Spock, McCoy y. cuatro miembros de seguridad se encuentran
prisioneros en el planeta que orbitamos. Para colmo de males, el
embajador Zarv y los miembros de su misión diplomática se han
transportado sin permiso al planeta; la recanalización de energía
necesaria para este uso del transportador ha requerido que se
cerrara completamente el nivel siete. Sólo cuando recuperemos una
parte de la potencia de los motores hiperespaciales, estaremos en
condiciones de usar nuevamente esta área. El contacto con la
civilización que puebla el planeta se hace cada vez más improbable.
Si, como ha inferido Spock, los nativos emplean una forma de
telepatía, existen pocas posibilidades de que podamos negociar con
éxito la puesta en libertad de los prisioneros o la cesión del
material aislante que tan desesperadamente
necesitamos.
–Capitán, he establecido contacto con el embajador. Ninguno
de ellos se ha llevado un comunicador; he establecido la conexión a
través del dispositivo de vídeo de un tricorder. – Uhura pulsó la
combinación adecuada y la imagen de la pantalla frontal se deshizo,
para volver a formarse con la del diplomático
tellarita.
Kirk no le dio a Zarv la oportunidad de
hablar.
–Se han transportado sin permiso -dijo de inmediato-. Todavía
soy el capitán de esta nave. Prepárense para volver inmediatamente
a bordo. Se encuentran en grave peligro.
–No corremos ningún peligro, Kirk. Somos diplomáticos.
Sabemos cómo contactar y tratar con otras culturas. A diferencia de
los torpes miembros de su tripulación, nosotros hemos establecido
una relación armónica.
Zarv se volvió y señaló a Mek Jokkor, que se encontraba de
pie sobre el aterciopelado césped verde, con los pies muy separados
y una expresión de absoluto éxtasis en el rostro. Kirk observó que
los rasgos del alienígena comenzaban a cambiar, a transformarse en
algo de aspecto menos humano. Mek Jokkor había recobrado su natural
forma de planta, manos frondosas que se agitaban levemente en la
suave brisa que soplaba desde el campo hacia la
ciudad.
–¿Lo ve? Está realizando buenos progresos. Aunque no es
telépata, se comunica por otros medios no verbales. Lograremos
progresos. Conseguiremos la libertad de sus oficiales, y
obtendremos el material que usted necesita para llevarnos hasta
Ammdon.
–Están tratando con una sociedad que en nada se parece a
cualquiera que hayamos conocido antes. Spock no es ningún necio. Él
no habría… -Kirk no tuvo ocasión de concluir la advertencia. Mek
Jokkor se puso tenso y se contorsionó. Sus pies habían echado
raíces en la tierra que había bajo el césped. Del suelo empezaron a
salir serpientes marrones que se enroscaban en torno a sus piernas,
retorciéndose y mordiéndole. El hombre planta se sacudió
espasmódicamente e intentó liberarse. Las serpientes siguieron
subiendo, hasta que le hicieron caer de rodillas. Ningún sonido
salió de su falsa boca. Eso hacía que la escena resultara aún más
terrible. Mek Jokkor sufría dolores terribles y no era capaz de
darles voz.
–¡No lo toque, Zarv! – gritó Kirk. Pero era ya demasiado
tarde. El tellarita corrió a auxiliar a su ayudante, a arrancar las
bandas marrones que ascendían por el cuerpo de Mek Jokkor. En el
instante en que el embajador tocó a una de las serpientes, los
humanoides que observaban pasaron a la acción. Apresaron a Zarv y
se lo llevaron a rastras. Donald Lorritson permanecía de pie,
boquiabierto… e ileso.
–No lo entiendo -murmuró Lorritson a través del tricorder-
¿Qué está sucediendo? ¿Por qué nos atacan?
–No se han dado cuenta de que usted está ahí. Quédese quieto.
Prepárese para ser transportado a bordo. Haré recanalizar la
energía necesaria. Intentaremos rescatar al embajador y a Mek
Jokkor más tarde.
–Puedo hacer que me escuchen.
–Son telépatas, Lorritson. No se entrometa. Mek Jokkor ha
hecho algo que ha provocado su enojo. El embajador intervino. No
intente nada que pueda hacer que se fijen en usted. – Se volvió
hacia Sulu- ¿Tenemos ya potencia en el transportador? – le
preguntó.
–Señor, derivarla resulta difícil. El señor Scott acaba de
darme energía adicional de los motores de impulsión para mantener
la órbita. Hay que recanalizarla.
–¡Hágalo, maldición!
–Sí, señor.
Kirk contemplaba la escena que estaba desarrollándose en el
planeta aterrorizado. El tricorder de Lorritson continuaba
recogiendo fielmente la captura de Mek Jokkor y Zarv, que se
debatían intentando zafarse de sus captores. Los humanoides los
llevaban hacia la ciudad sin duda para encerrarlos con Spock y los
demás.
–¡Lorritson, no! ¡No hay nada que pueda usted hacer para
ayudarlos! – gritó Kirk. El diplomático hizo caso omiso de él y
corrió hacia el apretado grupo de humanoides. El capitán de la nave
estelar contempló con impotente furor cómo Lorritson aferraba al
nativo más cercano y lo derribaba de un golpe. Desde algún punto
fuera del campo visual del tricorder del diplomático, que yacía
ahora sobre el suelo, llegó el sonido de pasos pesados. Unos
animales que parecían reunir las peores características de los
gorilas terrícolas y los diablos solares de Vega, rodearon al
grupo.
Cesó toda lucha.
La última imagen que pudo ver Kirk fue la de Lorritson,
inconsciente, que era arrastrado en dirección a la
ciudad.
–Sulu, ¿ha habido suerte en el restablecimiento de la
potencia en la unidad de transporte?
–No, señor. La unidad telemétrica ha sido destruida por una
descarga de potencia durante la recanalización
energética.
Kirk se puso tenso, aferrando con los dedos los posabrazos de
su asiento de mando. Sin la unidad telemétrica serían incapaces de
transportar a la nave a nadie que se encontrara en la superficie y
no tuviera su comunicador sintonizado en la frecuencia adecuada. Y
Spock y los otros habían perdido sus comunicadores, ya fuera en un
registro, o durante el fragor de la lucha. Zarv y Mek Jokkor no se
habían llevado comunicadores, y el tricorder de Lorritson yacía
ahora en el suelo, inútil para el propósito de
localización.
–¿Existe alguna forma de usar el transportador sin la unidad
telemétrica y sin una conexión de comunicador?
–Señor -respondió Sulu con escepticismo-, si nos desviamos la
más ligera fracción de nanómetro, cualquiera que se encuentre en el
rayo transportador resultará muerto, sus átomos se mezclarían de
forma aleatoria. La unidad telemétrica es vital… si no tienen un
comunicador sobre el cual podamos fijar el transportador.
Cualquiera de las dos cosas sirve. Pero intentar simplemente
pillarlos…
Sulu no tuvo necesidad de más especificaciones. Kirk
lamentaba amargamente el destino que los había puesto a todos en
aquella situación. Sabía que las probabilidades de que fracasara un
transporte sin información telemétrica precisa eran astronómicas.
Cabía la posibilidad de que un transporte sin el equipo necesario
saliera bien. Sí, tal vez, pero no conocía a nadie dispuesto a
correr el riesgo.
–Uhura, localice los comunicadores sobre el planeta -Hecho,
señor. Están apilados justo en las afueras de la ciudad. Ahora los
tengo en escáner.
La escena presentaba pocas cosas de interés. La distancia que
mediaba entre la órbita y el planeta era demasiado grande, incluso
para las sofisticadas pantallas de la nave, para que pudieran
distinguir muchos detalles aparte del hecho de que los
comunicadores estaban intactos. Uhura desplazó el objetivo hacia el
corral donde Spock, McCoy y los otros miembros del primer grupo de
descenso se encontraban encerrados. Zarv y sus ayudantes se sumaban
ahora a los demás. Parecían ilesos a pesar de la
lucha.
–Tienen que escapar de ese corral y llegar hasta los
comunicadores.
–¿Cómo vamos a hacer que lo consigan, capitán? – inquirió
Chekov.
–Prepare los cañones fásicos. Abriremos un agujero en la
valla, y luego lanzaremos disparos fásicos intermitentes para
señalarles el camino hasta los comunicadores. Spock lo entenderá.
Sulu, quiero que se derive toda la energía posible al transportador
cuando lleguen a los comunicadores.
–Apenas tenemos la energía necesaria para hacer funcionar el
transportador y los sistemas de soporte vital, y mantener la
órbita. Tendremos que alternar la energía entre las baterías
fásicas y el transportador.
–Y eso fue lo que fundió la unidad telemétrica. – Kirk
suspiró profundamente. Sabía que Scotty se afanaba como Hércules
sólo para mantener a la Enterprise como estaba-. Dígale al señor
Scott que derive inmediatamente la potencia cuando se le
ordene.
–Sí, señor.
Kirk contempló la pantalla, y luego ordenó:
–Elimine el perímetro norte del corral. ¡Baterías fásicas,
fuego!
No sucedió nada.
–¡Baterías fásicas, fuego! ¿Qué sucede, Chekov? ¡Fuego! –
Señor, no obtengo respuesta de los tripulantes a cargo de los
cañones fásicos.
–Continúe intentándolo. Me encargaré
personalmente.
Se levantó del asiento de mando.
–Sulu -declaró-, tiene usted el mando -y bajó en el
turboascensor hacia la cubierta de las baterías fásicas. Las luces
estaban apagadas para ahorrar energía, y los ventiladores del aire
funcionaban a media velocidad. Irrumpió en el centro de control y
se encontró con una situación de déjá vu. Una vez más, toda el área
estaba desierta. Una vez más, sus tripulantes habían abandonado los
puestos. Esta vez significaba el encierro y la posible muerte para
Spock, McCoy, los diplomáticos y el equipo de seguridad que se
encontraban en el planeta.
–Señor, por favor, no toque la consola. – Kirk se volvió en
redondo y vio a varios miembros de seguridad que se encontraban de
pie contra la mampara trasera-. Usar los cañones fásicos contra la
sociedad de ese planeta es una equivocación.
–Ocupen sus puestos de inmediato. ¡Es una orden! Se perderán
vidas si no obedecen.
–Nos gustaría hacer lo que usted dice, señor, si no fuera
porque implica el uso de la violencia. No podemos hacerlo. Lorelei
nos ha convencido.
Kirk no tenía tiempo para discutir. Se volvió hacia el panel
de controles y comenzó a cargar los cañones fásicos para la
secuencia de disparo. Cuando las luces se encendieron indicando que
estaban preparados, pulsó el botón del
intercomunicador.
–¡Chekov, dispare! Tengo los cañones fásicos programados para
disparos cortos cada tres segundos.
No hubo respuesta.
–¿Chekov? – llamó-. Responda. ¿Qué está sucediendo? Dispare
los cañones fásicos.
–Señor -le respondió una voz vacilante-, le llamaré dentro de
unos minutos.
Kirk se dejó caer como si alguien le hubiera golpeado con un
mazo. Recobró la compostura, y se volvió.
–Todos ustedes -dijo-, fuera de la sala. ¡Ahora! – Para su
alivio y sorpresa, le obedecieron. Cogió una pistola fásica de un
estante, e hizo salir al equipo de seguridad al corredor. Arrastró
la puerta hasta cerrarla, y soldó rápidamente el borde para
sellarla. La soldadura fásica resistiría contra todo lo que no
fuera el más diligente de los esfuerzos destinados a entrar en la
habitación e inutilizar de modo permanente los
controles.
–Vuelvan a sus camarotes hasta nueva orden -dijo Kirk. Corrió
hacia el puente, con la esperanza de que sus peores miedos no
estuviesen haciéndose realidad.
En el instante en que irrumpió en el puente supo que el mando
se le había escapado de las manos. Los pequeños grupos que se
reunían a hablar en voz baja y contra los que él había luchado,
habían vuelto a formarse. Discutían en voz queda… ¿qué? Tuvo la
deprimente sensación de que se trataba de la filosofía pacifista de
Lorelei.
–¡Chekov, dispare los cañones fásicos! – gritó. El alférez
Chekov se volvió y sacudió la cabeza.
–Capitán, lo siento. Usar las armas no es la manera de
resolver el problema.
–Es una orden, señor. Cúmplala.
Chekov volvió a negar con la cabeza y abandonó su puesto.
Sulu se unió a él. A un lado, la teniente Avias y Uhura hablaban
entre sí, en voz baja, y dirigían ocasionalmente los ojos hacia
Kirk. Él permanecía inmóvil, sintiéndose como una isla en medio de
una tormenta. En ninguna parte del puente había oficiales que
cumplieran con su deber.
En la pantalla, Kirk veía el corral con Spock y los otros
encerrados dentro. Se estremeció ante la visión de un miembro del
equipo de seguridad que intentaba escalar la cerca espinosa. El
alférez llegó a la parte superior, sólo para ser empalado por una
púa que surgió de modo repentino, tan gruesa como la muñeca de un
hombre. El joven se tensó, con la agonía pintada en el rostro. Sin
sonido, Kirk no podía oír sus alaridos. El alférez cayó, y quedó
colgando sin vida de la inmensa púa que le atravesaba el
cuerpo.
Esto convenció a Kirk de que había que emprender
inmediatamente la acción. Se lanzó hacia delante, apartando a
Chekov de su camino con un empujón. Su dedo pulsó con fuerza el
botón de disparo, pero el fuego fásico de respuesta no salió
disparado de la parte inferior de la Enterprise.
–Su tripulación ha inutilizado los cañones fásicos, James, a
pesar de sus esfuerzos para impedirlo -dijo la suave voz. Lorelei
se hallaba de pie en el turboascensor. Salió de él con aire grácil
e infantil, pero la expresión de su rostro no era inocente en lo
más mínimo. Presentaba las arrugas de la preocupación y de las
cargas de una vida larga y dura-. No me gusta hacerle esto a usted,
James. Por favor, créame. En un sentido, es una agresión, aunque
agresión sin muerte. Sus métodos conducen sólo a la muerte. Los
míos son más suaves. El pacifismo es la Senda
Verdadera.
–Mire la pantalla. Uno de mis oficiales subalternos acaba de
morir en ese planeta. La muerte, Lorelei, es definitiva. Ha muerto
de forma violenta cuando yo habría podido impedirlo. Permítame
abrir una brecha en ese muro de púas y sacar de allí a mis hombres
y al grupo de diplomáticos. Podremos transportarlos a bordo si
llegan hasta los comunicadores.
–Él ha muerto porque emprendió una acción violenta. La
calidad mortal de sus actos se volvió contra él. No, James, no
puedo permitir que use cañones fásicos contra una civilización
indefensa.
–Lorelei, esto es un motín.
–La tripulación, según sus leyes, se ha amotinado. Yo no. La
paz debe prevalecer, aunque eso signifique quebrantar las leyes.
Hay una necesidad superior, y es la preservación de la vida. La
vida debe anteponerse a cualquier ley hecha por los
hombres.
Kirk sintió que la telaraña de las palabras de ella lo
envolvía, lo atraía, alteraba su punto de vista. La paz era el
único camino. Había cometido un error al ordenarles que
emprendieran la acción a los tripulantes de la sección de baterías
fásicas. La mujer avanzó hacia él, y por primera vez percibió Kirk
un rastro de perfume proveniente de ella, una fragancia que hizo
que la cabeza le diera vueltas. Se apoyó en la consola de la
computadora mientras intentaba encontrarle algún sentido a todo lo
que había sucedido.
Paz. Guerra. No guerra. Todo se confundía en su
mente.
–No soy una persona violenta -gritó, y la contradicción se
hizo obvia para todos los que se encontraban en el puente-. Usted
está obligándome a hacer esto.
–Usted quiere ser pacífico, James. Puede serlo. Deje la
pistola fásica. Si trabajamos todos juntos en armonía conseguiremos
el material aislante. La paz es siempre la respuesta, no el
comportamiento agresivo.
Las palabras zumbaban con vibrante poder. Se encontró con que
comenzaba a creerla. No, más que eso. Comenzaba a tener fe en ella.
Con el corazón y el alma convencidos de las afirmaciones de
Lorelei, empezó a creer lo que decía. Hasta que giró la cabeza a un
lado y vio la silueta sin vida del miembro de la tripulación que
colgaba del corral de púas, la sangre que había sido roja
comenzando a ennegrecerse y coagularse sobre la punta
afilada.
–¡¡NO!! – rugió. La descarga de enojo y adrenalina apartó de
su mente los insidiosos efectos de las palabras de Lorelei-. Uhura,
Chekov, Sulu, escúchenme. Tenemos que salvarlos… ¡salvarnos
nosotros!
–Capitán, ella tiene razón -intervino Uhura, con voz suave y
melosa-. Hay cosas más importantes que la agresión. – Sus ojos
enfocaron algún lugar infinito, muy lejos del puente de la
Enterprise, al añadir-: ¿Sabía usted que mi nombre significa
paz?
Kirk dio media vuelta y asestó un puñetazo. El dolor le subió
hasta el codo. La conmoción lo sacudió hasta el hombro y mantuvo
alejada la nueva acometida de tentadoras palabras de Lorelei. Salió
disparado hacia el turboascensor.
–James, no lo haga. No puede escapar. Todos los que se
encuentran a bordo de la Enterprise están ahora de acuerdo
conmígo.
–Jamás debería haber permitido su debate con Zarv.
Proporcionarle a usted un contacto directo con toda la tripulación
ha sido un error.
–No fue un error, James. Me permitió contactar con todos… lo
suficiente. La existencia pacífica no es nunca un error. No luche
contra ella de esa manera. Por favor -le imploró-. Por
favor.
Las puertas se cerraron con un siseo. Kirk pulsó los
controles para dirigirse a la cubierta de ingeniería. La Enterprise
flotaba más muerta que viva en su órbita. La vida que todavía
quedaba en su casco metálico provenía de los diestros dedos de
Scotty, la manera en que lograba extraer un poco más de potencia de
los motores de impulsión, los métodos que usaba para obtener
energía de los agonizantes motores
hiperespaciales.
Las luces de advertencia se habían apagado. Scotty había
logrado por fin contener el escape de radiación que había
convertido la cubierta de ingeniería en una trampa mortal. Kirk
corrió hacia la puerta que conducía a la sala de motores y miró al
interior. Scotty, la oficial McConel y muchos otros miembros de la
sección de ingeniería andaban por allí sin hacer
nada.
–Scotty, usted también, no -dijo Kirk, consternado-. No puedo
hacerlo sin usted. No puedo.
–Señor, no es correcto lo que usted está haciendo. Escuche a
la muchacha.
La esperanza abandonó definitivamente a James Kirk. Jamás
había esperado que Scotty lo abandonara. Los miembros más leales de
su tripulación se volvían contra él y escuchaban las almibaradas
palabras de Lorelei. No había cumplido con la orden de llevar a
Zarv y su misión de paz hasta Ammdon. Había permitido que su nave
quedara casi por completo inutilizada. Sus amigos y miembros de la
tripulación estaban prisioneros y morían en el planeta que
orbitaban. Y ahora el resto de sus tripulantes se habían vuelto
contra él, amotinándose incluso como Spock había insinuado que
harían.
Dejó caer los hombros cuando Scotty acudió a su lado. –
Capitán, parece cansado. Nosotros podemos ocuparnos de todo.
Podemos hacer lo que es preciso.
Algo se agitó dentro del capitán.
–¡No! Ésta es mi nave. No entregaré el mando. Ni a usted, ni
a Lorelei, ni a nadie. ¡Es mi responsabilidad, y no renunciaré a
ella sin luchar!
Apartó a Scotty de un empujón y se volvió hacia la puerta. Un
equipo de seguridad le cerró el paso, con Lorelei al
frente.
–James -dijo ella-, su violencia es innata hasta un grado
inimaginable. Está usted trastornando a quienes le rodean y
haciendo que duden de la no violencia que yo les he
enseñado.
–Usted les ha lavado el cerebro. No sé cómo, pero los ha
vuelto contra mí, contra la Federación. Se han
amotinado.
–Se han puesto más en armonía con el universo que les rodea.
En lugar de luchar, se funden y se transforman en una unidad. No
existe ningún conflicto cuando se es parte del todo más grande. No
puede existir.
Kirk alzó con rapidez la pistola fásica, pero ya era
demasiado tarde. Lo último que oyó fueron las tristes palabras de
Lorelei.
–-Sólo perderá el conocimiento. Incluso esta violencia me
duele, pero es necesario prevenir una violencia
mayor.
El estremecimiento del rayo fásico se hizo con el control de
sus nervios. Se crispó una sola vez, y cayó sobre la cubierta,
inconsciente.
Desde lejos, llegaba el silbido del viento, que soplaba entre
los árboles. Un goteo despertó recuerdos antiguos y casi olvidados
en la mente de Jim Kirk: lluvia cayendo desde las hojas. Se sentía
como si su cuerpo lo hubiese rechazado; el dolor atacaba todos sus
sentidos y le obligó a volver a la realidad. Gimió y rodó sobre sí.
La luz solar, tibia y reconfortante, le bañó el rostro. Parpadeó
ante la inesperada luz, se protegió los ojos con una mano y luego
se sentó trabajosamente. Debajo de él, las hojas recién caídas
crujieron húmedas y fragantes, y el césped primorosamente cortado
que había visto desde el puente de la Enterprise onduló como un
líquido bajo sus palmas.
Kirk recorrió el entorno con los ojos. Había sido
transportado a la superficie del planeta.
–¡Mi comunicador! – gritó, al tiempo que se llevaba una mano
al lugar donde el aparato solía estar sujeto. Había desaparecido-.
Lorelei me ha exiliado en el planeta. – El pánico creció y menguó
en su interior al darse cuenta de cuánto peor podría haber sido su
situación. Lorelei podría haberlo encarcelado a bordo de la nave.
Escapar de una celda de detención era casi imposible. De esta
forma, libre sobre el planeta, tenía una
oportunidad.
–Primero encontrar a Spock y McCoy, y luego regresar a la
Enterprise y a mi puesto de mando -se prometió en voz alta. Se
levantó y permaneció quieto y en silencio, mirando a través de la
vegetación del soto hacia la herbosa planicie a la que se habían
transportado los otros. Kirk vaciló y escuchó cuando un crujir de
hojas caídas le advirtió que se aproximaba algo
vivo.
Unos animales pequeños, apenas más grandes que los gatos
domésticos terrícolas, rebuscaban entre las hojas, excavando para
encontrar gusanos y otros insectos, devorándolos y trotando luego
hasta otro sitio. Kirk los siguió con curiosidad y observó. A pesar
de que había numerosas larvas en cada lugar donde los animales
excavaban, ellos sólo se comían unos pocos antes de cambiar de
emplazamiento. La mayoría de los animales comerían hasta que no
quedara nada antes de buscar otra fuente de
alimento.
El silencio comenzaba a ponerlo nervioso. No sonaban gritos
de apareamiento, ni gruñidos de caza ni enfrentamientos vigorosos.
Ninguna de las criaturas que espiaba tenía orejas ni, al parecer,
cuerdas vocales. Y ninguna le prestaba la más mínima atención.
Siguiéndolas, se aventuró fuera del bosque y se detuvo. Había algo
que lo inquietaba aún más que la quietud. Kirk fijó los ojos en el
interior del bosque, y por fin se dio cuenta de qué
era.
–No hay maleza. Ni un solo arbusto que cubra el suelo. Está
tan limpio como si un jardinero lo limpiara periódicamente. –
Mirara donde mirara no se veía ni un arbusto ni una planta fuera de
lugar, y todas las plantas que veía estaban perfectamente formadas,
sin rastro de plagas o enfermedades-. Es como un jardín -murmuró
mientras continuaba caminando.
Un grupo de humanoides se dirigía hacia él. Dudó entre
encararlos ahora o correr a ponerse a cubierto, en el bosque, por
ejemplo. Por último, Kirk decidió que aquellos seres ya lo habrían
visto y que por mucho que luchara no conseguiría imponerse. Aguardó
con ansiedad. Y ellos pasaron de largo sin echarle siquiera una
mirada de soslayo.
–¡Esperen! – los llamó, desconcertado al ver que no
reaccionaban ante su presencia-. ¡Deténganse! – los humanoides
continuaron caminando sin alterar siquiera el paso. Marchaban todos
en perfecta sincronía. Kirk se reconvino por no recordar que
carecían de órganos auditivos. Ni todos los gritos del mundo
producirían efecto alguno. Comenzó a buscar el tricorder abandonado
por Lorritson. Pronto lo encontró e interrumpió el enlace de
transmisión con la Enterprise. No tenía ninguna intención de
permitir que Lorelei se enterara de lo que
planeaba.
Sentado con las piernas cruzadas sobre el césped, comenzó a
estudiar las lecturas del tricorder, intentando formarse una idea
de aquel peculiar planeta. Repetidas veces había visto que los
humanoides hacían caso omiso de cosas extrañas que sucedían a su
alrededor, y que sólo reaccionaban con fuerza cuando se intentaba
el contacto. El intento de fusión mental de Spock había puesto en
movimiento a un humanoide. Mek Jokkor tenía sus raíces hundidas en
el suelo cuando fue atacado por las serpientes; los nativos se
habían unido con rapidez y perfecta sincronía.
–Perfecta sincronía -murmuró, dándole vueltas a la frase una
y otra vez. Comenzó a teclear varias posibilidades en el tricorder,
y luego comprobó los resultados a medida que la pequeña máquina las
procesaba e informaba de sus hallazgos.
–Perfecta armonía -dijo por fin Kirk. Comenzó a cavar hasta
que encontró pequeños zarcillos que parecían raíces a pocos
centímetros debajo de la superficie. El tricorder emitió un sonido
ronroneante mientras él lo pasaba sobre la sección de zarcillos
descubiertos. Se puso en pie de un salto cuando un animal pequeño
con una nariz parecida a una pala se acercó a él caminando
tranquilamente. La criatura clavó la nariz en el suelo y se puso a
cubrir los zarcillos. Cuando hubo concluido su tarea, se marchó tan
silenciosamente como había llegado. En pocos segundos, la hierba
fluyó líquidamente para volver a cubrir el suelo desnudo. No quedó
evidencia alguna de lo sucedido.
–El planeta se repara a sí mismo. Todo trabaja en
colaboración. Alteras una parte, y el resto acude en su auxilio.
Por eso los animales carroñeros del bosque no se comían todas las
larvas. Los gusanos sirven a un propósito; pero ¿hacen algún
sacrificio para que los animales puedan comer? ¿Quién decide cuál
es el equilibrio? – Apagó el tricorder, deseando que Spock
estuviese con él. Spock y McCoy eran los expertos; ellos sabrían
solucionar un enigma ecológico como éste. Ellos conocerían las
respuestas que él sólo buscaba a tientas.
Kirk echó a andar hacia la ciudad, poniendo buen cuidado en
no pisar nada que se moviera o desplazara. Con la hierba no había
problema; su papel en la vida consistía en que pisaran por encima.
Pero el hombre del espacio caminó con cuidado para no molestar a
ningún otro ser vivo. Encontrar a Spock se hacía cada vez más
importante si quería recobrar el control de la Enterprise… aunque
fuera simplemente para sobrevivir en este planeta.
Abandonado en el planeta, cuento con pocas probabilidades a
mi favor. La tripulación de la Enterprise se ha amotinado, presa de
las palabras de pacifismo pronunciadas por la alienígena Lorelei.
Debo llegar a donde están Spock y los demás, rescatarlos y,
valiéndome de este pequeño grupo, recobrar el control de mi nave
estelar. Las perspectivas de lograrlo no son
buenas.
Jim Kirk caminaba como si la cinta negra de calle que se
internaba en la ciudad estuviese pavimentada con huevos. Le
preocupaba la posibilidad de alterar el cuidadoso equilibrio que
había visto funcionar en el bosque. Pisando con suavidad, evitando
a los humanoides nativos, sin intentar contacto de ningún tipo, se
internó en la urbe con el tricorder encendido. Las lecturas que le
aportaba le hacían abrir la boca de admiración ante la maravillosa
biología del planeta. No sólo eran seres ambulantes y vivos los
obvios humanoides nativos de aquel mundo, sino que también lo eran
los edificios. Con gesto vacilante acercó una mano a una pared
aparentemente construida de ladrillos. Una superficie tibia,
palpitante, acogió su contacto. La superficie plana se curvó
ligeramente, retirándose justo lo bastante como para hacerle saber
que todo el edificio era una entidad viva que
respiraba.
Él retrocedió y alzó los ojos hacia la cumbre del edificio de
cuatro pisos biológicamente activo. Los humanoides entraban y
salían, tratando a la construcción como lo harían los habitantes de
cualquier otro planeta si hubiese estado hecho de acero o
granito.
–Imagínate… Crían sus edificios. ¿Son de naturaleza animal?
¿Vegetal? – El tricorder no aportó la respuesta a esa pregunta. Lo
único que recibía era una lectura intensa que indicaba vida. El
delicado análisis de la información tendría que dejárselo a quienes
eran más expertos.
Regresó al medio de la calle y avanzó directamente por el
centro de la ciudad. A ambos lados se encumbraban los edificios
vivientes. En una ocasión vio uno de los edificios en
"construcción". Humanoides y diminutas criaturas pequeñas y veloces
parecidas a pájaros araña altairanos mimaban el edificio para
convencerlo de que se encumbrara, creciendo recto y bien. Las
criaturas similares a pájaros tendían una especie de telarañas
desde la base a lo alto, que el edificio seguía con extraordinaria
facilidad. Kirk observó mientras el edificio crecía de modo
visible. Al principio, el crecimiento era sólo de centímetros por
minuto, pero pronto fue de metros, enormes estirones que lanzaban
la estructura hacia el cerúleo cielo. Los humanoides nativos no
eran ni esclavos ni jefes. Trabajaban a la par con las criaturas
parecidas a pájaros mientras, dentro del edificio que crecía, unos
gusanos se comían el pulposo interior para abrir pasillos y
habitaciones de forma perfecta.
–Una simbiosis. Todos trabajan juntos, todos necesitan a los
otros para sobrevivir. El comunismo perfecto. Cada parte confía en
todas las demás, y cada una sabe qué hacer y en qué medida.
Fascinante. – Kirk se detuvo y pensó en lo que acababa de decir.
Tuvo que reírse-. Estoy empezando a hablar como Spock. Pero resulta
fascinante.
Seguro de que el tricorder había sondeado y grabado todo el
proceso de construcción, continuó avanzando, siguiendo una fuerte
señal del aparato que indicaba en qué dirección estaban los humanos
prisioneros pertenecientes a la Enterprise.
La calle pronto se volvió áspera. Grandes porciones de
pavimento viviente salieron disparados para hacerlo tropezar. Él
retrocedió y miró el suelo con el ceño fruncido. El pavimento
volvió a hundirse hasta adoptar un estado de reposo. A menos de
diez metros delante de Kirk, se alzaba una valla
espinosa.
–Spock -gritó-. ¿Están ustedes ahí?
–¿Dónde íbamos a estar si no, capitán? – replicó la voz de
tono mesurado del vulcaniano- Deduzco que continúa usted en
libertad. Me sorprende que no haya intentado rescatarnos mediante
el transportador.
–La unidad telemétrica resultó destruida a causa de una
descarga energética durante la recanalización.
–Y nosotros no tenemos nuestros comunicadores para
proporcionarles otros datos de localización. Es lo que había
supuesto.
–Jim, ¿puede sacarme de este lugar? No puedo soportar mucho
más a Spock. Está actuando como si fuera condenadamente superior
-dijo la voz de McCoy, malhumorada pero sin miedo.
–Ojalá pudiera. Hemos tenido algunos problemas a bordo de la
nave.
Al otro lado de la valla se hizo un largo silencio. – ¿Un
motín? – inquirió la voz ahogada de McCoy.
–Sí. – Kirk no trató de ocultar la amargura de su voz-.
Ninguno de los oficiales me ha apoyado. Todos apoyaban a Lorelei.
Incluso Scotty, Uhura, Chekov y Sulu. Todos ellos se volvieron
pacifistas cuando intenté usar los cañones fásicos para sacarlos de
ese corral.
–Spock pensaba que sucedería eso. ¡Maldición, otra vez estaba
en lo cierto!
–¿Cómo puedo sacarlos de ahí? – preguntó Kírk-. Podremos
hablar después de cómo regresar a la Enterprise. Me es imposible
acercarme al corral más de diez metros sin que el pavimento
comience a levantarse para hacerme tropezar.
–El doctor McCoy ha propuesto la única manera posible de
escapar, capitán -replicó Spock- ¿Ha traído usted el maletín del
doctor?
–No. Si no lo tienen ustedes, debe de estar con los
comunicadores. Los nativos los dejaron amontonados en la periferia
de la ciudad. Lo único que tengo es el tricorder que dejó caer
Lorritson. – Kirk vaciló, y preguntó-: ¿Cómo están los
diplomáticos?
–Mek Jokkor ha muerto.
Kirk se estremeció a pesar de la cálida brisa que recorría la
ciudad.
–Yo estaba observándolo cuando él intentó echar raíces y de
algún modo puso furiosa a la simbiosis.
–Eso no es del todo exacto, capitán. Una simbiosis es un
compuesto de muchas entidades individuales que viven juntas por
necesidad. Creo que este planeta es algo más; me parece que todo
este mundo es un solo y gigantesco organismo viviente
conectado.
–¿Quiere decir que las partes ni siquiera necesitan
comunicarse entre ellas? ¿Al menos no como lo hace un organismo con
otro?
–Es la única explicación posible, capitán. La telepatía no es
lo bastante potente como para dirigir la forma de vida que
constituye la totalidad de este planeta. Mek Jokkor debe haber sido
visto como un intruso, como algo no muy diferente al cáncer. Los
humanoides lo eliminaron… de modo permanente. No le dieron a sus
actos mayor importancia de la que las células T confieren al
torrente sanguíneo de usted.
–¿Y Zarv? ¿Y Lorritson?
–Se han encerrado en sí mismos después de la muerte de
Jokkor. Creo que discuten posibles intentos de acercamiento, pero
ninguno de sus planes parece factible.
–¿Qué van a hacer con el equipo médico de
McCoy?
–Contiene anestesia, Jim -replicó la voz de Bones a través
del velo de púas-. He examinado el corral y posee una sola raíz.
Una inyección de metamorfina en la raíz central lo dejará fuera de
combate. Mientras esté inconsciente, a falta de un término más
adecuado, podremos escapar. Cuando se recobre, o si el resto del
planeta percibe que se ha quedado dormida, se abrirán todas las
puertas del infierno.
–Es una posibilidad remota -admitió Spock-, pero es la única
que tenemos.
–Iré a buscar el equipo médico. No se
marchen.
–Capitán Kirk, su intento de resultar gracioso deja mucho que
desear.
Llegar hasta el perímetro de la ciudad y regresar requirió
más tiempo del que Kirk había previsto. Metió todos los
comunicadores en el maletín del médico, así como el tricorder de
Spock y otros instrumentos que pertenecían al equipo de seguridad.
Tocó con suavidad una de las pistolas fásicas, y luego la sujetó a
su cinturón. No había nada que demostrara que podía serle de
utilidad en aquel planeta. El repentino cese de actividad en
cualquier porción del organismo único sólo conseguía atraer la
atención del resto, algo que él no quería provocar. En una pistola
fásica no había la energía suficiente como para dejar inconsciente
a todo el planeta. Puede que para eso no hubiese la suficiente
energía en la batería fásica principal de la nave, aun en el caso
de que tuvieran plena potencia de motores
hiperespaciales.
Se aproximó al corral desde una dirección diferente. El
césped, en lugar del pavimento negro, se deslizaba por debajo del
muro de púas. Así que logró acercarse más a la celda antes de que
el césped comenzara a rebelarse y lo mantuviese a
distancia.
–Ya tengo el equipo médico. ¿Lanzo la bolsa por encima del
muro?
–Hágalo con cuidado. Que no toque las púas. Son muy sensibles
al tacto.
Kirk alzó la vista, y tragó con dificultad. Se le hizo un
nudo en la garganta. Colgado por encima de él, empalado en una
gruesa púa, se encontraba el alférez de seguridad que había
intentado sortear la valla. Su cuerpo había comenzado a
descomponerse; pero eso no lo trastornó tanto como la forma en que
la planta espinosa crecía en torno al cadáver, como si devorara al
infortunado hombre.
–Allá va. – Balanceó el bolso por encima de la cabeza y lo
soltó en el momento oportuno. Salió volando hacia lo alto y pasó
sobre la cerca. No le llegó ningún sonido de impacto del interior.
McCoy lo había atrapado al vuelo.
–Bueno -dijo la voz satisfecha del médico- Tengo la
metamorfina suficiente como para hacer dormir a todo este condenado
lugar durante una semana.
–No inyecte demasiado, podría provocarle un shock al arbusto
espinoso, doctor -le advirtió Spock- La incapacitación debe
sobrevenirle a la criatura con la suficiente lentitud como para que
no la detecten.
–Se preocupa usted demasiado, Spock. Estoy habituado a tratar
con animales de granja. No se daban siquiera cuenta de qué les
había pasado cuando yo trabajaba con ellos.
–Eso sin duda explica sus modales con la
tripulación.
–Déjense de charlas -intervino Kirk-, y pónganse a trabajar.
Temo que adviertan que sucede algo fuera de lo normal y caigan
sobre nosotros. Estoy seguro de que pueden oír cómo
hablamos.
–Lo dudo mucho, capitán. Ninguna criatura animal o vegetal
que hayamos visto hasta ahora tiene oídos ni orejas ni ningún otro
tipo de órgano auditivo. La sordera afecta a todas las especies.
Dado que la totalidad del planeta constituye un único organismo
perfectamente integrado, se precisa del sentido del oído tanto como
su pie necesita oír lo que está haciendo su brazo.
–La analogía es pésima, Spock -comentó McCoy-. Sin embargo,
la aplicación del tranquilizante por mi parte es
soberbia.
Mientras el médico hablaba, Kirk observó que las horribles
púas proyectadas hacia lo alto comenzaban a doblarse un poco. El
cadáver del alférez cayó al suelo a menos de un metro de distancia.
Cuando por fin logró reunir las fuerzas necesarias para examinar al
joven tripulante, ya se había abierto una brecha en la pared
espinosa. Spock apartó las flexibles púas a ambos lados para que
pasaran McCoy, los tres miembros del equipo de seguridad que
quedaban con vida y los dos diplomáticos. Tanto Zarv como Lorritson
salieron en silencio, deprimidos. Sin fanfarronerías, sin falsas
valentías. Estaban aturdidos por todo lo que les había
pasado.
–Se comieron a Mek Jokkor -murmuró Lorritson mientras
trasponía la brecha hacia la libertad- ¡Se lo
comieron!
–Para ser más exactos -lo corrigió Spock-, fue asimilado. En
otras circunstancias, Mek Jokkor hubiera sido el que mayores
probabilidades tenía de establecer una relación de afinidad. Por
desgracia, dio la sensación de que amenazaba a la muy ordenada
forma de vida de este planeta.
–Marchémonos de aquí y busquemos un lugar seguro en los
bosques -propuso Kirk- Tenemos que hacer algunos
planes.
–Capitán -intervino Spock-, aquí todos los lugares son
iguales por lo que respecta a nuestra seguridad. Ahora que estamos
libres de nuestro encierro, sugiero que no perdamos tiempo. En
cuanto pasen los efectos de la poción del doctor McCoy, sonará una
alarma por nuestra huida. Si hasta entonces no hacemos nada que
cree trastornos, lo mismo da que nos quedemos aquí como en el
bosque.
–Resulta difícil creer que la totalidad de este mundo pueda
espiarnos… o detectarnos.
–Es un punto de vista algo paranoico, pero en esencia se
ajusta bastante a la realidad. Ahora cuénteme qué ha sucedido a
bordo de la nave.
Kirk resumió con rapidez todo lo acaecido, con una voz
frágil, y la amargura afloraba con sus palabras. Concluyó
diciendo:
–Tenía una mejor opinión de ellos. En especial de Scotty y de
la tripulación del puente. Pero estaban tan ansiosos por amotinarse
como cualquiera de los otros.
–Los culpa erróneamente, capitán -declaró Spock-. Libre de
mis obligaciones, mientras he estado encerrado, he tenido tiempo y
oportunidad de considerar muchas facetas de la presencia de
Lorelei. Y he llegado a la conclusión de que tiene algo más que
talento histriónico.
–¿A qué se refiere?
–A su capacidad para la empatía. Al percibir oposición,
cambia el tenor de su argumento hasta que su oyente se muestra más
abierto. De esta manera, confecciona los argumentos más eficaces
para cada persona. Otro aspecto de este talento podría constituirlo
la capacidad para emitir armónicos subsónicos y
ultrasónicos.
–¿Quiere decir que puede ajustar el tono y el timbre de su
voz de modo que ni siquiera lo sepamos? Eso es un poco traído por
los pelos -se mofó McCoy.
–Explica la facilidad con que ha convertido a la tripulación
de una nave estelar de la Federación a su filosofía pacifista. En
un sentido, ha compuesto un discurso hipnótico individualizado para
cada miembro de la tripulación. Toca corrientes de pensamiento que
ni siquiera sabemos que tenemos, y trabaja sobre ellas. Tal vez
esté relacionado con nuestros miedos y prejuicios, con nuestras
ideas sobre el honor y nuestra identidad más
profunda.
–¿Está diciendo que Scotty y los demás no actuaban por su
cuenta? – Kirk se aferró a ese clavo candente.
–Lorelei les causó un efecto análogo al de una droga en el
torrente sanguíneo. El receptor no es responsable de los
resultados; lo es la persona que administra la
droga.
–¿Está diciendo que es una psicóloga? ¿Que los droga con
palabras aderezadas con armónicos hipnóticos? Eso es atribuirle
demasiado a esa jovenzuela. – McCoy se acuclilló y rebuscó en el
bolso, haciendo inventario de lo que había dentro.
–Eso explica muchas cosas. También pongo en cuestión la idea
de que sea una jovenzuela, como dice usted. Creo que es mucho mayor
que una adolescente.
–La edad de Lorelei no es algo que importe mucho ahora,
caballeros -interrumpió Kirk-. Sí lo es salir de este planeta y
recobrar el mando de la Enterprise.
–Con independencia de lo que hagan, debemos actuar con
rapidez -intervino Donald Lorritson-. Yo… tengo miedo de que el
embajador haya sufrido daños. – Alzó una mano cuando McCoy comenzó
a avanzar hacia el tellarita-. No, su cuerpo no. Su cuerpo está
sano. Es de una raza vigorosa. Me refiero a su mente. Zarv nunca
había sufrido una derrota de esta magnitud. La pérdida de un
apreciado ayudante lo ha enervado, al igual que los acontecimientos
posteriores. – Lorritson hizo un gesto hacia el corral de
púas.
–Sólo está deprimido. Se repondrá… si logramos salir de este
condenado planeta.
–Doctor, el término apropiado es "cuando logremos", no "si
logramos". Pronto dispondremos de transporte para salir de aquí. –
Spock señaló hacia el cielo limpio de nubes.
Kirk se volvió y miró hacia el sol con los ojos
entrecerrados. Apareció una lustrosa mota plateada, se hizo más
grande y luego atravesó el cielo rugiendo.
–¡Una lanzadera!
–Precisamente -confirmó Spock- Nuestra salvación.
Apresurémonos, antes de que nos echen de menos.
El pequeño grupo avanzó con precaución por el centro de la
ciudad, observando el protocolo planetario y sin interrumpir en
ningún momento las tareas de ninguna criatura. Llegaron al otro
extremo de la ciudad e iniciaron una larga caminata por el
campo.
Por dos veces, mientras avanzaban, la lanzadera se marchó y
regresó.
–Debe estar cargando material aislante -dijo Kirk-. De algún
modo, Lorelei ha convencido a la forma de vida planetaria de que se
lo entregue.
–Mi tricorder está captando señales de radiactividad. Estamos
cerca de una de las plantas de fisión nuclear de la forma de
vida.
–¿Dónde está, Spock? – Kirk estiró el cuello. Unas colinas
bajas, ondulantes, ocultaban el horizonte, pero no se veía atisbo
alguno de instalaciones elaboradas- Tienen que producirlo de alguna
forma y extraer la energía al exterior. Por aquí no hay nada ni
remotamente parecido a una carretera, mucho menos a líneas de
conducción.
–Los transportes de superficie son limitados, capitán. Lo que
he visto tiene base orgánica. Algunas naves aéreas parecidas a los
aviones de la historia de la Tierra, pero se trata de
construcciones orgánicas. como los edificios. Su parecido se debe
meramente a la forma que cada función exige, tal y como indica la
ecuación de Bernoulli.
–Tiene que haber un pesado revestimiento de cemento y plomo,
tal vez incluso escudos energéticos, en una planta de energía
atómica -protestó McCoy-. Me figuro que por eso la lanzadera
aterriza por las proximidades. El material aislante lo extraen
cerca de la planta, para no tener que llevarlo demasiado
lejos.
–Es una deducción lógica, doctor. Sin embargo, yo he llegado
a sospechar que en este planeta todo es de base orgánica. Incluso
el hecho de hablar de los habitantes como de "ellos" podría
constituir un error.
–¿Está diciendo que una sola forma de vida lo rige
todo?
–De la misma manera que usted es una sola forma de vida que
comprende mitocondrias, núcleos, retículas endoplasmáticas, cuerpos
de Golgi, bacterias y virus de varios tipos y con diversas
funciones, todo un ejército de criaturas que hacen de usted la
entidad que es.
–¿Cada parte que vemos… los árboles, la hierba, la calle
misma… todos son sólo apéndices de una criatura gigante? – preguntó
Lorritson, que manifestaba el primer signo de curiosidad desde que
habían salido de la espinosa prisión.
–Partes integrales. Ninguna de ellas es vital por sí sola,
pero todas son necesarias. Resulta difícil concebir a todas las
cosas vivas de un planeta como aspectos de la misma criatura, pero
creo que en este caso es así. De ser cierto, existe la probabilidad
de que también la planta de fisión nuclear sea de naturaleza
orgánica.
–La fisión orgánica no es lo mismo que la fisión nuclear
-intervino McCoy con una sonrisa afectada.
–Eso ya lo sé. Pero, doctor, debe usted estar enterado de las
reacciones nucleares que se dan de forma natural. Una tuvo una
importancia crucial y permaneció activa durante centenares de años
en la Tierra, en el continente de Africa. La pecbenda de una veta
subterránea resultó lo bastante rica como para provocar la fisión.
La roca del continente mismo fue lo que contuvo la reacción. Yo
argumento que es el mismo caso que tenemos aquí.
–¿Así que la energía es usada directamente por la forma de
vida? ¿Cree que no hay turbinas ni otros dispositivos
mecánicos?
–Ninguno -le respondió Spock a su capitán. – Scotty se
sentirá decepcionado.
Avanzaron hasta lo alto de una suave elevación. Kirk fue el
primero en ver las instalaciones. Como había sugerido Spock, el
reactor de fisión resultó ser por completo orgánico, contenido por
enormes planchas de palpitante material gris que podría haber sido
tejido muscular animal.
–Esas bandas grises mantienen el material inorgánico en su
sitio. El calor aumenta dentro del núcleo del reactor natural.
Alguna criatura, posiblemente diseñada o evolucionada para asumir
esa tarea, absorbe directamente la energía y la conduce hasta la
forma de vida fuera del área radiactiva.
–Nada puede vivir dentro de una pila atómica, Spock -protestó
McCoy.
–Doctor, su educación biológica es curiosamente limitada.
¿Acaso no procura usted investigar todas las formas peculiares de
vida que existen dentro de los límites de nuestro universo? Muchas
formas de bacterias no sólo medran en el agua hirviendo, sino que
florecen en el entorno altamente radiactivo de un reactor
atómico.
–Nunca he oído hablar de una criatura semejante. – Existen, y
hace siglos que se las conoce. Estaban bien documentadas ya en el
siglo veinte.
–Capitán -gritó uno de los miembros del equipo de seguridad-.
Mire. Allí.
Kirk vio que la lanzadera despegaba rugiendo de una cantera
emplazada al otro lado del reactor atómico natural y se esforzaba
por levantar el vuelo, estremeciéndose bajo la pesada carga que
llevaba. Sin mayor dilación, Kirk le hizo un gesto al grupo para
que lo siguiera. Si se daban prisa, podrían llegar al emplazamiento
de la mina justo antes de la puesta de sol.
–Todo es tal y como supuse, capitán -dijo Spock en voz baja-
Fíjese en cómo todos mantienen sus comunicadores constantemente
conectados con la Enterprise.
Kirk asintió con la cabeza. De vez en cuando, oían la voz de
Lorelei. El volumen de todos los comunicadores que tenían sus
hipnotizados tripulantes había sido aumentado al máximo. Aunque se
hallaban a cierta distancia, sintió la fuerza de atracción al
pronunciar Lorelei sus persuasivas palabras. Paz. No agresión. La
Senda Verdadera.
Spock lo arrancó de su sopor.
–Capitán, si se concentra demasiado, ella lo hechizará con
sus palabras… con los subsónicos que emite.
–Creo que tiene razón, Spock. No existe ninguna otra razón
para que mantenga un contacto verbal tan estrecho con los
tripulantes que se encuentran aquí abajo.
–El aislante lo están extrayendo unos gusanos, señor -informó
uno de los miembros del equipo de seguridad-. Gusanos gigantes con
inmensas mandíbulas cortantes. Cortan la roca igual que si usaran
sopletes atómicos. Unas criaturas aplanadas como lagartos acarrean
las planchas cortadas hasta la pista de aterrizaje, donde nosotros
usamos elevadores antigravedad para meterlas en la lanzadera.
Quiero decir, que los usan ellos -se corrigió con voz
tensa.
–Relájese, señor Neal, no vamos a tener que luchar contra
nuestra tripulación. Tiene que haber otra manera.
–Gracias, señor. Yo… a mí no me gusta la idea de tener que
hacerle daño a ninguno de ellos.
–¿Jim? – preguntó McCoy, los dedos clavados en el brazo del
capitán. El médico miraba fijamente al oficial de
seguridad.
–No, se trata sólo de una renuencia natural a herir a sus
amigos. Tampoco a mí me gustaría. Lorelei no se ha apoderado de él.
– En voz más baja. añadió-: Y yo me encargaré de que no lo
haga.
Observaron durante bastante rato mientras cargaban las
últimas planchas de aislante. La lanzadera volvió a elevarse con un
rugido, dejando tras de sí un puñado de tripulantes. Uno de ellos
dejó su comunicador junto a un árbol, La voz de Lorelei resonó,
vibrante y seductora.
–Está hablando con este planeta viviente. Lo tiene también
bajo su embrujo
–dijo Spock-. No es de extrañar que haya cautivado de tal
forma a la tripulación.
–No -reconoció Kirk, repentinamente cansado-. Esa mujer es
una maravilla de persuasión. Sólo me pregunto cómo vamos a
arrebatarle la Enterprise.
Para eso, Spock no tenía respuesta.
Hemos asegurado una posición sobre una colina que mira a la
cantera de la que está extrayéndose el aislante para reparar los
Motores de la Enterprise. La tensión aumenta con cada cargamento
que despega del planeta. No pueden quedar muchos viajes por hacer;
la lanzadera constituye el único medio que tenemos para escapar.
Spock no está seguro de cuánto tiempo nos queda antes de que
nuestra presencia sea detectada. En cuanto pasen los efectos de la
droga que se le inyectó al corral espinoso donde estaban
prisioneros él, McCoy y los demás, todo el planeta se pondrá en
guardia. La huida debe realizarse pronto… o jamás saldremos con
vida de este mundo.
–Yo calculo que tres coma siete nueve seis dos toneladas
métricas de aislante le proporcionarán al señor Scott una adecuada
protección antirradiactiva. Eso significa que se realizará sólo un
viaje más con la lanzadera.
–¿Por qué no se han limitado a usar el transportador? –
preguntó McCoy-. Es una pérdida de tiempo venir a recogerlo como
están haciendo. ¿Habría eso enfadado a la forma de vida
planetaria?
–Aun sin tener en cuenta el problema existente con la unidad
telemétrica del transportador, doctor, la enorme masa de material
aislante es demasiado grande como para transportarla. No estamos
hablando de gramos. El señor Scott necesita miles de kilogramos de
masa para proteger a sus trabajadores mientras reparan los motores
hiperespaciales.
Se hizo un silencio. Kirk sintió que un escalofrío le
recorría la espalda. La absoluta soledad del lugar lo ponía
nervioso. No había grillos ni pájaros que cantaran, ni un solo
sonido animal que llegara hasta su escondite, porque no había
ningún sonido semejante en ninguna parte del planeta. Todo
funcionaba como una sola unidad.
–¿Cuándo estima usted que el arbusto espinoso despertará de
los efectos de la droga?
Spock miró a McCoy, que estaba sentado con aire hosco y
retraído.
–El metabolismo del arbusto me es desconocido, pero no puede
tardar más de unas pocas horas. Cuando eso ocurra, volveremos a
convertirnos en los perseguidos.
–Las cosas van a ir muy justas. El último viaje de la
lanzadera, la conciencia del planeta de la ausencia de ustedes, el
intento de no atraer la atención hasta entonces… -Kirk profirió un
profundo suspiro-. Y entonces nuestros problemas no habrán hecho
más que comenzar, Recuperar el control de la Enterprise no será
tarea fácil,
–Lorelei ha subyugado totalmente a la tripulación mediante
hipnosis sónica.
–Tiene que tratarse de algo más profundo que eso, Spock
-reflexionó Kirk-. Sólo con verla, me siento…
diferente.
–Podría ser una cuestión de vista tanto como de aroma, en su
caso. Es de una raza diferente, pero las feromonas de su especie
podrían excitar a algunos humanos.
–¿Como yo? – preguntó Kirk, con una leve sonrisa~. Es
posíble. En una ocasión reparé en su perfume. Ahora que lo pienso,
¿cómo podría haber tenido perfume a su disposición? No trajo nada
consigo, nada excepto las prendas que llevaba puestas cuando la
rescatamos del derrelicto.
–El planeta Hyla constituirá una adición interesante y de lo
más valiosa para la Federación, si podemos encontrarlo para
establecer contacto.
–¿"Si podemos", Spock? No estará convirtiéndose en un
pesimista, ¿verdad?
Sólo hablo de estas cuestiones en un sentido estadístico. Las
probabilidades de que no logremos escapar de este planeta
son…
Kirk alzó una mano e interrumpió a su oficial
científico.
–Está bien. No hace falta que nos dé los detalles. Todos
sabemos que no hay muchas esperanzas.
–¿Esperanzas, capitán? Es un concepto puramente humano y que
no resiste al análisis atento. La esperanza, al igual que su
absurda idea de la suerte, se reduce en realidad a conceptos
estadísticos.
–Ya es suficiente. Repasemos una vez más el plan para subir a
bordo de la lanzadera. Nada puede salir mal.
–Señor, muchas cosas pueden salir mal. Si…
–Spock, cállese -lo interrumpió McCoy-. Estoy harto de oírle
parlotear constantemente. Voy a acabar con esto ahora mismo. – Se
levantó y comenzó a avanzar hacia el vulcaniano. Al dar el primer
paso, el pie del médico golpeó un tocón. El árbol aparentemente
muerto retrocedió y las raíces comenzaron a brotar del suelo,
enroscándose hacia dentro, en dirección al tallo
central.
–Doctor, cuidado -le advirtió Spock al tiempo que señalaba la
planta- Todo está interconectado. Pise con
suavidad.
–Es el sitio más condenado que haya visto en toda mi vida.
Incluso los gusanos de tierra protestan si pisa uno demasiado
fuerte. – Comenzó a bajar el pie con fuerza, pero vaciló. Recorrió
con delicadeza la corta distancia que lo separaba de los otros y se
acuclilló junto a Kirk y Spock-. De acuerdo. Estoy aprendiendo. No
puedo dejar fuera de combate a todo el planeta, así que tengo que
tener cuidado.
–No tenemos posibilidad de tomar por asalto la lanzadera. No
podemos arriesgarnos a permitir que este organismo planetario se dé
cuenta de que hay algo fuera de lugar. Por otra parte, no podemos
acercarnos caminando sin que nos vean. Hay guardias apostados
mientras se lleva a cabo la carga.
–Tenemos pistolas fásicas. ¿Por qué no desmayar a los
guardias, y luego dedicar un dulce momento a bailarles encima? –
McCoy se rascó la cabeza y se balanceó sobre los
talones.
–Alertar a la forma de vida no es más que una parte de
nuestras preocupaciones. Si Lorelei tiene la más leve sospecha de
que su lanzadera ha sido secuestrada, no abrirá las puertas del
hangar de aterrizaje. O peor aún, sacará la nave de la órbita y
buscará otro planeta para realizar las reparaciones. En cualquiera
de los dos casos, quedaremos abandonados aquí.
–Ella tiene que creer que todo está saliendo de acuerdo con
sus planes -convino Kirk, que detestaba la mención de cualquier
parte de la Enterprise como "de ella"-. Podemos dejar fuera de
combate a los guardias de uno en uno y sustituirlos por nuestros
hombres. Pero quienquiera que se encuentre al mando debe permanecer
ahí, porque Lorelei hará comprobaciones
frecuentes.
–Esto está volviéndose más complicado que la estrategia para
la batalla de Rift Veintitrés, cuando los romulanos intentaron
abrir una cuña que atravesara el centro de la
Federación.
–Bones, nuestro éxito o fracaso podría llegar a reflejarse en
la historia. Dicho así puede parecer que se lo saca de sus justas
proporciones, pero es la verdad. Zarv y Lorritson aún tienen una
misión que cumplir. Los romulanos no van a esperarnos. Las
hostilidades entre Ammdon y Jurnamoria desembocarán en una guerra a
gran escala si no se les ofrecen alternativas
pacíficas.
–¡La lanzadera, señor! – llamó uno de los miembros del equipo
de seguridad.
El rugido lejano suponía un contacto con una civilización
totalmente distinta de la entidad orgánica que los rodeaba… y
resultaba maravillosamente familiar. Un par de aviones vivientes
pasaron volando en silencio, como si escoltaran a la lanzadera que
descendía con rapidez. Cuando la lanzadera se ladeó y describió un
giro para realizar un aterrizaje de precisión, los guardianes
aéreos de la forma de vida planetario se encumbraron y se alejaron
para cumplir con alguna otra misión.
–Ha llegado el momento. Señor Neal, encárguese del guardia
que está sobre aquella elevación. Spock, McCoy, manténganse cerca.
El resto de ustedes, esperen aquí. Acudan sólo si nos metemos en
problemas. – Kirk quería la menor cantidad de gente posible
implicada en el asalto de la lanzadera. Demasiadas manos y pies
sólo aumentaban las probabilidades de error. El ataque sorpresa era
la única oportunidad que tenían. Si se estropeaba, todo estaría
perdido.
Kirk contempló cómo el miembro del equipo de seguridad se
escabullía, vigilando dónde ponía cada pie. Para cuando se abrió la
puerta de la lanzadera y los tripulantes salieron de ella, Neal se
encontraba escondido a pocos metros del vehículo. Contuvieron la
respiración cuando el tripulante de la lanzadera pasó ante el
escondite de Neal. Un destello de color rojo, un golpe rápido, un
cuerpo que cayó inconsciente, y Neal reemplazó al guardia. Kirk
hizo la señal convenida. El trío avanzó.
Con movimientos cautelosos pasaron al otro lado de una
pequeña elevación, y esperaron mientras los complacientes
trabajadores arrastraban enormes planchas del rocoso material
aislante colina arriba, donde la tripulación de la lanzadera
deslizaba debajo de ellas elevadores antigravedad.
–Podemos desembarazarnos de la tripulación, reemplazarla, y
luego entrar en la lanzadera -dijo Kirk-. No parece haber ninguna
manera de apoderarnos de la lanzadera mediante un asalto
frontal.
–Capitán, el señor Scott está al mando. – Spock miró a través
de la cada vez más mortecina luz del crepúsculo; sus ojos, más
agudos, captaban más detalles que los de Kirk o McCoyNos reconocerá
de inmediato si lo intentamos. – No tenemos muchas
alternativas.
Spock se encogió de hombros. Tanto si él estaba de acuerdo
como si no, su capitán había tomado una decisión de mando. Ahora
estaban todos obligados por ella.
–¡Ahora!
El trío salió de su escondite y se lanzó sobre los
trabajadores que maniobraban los elevadores antigravedad para
colocarlos debajo de las planchas de aislante. Kirk golpeó dos
veces a su hombre antes de dejarlo inconsciente. Los dedos de Spock
se cerraron sobre la clavícula de otro en un pinzamiento nervioso
vulcaniano. Sólo McCoy tuvo problemas para dominar al tripulante
que le correspondió; durante todo el tiempo refunfuñó y rezongó
acerca de que los médicos ayudaban a sus pacientes y no les hacían
daño.
–En este caso, doctor -dijo Spock-, resulta demasiado
evidente que él es su víctima en lugar de su
paciente.
–Tiene razón, Spock. Es mi víctima, y como agradecimiento por
habérmelo señalado le regalaré una operación de cirugía estética de
orejas cuando regrese a mi consultorio. Tal vez parezca más humano,
aunque lo dudo.
–Semejante cosa no me resulta atractiva en lo más mínimo,
doctor McCoy.
Kirk les hizo señas para indicarles que acabaran el trabajo
comenzado por los otros tripulantes. Colocaron en su sitio las
plataformas antigravedad y comenzaron a remolearlas hacia la
lanzadera, que se hallaba a cierta distancia. Las criaturas que
habían estado transportando las planchas de aislante no les
prestaron más atención de la que les habían dedicado a los otros
humanos. Para ellos, una criatura extraña era idéntica a cualquier
otra… siempre y cuando no supusiera una amenaza para
ellos/él.
–La naturalidad es lo más importante -dijo Kirk, más para
McCoy que para Spock- Tenemos que actuar como si no hubiera pasado
nada.
–Allí está Scotty -susurró McCoy- Está mirando en la otra
dirección.
–Entremos en la bodega de la lanzadera. Ya nos encargaremos
de él después.
Condujeron el pesado material aislante al interior de la
bodega de la lanzadera, lo aseguraron con bandas de sujeción y
volvieron a enviar las plataformas antigravedad al exterior, donde
la oscuridad iba en aumento. Los elevadores de dos palas flotaron
en silencio, aguardando obedientemente el siguiente cargamento de
la cantera. Si Kirk se salía con la suya, ese cargamento iba a
retrasarse.
–Bien -dijo al tiempo que se pegaba más al flanco de la
lanzadera-. Tenemos que actuar deprisa. Spock, usted se encarga de
Scotty con su pinzamiento nervioso. Bones y yo iremos por los que
están dentro de la lanzadera.
–¿Cómo podemos actuar sin que nos vean? Estoy seguro de que
podrán advertir a Lorelei.
–Un poco de confianza, Bones. ¿Listos?
¡Vamos!
El trío se escabulló fuera de la bodega; cada uno se dirigía
ya hacia su objetivo cuando un potente grito de alarma resonó por
el sendero procedente de la cantera. El grito era inarticulado,
angustiado… y humano.
–Muchachos -ordenó Scotty, retrocediendo desde la posición
que ocupaba en el frente de la lanzadera-. Vayan a ver qué se cuece
ahí abajo. No me gusta este lugar. – Mientras los dos miembros de
seguridad que estaban con él se alejaban a paso ligero con las
pistolas fásicas aún enfundadas, Scotty abrió su comunicador-.
Adelante, Enterprise.
La respuesta fue instantánea.
–¿Qué problema hay, señor Scott? – inquirió la voz de Lorelei
con melodiosas entonaciones-. ¿No ha habido ninguna interferencia
con la biosfera del planeta?
–No sé qué problema hay, Lorelei…
Mientras Scotty hablaba, Kirk les indicó a sus dos amigos,
mediante gestos, que retrocedieran. Incluso a cinco metros de
distancia y a través de un pequeño comunicador, los hipnóticos
efectos de la voz de la mujer de Hyla se hicieron sentir. Kirk les
hizo señas a los otros para que se cubrieran las orejas con las
manos. Ellos lo imitaron mientras volvían a ocultarse en la bodega
de carga. Spock espiaba ocasionalmente por la puerta, para
asegurarse de que Scotty aún hablaba por el comunicador. Se volvió
para encararse con los otros, y sus labios formaron la silenciosa
palabra de confirmación para indicar que el contacto entre Lorelei
y la superficie aún estaba abierto.
Kirk se acercó a Spock y le susurró al oído:
–Regresemos por donde hemos venido y averigüemos qué ha
sucedido. No podemos abandonar a Zarv y los demás si los han
descubierto.
Spock y McCoy aferraron las asas que había a ambos lados de
las plataformas antigravedad, y las empujaron de vuelta por el
sendero en dirección a la cantera, como si continuaran cumpliendo
con su deber. El velo de la oscuridad los ocultaba ahora a los ojos
de Scotty. Eran sólo siluetas de ébano que se movían en la
noche.
Cuando se hallaban a una distancia segura, Kirk les habló en
voz alta.
–¿Alguno de ustedes ve algo? Alguien ha gritado. Tiene que
haber sido uno de nuestros hombres.
–No necesariamente, capitán. Si el hombre que Neal dejó fuera
de combate, o incluso uno de los que golpearon usted o el doctor
McCoy, recobró el conocimiento, podría haber dado un golpe sin
darse cuenta y provocado el enojo de la forma de vida planetaria.
Si fuera ése el caso, nos quedan muy pocos
minutos.
Kirk no quería ni pensar en la otra posibilidad. La droga
inyectada en el arbusto espinoso podría haber dejado de hacer
efecto. De ser así, la totalidad del planeta estaría buscando a sus
prisioneros. Con independencia de lo que hubiera sucedido, el
planeta había sido perturbado.
–Allí. ¡Miren!
Los dos hombres que Scotty había enviado a ver qué sucedía en
la cantera estaban atrapados junto a una piedra de grandes
proporciones. A sus pies, unos animales de cuatro patas que les
llegaban hasta la rodilla, chasqueaban unos colmillos lo bastante
grandes como para atravesar cinco centímetros de madera maciza. Los
sonoros ruidos de castañeteo que hacían al abrir y cerrar las
mandíbulas, indicaban que tenían intención de hacer
daño.
–Nada de pistolas fásicas -advirtió Kirk cuando McCoy
desenfundó la suya-. Es lo que ha provocado este lío. ¿Lo ve? –
Señaló a varios de los predadores que yacían desmayados cerca de
los tres humanos a los que ellos habían dejado fuera de combate un
rato antes. Tenían la garganta desgarrada.
–Bien por el pinzamiento vulcaniano, Spock. Le hizo perder el
conocimiento demasiado bien. Los perros se lo han
cargado.
–El ecosistema de este planeta es preciso. Los carroñeros,
pues imagino que eso deben de ser estas bestias, encontraron a los
hombres que incapacitamos, y como no se movieron ni reaccionaron de
una manera adecuada, ellos comenzaron a cumplir con su
función.
–¡Estaban comiéndoselos!
–Las criaturas estaban eliminando una fuente potencial de
carne putrefacta. Ninguno de los hombres a los que incapacitamos
respondió ante la forma de vida al mando; por lo tanto, se hizo
evidente que su función había concluido.
Kirk volvió a contener a McCoy cuando éste alzó la pistola
fásica.
–Déjeme que los detenga, Jim. Si no hacemos algo, esos
hombres morirán. Tanto si están embrujados por Lorelei como si no,
continúan siendo tripulantes de la Enterprise. De su
nave.
–Bones. – James T. Kirk sintió que el dilema lo desgarraba.
Si actuaban con celeridad, podrían impedir la muerte de otros dos
hombres. Pero si Kirk, o cualquiera de los que estaban con él,
actuaba, eso no sólo alertaría y alarmaría a la forma de vida
planetaria, sino que revelaría la presencia de todos ellos a
Scotty… y a Lorelei. Sería imposible huir.
Si no hacían nada, dos miembros de su tripulación morirían.
Su tripulación.
–Jim, ¿qué va a hacer? – exigió saber McCoy-. No podrán
mantener a esas criaturas alejadas durante mucho más
tiempo.
–No hacen uso de las pistolas fásicas. La filosofía pacifista
de Lorelei ha arraigado demasiado profundamente como para que
defiendan siquiera sus propias vidas. Resulta fascinante, si bien
evolutivamente inadecuado.
–¡Scott, ayuda! – bramó Kirk. Tiró de sus dos amigos para
apartarlos a un lado, fuera del sendero, hacia unas sombras
demasiado profundas como para que alguien los viera. Segundos más
tarde, Montgomery Scott corría pesadamente sendero
abajo.
–¡Que los santos nos guarden, se los están comiendo vivos! –
Le hablaba directamente al comunicador.
–¡Paz! – dijo la voz de Lorelei. La palabra onduló,
tranquilizó, hizo disminuir la febril actividad demoledora de los
animales, múltiples extensiones de la vida planetaria-. Estos
hombres no tenían intención de causar ningún daño. Viven.
Reaccionan. No les hagáis daño. Son un único ser.
Kirk se cubrió firmemente los oídos con las manos para que no
le llegaran las palabras de Lorelei. Ni siquiera eso bloqueó del
todo el impacto de su persuasión sónica, pero fue suficiente para
que pudiera conservar sus propios ideales, su propia filosofía.
Lorelei habló durante quince minutos, disuadiendo, halagando,
tranquilizando. El resultado final fue lo que Kirk más
deseaba.
Los animales carroñeros que formaban el grupo empezaron a dar
vueltas resollando, reticentes, y a continuación se marcharon para
cumplir con su función en otra parte. Los dos hombres rescatados se
aferraban el uno al otro para mantenerse en pie. El shock y las
heridas sufridas les impedía hacer mucho más que temblar. La visión
de sus tres amigos, todos ensangrentados y muertos, los acobardaba
todavía más. Scotty les hizo un gesto para indicarles que
regresaran a la lanzadera. Kirk observó y esperó, mientras se
preguntaba si realmente tenían alguna oportunidad. Su tripulación
estaba siendo diezmada; cada pérdida de quienes obedecían a Lorelei
no constituía una victoria para él. Aquellos que estaban muriendo
eran sus propios hombres.
Cuando Scotty acabó su informe y cerró la solapa del
comunicador, sacudió la cabeza y avanzó para colocar los cadáveres
sobre una de las plataformas antigravedad que Spock había dejado al
borde del sendero. Mascullando para si, el ingeniero empujó la
horripilante carga de vuelta a la lanzadera.
–No seguirá adelante -les advirtió McCoy a los otros dos-.
Con tantos hombres muertos, querrá volver a la Enterprise. No puede
necesitar más aislante. Ya tienen suficiente.
–Está usted en lo cierto, Bones. Esto es el final. Vaya a
buscar a Neal y los otros. Acérquese con lentitud. Spock y yo
intentaremos dejar fuera de combate a Scotty. Es la única
posibilidad que tenemos.
–Sí, la única.
Kirk no le respondió al médico. Aguardó hasta que se hubo
escabullido noche adentro, caminando con cuidado para evitar
cualquier posibilidad de molestar al quisquilloso organismo que
formaba la ecosfera que los rodeaba. Kirk respiró profundamente, y
luego se encaminó hacia la lanzadera. Había llegado el momento de
actuar. Si no entraban pronto en la lanzadera, ésta se marcharía y
los dejaría abandonados para siempre en el planeta. Dudaba que
Lorelei, o alguno de los otros que se encontraban a bordo de la
Enterprise. quisiera volver después de este sangriento
desastre.
–Mire, Jim. Está cerrando la escotilla de la bodega de
carga.
Kirk asintió con la cabeza, aguardó mientras Spock avanzaba
en silencio hacia Scotty, y a continuación se levantó y caminó
hasta un área iluminada por una linterna de mano colocada cerca de
la escotilla de la lanzadera. Se detuvo, con los brazos en jarra, y
se quedó de pie observando a Scotty.
El ingeniero tuvo una reacción retardada.
–Capitán, ¿es usted? – Luego su expresión cambió de jubilosa
a escandalizada-. No debería haber venido de esta manera. Lorelei
dice que está usted exiliado. Es una mala influencia para
nosotros.
–Necesito regresar a mi nave, Scotty. Déjeme regresar en la
lanzadera. – Kirk se volvió y dio unas suaves palmaditas sobre el
frío casco metálico- La vieja Galileo Siete ha tenido una carrera
variada, ¿no cree?
–Capitán, yo no puedo hacer que se marche, pero Lorelei es
una muchacha persuasiva. – Scotty tendió la mano hacia el
comunicador. Pero de repente se quedó rígido, Spock había utilizado
el pinzamiento nervioso vulcaniano para detenerlo.
–Estaba preguntándome si habría olvidado usted lo que tenía
que hacer.
Una ceja del vulcaniano se arqueó.
–Capitán -replicó Spock-, no lo había olvidado. Hay bestias
moviéndose en la oscuridad. No tenía deseo alguno de
molestarlas.
–Manos a la obra, Spock -dijo Kirk, mientras una sensación de
intranquilidad aumentaba en su interior-. ¿Ha oído alguna vez la
expresión "alguien camina sobre mi tumba"? Pues así es como me
siento en este momento. – Dirigió los ojos hacia la oscuridad. Al
no ver nada, cogió la linterna de mano e iluminó los alrededores
con ella. Oyeron el sonido de unas botas que caminaban sobre grava.
McCoy, Neal y los otros penetraron en el amarillo cono de luz. El
embajador Zarv y Donald Lorritson caminaban en retaguardia, aún
atemorizados por sus experiencias.
–Tenemos que trabajar a Scotty antes de regresar a la
Enterprise -explicó- Dentro hay todavía un par que no han… ch…
visto lo equivocado del camino que han tomado.
–Éste aún está bastante furioso, capitán. – Neal dejó caer al
guardia que había golpeado. El hombre luchaba contra las firmes
ataduras que le ligaban muñecas y tobillos. Un grueso trozo de tela
de uniforme amortiguaba sus protestas -Manténgalo callado. Spock,
¿qué piensa usted? – No es probable que el señor Scott pueda
librarse de los efectos del lavado sónico de cerebro al que lo ha
sometido Lorelei, a juzgar por lo que se resiste este hombre. –
Señaló al guardia de seguridad que se debatía- Lleva unos veinte
minutos apartado de su influjo y los efectos aún
persisten.
–¿No hay más remedio? – inquirió McCoy-. ¿Tenemos que
hacérselo a Scotty?
–No veo otra alternativa.
Kirk asintió bruscamente con la cabeza.
–Hágalo, Spock. Use la fusión mental vulcaniana. Intente
convencerlo de que tiene que ayudarnos.
–Aunque Spock lo consiga, nosotros todavía seremos
vulnerables si su voz llega a nuestros oídos -protestó
Neal.
–Doctor, ¿cree usted que podría elaborar un sustituto
adecuado de la cera de oídos?
McCoy sonrió.
–A Ulises le funcionó muy bien -replicó-. Ninguna sirena va a
molestarnos cuando haya acabado. Neal, ayúdeme a registrar la
bodega. Necesito una bola de cera de joyero que se guarda allí para
tomar impresiones. – McCoy y el miembro del equipo de seguridad se
alejaron rápidamente.
Jimi Kirk se volvió y observó cómo Spock tendía una mano
cuyos dedos acariciaban el rostro de Scotty. Los dedos se pusieron
rígidos, sondeando con firmeza. Tanto Spock como Scotty sufrieron
un espasmo, y la cara del vulcaniano se relajó.
–Está… su mente está inundada de conflictos -dijo una voz
sutilmente distinta de la de Spock, aunque era obvio que pertenecía
al vulcaniano-. No puedo ordenarlo todo. Las palabras… las palabras
de ella… se confunden, se mezclan y crean un torbellino. Estoy muy
cerca. Muy cerca de hallar la ecuación para liberarme. Para que se
libere él. – Spock apartó la mano como si la piel del ingeniero le
hubiera quemado. – Spock, ¿se encuentra bien?
–Sumamente bien, capitán. Creo que lo he logrado. al menos en
parte.
–Capitán Kirk, ahora lo recuerdo. Yo intenté detenerlo. Dios,
¿cómo podré volver a levantar la cabeza después de esto? – El
hombre hundió la cabeza en las manos y se estremeció de pies a
cabeza-. Nunca me había deshonrado de esta manera. Es una
tragedia.
–Será una tragedia si no salimos de aquí. ¿Se siente usted
capaz de ayudarnos, Scotty?
–Sí, capitán. Haré cualquier cosa. A… la Enterprise. Ella
tiene el control de la Enterprise. ¡Lorelei!
–Los recuerdos volverán con lentitud. He reestructurado
neurológicamente ciertas vías. No sufrirá ningún daño, pero su
memoria será caótica durante algunos días.
–Señor Spock, ¡ha sido usted el que ha estado liándola dentro
de mi cabeza!
Kirk alzó la mirada y vio que McCoy y Neal regresaban. McCoy
sonreía y sostenía en alto una gran bola de suave cera
maleable.
–Aquí tenemos el pasaje de vuelta al Monte
Olimpo.
–Por favor, doctor, sus alusiones clásicas caen en oídos
sordos.
Leonard McCoy se detuvo y lo miró de hito en hito, con la
boca abierta.
–Si no lo conociera tan bien, diría que Spock ha hecho una
broma.
–Déjelo para después, Bones. ¿Cree que
funcionará?
–Tendrá que hacerlo. Es lo único que he podido encontrar.
Métansela bien apretada dentro de los oídos. Así. Más tarde
irrigaré sus canales auditivos y lo limpiaré todo. – Fue de uno en
uno, hasta que todos tuvieron los oídos tapados. Satisfecho, ayudó
a Neal a meter al prisionero en la bodega de la lanzadera.
Necesitaron aún menos tiempo para capturar a los dos que habían
sido atacados por los carroñeros. No opusieron resistencia alguna,
pues su moral ya era baja. Con bastante satisfacción, McCoy
supervisó cómo los ataban y amordazaban. Sin más influencia por
parte de Lorelei sobre los hombres, los guardias de seguridad
volverían a su estado normal al cabo de pocas horas… o días. Hasta
entonces, tendrían que permanecer atados. No podían usarse los
servicios de Spock para cada miembro del grupo. No en este momento
crucial.
–Entren en la lanzadera. Quiero despegar lo antes posible,
Tengo la sensación de que va a haber un desastre
inminente.
–Capitán Kirk -dijo Lorritson-, lo había juzgado mal. Éstos
han sido momentos difíciles para todos nosotros. Usted se ha
conducido de modo admirable.
–Adentro. Podremos darnos palmadas en la espalda más tarde.
Cuando hayamos recuperado la Enterprise de manos de Lorelei. – Kirk
hizo un gesto para indicarle al embajador Zarv que entrase, y
entonces se dio cuenta de que el tellarita permanecía de pie,
inmóvil, justo fuera de la lanzadera-. ¡Embajador! – gritó, con la
intención de atravesar la barrera impuesta por la cera que le
tapaba los oídos.
–¡Zarv! ¡No, no puede ser! – chilló Lorritson, Antes de que
nadie pudiera detenerlo, Donald Lorritson salió disparado de la
lanzadera y corrió junto a su superior. Una pierna del tellarita
había sido envuelta por una enredadera resistente. Otras brotaban
de la tierra y avanzaban, buscando a ciegas al
embajador.
–Spock, espere -ordenó-. Zarv ha sido atrapado por unas
enredaderas.
–La forma de vida planetaria ya está enterada de nuestra
huida, Jim. Los sensores de la lanzadera informan de una
aceleración de la actividad en toda la zona inmediata. Los seres
voladores están en el aire y desde la ciudad se aproximan ejércitos
de humanoides. No nos queda tiempo. ¡Ni un
instante!
–Tengo que salvarlo. Sin ellos, no habrá ninguna misión de
paz en Ammdon.
Kirk se arrojó al exterior por la escotilla abierta' pisoteó
con furia una enredadera que se abría paso entre el polvo y se
libró de ella para ir a detenerse junto a Lorritson. El hombre se
estremecía como si sufriera de parálisis. Al capitán le bastó una
sola mirada para comprender qué producía esta reacción. Una de las
enredaderas había rodeado el cuello de Zarv y lo había
estrangulado. La lengua le colgaba fuera del morro porcino, púrpura
e hinchada. Sus ojos como cuentas se habían salido de las órbitas
hasta tal punto de que la grotesca visión le revolvió a Kirk el
estómago.
–Donald, retroceda. Ya no puede ayudarlo. Usted es ahora el
embajador. Tendrá que ser usted quien detenga la guerra entre
Ammdon y Jurnamoria.
–Zarv -sollozó Lorritson-. Era algo más que mi superior. Era…
era mi amigo. Me cuesta tanto creerlo… Nos complementábamos tan
bien… Éramos invencibles como grupo negociador. Y con Mek
Jokkor…
–¡Lorritson! ¡Dése prisa! – Kirk se puso a aporrear el suelo
con las botas en un intento por despejar el camino hacia la
lanzadera. No había ninguna posibilidad de conseguirlo. Desenfundó
la pistola fásica. Dos rápidos disparos produjeron resultados, pero
no los que Kirk había esperado.
Las enredaderas retrocedieron y temblaron, hundiéndose de
nuevo en la tierra. Mas la respuesta llegó de todas partes. Una
pata peluda lo desarmó de un golpe. Unos zarcillos ascendieron para
aferrarle las piernas. Lorritson ya había caído sobre manos y
rodillas y no podía levantarse. Kirk luchó, pero en vano. La fuerza
de todo un planeta cargaba contra él.
–¡Spock! – chilló- Despeguen. Déjenme. Recuperen la
Enterprise. ¡Detengan a Lorelei!
Los tapones de sus oídos no le permitieron oír la
conversación que tuvo lugar entre Spock y McCoy. Vio que su oficial
científico empujaba a McCoy de vuelta al interior, y luego cerraba
la escotilla. Lo asaltó una extraña combinación de orgullo y miedo.
Spock tenía la suficiente sensatez como para obedecer. La
Enterprise sería recuperada. Pero el abandono ahora significaba la
muerte.
Los motores de la lanzadera se encendieron. Los gases de
escape calientes le azotaron la cara, las manos, la totalidad
delcuerpo.
Pero la Galileo Siete no salió volando. Spock hizo girar la
lanzadera de modo que las llamas de ignición de los motores
continuaran saliendo hacia detrás. Kirk luchó con más ahinco aún al
comprender lo que Spock estaba haciendo. Todavía le quedaba una
posibilidad de escapar. El calor hizo que la forma de vida que lo
atacaba se marchitase, soltara a su presa. Se deshizo a patadas de
las enredaderas, se sacudió de encima las manos que lo aferraban,
luchando por avanzar hacia las fauces del fuego.
–Dése prisa, capitán. No puedo mantener esto así durante
mucho más. – Las palabras le llegaron amortiguadas y poco claras,
pero las comprendió. Se libró de una sacudida de la última
enredadera que lo sujetaba, y corrió hacia la escotilla de la
lanzadera. Unas manos fuertes lo metieron dentro.
–Zarv, Lorritson, ambos han muerto -consiguió decir. – Usted
está vivo, – oyó que gritaba alguien.
Entonces, cuando los motores de la lanzadera se encendieron
al máximo de su aceleración y la intensa presión lo derribó
violentamente sobre las planchas de acero de la cubierta, Jim Kirk
se desmayó. Sus últimos pensamientos fueron de muerte y… acerca de
Lorelei.
Resulta difícil creer que la huida del sistema unitario de
vida planetario pueda ser la parte más fácil del proceso de
recuperación del control de la Enterprise. El dominio que Lorelei
tiene sobre los tripulantes es tan seguro como si los tuviera
encadenados… o más. La cortina de plata de sus palabras los ha
atrapado en una red que requerirá tiempo y esfuerzo para poder
deshacerla. No nos queda tiempo.
–Tenga cuidado, Spock. Está acercándose
demasiado.
–Doctor, soy piloto titulado. No necesito que se me advierta
de cuestiones tan elementales. Por favor, atienda a sus pacientes.
Sólo puedo esperar que sus habilidades médicas sobrepasen sus
capacidades de piloto.
–Continúen con lo que estaban haciendo -les espetó Kirk,
mientras se esforzaba por sentarse. Recordaba haberse desmayado
sobre las planchas de acero de la cubierta. Ahora descansaba en uno
de los sillones acolchados, preparados especialmente para proteger
contra la aceleración. No tenía recuerdo alguno de haber sido
levantado y asegurado allí con el cinturón-.
Informen.
–Señor, nos encontramos a menos de mil metros de la
Enterprise. El señor Scott ha establecido contacto con los
tripulantes del hangar de aterrizaje. Las puertas están abriéndose
en consecuencia. Pronto habremos amarrado.
–Sí, capitán. Mire. Las reparaciones se desarrollan según lo
planeado. – Scotty pasó junto a su capitán y señaló a través de la
diminuta ventanilla- El aislamiento está instalado. No podrían
trabajar más a prisa, mis bravos muchachos y muchachas. – En sus
labios apareció una ancha sonrisa de placer ante la vista de las
cápsulas de materia-antimateria que estaban siendo reconstruidas de
modo tan perfecto. Todo un motor hiperespacial había sido
descubierto y reparado. El aislante flotaba a apenas milímetros de
la mortal antimateria, sujeto mediante invisibles campos
energéticos. Una vez acabadas las operaciones, las botellas
magnéticas volverían a formarse, y sería reencendida la potente
fuente de energía de la nave estelar.
–Tenemos siete hombres capaces de resistir la voz de Lorelei.
¿Será suficiente? – se preguntó Kirk, en voz alta.
–Ya he considerado ese detalle, capitán. Si dejamos
inconscientes a los que se encuentran en el hangar de aterrizaje,
tendremos acceso inmediato a los niveles de ingeniería. Desde allí,
es bastante sencillo activar los depósitos de gas somnífero. Aunque
constituye un inconveniente permitir que cuatrocientos veintitrés
miembros de la tripulación abandonen sus tareas simultáneamente, es
mejor que intentar una conquista por etapas.
–Como de costumbre, Spock, su análisis ha sido magistral. –
Kirk suspiró-. Ojalá podamos hacerlo. Lorelei se ha movido
libremente por toda la nave. Es probable que haya desconectado los
depósitos de gas somnífero.
–Se trata de un dispositivo pacífico, capitán. ¿Acaso no es
ésa la base de su filosofía?
–Es algo que puede usarse contra ella. No se apoderó de la
nave de manera inmediata. No me sorprendería en lo más mínimo
descubrir que la mayor parte de los dispositivos de defensa interna
han sido desactivados.
–Y aunque funcionaran -intervino Scotty-, muchos miembros de
la tripulación se encuentran en el exterior. Al mínimo grito, todo
el equipo de ingeniería caería sobre ustedes.
–No pueden presentar una oposición física si creen en el
pacifismo -intervino Neal con vehemencia-. Es una ventaja que
tenemos. Nosotros podemos luchar, y ellos no.
–A pesar de eso, continúan siendo amigos y compañeros de
tripulación, señor -replicó Kirk con tono cortante-. Y el pacifismo
no implica que no puedan encerrarnos por nuestro propio bien. Nos
superan en una proporción de sesenta a uno. La única ventaja con la
que podemos contar es el factor sorpresa.
–Y la rapidez. Podemos movernos con celeridad en caso de que
fuera necesario.
–Sí, la rapidez. La sorpresa -convino Scotty-. Pero si, como
usted piensa, el gas somnífero no va a funcionar, ¿qué vamos a
hacer?
–Cogeremos prisionera a Lorelei. La encerraremos en una celda
de aislamiento e impediremos que contacte con cualquiera de los
otros. Si el gas somnífero funciona, bien. En caso contrario, por
lo menos conseguiremos que su influencia sea
menor.
–Será una mengua exponencial -dijo Spock-. Durante los
primeros días, la disminución de la influencia será más rápida;
luego se enlentecerá hasta detenerse. Cuando regresemos a la base
estelar, tal vez será necesario realizar un perfil psicológico de
cada uno de los miembros de la tripulación.
–Excepto de usted, por supuesto -dijo McCoy-. Ustedes, los
vulcanianos, son impermeables a los encantos de ella, ¿me
equivoco?
–Detecto sólo influencias pequeñas en mi comportamiento. A
diferencia de los humanos, nosotros somos capaces de observar
objetivamente nuestros actos. Y ahora, doctor, si me disculpa
durante un momento, tengo que atracar esta nave.
Ante ellos, las puertas de entrada se abrían de par en par.
Spock los guió al interior con maniobras de experto e hizo posar la
lanzadera con el más leve estremecimiento. Desvió los ojos hacia
Kirk, que se apoyaba sobre piernas temblorosas e intentaba
recuperar el equilibrio después del golpe recibido en la cabeza.
Con una mano sujetaba una pistola fásica programada para
desmayar.
–Vamos. Es probable que Lorelei esté en el puente. Reduzcan
con las pistolas fásicas a todos los que puedan. No permitan que
nadie escape y dé la alarma, y les veré cuando nos encontremos otra
vez al mando.
–Buena suerte, capitán. – Spock asintió con gesto solemne, y
luego apretó un hombro del capitán.
James T. Kirk se volvió y le hizo una señal a Neal para que
abriese la escotilla. incluso antes de que se hubiese alzado del
todo, el capitán disparó un destellante rayo rojo de fuego fásico a
través de la abertura. Dos técnicos del hangar de aterrizaje se
desplomaron, inconscientes. Los ocupantes de la lanzadera salieron
todos disparando con rapidez sobre hombres desprevenidos. Por
último, Scotty dijo:
–Ya están todos, capitán. Permítame informar de mi llegada a
la muchachita del puente. – Abrió su comunicador y dijo-: Lorelei,
aquí Scott, informando de nuestro regreso. Están descargando el
material aislante que faltaba.
–Muy bien, señor Scott. Ha hecho un buen trabajo. – Kírk
observaba mientras tanto que la expresión del rostro de Scotty se
alteraba ligeramente. Incluso con la cera que le tapaba los oídos,
captaba lo bastante de las seductoras palabras de la mujer
alienígena como para sentir su influjo subyugador. Kirk tendió una
mano y sacudió a su ingeniero. Scotty parpadeó y asintió con un
rápido gesto de la cabeza. No sucumbiría tan fácilmente. Otra vez
no.
Corriendo silenciosamente, llegaron al turboascensor y se
apiñaron dentro. La cera de los oídos les impidió percibir los
sonidos habituales, como el siseo de los pisos por los que pasaban
de largo, los zumbidos electrónicos, el suave rozar del metal
contra metal al abrirse las puertas en el puente. Kirk dio dos
pasos rápidos.
Lorelei se hallaba en el sillón de mando, con la atención
fija en la pantalla frontal. Los ojos de Kirk se desviaron un
instante para observar a los miembros de su tripulación, que
trabajaban con diligencia en la reparación de los motores, y
regresaron a ella. En esa fracción de segundo, Lorelei había
percibido la intrusión y pulsado el botón de alarma. Las luces
rojas se encendieron, y comenzaron a destellar intermitentemente,
llamando a todos los tripulantes a sus puestos.
Spock y Kirk comenzaron a abrir fuego con sus pistolas
fásicas. Chekov y Sulu se desplomaron, inconscientes. Uhura intentó
interponer su cuerpo entre los rayos y la delgada figura de
Lorelei. Recibió una doble descarga. Durante esos instantes,
Lorelei aprovechó para avanzar rápidamente hasta las escaleras de
emergencia que conducían a la cubierta inferior.
Kirk sintió en la espalda un soplo de aire. Giró sobre sí, y
vio las puertas cerradas del turboascensor. McCoy y Neal habían
bajado con la intención de interceptar a la hylana. Los otros que
quedaban en el puente se lanzaron hacia ellos, pero fueron
reducidos por los precisos disparos de Spock. En menos de quince
segundos, todos yacían plácidamente dormidos.
–Maldición, Spock, se nos ha escapado.
–Tenemos el control de la nave, capitán. El puente es vital
si quiere recuperar el poder.
Kirk se dejó caer en su asiento, pulsó un código en los
botones del posabrazos y aguardó. En el panel de Chekov no se
encendió ni una sola luz.
–Ha desactivado los depósitos de gas somnífero, como
sospechaba. Puede que nosotros tengamos el puente, pero ella posee
el resto de la nave. Cuando Lorelei llegue a los controles
auxiliares, nos vamos a encontrar con un buen
problema.
–Ahora el turboascensor está desactivado. La única forma de
llegar al puente es por la escalera.
–O a través de la cúpula. – Kirk alzó los ojos hacia el techo
de vidracero que aumentaba el tamaño de las estrellas como una
lupa. Un soplete atómico podría atravesarlo en pocos minutos. Si lo
intentaban, se darían cuenta, claro, pero de poco iba a servirles.
La descompresión repentina los mataría. Intentó apartar de su mente
el pensamiento de un equipo de ingeniería trabajando sobre la
cúpula en lugar de en el motor hiperespacial. Su ataque frontal
casi había sido un éxito.
Había faltado muy poco para conseguirlo… y en este caso, un
milímetro era lo mismo que un pársec. Lorelei había escapado ilesa,
y seguía teniendo un absoluto control sobre los tripulantes. Podía
esperar tranquilamente el momento más favorable. Para Kirk y los
otros, el tiempo obraba como un enemigo.
–Señor, tengo al señor Scott en el
intercomunicador.
–Informe, Scotty.
–He asegurado una parte de la sala de motores. Probablemente
Heather McConel volverá a estar en plena forma dentro de poco. La
muchacha raras veces se lava las orejas. – Al decir esto profirió
una risa entre dientes- Los otros, sin embargo, plantearán un
pequeño problema. Los he encerrado en un depósito de
herramientas.
–Suelde la puerta del depósito. Y suelde la puerta de la
sección de ingeniería. No hemos apresado a Lorelei. Nos echará
encima al resto de la tripulación en cualquier momento. Lo mejor
que podemos hacer es enlentecer su avance.
–Sí, señor.
Scotty cerró la comunicación, y dejó a Kirk con sus
desoladores pensamientos. El zumbido de la pistola fásica de Spock
lo devolvió a la realidad. Tres miembros de la tripulación se
desplomaron en lo alto de la escalera. Cuando se abrieron las
puertas del turboascensor, Kirk estaba preparado. Su pistola fásica
derribó a los seis que había en el interior. Las puertas se
cerraron y el ascensor volvió a bajar.
–Pensaba que había desactivado el
turboascensor.
–Lo siento, capitán. Lorelei se ha instalado en el puesto de
mandos auxiliares. Ha anulado mi orden.
–¿Hay alguna parte de la nave sobre la que usted tenga un
control total?
–Negativo, capitán. El señor Scott podría ayudarme a hacerme
con una pequeña parte del control, pero con los motores
hiperespaciales aún desactivados y la potencia interna extraída de
baterías y de los motores de impulsión, no hay mucho que podamos
hacer.
–Desactive los sistemas de ventilación. Los teníamos
funcionando a sólo el cincuenta por ciento.
–Lorelei ya ha anulado mis controles. No podemos operar sobre
ninguna de las unidades de soporte vital. Tampoco puedo provocar
una sobrecarga canalizando otros equipos que consumen
energía.
–Continúe intentándolo. Ahora no podemos darnos por vencidos.
No podemos.
Antes de que hubiera tenido tiempo de terminar la frase, la
imagen de la pantalla frontal se deshizo, y el equipo de
reparaciones desapareció para ser reemplazado por el triste rostro
de Lorelei.
–James? Veo que es usted. Es un hombre de lo más notable. Es
una lástima que se niegue con tanta firmeza a renegar de los
métodos violentos.
Kirk tragó con dificultad. Incluso la visión de la mujer lo
afectaba. ¿Las feromonas, los armónicos, alguna otra cosa? No lo
sabía. La cera impedía que lo peor de los persuasivos tonos
penetraran hasta sus oídos, pero aun así se estremecía bajo el
impacto de las palabras de ella.
–¿Puede filtrar un poco más la emisión, Spock? – De
inmediato, capitán.
La imagen permaneció en la pantalla, pero su rostro aparecía
ahora entramado por líneas que formaban un dibujo espigado. Las
palabras sonaban átonas e indistintas, pero a pesar de eso Kirk las
entendía aún demasiado bien.
–No puede escapar ni triunfar. Ríndase, James. No deseo que
sufra ningún daño. – Al ver que no respondía, ella sonrió con
tristeza y añadió-: Su doctor McCoy ha sido
capturado.
–¡Bones! – Kirk sintió el impulso de levantarse, las manos
sobre los posabrazos, preparado para lanzarse a la
acción.
–Vamos a transportarlo de vuelta al planeta. Intentaré
explicarle la situación al ser que comprende ese planeta. No se
tomará ninguna medida disciplinaria contra McCoy. Él sólo tiene que
aprender a vivir en armonía con el ecosistema.
–Va a matarlo. Ninguno de nosotros puede vivir allí. Somos
intrusos. ¡Es un sistema totalmente simbiótico!
–Tengo la pantalla programada con un filtro de cero coma dos,
capitán. Ella no puede ni verlo ni oírlo con
claridad,
–Tiene a McCoy. – Se hundió en su asiento, sintiendo que el
cansancio le llegaba hasta el fondo del alma.
–James, por favor, no reaccione de manera violenta. – Kirk
golpeaba una y otra vez los posabrazos de su asiento de mando con
los puños. Necesitaba hacer algo, actuar… y la frustración de saber
que no podía hacer nada le hacía estremecerse-. El doctor McCoy no
está sufriendo ningún daño. En todo caso, está mejor ahora que
cuando se escabulleron ustedes de vuelta a bordo. Tenía muchas
heridas que han recibido atención. La enfermera Chapel está
perfectamente capacitada para curar las lesiones que presenta el
doctor.
–Lorelei, va a transportarlo de vuelta al
planeta.
–No puedo tener disensiones entre la tripulación. La
violencia es una simiente que no engendra otra cosa más que
violencia. Intenté razonar con usted y fracasé. McCoy está
comprometido de modo similar con una línea de actuación contraria a
la Senda Verdadera.
–Morirá en el planeta. El ecosistema es…
–Tengo conocimiento del orden de vida unificado que existe en
el planeta -lo interrumpió la mujer. Kirk sintió las vibraciones de
su voz, la luz que ella traía a un universo por lo demás oscuro.
¡Prometía tanto…! ¿Por qué él le presentaba una oposición tal?
Tendría la paz con sólo pedirla. Lo único que tenía que hacer era
escuchar, escuchar, escuchar.
–Capitán -gritó Spock, rompiendo el hechizo que la hylana
tejía en torno a él-, no es prudente conversar con ella, ni
siquiera durante períodos cortos de tiempo.
Jim Kirk se sacudió. La cera que llevaban en los oídos no
lograba más que embotar un poco la embestida de los armónicos de la
mujer. Ella entonaba su voz de modo perfecto, insidioso. Pero él
resistió, pues sabía con qué armas se enfrentaba. Eso era su voz,
sí, un arma.
Carecía de importancia lo que Lorelei predicaba -y creía de
verdad, de eso no le cabía duda- acerca de la paz. Esa filosofía
acarrearía la muerte a cualquier humano que dejaran en el planeta.
Kirk se preguntó si la propia Lorelei podría sobrevivir en el
sistema de vida unitaria de ese mundo. Era algo que trascendía la
simbiosis; era un gigantesco organismo que vivía y reaccionaba como
una unidad. Cualquiera -humano, hylano, tellarita- que intentase
interferir, se convertía en un cáncer que habría que eliminar para
evitar que el sistema sufriera. Se trataba de un poderoso
desarrollo evolutivo, y Kirk deseaba que más tarde pudieran
investigarlo más a fondo, sin prisas y de una forma que impidiera
que la forma de vida los considerara como
intrusos.
–Lorelei, no envíe a McCoy de vuelta al planeta. No pertenece
a ese lugar.
–Ya no encaja tampoco a bordo de la Enterprise, James. Ni
usted. Según el designio de los acontecimientos, el viejo orden
debe dejar paso al nuevo. Ustedes no son lo bastante flexibles como
para abrazar los métodos de la paz. Los métodos de la guerra ya no
resultan necesarios.
–Lorelei -comenzó a decir, y luego apagó la pantalla. Una
imagen exterior de los trabajos de reparación que estaban tocando a
su fin en el motor de babor reemplazó el demacrado rostro de la
mujer.
–Está sometida a una considerable tensión nerviosa -le
comentó a Spock-. ¿Ha visto la tristeza que hay en sus ojos, el
aspecto que tiene?
–Indudablemente que está sometida a una gran tensión,
capitán. No puede gustarle lo que hace en nombre de la paz.
Cualquier ser que se proclame defensor del pacifismo sabe que el
planeta de ahí abajo asesinará. Ella sólo le está ofreciendo una
tenue posibilidad de supervivencia.
–Ya es algo -reflexionó Kirk.
–No, Jim, eso no será suficiente para derrotarla. Ella
conserva toda su fortaleza personal.
–No puedo permitir que envíe a McCoy a la superficie. La
detendré. Spock, continúe intentando aislarla a través de los
controles. Yo procuraré rescatar a McCoy en la sala del
transportador.
–Señor, tengo una idea que podría funcionar. No obstante,
requerirá una cantidad considerable de trabajo de computadora por
mi parte.
–Bájeme hasta la sala del transportador: luego haga lo que
tenga que hacer.
–Sí, señor. Preparado.
Las puertas del turboascensor se deslizaron lateralmente
hasta abrirse. Kirk avanzó como si se metiera en las fauces de una
bestia gigantesca que se disponía a devorarlo. Nunca se había
sentido más solo en toda su vida que cuando las puertas se cerraron
y el ascensor descendió a una velocidad vertiginosa. Kirk no estaba
preparado para el hostil comité de recepción que lo aguardaba
cuando se abrieron las puertas en la cubierta del
transportador.
La rapidez de reflejos lo salvó. Media docena de miembros del
equipo de seguridad estaban apostados a ambos lados del corredor,
con las pistolas fásicas programadas para dejar inconsciente al
enemigo. La pistola fásica de Kirk disparó primero, recorriendo la
línea de guardias apostados y derribándolos con un único disparo.
Lorelei controlaba a sus tripulantes, pero los reflejos de estos
aún no se habían adaptado a las palabras de la mujer. Lucharon
consigo mismos, y la filosofía impuesta acabó por triunfar. Sin
embargo, la pequeña demora provocada por la contradicción entre el
deseo de obedecer a la hylana y a sus puntos de vista, y la
incapacidad de atacar a un oficial superior, le proporcionó a Kirk
una pequeña ventaja.
El último de los guardias de seguridad había tocado apenas la
cubierta, cuando el capitán irrumpió en la sala del transportador.
El jefe del transportador preparaba la unidad, y McCoy se
encontraba de pie sobre la plataforma con las manos atadas a la
espalda.
–Baje de la plataforma, Bones -le chilló-. Desactive el
transportador, señor Kyle.
Una vez más se produjo una ligera confusión, el más leve
retraso temporal. Kyle quería obedecer a su capitán; resultaba
difícil olvidar un código tan profundamente inculcado. Pero Lorelei
le había ordenado que enviara al doctor a la
superficie.
–Capitán, yo… -fue cuanto pudo decir el muchacho antes de que
el rayo fásico lo hiciera retroceder tambaleándose, chocar contra
la pared y desplomarse sobre la cubierta,
inconsciente.
–Me alegro de verlo, Jim. Le aseguro que es usted muy
oportuno.
–Olvídese de eso. Tenemos que regresar al puente. Spock está
intentando retener el poco control que tenemos desde
allí.
–¿Cómo ha llegado hasta aquí? Ella ha tomado los controles
auxiliares. – McCoy se frotó las muñecas para restablecer la
circulación.
–Yo… no lo sé. Tiene que haberlo hecho
Spock.
–No, James, se lo he permitido yo. Dejarlos juntos a usted y
al vulcaniano no parecía una táctica muy acertada. – La voz de la
mujer resonó procedente del intercomunicador de la consola de
transporte.
–¿Táctica, Lorelei? Habla usted como un general. Un
comandante militar. ¿Está declarando la guerra? – Le hizo a McCoy
señas para que abandonara la sala y se encaminara hacia
elturboascensor.
–¿Guerra? Eso no es posible, según su definición de la
guerra. En un sentido, podría ser guerra, si redefine el término
para darle el sentido de convencer a otro de su propia superioridad
moral. La fuerza no resuelve nada. Tenemos que razonar todos juntos
y pacíficamente. Usted es incapaz de hacer eso. Se resiste con
demasiado empeño.
–Jim, mis oídos. Yo… siento el efecto de su
voz.
Con la celeridad del rayo, Kirk se puso en movimiento. Las
palmas de sus manos golpearon ambos lados de la cabeza de McCoy,
atrapando los oídos del hombre en una veloz bofetada. El médico
profirió un chillido y posó sus propias manos sobre los oídos
doloridos.
–¡Maldición, me ha dejado sordo! – gritó, incapaz ya de oír
su propia voz y controlar el volumen de la misma. Se calmó cuando
Kirk se llevó un dedo a los labios para pedirle que guardara
silencio. McCoy comprendió entonces la necesidad de aquel
acto.
–Todavía se empeña en oponerse a seguirme hacia la Senda
Verdadera. Me gusta usted, James. Deseaba que nos hubiéramos
conocido en mejores circunstancias. Debo enviarlo también al
planeta. Perturba a la tripulación con sus métodos
salvajes.
Las puertas de la sala del transportador se deslizaron hasta
cerrarse. Kirk sabía que Lorelei había restablecido el control
sobre muchos de los circuitos que él había cerrado. No dudó en
ningún momento mientras desplazaba hasta plena potencia el botón
selector de la pistola fásica. El rayo color fucsia hizo fuego
contra la puerta. El humeante agujero se agrandó hasta que ambos
hombres pudieron pasar a través de él. Algunas chispas de metal
candente cayeron sobre el uniforme de Kirk y penetraron hasta la
piel. Las apagó a manotadas sin darse apenas cuenta de lo que
estaba haciendo mientras avanzaba a la carrera en dirección a las
escaleras que iban a la sección de ingeniería. Si Scotty aún
controlaba el área, cabía una ligera posibilidad de que pudiese
usarla como base para lanzar un asalto frontal contra el puente
auxiliar.
–No, James, eso no resultará. No le cause daño a ninguno de
los tripulantes. Son sus amigos. No le desean ningún mal. Ayúdelos.
Trabaje junto con ellos.
Kirk dio un traspié mientras corría, al influir sobre su
resolución la plena fuerza de la voz de ella. Intentó recitar
poesía mentalmente, repasar la lista de tripulantes, pensar en
cualquier cosa que no fueran los zarcillos suavemente persuasivos
que se deslizaban por su mente. Sin los tapones de cera en los
oídos, habría sucumbido por completo a las expertas prédicas de
Lorelei.
–James, usted quiere creer como lo hago yo. La barbarie no es
la respuesta. La amistad sí lo es. Trabajar con los otros
proporciona sensaciones positivas. Hay más que… -El aullido de la
retroalimentación eléctrica atravesó el creciente sopor de Kirk
como un cuchillo a través de mantequilla. El intercomunicador se
volvió frenético, y empezó a emitir gemidos agudos, zumbidos
subsónicos que le golpeteaban los huesos y vibraban en sus órganos
internos. McCoy le proporcionó apoyo hasta que recobró el control
de sí mismo.
El alarido de electrones atormentados fue como música para
sus oídos. No podía hacerse oír por encima de él. Formó las
palabras con los labios.
–Al puente auxiliar.
McCoy asintió con la cabeza y lo siguió.
La pistola fásica de Kirk redujo a la inconsciencia a dos
guardias que había junto a la puerta, en el exterior, y luego se
lanzó al interior dispuesto a continuar la lucha. No había ninguna
necesidad. Lorelei se encontraba sentada en el asiento de mando del
puente auxiliar, el rostro macilento y ojeroso a causa del
esfuerzo. Habló y las palabras se amplificaron, se superpusieron a
sí mismas, y resonaron como un retorcido
galimatías.
–James -dijo, y el nombre rechinó como una uña sobre una
superficie metálica. En aquel instante, él compartió la congoja y
el pesar de ella. Su dedo pulgar se tensó sobre el disparador de la
pistola fásica, y un rayo de energía pura bañó a la mujer hylana,
que se desplomó sobre el panel de controles. McCoy corrió a su
lado, comprobó sus constantes vitales y asintió con la cabeza.
Viviría.
Al igual que la Enterprise y su tripulación.
Kirk avanzó hacia la frágil figura y la tomó en brazos.
McCoy, con la pistola fásica preparada, lo siguió. No podían
pronunciar palabra, aunque la retroalimentación de cada
intercomunicador activado lo hubiese permitido.
James T. Kirk miró a la mujer a través de la rielante cortina
de energía. Lorelei se encontraba cómodamente sentada en la celda,
sin posibilidad de comunicarse con ninguna persona del exterior.
Kirk miró a su oficial científico. Spock asintió con la
cabeza.
–El circuito ya ha quedado concluido, capitán -dijo-.
Funcionará de acuerdo con sus especificaciones.
–Gracias, Spock. – Kirk accionó el interruptor que había
instalado en una pequeña caja negra. Se encendió una sola luz
roja-. ¿Puede oírme bien, Lorelei?
–Sí, James -fue la respuesta que le llegó, amortiguada y con
las frecuencias alteradas. El sonido era como si hablase un bajo
profundo, no la voz normal de contralto de Lorelei-. No tiene que
encerrarme de esta manera.
–Lo siento Lorelei, pero sí que tengo que hacerlo. Usted
amenaza nuestra misión. Sólo manteniéndola aislada de una manera
que no le permita usar su… -vaciló; había estado a punto de decir
"arma"-, de modo que no logre usar su capacidad de persuasión
contra ninguno de los tripulantes, puedo estar seguro de llevar a
término la misión.
–¿Insiste usted en acudir a Ammdon? El resultado será una
guerra.
–Yo no lo creo así.
–Los embajadores están todos muertos. Eran hombres de guerra,
no de paz. Les destruyeron sus propias agresiones.
–Murieron, pero no a causa de la agresión. Los humanos somos
diferentes. No encajamos en el molde que usted intenta labrar para
nosotros. El embajador Zarv era tellarita. No era humano, pero se
parecía bastante a nosotros. Mek Jokkor no era siquiera vagamente
humano, excepto en su forma exterior, y no encajó en la biosfera de
ese planeta. Lorelei, a usted le resulta difícil aceptarlo, pero
hay lugares del universo donde la humanidad no es bien recibida, a
los que no pertenece, a los que no pertenecerá
jamás.
–La paz es la respuesta.
–En su mayor parte, tiene usted razón. No es provechoso
seguir una política bélica de expansión como la practicada por los
klingon o los romulanos, pero una sociedad pacífica tiene que ser
capaz de defenderse.
–La persuasión es suficiente.
–Para Hyla, puede ser. Para la humanidad, no. – Ella le
dirigió una mirada compasiva, como si él no entendiera
absolutamente nada. Por último, Kirk dijo-: Me encargaré de que la
lleven de vuelta a Hyla lo- antes posible.
–¿No me matará?
–Si tiene necesidad de preguntarlo, es usted quien no ha
entendido absolutamente nada. – Accionó el interruptor de la caja
negra y dejó que la luz roja se desvaneciera en la oscuridad. Tras
volverse a mirar a Neal, dijo-: Encárguese de que a nadie más se le
permita comunicarse con ella. La mayor parte de la tripulación se
encuentra todavía bajo su influencia. Según la estimación de McCoy,
los efectos disminuirán a lo largo de los próximos días, y para
dentro de una semana sólo quedará una ligera sensación de
culpabilidad. Hasta entonces, no corramos riesgos. ¿De acuerdo.
señor Neal?
–Sí, señor. – Hizo un saludo militar al marcharse Kirk y
Spock.
Una vez en el corredor, Spock activó aún otra barrera de
energía. Sólo entonces le dirigió la palabra a
Kirk.
–Capitán, el señor Scott solicita su presencia inmediata en
la sección de ingeniería. Sus trabajos de reparación han alcanzado
el punto crucial.
–Muy bien, continúe con su trabajo, señor Spock. Asegúrese de
que quienes están con usted en el puente sean absolutamente leales…
a la Federación.
–Uhura, Sulu y Chekov están fuera de toda duda. He usado la
fusión mental vulcaniana para asegurarme de su
lealtad.
–Excelente. – Kirk bajó una escalerilla y descendió a través
de confusos montones de tripulantes hasta llegar a la cubierta de
ingeniería. La puerta había sido forzada para abrirla después de
encarcelada Lorelei. Repararla podría requerir tanto tiempo como
los motores.
–Ah, capitán, hay algo que quiero que vea. – Scotty hizo un
gesto para indicarle que estudiara las lecturas de la
computadora.
–¿De qué se trata? Hummm, aquí están los niveles de energía.
Aumentando como es debido. El motor de babor está bien. Buen
trabajo.
–Capitán, mire el motor de estribor, en el que estamos
trabajando ahora. La criaturita no está del todo
bien.
Fluctuaciones energéticas afiladas como agujas confirmaban la
opinión de Scotty. Kirk conocía poco los detalles de los motores,
pero llevaba demasiado tiempo al frente de una nave estelar como
para no reconocer las fluctuaciones peligrosas cuando las veía.
Alzó la mirada con el entrecejo fruncido.
–Sí, señor, es mala cosa. Solicito permiso para salir
personalmente y comprobar la cápsula de materia-antimateria de
estribor.
–¿No hay ninguna posibilidad de que pueda usar las sondas
robot?
–No, señor. Es un trabajo demasiado delicado como para
confiárselo a los robots.
–Cuando haya acabado de equilibrar la mezcla de
materia-antimateria, ¿el motor funcionará bien?
–¡Quedará tan suave como el trasero de un bebé, señor! –
replicó el ingeniero con orgullo. Kirk ya tenía la respuesta que
deseaba. Scotty quería hacerse cargo del sensible equipo de la
cápsula, pero también tenía que realizar el trabajo personalmente.
Nadie más tenía su talento, destreza ni pericia.
–Hágalo. Reduzca al mínimo el número de técnicos que lo
acompañen. Ya sabe por qué.
–Por el proceso de recuperación del lavado de cerebro mental
que les hizo la jovenzuela. Sí, señor. Eh… la única asistencia que
necesitaré será la de la oficial McConel. – Kirk se volvió y le
dirigió una mirada penetrante a la jefa de ingeniería. Se
encontraba de pie a un lado, mordiéndose la lengua mientras
ajustaba una parte del circuito estabilizador-. Es la mejor que
tengo, capitán.
–Lo sé. Póngase a trabajar en ello. Y permanezca en contacto
con Spock. Tal vez él pueda hacerle alguna sugerencia si se
encuentra con algún problema.
–Señor, lo que tenemos que hacer no es difícil. Sólo
peligroso.
–Bueno, Spock, ¿qué tal les van las cosas? – preguntó Kirk.
Se mordió un pulgar mientras observaba las diminutas siluetas
ataviadas con trajes espaciales que se movían en torno a la cápsula
del motor de estribor-. ¿En qué punto se
encuentran?
–Las cosas no han cambiado sustancialmente desde que lo
preguntó hace tres coma veinticuatro minutos, capitán. – Spock
parecía impermeable a la tensión que chisporroteaba como
electricidad por todo el puente.
–Maldición, esto es importante. Ahí fuera se encuentran en
peligro de muerte.
–Sí, capitán. Así es.
McCoy profirió un bufido.
–No le haga ningún caso, Jim. Tiene fluido criogénico
circulándole por las venas. Le quitaron todos los sentimientos
humanos y se los sustituyeron por maquinaria.
–Doctor, todos mis componentes son los originales. En cuanto
a su insinuación acerca de que los componentes inorgánicos son algo
inferiores, permítame recomendarle varios artículos competentes
sobre la materia.
–Silencio -les espetó Kirk-. Informe, Spock. ¿Qué tal le van
las cosas a Scotty?
Como respuesta, la voz del ingeniero crepitó a través del
intercomunicador de la nave.
–La botella magnética ha quedado restablecida, pero no con la
configuración apropiada. El flujo MHD está
constreñido.
–¿Qué significa eso? – quiso saber McCoy- ¿El MHD tiene algo
que ver con la botella?
–Es el sistema magnetohidrodinámico, que está desajustado. Si
no hay una simetría perfecta en los confines magnéticos, la
reacción materia-antimateria tendrá posibilidad de abrir una brecha
y destruir la totalidad de la cápsula. El campo tiene que ser
uniforme y absolutamente simétrico.
–Me he quedado igual -refunfuñó McCoy.
–Scotty -intervino Kirk- ¿Puede ajustarlo?
–Sí, capitán. Heather tiene buena mano para los ajustes finos
después de que yo me haya hecho cargo de la configuración inicial.
El único problema va a presentarse cuando comience el flujo. La más
mínima desviación y… -Sus palabras se apagaron poco a poco. No
había ninguna necesidad de que especificara. Si Scotty fracasaba a
la hora de realizar los ajustes adecuados antes de que se
restableciera el flujo energético, todos morirían.
Aguardaron en silencio. Por último, Scotty dijo: -¿Preparados
para probarlo? Bien. Spock. déme un uno por ciento de flujo
energético.
–Uno por ciento, ahora. – El oficial científico observó los
instrumentos y realizó pequeños ajustes. En el panel de ingeniería
comenzaron a parpadear luces. Chekov se acercó a él con prisas y,
mientras le temblaban las manos y el sudor le resbalaba por la
cara, extendió un brazo para pulsar un botón rojo
grande.
–Se han alcanzado los niveles de energía -informó el joven
alférez. La tensión se desvaneció de su rostro, y una sonrisa
reemplazó a la expresión preocupada.
–¿Qué tal van las cosas, Scotty?
–Necesita unos ajustes más, señor. Eso es. Lo tengo. Spock,
déme otro cuatro por ciento.
El lento ascenso de energía continuó hasta que llegaron al
veinte por ciento; las alarmas comenzaron a sonar.
–¡Scotty! – gritó Kirk.
–Se está filtrando radiación por un punto pequeño de la
botella. Heather está trabajando en ello. Ella… necesita ayuda. –
La radiación descompuso el resto de las palabras del ingeniero. En
la pantalla de visión frontal, una figura diminuta salió disparada
hacia el extremo más alejado de la cápsula de materia-antimateria.
Las dos siluetas ataviadas con trajes espaciales se confundieron e
hicieron indistintas.
–El nivel de radiación va en aumento -informó Spock con su
voz clara y regular-. Señor Scott, oficial McConel, regresen tras
la protección del aislamiento.
–Negativo -fue la débil respuesta que obtuvo-. Tenemos que
hacerlo ahora o nunca. Comenzará una reacción en cadena… no lo
intente. ¡Ahora!
–Energía fluctuante. Las oscilaciones alcanzan el ocho por
ciento de los valores RMS. Solicito permiso para
desactivar.
–No, Spock. Déjelo continuar durante unos segundos más. –
Destruirá la nave. Scott y McConel no pueden haber sobrevivido al
escape de radiación.
–Confío en Scotty. Confío en él.
–Señor, la energía se estabiliza en el veintitrés por ciento
-informó Chekov-. Las fluctuaciones han desaparecido. El circuito
estabilizador ya está funcionando.
Kirk profirió un enorme suspiro.
–Scotty, ¿está usted ahí?
–Sí, capitán. Hemos tenido un pequeño problema, pero ya está
solucionado. Ahora Heather está ajustando el cristal de dilitio
para conseguir la resonancia apropiada.
–¿Cuándo dispondremos de plena potencia hiperespacial? – Es
difícil decirlo, capitán. Aún tenemos que llevar a cabo el
reencendido completo. Esto no ha sido más que la verificación de
las botellas.
–La técnica de RotsIer para el reencendido en caliente de los
motores no ha sido comprobada, capitán.
–Señor Spock, acabo de ver cómo se obraban milagros ahí
fuera. ¿Qué es uno más? Estoy seguro de que el señor Scott puede
devolvernos plena potencia, tanto si este procedimiento funciona
como si no.
Al cabo de veinticuatro horas la Enterprise había recuperado
su plena capacidad hiperespacial. Al cabo de cincuenta, Sulu había
trazado un rumbo que los llevaría a Ammdon.
El viaje hasta Ammdon ha sido cualquier cosa menos
rutinario.
El señor Scott ha realizado servicios que sobrepasan los
requerimientos del deber en el mantenimiento de los motores
hiperespaciales. El estado de las botellas es, en el mejor de los
casos, peligroso. Él y su personal recibirán recomendaciones por
sus soberbios esfuerzos. El resto de la tripulación vuelve a la
normalidad con lentitud, con alguna recaída ocasional que atestigua
el poder persuasivo de Lorelei y de sus palabras cargadas de ondas
sónicas. El doctor McCoy me ha asegurado que ya nadie se encuentra
totalmente bajo su hechizo y que todos muestran pautas psicológicas
notablemente estables si se considera la tensión a la que han
estado sometidos. Lorelei permanece en la celda de detención, sin
posibilidad de hablar directamente con nadie. Y, a pesar de que
todo ha vuelto a la normalidad, aún tenemos un grave problema con
las conversaciones de paz entre Ammdon y Jurnamoria. Sin el
embajador Zarv y su equipo diplomático, tenemos muy pocas
probabilidades de impedir la guerra. No obstante, nuestro deber
como nave de la Federación es hacer todo lo que esté en nuestro
poder para evitar esta guerra y mantener a los romulanos alejados
del Brazo de Orión.
–Informe de estado sobre las naves que nos rodean, señor
Checov.
–Capitán, no sé qué conclusión sacar de ellas. Son todas
naves de guerra. Con abundante armamento.
–Spock, ¿comentarios?
–Sólo que esta armada es capaz de destruirnos. Aun con los
motores hiperespaciales funcionando al ocho por ciento de su plena
capacidad, debemos mantener el consumo de energía al mínimo. Usar
la potencia para los escudos deflectores podría provocar la
inestabilización en las botellas magnéticas.
–La guerra, señor Spock, es lo que hemos venido a impedir. –
James T. Kirk clavó los ojos en la pantalla. Los puntos móviles
indicaban las cambiantes formaciones de las naves de guerra que
había en el sistema de Ammdon. Al parecer, los jurnamorianos habían
acudido a las conversaciones de paz con la mayor parte de su
armada. Los ammdonianos no habían sido menos; la mayor parte de su
flota, más primitiva que la de Jurnamoria pero más numerosa,
mantenía posiciones defensivas para impedir el bombardeo masivo de
su planeta. Las posiciones estaban bien escogidas, según vio Kirk.
Ambos bandos tenían almirantes capacitados. En caso de
confrontación se produciría una tremenda pérdida de vidas en ambos
bandos.
–¿Hay alguna manera de quitarle la mecha a este barril de
pólvora? – inquirió McCoy, mirando por encima del hombro de Kirk.
El capitán se volvió a mirar al médico.
–Difícilmente. Hacer que se retiren unas flotas tan poderosas
no es cosa que pueda hacerse en un abrir y cerrar de ojos. Además,
necesitan una razón para regresar a sus bases.
–¿Qué va a hacer usted, ahora que Zarv y los otros han
desaparecido?
–Eso es algo que aún no he resuelto, Bones. ¿Sugerencias?
¿No? Señor Spock, ¿alguna idea?
–Señor, deberíamos transportarnos a la superficie y hacer lo
que podamos. Aconsejo que actuemos enseguida. Los sensores indican
que las naves jurnamorianas están cargando sus cañones. Aunque no
se dé orden de disparar, puede haber algún
accidente.
–Y un accidente puede provocar una guerra con la misma
facilidad que una orden directa. Muy bien. Bones… usted, Uhura,
Spock y yo nos transportaremos a la superficie. El señor Scott aún
se encuentra en la sala de motores, supongo.
–Así es, señor -fue la pronta respuesta de
Sulu.
–Muy bien. Señor Sulu, tiene usted el mando. Si sucediera
cualquier cosa que no estuviese relacionada con ingeniería, haga
que el señor Scott suba aquí de inmediato. Por lo demás, mantenga
una vigilancia estrecha sobre nosotros. Transpórtenos de vuelta a
bordo si la situación lo justifica.
–¿Cree que será necesario, señor? – quiso saber el
oriental.
Kirk suspiró profundamente y se puso de pie.
–Espero que no. Pero mis habilidades de negociador no son tan
agudas como mis habilidades de mando. Dudo que ninguno de los
bandos me permita ordenarles el cese de las
hostilidades.
Hizo con la cabeza un gesto hacia el turboascensor, y reunió
al pequeño grupo de oficiales que bajaron con él a la superficie
del planeta.
–¿Ese hombre está intentando ser obtuso, señor? – preguntó
Uhura. La mujer bantú trabajaba en la computadora intentando sacar
el máximo partido del preciso programa de traducción de la
Enterprise-. Habla en circunloquios. No es culpa de mi computadora
que las palabras parezcan un galimatías.
–Lo sé, Uhura. Cálmese. La diplomacia parece componerse de un
noventa y nueve por ciento de aire caliente y un uno por ciento de
demencia.
–Pues yo le daría la vuelta a esa afirmación, Jim -murmuró
McCoy-. Yo creo que hay más demencia en esta sala de la que pueda
usted meter en cintura.
–Aunque no veo ninguna utilidad práctica en hacer lo que
sugiere el doctor McCoy, estoy de acuerdo con la forma en que ha
evaluado la situación -comentó Spock- Por mucho que hable no
logrará influir en ninguno de los bandos.
–Pero tengo que intentarlo.
Se puso de pie, solicitó con una señal el privilegio de
hablar, y le fue concedido por el moderador del duelo de alaridos…;
a Kirk nunca se le hubiera ocurrido denominarlo "debate". Hicieron
falta varios segundos para que los ecos se extinguieran dentro de
la inmensa sala. Las cámaras del estado de Ammdon abarcaban
cuatrocientos metros. El techo de altas bóvedas le confería a la
estancia el aspecto de una catedral, y el frío del aire acentuaba
esa impresión. La mesa de madera de intrincada talla no sólo servía
de apoyo a diversos montones de papeles, portafolios y aparatos
analizadores, sino también a un buen número de unidades
calefactoras para proteger las manos de los diplomáticos del gélido
frío. Las cámaras de Ammdon nunca habían sido calentadas; no
importaba que el crudo invierno atenazara aquel lado del planeta,
el Consejo de Ammdon no alteraría la tradición llevando calefacción
al recinto.
En cierto sentido, pensó Kirk, no dejaba de ser irónico. Las
palabras eran acaloradas y el talante gélido.
Recorrió la mesa con la mirada. El vicerregente de Ammdon
había hecho sentar a los oficiales de la Enterprise hacia la mitad
de la mesa. A la derecha de Kirk se encontraban el vicerregente y
su personal. A la izquierda estaban la guardiana de la paz y su
media docena de consejeros. Kirk ajustó subrepticiamente un
micrófono de garganta que Spock había pergeñado con uno de los
comunicadores. Los otros presentes habían acudido a la reunión
preparados para las primitivas condiciones de la cámara; a él no se
le había ocurrido llevar un amplificador.
–Vicerregente, guardiana, hablamos mucho y conseguimos poco.
Los problemas que mantienen divididos a sus dos grandes mundos
-comenzó, al tiempo que intentaba reprimir una sonrisa cuando
McCoy. sotto voce. murmuró "bazofia"-. no son
insuperables.
–Tonterías.
–¡Usted no sabe nada! – fueron los comentarios que se oyeron,
mucho más sonoros que el indignado bufido de
McCoy.
Kirk alzó una mano y obtuvo el silencio que quería. Supo de
inmediato que no tenían una aptitud receptiva.
–Nosotros, los de la Federación, hemos propuesto un plan de
paz que beneficia tanto a Ammdon como a Jurnamoria. Les ofrecemos
nuestra experiencia tecnológica para auxiliar a sus achacosas
industrias alimentarias, y ayuda económica para crear nuevas
industrias. Con el impulso y el personal de sus planetas, y con los
vastos conocimientos y riqueza de la Federación, podemos forjar un
nuevo mañana. Podemos caminar codo con codo hacia un futuro lleno
de prosperidad… y paz.
–Bonitas palabras -le espetó la guardiana de la paz de
Jurnamoria. Y con una risa burlona añadió-: Lo que le ofrecen a
Jurnamoria no es nada. ¡Nada! No necesitamos estar bajo la bota de
agresores alienígenas. Lo único que necesitamos es tener lo que es
nuestro por derecho… ¡lo que ellos nos han robado! – Se puso de pie
y señaló con gesto dramático al vicerregente.
–Ningún extranjero poseerá las tierras de Ammdon -le
respondió el vicerregente con voz gélida-, ¡y nadie se humillará
ante un dictador extranjero!
–¡Señor, señora, por favor! – imploró Kirk. No sirvió de
nada. Los dos siguieron insultándose hasta que finalmente Kirk se
limitó a sentarse y dejar que lo escupieran todo.
–Ha sido un bonito discurso, señor -comentó Uhura-, aunque
ellos no lo hayan escuchado.
–Gracias. Lo encontré en el camarote de Zarv. Me pregunto con
cuánta más habilidad podría haberlo pronunciado
él.
–No mucho mejor que usted, capitán -le aseguró Spock en voz
baja- Las lecturas de mi tricorder denotan una intensa agitación.
Sería apropiado presentar una moción de aplazamiento para que ambos
bandos puedan reconsiderar la situación y
calmarse.
Kirk asintió, y se puso de pie para pedir otra vez la
palabra. Lo que oyó lo dejó helado.
–¡Perra jurnamoriana! Sus naves de guerra no son nada
comparadas con el poder de la nave de la Federación que está
orbitando nuestro planeta. – La sonrisa del vicerregente se
convirtió en una mueca burlona-. El pacto que tenemos con la
Federación exige la defensa absoluta de Ammdon. Coja su flota y
regrese a ese agujero infernal que es su planeta.
La computadora de Uhura profirió un brusco gañido cuando la
guardiana de la paz le respondió al gobernante ammdoniano. El
insulto proferido por ella no tenía ninguna traducción
directa.
–-. nos marchamos ahora. Veremos en qué acaba el cacareado
tratado de defensa. Yo creo que son unos cobardes. No lucharán.
Darán media vuelta y saldrán corriendo, dejando la podrida carcasa
de ustedes al sol para que la picoteen los
buitres.
–Me da la impresión, capitán -dijo Spock-, de que resultaría
superfluo presentar una moción de aplazamiento.
–Tiene una comprensión tan fabulosa de la condición humana,
que me asombra, Spock -replicó McCoy.
El grupo de la Enterprise observó cómo la guardiana
jurnamoriana de la paz y su cortejo salían como una tromba de la
cámara. El colérico taconeo de sus botas siguió resonando en la
larga estancia de paredes de piedra minutos después de que los
jurnamorianos hubiesen desaparecido de la vista.
–¿Ya ha visto cómo están las cosas, capitán Kirk? – preguntó
el vicerregente- Son tan obstinados que se niegan a considerar
siquiera nuestro punto de vista.
–Vicerregente Falda, su manera de plantear las cosas necesita
refinamiento.
–Yo no lo creo así -contestó el hombre, cuya voz varió de la
seda al hielo.
–La inoportuna muerte del embajador Zarv ha contribuido sin
duda a los problemas que han surgido hoy aquí, pero necesitamos más
libertad para prepararnos. En el mensaje subespacial que enviamos a
la Base Estelar Uno solicitamos otro equipo cualificado que llegará
dentro de un mes, más o menos.
–¿Un mes? Difícilmente podríamos esperar hasta entonces,
capitán Kirk. Con la flota jurnamoriana en órbita alrededor de
nuestro planeta, no sobreviviremos un mes.
–El alto el fuego puede mantenerse de manera indefinida hasta
que se llegue a un acuerdo formal -replicó Kirk, aferrándose a un
clavo ardiendo-. Si ellos se retiraran a una distancia de veinte
unidades astronómicas, ¿les satisfaría a ustedes? Con el equipo de
detección que les ha suministrado la Federación, podrán detectar un
ataque sorpresa.
–No.
–La Enterprise no librará las batallas de Ammdon,
vicerregente Falda. Nosotros nos mantendremos neutrales si inician
ustedes las hostilidades.
El comunicador de Spock emitió un sonoro silbido. El
vulcaniano se volvió hacia Kirk mientras cerraba el
dispositivo.
–No creo que Ammdon vaya a comenzar la batalla, capitán
-dijo.
–¿Por qué no?
–El señor Sulu informa que la flota jurnamoriana ha disparado
contra la Enterprise.
Kirk corrió hacia el puente dejando a sus otros oficiales
esparcidos tras de sí como el rastro de un cohete que se precipita
a través de la atmósfera. Scotty había asumido el mando en cuanto
Sulu captó los preparativos jurnamorianos destinados a disparar
contra la Enterprise.
–Informe, Scotty.
–No estamos tan mal, señor -replicó-. Las armas que usan no
pueden penetrar los escudos detectores, ni siquiera a media
potencia. Pero no sé si podremos luchar y mantener los deflectores.
Las fluctuaciones en las botellas magnéticas están
empeorando.
–¿Peligro?
–Sí, capitán, si continuamos así durante mucho más
tiempo.
–Regrese a ingeniería y haga lo que pueda para mantener las
cosas de una pieza. No usaré los cañones fásicos a menos que sea
absolutamente necesario, pero voy a necesitar plena potencia en los
escudos detectores antes de que hayamos salido de
ésta.
–Lo intentaré, señor.
–Tengo plena confianza en usted, Scotty.
–Sí, señor. – El ingeniero regresó junto a sus preciosos
motores para mantenerlos en funcionamiento del modo más estable
posible con el fin de suministrar energía a la Enterprise para la
lucha que estaba gastándose a su alrededor.
–Señor, las naves de Ammdon han devuelto los disparos. ¿Lo
ve?
La pantalla frontal mostraba los detalles de la batalla en
ciernes. Al principio, unas pocas estelas indicaron que se estaba
produciendo un intercambio de cohetes entre naves. Luego todo el
espacio circundante se iluminó como una estrella a medida que más
naves de guerra lanzaban sus descargas. Pronto fue imposible
distinguir las naves ammdonianas de las
jurnamorianas.
–Spock, escudos detectores al setenta y cinco por ciento de
la potencia.
–Aumentando potencia ahora, señor.
Kirk se sentó, con el mentón apoyado en el hueco de las
manos, y pensó frenéticamente. Si la Enterprise disparaba una única
ronda de torpedos de fotones, la batalla podría quedar concluida. Y
los jurnamorianos quedarían para siempre en el campo de los
romulanos. Las pocas naves maltrechas que quedaran enviarían un
mensaje por radio a su planeta de origen para informar de todos los
acontecimientos, si es que no les habían dicho ya que la Enterprise
tomaba parte en la batalla.
–Señor, ¿quiere que prepare un rumbo para alejarnos del
planeta y entrar en el hiperespacio? – inquirió
Sulu.
–No podemos huir.
–Tampoco podemos quedarnos y luchar -intervino McCoy-. Esta
nave es demasiado para cualquiera de ellos… incluso para un millar
de sus naves.
–Lo sé. Incluso si usamos los rayos fásicos a baja potencia,
podemos borrar del cielo a la mayoría de esas naves.
Tecnológicamente, ambos planetas están cientos de años por detrás
de nosotros.
–Sólo si mide el desarrollo tecnológico como la capacidad
para matar -argumentó McCoy-. ¿Qué va a hacer, Jim? Lorelei tenía
razón, ¿sabe? En lugar de impedir la guerra, estamos
provocándola.
–Habría sido diferente si las negociaciones las hubieran
llevado a cabo Zarv, Lorritson y Mek Jokkor.
–Siento disentir, capitán -dijo Spock- He grabado todos los
procedimientos y los he sometido a un detallado análisis de
computadora. La situación ha llegado demasiado lejos como para que
nadie pueda influir en ninguno de los dos bandos. Los motivos del
vicerregente son notablemente similares a los expuestos por
Lorelei. Del mismo modo, la guardiana de Jurnamoria se negó a
escuchar a causa de la antipatía que le inspira el
vicerregente.
–Tal vez una conferencia con cada bando de forma individual
habría sido más eficaz -reflexionó Kirk- En lugar de verlos juntos,
deberíamos habernos reunido con ellos por separado, puesto los
cimientos para lograr un convenio pacífico y reunirnos con los dos
juntos después.
–Eso es discutible. Hay no menos de seis naves de guerra
disparando contra nosotros. Los escudos deflectores se mantienen.
Sin embargo, está estableciéndose un notable flujo magnético en las
botellas MHD de los motores hiperespaciales.
–¿Se mantienen los cristales de dilitio?, ¿no los partirá la
inestabilidad? – Sin los cristales de dilitio, la totalidad del
circuito estabilizador del excitador fallaría, y las preciosas
botellas magnéticas se colapsarían. A la Enterprise podrían
entonces pasarle dos cosas: o quedar otra vez muerta en el espacio,
o correr el riesgo de estallar en una cataclísmica erupción de
materia y antimateria.
–En este momento, no se encuentran en peligro. Si otras naves
Jurnamorianas se unen al ataque contra nosotros, no puedo predecir
cuáles serán los efectos.
–¿Debo devolver los disparos, señor? – preguntó Chekov,
ansioso. Sus dedos temblaban sobre el botón de disparo que
permitiría que los rayos fásicos incomprensiblemente potentes
saliesen proyectados hacia delante.
–Mantenga la potencia al mínimo en los cañones fásicos.
Prepare los torpedos de fotones. Programe las espoletas de
proximidad para que exploten a mil kilómetros por delante de cada
blanco.
–¡Señor, eso no les hará ningún daño!
–Señor Chekov, su sed de sangre en bien de la defensa de esta
nave resulta admirable, pero yo no quiero destruir esa flota.
Quiero mostrarles lo que podemos hacer… y no hemos
hecho.
–Señor -replicó el joven alférez, que acusó recibo de la
censura.
–Eso no va a servir de nada, Jim -dijo McCoy con
exasperación-. Ellos pensarán que no los destruimos porque no
podemos. Cuando un planeta se embarca en una guerra encarnizada
como han hecho estos dos, nada salvo la victoria o la muerte los
saciará.
–Señor Chekov, ¿ha programado la detonación de los torpedos
según le he ordenado?
–Sí, señor.
–Dispare los tubos cuatro al siete… ¡ahora!
Los dedos de Chekov descendieron con gesto salvaje. Un
profundo estremecimiento recorrió la nave al efectuarse los cuatro
lanzamientos. En la pantalla frontal, las estelas de los torpedos
aparecieron vívidas en comparación con los más pequeños y menos
eficaces cohetes disparados por las naves de guerra. La pantalla se
volvió cegadoramente blanca cuando los cuatro estallaron un millón
de metros delante de sus objetivos.
–Señor, están reanudando su ataque. Tres de las naves contra
las que hemos disparado han quedado inutilizadas. Están ignorando a
las naves de Ammdon y formando contra nosotros.
–Scotty, proporcióneme potencia de impulsión para salir de la
órbita. Intentemos al menos alejarlos de Ammdon.
La nave tembló al inundar la energía las cámaras de ignición
de los motores de impulsión. Kirk sabía que arriesgaba mucho con
esa maniobra. El combustible para los motores de impulsión era muy
escaso; usar la energía hiperespacial habría sido un método más
prudente, pero le preocupaba la inestabilidad de los motores de
estribor. Si llegaba a necesitar energía fásica, tendría que ser
extraída de las colosales reservas energéticas disponibles, incluso
a un nivel funcional del ochenta por ciento.
–Nos siguen, señor. Sus oficiales de comunicaciones están
rastreándonos y comunicándose los datos referentes a nuestro rumbo
-informó Uhura-. No se transmite mucho más entre
ellos.
–Saben lo que tienen que hacer. Ésta es una cultura guerrera.
Han practicado lo bastante como para actuar sin necesidad de
instrucciones explícitas. – Kirk se sentó y disfrutó del breve
respiro que había conseguido dando media vuelta y
huyendo.
–Señor, el vicerregente desea hablar con usted. Parece muy
enojado.
–Ya me lo imagino, teniente. Muy bien, páselo a la pantalla.
– Kirk observó cómo la imagen de la pantalla se desgarraba, para
volver a formarse luego con el rostro del vicerregente Falda. La
complexión chocolate del hombre se había vuelto todavía más oscura
a causa del enojo. A Kirk casi le pareció ver auténticas chispas
saltando de los iris de azabache mientras Falda intentaba en vano
controlar su cólera.
–Capitán Kirk -dijo, y el nombre sonó como un insulto-. Huye
usted como un perro apaleado. Arroja a Ammdon a los perros que
tenemos ante nuestras puertas. ¿Qué valor tiene esa Federación suya
si no proporciona la protección que garantiza nuestro
tratado?
–Lo saludo, vicerregente. – Kirk aguardó a que el hombre
contestara a su saludo. Al no obtener respuesta, el capitán sonrió
y dijo con suavidad-: No tenemos ningún deseo de vernos atrapados
entre facciones en guerra. No deseamos considerar siquiera esta
guerra. Nosotros traemos ofertas de paz, de ayuda.
–¡La ayuda significa ayudarnos a destruir a esos intrusos! En
este mismo momento están bombardeando mi planeta. Nosotros los
superamos en número, pero sus armas son superiores a las nuestras.
Necesitamos el poder armamentístico de ustedes para detenerlos. Sin
eso, pereceremos.
–Jim -susurró McCoy- ¿No debería contactar con la Flota
Estelar y pedir órdenes?
–Eso no serviría de nada. Yo sé tanto de la situación como
cualquiera de los que están allí… en realidad, sé más. Si yo no
puedo manejarla, ¿cómo va a poder hacerlo un burócrata que se
encuentra a cuatrocientos pársecs de distancia?
Kirk alzó una mano para acallar a McCoy.
–No voy a pasarle la responsabilidad a nadie, Bones. Yo tengo
el mando aquí. He sido designado para mantener la paz, y eso haré.
¡Lo haré!
–Capitán Kirk, ¿va a regresar para defender a Ammdon, o hemos
de considerar esto como una ruptura del tratado entre Ammdon y la
Federación? – El vicerregente miraba con ferocidad desde la
pantalla.
–Vamos a regresar, vicerregente Falda. Siempre y cuando sus
naves no disparen contra nosotros, como estaban
haciendo.
–El calor de la batalla -se disculpó el hombre con
insinceridad-. Nuestros comandantes amantes de la paz carecen de
experiencia. Algunos abren fuego contra cualquier cosa que tienen a
la vista.
–Estoy seguro de que así ha sucedido. Sin embargo, hay una
condición para nuestro regreso. Una vez más vamos a sentarnos a la
mesa de conferencias y negociar soluciones pacíficas para sus
problemas con Jurnamoria, soluciones que sean aceptables para los
dos bandos.
–¿Sentarme con la guardiana Ganessa? Imposible. Ella ordenó
este ataque. Yo no hago tratos con asesinos.
–Estoy seguro de que ella diría lo mismo, capitán -comentó
Spock-. Sus bioperfiles indican una hostilidad extrema. Si Ammdon o
Jurnamoria hubiera elegido a otros negociadores, esto podría
haberse evitado. Los conflictos de personalidades son demasiado
grandes.
–Se parecen demasiado -convino Kirk al tiempo que asentía con
la cabeza, sin saber todabía cómo evitar la guerra interplanetaria
y minimizar sus consecuencias.
Un destello de luz roja atrajo la atención de Kirk. Por todo
el puente parpadeaban las luces de alarma. Los escudos deflectores,
a plena potencia, apenas habían resistido el ataque lanzado ahora
contra ellos.
–¿Cañones fásicos, señor? ¿Más torpedos? – Chekov se lamió
los labios con nerviosismo, mientras sus ojos permanecían clavados
en las lecturas que mostraban lo mucho que se habían aproximado al
punto de ruptura de los escudos.
–Más potencia a los detectores. – Trató de pensar con
claridad. Si daban media vuelta y huían, tal vez lograrían llegar a
la base estelar antes de que la Enterprise se cayera a pedazos o
estallara. Pero con eso no lograrían nada. La guerra arreciaría
entre Ammdon y Jurnamoria, y los romulanos conseguirían lo que
deseaban: una guerra civil planetario que pudieran explotar en
beneficio de sus propios planes expansionistas. Si la Enterprise
entraba en batalla, la flota jurnamoriana podría acabar siendo
destruida, y entonces Jurnamoria tendría que alinearse con los
romulanos como medida de defensa. No parecía haber ninguna forma de
derrotar a ninguna de las dos flotas sin que se perdieran
muchísimas vidas, puesto que los líderes eran por completo
contrarios a continuar negociando.
–Spock, identifique la nave insignia que lleva a bordo a
Ganessa, la guardiana de la paz.
–Identificada, señor. Su nave se encuentra a diecisiete coma
cero segundos luz, y se dirige…
–Eso no importa. Sulu, acérquenos más. Mantenga los
deflectores a plena potencia. Señor Chekov, use los torpedos de
fotones para mantener a las otras naves tan lejos como sea posible.
Trate de interceptar los cohetes en curso de aproximación con
nuestros rayos fásicos, a mínima potencia.
–¿Qué está planeando, señor? – quiso saber
Spock.
–Prepare el transportador, señor Spock. Quiero acercarme a la
nave insignia de la guardiana lo suficiente como para transportarla
aquí. Y al mismo tiempo quiero que la Enterprise ocupe una posición
que nos permita transportar a bordo también al
vicerregente.
–Pero no puede hacer eso, Jim. Sus escudos detectores lo
impiden -protestó McCoy.
–Olvida algo, Bones. Ésas son naves primitivas. No tienen
deflectores.
–Tienen que tenerlos.
–No, señor -lo contradijo Sulu-. Ninguna los tiene. No había
pensado en ello antes de que el capitán lo mencionara. Estamos
demasiado acostumbrados a luchar contra naves que tienen el mismo
nivel tecnológico que nosotros.
–Bueno, de acuerdo, transporta usted a los dos líderes a
bordo. ¿Y luego qué? Todavía se odiarán el uno al
otro.
–Doctor McCoy, su falta de fe en mí es espantosa. Creo que he
encontrado una manera de resolver muchos de nuestros problemas con
un pequeño encuentro. – McCoy sacudió la cabeza. Scotty irrumpió en
el puente y gritó:
–Los motores no resistirán mucho más, capitán. Los
deflectores están provocando un desgaste excesivo.
–Reduzca la energía en un cuarenta por ciento mientras use el
transportador.
–¿El transportador? – gritó el ingeniero, sorprendido-. Pero,
capitán, eso no es posible. No puedo estar seguro de si nos
mantendremos de una pieza o no.
–Hágalo cuando Spock se lo ordene. ¿Señor
Spock?
–Nos acercamos al punto geométrico, señor. Aproximadamente
equidistante entre la superficie de Ammdon y la Bor, la nave
insignia jurnamoriana. Sala del transportador, ¡activen
ahora!
Las luces se amortecieron en el puente al desviarse la
energía de las necesidades internas al transportador. En cuanto
quedaron satisfechas las enormes exigencias energéticas del
transportador, Kirk ordenó plena potencia en los escudos
deflectores y un curso que los alejara de Ammdon.
–Pónganos fuera del alcance de las dos flotas. Quiero que
esta conferencia de paz no se vea interrumpida por
nada.
Se levantó de su asiento y les hizo a Spock y McCoy una señal
para que lo acompañasen. El doctor McCoy lo siguió refunfuñando. La
expresión del semblante de Spock era ilegible.
La nave está en peligro. El intenso
ataque de la flota jurnamoriana ha causado graves averías en
algunos sistemas de la Enterprise. El señor Scott y su muy hábil
personal están reparando los circuitos más necesarios para disponer
de capacidad hiperespacial. He ordenado que transporten a bordo a
los líderes de Ammdon y Jurnamoria para celebrar una última
conferencia. Existe una última táctica que no he puesto a prueba
para lograr la paz entre los dos planetas en guerra. Si esto falla,
tendré que regresar a la Base Estelar Uno y dejar que los romulanos
se salgan con la suya en esta sección del espacio. No creo que vaya
a fracasar esta vez. Mi argumento en favor de la paz es tan
poderoso que el vicerregente de Ammdon y la guardiana de Jurnamoria
no serán capaces de resistirse.
–Protesto ante este comportamiento altivo por su parte,
capitán Kirk -declaró el vicerregente Falda con su gélido tono de
voz-. Su tecnología estaba destinada a ayudar, no a secuestrar.
Exijo que se me devuelva de inmediato a mi planeta. La guerra que
ha estallado requiere mi supervisión personal.
A un lado de la sala del transportador se hallaba de pie
Ganessa, la guardiana de la paz, con los brazos cruzados justo por
debajo de sus pequeños pechos. Lo miraba todo con ferocidad y nada
dijo hasta que Spock intentó tomarla por un brazo y escoltarla al
corredor. La mujer fue presa de un ataque de furia asesina, y
estrelló a Spock contra un mamparo.
–Es notablemente fuerte, capitán. No había previsto una
fuerza semejante en los jurnamorianos.
–Intente volver a tocarme, bicho deforme, y ya le enseñaré yo
la fuerza que tenemos los jurnamorianos.
–No sufrirá ningún daño, guardiana. Le doy mi palabra -dijo
Kirk.
–¿Su palabra? ¿Y qué es su palabra? ¿La promesa de alguien
confabulado con los ammdonianos? ¿La de un secuestrador? ¿Cómo ha
logrado arrebatarme de la seguridad de mi nave? La Bor es la nave
más poderosa del espacio, y sin embargo no se disparó ninguna
alarma cuando entró su grupo de abordaje.
–¿Cuándo entró? – fue la desconcertada pregunta de
McCoy.
–Tienen que haber usado ustedes algún gas diabólico para
envenenar a mi tripulación, y luego apoderarse de mí y traerme a
esta nave.
–¿Ha estado ella inconsciente en algún momento, señor Kyle? –
quiso saber McCoy, preocupado por la salud de la mujer-. Un golpe
en la cabeza podría haber distorsionado tanto la noción del tiempo
como la capacidad de percepción.
–Doctor, llegó de una pieza y resistiéndose como una loca. No
sé de qué está hablando.
–Vicerregente, guardiana, por favor, acompáñenme. Dado que no
parecen estar dispuestos a complacer mi solicitud personal, me veo
en la necesidad de ordenarles, como capitán de esta nave, que
vengan conmigo. – Un grupo de seguridad, con las pistolas fásicas
desenfundadas, hizo acto de presencia en la sala-. Por favor,
escolten a nuestros huéspedes hasta el nivel de
detención.
–¿Al nivel de detención? – protestó Falda-. Así que me
encarcela usted. Presentaré una petición para que se anule el
tratado entre Ammdon y la Federación a causa de esta descortesía.
O, si me asesinan. mi sucesor ordenará que así se
haga.
–¿Ve la clase de lagarto viscoso con el que se ha
confabulado, Falda? – se mofó Ganessa-. Son traidores, como
afirmaban los romulanos.
–Yo desconfiaba de los romulanos; sus motivaciones resultaban
demasiado transparentes. Pero tal vez me precipité al juzgarlos. Al
fin y al cabo, puede que hubieran resultado provechosos para
Ammdon.
–Ahora obran para provecho de Jurnamoria, comedor de escoria.
– La mujer salió con paso majestuoso y la cabeza en alto. Falda le
echó a Kirk una mirada llena de desprecio y la siguió a una
discreta distancia, no tan lejos de Ganessa como para no poder
vigilarla, pero sí a la suficiente distancia para frustrar
cualquier ataque que ella pudiera intentar.
Cuando el grupo de seguridad y sus dos rehenes desaparecieron
dentro del turboascensor, McCoy aferró a Kirk por un brazo y lo
hizo girar bruscamente.
–¿Qué significa todo esto, Jim? No puede retener de este modo
a los gobernantes de dos planetas. Es una violación
de…
–La no interferencia en el derecho de autodeterminación de
una cultura. Soy consciente de eso. Pero lo que yo voy a hacer es
entrometerme todavía más. Tengo que contar con que se llegue a un
acuerdo pacífico que garantice que ninguno de los dos bandos quiera
contarle a la Flota Estelar lo que ha sucedido hasta este
momento.
–Le colgarán, Jim, y a toda la tripulación junto con usted.
No siento ningún deseo de acabar con el cuello
estirado.
–Tiene usted toda la razón del mundo, doctor -intervino
Spock, que descendía de una planta superior por la escalera-. Su
cuello ya es bastante largo. Si se alargara aún más tendría usted
el aspecto de uno de los pavos de su planeta.
Kirk aferró al médico por un brazo y lo apretó para que no
respondiese al sarcasmo de Spock.
–¿Está preparada la celda para nuestros huéspedes? – le
preguntó al vulcaniano.
–Naturalmente. Le deseo suerte en esta maniobra. – Pensaba
que no creía usted en la suerte, señor Spock. – Y no creo en ella,
capitán. Pero resulta obvio que usted sí, o jamás habría intentado
una artimaña semejante.
–Vayamos al nivel de detención. Quiero ver qué tal marchan
las cosas.
El turboascensor volvió a bajar y trasladó con celeridad a
los tres hombres al nivel superior. Antes de entrar en el área de
las celdas, Spock se sacó del bolsillo unos tapones para los oídos,
le entregó un par a Kirk y otro a McCoy, y a continuación él se
colocó otro par.
–¿Para qué es esto? ~quiso saber McCoy.
–Le he pedido al señor Spock que los construyera
especialmente para nuestro uso. Filtran todas las frecuencias
excepto las que se encuentran entre los doscientos cincuenta y los
dos mil hercios.
–Es más o menos el espectro normal de las voces humanas. –
Dejan fuera los armónicos, los compases y otros interesantes pero
prácticamente inexplorados aspectos del habla. Lo que oirá le
parecerá carente de entonación e interés, pero la razón de estos
tapones para los oídos resultarán obvias.
Kirk les hizo un gesto a sus amigos para invitarlos a entrar
en el área de detención. El señor Neal montaba guardia, con los
tapones ya puestos. Dentro de la amplia celda donde Lorelei había
permanecido a solas, había ahora dos visitantes. Ni el vicerregente
de Ammdon ni la guardiana de la paz de Jurnamoria daban muestras de
disfrutar en lo más mínimo de la compañía de la pequeña
mujer.
–Tenemos que protestar, Kirk. Esto constituye una violación
de los convenios de guerra. No puede usted encarcelar a tres
personas en una celda de este tamaño.
–En especial cuando dos son gobernantes -intervino el
vicerregente mientras le dirigía una mirada feroz a
Ganessa.
–Parece que ya se han puesto de acuerdo. No quieren
permanecer en esta celda durante más tiempo del necesario. No creo
que vayan a estar aquí durante mucho más.
–Déjenos salir. Ahora. – El tono de voz de la guardiana era
autoritario.
–Dentro de poco. – Y dirigiéndose a Lorelei, le dijo-: Quiero
hablar con usted en privado, por favor. – La mujer menuda se acercó
a Kirk, y alzó una mano para tocar los tapones que él llevaba
puestos. No hizo intento alguno de quitárselos.
–¿Tan poco se fía de mí? – preguntó.
–Lorelei, usted sólo puede ser fiel a su filosofía, para la
que se ha formado durante toda la vida como Habladora de Hyla. No
pido nada más. A menos que desee permitir una guerra, una que usted
misma predijo con demasiada precisión.
–¿La presencia de su nave ha precipitado la guerra? –
preguntó. Kirk se limitó a asentir con la cabeza. Las palabras de
la mujer resonaban apenas, con un sonido átono y casi carente de
vida a causa de los tapones. Sólo su intensa personalidad actuaba
sobre él… ¿o eran también las feromonas de Lorelei, con las que
Kirk estaba en íntima consonancia? Incluso con los oídos tapados,
Jim Kirk tuvo que luchar para no caer bajo el seductor hechizo de
la mujer.
–Ojalá obtuviera alguna satisfacción de decirle: "Ya se lo
había advertido. Esa frase en particular es nueva para mí, pero
encaja en muchísimas de las situaciones que viven ustedes. En Hyla
hay pocas oportunidades para pronunciar palabras semejantes. Todos
conocemos nuestro destino y contribuimos a
alcanzarlo.
–No hay nada más que yo pueda hacer, ni con Ganessa ni con
Falda. ¿Querrá usted hablar con ellos? ¿Durante sólo unos minutos?
Intente persuadirlos de que su guerra es una ridiculez, y de que en
realidad deberían cooperar.
–Veré lo que puede hacerse, pero no hablaré en favor de su
Federación.
–Hable de paz. Es lo que ambos queremos en este
caso.
Ella asintió con gesto vivo. El cansancio desapareció de su
semblante y la mujer se volvió para encarar a los otros ocupantes
de la celda. Donde antes había vivido el esfuerzo agotador de
influir sobre toda la tripulación de una nave estelar para
convencerla del error de sus métodos, ahora se encontraba sólo con
dos personas. Lorelei comenzó a hablar, primero en hylano y luego
en la lengua común compartida por Ammdon y
Jurnamoria.
Kirk permaneció allí junto a Spock y McCoy, mientras la mujer
aprendía cada vez más del idioma ammdoniano.
–Es verdaderamente asombroso, capitán, con qué rapidez
aprende una lengua. Lorelei no sólo capta la gramática general,
sino que parece comprender de modo intuitivo los
matices.
–El lenguaje corporal forma parte de ello. Mire eso -dijo
McCoy-. ¿Ve cómo alza el hombro izquierdo y deja caer el derecho
cuando habla con Ganessa? Eso debe tener algo que ver con la
reverencia, con el reconocimiento de la posición que
ocupa.
–El reconocimiento de la posición que ocupa -repitió Kirk,
con una sonrisa-. Falda y Ganessa no han visto ni la millonésima
parte de lo que Lorelei es capaz de hacer. Ahora empieza a dominar
el idioma de ellos.
–Ha necesitado cuatro coma noventa y tres minutos para
lograrlo -informó Spock.
–En apenas cinco minutos ha comenzado a negociar con ellos, a
sondearlos, a encontrar sus puntos débiles. Dentro de otros diez
conseguirá que se estrechen la mano. – Kirk sentía la vibración de
la voz de Lorelei, incluso a través de los tapones. La observó y
vio que irradiaba una confianza que no dejaba lugar a la duda
mientras hacía su exposición sobre la Senda Verdadera, sobre la paz
y la mutua cooperación. Como por arte de magia, los ceños fruncidos
y la tensión desaparecieron tanto de Ganessa como de Falda, para
ser reemplazados por una actitud. Pronto se desvaneció también eso,
y los enemigos de toda una vida comenzaron a discutir, no con
rencor sino en beneficio mutuo. Las amenazas ya no aparecían en sus
discursos mientras negociaban con el fin de obtener el máximo
provecho para sus mundos respectivos.
–Es verdaderamente asombroso -dijo McCoy-. Esos dos actúan
como socios de una empresa en lugar de hacerlo como comandantes de
ejércitos antagónicos. Vaya, pero si puedo incluso sentirlo, cuando
Lorelei les habla. Debe de estar valiéndose de la persuasión sónica
con tanta fuerza como puede.
–Estoy seguro de ello. Fíjese en la expresión a medida que
sus poderes empáticos perciben los cambios en la disposición
anímica. Dos enemigos se transforman en dos amigos cautelosos. Y, a
menos que me equivoque en la conjetura, Falda y Ganessa son unos
líderes lo bastante fuertes como para influir en sus pueblos.
Regresarán a Ammdon y Jurnamoria con planes de paz en lugar de
tácticas de guerra. Y harán que esa paz sea duradera, a pesar de
los halcones que los han rodeado durante tantos
años.
Satisfecho, Kirk indicó su deseo de que Lorelei y los dos
gobernantes fuesen dejados a solas para que solucionaran las
diferencias que aún pudieran existir. En lo único que se equivocó
fue en el tiempo que necesitó Lorelei para convencer a Ganessa y
Falda de que se estrecharan la mano. No fueron diez minutos: fueron
ocho.
–No logro decidirme respecto a qué hacer con Lorelei -admitió
Kirk ante Spock.
El capitán de la Enterprise alzó los cansados pies, los apoyó
sobre una esquina del escritorio y se reclinó contra el respaldo
del asiento. Su camarote constituía casi el único santuario que
ahora le quedaba. La tripulación bullía de actividad por todas
partes, reparando todo lo que podía en preparación del largo viaje
de vuelta a la Base Estelar Uno. Lorelei había conseguido grandes
resultados con Ganessa y Falda, pero sus gabinetes respectivos se
negaban a apoyar las acciones pacíficas… hasta que también ellos
tuvieran oportunidad de hablar con Lorelei.
–Ella no es técnicamente una ciudadana de la Federación
-señaló Spock-, y por lo tanto, no puede actuar como
embajadora.
–Eso no me preocupa demasiado. Podemos sacarnos de la manga
algún título altisonante. Representante, consejera general o
delegada sin cartera. Cualquier cosa que le confiera un aire
oficial. Ésa es la parte menos importante. Lo que me hace dudar son
los efectos que ella pueda tener sobre Ammdon y
Jurnamoria.
–No los volverá contra nosotros. No mientras siga su llamada
Senda Verdadera.
–Pero, Spock -gritó Kirk al tiempo que dejaba caer los pies
sobre la cubierta y se inclinaba sobre el escritorio-, tenemos que
pensar en los romulanos. No dejarán a estos planetas en paz si se
huelen cualquier tendencia pacifista. Caerán sobre ellos y los
liquidarán con la misma precisión que los lobos a las
ovejas.
–Su metáfora tiene un dejo del doctor McCoy.
–No obstante, es algo que debe considerarse.
–Tal vez podríamos hacerles saber a los romulanos que la
Federación no tolerará una intervención en el
sistema.
Kirk negó con la cabeza.
–Si Lorelei se sale con la suya en este sistema, cosa que
hará, ¿cómo mantendremos a los romulanos fuera de
él?
Una leve elevación de las comisuras de la boca de Spock, hizo
que Kirk le prestase más atención. Algo le resultaba gracioso a su
oficial científico. Con independencia de lo que fuese, tenía que
tratarse de algo de la máxima magnitud.
–¿De qué se trata, Spock?
–Se me ha pasado una idea por la cabeza, capitán. ¿Cree que
es posible disponer las cosas para que Lorelei sea secuestrada por
los romulanos?
–¡Secuestrada! Pero, ellos… -Kirk se interrumpió, y luego se
echó a reír- No la matarían. Acabarían siendo el mayor reto de la
vida de ella. Detener la guerra entre dos planetas atrasados sería
un juego de niños comparado con el esfuerzo necesario para
convertir a los romulanos en seres pacíficos.
–Puede que no sea práctico, pero vale la pena pensarlo,
capitán.
–Tiene razón, Spock. Y hasta que llegue ese momento, ella
puede mantener la paz mejor que nadie. Puedo ver el día en que la
gente como Zarv y Lorritson se encuentren desempleados porque todas
las negociaciones de la Federación sean llevadas a cabo por
hylanos.
–Eso, suponiendo que sean capaces de soportar la política de
la Federación. A ellos, tenemos que parecerles intensamente
belicosos.
–Usted es vulcaniano. ¿Puede renunciar al reto de convencer a
una hylana de que no lo somos, de que sólo buscamos la paz, pero
estamos dispuestos a luchar para impedir una violencia
mayor?
–No, capitán. No puedo renunciar a un reto semejante. Y usted
tampoco.
–Muy cierto, señor Spock. Informemos de la decisión a todos
los implicados.
Se puso a silvar, y cuando se dio cuenta de que aún tenía
puestos los tapones, Jim Kirk sonrió. No pasaría mucho tiempo antes
de que los tapones dejasen de ser necesarios a bordo de la
Enterprise.
–¿Están conformes en todos los aspectos? – preguntó Kirk. –
Lorelei es aceptable para el pueblo de Jurnamoria -declaró Ganessa,
guardiana de la paz.
–También lo es para el de Ammdon. – Falda vaciló, para luego
añadir-: Existen algunos puntos de disensión que debemos
solucionar. Lorelei ha aceptado la tarea de negociarlos en nuestro
nombre.
–Bien. – Volviéndose hacia la pantalla principal, que ahora
presentaba la imagen de la celda de detención donde Lorelei se
encontraba todavía alojada para poder filtrar el sonido e impedir
el lavado cerebral sónico que obraba su voz, Kirk dijo-: ¿Se da
usted cuenta, Lorelei, de que no representa oficialmente a la
Federación?
–Es mi deseo. Tampoco represento a Hyla, a pesar de ser una
Habladora. Ésta es una misión personal.
–Como tal, la Federación puede enviar un embajador más
adelante para negociar los términos de un pacto comercial entre
todas las partes.
–Es lo que esperamos Intervino el vicerregente Falda-.
Lorelei nos ha convencido de que un intercambio entre nuestras
culturas será algo que nos beneficiará a todos.
Kirk disimuló su sorpresa. Si Lorelei había dicho tal cosa,
tenía motivos para ello. Tal vez pensaba que se le garantizaría la
libertad de movimiento por los mundos de la Federación, para
propagar su filosofía de la Senda Verdadera, si solicitaba el
ingreso como representante de Ammdon y Jurnamoria. Al capitán no le
importaba. De ese tipo de cosas les correspondía preocuparse a los
diplomáticos y a los políticos. Él había cumplido con las órdenes
recibidas y había detenido la guerra. Por el momento, se había
impedido el avance de los romulanos a través del Brazo de
Orión.
–Necesito más información antes de transportarla a Ammdon,
Lorelei.
–¿De qué se trata, James? – preguntó ella con voz queda. Por
primera vez, él no sintió ningún rastro de modulaciones sónicas en
las palabras de la mujer. No transmitían ninguna nota callada de
persuasión, sino mera curiosidad.
–No tenemos forma alguna de contactar con Hyla para dar
noticias de su supervivencia. La explosión acaecida a bordo de su
nave impidió que su oficial de comunicaciones pudiera hacer algo
más que transmitir un simple S.O.S. Le agradecería cualquier
información que pueda darnos sobre cómo podríamos proceder para
encontrar Hyla.
Ella estudió a Kirk durante un momento, y luego
sonrió.
–Antes podría haber tenido reticencias. Usted es belicoso,
sin duda, pero está aprendiendo. Sí, le daré toda la información
que necesita para que pueda encontrar Hyla.
Durante un instante, ninguno de los dos habló; luego Kirk
rompió el silencio.
–Volveremos a encontrarnos, Lorelei. Estoy seguro de eso. –
También yo, James. Nos encontraremos otra vez, en términos más
felices.
La pantalla se apagó. Kirk se levantó del asiento de mando y
se encaró con sus dos huéspedes.
–El señor Spock los acompañará a la sala del transportador y
los devolverá a la superficie de Ammdon. Si necesitaran cualquier
cosa, por favor, siéntanse en libertad de contactar con la
Federación.
Pero Ganessa y Falda apenas lo oyeron. Asintieron brevemente
y se marcharon, las cabezas juntas, los hombros en contacto,
hablando en voz baja. Spock los siguió hasta el interior del
turboascensor.
–Vaya, ahí va una pareja feliz -comentó
McCoy.
–Hummm, bueno, sólo están discutiendo… tratados -replicó
Kirk, parpadeando.
–Empieza usted a hablar como Spock. Esos dos están
enamorados. Imagínese, odiándose el uno al otro durante tanto
tiempo, y ahora, ¿quién sabe?
–Sí, doctor, ¿quién sabe? – Tras volverse a mirar a Sulu,
solicitó un informe de estado operacional.
–El transportador ha sido activado. Ganessa, Falda y Lorelei
se encuentran en la superficie.
–Muy bien, señor Sulu. Ponga rumbo a la Base Estelar Uno.
Señor Scott -llamó Kirk en voz alta-, ¿se sentiría usted molesto si
le pidiera un factor hiperespacial uno?
–No puedo garantizarle cómo quedarán los motores, señor, pero
resistirán el factor uno durante unas cuantas
semanas.
–Excelente. Trace rumbo a casa, señor Sulu. Factor
hiperespacial uno.
Ahora todo le parecía bien a James T. Kirk. La tripulación
había recobrado su estado normal, todo estaba en paz y la misión, a
pesar de los graves contratiempos sufridos, se había llevado a cabo
con éxito.
La Enterprise se estremeció, y luego salió de la órbita en
línea directa hacia la Base Estelar Uno, hacia las reparaciones y
el descanso, del que tenían necesidad tanto el equipo como la
tripulación.
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20/05/2008
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v.0.9; Mikhail Sharonov, 2006;
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