paz! – dijo la voz de Lorelei. La palabra onduló, tranquilizó, hizo disminuir la febril actividad demoledora de los animales, múltiples extensiones de la vida planetaria-. Estos hombres no tenían intención de causar ningún daño. Viven. Reaccionan. No les hagáis daño. Son un único ser.

Kirk se cubrió firmemente los oídos con las manos para que no le llegaran las palabras de Lorelei. Ni siquiera eso bloqueó del todo el impacto de su persuasión sónica, pero fue suficiente para que pudiera conservar sus propios ideales, su propia filosofía. Lorelei habló durante quince minutos, disuadiendo, halagando, tranquilizando. El resultado final fue lo que Kirk más deseaba.

Los animales carroñeros que formaban el grupo empezaron a dar vueltas resollando, reticentes, y a continuación se marcharon para cumplir con su función en otra parte. Los dos hombres rescatados se aferraban el uno al otro para mantenerse en pie. El shock y las heridas sufridas les impedía hacer mucho más que temblar. La visión de sus tres amigos, todos ensangrentados y muertos, los acobardaba todavía más. Scotty les hizo un gesto para indicarles que regresaran a la lanzadera. Kirk observó y esperó, mientras se preguntaba si realmente tenían alguna oportunidad. Su tripulación estaba siendo diezmada; cada pérdida de quienes obedecían a Lorelei no constituía una victoria para él. Aquellos que estaban muriendo eran sus propios hombres.

Cuando Scotty acabó su informe y cerró la solapa del comunicador, sacudió la cabeza y avanzó para colocar los cadáveres sobre una de las plataformas antigravedad que Spock había dejado al borde del sendero. Mascullando para si, el ingeniero empujó la horripilante carga de vuelta a la lanzadera.

–No seguirá adelante -les advirtió McCoy a los otros dos-. Con tantos hombres muertos, querrá volver a la Enterprise. No puede necesitar más aislante. Ya tienen suficiente.

–Está usted en lo cierto, Bones. Esto es el final. Vaya a buscar a Neal y los otros. Acérquese con lentitud. Spock y yo intentaremos dejar fuera de combate a Scotty. Es la única posibilidad que tenemos.

–Sí, la única.

Kirk no le respondió al médico. Aguardó hasta que se hubo escabullido noche adentro, caminando con cuidado para evitar cualquier posibilidad de molestar al quisquilloso organismo que formaba la ecosfera que los rodeaba. Kirk respiró profundamente, y luego se encaminó hacia la lanzadera. Había llegado el momento de actuar. Si no entraban pronto en la lanzadera, ésta se marcharía y los dejaría abandonados para siempre en el planeta. Dudaba que Lorelei, o alguno de los otros que se encontraban a bordo de la Enterprise. quisiera volver después de este sangriento desastre.

–Mire, Jim. Está cerrando la escotilla de la bodega de carga.

Kirk asintió con la cabeza, aguardó mientras Spock avanzaba en silencio hacia Scotty, y a continuación se levantó y caminó hasta un área iluminada por una linterna de mano colocada cerca de la escotilla de la lanzadera. Se detuvo, con los brazos en jarra, y se quedó de pie observando a Scotty.

El ingeniero tuvo una reacción retardada.

–Capitán, ¿es usted? – Luego su expresión cambió de jubilosa a escandalizada-. No debería haber venido de esta manera. Lorelei dice que está usted exiliado. Es una mala influencia para nosotros.

–Necesito regresar a mi nave, Scotty. Déjeme regresar en la lanzadera. – Kirk se volvió y dio unas suaves palmaditas sobre el frío casco metálico- La vieja Galileo Siete ha tenido una carrera variada, ¿no cree?

–Capitán, yo no puedo hacer que se marche, pero Lorelei es una muchacha persuasiva. – Scotty tendió la mano hacia el comunicador. Pero de repente se quedó rígido, Spock había utilizado el pinzamiento nervioso vulcaniano para detenerlo.

–Estaba preguntándome si habría olvidado usted lo que tenía que hacer.

Una ceja del vulcaniano se arqueó.

–Capitán -replicó Spock-, no lo había olvidado. Hay bestias moviéndose en la oscuridad. No tenía deseo alguno de molestarlas.

–Manos a la obra, Spock -dijo Kirk, mientras una sensación de intranquilidad aumentaba en su interior-. ¿Ha oído alguna vez la expresión "alguien camina sobre mi tumba"? Pues así es como me siento en este momento. – Dirigió los ojos hacia la oscuridad. Al no ver nada, cogió la linterna de mano e iluminó los alrededores con ella. Oyeron el sonido de unas botas que caminaban sobre grava. McCoy, Neal y los otros penetraron en el amarillo cono de luz. El embajador Zarv y Donald Lorritson caminaban en retaguardia, aún atemorizados por sus experiencias.

–Tenemos que trabajar a Scotty antes de regresar a la Enterprise -explicó- Dentro hay todavía un par que no han… ch… visto lo equivocado del camino que han tomado.

–Éste aún está bastante furioso, capitán. – Neal dejó caer al guardia que había golpeado. El hombre luchaba contra las firmes ataduras que le ligaban muñecas y tobillos. Un grueso trozo de tela de uniforme amortiguaba sus protestas -Manténgalo callado. Spock, ¿qué piensa usted? – No es probable que el señor Scott pueda librarse de los efectos del lavado sónico de cerebro al que lo ha sometido Lorelei, a juzgar por lo que se resiste este hombre. – Señaló al guardia de seguridad que se debatía- Lleva unos veinte minutos apartado de su influjo y los efectos aún persisten.

–¿No hay más remedio? – inquirió McCoy-. ¿Tenemos que hacérselo a Scotty?

–No veo otra alternativa.

Kirk asintió bruscamente con la cabeza.

–Hágalo, Spock. Use la fusión mental vulcaniana. Intente convencerlo de que tiene que ayudarnos.

–Aunque Spock lo consiga, nosotros todavía seremos vulnerables si su voz llega a nuestros oídos -protestó Neal.

–Doctor, ¿cree usted que podría elaborar un sustituto adecuado de la cera de oídos?

McCoy sonrió.

–A Ulises le funcionó muy bien -replicó-. Ninguna sirena va a molestarnos cuando haya acabado. Neal, ayúdeme a registrar la bodega. Necesito una bola de cera de joyero que se guarda allí para tomar impresiones. – McCoy y el miembro del equipo de seguridad se alejaron rápidamente.

Jimi Kirk se volvió y observó cómo Spock tendía una mano cuyos dedos acariciaban el rostro de Scotty. Los dedos se pusieron rígidos, sondeando con firmeza. Tanto Spock como Scotty sufrieron un espasmo, y la cara del vulcaniano se relajó.

–Está… su mente está inundada de conflictos -dijo una voz sutilmente distinta de la de Spock, aunque era obvio que pertenecía al vulcaniano-. No puedo ordenarlo todo. Las palabras… las palabras de ella… se confunden, se mezclan y crean un torbellino. Estoy muy cerca. Muy cerca de hallar la ecuación para liberarme. Para que se libere él. – Spock apartó la mano como si la piel del ingeniero le hubiera quemado. – Spock, ¿se encuentra bien?

–Sumamente bien, capitán. Creo que lo he logrado. al menos en parte.

–Capitán Kirk, ahora lo recuerdo. Yo intenté detenerlo. Dios, ¿cómo podré volver a levantar la cabeza después de esto? – El hombre hundió la cabeza en las manos y se estremeció de pies a cabeza-. Nunca me había deshonrado de esta manera. Es una tragedia.

–Será una tragedia si no salimos de aquí. ¿Se siente usted capaz de ayudarnos, Scotty?

–Sí, capitán. Haré cualquier cosa. A… la Enterprise. Ella tiene el control de la Enterprise. ¡Lorelei!

–Los recuerdos volverán con lentitud. He reestructurado neurológicamente ciertas vías. No sufrirá ningún daño, pero su memoria será caótica durante algunos días.

–Señor Spock, ¡ha sido usted el que ha estado liándola dentro de mi cabeza!

Kirk alzó la mirada y vio que McCoy y Neal regresaban. McCoy sonreía y sostenía en alto una gran bola de suave cera maleable.

–Aquí tenemos el pasaje de vuelta al Monte Olimpo.

–Por favor, doctor, sus alusiones clásicas caen en oídos sordos.

Leonard McCoy se detuvo y lo miró de hito en hito, con la boca abierta.

–Si no lo conociera tan bien, diría que Spock ha hecho una broma.

–Déjelo para después, Bones. ¿Cree que funcionará?

–Tendrá que hacerlo. Es lo único que he podido encontrar. Métansela bien apretada dentro de los oídos. Así. Más tarde irrigaré sus canales auditivos y lo limpiaré todo. – Fue de uno en uno, hasta que todos tuvieron los oídos tapados. Satisfecho, ayudó a Neal a meter al prisionero en la bodega de la lanzadera. Necesitaron aún menos tiempo para capturar a los dos que habían sido atacados por los carroñeros. No opusieron resistencia alguna, pues su moral ya era baja. Con bastante satisfacción, McCoy supervisó cómo los ataban y amordazaban. Sin más influencia por parte de Lorelei sobre los hombres, los guardias de seguridad volverían a su estado normal al cabo de pocas horas… o días. Hasta entonces, tendrían que permanecer atados. No podían usarse los servicios de Spock para cada miembro del grupo. No en este momento crucial.

–Entren en la lanzadera. Quiero despegar lo antes posible, Tengo la sensación de que va a haber un desastre inminente.

–Capitán Kirk -dijo Lorritson-, lo había juzgado mal. Éstos han sido momentos difíciles para todos nosotros. Usted se ha conducido de modo admirable.

–Adentro. Podremos darnos palmadas en la espalda más tarde. Cuando hayamos recuperado la Enterprise de manos de Lorelei. – Kirk hizo un gesto para indicarle al embajador Zarv que entrase, y entonces se dio cuenta de que el tellarita permanecía de pie, inmóvil, justo fuera de la lanzadera-. ¡Embajador! – gritó, con la intención de atravesar la barrera impuesta por la cera que le tapaba los oídos.

–¡Zarv! ¡No, no puede ser! – chilló Lorritson, Antes de que nadie pudiera detenerlo, Donald Lorritson salió disparado de la lanzadera y corrió junto a su superior. Una pierna del tellarita había sido envuelta por una enredadera resistente. Otras brotaban de la tierra y avanzaban, buscando a ciegas al embajador.

–Spock, espere -ordenó-. Zarv ha sido atrapado por unas enredaderas.

–La forma de vida planetaria ya está enterada de nuestra huida, Jim. Los sensores de la lanzadera informan de una aceleración de la actividad en toda la zona inmediata. Los seres voladores están en el aire y desde la ciudad se aproximan ejércitos de humanoides. No nos queda tiempo. ¡Ni un instante!

–Tengo que salvarlo. Sin ellos, no habrá ninguna misión de paz en Ammdon.

Kirk se arrojó al exterior por la escotilla abierta' pisoteó con furia una enredadera que se abría paso entre el polvo y se libró de ella para ir a detenerse junto a Lorritson. El hombre se estremecía como si sufriera de parálisis. Al capitán le bastó una sola mirada para comprender qué producía esta reacción. Una de las enredaderas había rodeado el cuello de Zarv y lo había estrangulado. La lengua le colgaba fuera del morro porcino, púrpura e hinchada. Sus ojos como cuentas se habían salido de las órbitas hasta tal punto de que la grotesca visión le revolvió a Kirk el estómago.

–Donald, retroceda. Ya no puede ayudarlo. Usted es ahora el embajador. Tendrá que ser usted quien detenga la guerra entre Ammdon y Jurnamoria.

–Zarv -sollozó Lorritson-. Era algo más que mi superior. Era… era mi amigo. Me cuesta tanto creerlo… Nos complementábamos tan bien… Éramos invencibles como grupo negociador. Y con Mek Jokkor…

–¡Lorritson! ¡Dése prisa! – Kirk se puso a aporrear el suelo con las botas en un intento por despejar el camino hacia la lanzadera. No había ninguna posibilidad de conseguirlo. Desenfundó la pistola fásica. Dos rápidos disparos produjeron resultados, pero no los que Kirk había esperado.

Las enredaderas retrocedieron y temblaron, hundiéndose de nuevo en la tierra. Mas la respuesta llegó de todas partes. Una pata peluda lo desarmó de un golpe. Unos zarcillos ascendieron para aferrarle las piernas. Lorritson ya había caído sobre manos y rodillas y no podía levantarse. Kirk luchó, pero en vano. La fuerza de todo un planeta cargaba contra él.

–¡Spock! – chilló- Despeguen. Déjenme. Recuperen la Enterprise. ¡Detengan a Lorelei!

Los tapones de sus oídos no le permitieron oír la conversación que tuvo lugar entre Spock y McCoy. Vio que su oficial científico empujaba a McCoy de vuelta al interior, y luego cerraba la escotilla. Lo asaltó una extraña combinación de orgullo y miedo. Spock tenía la suficiente sensatez como para obedecer. La Enterprise sería recuperada. Pero el abandono ahora significaba la muerte.

Los motores de la lanzadera se encendieron. Los gases de escape calientes le azotaron la cara, las manos, la totalidad delcuerpo.

Pero la Galileo Siete no salió volando. Spock hizo girar la lanzadera de modo que las llamas de ignición de los motores continuaran saliendo hacia detrás. Kirk luchó con más ahinco aún al comprender lo que Spock estaba haciendo. Todavía le quedaba una posibilidad de escapar. El calor hizo que la forma de vida que lo atacaba se marchitase, soltara a su presa. Se deshizo a patadas de las enredaderas, se sacudió de encima las manos que lo aferraban, luchando por avanzar hacia las fauces del fuego.

–Dése prisa, capitán. No puedo mantener esto así durante mucho más. – Las palabras le llegaron amortiguadas y poco claras, pero las comprendió. Se libró de una sacudida de la última enredadera que lo sujetaba, y corrió hacia la escotilla de la lanzadera. Unas manos fuertes lo metieron dentro.

–Zarv, Lorritson, ambos han muerto -consiguió decir. – Usted está vivo, – oyó que gritaba alguien.

Entonces, cuando los motores de la lanzadera se encendieron al máximo de su aceleración y la intensa presión lo derribó violentamente sobre las planchas de acero de la cubierta, Jim Kirk se desmayó. Sus últimos pensamientos fueron de muerte y… acerca de Lorelei.


10


Diario del capitán. fecha estelar 4908.0



Resulta difícil creer que la huida del sistema unitario de vida planetario pueda ser la parte más fácil del proceso de recuperación del control de la Enterprise. El dominio que Lorelei tiene sobre los tripulantes es tan seguro como si los tuviera encadenados… o más. La cortina de plata de sus palabras los ha atrapado en una red que requerirá tiempo y esfuerzo para poder deshacerla. No nos queda tiempo.


–Tenga cuidado, Spock. Está acercándose demasiado.

–Doctor, soy piloto titulado. No necesito que se me advierta de cuestiones tan elementales. Por favor, atienda a sus pacientes. Sólo puedo esperar que sus habilidades médicas sobrepasen sus capacidades de piloto.

–Continúen con lo que estaban haciendo -les espetó Kirk, mientras se esforzaba por sentarse. Recordaba haberse desmayado sobre las planchas de acero de la cubierta. Ahora descansaba en uno de los sillones acolchados, preparados especialmente para proteger contra la aceleración. No tenía recuerdo alguno de haber sido levantado y asegurado allí con el cinturón-. Informen.

–Señor, nos encontramos a menos de mil metros de la Enterprise. El señor Scott ha establecido contacto con los tripulantes del hangar de aterrizaje. Las puertas están abriéndose en consecuencia. Pronto habremos amarrado.

–Sí, capitán. Mire. Las reparaciones se desarrollan según lo planeado. – Scotty pasó junto a su capitán y señaló a través de la diminuta ventanilla- El aislamiento está instalado. No podrían trabajar más a prisa, mis bravos muchachos y muchachas. – En sus labios apareció una ancha sonrisa de placer ante la vista de las cápsulas de materia-antimateria que estaban siendo reconstruidas de modo tan perfecto. Todo un motor hiperespacial había sido descubierto y reparado. El aislante flotaba a apenas milímetros de la mortal antimateria, sujeto mediante invisibles campos energéticos. Una vez acabadas las operaciones, las botellas magnéticas volverían a formarse, y sería reencendida la potente fuente de energía de la nave estelar.

–Tenemos siete hombres capaces de resistir la voz de Lorelei. ¿Será suficiente? – se preguntó Kirk, en voz alta.

–Ya he considerado ese detalle, capitán. Si dejamos inconscientes a los que se encuentran en el hangar de aterrizaje, tendremos acceso inmediato a los niveles de ingeniería. Desde allí, es bastante sencillo activar los depósitos de gas somnífero. Aunque constituye un inconveniente permitir que cuatrocientos veintitrés miembros de la tripulación abandonen sus tareas simultáneamente, es mejor que intentar una conquista por etapas.

–Como de costumbre, Spock, su análisis ha sido magistral. – Kirk suspiró-. Ojalá podamos hacerlo. Lorelei se ha movido libremente por toda la nave. Es probable que haya desconectado los depósitos de gas somnífero.

–Se trata de un dispositivo pacífico, capitán. ¿Acaso no es ésa la base de su filosofía?

–Es algo que puede usarse contra ella. No se apoderó de la nave de manera inmediata. No me sorprendería en lo más mínimo descubrir que la mayor parte de los dispositivos de defensa interna han sido desactivados.

–Y aunque funcionaran -intervino Scotty-, muchos miembros de la tripulación se encuentran en el exterior. Al mínimo grito, todo el equipo de ingeniería caería sobre ustedes.

–No pueden presentar una oposición física si creen en el pacifismo -intervino Neal con vehemencia-. Es una ventaja que tenemos. Nosotros podemos luchar, y ellos no.

–A pesar de eso, continúan siendo amigos y compañeros de tripulación, señor -replicó Kirk con tono cortante-. Y el pacifismo no implica que no puedan encerrarnos por nuestro propio bien. Nos superan en una proporción de sesenta a uno. La única ventaja con la que podemos contar es el factor sorpresa.

–Y la rapidez. Podemos movernos con celeridad en caso de que fuera necesario.

–Sí, la rapidez. La sorpresa -convino Scotty-. Pero si, como usted piensa, el gas somnífero no va a funcionar, ¿qué vamos a hacer?

–Cogeremos prisionera a Lorelei. La encerraremos en una celda de aislamiento e impediremos que contacte con cualquiera de los otros. Si el gas somnífero funciona, bien. En caso contrario, por lo menos conseguiremos que su influencia sea menor.

–Será una mengua exponencial -dijo Spock-. Durante los primeros días, la disminución de la influencia será más rápida; luego se enlentecerá hasta detenerse. Cuando regresemos a la base estelar, tal vez será necesario realizar un perfil psicológico de cada uno de los miembros de la tripulación.

–Excepto de usted, por supuesto -dijo McCoy-. Ustedes, los vulcanianos, son impermeables a los encantos de ella, ¿me equivoco?

–Detecto sólo influencias pequeñas en mi comportamiento. A diferencia de los humanos, nosotros somos capaces de observar objetivamente nuestros actos. Y ahora, doctor, si me disculpa durante un momento, tengo que atracar esta nave.

Ante ellos, las puertas de entrada se abrían de par en par. Spock los guió al interior con maniobras de experto e hizo posar la lanzadera con el más leve estremecimiento. Desvió los ojos hacia Kirk, que se apoyaba sobre piernas temblorosas e intentaba recuperar el equilibrio después del golpe recibido en la cabeza. Con una mano sujetaba una pistola fásica programada para desmayar.

–Vamos. Es probable que Lorelei esté en el puente. Reduzcan con las pistolas fásicas a todos los que puedan. No permitan que nadie escape y dé la alarma, y les veré cuando nos encontremos otra vez al mando.

–Buena suerte, capitán. – Spock asintió con gesto solemne, y luego apretó un hombro del capitán.

James T. Kirk se volvió y le hizo una señal a Neal para que abriese la escotilla. incluso antes de que se hubiese alzado del todo, el capitán disparó un destellante rayo rojo de fuego fásico a través de la abertura. Dos técnicos del hangar de aterrizaje se desplomaron, inconscientes. Los ocupantes de la lanzadera salieron todos disparando con rapidez sobre hombres desprevenidos. Por último, Scotty dijo:

–Ya están todos, capitán. Permítame informar de mi llegada a la muchachita del puente. – Abrió su comunicador y dijo-: Lorelei, aquí Scott, informando de nuestro regreso. Están descargando el material aislante que faltaba.

–Muy bien, señor Scott. Ha hecho un buen trabajo. – Kírk observaba mientras tanto que la expresión del rostro de Scotty se alteraba ligeramente. Incluso con la cera que le tapaba los oídos, captaba lo bastante de las seductoras palabras de la mujer alienígena como para sentir su influjo subyugador. Kirk tendió una mano y sacudió a su ingeniero. Scotty parpadeó y asintió con un rápido gesto de la cabeza. No sucumbiría tan fácilmente. Otra vez no.

Corriendo silenciosamente, llegaron al turboascensor y se apiñaron dentro. La cera de los oídos les impidió percibir los sonidos habituales, como el siseo de los pisos por los que pasaban de largo, los zumbidos electrónicos, el suave rozar del metal contra metal al abrirse las puertas en el puente. Kirk dio dos pasos rápidos.

Lorelei se hallaba en el sillón de mando, con la atención fija en la pantalla frontal. Los ojos de Kirk se desviaron un instante para observar a los miembros de su tripulación, que trabajaban con diligencia en la reparación de los motores, y regresaron a ella. En esa fracción de segundo, Lorelei había percibido la intrusión y pulsado el botón de alarma. Las luces rojas se encendieron, y comenzaron a destellar intermitentemente, llamando a todos los tripulantes a sus puestos.

Spock y Kirk comenzaron a abrir fuego con sus pistolas fásicas. Chekov y Sulu se desplomaron, inconscientes. Uhura intentó interponer su cuerpo entre los rayos y la delgada figura de Lorelei. Recibió una doble descarga. Durante esos instantes, Lorelei aprovechó para avanzar rápidamente hasta las escaleras de emergencia que conducían a la cubierta inferior.

Kirk sintió en la espalda un soplo de aire. Giró sobre sí, y vio las puertas cerradas del turboascensor. McCoy y Neal habían bajado con la intención de interceptar a la hylana. Los otros que quedaban en el puente se lanzaron hacia ellos, pero fueron reducidos por los precisos disparos de Spock. En menos de quince segundos, todos yacían plácidamente dormidos.

–Maldición, Spock, se nos ha escapado.

–Tenemos el control de la nave, capitán. El puente es vital si quiere recuperar el poder.

Kirk se dejó caer en su asiento, pulsó un código en los botones del posabrazos y aguardó. En el panel de Chekov no se encendió ni una sola luz.

–Ha desactivado los depósitos de gas somnífero, como sospechaba. Puede que nosotros tengamos el puente, pero ella posee el resto de la nave. Cuando Lorelei llegue a los controles auxiliares, nos vamos a encontrar con un buen problema.

–Ahora el turboascensor está desactivado. La única forma de llegar al puente es por la escalera.

–O a través de la cúpula. – Kirk alzó los ojos hacia el techo de vidracero que aumentaba el tamaño de las estrellas como una lupa. Un soplete atómico podría atravesarlo en pocos minutos. Si lo intentaban, se darían cuenta, claro, pero de poco iba a servirles. La descompresión repentina los mataría. Intentó apartar de su mente el pensamiento de un equipo de ingeniería trabajando sobre la cúpula en lugar de en el motor hiperespacial. Su ataque frontal casi había sido un éxito.

Había faltado muy poco para conseguirlo… y en este caso, un milímetro era lo mismo que un pársec. Lorelei había escapado ilesa, y seguía teniendo un absoluto control sobre los tripulantes. Podía esperar tranquilamente el momento más favorable. Para Kirk y los otros, el tiempo obraba como un enemigo.

–Señor, tengo al señor Scott en el intercomunicador.

–Informe, Scotty.

–He asegurado una parte de la sala de motores. Probablemente Heather McConel volverá a estar en plena forma dentro de poco. La muchacha raras veces se lava las orejas. – Al decir esto profirió una risa entre dientes- Los otros, sin embargo, plantearán un pequeño problema. Los he encerrado en un depósito de herramientas.

–Suelde la puerta del depósito. Y suelde la puerta de la sección de ingeniería. No hemos apresado a Lorelei. Nos echará encima al resto de la tripulación en cualquier momento. Lo mejor que podemos hacer es enlentecer su avance.

–Sí, señor.

Scotty cerró la comunicación, y dejó a Kirk con sus desoladores pensamientos. El zumbido de la pistola fásica de Spock lo devolvió a la realidad. Tres miembros de la tripulación se desplomaron en lo alto de la escalera. Cuando se abrieron las puertas del turboascensor, Kirk estaba preparado. Su pistola fásica derribó a los seis que había en el interior. Las puertas se cerraron y el ascensor volvió a bajar.

–Pensaba que había desactivado el turboascensor.

–Lo siento, capitán. Lorelei se ha instalado en el puesto de mandos auxiliares. Ha anulado mi orden.

–¿Hay alguna parte de la nave sobre la que usted tenga un control total?

–Negativo, capitán. El señor Scott podría ayudarme a hacerme con una pequeña parte del control, pero con los motores hiperespaciales aún desactivados y la potencia interna extraída de baterías y de los motores de impulsión, no hay mucho que podamos hacer.

–Desactive los sistemas de ventilación. Los teníamos funcionando a sólo el cincuenta por ciento.

–Lorelei ya ha anulado mis controles. No podemos operar sobre ninguna de las unidades de soporte vital. Tampoco puedo provocar una sobrecarga canalizando otros equipos que consumen energía.

–Continúe intentándolo. Ahora no podemos darnos por vencidos. No podemos.

Antes de que hubiera tenido tiempo de terminar la frase, la imagen de la pantalla frontal se deshizo, y el equipo de reparaciones desapareció para ser reemplazado por el triste rostro de Lorelei.

–James? Veo que es usted. Es un hombre de lo más notable. Es una lástima que se niegue con tanta firmeza a renegar de los métodos violentos.

Kirk tragó con dificultad. Incluso la visión de la mujer lo afectaba. ¿Las feromonas, los armónicos, alguna otra cosa? No lo sabía. La cera impedía que lo peor de los persuasivos tonos penetraran hasta sus oídos, pero aun así se estremecía bajo el impacto de las palabras de ella.

–¿Puede filtrar un poco más la emisión, Spock? – De inmediato, capitán.

La imagen permaneció en la pantalla, pero su rostro aparecía ahora entramado por líneas que formaban un dibujo espigado. Las palabras sonaban átonas e indistintas, pero a pesar de eso Kirk las entendía aún demasiado bien.

–No puede escapar ni triunfar. Ríndase, James. No deseo que sufra ningún daño. – Al ver que no respondía, ella sonrió con tristeza y añadió-: Su doctor McCoy ha sido capturado.

–¡Bones! – Kirk sintió el impulso de levantarse, las manos sobre los posabrazos, preparado para lanzarse a la acción.

–Vamos a transportarlo de vuelta al planeta. Intentaré explicarle la situación al ser que comprende ese planeta. No se tomará ninguna medida disciplinaria contra McCoy. Él sólo tiene que aprender a vivir en armonía con el ecosistema.

–Va a matarlo. Ninguno de nosotros puede vivir allí. Somos intrusos. ¡Es un sistema totalmente simbiótico!

–Tengo la pantalla programada con un filtro de cero coma dos, capitán. Ella no puede ni verlo ni oírlo con claridad,

–Tiene a McCoy. – Se hundió en su asiento, sintiendo que el cansancio le llegaba hasta el fondo del alma.


–James, por favor, no reaccione de manera violenta. – Kirk golpeaba una y otra vez los posabrazos de su asiento de mando con los puños. Necesitaba hacer algo, actuar… y la frustración de saber que no podía hacer nada le hacía estremecerse-. El doctor McCoy no está sufriendo ningún daño. En todo caso, está mejor ahora que cuando se escabulleron ustedes de vuelta a bordo. Tenía muchas heridas que han recibido atención. La enfermera Chapel está perfectamente capacitada para curar las lesiones que presenta el doctor.

–Lorelei, va a transportarlo de vuelta al planeta.

–No puedo tener disensiones entre la tripulación. La violencia es una simiente que no engendra otra cosa más que violencia. Intenté razonar con usted y fracasé. McCoy está comprometido de modo similar con una línea de actuación contraria a la Senda Verdadera.

–Morirá en el planeta. El ecosistema es…

–Tengo conocimiento del orden de vida unificado que existe en el planeta -lo interrumpió la mujer. Kirk sintió las vibraciones de su voz, la luz que ella traía a un universo por lo demás oscuro. ¡Prometía tanto…! ¿Por qué él le presentaba una oposición tal? Tendría la paz con sólo pedirla. Lo único que tenía que hacer era escuchar, escuchar, escuchar.

–Capitán -gritó Spock, rompiendo el hechizo que la hylana tejía en torno a él-, no es prudente conversar con ella, ni siquiera durante períodos cortos de tiempo.

Jim Kirk se sacudió. La cera que llevaban en los oídos no lograba más que embotar un poco la embestida de los armónicos de la mujer. Ella entonaba su voz de modo perfecto, insidioso. Pero él resistió, pues sabía con qué armas se enfrentaba. Eso era su voz, sí, un arma.

Carecía de importancia lo que Lorelei predicaba -y creía de verdad, de eso no le cabía duda- acerca de la paz. Esa filosofía acarrearía la muerte a cualquier humano que dejaran en el planeta. Kirk se preguntó si la propia Lorelei podría sobrevivir en el sistema de vida unitaria de ese mundo. Era algo que trascendía la simbiosis; era un gigantesco organismo que vivía y reaccionaba como una unidad. Cualquiera -humano, hylano, tellarita- que intentase interferir, se convertía en un cáncer que habría que eliminar para evitar que el sistema sufriera. Se trataba de un poderoso desarrollo evolutivo, y Kirk deseaba que más tarde pudieran investigarlo más a fondo, sin prisas y de una forma que impidiera que la forma de vida los considerara como intrusos.

–Lorelei, no envíe a McCoy de vuelta al planeta. No pertenece a ese lugar.

–Ya no encaja tampoco a bordo de la Enterprise, James. Ni usted. Según el designio de los acontecimientos, el viejo orden debe dejar paso al nuevo. Ustedes no son lo bastante flexibles como para abrazar los métodos de la paz. Los métodos de la guerra ya no resultan necesarios.

–Lorelei -comenzó a decir, y luego apagó la pantalla. Una imagen exterior de los trabajos de reparación que estaban tocando a su fin en el motor de babor reemplazó el demacrado rostro de la mujer.

–Está sometida a una considerable tensión nerviosa -le comentó a Spock-. ¿Ha visto la tristeza que hay en sus ojos, el aspecto que tiene?

–Indudablemente que está sometida a una gran tensión, capitán. No puede gustarle lo que hace en nombre de la paz. Cualquier ser que se proclame defensor del pacifismo sabe que el planeta de ahí abajo asesinará. Ella sólo le está ofreciendo una tenue posibilidad de supervivencia.

–Ya es algo -reflexionó Kirk.

–No, Jim, eso no será suficiente para derrotarla. Ella conserva toda su fortaleza personal.

–No puedo permitir que envíe a McCoy a la superficie. La detendré. Spock, continúe intentando aislarla a través de los controles. Yo procuraré rescatar a McCoy en la sala del transportador.

–Señor, tengo una idea que podría funcionar. No obstante, requerirá una cantidad considerable de trabajo de computadora por mi parte.

–Bájeme hasta la sala del transportador: luego haga lo que tenga que hacer.

–Sí, señor. Preparado.

Las puertas del turboascensor se deslizaron lateralmente hasta abrirse. Kirk avanzó como si se metiera en las fauces de una bestia gigantesca que se disponía a devorarlo. Nunca se había sentido más solo en toda su vida que cuando las puertas se cerraron y el ascensor descendió a una velocidad vertiginosa. Kirk no estaba preparado para el hostil comité de recepción que lo aguardaba cuando se abrieron las puertas en la cubierta del transportador.

La rapidez de reflejos lo salvó. Media docena de miembros del equipo de seguridad estaban apostados a ambos lados del corredor, con las pistolas fásicas programadas para dejar inconsciente al enemigo. La pistola fásica de Kirk disparó primero, recorriendo la línea de guardias apostados y derribándolos con un único disparo. Lorelei controlaba a sus tripulantes, pero los reflejos de estos aún no se habían adaptado a las palabras de la mujer. Lucharon consigo mismos, y la filosofía impuesta acabó por triunfar. Sin embargo, la pequeña demora provocada por la contradicción entre el deseo de obedecer a la hylana y a sus puntos de vista, y la incapacidad de atacar a un oficial superior, le proporcionó a Kirk una pequeña ventaja.

El último de los guardias de seguridad había tocado apenas la cubierta, cuando el capitán irrumpió en la sala del transportador. El jefe del transportador preparaba la unidad, y McCoy se encontraba de pie sobre la plataforma con las manos atadas a la espalda.

–Baje de la plataforma, Bones -le chilló-. Desactive el transportador, señor Kyle.

Una vez más se produjo una ligera confusión, el más leve retraso temporal. Kyle quería obedecer a su capitán; resultaba difícil olvidar un código tan profundamente inculcado. Pero Lorelei le había ordenado que enviara al doctor a la superficie.

–Capitán, yo… -fue cuanto pudo decir el muchacho antes de que el rayo fásico lo hiciera retroceder tambaleándose, chocar contra la pared y desplomarse sobre la cubierta, inconsciente.

–Me alegro de verlo, Jim. Le aseguro que es usted muy oportuno.

–Olvídese de eso. Tenemos que regresar al puente. Spock está intentando retener el poco control que tenemos desde allí.

–¿Cómo ha llegado hasta aquí? Ella ha tomado los controles auxiliares. – McCoy se frotó las muñecas para restablecer la circulación.

–Yo… no lo sé. Tiene que haberlo hecho Spock.

–No, James, se lo he permitido yo. Dejarlos juntos a usted y al vulcaniano no parecía una táctica muy acertada. – La voz de la mujer resonó procedente del intercomunicador de la consola de transporte.

–¿Táctica, Lorelei? Habla usted como un general. Un comandante militar. ¿Está declarando la guerra? – Le hizo a McCoy señas para que abandonara la sala y se encaminara hacia elturboascensor.

–¿Guerra? Eso no es posible, según su definición de la guerra. En un sentido, podría ser guerra, si redefine el término para darle el sentido de convencer a otro de su propia superioridad moral. La fuerza no resuelve nada. Tenemos que razonar todos juntos y pacíficamente. Usted es incapaz de hacer eso. Se resiste con demasiado empeño.

–Jim, mis oídos. Yo… siento el efecto de su voz.

Con la celeridad del rayo, Kirk se puso en movimiento. Las palmas de sus manos golpearon ambos lados de la cabeza de McCoy, atrapando los oídos del hombre en una veloz bofetada. El médico profirió un chillido y posó sus propias manos sobre los oídos doloridos.

–¡Maldición, me ha dejado sordo! – gritó, incapaz ya de oír su propia voz y controlar el volumen de la misma. Se calmó cuando Kirk se llevó un dedo a los labios para pedirle que guardara silencio. McCoy comprendió entonces la necesidad de aquel acto.

–Todavía se empeña en oponerse a seguirme hacia la Senda Verdadera. Me gusta usted, James. Deseaba que nos hubiéramos conocido en mejores circunstancias. Debo enviarlo también al planeta. Perturba a la tripulación con sus métodos salvajes.

Las puertas de la sala del transportador se deslizaron hasta cerrarse. Kirk sabía que Lorelei había restablecido el control sobre muchos de los circuitos que él había cerrado. No dudó en ningún momento mientras desplazaba hasta plena potencia el botón selector de la pistola fásica. El rayo color fucsia hizo fuego contra la puerta. El humeante agujero se agrandó hasta que ambos hombres pudieron pasar a través de él. Algunas chispas de metal candente cayeron sobre el uniforme de Kirk y penetraron hasta la piel. Las apagó a manotadas sin darse apenas cuenta de lo que estaba haciendo mientras avanzaba a la carrera en dirección a las escaleras que iban a la sección de ingeniería. Si Scotty aún controlaba el área, cabía una ligera posibilidad de que pudiese usarla como base para lanzar un asalto frontal contra el puente auxiliar.

–No, James, eso no resultará. No le cause daño a ninguno de los tripulantes. Son sus amigos. No le desean ningún mal. Ayúdelos. Trabaje junto con ellos.

Kirk dio un traspié mientras corría, al influir sobre su resolución la plena fuerza de la voz de ella. Intentó recitar poesía mentalmente, repasar la lista de tripulantes, pensar en cualquier cosa que no fueran los zarcillos suavemente persuasivos que se deslizaban por su mente. Sin los tapones de cera en los oídos, habría sucumbido por completo a las expertas prédicas de Lorelei.

–James, usted quiere creer como lo hago yo. La barbarie no es la respuesta. La amistad sí lo es. Trabajar con los otros proporciona sensaciones positivas. Hay más que… -El aullido de la retroalimentación eléctrica atravesó el creciente sopor de Kirk como un cuchillo a través de mantequilla. El intercomunicador se volvió frenético, y empezó a emitir gemidos agudos, zumbidos subsónicos que le golpeteaban los huesos y vibraban en sus órganos internos. McCoy le proporcionó apoyo hasta que recobró el control de sí mismo.

El alarido de electrones atormentados fue como música para sus oídos. No podía hacerse oír por encima de él. Formó las palabras con los labios.

–Al puente auxiliar.

McCoy asintió con la cabeza y lo siguió.

La pistola fásica de Kirk redujo a la inconsciencia a dos guardias que había junto a la puerta, en el exterior, y luego se lanzó al interior dispuesto a continuar la lucha. No había ninguna necesidad. Lorelei se encontraba sentada en el asiento de mando del puente auxiliar, el rostro macilento y ojeroso a causa del esfuerzo. Habló y las palabras se amplificaron, se superpusieron a sí mismas, y resonaron como un retorcido galimatías.

–James -dijo, y el nombre rechinó como una uña sobre una superficie metálica. En aquel instante, él compartió la congoja y el pesar de ella. Su dedo pulgar se tensó sobre el disparador de la pistola fásica, y un rayo de energía pura bañó a la mujer hylana, que se desplomó sobre el panel de controles. McCoy corrió a su lado, comprobó sus constantes vitales y asintió con la cabeza. Viviría.

Al igual que la Enterprise y su tripulación.

Kirk avanzó hacia la frágil figura y la tomó en brazos. McCoy, con la pistola fásica preparada, lo siguió. No podían pronunciar palabra, aunque la retroalimentación de cada intercomunicador activado lo hubiese permitido.


James T. Kirk miró a la mujer a través de la rielante cortina de energía. Lorelei se encontraba cómodamente sentada en la celda, sin posibilidad de comunicarse con ninguna persona del exterior. Kirk miró a su oficial científico. Spock asintió con la cabeza.

–El circuito ya ha quedado concluido, capitán -dijo-. Funcionará de acuerdo con sus especificaciones.

–Gracias, Spock. – Kirk accionó el interruptor que había instalado en una pequeña caja negra. Se encendió una sola luz roja-. ¿Puede oírme bien, Lorelei?

–Sí, James -fue la respuesta que le llegó, amortiguada y con las frecuencias alteradas. El sonido era como si hablase un bajo profundo, no la voz normal de contralto de Lorelei-. No tiene que encerrarme de esta manera.

–Lo siento Lorelei, pero sí que tengo que hacerlo. Usted amenaza nuestra misión. Sólo manteniéndola aislada de una manera que no le permita usar su… -vaciló; había estado a punto de decir "arma"-, de modo que no logre usar su capacidad de persuasión contra ninguno de los tripulantes, puedo estar seguro de llevar a término la misión.

–¿Insiste usted en acudir a Ammdon? El resultado será una guerra.

–Yo no lo creo así.

–Los embajadores están todos muertos. Eran hombres de guerra, no de paz. Les destruyeron sus propias agresiones.

–Murieron, pero no a causa de la agresión. Los humanos somos diferentes. No encajamos en el molde que usted intenta labrar para nosotros. El embajador Zarv era tellarita. No era humano, pero se parecía bastante a nosotros. Mek Jokkor no era siquiera vagamente humano, excepto en su forma exterior, y no encajó en la biosfera de ese planeta. Lorelei, a usted le resulta difícil aceptarlo, pero hay lugares del universo donde la humanidad no es bien recibida, a los que no pertenece, a los que no pertenecerá jamás.

–La paz es la respuesta.

–En su mayor parte, tiene usted razón. No es provechoso seguir una política bélica de expansión como la practicada por los klingon o los romulanos, pero una sociedad pacífica tiene que ser capaz de defenderse.

–La persuasión es suficiente.

–Para Hyla, puede ser. Para la humanidad, no. – Ella le dirigió una mirada compasiva, como si él no entendiera absolutamente nada. Por último, Kirk dijo-: Me encargaré de que la lleven de vuelta a Hyla lo- antes posible.

–¿No me matará?

–Si tiene necesidad de preguntarlo, es usted quien no ha entendido absolutamente nada. – Accionó el interruptor de la caja negra y dejó que la luz roja se desvaneciera en la oscuridad. Tras volverse a mirar a Neal, dijo-: Encárguese de que a nadie más se le permita comunicarse con ella. La mayor parte de la tripulación se encuentra todavía bajo su influencia. Según la estimación de McCoy, los efectos disminuirán a lo largo de los próximos días, y para dentro de una semana sólo quedará una ligera sensación de culpabilidad. Hasta entonces, no corramos riesgos. ¿De acuerdo. señor Neal?

–Sí, señor. – Hizo un saludo militar al marcharse Kirk y Spock.

Una vez en el corredor, Spock activó aún otra barrera de energía. Sólo entonces le dirigió la palabra a Kirk.

–Capitán, el señor Scott solicita su presencia inmediata en la sección de ingeniería. Sus trabajos de reparación han alcanzado el punto crucial.

–Muy bien, continúe con su trabajo, señor Spock. Asegúrese de que quienes están con usted en el puente sean absolutamente leales… a la Federación.

–Uhura, Sulu y Chekov están fuera de toda duda. He usado la fusión mental vulcaniana para asegurarme de su lealtad.

–Excelente. – Kirk bajó una escalerilla y descendió a través de confusos montones de tripulantes hasta llegar a la cubierta de ingeniería. La puerta había sido forzada para abrirla después de encarcelada Lorelei. Repararla podría requerir tanto tiempo como los motores.

–Ah, capitán, hay algo que quiero que vea. – Scotty hizo un gesto para indicarle que estudiara las lecturas de la computadora.

–¿De qué se trata? Hummm, aquí están los niveles de energía. Aumentando como es debido. El motor de babor está bien. Buen trabajo.

–Capitán, mire el motor de estribor, en el que estamos trabajando ahora. La criaturita no está del todo bien.

Fluctuaciones energéticas afiladas como agujas confirmaban la opinión de Scotty. Kirk conocía poco los detalles de los motores, pero llevaba demasiado tiempo al frente de una nave estelar como para no reconocer las fluctuaciones peligrosas cuando las veía. Alzó la mirada con el entrecejo fruncido.

–Sí, señor, es mala cosa. Solicito permiso para salir personalmente y comprobar la cápsula de materia-antimateria de estribor.

–¿No hay ninguna posibilidad de que pueda usar las sondas robot?

–No, señor. Es un trabajo demasiado delicado como para confiárselo a los robots.

–Cuando haya acabado de equilibrar la mezcla de materia-antimateria, ¿el motor funcionará bien?

–¡Quedará tan suave como el trasero de un bebé, señor! – replicó el ingeniero con orgullo. Kirk ya tenía la respuesta que deseaba. Scotty quería hacerse cargo del sensible equipo de la cápsula, pero también tenía que realizar el trabajo personalmente. Nadie más tenía su talento, destreza ni pericia.

–Hágalo. Reduzca al mínimo el número de técnicos que lo acompañen. Ya sabe por qué.

–Por el proceso de recuperación del lavado de cerebro mental que les hizo la jovenzuela. Sí, señor. Eh… la única asistencia que necesitaré será la de la oficial McConel. – Kirk se volvió y le dirigió una mirada penetrante a la jefa de ingeniería. Se encontraba de pie a un lado, mordiéndose la lengua mientras ajustaba una parte del circuito estabilizador-. Es la mejor que tengo, capitán.

–Lo sé. Póngase a trabajar en ello. Y permanezca en contacto con Spock. Tal vez él pueda hacerle alguna sugerencia si se encuentra con algún problema.

–Señor, lo que tenemos que hacer no es difícil. Sólo peligroso.


–Bueno, Spock, ¿qué tal les van las cosas? – preguntó Kirk. Se mordió un pulgar mientras observaba las diminutas siluetas ataviadas con trajes espaciales que se movían en torno a la cápsula del motor de estribor-. ¿En qué punto se encuentran?

–Las cosas no han cambiado sustancialmente desde que lo preguntó hace tres coma veinticuatro minutos, capitán. – Spock parecía impermeable a la tensión que chisporroteaba como electricidad por todo el puente.

–Maldición, esto es importante. Ahí fuera se encuentran en peligro de muerte.

–Sí, capitán. Así es.

McCoy profirió un bufido.

–No le haga ningún caso, Jim. Tiene fluido criogénico circulándole por las venas. Le quitaron todos los sentimientos humanos y se los sustituyeron por maquinaria.

–Doctor, todos mis componentes son los originales. En cuanto a su insinuación acerca de que los componentes inorgánicos son algo inferiores, permítame recomendarle varios artículos competentes sobre la materia.

–Silencio -les espetó Kirk-. Informe, Spock. ¿Qué tal le van las cosas a Scotty?

Como respuesta, la voz del ingeniero crepitó a través del intercomunicador de la nave.

–La botella magnética ha quedado restablecida, pero no con la configuración apropiada. El flujo MHD está constreñido.

–¿Qué significa eso? – quiso saber McCoy- ¿El MHD tiene algo que ver con la botella?

–Es el sistema magnetohidrodinámico, que está desajustado. Si no hay una simetría perfecta en los confines magnéticos, la reacción materia-antimateria tendrá posibilidad de abrir una brecha y destruir la totalidad de la cápsula. El campo tiene que ser uniforme y absolutamente simétrico.

–Me he quedado igual -refunfuñó McCoy.

–Scotty -intervino Kirk- ¿Puede ajustarlo?

–Sí, capitán. Heather tiene buena mano para los ajustes finos después de que yo me haya hecho cargo de la configuración inicial. El único problema va a presentarse cuando comience el flujo. La más mínima desviación y… -Sus palabras se apagaron poco a poco. No había ninguna necesidad de que especificara. Si Scotty fracasaba a la hora de realizar los ajustes adecuados antes de que se restableciera el flujo energético, todos morirían.

Aguardaron en silencio. Por último, Scotty dijo: -¿Preparados para probarlo? Bien. Spock. déme un uno por ciento de flujo energético.

–Uno por ciento, ahora. – El oficial científico observó los instrumentos y realizó pequeños ajustes. En el panel de ingeniería comenzaron a parpadear luces. Chekov se acercó a él con prisas y, mientras le temblaban las manos y el sudor le resbalaba por la cara, extendió un brazo para pulsar un botón rojo grande.

–Se han alcanzado los niveles de energía -informó el joven alférez. La tensión se desvaneció de su rostro, y una sonrisa reemplazó a la expresión preocupada.

–¿Qué tal van las cosas, Scotty?

–Necesita unos ajustes más, señor. Eso es. Lo tengo. Spock, déme otro cuatro por ciento.

El lento ascenso de energía continuó hasta que llegaron al veinte por ciento; las alarmas comenzaron a sonar.

–¡Scotty! – gritó Kirk.

–Se está filtrando radiación por un punto pequeño de la botella. Heather está trabajando en ello. Ella… necesita ayuda. – La radiación descompuso el resto de las palabras del ingeniero. En la pantalla de visión frontal, una figura diminuta salió disparada hacia el extremo más alejado de la cápsula de materia-antimateria. Las dos siluetas ataviadas con trajes espaciales se confundieron e hicieron indistintas.

–El nivel de radiación va en aumento -informó Spock con su voz clara y regular-. Señor Scott, oficial McConel, regresen tras la protección del aislamiento.

–Negativo -fue la débil respuesta que obtuvo-. Tenemos que hacerlo ahora o nunca. Comenzará una reacción en cadena… no lo intente. ¡Ahora!

–Energía fluctuante. Las oscilaciones alcanzan el ocho por ciento de los valores RMS. Solicito permiso para desactivar.

–No, Spock. Déjelo continuar durante unos segundos más. – Destruirá la nave. Scott y McConel no pueden haber sobrevivido al escape de radiación.

–Confío en Scotty. Confío en él.

–Señor, la energía se estabiliza en el veintitrés por ciento -informó Chekov-. Las fluctuaciones han desaparecido. El circuito estabilizador ya está funcionando.

Kirk profirió un enorme suspiro.

–Scotty, ¿está usted ahí?

–Sí, capitán. Hemos tenido un pequeño problema, pero ya está solucionado. Ahora Heather está ajustando el cristal de dilitio para conseguir la resonancia apropiada.

–¿Cuándo dispondremos de plena potencia hiperespacial? – Es difícil decirlo, capitán. Aún tenemos que llevar a cabo el reencendido completo. Esto no ha sido más que la verificación de las botellas.

–La técnica de RotsIer para el reencendido en caliente de los motores no ha sido comprobada, capitán.

–Señor Spock, acabo de ver cómo se obraban milagros ahí fuera. ¿Qué es uno más? Estoy seguro de que el señor Scott puede devolvernos plena potencia, tanto si este procedimiento funciona como si no.

Al cabo de veinticuatro horas la Enterprise había recuperado su plena capacidad hiperespacial. Al cabo de cincuenta, Sulu había trazado un rumbo que los llevaría a Ammdon.


11


Diario del capitán, fecha estelar 501 1.1



El viaje hasta Ammdon ha sido cualquier cosa menos rutinario.

El señor Scott ha realizado servicios que sobrepasan los requerimientos del deber en el mantenimiento de los motores hiperespaciales. El estado de las botellas es, en el mejor de los casos, peligroso. Él y su personal recibirán recomendaciones por sus soberbios esfuerzos. El resto de la tripulación vuelve a la normalidad con lentitud, con alguna recaída ocasional que atestigua el poder persuasivo de Lorelei y de sus palabras cargadas de ondas sónicas. El doctor McCoy me ha asegurado que ya nadie se encuentra totalmente bajo su hechizo y que todos muestran pautas psicológicas notablemente estables si se considera la tensión a la que han estado sometidos. Lorelei permanece en la celda de detención, sin posibilidad de hablar directamente con nadie. Y, a pesar de que todo ha vuelto a la normalidad, aún tenemos un grave problema con las conversaciones de paz entre Ammdon y Jurnamoria. Sin el embajador Zarv y su equipo diplomático, tenemos muy pocas probabilidades de impedir la guerra. No obstante, nuestro deber como nave de la Federación es hacer todo lo que esté en nuestro poder para evitar esta guerra y mantener a los romulanos alejados del Brazo de Orión.


–Informe de estado sobre las naves que nos rodean, señor Checov.

–Capitán, no sé qué conclusión sacar de ellas. Son todas naves de guerra. Con abundante armamento.

–Spock, ¿comentarios?

–Sólo que esta armada es capaz de destruirnos. Aun con los motores hiperespaciales funcionando al ocho por ciento de su plena capacidad, debemos mantener el consumo de energía al mínimo. Usar la potencia para los escudos deflectores podría provocar la inestabilización en las botellas magnéticas.

–La guerra, señor Spock, es lo que hemos venido a impedir. – James T. Kirk clavó los ojos en la pantalla. Los puntos móviles indicaban las cambiantes formaciones de las naves de guerra que había en el sistema de Ammdon. Al parecer, los jurnamorianos habían acudido a las conversaciones de paz con la mayor parte de su armada. Los ammdonianos no habían sido menos; la mayor parte de su flota, más primitiva que la de Jurnamoria pero más numerosa, mantenía posiciones defensivas para impedir el bombardeo masivo de su planeta. Las posiciones estaban bien escogidas, según vio Kirk. Ambos bandos tenían almirantes capacitados. En caso de confrontación se produciría una tremenda pérdida de vidas en ambos bandos.

–¿Hay alguna manera de quitarle la mecha a este barril de pólvora? – inquirió McCoy, mirando por encima del hombro de Kirk. El capitán se volvió a mirar al médico.

–Difícilmente. Hacer que se retiren unas flotas tan poderosas no es cosa que pueda hacerse en un abrir y cerrar de ojos. Además, necesitan una razón para regresar a sus bases.

–¿Qué va a hacer usted, ahora que Zarv y los otros han desaparecido?

–Eso es algo que aún no he resuelto, Bones. ¿Sugerencias? ¿No? Señor Spock, ¿alguna idea?

–Señor, deberíamos transportarnos a la superficie y hacer lo que podamos. Aconsejo que actuemos enseguida. Los sensores indican que las naves jurnamorianas están cargando sus cañones. Aunque no se dé orden de disparar, puede haber algún accidente.

–Y un accidente puede provocar una guerra con la misma facilidad que una orden directa. Muy bien. Bones… usted, Uhura, Spock y yo nos transportaremos a la superficie. El señor Scott aún se encuentra en la sala de motores, supongo.

–Así es, señor -fue la pronta respuesta de Sulu.

–Muy bien. Señor Sulu, tiene usted el mando. Si sucediera cualquier cosa que no estuviese relacionada con ingeniería, haga que el señor Scott suba aquí de inmediato. Por lo demás, mantenga una vigilancia estrecha sobre nosotros. Transpórtenos de vuelta a bordo si la situación lo justifica.

–¿Cree que será necesario, señor? – quiso saber el oriental.

Kirk suspiró profundamente y se puso de pie.

–Espero que no. Pero mis habilidades de negociador no son tan agudas como mis habilidades de mando. Dudo que ninguno de los bandos me permita ordenarles el cese de las hostilidades.

Hizo con la cabeza un gesto hacia el turboascensor, y reunió al pequeño grupo de oficiales que bajaron con él a la superficie del planeta.


–¿Ese hombre está intentando ser obtuso, señor? – preguntó Uhura. La mujer bantú trabajaba en la computadora intentando sacar el máximo partido del preciso programa de traducción de la Enterprise-. Habla en circunloquios. No es culpa de mi computadora que las palabras parezcan un galimatías.

–Lo sé, Uhura. Cálmese. La diplomacia parece componerse de un noventa y nueve por ciento de aire caliente y un uno por ciento de demencia.

–Pues yo le daría la vuelta a esa afirmación, Jim -murmuró McCoy-. Yo creo que hay más demencia en esta sala de la que pueda usted meter en cintura.

–Aunque no veo ninguna utilidad práctica en hacer lo que sugiere el doctor McCoy, estoy de acuerdo con la forma en que ha evaluado la situación -comentó Spock- Por mucho que hable no logrará influir en ninguno de los bandos.

–Pero tengo que intentarlo.

Se puso de pie, solicitó con una señal el privilegio de hablar, y le fue concedido por el moderador del duelo de alaridos…; a Kirk nunca se le hubiera ocurrido denominarlo "debate". Hicieron falta varios segundos para que los ecos se extinguieran dentro de la inmensa sala. Las cámaras del estado de Ammdon abarcaban cuatrocientos metros. El techo de altas bóvedas le confería a la estancia el aspecto de una catedral, y el frío del aire acentuaba esa impresión. La mesa de madera de intrincada talla no sólo servía de apoyo a diversos montones de papeles, portafolios y aparatos analizadores, sino también a un buen número de unidades calefactoras para proteger las manos de los diplomáticos del gélido frío. Las cámaras de Ammdon nunca habían sido calentadas; no importaba que el crudo invierno atenazara aquel lado del planeta, el Consejo de Ammdon no alteraría la tradición llevando calefacción al recinto.

En cierto sentido, pensó Kirk, no dejaba de ser irónico. Las palabras eran acaloradas y el talante gélido.

Recorrió la mesa con la mirada. El vicerregente de Ammdon había hecho sentar a los oficiales de la Enterprise hacia la mitad de la mesa. A la derecha de Kirk se encontraban el vicerregente y su personal. A la izquierda estaban la guardiana de la paz y su media docena de consejeros. Kirk ajustó subrepticiamente un micrófono de garganta que Spock había pergeñado con uno de los comunicadores. Los otros presentes habían acudido a la reunión preparados para las primitivas condiciones de la cámara; a él no se le había ocurrido llevar un amplificador.

–Vicerregente, guardiana, hablamos mucho y conseguimos poco. Los problemas que mantienen divididos a sus dos grandes mundos -comenzó, al tiempo que intentaba reprimir una sonrisa cuando McCoy. sotto voce. murmuró "bazofia"-. no son insuperables.

–Tonterías.

–¡Usted no sabe nada! – fueron los comentarios que se oyeron, mucho más sonoros que el indignado bufido de McCoy.

Kirk alzó una mano y obtuvo el silencio que quería. Supo de inmediato que no tenían una aptitud receptiva.

–Nosotros, los de la Federación, hemos propuesto un plan de paz que beneficia tanto a Ammdon como a Jurnamoria. Les ofrecemos nuestra experiencia tecnológica para auxiliar a sus achacosas industrias alimentarias, y ayuda económica para crear nuevas industrias. Con el impulso y el personal de sus planetas, y con los vastos conocimientos y riqueza de la Federación, podemos forjar un nuevo mañana. Podemos caminar codo con codo hacia un futuro lleno de prosperidad… y paz.

–Bonitas palabras -le espetó la guardiana de la paz de Jurnamoria. Y con una risa burlona añadió-: Lo que le ofrecen a Jurnamoria no es nada. ¡Nada! No necesitamos estar bajo la bota de agresores alienígenas. Lo único que necesitamos es tener lo que es nuestro por derecho… ¡lo que ellos nos han robado! – Se puso de pie y señaló con gesto dramático al vicerregente.

–Ningún extranjero poseerá las tierras de Ammdon -le respondió el vicerregente con voz gélida-, ¡y nadie se humillará ante un dictador extranjero!

–¡Señor, señora, por favor! – imploró Kirk. No sirvió de nada. Los dos siguieron insultándose hasta que finalmente Kirk se limitó a sentarse y dejar que lo escupieran todo.

–Ha sido un bonito discurso, señor -comentó Uhura-, aunque ellos no lo hayan escuchado.

–Gracias. Lo encontré en el camarote de Zarv. Me pregunto con cuánta más habilidad podría haberlo pronunciado él.

–No mucho mejor que usted, capitán -le aseguró Spock en voz baja- Las lecturas de mi tricorder denotan una intensa agitación. Sería apropiado presentar una moción de aplazamiento para que ambos bandos puedan reconsiderar la situación y calmarse.

Kirk asintió, y se puso de pie para pedir otra vez la palabra. Lo que oyó lo dejó helado.

–¡Perra jurnamoriana! Sus naves de guerra no son nada comparadas con el poder de la nave de la Federación que está orbitando nuestro planeta. – La sonrisa del vicerregente se convirtió en una mueca burlona-. El pacto que tenemos con la Federación exige la defensa absoluta de Ammdon. Coja su flota y regrese a ese agujero infernal que es su planeta.

La computadora de Uhura profirió un brusco gañido cuando la guardiana de la paz le respondió al gobernante ammdoniano. El insulto proferido por ella no tenía ninguna traducción directa.

–-. nos marchamos ahora. Veremos en qué acaba el cacareado tratado de defensa. Yo creo que son unos cobardes. No lucharán. Darán media vuelta y saldrán corriendo, dejando la podrida carcasa de ustedes al sol para que la picoteen los buitres.

–Me da la impresión, capitán -dijo Spock-, de que resultaría superfluo presentar una moción de aplazamiento.

–Tiene una comprensión tan fabulosa de la condición humana, que me asombra, Spock -replicó McCoy.

El grupo de la Enterprise observó cómo la guardiana jurnamoriana de la paz y su cortejo salían como una tromba de la cámara. El colérico taconeo de sus botas siguió resonando en la larga estancia de paredes de piedra minutos después de que los jurnamorianos hubiesen desaparecido de la vista.

–¿Ya ha visto cómo están las cosas, capitán Kirk? – preguntó el vicerregente- Son tan obstinados que se niegan a considerar siquiera nuestro punto de vista.

–Vicerregente Falda, su manera de plantear las cosas necesita refinamiento.

–Yo no lo creo así -contestó el hombre, cuya voz varió de la seda al hielo.

–La inoportuna muerte del embajador Zarv ha contribuido sin duda a los problemas que han surgido hoy aquí, pero necesitamos más libertad para prepararnos. En el mensaje subespacial que enviamos a la Base Estelar Uno solicitamos otro equipo cualificado que llegará dentro de un mes, más o menos.

–¿Un mes? Difícilmente podríamos esperar hasta entonces, capitán Kirk. Con la flota jurnamoriana en órbita alrededor de nuestro planeta, no sobreviviremos un mes.

–El alto el fuego puede mantenerse de manera indefinida hasta que se llegue a un acuerdo formal -replicó Kirk, aferrándose a un clavo ardiendo-. Si ellos se retiraran a una distancia de veinte unidades astronómicas, ¿les satisfaría a ustedes? Con el equipo de detección que les ha suministrado la Federación, podrán detectar un ataque sorpresa.

–No.

–La Enterprise no librará las batallas de Ammdon, vicerregente Falda. Nosotros nos mantendremos neutrales si inician ustedes las hostilidades.

El comunicador de Spock emitió un sonoro silbido. El vulcaniano se volvió hacia Kirk mientras cerraba el dispositivo.

–No creo que Ammdon vaya a comenzar la batalla, capitán -dijo.

–¿Por qué no?

–El señor Sulu informa que la flota jurnamoriana ha disparado contra la Enterprise.


Kirk corrió hacia el puente dejando a sus otros oficiales esparcidos tras de sí como el rastro de un cohete que se precipita a través de la atmósfera. Scotty había asumido el mando en cuanto Sulu captó los preparativos jurnamorianos destinados a disparar contra la Enterprise.

–Informe, Scotty.

–No estamos tan mal, señor -replicó-. Las armas que usan no pueden penetrar los escudos detectores, ni siquiera a media potencia. Pero no sé si podremos luchar y mantener los deflectores. Las fluctuaciones en las botellas magnéticas están empeorando.

–¿Peligro?

–Sí, capitán, si continuamos así durante mucho más tiempo.

–Regrese a ingeniería y haga lo que pueda para mantener las cosas de una pieza. No usaré los cañones fásicos a menos que sea absolutamente necesario, pero voy a necesitar plena potencia en los escudos detectores antes de que hayamos salido de ésta.

–Lo intentaré, señor.

–Tengo plena confianza en usted, Scotty.

–Sí, señor. – El ingeniero regresó junto a sus preciosos motores para mantenerlos en funcionamiento del modo más estable posible con el fin de suministrar energía a la Enterprise para la lucha que estaba gastándose a su alrededor.

–Señor, las naves de Ammdon han devuelto los disparos. ¿Lo ve?

La pantalla frontal mostraba los detalles de la batalla en ciernes. Al principio, unas pocas estelas indicaron que se estaba produciendo un intercambio de cohetes entre naves. Luego todo el espacio circundante se iluminó como una estrella a medida que más naves de guerra lanzaban sus descargas. Pronto fue imposible distinguir las naves ammdonianas de las jurnamorianas.

–Spock, escudos detectores al setenta y cinco por ciento de la potencia.

–Aumentando potencia ahora, señor.

Kirk se sentó, con el mentón apoyado en el hueco de las manos, y pensó frenéticamente. Si la Enterprise disparaba una única ronda de torpedos de fotones, la batalla podría quedar concluida. Y los jurnamorianos quedarían para siempre en el campo de los romulanos. Las pocas naves maltrechas que quedaran enviarían un mensaje por radio a su planeta de origen para informar de todos los acontecimientos, si es que no les habían dicho ya que la Enterprise tomaba parte en la batalla.

–Señor, ¿quiere que prepare un rumbo para alejarnos del planeta y entrar en el hiperespacio? – inquirió Sulu.

–No podemos huir.

–Tampoco podemos quedarnos y luchar -intervino McCoy-. Esta nave es demasiado para cualquiera de ellos… incluso para un millar de sus naves.

–Lo sé. Incluso si usamos los rayos fásicos a baja potencia, podemos borrar del cielo a la mayoría de esas naves. Tecnológicamente, ambos planetas están cientos de años por detrás de nosotros.

–Sólo si mide el desarrollo tecnológico como la capacidad para matar -argumentó McCoy-. ¿Qué va a hacer, Jim? Lorelei tenía razón, ¿sabe? En lugar de impedir la guerra, estamos provocándola.

–Habría sido diferente si las negociaciones las hubieran llevado a cabo Zarv, Lorritson y Mek Jokkor.

–Siento disentir, capitán -dijo Spock- He grabado todos los procedimientos y los he sometido a un detallado análisis de computadora. La situación ha llegado demasiado lejos como para que nadie pueda influir en ninguno de los dos bandos. Los motivos del vicerregente son notablemente similares a los expuestos por Lorelei. Del mismo modo, la guardiana de Jurnamoria se negó a escuchar a causa de la antipatía que le inspira el vicerregente.

–Tal vez una conferencia con cada bando de forma individual habría sido más eficaz -reflexionó Kirk- En lugar de verlos juntos, deberíamos habernos reunido con ellos por separado, puesto los cimientos para lograr un convenio pacífico y reunirnos con los dos juntos después.

–Eso es discutible. Hay no menos de seis naves de guerra disparando contra nosotros. Los escudos deflectores se mantienen. Sin embargo, está estableciéndose un notable flujo magnético en las botellas MHD de los motores hiperespaciales.

–¿Se mantienen los cristales de dilitio?, ¿no los partirá la inestabilidad? – Sin los cristales de dilitio, la totalidad del circuito estabilizador del excitador fallaría, y las preciosas botellas magnéticas se colapsarían. A la Enterprise podrían entonces pasarle dos cosas: o quedar otra vez muerta en el espacio, o correr el riesgo de estallar en una cataclísmica erupción de materia y antimateria.

–En este momento, no se encuentran en peligro. Si otras naves Jurnamorianas se unen al ataque contra nosotros, no puedo predecir cuáles serán los efectos.

–¿Debo devolver los disparos, señor? – preguntó Chekov, ansioso. Sus dedos temblaban sobre el botón de disparo que permitiría que los rayos fásicos incomprensiblemente potentes saliesen proyectados hacia delante.

–Mantenga la potencia al mínimo en los cañones fásicos. Prepare los torpedos de fotones. Programe las espoletas de proximidad para que exploten a mil kilómetros por delante de cada blanco.

–¡Señor, eso no les hará ningún daño!

–Señor Chekov, su sed de sangre en bien de la defensa de esta nave resulta admirable, pero yo no quiero destruir esa flota. Quiero mostrarles lo que podemos hacer… y no hemos hecho.

–Señor -replicó el joven alférez, que acusó recibo de la censura.

–Eso no va a servir de nada, Jim -dijo McCoy con exasperación-. Ellos pensarán que no los destruimos porque no podemos. Cuando un planeta se embarca en una guerra encarnizada como han hecho estos dos, nada salvo la victoria o la muerte los saciará.

–Señor Chekov, ¿ha programado la detonación de los torpedos según le he ordenado?

–Sí, señor.

–Dispare los tubos cuatro al siete… ¡ahora!

Los dedos de Chekov descendieron con gesto salvaje. Un profundo estremecimiento recorrió la nave al efectuarse los cuatro lanzamientos. En la pantalla frontal, las estelas de los torpedos aparecieron vívidas en comparación con los más pequeños y menos eficaces cohetes disparados por las naves de guerra. La pantalla se volvió cegadoramente blanca cuando los cuatro estallaron un millón de metros delante de sus objetivos.

–Señor, están reanudando su ataque. Tres de las naves contra las que hemos disparado han quedado inutilizadas. Están ignorando a las naves de Ammdon y formando contra nosotros.

–Scotty, proporcióneme potencia de impulsión para salir de la órbita. Intentemos al menos alejarlos de Ammdon.

La nave tembló al inundar la energía las cámaras de ignición de los motores de impulsión. Kirk sabía que arriesgaba mucho con esa maniobra. El combustible para los motores de impulsión era muy escaso; usar la energía hiperespacial habría sido un método más prudente, pero le preocupaba la inestabilidad de los motores de estribor. Si llegaba a necesitar energía fásica, tendría que ser extraída de las colosales reservas energéticas disponibles, incluso a un nivel funcional del ochenta por ciento.

–Nos siguen, señor. Sus oficiales de comunicaciones están rastreándonos y comunicándose los datos referentes a nuestro rumbo -informó Uhura-. No se transmite mucho más entre ellos.

–Saben lo que tienen que hacer. Ésta es una cultura guerrera. Han practicado lo bastante como para actuar sin necesidad de instrucciones explícitas. – Kirk se sentó y disfrutó del breve respiro que había conseguido dando media vuelta y huyendo.

–Señor, el vicerregente desea hablar con usted. Parece muy enojado.

–Ya me lo imagino, teniente. Muy bien, páselo a la pantalla. – Kirk observó cómo la imagen de la pantalla se desgarraba, para volver a formarse luego con el rostro del vicerregente Falda. La complexión chocolate del hombre se había vuelto todavía más oscura a causa del enojo. A Kirk casi le pareció ver auténticas chispas saltando de los iris de azabache mientras Falda intentaba en vano controlar su cólera.

–Capitán Kirk -dijo, y el nombre sonó como un insulto-. Huye usted como un perro apaleado. Arroja a Ammdon a los perros que tenemos ante nuestras puertas. ¿Qué valor tiene esa Federación suya si no proporciona la protección que garantiza nuestro tratado?

–Lo saludo, vicerregente. – Kirk aguardó a que el hombre contestara a su saludo. Al no obtener respuesta, el capitán sonrió y dijo con suavidad-: No tenemos ningún deseo de vernos atrapados entre facciones en guerra. No deseamos considerar siquiera esta guerra. Nosotros traemos ofertas de paz, de ayuda.

–¡La ayuda significa ayudarnos a destruir a esos intrusos! En este mismo momento están bombardeando mi planeta. Nosotros los superamos en número, pero sus armas son superiores a las nuestras. Necesitamos el poder armamentístico de ustedes para detenerlos. Sin eso, pereceremos.

–Jim -susurró McCoy- ¿No debería contactar con la Flota Estelar y pedir órdenes?

–Eso no serviría de nada. Yo sé tanto de la situación como cualquiera de los que están allí… en realidad, sé más. Si yo no puedo manejarla, ¿cómo va a poder hacerlo un burócrata que se encuentra a cuatrocientos pársecs de distancia?

Kirk alzó una mano para acallar a McCoy.

–No voy a pasarle la responsabilidad a nadie, Bones. Yo tengo el mando aquí. He sido designado para mantener la paz, y eso haré. ¡Lo haré!

–Capitán Kirk, ¿va a regresar para defender a Ammdon, o hemos de considerar esto como una ruptura del tratado entre Ammdon y la Federación? – El vicerregente miraba con ferocidad desde la pantalla.

–Vamos a regresar, vicerregente Falda. Siempre y cuando sus naves no disparen contra nosotros, como estaban haciendo.

–El calor de la batalla -se disculpó el hombre con insinceridad-. Nuestros comandantes amantes de la paz carecen de experiencia. Algunos abren fuego contra cualquier cosa que tienen a la vista.

–Estoy seguro de que así ha sucedido. Sin embargo, hay una condición para nuestro regreso. Una vez más vamos a sentarnos a la mesa de conferencias y negociar soluciones pacíficas para sus problemas con Jurnamoria, soluciones que sean aceptables para los dos bandos.

–¿Sentarme con la guardiana Ganessa? Imposible. Ella ordenó este ataque. Yo no hago tratos con asesinos.

–Estoy seguro de que ella diría lo mismo, capitán -comentó Spock-. Sus bioperfiles indican una hostilidad extrema. Si Ammdon o Jurnamoria hubiera elegido a otros negociadores, esto podría haberse evitado. Los conflictos de personalidades son demasiado grandes.

–Se parecen demasiado -convino Kirk al tiempo que asentía con la cabeza, sin saber todabía cómo evitar la guerra interplanetaria y minimizar sus consecuencias.

Un destello de luz roja atrajo la atención de Kirk. Por todo el puente parpadeaban las luces de alarma. Los escudos deflectores, a plena potencia, apenas habían resistido el ataque lanzado ahora contra ellos.

–¿Cañones fásicos, señor? ¿Más torpedos? – Chekov se lamió los labios con nerviosismo, mientras sus ojos permanecían clavados en las lecturas que mostraban lo mucho que se habían aproximado al punto de ruptura de los escudos.

–Más potencia a los detectores. – Trató de pensar con claridad. Si daban media vuelta y huían, tal vez lograrían llegar a la base estelar antes de que la Enterprise se cayera a pedazos o estallara. Pero con eso no lograrían nada. La guerra arreciaría entre Ammdon y Jurnamoria, y los romulanos conseguirían lo que deseaban: una guerra civil planetario que pudieran explotar en beneficio de sus propios planes expansionistas. Si la Enterprise entraba en batalla, la flota jurnamoriana podría acabar siendo destruida, y entonces Jurnamoria tendría que alinearse con los romulanos como medida de defensa. No parecía haber ninguna forma de derrotar a ninguna de las dos flotas sin que se perdieran muchísimas vidas, puesto que los líderes eran por completo contrarios a continuar negociando.

–Spock, identifique la nave insignia que lleva a bordo a Ganessa, la guardiana de la paz.

–Identificada, señor. Su nave se encuentra a diecisiete coma cero segundos luz, y se dirige…

–Eso no importa. Sulu, acérquenos más. Mantenga los deflectores a plena potencia. Señor Chekov, use los torpedos de fotones para mantener a las otras naves tan lejos como sea posible. Trate de interceptar los cohetes en curso de aproximación con nuestros rayos fásicos, a mínima potencia.

–¿Qué está planeando, señor? – quiso saber Spock.

–Prepare el transportador, señor Spock. Quiero acercarme a la nave insignia de la guardiana lo suficiente como para transportarla aquí. Y al mismo tiempo quiero que la Enterprise ocupe una posición que nos permita transportar a bordo también al vicerregente.

–Pero no puede hacer eso, Jim. Sus escudos detectores lo impiden -protestó McCoy.

–Olvida algo, Bones. Ésas son naves primitivas. No tienen deflectores.

–Tienen que tenerlos.

–No, señor -lo contradijo Sulu-. Ninguna los tiene. No había pensado en ello antes de que el capitán lo mencionara. Estamos demasiado acostumbrados a luchar contra naves que tienen el mismo nivel tecnológico que nosotros.

–Bueno, de acuerdo, transporta usted a los dos líderes a bordo. ¿Y luego qué? Todavía se odiarán el uno al otro.

–Doctor McCoy, su falta de fe en mí es espantosa. Creo que he encontrado una manera de resolver muchos de nuestros problemas con un pequeño encuentro. – McCoy sacudió la cabeza. Scotty irrumpió en el puente y gritó:

–Los motores no resistirán mucho más, capitán. Los deflectores están provocando un desgaste excesivo.

–Reduzca la energía en un cuarenta por ciento mientras use el transportador.

–¿El transportador? – gritó el ingeniero, sorprendido-. Pero, capitán, eso no es posible. No puedo estar seguro de si nos mantendremos de una pieza o no.

–Hágalo cuando Spock se lo ordene. ¿Señor Spock?

–Nos acercamos al punto geométrico, señor. Aproximadamente equidistante entre la superficie de Ammdon y la Bor, la nave insignia jurnamoriana. Sala del transportador, ¡activen ahora!

Las luces se amortecieron en el puente al desviarse la energía de las necesidades internas al transportador. En cuanto quedaron satisfechas las enormes exigencias energéticas del transportador, Kirk ordenó plena potencia en los escudos deflectores y un curso que los alejara de Ammdon.

–Pónganos fuera del alcance de las dos flotas. Quiero que esta conferencia de paz no se vea interrumpida por nada.

Se levantó de su asiento y les hizo a Spock y McCoy una señal para que lo acompañasen. El doctor McCoy lo siguió refunfuñando. La expresión del semblante de Spock era ilegible.


12


Diario del capitán, fecha estelar 5012.5



La nave está en peligro. El intenso ataque de la flota jurnamoriana ha causado graves averías en algunos sistemas de la Enterprise. El señor Scott y su muy hábil personal están reparando los circuitos más necesarios para disponer de capacidad hiperespacial. He ordenado que transporten a bordo a los líderes de Ammdon y Jurnamoria para celebrar una última conferencia. Existe una última táctica que no he puesto a prueba para lograr la paz entre los dos planetas en guerra. Si esto falla, tendré que regresar a la Base Estelar Uno y dejar que los romulanos se salgan con la suya en esta sección del espacio. No creo que vaya a fracasar esta vez. Mi argumento en favor de la paz es tan poderoso que el vicerregente de Ammdon y la guardiana de Jurnamoria no serán capaces de resistirse.


–Protesto ante este comportamiento altivo por su parte, capitán Kirk -declaró el vicerregente Falda con su gélido tono de voz-. Su tecnología estaba destinada a ayudar, no a secuestrar. Exijo que se me devuelva de inmediato a mi planeta. La guerra que ha estallado requiere mi supervisión personal.

A un lado de la sala del transportador se hallaba de pie Ganessa, la guardiana de la paz, con los brazos cruzados justo por debajo de sus pequeños pechos. Lo miraba todo con ferocidad y nada dijo hasta que Spock intentó tomarla por un brazo y escoltarla al corredor. La mujer fue presa de un ataque de furia asesina, y estrelló a Spock contra un mamparo.

–Es notablemente fuerte, capitán. No había previsto una fuerza semejante en los jurnamorianos.

–Intente volver a tocarme, bicho deforme, y ya le enseñaré yo la fuerza que tenemos los jurnamorianos.

–No sufrirá ningún daño, guardiana. Le doy mi palabra -dijo Kirk.

–¿Su palabra? ¿Y qué es su palabra? ¿La promesa de alguien confabulado con los ammdonianos? ¿La de un secuestrador? ¿Cómo ha logrado arrebatarme de la seguridad de mi nave? La Bor es la nave más poderosa del espacio, y sin embargo no se disparó ninguna alarma cuando entró su grupo de abordaje.

–¿Cuándo entró? – fue la desconcertada pregunta de McCoy.

–Tienen que haber usado ustedes algún gas diabólico para envenenar a mi tripulación, y luego apoderarse de mí y traerme a esta nave.

–¿Ha estado ella inconsciente en algún momento, señor Kyle? – quiso saber McCoy, preocupado por la salud de la mujer-. Un golpe en la cabeza podría haber distorsionado tanto la noción del tiempo como la capacidad de percepción.

–Doctor, llegó de una pieza y resistiéndose como una loca. No sé de qué está hablando.

–Vicerregente, guardiana, por favor, acompáñenme. Dado que no parecen estar dispuestos a complacer mi solicitud personal, me veo en la necesidad de ordenarles, como capitán de esta nave, que vengan conmigo. – Un grupo de seguridad, con las pistolas fásicas desenfundadas, hizo acto de presencia en la sala-. Por favor, escolten a nuestros huéspedes hasta el nivel de detención.

–¿Al nivel de detención? – protestó Falda-. Así que me encarcela usted. Presentaré una petición para que se anule el tratado entre Ammdon y la Federación a causa de esta descortesía. O, si me asesinan. mi sucesor ordenará que así se haga.

–¿Ve la clase de lagarto viscoso con el que se ha confabulado, Falda? – se mofó Ganessa-. Son traidores, como afirmaban los romulanos.

–Yo desconfiaba de los romulanos; sus motivaciones resultaban demasiado transparentes. Pero tal vez me precipité al juzgarlos. Al fin y al cabo, puede que hubieran resultado provechosos para Ammdon.

–Ahora obran para provecho de Jurnamoria, comedor de escoria. – La mujer salió con paso majestuoso y la cabeza en alto. Falda le echó a Kirk una mirada llena de desprecio y la siguió a una discreta distancia, no tan lejos de Ganessa como para no poder vigilarla, pero sí a la suficiente distancia para frustrar cualquier ataque que ella pudiera intentar.

Cuando el grupo de seguridad y sus dos rehenes desaparecieron dentro del turboascensor, McCoy aferró a Kirk por un brazo y lo hizo girar bruscamente.

–¿Qué significa todo esto, Jim? No puede retener de este modo a los gobernantes de dos planetas. Es una violación de…

–La no interferencia en el derecho de autodeterminación de una cultura. Soy consciente de eso. Pero lo que yo voy a hacer es entrometerme todavía más. Tengo que contar con que se llegue a un acuerdo pacífico que garantice que ninguno de los dos bandos quiera contarle a la Flota Estelar lo que ha sucedido hasta este momento.

–Le colgarán, Jim, y a toda la tripulación junto con usted. No siento ningún deseo de acabar con el cuello estirado.

–Tiene usted toda la razón del mundo, doctor -intervino Spock, que descendía de una planta superior por la escalera-. Su cuello ya es bastante largo. Si se alargara aún más tendría usted el aspecto de uno de los pavos de su planeta.

Kirk aferró al médico por un brazo y lo apretó para que no respondiese al sarcasmo de Spock.

–¿Está preparada la celda para nuestros huéspedes? – le preguntó al vulcaniano.

–Naturalmente. Le deseo suerte en esta maniobra. – Pensaba que no creía usted en la suerte, señor Spock. – Y no creo en ella, capitán. Pero resulta obvio que usted sí, o jamás habría intentado una artimaña semejante.

–Vayamos al nivel de detención. Quiero ver qué tal marchan las cosas.

El turboascensor volvió a bajar y trasladó con celeridad a los tres hombres al nivel superior. Antes de entrar en el área de las celdas, Spock se sacó del bolsillo unos tapones para los oídos, le entregó un par a Kirk y otro a McCoy, y a continuación él se colocó otro par.

–¿Para qué es esto? ~quiso saber McCoy.

–Le he pedido al señor Spock que los construyera especialmente para nuestro uso. Filtran todas las frecuencias excepto las que se encuentran entre los doscientos cincuenta y los dos mil hercios.

–Es más o menos el espectro normal de las voces humanas. – Dejan fuera los armónicos, los compases y otros interesantes pero prácticamente inexplorados aspectos del habla. Lo que oirá le parecerá carente de entonación e interés, pero la razón de estos tapones para los oídos resultarán obvias.

Kirk les hizo un gesto a sus amigos para invitarlos a entrar en el área de detención. El señor Neal montaba guardia, con los tapones ya puestos. Dentro de la amplia celda donde Lorelei había permanecido a solas, había ahora dos visitantes. Ni el vicerregente de Ammdon ni la guardiana de la paz de Jurnamoria daban muestras de disfrutar en lo más mínimo de la compañía de la pequeña mujer.

–Tenemos que protestar, Kirk. Esto constituye una violación de los convenios de guerra. No puede usted encarcelar a tres personas en una celda de este tamaño.

–En especial cuando dos son gobernantes -intervino el vicerregente mientras le dirigía una mirada feroz a Ganessa.

–Parece que ya se han puesto de acuerdo. No quieren permanecer en esta celda durante más tiempo del necesario. No creo que vayan a estar aquí durante mucho más.

–Déjenos salir. Ahora. – El tono de voz de la guardiana era autoritario.

–Dentro de poco. – Y dirigiéndose a Lorelei, le dijo-: Quiero hablar con usted en privado, por favor. – La mujer menuda se acercó a Kirk, y alzó una mano para tocar los tapones que él llevaba puestos. No hizo intento alguno de quitárselos.

–¿Tan poco se fía de mí? – preguntó.

–Lorelei, usted sólo puede ser fiel a su filosofía, para la que se ha formado durante toda la vida como Habladora de Hyla. No pido nada más. A menos que desee permitir una guerra, una que usted misma predijo con demasiada precisión.

–¿La presencia de su nave ha precipitado la guerra? – preguntó. Kirk se limitó a asentir con la cabeza. Las palabras de la mujer resonaban apenas, con un sonido átono y casi carente de vida a causa de los tapones. Sólo su intensa personalidad actuaba sobre él… ¿o eran también las feromonas de Lorelei, con las que Kirk estaba en íntima consonancia? Incluso con los oídos tapados, Jim Kirk tuvo que luchar para no caer bajo el seductor hechizo de la mujer.

–Ojalá obtuviera alguna satisfacción de decirle: "Ya se lo había advertido. Esa frase en particular es nueva para mí, pero encaja en muchísimas de las situaciones que viven ustedes. En Hyla hay pocas oportunidades para pronunciar palabras semejantes. Todos conocemos nuestro destino y contribuimos a alcanzarlo.

–No hay nada más que yo pueda hacer, ni con Ganessa ni con Falda. ¿Querrá usted hablar con ellos? ¿Durante sólo unos minutos? Intente persuadirlos de que su guerra es una ridiculez, y de que en realidad deberían cooperar.

–Veré lo que puede hacerse, pero no hablaré en favor de su Federación.

–Hable de paz. Es lo que ambos queremos en este caso.

Ella asintió con gesto vivo. El cansancio desapareció de su semblante y la mujer se volvió para encarar a los otros ocupantes de la celda. Donde antes había vivido el esfuerzo agotador de influir sobre toda la tripulación de una nave estelar para convencerla del error de sus métodos, ahora se encontraba sólo con dos personas. Lorelei comenzó a hablar, primero en hylano y luego en la lengua común compartida por Ammdon y Jurnamoria.

Kirk permaneció allí junto a Spock y McCoy, mientras la mujer aprendía cada vez más del idioma ammdoniano.

–Es verdaderamente asombroso, capitán, con qué rapidez aprende una lengua. Lorelei no sólo capta la gramática general, sino que parece comprender de modo intuitivo los matices.

–El lenguaje corporal forma parte de ello. Mire eso -dijo McCoy-. ¿Ve cómo alza el hombro izquierdo y deja caer el derecho cuando habla con Ganessa? Eso debe tener algo que ver con la reverencia, con el reconocimiento de la posición que ocupa.

–El reconocimiento de la posición que ocupa -repitió Kirk, con una sonrisa-. Falda y Ganessa no han visto ni la millonésima parte de lo que Lorelei es capaz de hacer. Ahora empieza a dominar el idioma de ellos.

–Ha necesitado cuatro coma noventa y tres minutos para lograrlo -informó Spock.

–En apenas cinco minutos ha comenzado a negociar con ellos, a sondearlos, a encontrar sus puntos débiles. Dentro de otros diez conseguirá que se estrechen la mano. – Kirk sentía la vibración de la voz de Lorelei, incluso a través de los tapones. La observó y vio que irradiaba una confianza que no dejaba lugar a la duda mientras hacía su exposición sobre la Senda Verdadera, sobre la paz y la mutua cooperación. Como por arte de magia, los ceños fruncidos y la tensión desaparecieron tanto de Ganessa como de Falda, para ser reemplazados por una actitud. Pronto se desvaneció también eso, y los enemigos de toda una vida comenzaron a discutir, no con rencor sino en beneficio mutuo. Las amenazas ya no aparecían en sus discursos mientras negociaban con el fin de obtener el máximo provecho para sus mundos respectivos.

–Es verdaderamente asombroso -dijo McCoy-. Esos dos actúan como socios de una empresa en lugar de hacerlo como comandantes de ejércitos antagónicos. Vaya, pero si puedo incluso sentirlo, cuando Lorelei les habla. Debe de estar valiéndose de la persuasión sónica con tanta fuerza como puede.

–Estoy seguro de ello. Fíjese en la expresión a medida que sus poderes empáticos perciben los cambios en la disposición anímica. Dos enemigos se transforman en dos amigos cautelosos. Y, a menos que me equivoque en la conjetura, Falda y Ganessa son unos líderes lo bastante fuertes como para influir en sus pueblos. Regresarán a Ammdon y Jurnamoria con planes de paz en lugar de tácticas de guerra. Y harán que esa paz sea duradera, a pesar de los halcones que los han rodeado durante tantos años.

Satisfecho, Kirk indicó su deseo de que Lorelei y los dos gobernantes fuesen dejados a solas para que solucionaran las diferencias que aún pudieran existir. En lo único que se equivocó fue en el tiempo que necesitó Lorelei para convencer a Ganessa y Falda de que se estrecharan la mano. No fueron diez minutos: fueron ocho.


–No logro decidirme respecto a qué hacer con Lorelei -admitió Kirk ante Spock.

El capitán de la Enterprise alzó los cansados pies, los apoyó sobre una esquina del escritorio y se reclinó contra el respaldo del asiento. Su camarote constituía casi el único santuario que ahora le quedaba. La tripulación bullía de actividad por todas partes, reparando todo lo que podía en preparación del largo viaje de vuelta a la Base Estelar Uno. Lorelei había conseguido grandes resultados con Ganessa y Falda, pero sus gabinetes respectivos se negaban a apoyar las acciones pacíficas… hasta que también ellos tuvieran oportunidad de hablar con Lorelei.

–Ella no es técnicamente una ciudadana de la Federación -señaló Spock-, y por lo tanto, no puede actuar como embajadora.

–Eso no me preocupa demasiado. Podemos sacarnos de la manga algún título altisonante. Representante, consejera general o delegada sin cartera. Cualquier cosa que le confiera un aire oficial. Ésa es la parte menos importante. Lo que me hace dudar son los efectos que ella pueda tener sobre Ammdon y Jurnamoria.

–No los volverá contra nosotros. No mientras siga su llamada Senda Verdadera.

–Pero, Spock -gritó Kirk al tiempo que dejaba caer los pies sobre la cubierta y se inclinaba sobre el escritorio-, tenemos que pensar en los romulanos. No dejarán a estos planetas en paz si se huelen cualquier tendencia pacifista. Caerán sobre ellos y los liquidarán con la misma precisión que los lobos a las ovejas.

–Su metáfora tiene un dejo del doctor McCoy.

–No obstante, es algo que debe considerarse.

–Tal vez podríamos hacerles saber a los romulanos que la Federación no tolerará una intervención en el sistema.

Kirk negó con la cabeza.

–Si Lorelei se sale con la suya en este sistema, cosa que hará, ¿cómo mantendremos a los romulanos fuera de él?

Una leve elevación de las comisuras de la boca de Spock, hizo que Kirk le prestase más atención. Algo le resultaba gracioso a su oficial científico. Con independencia de lo que fuese, tenía que tratarse de algo de la máxima magnitud.

–¿De qué se trata, Spock?

–Se me ha pasado una idea por la cabeza, capitán. ¿Cree que es posible disponer las cosas para que Lorelei sea secuestrada por los romulanos?

–¡Secuestrada! Pero, ellos… -Kirk se interrumpió, y luego se echó a reír- No la matarían. Acabarían siendo el mayor reto de la vida de ella. Detener la guerra entre dos planetas atrasados sería un juego de niños comparado con el esfuerzo necesario para convertir a los romulanos en seres pacíficos.

–Puede que no sea práctico, pero vale la pena pensarlo, capitán.

–Tiene razón, Spock. Y hasta que llegue ese momento, ella puede mantener la paz mejor que nadie. Puedo ver el día en que la gente como Zarv y Lorritson se encuentren desempleados porque todas las negociaciones de la Federación sean llevadas a cabo por hylanos.

–Eso, suponiendo que sean capaces de soportar la política de la Federación. A ellos, tenemos que parecerles intensamente belicosos.

–Usted es vulcaniano. ¿Puede renunciar al reto de convencer a una hylana de que no lo somos, de que sólo buscamos la paz, pero estamos dispuestos a luchar para impedir una violencia mayor?

–No, capitán. No puedo renunciar a un reto semejante. Y usted tampoco.

–Muy cierto, señor Spock. Informemos de la decisión a todos los implicados.

Se puso a silvar, y cuando se dio cuenta de que aún tenía puestos los tapones, Jim Kirk sonrió. No pasaría mucho tiempo antes de que los tapones dejasen de ser necesarios a bordo de la Enterprise.


–¿Están conformes en todos los aspectos? – preguntó Kirk. – Lorelei es aceptable para el pueblo de Jurnamoria -declaró Ganessa, guardiana de la paz.

–También lo es para el de Ammdon. – Falda vaciló, para luego añadir-: Existen algunos puntos de disensión que debemos solucionar. Lorelei ha aceptado la tarea de negociarlos en nuestro nombre.

–Bien. – Volviéndose hacia la pantalla principal, que ahora presentaba la imagen de la celda de detención donde Lorelei se encontraba todavía alojada para poder filtrar el sonido e impedir el lavado cerebral sónico que obraba su voz, Kirk dijo-: ¿Se da usted cuenta, Lorelei, de que no representa oficialmente a la Federación?

–Es mi deseo. Tampoco represento a Hyla, a pesar de ser una Habladora. Ésta es una misión personal.

–Como tal, la Federación puede enviar un embajador más adelante para negociar los términos de un pacto comercial entre todas las partes.

–Es lo que esperamos Intervino el vicerregente Falda-. Lorelei nos ha convencido de que un intercambio entre nuestras culturas será algo que nos beneficiará a todos.

Kirk disimuló su sorpresa. Si Lorelei había dicho tal cosa, tenía motivos para ello. Tal vez pensaba que se le garantizaría la libertad de movimiento por los mundos de la Federación, para propagar su filosofía de la Senda Verdadera, si solicitaba el ingreso como representante de Ammdon y Jurnamoria. Al capitán no le importaba. De ese tipo de cosas les correspondía preocuparse a los diplomáticos y a los políticos. Él había cumplido con las órdenes recibidas y había detenido la guerra. Por el momento, se había impedido el avance de los romulanos a través del Brazo de Orión.

–Necesito más información antes de transportarla a Ammdon, Lorelei.

–¿De qué se trata, James? – preguntó ella con voz queda. Por primera vez, él no sintió ningún rastro de modulaciones sónicas en las palabras de la mujer. No transmitían ninguna nota callada de persuasión, sino mera curiosidad.

–No tenemos forma alguna de contactar con Hyla para dar noticias de su supervivencia. La explosión acaecida a bordo de su nave impidió que su oficial de comunicaciones pudiera hacer algo más que transmitir un simple S.O.S. Le agradecería cualquier información que pueda darnos sobre cómo podríamos proceder para encontrar Hyla.

Ella estudió a Kirk durante un momento, y luego sonrió.

–Antes podría haber tenido reticencias. Usted es belicoso, sin duda, pero está aprendiendo. Sí, le daré toda la información que necesita para que pueda encontrar Hyla.

Durante un instante, ninguno de los dos habló; luego Kirk rompió el silencio.

–Volveremos a encontrarnos, Lorelei. Estoy seguro de eso. – También yo, James. Nos encontraremos otra vez, en términos más felices.

La pantalla se apagó. Kirk se levantó del asiento de mando y se encaró con sus dos huéspedes.

–El señor Spock los acompañará a la sala del transportador y los devolverá a la superficie de Ammdon. Si necesitaran cualquier cosa, por favor, siéntanse en libertad de contactar con la Federación.

Pero Ganessa y Falda apenas lo oyeron. Asintieron brevemente y se marcharon, las cabezas juntas, los hombros en contacto, hablando en voz baja. Spock los siguió hasta el interior del turboascensor.

–Vaya, ahí va una pareja feliz -comentó McCoy.

–Hummm, bueno, sólo están discutiendo… tratados -replicó Kirk, parpadeando.

–Empieza usted a hablar como Spock. Esos dos están enamorados. Imagínese, odiándose el uno al otro durante tanto tiempo, y ahora, ¿quién sabe?

–Sí, doctor, ¿quién sabe? – Tras volverse a mirar a Sulu, solicitó un informe de estado operacional.

–El transportador ha sido activado. Ganessa, Falda y Lorelei se encuentran en la superficie.

–Muy bien, señor Sulu. Ponga rumbo a la Base Estelar Uno. Señor Scott -llamó Kirk en voz alta-, ¿se sentiría usted molesto si le pidiera un factor hiperespacial uno?

–No puedo garantizarle cómo quedarán los motores, señor, pero resistirán el factor uno durante unas cuantas semanas.

–Excelente. Trace rumbo a casa, señor Sulu. Factor hiperespacial uno.

Ahora todo le parecía bien a James T. Kirk. La tripulación había recobrado su estado normal, todo estaba en paz y la misión, a pesar de los graves contratiempos sufridos, se había llevado a cabo con éxito.

La Enterprise se estremeció, y luego salió de la órbita en línea directa hacia la Base Estelar Uno, hacia las reparaciones y el descanso, del que tenían necesidad tanto el equipo como la tripulación.


FIN



This file was created with BookDesigner program
bookdesigner@the-ebook.org
20/05/2008


LRS to LRF parser v.0.9; Mikhail Sharonov, 2006; msh-tools.com/ebook/