Diario del capitán, fecha
estelar
4769.1
–Allí la tenemos, capitán -dijo el teniente Sulu con voz
emocionada-. La Base Estelar Uno. Nunca ha tenido mejor
aspecto.
James T. Kirk se repantigó en su asiento de mando y miró de
hito en hito la pantalla. Los diques secos orbitales, capaces de
albergar a una nave enorme como la Enterprise, flotaban en
perfectas hileras geométricas a un lado del planeta. Apenas una
fracción más a la derecha, bajo las cerosas nubes ocasionalmente
guarnecidas por el negro de las tormentas y el destello de los
rayos, yacía el extenso complejo de la Base Estelar Uno. Kirk cerró
los ojos durante un momento, y evocó vívidamente la última vez que
había estado allí.
Había sido antes de que comenzara la misión actual de
exploración con la Enterprise. Antes de Alnath 11 y antes de
encontrar a las asombrosas inteligencias que poblaban Delta
Canaris. Había sido antes de que le dieran el mando de una nave.
Como teniente, se había abierto una ancha senda a través de los
círculos sociales de esta base estelar. Aún recordaba las largas
noches, las fiestas, la emoción.
Kirk suspiró y abrió los ojos, mientras el recuerdo se
desvanecía. Todo aquello ya había quedado atrás. Tenía más
responsabilidades de las que debería soportar nadie. Gobernar una
nave estelar del tamaño de la Enterprise suponía un trabajo
continuo y una preocupación constante. Que fuesen sus oficiales más
jóvenes quienes salieran e intentasen igualar los líos en que él se
había metido cuando tenía la misma edad. Kirk sabía que él pasaría
la mayor parte del tiempo a bordo de su nave, asegurándose de que
todos y cada uno de los aparatos que había en ella eran reparados y
acondicionados según los estrictos estándares de la Flota
Estelar.
No aceptaría que fuese de ningún otro modo.
–Un mensaje, capitán -anunció la suave voz de Uhura-. De la
almirante McKerma.
Kirk profirió un largo y profundo suspiro. La última persona
con quien quería hablar era un almirante, especialmente uno de
actitud tan inflexible como McKenna.
–Pase a la almirante a pantalla, teniente -dijo. La imagen
del planeta se deshizo y fue reemplazada por una mujer que llevaba
el pelo recogido en un estilo severo que no realzaba en nada sus
encantos.
–¿Qué tal está, almirante? – la saludó Kirk.
–Bien, Kirk -replicó ella con tono áspero y duro-. No se
moleste en atracar. No permanecerá en órbita mucho
tiempo.
–¿Qué? – preguntó Kirk, ahora por completo alerta. Sus ojos
se entrecerraron mientras la estudiaba. Hebras color plata listaban
su cabello negro, cosa que añadía un aire de autoridad a su
aspecto. Lo que una vez habían sido finas arrugas en la frente y
alrededor de los ojos, se habían transformado en zanjas… zanjas
duras que denotaban las tensiones que el mando había depositado
sobre ella. Kirk no iba a permitir que la tensión se aliviara en lo
más mínimo por el sistema de pasarle a él la responsabilidad. No en
ese momento. No después del vapuleo que acababan de recibir su nave
y su tripulación.
–Si su médico dictamina que padece usted una deficiencia
auditiva, me encargaré de apartarlo del mando. En caso contrario,
prepárese para transportar a bordo un grupo de tres
personas.
–Almirante McKenna, ha tenido tiempo para examinar mi informe
de estado. Esta nave precisa una exhaustiva revisión de
mantenimiento. Nuestros motores necesitan reparaciones. La
computadora hace tiempo que debería haber sido sometida a una
revisión que sólo puede llevar a cabo un experto en cibernética de
una base estelar. Mi tripulación está…
La mujer lo interrumpió con un gesto de la
mano.
–Ha puesto usted una nota de múltiples recomendaciones para
el comandante Scott. He comprobado su historial. Es capaz de
mantener cualquier motor en funcionamiento, con independencia de en
qué condiciones esté. Su señor Spock ha formado a nuestro jefe de
cibernética. Su informe habla de excelencias de una punta a otra,
en todas las secciones. ¿Acaso ha archivado un informe
falso?
–Almirante, eso es injusto. Mi tripulación es la mejor del
espacio. El historial de la Enterprise lo demuestra, pero
necesitamos un permiso de tierra. Lo exijo. Mis hombres no son
máquinas, capaces de funcionar eternamente. Son de carne y
hueso.
La almirante McKenna hizo caso omiso del arrebato de
Kirk.
–Fíjese en las naves que se encuentran en los muelles uno y
cuatro. Dígame qué ve.
Kirk se recostó en el respaldo del asiento, mientras con los
dedos tamborileaba sobre el posabrazos. Sus ojos no abandonaron en
ningún momento la pantalla desde donde el rostro de la almirante lo
contemplaba en un tamaño superior al natural. Desde su puesto
emplazado a la derecha, Spock le proporcionó la información
solicitada por la almirante.
–En esos muelles hay naves que necesitan una reparación
completa. Una se ha quedado sin motores. La otra parece que ha
perdido gran parte del puente.
–No tiene puente, ya no. – El rostro de la almirante McKenna
se puso tenso, los labios se contrajeron hasta ser una línea apenas
más fina que el filo de una navaja-. Los romulanos se encargaron de
que así fuera. Volaron el puente de la Scarborough, junto con el
capitán Virzi y sus oficiales, desintegrándolos en átomos. Los
cuatro alféreces que asumieron el mando recibieron notas de
recomendación.
–¿Los romulanos? – preguntó Kirk con escepticismo-. No he
tenido noticias de ningún problema con ellos.
–Tengo pleno conocimiento de sus escaramuzas con los Klingon.
Esta situación es potencialmente igual de
peligrosa.
Pero vayamos al grano: no hay ninguna otra nave estelar que
se encuentre en unas condiciones ni siquiera la mitad de buenas que
la Enterprise. Tampoco hay tiempo alguno que perder. Esta misión no
exigirá que participe en ninguna batalla. Me disgusta enviarlo de
vuelta ahí fuera sin haber sometido la nave a revisión, pero lo
único que se le pide es que transporte un grupo de especialistas a
Ammdon.
–¿Lo único? – insistió Jim.
–Casi lo único. El embajador Zarv y sus negociadores de paz
le informarán de cualquier otro cometido. Le he dado orden al jefe
del muelle catorce para que comience a cargar los suministros de
repuesto. Si el personal de ingeniería se da prisa, tal vez les dé
tiempo a solicitar lo que necesiten para trabajar en sus motores
mientras van camino de Ammdon.
–Almirante McKenna, protesto. Aunque ésta pueda ser una
situación grave…
–Lo es, capitán. El embajador Zarv le informará debidamente.
Y considérelo como más que un simple pasajero. – ¿Estoy bajo las
órdenes de él?
–No, capitán Kirk, nada de eso. Y usted lo sabe. No obstante
-dijo la mujer, y se aclaró la garganta-, cualquier cosa que
sugiera el almirante debe ser considerada seriamente, poco menos
que como una orden. ¿Me he expresado con claridad?
–Sí, almirante.
–Bien. – Durante un momento contempló con fijeza a Kirk,
mientras sus ojos gris pálido se suavizaban un poco- Y, Jim,
lamento todo esto. De veras que lo siento. – La imagen se deshizo y
volvió a formarse con la vista original del planeta. Las nubes
blancas se habían oscurecido de modo considerable, y las descargas
de gigavoltios de los rayos azotaban ahora la montaña de cumbre
allanada sobre la que se alzaba la Base Estelar
Uno.
–Capitán -informó la voz serena de Spock-, están
transportando a tres personas procedentes de la base estelar.
¿Desea ir a recibirlos?
–¿Tenemos alguna alternativa, señor Spock? – inquirió el
capitán, con un dejo de amargura en la voz. Alzó los ojos hacia su
oficial científico y vio que tenía una ceja arqueada, la única
manifestación que Spock se hubiera permitido ante la actitud
rebelde del capitán-. Venga, pues. Vayamos a recibir al embajador
Zarv y su equipo de especialistas de la paz. Señor Chekov, tiene
usted el mando.
Las puertas del turboascensor se abrieron y cerraron, y luego
volvieron a abrirse antes de que Kirk se diera cuenta de que había
abandonado el puente. Sus pensamientos eran tan borrascosos como la
tormenta que azotaba el planeta. Su tripulación merecía disfrutar
de un permiso de tierra.
–Capitán, ¿se encuentra bien? – preguntó Spock. El vulcaniano
se encontraba a un lado y tenía las manos cogidas a la
espalda.
–Maldición, Spock, no, no me encuentro bien. McKenna no tiene
ningún derecho a ordenarnos que regresemos al espacio. Mi
tripulación necesita descansar y relajarse. Esta nave necesita una
revisión concienzuda. Incluso a usted le vendría bien un poco de
distracción.
–¿A mí, capitán? Difícilmente. – Spock se volvió y contempló
las chispeantes motas que danzaban por el interior de los rayos
transportadores. Las columnas de centelleante energía se
solidificaron en forma de siluetas.
Kirk avanzó para recibir a los negociadores de
paz.
–¿Kirk? – exigió saber un hombre de estatura baja y aspecto
porcino-. ¿Cuándo podemos partir hacia Ammdon? El tiempo es
esencial en este asunto. No debemos demorarnos. ¡Ni un
instante!
–Embajador Zarv -lo saludó Kirk. El tellarita parecía una
elección inverosímil para cualquier clase de negociación. Era
brusco, grosero, y se tomaba grandes molestias para resultar
ofensivo-. Bienvenido a bordo de la nave estelar
Enterprise.
–¡Ya sé lo que es este trozo de hojalata!
El técnico del transportador se puso rígido. Kirk reprimió
una sonrisa. Scotty les había imbuido a los miembros de su sección
de ingeniería el mismo amor por la Enterprise que sentía él. Si
Scotty hubiese oído que se refería a la Enterprise como un "trozo
de hojalata", habría arrojado al embajador de vuelta al
transportador y habría dispersado el rayo en el espacio
vacío.
–En ese caso, estará enterado de que estamos subiendo
suministros y repuestos a bordo, y de que necesitamos algunas
reparaciones, de que…
–Capitán Kirk -lo interrumpió otro miembro del trío-, el
embajador Zarv está legítimamente molesto por las demoras con que
ya ha tropezado en este fastidioso asunto. Necesitamos llegar a
Ammdon lo antes posible, como sin duda le han informado sus
superiores.
–¿Por qué razón arriesgamos todos nosotros nuestra vida? –
preguntó Kirk. El hombre al que le había dirigido la palabra
parecía de la Tierra. Ataviado con chaqueta de terciopelo azul
claro, camisa con volantes y calzones negros ajustados, podría
haber sido un modelo de alta costura en lugar de un diplomático.
Sin embargo, Kirk no cometió el error de catalogarlo como
petimetre. Los ojos del hombre parecían trozos de hielo polar, y
sólo las palabras que pronunciaba eran cordiales. Todo lo demás en
su persona indicaba que había acero debajo del
terciopelo.
–Los planetas Ammdon y Jurnamoria ocupan sistemas solares
contiguos. Sus procedimientos diplomáticos son algo primitivos y
deficientes comparados con los nuestros.
–Vaya al grano, Lorritson -le espetó Zarv-. Lo que está
intentando decirle es que esos bárbaros van a comenzar a dispararse
unos a otros a menos que nosotros intervengamos. La Federación
tiene un especial interés en mantener la paz en esa región.
Minería, manufactura, todo eso. Y lo peor de todo es que Ammdon y
Jurnamoria se encuentran en el brazo de Orión.
–Y los romulanos están realizando incursiones hostiles en la
zona -concluyó Kirk. Recordó el lacónico comentario de la almirante
McKenna acerca de la Scarborough.
–Precisamente. Aunque puede que para ustedes aún haya
esperanza, capitán -declaró Zarv. Cuando se erguía en toda su
estatura, apenas si le llegaba a Kirk al pecho. Diminutos ojos muy
juntos miraron hacia arriba, impulsados por una intensidad que
lindaba con el fanatismo-. Nosotros somos expertos en la situación,
Kirk. Llévenos hasta allí. – Zarv señaló a Spock y continuó-:
Usted. Condúzcanos a nuestras dependencias. Ahora. Y lleve esta
nave a Ammdon.
Spock desvió la mirada hacia Kirk, quien asintió con la
cabeza. Spock condujo silenciosamente al embajador fuera de la
sala. Lorritson y el otro diplomático se quedaron
atrás.
–No hemos sido formalmente presentados, capitán -dijo
Lorritson- Soy Donald Lorritson, jefe adjunto en el sistema de
Ammdon.
Kirk parpadeó una vez a causa de la sorpresa. Lorritson no
tendría ni treinta años; era demasiado joven para ostentar un cargo
diplomático tan alto… a menos que fuese un negociador muy bien
dotado. Eso hacía que el embajador Zarv pareciese tanto más
capaz.
–Y el otro miembro de nuestro equipo es Mek Jokkor. Mek
Jokkor es experto en productos agrícolas, en especial los que se
cultivan en el brazo de Orión. – Kirk estrechó la mano de Mek
Jokkor, y sintió una leve viscosidad al retirar la suya-. Mek no
pertenece a ninguna especie animal, como nosotros, capitán. No
tiene ADN. Tiene un parentesco más estrecho con las plantas de
nuestro planeta que con nosotros.
–¿No habla usted? – preguntó Kirk, que ahora miraba
abiertamente al ser. Un diminuto estremecimiento de una cabeza de
apariencia humana fue la única respuesta que
obtuvo.
–La especialidad de Mek Jokkor consiste en adaptar plantas de
Ammdon para que crezcan en Jurnamoria, y viceversa. Es
verdaderamente asombroso. Vamos a usar esto para influir en las
negociaciones, dado que una gran parte de los problemas que existen
entre ambos planetas tienen que ver con los suministros
alimentarios.
Un poderoso grito resonó en el corredor al que daba la sala
del transportador.
–Gracias por la información, señor Lorritson -dijo Kirk
apresuradamente-. A pesar de lo mucho que me gustaría oír en este
momento más cosas acerca de su misión, su embajador está…
bramando.
Lorritson sonrió, y luego le hizo un brusco gesto con la
cabeza a Mek Jokkor. Los dos salieron apresuradamente, cruzándose
en la entrada con el doctor Leonard McCoy.
–¿Qué está sucediendo, Jim? – exigió saber McCoy-. ¿Qué
significan tantos aspavientos con ese tellarita? ¿Y qué están
haciendo a bordo?
–El embajador Zarv estará más que complacido de informarlo al
respecto, Bones -replicó Kirk, travieso-. En cuanto a mí, creo que
acabo de ser polinizado. – Se limpió la viscosidad de la mano
derecha en la parte superior del uniforme, y a continuación se
marchó antes de que McCoy pudiera formular alguna pregunta que no
quería contestar.
–No es posible, señor -protestó el comandante Montgomery
Scott-. Tal vez mis niños no resistirán el esfuerzo. – A juzgar por
sus palabras, cualquiera hubiera dicho que estaba por abrazar a los
poderosos motores de la Enterprise.
–Haga lo que pueda, Scotty. Haga que transporten a bordo todo
el equipamiento posible mientras estemos en
órbita.
–Necesitamos entrar en dique seco. Ninguna otra cosa servirá
de nada.
James Kirk recorrió con los ojos la sala de motores. Todo
estaba inmaculado, lustroso, perfecto. Ningún capitán de la Flota
Estelar tenía un oficial ingeniero mejor que Montgomery Scott.
Scotty mantenía los motores como si la más diminuta desviación en
la aguja de un indicador fuese una uña clavada en su propia
carne.
–Éste va a ser un viaje tranquilo. Nada de prisas. Ni
velocidades de emergencia ni maniobras. Lo único que vamos a hacer
es llevar a un equipo de tres hombres hasta
Ammdon.
–¡Ammdon! – gritó el ingeniero- ¡Eso está al otro lado del
universo!
–No tanto -replicó Kirk, sonriendo-. Pero la nave se
mantendrá de una pieza, ¿no es cierto?
–Sí, eso sí -reconoció el ingeniero con algo de pesar. Kirk
veía que lo que Scotty deseaba era desmontar los motores y
reconstruirlos amorosamente desde cero, para hacerlos más potentes,
para conferirles un poquitín más de rendimiento-. Pero no puedo
recomendarlo.
–¿Cuál es la peor avería que podemos tener?
–Las botellas magnéticas. En algunos puntos los campos se han
reducido considerablemente. Una sola ruptura y perderemos toda la
potencia. Podría ser fatal, señor. – Scotty hizo un expresivo gesto
con las manos para mostrar cómo estallaría todo.
Kirk pensó en aquello y preguntó:
–¿Qué factor hiperespacial considera el máximo dentro de los
límites de seguridad? Que no sea potencia de impulsión hasta un
dique seco.
–Bueno, señor, nada superior a factor hiperespacial tres. El
esfuerzo excesivo…
–Lo sé, Scotty. No se imagina lo bien que lo sé. – Kirk
respiró profundamente, recorrió la sala de motores una vez más con
la mirada, y concluyó-: Adelante. Y yo intentaré no pedirle nada
superior a un factor dos.
–No he querido decir que estuviera bien viajar siquiera a esa
velocidad, señor. Lo que quise decir es que el factor tres es el
máximo.
Kirk dejó a Scotty mascullando para sí, manoseando
indicadores y tomando centenares de notas sobre nuevas y diversas
maneras de realizar ajustes finos en sus preciosos motores. Sin
embargo, el capitán Kirk estaba preocupado por la inestabilidad de
las botellas magnéticas de los motores hiperespaciales. Los
poderosos campos magnéticos contenían en su interior materia y
antimateria, que impulsaban a la nave a través del hiperespacio. El
más leve debilitamiento de ese campo significaba pérdida de energía
en el mejor de los casos, y destrucción total en el
peor.
Luego, Kirk apartó el tema de su mente. Él tenía sus órdenes.
Que Scotty cumpliera con las suyas.
–Informe de estado, señor Chekov.
–Todo bien, capitán -respondió el navegante-. En curso,
factor hiperespacial dos, según las órdenes.
–¿Spock? – preguntó Kirk- Dígame, ¿cuál es el estado de la
nave?
–Las verificaciones de la computadora se desarrollan de
acuerdo con lo previsto, señor. Emplea un programa nuevo que he
escrito yo para este propósito, precisamente.
–Lo habrá escrito en su tiempo libre, supongo, ¿verdad, señor
Spock?
–Por supuesto, capitán. – Spock parecía casi indignado. Jamás
dedicaría las horas de servicio a trabajar en un proyecto personal
como éste.
Kirk sacudió la cabeza y se instaló en su asiento de mando.
Durante las tres semanas pasadas desde que habían salido de la Base
Estelar Uno, la Enterprise había funcionado a la perfección. Sólo
la presencia de los diplomáticos a bordo rompía la rutina. El
embajador Zarv hacía todo lo posible para que todos los miembros de
la tripulación se sintieran personalmente responsables de que aún
no hubiera podido llegar a Ammdon y celebrar la conferencia de paz.
Kirk había hablado con Donald Lorritson acerca de la actitud del
embajador, pero no había servido de gran cosa.
–El embajador Zarv -había dicho- es un hombre obsesionado. Ve
peligro en cualquier guerra que haya en el brazo de Orión. Si
llegaran a intervenir los romulanos, nos quedarían dos
alternativas: o perder todo contacto con los planetas libres
esparcidos por el brazo, o lanzarnos a una guerra interestelar.
Zarv es un negociador diestro, uno de los mejores que tenemos en la
Federación. Limítese a aguantarlo durante unos días
más.
A Kirk no le había gustado la sugerencia, pero no tenía otra
opción. La constante insistencia del embajador acerca de la
lentitud de la nave distraía a los miembros de la tripulación de
sus obligaciones, y reforzaba el enojo que sentían porque no se les
había permitido disfrutar de un permiso de tierra.
–Señor Spock, dado que la región del espacio por la que
transitamos está relativamente poco cartografiada, ocúpese de que
se tomen los datos pertinentes para uso futuro. Al fin y al cabo,
la Enterprise debería de ser algo más que un taxi. Cuando
regresemos a la Base Estelar Uno, quiero enseñarle a la almirante
McKenna cartas completas de nuestro recorrido.
–El cartografiado ya está en proceso, capitán. Me tomé la
libertad de dar esa orden para mantener ocupada a la
tripulación.
–Bien. – Kirk se hundió en su asiento, mientras sus ojos iban
de un terminal a otro. El trabajo de Sulu al timón era preciso,
perfecto. Aunque, por otra parte, existían escasas razones para que
fuese de otro modo. Aparte de mostrarse capaz, el piloto oriental
tenía poco que hacer. El rumbo había sido introducido y olvidado a
continuación. En el exterior de la nave, sólo se extendía en todas
direcciones el monótono espacio sembrado de nubes de gas. Pavel
Checkov dedicaba el tiempo a hacer prácticas con el personal de las
baterías fásicas, mejorando en fracciones de segundo su velocidad
de reacción. Spock trabajaba con su computadora. Uhura se pasaba el
día sumida en ensoñaciones, dado que sus servicios como oficial de
comunicaciones serían innecesarios durante al menos una semana más.
E incluso entonces, el contacto con Ammdon sería algo que se
ajustaría a la más estricta rutina.
Rutina. A su alrededor no había nada más que rutina. Y él se
aburría.
El destello de las luces de alarma y las sirenas que
ascendían y descendían en la escala sonora, lo arrebató de sus
pensamientos.
–¡Spock, informe! – le espetó al primer
oficial.
–Nave no identificada por babor, capitán.
–No hay contacto verbal ni visual, señor -fueron las rápidas
palabras de Uhura.
–Escudos detectores a media potencia.
–Sí, señor. – Chekov cambió rápidamente del entrenamiento a
la realidad-. ¿Qué hay de los cañones fásicos, señor? – Cárguelos,
pero no dispare.
–Capitán, la nave va a la deriva, sin potencia, es un
derrelicto. Pero detecto débiles lecturas de formas de vida.
Corrección, detecto una forma de vida de naturaleza
insólita.
–Explíquese.
Spock alzó los ojos de su visor y sacudió la
cabeza.
–No puedo. Las lecturas de la forma de vida no concuerdan con
ninguna de las que tenemos en nuestros bancos de datos. Además, el
diseño de la nave es desconocido.
–Sulu, trace un vector paralelo al derrelicto. – Kirk pulsó
uno de los botones de comunicación instalados en el posabrazos de
su asiento-. Transportador, preparados para traer a bordo a una
forma de vida de una especie desconocida. – Otra rápida pulsación
del botón de comunicaciones-. Doctor McCoy, acuda a la sala del
transportador. Lleve un equipo completo de material médico para
alienígenas. – Antes de que McCoy pudiera responder, Kirk había
pulsado otros varios botones de mando.
Se deleitaba en la acción. Ya no estaba aburrido. La misión
de la Enterprise no era la de servir de taxi a odiosos
diplomáticos; era la de explorar lo desconocido, encontrar nuevas
formas de vida y contactar con ellas.
–Puede que esta misión acabe valiendo la pena -dijo, más para
sí mismo que para los otros.
El sonido de las puertas del turboascensor a sus espaldas le
dio unos pocos segundos para prepararse en previsión de la furiosa
embestida verbal que sabía que se avecinaba.
–Kirk, ¿cuál es el significado de este ultraje? – bramó
Zarv-. No podemos perder el tiempo escabulléndonos por rincones
extraños. Ammdon y Jurnamoria están a punto de lanzarse el uno al
cuello del otro. Tengo que llegar allí para detenerlos. ¡Tengo que
llegar allí para detener a los romulanos!
–Embajador Zarv -respondió Kirk, en voz baja y tranquila-, no
podemos abandonar a esa nave. Usted, como experto de la Federación
en leyes de paz, debería saber que una- señal de socorro se
antepone a cualquier otra misión. A cualquier
otra.
–¿Señal de socorro? ¿Qué señal de socorro? ¿Ha habido acaso
alguna comunicación por radio? – Zarv se volvió y señaló a Uhura
con una mano rechoncha- Usted, la de ahí. ¿Qué
señal?
–Las lecturas de una forma de vida bastan para justificar una
misión de rescate, capitán -señaló Spock-. Estamos en el proceso de
transportar a bordo al único superviviente de este
desastre.
–Podría ser portador de una epidemia espacial. Podríamos
morir todos. Y entonces yo nunca llegaría a Ammdon. ¡Por el
remolino de Antares, estoy rodeado de débiles mentales!
¡Completamente rodeado! – El embajador lanzó sus regordetes brazos
al aire y se marchó del puente con paso
majestuoso.
–Señor Spock, vayamos a ver qué hemos transportado a bordo.
Señor Chekov, tiene el mando.
En la sala del transportador, el doctor McCoy ya se hallaba
inclinado sobre una silueta menuda. Lo único que Kirk vio fue el
leve agitarse de una tela diáfana color verde mar, hasta que rodeó
al médico para ver mejor.
Los párpados de la mujer se agitaron hasta abrirse, y sus
ojos se fijaron en los del capitán. James Kirk dio un paso
involuntario al frente, la mano tendida hacia ella. – Sufre un
shock, Jim, según creo.
–¿Qué, Bones? Ah, sí. Un shock. ¿No está
seguro?
–Sólo soy un médico, no un lector de mentes. Exteriormente,
parece bastante humana.
–Eso diría yo.
–Pero fíjese en las lecturas del tricorder médico. – Alzó el
aparato para que Kirk lo inspeccionara. Las destellantes luces
indicaban diversos problemas… para un ser humano- Está viva, y no
debería estarlo. Exposición a radiaciones pesadas, y en cambio está
viva. No hay ninguna indicación significativa de ritmo metabólico,
y sin embargo está tibia.
–Tibia -repitió Kirk con tono distraído. Sus ojos no se
apartaban de ella. Una sonrisa diminuta se formó en las comisuras
de los labios de la mujer, y un leve rubor embelleció sus
mejillas-. Es adorable.
–Ayúdeme a llevarla a la enfermería. Tal vez allí pueda
averiguar algo más.
–No hay ninguna necesidad, doctor McCoy -dijo ella. Su voz
sonó ligera y etérea, una brisa primaveral que acariciaba altos
pinos-. Aunque no estoy completamente sana,
viviré.
–¿Cómo es que habla nuestro idioma? – exigió saber McCoy-. He
verificado sus lecturas mediante la computadora de la nave, y la
Federación no ha encontrado nunca una raza como la
suya.
–Yo… aprendo los idiomas con rapidez. Todos los idiomas. – Se
sentó, y se alisó el fino vestido en torno al menudo cuerpo. Se
inclinó hacia delante y volvió a mirar a Kirk a los ojos-. Las
lenguas habladas son las más fáciles de dominar. Las no habladas
resultan mucho más difíciles.
–¿Qué le sucedió a su nave? – consiguió preguntarle Kirk.
Ella se encogió de hombros.
–Una avería mecánica. Toda la tripulación pereció. Yo sé poco
de naves estelares. Soy una Habladora.
–¿Una Habladora? ¿De qué planeta?
–Soy nativa de Hyla.
Kirk alzó los ojos hacia Spock, que sacudió la cabeza. – Ese
planeta es desconocido para nosotros. ¿Puede darnos más información
acerca de él?
–Desde luego, aunque mi conocimiento de su localización es
limitado. He estado sola a bordo de la Sklora durante casi dos
meses. Durante la mayor parte de ese tiempo, nuestros motores se
encendían de modo fortuito. Cuando se consumió el combustible, la
Sklora continuó a la deriva sobre su último
vector.
–¿Así que no sabe dónde está Hyla?
–No sé dónde estamos ahora.
–Jim, maldición, ¿no se da cuenta de las cosas por las que
habrá tenido que pasar? Deje de interrogarla como si fuera una
espía: tengo que hacerle un análisis biológico
completo.
–Por favor, doctor, créame cuando afirmo que estoy
relativamente ilesa. No me hallo en peligro.
La mirada de ella volvió a desviarse hacia
Kirk.
–¿Tiene usted nombre? – inquirió el capitán-. Llamarla
Habladora parece un poco… distante.
–Sin embargo, estos amigos suyos lo llaman capitán. – Ella
sonrió y despojó las palabras de cualquier significado cáustico-.
Nosotros no tenemos nombres como MCCoy, Spock y
Kirk.
–Así pues, la llamaremos Habladora.
La mujer sonrió, y Kirk casi se derritió en la brillantez de
esa sonrisa.
–Llámeme Lorelei.
El viaje hasta ahora ha sido rutinario, excepto por lo que
respecta al rescate de Lorelei, Habladora de Hyla. Spock ha
examinado cuidadosamente los archivos de nuestra computadora, y no
ha hallado indicio alguno de que dicho planeta exista. No obstante,
McCoy está seguro de que los patrones biológicos de Lorelei son
aproximadamente iguales a los terrícolas. Las diferencias, que sí
existen, no le impiden a ella respirar nuestra mezcla atmosférica
ni comer nuestros alimentos. Es una mujer impresionante,
inteligente, bonita, y hay en ella una cualidad indefinida que
encuentro irresistible.
Ojalá el embajador Zarv tuviese una fracción del encanto de
ella.
Grandes chispas azules empezaron a saltar describiendo un
arco desde el panel de control a los terminales de los motores
hiperespaciales. El técnico que había allí se vio sorprendido. El
olor a carne quemada ya había impregnado el aire de la sala de
motores cuando los gritos agónicos se convirtieron en suaves
gemidos.
–¡Que McCoy venga aquí abajo de inmediato! – chilló Scotty-.
Los motores. Reduzcan la potencia en un diez por ciento. Usted,
McConel, comience con las verificaciones. Necesito una lectura de
computadora antes de desactivar completamente.
La pelirroja jefa de equipo se apresuró a cumplir con su
misión mientras Scotty apartaba delicadamente al técnico herido de
la zona del cortocircuito. El oficial de ingeniería no hizo caso de
las chispas que pasaban a apenas un par de centímetros por encima
de su cabeza, aferró los laxos antebrazos del tripulante y comenzó
a tirar de ellos. Sólo cuando el hombre estuvo por completo
apartado del panel, Scotty se sentó sobre las planchas de la
cubierta y profirió un gran suspiro.
–Mis motores. Mis preciosos motorcillos. – Sacudió la cabeza.
El arco aumentaba en intensidad, elevándose como un arco iris
mortal entre los paneles de control y el revestimiento del motor.
El metal ennegrecido ya comenzaba a transformarse en escoria y
formar un charco sobre la cubierta. Intrincadas placas de circuitos
impresos, cubos integrados y cableados expuestos al calor, también
se derretían y comenzaban a carbonizarse. En pocos segundos más,
los circuitos excitadores de materia antimateria también quedarían
destrozados.
–Ya lo tengo, Scotty -gritó la pelirroja desde el otro
extremo de la sala de motores-. Hay que desconectar la potencia del
veintitrés.
–¡Pero, muchacha, eso desactivará el soporte vital de media
nave!
–Yo le digo lo que opino -fue la réplica inmediata que
obtuvo.
Scott no vaciló en dar la orden. Era mejor dejar una buena
parte de la Enterprise sin luz ni aire durante unos pocos minutos,
que permitir que estallase el motor.
–¿Qué está pasando aquí, maldición? – sonó la quejumbrosa voz
de McCoy-. Corta usted toda la energía de los corredores. Las
puertas ni siquiera se abren.
–Lo siento, doctor, pero antes que nada, necesito
urgentemente su asistencia médica.
–¿Por qué no me lo ha dicho antes? – McCoy se dejó caer junto
al técnico, hizo una mueca y alzó los ojos hacia Scotty-.
Quemaduras de tercer grado en los hombros y la espalda.
¿Eléctricas?
–Sí. – El ardiente arco se había desvanecido tan rápidamente
como se formó, después de que Scotty ordenara desactivar el
conductor de control veintitrés.
–No hay mucho que pueda hacer por él aquí. Necesita
aislamiento. Gel para quemaduras. Algunos retoques quirúrgicos en
estas venas y arterias. – Incluso mientras hablaba, McCoy no dejaba
de trabajar. Su tricorder médico presentaba lecturas de señales
vitales debilitadas y decidió enseguida inyectarle al hombre un
estimulador de beta-endorfinas para aliviarle el
dolor.
–Aquí llega el equipo médico, doctor -dijo la oficial
McConel. A los que llevaban la camilla les indicó por gestos que
pusieran inmediatamente sobre ella al hombre herido. Ellos hicieron
bajar la plataforma antigravedad junto al médico, recogieron con
cuidado al técnico y se lo llevaron flotando camino de la
enfermería en menos de un minuto.
–¿Alguien más, Scotty? – preguntó McCoy.
–Nadie más, doctor, alabado sea el cielo. Andres es el único
herido.
Leonard McCoy miró en torno y se encogió de
hombros.
–Haré lo que pueda,,pero procure que no tenga que llevarme a
ningún otro cuando haya curado a éste. No me gusta que me
atosiguen.
–Informe, oficial -ordenó Scotty- ¿Qué ha
sucedido?
–No es tan grave como parecía. El circuito excitador puede
ser reconstruido. Podría reducir un poquitín nuestra energía hasta
entonces, pero no es nada que no podamos
solucionar.
Scotty le dedicó una amplia sonrisa a su jefa. Era buena cosa
tener a alguien que se preocupaba por los motores tanto como él. Y
era todavía mejor que fuese también escocesa.
–Comandante Scott, informe de estado. – Scotty se volvió y
vio al capitán Kirk, que se deslizaba a través de la puerta abierta
parcialmente. Los circuitos de control de las puertas estaban
conectados con el soporte vital en la mayor parte de la nave-.
Necesito potencia en todas las cubiertas de la cuatro a la
ocho.
–Capitán, ya se lo dije. Podré darle esa potencia cuando
hayamos vuelto a la normalidad.
Los penetrantes ojos de Kirk recorrieron la sala,
identificaron la avería de inmediato y estudiaron los
desperfectos.
–No es demasiado grave, capitán -comentó la oficial McConel,
como respuesta a las mudas preguntas de él-. Pero las botellas
magnéticas del motor de estribor se han reducido tanto que podrían
romperse.
–¿Eso ha sido la causa de todo esto? ¿El campo magnético se
ha reducido y permitido filtraciones de radiación?
–Los circuitos se sobrecargaron al intentar estabilizarlo,
señor. – Scotty hacía gestos con los brazos que evidenciaban su
agitación-. No podemos hacer más de lo que ya estamos
haciendo.
–Si redujera la velocidad a factor uno, ¿le ayudaría eso a
realizar las reparaciones?
–Lo mejor sería que buscáramos un lugar donde atracar, señor.
Necesito protección para trabajar adecuadamente en los motores. –
La expresión disgustada de Scotty le dijo a Kirk que no se trataba
de un simple capricho. Su oficial ingeniero jefe decía en serio
cada una de aquellas palabras.
–Aún nos encontramos a unos quince días de viaje de Ammdon.
La reducción de velocidad hará que el viaje se alargue todavía más.
Usted sabe que tenemos que llevar hasta allí al equipo diplomático,
Scotty. Haga lo que pueda. Mantenga los motores en
funcionamiento.
–Sí, señor. Puedo hacer que sigan funcionando, pero no sin
ciertos riesgos.
–Haga lo que tenga que hacer, Scotty. Confío plenamente en
usted. – Kirk dio media vuelta para marcharse, luego vaciló y le
habló a la oficial McConel-: Heather, ¿tiene el alambique en el
laboratorio de biología de la cubierta cuatro?
–¡Señor! – protestó ella, al tiempo que se erguía y clavaba
sus ojos verdes directamente en los de él-. Usar un alambique va
contra el reglamento.
–Ah, ya veo. Bueno, por lo que yo sé, un descenso en la
potencia hace que la mezcla que ya está en el alambique se enfríe.
Eso reduce la cantidad y la calidad.
–¡Señor!
–La producción no me importa, pero todo lo que hay en la
Enterprise debe ser de calidad. Continúe.
James Kirk le dedicó una breve sonrisa, y luego se marchó
apresuradamente camino de la enfermería.
–No sé qué decirle, Bones -comentó Kirk mientras se retrepaba
en la silla y sorbía el brandy que le había servido el médico-.
Esta misión empieza a ser desagradable.
–Si lo dice por el técnico que casi se ha electrocutado, y
que como puede ver está recuperándose bien bajo mis cuidados, son
cosas que suceden constantemente a bordo de una nave
estelar.
–¿Constantemente, Bones? No a bordo de la
Enterprise.
–Ya sabe a qué me refiero. Si uno anda por ahí metiéndose con
corrientes eléctricas y cosas de ésas, tiene que contar con que se
quemará de vez en cuando.
–¿Las máquinas todavía le inspiran desconfianza? ¿Y qué
tratamiento le ha aplicado? No -lo atajó Kirk levantando una mano-,
deje que lo adivine. Lo echó sobre una mesa bioscáner y dejó que la
computadora analizara todas las funciones y niveles internos. Luego
pasó sobre su cuerpo una sonda de gráficos e hizo que la
computadora comparara el estado actual con el que tenía antes de
quemarse. Un poco de abracadabra con cirugía automatizada, un poco
de reconstrucción hecha mediante imágenes holográficas, y a
continuación lo dejó bajo los amables cuidados de la computadora
que controla la enfermería.
–Ha dejado claro su argumento -dijo McCoy con acritud-, pero
a pesar de todo, eso no significa que me gusten las máquinas. Que
nos relevan en todas partes. En todas partes. – McCoy bebió un gran
trago, hizo una mueca, y a continuación se sirvió dos dedos más del
potente licor.
–A lo que me refería cuando decía que la misión estaba
volviéndose desagradable, era a Zarv y los otros. Se pasean arriba
y abajo por los corredores. Parecen tomarse grandes molestias para
ponerse en contra de la tripulación.
–Es algo normal en alguien como Zarv. Tiene la personalidad
de un jabalí en celo. Pero ese Lorritson… parece bastante
agradable. Conocí a un tipo que se parecía muchísimo a él. Un
granjero de Georgia.
–Ah, ahora nos ponemos bucólicos -comentó Kirk, sonriendo-
Pero creo que se equivoca en su valoración de Lorritson. Hay algo
muy duro en él. Y también en Zarv. No creo que las autoridades de
la Federación los hayan enviado sin una buena razón. Pero eso no
significa que tengan que gustarnos.
–Me cae bien ese tipo que se llama Mek Jokkor. No habla
mucho.
Kirk miró a McCoy, y entonces se dio cuenta de que el médico
no estaba enterado de los antecedentes del
alienígena.
–Casi lo único que sé de él es que se encoge siempre que
alguien come brécol en el comedor.
–Extraña fobia -reflexionó McCoy- Debe de ser algo que se
remonta a su infancia.
–Sin duda.
Durante un rato, permanecieron sentados y bebiendo en
silencio, sin expresar sus pensamientos en voz alta. Luego les
llegó el molesto sonido de una discusión que tenía lugar en el
pasillo.
–Me gustaría que se encargara de que instalen aislamiento
acústico en las paredes de la enfermería -se quejó McCoy-. Tengo
que soportar esto durante todo el tiempo.
–Silencio, Bones. Escuche.
–¿Así que ahora espía usted a su propia tripulación? ¿Dónde
acabará esto? – inquirió el médico fingiendo desagrado. – Escuche,
le he dicho.
Las voces aumentaban en tono y fervor. Una
decía:
–Las botellas están a punto de romperse. Estoy seguro. Toda
la nave va a explotar.
–El capitán está loco -declaró la segunda- Está llevándonos
directamente a una guerra.
–¿Qué diferencia hay si morimos todos en una explosión de
materia-antimateria? – quiso saber la primera.
Kirk se puso de pie y dijo en voz baja:
–Voy a cortar esto de raíz ahora mismo.
McCoy se encogió de hombros y miró a Kirk mientras éste abría
la puerta y salía al corredor.
Dos tripulantes se encontraban recostados contra la mampara,
discutiendo. Cuando vieron a Kirk, guardaron silencio. Luego
empezaron a tironearse de las mangas y se hicieron
señas.
–Muy bien, caballeros -comenzó Kirk con voz controlada-. No
he podido evitar oír sus conjeturas descabelladas y opiniones
nacidas de la mala información acerca del estado de esta
nave.
–Va usted a matarnos. Es un error desperdiciar nuestras vidas
de ese modo -replicó atropelladamente uno de ellos, un
alférez.
–¿Qué? ¿Quién está matando a quién? Nadie ha muerto. Un
técnico resultó herido en un accidente, nada más. El doctor McCoy
me ha asegurado que el oficial Andres estará curado en pocos
días.
–Usted está intentando matarnos. Eso no está
bien.
–¿Qué quiere decir con eso, señor? – le espetó Kirk-. ¿Qué le
hace pensar que yo esté intentando matar a nadie? Ustedes forman
parte de esta tripulación y deben actuar en consecuencia. ¿Me he
expresado con claridad?
–Sí, sí, señor -replicó el segundo. El temor revestía sus
palabras como espeso jarabe. Retrocedió ante Kirk como si hubiese
sorprendido a su capitán con una ensangrentada arma homicida en las
manos.
–Nos matará a todos -murmuró el primero, Lo sé. Mírelo.
Fíjese en sus ojos. ¡Un asesino!
–Otra vez. ¡Atención! – les gritó Kirk. Los dos hombres se
pusieron firmes- Están los dos de guardia. Confío en que no hayan
estado bebiendo esa agua de cohete de la oficial McConel… y
recuerden que no pueden probarla mientras se encuentran de
guardia.
–No estamos borrachos, señor.
–Pues a juzgar por sus acciones, nadie lo diría. Ambos serán
sometidos a medidas disciplinarias por insubordinación y
descortesía para con un oficial superior. El señor Spock decidirá
los detalles del castigo.
Los dos aguardaron a que Kirk diera media vuelta y regresara
con paso majestuoso al despacho de McCoy. Sólo cuando la puerta se
deslizó hasta cerrarse a sus espaldas, Kirk se
relajó.
–Lo he oído, Jim. ¿Qué está sucediendo?
–No lo sé, Bones. Jamás me había encontrado con esa clase de
reacción. Desobediencia… aunque es algo… diferente. – Se aproximó
al escritorio del médico y activó el intercomunicador- ¿Puente?
Bien, déjeme hablar con el señor Spock.
Al cabo de un momento le respondió la voz serena del
vulcaniano.
–¿En qué puedo ayudarlo, capitán?
–Con información. ¿Los tripulantes Bretton y Gabriel están de
guardia en este momento?
–Lo están, capitán -replicó Spock sin vacilación-. Ambos han
sido destinados para ayudar a la alienígena Lorelei en todo lo que
les sea posible.
–¿A Lorelei?
–Se le ha enseñado cómo utilizar la biblioteca de la
computadora de la nave y otras instalaciones, como el comedor, el
equipamiento del gimnasio y demás aparatos que le eran
desconocidos.
–Lorelei -repitió Kirk.
–Correcto, capitán.
–¿Son ellos los únicos que se encuentran en contacto directo
con ella?
–Lo ignoro, señor. Supongo que les ha sido presentada a
muchos otros miembros de la tripulación. ¿Sucede algo
malo?
–Yo… no lo creo. Gracias, señor Spock. – Kirk apagó el
intercomunicador y miró a McCoy de hito en hito-. Al menos, eso
espero.
–Siéntense, caballeros -dijo Kirk al entrar en el salón de
oficiales. Sus oficiales superiores se habían levantado de la mesa
para ponerse firmes. Sólo los tres diplomáticos permanecieron
sentados. El capitán ocupó su asiento en la cabecera de la mesa,
encendió la computadora de grabación y saludó con un gesto de la
cabeza al embajador Zarv.
–Bueno -declaró el hombre de rostro porcino con voz áspera,
rasposa-. Se ha decidido a venir, después de todo.
–Me han retenido unos asuntos de la nave, embajador. Ustedes
han solicitado esta reunión informativa. Por favor.
comiencen.
–¿Reunión informativa? – gritó Zarv- No se trata de nada
parecido. ¡Estamos aquí para exigirle que vaya a una mayor
velocidad! Tenemos que llegar a Ammdon sin más
dilaciones.
–Lo que está diciendo el embajador, capitán -intervino Donald
Lorritson-, es que la reducción de velocidad no es aceptable en
este momento.
–¿Que no es aceptable, señor Lorritson? ¿Para quién? – ¡Para
los líderes de la Federación, Kirk! – bramó Zarv. Se puso de pie y
aporreó la mesa con sus manos gordinflonas.
Kirk recorrió con los ojos a los oficiales sentados a lo
largo de la mesa, y vio varios grados de aversión, humor y horror
ante aquel estallido. Uhura logró parecer la más conmocionada por
el hecho de que alguien pudiese hablarle a su capitán en un tono
semejante. La expresión de Sulu era una mezcla de mal humor y
desdén. McCoy estaba a punto de perder los estribos. Zarv tenía
algo que irritaba al médico de manera considerable. Incluso Spock
se crispó ligeramente. Kirk tendría que preguntarle al vulcaniano
por su aparente incomodidad ante aquel estallido.
–La Enterprise no ha podido atracar para realizar las
reparaciones que necesita, embajador -dijo Kirk con lentitud- Y,
por tanto, el equipamiento se avería más de lo que sería normal en
condiciones óptimas.
–¡No puede llegar al sistema de Ammdon con aspecto de estar
cayéndose a pedazos!
–¿Por qué no? Las órdenes que tengo son las de dejarlos allí
a usted y su grupo, nada más. – Pero Kirk sabía que había algo más.
Recordaba el comentario de la almirante McKenna.
–Capitán -dijo Lorritson, y se aclaró la garganta- En esta
misión se requiere una presencia imponente. La de la Enterprise, si
comprende lo que quiero decir.
–No, no lo comprendo, señor Lorritson. La almirante sabía que
esta nave no se encontraba convenientemente preparada cuando nos
despachó. ¿Está acaso insinuando que se requerirá de nosotros que
llevemos a cabo acciones militares una vez nos encontremos en el
sistema de Ammdon?
–¡No, nada de eso, nada de eso! – protestó el hombre-. Muy
por el contrario, digamos que la apariencia de poder es mucho más
importante que la potencia armamentística.
–Ustedes -comentó Spock- quieren usar a la Enterprise para
influir en sus negociaciones con Jurnamoria. Si damos la impresión
de ponernos de parte de Ammdon, creen que Jurnamoria cederá a sus
exigencias.
–Expresado con crudeza, pero sí, es eso, más o
menos.
–Eso significa que Spock ha dado directamente en el clavo
-murmuró McCoy-. Van a usarnos como pichón de barro en una galería
de tiro al blanco.
–Kirk, necesitamos velocidad. Es imposible que tardemos dos
semanas en llegar a Ammdon. Tiene que reducirse a días. Esto es una
nave estelar. Aumente a factor hiperespacial ocho. Hágalo ahora.
¡Se lo ordeno!
–Embajador Zarv, usted no es el capitán de esta nave. Y si lo
fuera, se daría cuenta de que lo que propone es un suicidio. Mi
oficial ingeniero no se encuentra en esta reunión debido a que está
ocupado reparando los daños causados por viajar a una velocidad
para nosotros apenas superior a la de un caracol. El señor Scott
es, sin excepción, el mejor ingeniero de la Flota Estelar, y ha
dicho que nuestros motores no resistirán un factor hiperespacial
tres; mucho menos un factor ocho.
–Despídalo… ponga a este… este vulcaniano en su lugar. Él
sabe cómo hacer funcionar los motores. – Zarv señaló a Spock con un
rechoncho dedo. La única respuesta que obtuvo fue una ceja
levemente levantada y el comienzo de una expresión irritada en el
cetrino semblante de Spock.
–A pesar de que nuestros oficiales son capaces de actuar en
diferentes secciones, prefiero que cada uno se ocupe de su
especialidad. Scott es un especialista, como lo es Spock. Y
desempeñan perfectamente sus respectivos cargos.
Zarv farfulló algo y se levantó con tal celeridad que derribó
la silla. Salió como una tromba del salón de oficiales sin volverse
siquiera a mirar atrás. Lorritson y Mek Jokkor se miraron. El
hombre planta siguió a su superior. dejando a Lorritson con los
demás.
–Zarv no es el ser más amable de toda la galaxia, capitán
-explicó Lorritson- Pero le pido que intente comprender la
envergadura de esta misión.
–Yo tenía intención de que esto fuese una reunión
informativa. ¿Querrá usted hacernos ese honor, señor
Lorritson?
El hombre inspiró profundamente y exhaló el aire. Se levantó,
alisó con la mano una arruga inexistente de su chaqueta púrpura de
lino altairano, cuadró los hombros y adoptó una postura de
orador.
Kirk lo contempló con fascinación mientras Lorritson pasaba
de ser un hombre hostigado por su superior, a convertirse en
alguien dinámico, poderoso, dominante.
–El imperio romulano linda con los sistemas de Ammdon y
Jurnamoria. Han estado llevando a cabo pequeñas incursiones en el
espacio de la Federación desde hace muchos meses. Nada serio, hasta
el incidente de la Scarborough. Esto convenció a los líderes de la
Federación de que los romulanos habían decidido finalmente apostar
por varios planetas aquí, aquí y aquí. – Lorritson se volvió hacia
la proyección holográfica de la computadora que mostraba el brazo
de Orión. Los planetas que había señalado comenzaron a parpadear
para distinguirse.
"Esto les permite abrir una cuña en el espacio ocupado por
nosotros. Nos arriesgamos a perder mucho por lo que respecta a
depósitos minerales, por no mencionar, de modo inmediato, una
docena de planetas habitados.
–El plan parece lógico -comentó Spock-. Los romulanos
consiguen un área valiosa con riesgos mínimos para ellos. Esta
región se halla demasiado lejos como para que la Federación pueda
patrullarla de manera adecuada.
–Correcto, señor Spock -convino Lorritson- La Federación no
puede hacerlo, pero Ammdon y Jurnamoria unidos sí pueden. Aunque
los dos planetas son más primitivos que la mayor parte de los que
pertenecen a la Federación, cuentan con la ventaja de tener una
posición estratégica.
–Con la ayuda de la Federación, pueden detener a los
romulanos. ¿Se refiere a eso? – preguntó McCoy-. Ustedes establecen
la paz entre Ammdon y Jurnamoria; luego la Federación los
aprovisiona a ambos con armas de guerra.
–Algo por el estilo, doctor. Aunque no nos gusta pensar que
pueda haber una guerra, ésta en particular podría resultar
desastrosa para la Federación. Supongo que ahora comprenderán la
frustración que el embajador Zarv siente por nuestra
demora.
Kirk estudió la imagen y dejó que su mente de soldado
examinara los detalles. No vio nada fuera de lugar en lo que había
expuesto Lorritson. Si el imperio romulano conseguía establecer una
cabeza de puente en la zona del brazo de Orión señalada por el
diplomático, la lucha sería larga y sangrienta. Era mejor impedir
la pequeña guerra entre dos planetas que permitir una mayor entre
dos civilizaciones enteras.
–Comprendo la impaciencia de Zarv, pero lo que he dicho
acerca del estado de la Enterprise no es ningún cuento. Podemos
viajar a factor uno sin dificultades. El factor dos entraña
problemas, El factor tres queda fuera de discusión hasta que nos
encontremos en órbita en torno a un planeta que nos proporcione la
protección y el equipamiento necesarios para realizar reparaciones
mayores.
–¿No existe absolutamente ninguna posibilidad de sacarle
aunque sea un poco más de velocidad a su nave, capitán? – Era lo
máximo que Lorritson podía aproximarse al ruego.
–Me temo que no. Las leyes de la física son inviolables. Los
llevaremos a Ammdon lo antes posible. Aunque estoy seguro de que no
será lo bastante rápido para el gusto de ninguno de nosotros. –
Kirk hizo una mueca cuando oyó a Zarv bramando en el
corredor.
–Haga lo que pueda, capitán. El embajador, Mek Jokkor y yo
debemos darle los últimos retoques a nuestra presentación. –
Lorritson dobló algunos papeles ante sí y se marchó
apresuradamente.
Spock indicó que deseaba hablar. Kirk le hizo un gesto para
que comenzara.
–Los diplomáticos han usado la computadora de la nave con el
fin de practicar varios juegos de teoría para examinar todos los
posibles resultados. Aunque no tenía ninguna intención de
espiarles, la verificación de la computadora que debía realizar
requería la ejecución de ciertas pruebas que divulgan
información.
–Así que ha estado espiando, señor Spock. Siga. Cuéntenos el
meollo del asunto. ¿Qué ha descubierto? – preguntó McCoy,y se
inclinó hacia delante, ansioso por escuchar los
chismes.
–Me molestan sus insinuaciones, doctor. – Spock clavó los
ojos al frente mientras informaba-. Si las proyecciones de Mek
Jokkor acerca de las cantidades de alimento son precisas, y no
tengo forma de verificar las suposiciones básicas, el equipo
diplomático tendrá éxito en su misión. A pesar de las fricciones
personales que he presenciado entre ellos y los miembros de la
tripulación, son admirablemente adecuados para esta delicada
misión.
–Gracias, señor Spock. – El capitán Kirk miró a todos los que
se encontraban en torno a la mesa- Si no hay ningún otro
comentario, esta reunión informativa queda aplazada. – No le gustó
el aire apagado con que sus oficiales abandonaron la sala, casi
como si les hubieran entregado su sentencia de
muerte.
–Capitán Kirk, ¿podría hablar un momento con usted? ¿En
privado?
Kirk se volvió para encontrarse con Lorelei, que giraba en el
recodo del pasillo, un soplo de niebla que flotaba en el viento. Al
encontrarse con los suyos los ojos color chocolate de ella, el
capitán sintió que se le aceleraban los latidos del corazón. Había
algo en la forma en que aquella mujer lo miraba que le producía el
mismo efecto que un primer amor, un romance prohibido, un beso
robado.
–Desde luego. ¿Qué necesita? ¿La ha tratado bien la
tripulación?
–Muy bien, capitán… James. – La manera en que pronunció su
nombre tuvo el sonido de un suspiro de amor. Kirk se sacudió para
deshacer la imagen que se formaba en su mente. Era placentera, pero
tan sólo una fantasía.
–Mi camarote está cerca. Por favor, acompáñeme a tomar una
copa.
–No me gusta el alcohol de ustedes, pero su café me
estimula.
Una vez en el camarote, Kirk se sentó detrás de su
escritorio, con la sensación de ser el defensor de una fortaleza.
Por una vez, se alegró de que la maciza superficie de madera lo
separara de la bella mujer. Contempló a Lorelei por encima del
borde de la copa, intentando decidir si era realmente bonita o no.
Tenía facciones regulares, piel translúcida con un suave matiz de
nuez, suave cabello moreno y aquellos ojos muy separados que lo
atraían cada vez que la miraba.
Bonita, no, decidió. Graciosa, tal vez. Atractiva,
decididamente atractiva.
–Capitán, he escuchado a sus tripulantes, y he hablado con
algunos de ellos. Estoy preocupada por la seguridad de la
nave.
–¿De la nave? ¿Se refiere al accidente que ha tenido lugar en
la sala de motores? Deje de preocuparse por eso. Ha sido un
infortunio, pero el técnico está recuperándose satisfactoriamente.
Nuestras instalaciones médicas son excelentes.
–No me refería al herido, aunque es algo serio. Me refiero al
peligro en que pone usted a la Enterprise al viajar hasta el
sistema de Ammdon.
–¿Qué sabe usted al respecto?
–Los registros de la computadora de la nave son de lo más
completo, y yo no carezco de una cierta capacidad de razonamiento
innata.
Kirk miró a la mujer menuda con el entrecejo
fruncido.
–Lamento que no podamos llevarla inmediatamente de vuelta a
Hyla, pero la nuestra es una misión de paz. Vamos a prevenir la
guerra en el sistema de Ammdon, no a causarla, como usted
insinúa.
–Su presencia será el detonante de la guerra. Los gobernantes
de Ammdon van a usar su presencia para lanzar el ataque inicial
contra Jurnamoria.
–Para ser alguien que ni siquiera estaba enterada de la
existencia de la Federación hasta que nosotros la rescatamos, se ha
informado bastante bien de cómo funcionan las
cosas.
–Conozco la naturaleza de los seres racionales. Todos somos
violentos, capitán. La violencia nos ha permitido sobrevivir a
nuestros primitivos comienzos. Pero ya no necesitamos matarnos los
unos a los otros. Tenemos ante nosotros otros retos más pacíficos.
No puede usted entrar en el sistema de Ammdon sin poner en peligro
el bienestar de la Enterprise.
Kirk sintió que las manos comenzaban a temblarle levemente.
Dejó con cuidado la copa sobre el escritorio, ante
sí.
–Debo confiar en mis superiores, y ellos han designado a Zarv
y los otros para llevar a cabo las conversaciones de paz. Son
personas capaces.
–Ammdon los está utilizando.
–Explíquese. – Kirk había tenido intención de espetarle la
palabra, como una orden. Se encontró con que vacilaba, con que casi
no quería oír la explicación de Lorelei porque sabía que iría en
contra de todo aquello en lo que creía.
–Ammdon y la Federación tienen un tratado de defensa mutua.
La Federación y Jurnamoria no lo tienen. En caso de guerra, Ammdon
esperará el apoyo de la Federación. – ¿Cómo ha sabido lo relativo a
ese tratado? – Está registrado en su computadora.
Kirk tragó con dificultad mientras tecleaba para solicitar
dicha información. El resumen del tratado confirmó lo que Lorelei
había dicho.
–Si entran ustedes en el sistema, eso le dará a Ammdon la
oportunidad de atacar. Van a dar comienzo a la guerra, no a
impedirla.
Kirk se sintió a la deriva en un mar de emociones
conflictivas. Lorelei hablaba de modo persuasivo, lógico. No
obstante, Zarv, Lorritson y Mek Jokkor eran profesionales
experimentados. No querían la guerra; sólo deseaban la paz. No
harían nada que pusiera en peligro la posición de la Federación en
la zona. La constante amenaza de los romulanos era demasiado
real.
–Yo… -comenzó a decir.
–James -lo interrumpió Lorelei, en voz baja, con una nota
vibrante que le llegó al alma-. Pone usted en peligro su nave, su
tripulación y las vidas de los pueblos de dos planetas. No continúe
adelante con las órdenes. Regrese a la Base Espacial
Uno.
–Lorelei, no puedo hacer eso – logró responder él. Ella bajó
la cabeza, asintió y se marchó del camarote. Él se sintió como si
acabara de prenderle fuego a su gato por
accidente.
La responsabilidad del mando pesaba tremendamente sobre James
T. Kirk, que reflexionaba ahora sentado en su camarote, y con la
mirada fija en una pared desnuda. acerca de lo que habían dicho
tanto Lorritson como Lorelei. ¿Guerra? ¿O paz? En su mano estaba
causar o evitar cualquiera de las dos cosas. Una decisión errónea…
una decisión correcta. ¿A quién debía creer?
La Habladora de Hyla, Lorelei, me perturba de un modo
extraño. Me siento cada vez más convencido por sus argumentos para
que interrumpamos la misión de paz que nos lleva a Ammdon y
Jurnamoria, y regresar a la Base Estelar Uno. El estado de la
Enterprise continúa deteriorándose. Las averías del equipamiento
son el menor de los problemas que tenemos. Mi mayor preocupación es
el trastorno que percibo en la tripulación y su creciente
descontento. Es casi como si se hallaran al borde de la
desobediencia, aunque es absurdo. Una cosa semejante no puede
suceder en esta nave. No sucederá.
–Sea más concreto, señor Spock. – James Kirk observó cómo su
oficial científico alzaba una delgada ceja, confiriéndole a su
rostro un aire ligeramente perplejo… u ofendido.
–Mi informe ha sido lo bastante claro, capitán. El doctor
McCoy y Mek Jokkor crearon un caos en el salón de oficiales con su
discusión. Los tripulantes que presenciaron el enfrentamiento se
mostraron de lo más agitados, y muchos de ellos no se presentaron
después a sus puestos de guardia.
Kirk frunció el ceño. Nada de esto tenía para él el más
mínimo sentido, pero lo tendría. Pronto. Llegaría al fondo del
asunto aunque fuera lo último que hiciera.
–Mek Jokkor no puede hablar. ¿Cómo se las arregló McCoy para
mantener una discusión con una criatura vegetal que carece de
cuerdas vocales?
Spock miró con altivez a su superior.
–La consola de la computadora es perfectamente capaz de
aceptar las entradas de un alienígena y traducirlas a lecturas
vocales que pueda entender incluso el doctor
McCoy.
–Así que no sólo McCoy, sino que todos los tripulantes
presentes en el salón de oficiales, oyeron las violentas
manifestaciones de Mek Jokkor. Pídaselas a la computadora. Quiero
que vuelva a leerlas.
Spock obedeció en silencio. Kirk entrelazó los dedos a la
espalda y se meció adelante y atrás mientras le daba vueltas al
asunto en la cabeza. Hasta ese momento, las fricciones entre sus
tripulantes y el personal del embajador se habían limitado a riñas
menores. Tendría que llamarle la atención a McCoy por alterar el
delicado equilibrio de protocolo que se había
establecido.
–… está usted equivocado, animal humano -dijo la voz del
alienígena simulada por la computadora-. Esta misión es vital para
la seguridad de la Federación. Un sistema Ammdon-Jurnamoria en paz
proporcionará estabilidad, tanto en términos humanos como contra
los agresivos romulanos.
–Nuestra presencia provocará la guerra, se lo digo yo
-replicó la agresiva voz de McCoy-. Ammdon usará a la Enterprise
como instrumento de guerra, no de paz. Nos están utilizando; están
utilizando a la Federación.
–Pero… -comenzó a decir Kirk, y luego se tragó la frase. –
¿Sí, capitán? – Spock lo miraba directamente a los ojos. – Nada. Es
sólo que recientemente he oído expresar sentimientos similares.
McCoy no parece ser el único que piensa de ese modo. O quizá me
equivoque. Tal vez acaba de ser reinventada la
rueda.
–No entiendo.
–No es nada, Spock, continúe con la grabación. – Kirk escuchó
sólo a medias la discusión que había tenido lugar mediante
computadora entre el médico de su nave y el ayudante del embajador
y experto en agricultura. Las palabras cambiaban ligeramente al
interpretarlas McCoy, pero, en general, los argumentos tenían
exactamente el mismo contenido que los que había oído, hacía tan
poco, de labios de Lorelei.
Lorelei.
Kirk suspiró al pensar en la mujer, en su fascinación, en
cómo se había sentido cuando rechazó los ruegos de ella para que
regresase a la Base Estelar Uno. Unos dedos fríos se le cerraron en
torno al corazón, y comenzaron a estrujarlo con lentitud hasta que
tuvo la sensación de que iba a empezar a jadear. No sabía qué le
molestaba más, si su reacción física ante aquella mujer o su
creciente enojo contra McCoy, contra Mek Jokkor, contra Zarv y
todos los demás.
–¿Qué está pasando con la Enterprise? – preguntó con tono
autoritario al tiempo que golpeaba con un puño la consola de
comunicaciones. Uhura alzó los ojos, sobresaltada. Tanto Sulu como
Chekov miraron con disimulo por encima del hombro desde sus
puestos. Otros del puente le lanzaron miradas de reojo -al capitán
antes de volver a sus deberes.
–Capitán, la nave necesita algunas reparaciones, pero aparte
de eso no le sucede nada malo.
–Maldición, Spock, no sea tan literal. Me refiero a la
tripulación. ¿Por qué McCoy discute con Mek Jokkor? No tiene ningún
derecho. ¿De dónde ha sacado la idea de que la Federación está
siendo utilizada por Ammdon?
–Parece una maniobra plausible por parte de un mundo en
proceso de desarrollo. Nuestros intereses van mucho más allá que
los de ellos, y ven la oportunidad de obtener un beneficio mientras
que nosotros buscamos algo más general.
–En otras palabras, está usted de acuerdo con Lor… -Kirk se
contuvo, tragó y luego continuó- Está de acuerdo con McCoy en que
Ammdon está utilizándonos como a tontos, y arrastrará a la
Enterprise a la guerra contra Jurnamoria.
–Es concebible, pero deben tomarse en cuenta la experiencia y
los conocimientos superiores del grupo negociador enviado por el
Consejo de la Federación. El historial de Zarv, a pesar de toda su
aspereza, es impecable. No es ningún tonto… ni será instrumento de
nadie.
–Tampoco lo es Lorritson. Ni, según sospecho, Mek
Jokkor.
–Muy cierto, capitán.
Esto calmó un poco la tormenta emocional que agitaba a Kirk,
pero el enojo persistió.
–McCoy. ¿Ha hablado recientemente con Lorelei? ¿En las
últimas dos horas o cosa así?
–Lo ignoro, capitán. ¿Por qué no preguntárselo al doctor? –
La mirada de Spock se desplazó a un punto situado detrás de su
superior. Kirk se volvió para encontrarse con que McCoy entraba a
grandes zancadas en el puente, con una expresión severa en el
arrugado rostro.
–Jim, quiero protestar por ese refugiado de guiso de
verduras.
–¿Mek Jokkor?
–Sí, ese vegetal. Me ha insultado. Me ha hecho enfadar. Eso
no me gusta.
–Estoy seguro. – Jim comenzó a abrir la boca para decirle que
había oído la grabación del altercado, y luego decidió tomar otro
rumbo. Si el doctor se enteraba de que -lo había espiado, se
volvería por completo irrazonable y no se resolvería nada. Por
alguna razón, Kirk tenía la sensación de que aquello era mucho más
que una simple discusión entre el médico de la nave y el ayudante
diplomático.
–Pretende continuar con esta cacería, y yo pienso que
deberíamos dar media vuelta y regresar a casa. La tripulación
necesita un descanso. La nave está cayéndose a pedazos. Se lo
advierto, como médico, recomiendo que regresemos a la
base.
–Tomo nota de su valoración, doctor. He visto cómo aumentan
los signos de fatiga. No estoy ciego. Pero también debe usted tener
en cuenta la situación lamentable que existe entre Ammdon y
Jurnamoria.
–Ammdon está utilizándonos.
–Sin duda, Mek Jokkor se da cuenta de esa posibilidad. Estoy
seguro de que también son conscientes de ella tanto Zarv como
Lorritson. Dígame una cosa, Bones: antes de que usted y Mek Jokkor
se trabaran en esa… ch… discusión, ¿qué estuvo
haciendo?
–¿Haciendo? Nada. Mi trabajo. ¿Cómo quiere que lo sepa? No
llevo un diario minuto a minuto.
–Tal vez debería hacerlo. Me facilitaría la comprobación de
ciertos asuntos.
–¿Como por ejemplo? – exigió saber el médico al tiempo que
cuadraba los hombros y se tensaba, como preparándose para una
pelea.
–Necesito información acerca del estado de Lorelei, por
ejemplo. No es del todo humana. Sería una lástima permitir que
muriera lentamente a causa de la deficiencia de oligoelementos en
su dieta, por ejemplo. Ha pasado por cosas terribles, la pobre
muchacha.
Kirk volvió a sentir aquella presa en torno a su corazón al
mencionar el nombre de la mujer. Había algo en ella que no era
normal. Desde luego, sus reacciones ante ella no eran
normales.
–Le hice una revisión completa justo antes de liarme a
discutir con ese nabo animado. Está bien, Jim. No se
preocupe.
–¿Cuánto tiempo necesitó para realizar el examen? – Kirk
intentó transmitir indiferencia,. pero McCoy captó un deje de
tensión en su voz.
–Soy médico -replicó McCoy con una voz tan fría como el vacío
del espacio-. No me gusta su insinuación. La enfermera Chapel
permaneció en la habitación durante todo el examen. Y después de
eso, lo único que hicimos Lorelei y yo fue hablar de esta supuesta
misión de paz.
–Le pido que me disculpe, bones. No quería insinuar que
hubiese hecho usted nada carente de ética.
El médico sacudió la cabeza y se marchó del puente. Kirk se
sentó en su asiento de mando y tamborileó con dedos inquietos sobre
el posabrazos. Lorelei había hablado con Bones McCoy minutos antes
de la discusión de éste con Mek Jokkor, y menos de media hora antes
de su reunión con él en su camarote. McCoy se había tragado sus
ideas del mismo modo en que interactúan la materia y la
antimateria. Y no se había dado cuenta.
Kirk se frotó las sienes. La cabeza comenzaba a palpitarle
con un dolor de migraña que se negaba a disminuir.
–¡Mire esto, Kirk, mire! – El embajador Zarv blandió una
finísima hoja de papel bajo la nariz del capitán-. Es el último
comunicado que nos ha enviado por radio la Estación Espacial Uno.
Informan de un aumento de la tensión entre Ammdon y Jurnamoria. Y
para acabar de arreglarlo, los romulanos están desplazando cruceros
pesados a la línea fronteriza. ¡Van a invadir la zona dentro de
poco, y todo porque es usted un tonto!
El porcino diplomático profirió un bufido y comenzó a dar
patadas sobre las duras planchas de la cubierta. Sus manos
rechonchas temblaban de manera incontrolable y sus Ojos se abrieron
de par en par a causa del enojo, hasta que el blanco fue
completamente visible en torno al iris. Kirk pensó que el tellarita
estaba a punto de perder el control.
–Embajador Zarv, el mensaje es importante. Eso lo reconozco,
pero yo tengo que tomar también en consideración el estado de mi
nave. Incrementar ahora la velocidad es algo que queda fuera de
discusión.
–En ese caso, la paz estará fuera de discusión. Kirk -dijo el
tellarita con expresión feroz-. Usted será responsable de haber
precipitado a todo el brazo de Orión a la guerra durante los
próximos cien años. ¡Puede que la Federación no recobre jamás su
posición en la zona! Y todo porque usted se niega a exigirles un
poco más a sus motores y trasladarnos allí a
tiempo!
James Kirk intentó dominarse. ¿Por qué Zarv no quería
escucharlo? El fanatismo del tellarita con respecto a los romulanos
era comprensible, teniendo en cuenta lo que le había explicado
Lorritson. Toda la familia de Zarv había sido asesinada por los
romulanos durante una breve incursión, años antes. El odio que
sentía hacia ellos y hacia todo lo que ellos defendían, era algo
que trascendía el mero deber; tenía connotaciones personales. Pero
el diplomático se negaba a considerar cualquier cosa que no
estuviese directamente relacionada con su misión.
–¿Qué preferiría usted, embajador? – intervino Spock-.
¿Intentar llegar antes, aumentando la velocidad, y arriesgándose a
que los motores exploten y por tanto no lleguemos jamás, o mantener
la velocidad actual y asegurarse de que va a llegar, aunque más
tarde de lo que desea?
–Qué es esto, ¿un juego de adivinanzas? Ya conoce mis
preferencias. Ir más rápido y llegar. ¡Aj! – El tellarita se metió
el mensaje subespacial en el bolsillo de la chaqueta y salió como
una tromba, dejando a Donald Lorritson tras de sí. Lorritson se
irguió y tironeó ligeramente de los faldones de su impecable
esmoquin.
–El embajador está trastornado a causa de la naturaleza del
mensaje, capitán -comenzó Lorritson.
–Eso lo comprendo, pero tiene que pensar que uno de mis jefes
de ingenieros está en la enfermería a causa de la avería de un
circuito estabilizador. No fue un accidente fatal, pero es una
clara señal de los peligros que entraña forzar a la tripulación y
la nave más allá de sus límites.
El alivio que sintió Kírk por haber dicho lo que pensaba, le
recorrió de pies a cabeza. No tenía por qué callar sus sentimientos
o sus impresiones acerca del estado de la Enterprise. Pero la
sensación se desvaneció con rapidez y Kirk experimentó una vez más
la angustiosa fantasía de hallarse atrapado en las fauces de un
cascanueces. Por un lado, luchaba contra la creciente necesidad de
abandonar la misión y regresar a la base estelar -como deseaba
Lorelei-, y por el otro estaban Zarv y su insistencia en que no
sólo continuara con la misión, sino que arrojara la prudencia por
la ventana y saliera disparado a velocidad de
emergencia.
Donald Lorritson lo estudió durante un momento, y luego
dijo:
–No es fácil ser capitán de una nave estelar. Tampoco es
fácil ser responsable de los destinos de dos planetas al borde de
la guerra… con el peligro añadido de una incursión
romulana.
–Usted y yo nos entendemos, señor Lorritson. Ojalá su
embajador pusiera también un poco de su parte.
–Él lo sabe, señor. La naturaleza tellarita no es ideal para
las discusiones tranquilas, ni -dijo al tiempo que se volvía hacia
Spock- los debates lógicos. En ciertas situaciones, como ésta,
dicha personalidad hace que Zarv sea ideal.
–Resulta difícil de creer.
Lorritson le dedicó una pálida sonrisa.
–Usted no ha conocido a los ammdonianos ni a los
jurnamorianos.
–He conocido a los romulanos, y con eso tengo más que
suficiente para acceder a continuar forzando tanto mi nave como mi
personal hasta el límite.
–Gracias, capitán. Ahora debo ir a reunirme con Zarv y Mek
Jokkor. Estamos analizando diferentes posibilidades de abordar el
problema que tenemos ante nosotros.
–La computadora es suya.
Lorritson asintió con un gesto brusco y se marchó. Kirk fijó
los ojos en la pantalla frontal. El factor hiperespacial uno hacía
que las estrellas pasaran con tremenda lentitud, como si se
encontraran sumergidas en alguna especie de goma cósmica. La única
esperanza que tenía de escapar de las mandíbulas del cascanueces,
era dejar al grupo diplomático en su punto de destino lo antes
posible.
Pero las palabras de Lorelei resultaban
seductoras…
–Así que el escocés se alisa el kilt después de mirar la
cinta azul de la Orden de la Jarretera, y dice: "Bueno, niña mía,
no sé dónde has estado ni qué has andado haciendo, ¡pero te has
llevado el primer premio".* -Heather McConel acabó de contar el
chiste en el momento en que Kirk entraba en la oficina de diseño de
ingeniería. La oficial pelirroja contuvo la respiración y se volvió
a mirar fijamente una mampara vacía que tenía ante sí. Kirk fingió
no haber oído el final.
Montgomery Scott advirtió el cambio repentino en el semblante
de ella y dio media vuelta con la silla giratoria para encararse
con la puerta. Cuando vio al capitán, se ruborizó.
–Sigan con lo que estaban haciendo -les espetó Kirk a los
presentes- Scotty, quiero hablar con usted. Fuera.
–Sí, señor. – Scotty le lanzó una mirada virulenta a McConel
y siguió a Kirk al pasillo-. Lo que oyó no es lo que parece,
capitán.
–¿Ese chiste? Scotty, es tan viejo que rechina. ¿Y por qué
iba a importarme que mi tripulación cuente chistes? – ¿No le
importa, entonces?
–Tengo cosas más urgentes de las que preocuparme. Como los
motores. ¿En qué estado se encuentran?
–Capitán, no demasiado bien. – Scotty siempre le decía eso.
Kirk rechazó la frase con un gesto de la mano, para indicar que
quería una descripción precisa del estado de los motores
hiperespaciales-. Esta vez lo digo en serio, señor. Poco puedo
hacer en estas circunstancias para ayudar a esas pobres
criaturas.
–¿Puede proporcionarme factor tres durante algún
tiempo?
–Imposible -declaró con convicción el terco escocés-. Incluso
el factor dos sería arriesgado. A menos que…
–¿Sí?
–Bueno, capitán, hay una posibilidad… una posibilidad remota…
de que la oficial McConel y yo podamos hacer unos cuantos
remiendos. Es sólo una posibilidad, se lo
advierto.
* La Orden de la Jarretera, la más alta y codiciada orden de
caballería de Inglaterra, fue instituida por el rey Eduardo III en
torno al 1348, así llamada por una jarretera que, según la leyenda,
se le cayó por accidente a la condesa de Salisbury cuando bailaba
con el rey. Éste la recogió y, mientras se la ponía por debajo de
la propia rodilla, dijo a los presentes:,,Honi soit qui mal y
pense" (Que mal le venga a quien mal piense). Esta frase se
transformó en el lema de la orden, bordado en la cinta azul que
constituye su distintivo, y se lleva en torno a la pierna por
debajo de la rodilla. El escocés se mofa de este hecho y juega con
la frase "Te has llevado el primer premio" y la dignidad máxima de
dicha orden de caballería, cuyo gran maestre es el rey. (N. de la
T)
–¿Cuántos? ¿Con qué rapidez, Scotty? ¿Qué puedo esperar?
¿Para cuándo?
Scotty sacudió la cabeza antes de responder.
–No querría darle falsas esperanzas. Es posible que no
consigamos nada.
–Scotty -dijo Kirk, y le dio una palmada en la espalda al
ingeniero-, conociéndolo, sé que conseguirá algo. ¿En qué está
pensando?
–El estabilizador del circuito excitador es lo que está
limitándonos. Con una vigilancia constante, tal vez podremos
mantenerlo todo de una pieza a factor tres. ¡Pero ni una pizca
más!
–Hágalo, Scotty, y me encargaré de que sea la almirante
McKenna en persona quien incluya una recomendación en su
expediente.
–Quédese con la recomendación, señor. Yo sólo le pido que me
permita reconstruir los motores en paz una vez que volvamos a la
base estelar.
–Hecho. Usted y la oficial McConel pónganse a trabajar.
Pasaré a echar un vistazo dentro de una hora. – Kirk observó cómo
Scotty sacaba a la oficial pelirroja de la oficina de diseño y se
la llevaba pasillo abajo hacia la sala de motores, discutiendo
acaloradamente con ella su último plan. Desaparecieron al girar en
un recodo del pasillo, y Kirk se encaminó a grandes zancadas en la
dirección contraria. Tenía que hablar con Spock para asegurarse de
que todo lo demás funcionaba a la perfección dentro de la
Enterprise.
–Heather -gritó Scotty-, aumente la potencia en un diez por
ciento, y luego vuelva a reducirla cuando yo se lo diga. – Hacía
precarios equilibrios sobre la escalera improvisada que habían
construido para llegar a una parte del circuito estabilizador no
destinado a inspecciones frecuentes. Una larga llave inglesa
cuántica se internaba a través de la abertura de acceso a las
entrañas del estabilizador del excitador.
No sucedió nada. Los perspicaces ojos del ingeniero
contemplaban el instrumento de medición, pero las lecturas no
variaron en lo más mínimo. Scotty giró la cabeza y bajó la mirada
hacia el panel de control de ingeniería, ante el que Heather
McConel se encontraba, con las manos sobre los
mandos.
–¿Qué sucede? – gritó- No hay ni el más pequeño movimiento en
las lecturas.
Continuó sin haberío. Scotty imprecó entre dientes, dejó la
llave inglesa sujeta donde estaba, de modo que no tuviera que
volver a colocarla más tarde, y descendió por la improvisada
escalera hecha de cajas y trozos de tubería de aluminio. Se dejó
caer sobre la cubierta y, al volverse, descubrió con enojo por qué
la oficial no le había respondido. Heather McConel estaba charlando
con Lorelei, totalmente absorta en la conversación, gesticulando
animadamente.
–Oficial McConel -dijo con voz sonora-, ¿por qué no está
usted atendiendo a su cometido como le he
ordenado?
–¿Eh? Ah, Scotty, quiero que escuche lo que esta muchacha
tiene que decir. A mí me deja un pelín perpleja, pero a lo mejor
usted puede encontrarle los pies o la cabeza.
Scott avanzó a grandes zancadas mientras su enojo aumentaba a
causa del retraso. Su capitán le había ordenado que sacara toda la
potencia posible de los motores. Funcionaban con esfuerzo y gemían
de una manera de lo más impropia. Harían falta reajustes
considerables antes de que la Enterprise alcanzara siquiera una
velocidad constante de factor dos, y mucho más para lograr el
factor tres que deseaba Kirk. Esta alienígena de pelo pardusco no
hacía más que distraerlos a él y a sus técnicos del trabajo que
tenían entre manos. A Scotty no le gustaba aquello. No le gustaba
en absoluto, y le asombraba profundamente que Heather tolerara la
interrupción.
–¿De qué se trata? – Estaba de pie, con los puños apoyados en
las caderas.
–Comandante Scott -comenzó Lorelei con voz baja, almibarada-
Me disgusta realmente molestarle, pero quería ver cómo trabaja un
ingeniero experto. Mantiene usted sus motores en tan buen
estado…
Las palabras de ella enfriaron un poco el ardor de su enojo.
No obstante…
–Muchacha, es una bonita cosa esa que dice de mí y de los
motores, pero la verdad es que tenemos trabajo.
–Un trabajo que destruirá la totalidad de la
nave.
–¿Qué?
–Era lo que yo quería que oyera, Scotty -intervíno Heather-.
Lorelei tiene algunas cosas interesantes que decir. Cosas con
sentido.
–No tengo tiempo para escuchar historias disparatadas. – La
resolución de Scotty desapareció al mirar a Lorelei. No le parecía
más adorable que antes; Heather era más como debía ser una muchacha
admirable. Pero el aspecto de Lorelei se alteró de modo sutil en su
mente. Parecía más imponente, más competente, más inteligente. La
mujer menuda irradiaba un aire de competencia. Scotty apreciaba esa
cualidad.
Lo mínimo que podía hacer era concederle algunos
segundos.
–¿Qué tiene que decirnos?
Scotty y Heather se encontraron escuchando embelesados en
cuanto la mujer comenzó a hablar. Su voz resultaba convincente,
atractiva, tocaba todos los puntos correctos en la psique de sus
oyentes. A pesar de sí mismo, Scotty se dio cuenta de que estaba
cada vez más de acuerdo con lo que oía. Las pocas ocasiones en que
inició una protesta, Lorelei contestó a sus argumentos de un modo
tal que se halló perdido en un remolino de lógica y pruebas
evidentes. Resultaba más fácil creerla que no
hacerlo.
Lorelei se marchó y los dejó hablando en voz baja sobre lo
que les había dicho. En los rasgos de la mujer menuda no se
manifestaba ni un atisbo de triunfo. Sólo tristeza. Una extrema
tristeza.
–¡Scotty! – llamó James Kirk en voz alta- ¿Cómo va
eso?
Kirk recorrió con los ojos la cubierta de motores. Los
paneles de control estaban desiertos y ningún ser humano se movía
entre ellos. Oyó el quedo zumbido eléctrico al derivar los relés
enormes cantidades de energía desde los motores, a través de los
circuitos estabilizadores que controlaban las botellas magnéticas
que contenían en su interior el fuego infernal de la reacción
materia-antimateria. Pero ni un solo sonido
humano.
–¿Scotty? ¿McConel? – La irritación se veía lentamente
desplazada por una persistente sensación de miedo. Algo había
sucedido. Scotty nunca abandonaba su puesto. En especial cuando los
ajustes que necesitaban los motores revestían una importancia
crítica. El comandante Scott viviría, comería, dormiría y
respiraría motores hasta que funcionaran al máximo de su capacidad.
El marcharse y llevarse a todo su personal iba en contra de todo
aquello en lo que creía el ingeniero.
Kirk se encaminó al intercomunicador y pulsó el
botón.
–¿Puente? Póngame con Spock.
Una voz 'amortiguada masculló algo al otro extremo, para ser
reemplazada por el enérgico acuse de recibo del
vulcaniano.
–Spock, ¿sabe dónde está el señor Scott? No puedo
localizarlo.
–¿No se encuentra en su puesto?
–Ni tampoco Heather McConel.
–Curioso. Un momento, capitán. – Kirk cambió impacientemente
el peso de uno a otro pie mientras aguardaba a que el oficial
científico interrogara a la computadora de la nave. En menos de
diez segundos la voz de Spock resonó por el altavoz-. No encuentro
ninguna lectura de forma de vida en ingeniería, aparte de la suya.
Sin embargo, hay muchas lecturas poco habituales procedentes del
laboratorio de diseño de ingeniería. ¿Es posible que el señor Scott
se encuentre allí dirigiendo algún experimento?
–Es posible, sí, pero me extrañaría. Compruebe los motores.
¿Cuáles son los niveles de energía?
–Factor hiperespacial uno, señor, aunque existen algunos
indicios de que esos niveles están deteriorándose a una velocidad
que hará que quedemos a la deriva en menos de cuarenta
horas.
–¿Quiere decir que los motores están siendo
desacelerados?
–Precisamente, capitán.
Kirk le asestó un puñetazo al botón del intercomunicador e
interrumpió la conexión. Salió como una tromba de la sala de
motores hacia el laboratorio de diseño. Scotty y Heather se
encontraban sentados ante la gran mesa del centro de la sala, y
otros doce miembros del personal de ingeniería estaban en torno a
ellos como los apóstoles en la última Cena.
–¿Qué significado tiene la reducción de energía, cuando lo
que yo he ordenado es un incremento en la velocidad,
Scotty?
La expresión del rostro de Scott dejó perplejo a Kirk. Su
ingeniero podía estar enfadado o contrito o feliz, pero jamás le
había visto confundido. El hombre casi tartamudeaba, tan grande era
su confusión.
–Capitán, hemos estado hablando de los motores, y no nos
gusta esta situación.
–¿Se refiere a las botellas magnéticas? – preguntó Kirk con
ansiedad. La imagen de aquellos escudos magnéticos rasgándose y
dejando salir la prodigiosa energía de la reacción
materia-antimateria, lo hizo callar durante un momento. La
Enterprise explotaría… se desvanecería de modo tan seguro como si
la arrojaran al núcleo de un sol.
–Se mantienen bien, capitán Kirk -replicó Heather McConel-.
Es que no podemos llevar a cabo esta misión.
–¿Están cuestionando el propósito de que nos dirijamos a
Ammdon? – Kirk se quedó completamente paralizado. La conmoción hizo
añicos su compostura. McConel era la última persona que esperaba
que llegase a cuestionar una decisión de las cúpulas de
mando.
–Sí, capitán, Heather habla en nombre de todos nosotros. –
¿Scotty? – La conmoción hizo que lo invadiera el frío de la cabeza
a los pies.
–Capitán, la Enterprise será destruida si continuamos
adelante. Hay que poner fin a esta misión suicida. He ordenado que
los motores sean desacelerados.
–Spock está corrigiendo eso -le contestó Kirk, que recuperaba
la resolución-. Lo que está haciendo usted es desobedecer una orden
directa, Scotty. ¿Se da cuenta de lo que puede significar
eso?
–Sí, un consejo de guerra. Pero no es peor que quedar
desparramado en átomos entre las estrellas.
–Señor Scott, quiero que regrese a su puesto inmediatamente.
Usted y la oficial McConel les darán a los motores tanta potencia
como sea posible, y aumentarán la velocidad tanto como puedan,
cumplirán con su deber. Es una orden. ¿Me ha
entendido?
–Sí, capitán, pero…
–Señor Scott, no hay "peros" que valgan. ¡Cumpla con su
deber, señor!
James Kirk dio media vuelta y salió a grandes zancadas,
porque no quería ver la reacción que provocaban sus órdenes. Casi
temía una desobediencia abierta. Y Scotty era el último miembro de
la tripulación al que querría jamás someter a un consejo de guerra
por incumplimiento del deber.
"¿Qué está sucediendo? ¿Por qué este maldito lío de Ammdon y
Jurnamoria está afectando a mi tripulación?" Pero, en lo más
profundo de sí mismo, Kirk conocía la respuesta. Algo enterrado en
su psique le impidió enfrentarse con ello
directamente.
–No puedo creerlo, Spock. No están en sus puestos. Es como si
no les importara su trabajo. – Kirk recorrió el puente con los ojos
y vio varios grupos de oficiales que hacían caso omiso de sus
terminales y hablaban en voz baja entre sí.
–La distracción es una condición humana que he estudiado pero
no entendido en su totalidad. No logro comprender cómo alguien
puede perder la concentración mientras está involucrado en un
proyecto.
–Hágalos volver a sus terminales. – Kirk observó mientras
Spock orbitaba con lentitud el puente y hacía volver a los
tripulantes al trabajo. Tal y como había observado el oficial
científico vulcaniano, los tripulantes no desobedecieron de modo
abierto. Eso era una pesadilla de Kirk que no tenía base real. No
obstante, incluso después de haber regresado a sus puestos,
trabajaban de manera inconexa, obviamente absortos en…
¿qué?
–¿Desea ver mi informe sobre el estado de la
nave?
–¿Eh? Ah, sí, Spock. – Kirk se inclinó sobre la pantalla de
la computadora y observó la imagen en lugar de dejar que Spock se
la transmitiera verbalmente. No quería que conociesen el informe
más personas de las imprescindibles. Tras unas pocas líneas, Kirk
se alegró de haberse decidido por semejante secretismo. El estado
de la mayor parte de los sistemas de la nave estaba lejos de ser
óptimo.
–Explíquese, Spock. ¿Por qué está viniéndose todo abajo? No
puede ser sólo porque no hayamos realizado las reparaciones
necesarias en dique seco. Los sistemas como el de soporte vital se
encontraban en condiciones excelentes.
–Ya no lo están. Por descuido, capitán. Falta de atención a
los detalles. Parece que la tripulación se siente más inclinada a
reunirse y hablar de manera clandestina.
–Los permisos de tierra cancelados. Tiene que ser eso. Spock,
envíe un boletín a toda la nave para informar que todos recibirán
dos semanas adicionales de permiso cuando regresemos a la base
estelar.
–Capitán, esta desatención es producto de algo más siniestro
que el cansancio o la decepción por la anulación de los
permisos.
–Explíquese, Spock. – A Kirk no le gustó la ominosa
trascendencia de la frase de su oficial
científico.
–Me temo que la desobediencia abierta se transformará en
motín.
Kirk bufó con aversión ante aquella idea.
–Spock, sea realista. Mi tripulación no se amotinará. ¿Por
qué iban a hacerlo? La Enterprise es la mejor nave de la Flota
Estelar. Los hago trabajar mucho, pero las recompensas son grandes.
Los ascensos son mejores a bordo, la formación es mejor, casi todo
es mejor.
–Los sistemas están fallando a causa del descuido, capitán.
La tripulación no está obedeciendo las órdenes en vigor que rigen
el mantenimiento, y muchos están promoviendo agitación para formar
un sindicato.
–¿Qué quiere decir con un sindicato? No le
entiendo.
–Se trata de un término empleado durante los siglos veinte y
veintiuno en la Tierra. Un grupo de trabajadores con preocupaciones
y quejas comunes eligen a uno de entre ellos para que plantee sus
agravios ante quienes se encuentran en una posición de poder y
tienen capacidad para cambiar las condiciones.
–Señor Spock, esto no es una democracia. Estamos en una nave
que debe responder ante la Flota Estelar. Votar cada decisión no
sólo es poco práctico, es algo imposible y muy peligroso. Debemos
confiar en los expertos de los diferentes campos. A pesar de que
tengo conocimientos acerca de los motores, no puedo repararlos como
Scotty. Del mismo modo, mi formación y experiencia residen en el
mando. Mis superiores me han ordenado llevar al grupo negociador a
Ammdon, y debo hacerlo según el máximo de mi capacidad. Esas
órdenes no están abiertas al veto por votación de la
tripulación.
–A mí no tiene que explicármelo, capitán. Yo sólo le he
proporcionado los datos que solicitó.
–No se ponga susceptible conmigo en este momento, Spock. Lo
único que sucede es que nunca había oído semejante… -Las palabras
le fallaron al recorrer el puente con los ojos. Sulu y Chekov
discutían en voz demasiado baja como para entender lo que decían.
Uhura y el oficial de ingeniería de guardia en el puente estaban
absortos en una conversación similar-. ¿Qué está sucediendo? –
acabó por decir Kirk, sintiéndose impotente.
–Lo que yo creo -respondió Spock con su entonación mesurada-
es que la tripulación de la Enterprise está preparándose para
amotinarse.
Ya he tolerado durante bastante tiempo el creciente descuido
de la tripulación. Aunque el esfuerzo que requiere el mantenimiento
de una nave estelar es considerable, la tripulación de la
Enterprise es una de las mejores de la Flota Estelar. Es la mejor
de todas. Spock y yo tenemos que controlar constantemente los
sistemas vitales para prevenir el desastre. Me resulta inconcebible
que los permisos de tierra pospuestos constituyan la causa que ha
originado este abandono del deber, pero es la única razón
plausible. Voy a reunir a mis jefes de sección y acabar con esto de
una vez por todas. En caso contrario, llegaremos al sistema de
Ammdon y Jurnamoria en unas condiciones apenas mejores que las de
una gabarra basurera vieja.
James Kirk estaba sentado en su camarote, y atento al sonido
de botas que resonaban por el corredor, al otro lado de su puerta.
El incremento de tránsito significaba que sus órdenes estaban
siendo obedecidas… al menos de momento. Había censurado con dureza
a varios de los oficiales subalternos cuando los descubrió
conversando en el salón de oficiales, en lugar de estar en sus
puestos de guardia. Aunque la disciplina que había logrado con su
reprimenda pronto se desvanecería, esperaba que el ímpetu adquirido
por el hecho de volver a ejecutar sus tareas de modo adecuado, les
hiciera continuar.
Pero no tenía muchas esperanzas.
Spock había vuelto a advertirle de la posibilidad de motín.
Ya fuera debido a que se negaba a creer algo tan lamentable de la
tripulación de la Enterprise, como porque su ego le impedía
considerar que algo semejante pudiera sucederle a él, el caso es
que descartaba una fantasía semejante.
–Fantasía -murmuró para sí, los ojos fijos al otro extremo
del camarote. Su atención se vio lentamente atraída por las
lecturas de la pantalla de la computadora. El informe que pasaba
lentamente por ella lo desanimó. Tecleó para solicitar de la
biblioteca de la computadora todos los casos de motín acaecidos a
bordo de naves de la Flota Estelar.
Se habían producido apenas cinco en la historia de la Flota,
pero esos pocos motines helaron a Kirk hasta los huesos. Los
informes eran, por necesidad, incompletos y presentaban
desviaciones, pero él logró inferir lo que nunca había llegado a
los bancos de datos de la computadora. Las tripulaciones amotinadas
habían sido todas empujadas más allá de los límites de la
resistencia humana, se había exigido de ellos más de lo que cabía
esperar. A bordo de la U.S.S. Farallones, el capitán, además de ser
un tirano, le había dado a la tripulación unas órdenes que la
colocaban en una situación potencialmente peligrosa en la zona
desmilitarizada entre el imperio romulano y la Federación. El
capitán, un oficial de carrera llamado MacCallum, había sido
asesinado, pero los cabecillas del motín fueron enviados a una
colonia penal de por vida, sin rehabilitación posible. Lo que más
mortificaba a Kirk era que los amotinados habían tenido la razón de
su parte y MacCallum se equivocaba: sus acciones podrían haber
provocado la guerra entre el imperio romulano y la
Federación.
De todas maneras, la tripulación de la Farallones había
recibido unas órdenes y las había desobedecido
voluntariamente.
–¿Estoy llevando yo la Enterprise a una guerra? – se preguntó
en voz alta- Se me han dado unas órdenes. El grupo diplomático es
el mejor que puede enviar la Federación. Ellos intentan prevenir
una guerra, no comenzarla. No hay razón para que mi tripulación
manifieste una antipatía semejante respecto a esta
misión.
Sus palabras no consiguieron consolarlo ni convencerlo de la
corrección de su postura. Kirk miró su cronómetro y vio que había
llegado el momento. Se levantó, se alisó el uniforme y abandonó el
camarote camino del salón de oficiales.
–Siéntense, señores -dijo de manera mecánica al cerrarse la
puerta con un suspiro detrás de él. Habitualmente, sus oficiales se
ponían firmes cuando él entraba en la sala. Esta vez, la mayoría
estaban demasiado ocupados murmurando entre sí como para advertir
siquiera su presencia. Kirk hizo caso omiso de este descuido del
protocolo.
–Capitán, todos los jefes de sección se encuentran presentes
o han justificado su ausencia. – Los ojos de Spock recorrieron con
rapidez varios asientos vacíos en torno a la mesa. Kirk tenía ganas
de preguntar por los que faltaban, pero no lo hizo. Spock había
dicho que su ausencia estaba justificada. Eso tendría que bastarle.
Por el momento.
–Damas y caballeros, existe un creciente malentendido entre
los miembros de la tripulación respecto a quién se encuentra al
mando de la Enterprise. – Hizo una pausa de pocos segundos para
asegurarse de que tenía la total atención de todos. La tenía-. Yo
soy quien está al mando de esta nave. ¿Me he expresado con claridad
sobre este punto?
–Eh, señor, ¿no es eso evidente? – preguntó el teniente
Patten, jefe de seguridad- Al fin y al cabo, es usted el
capitán.
–No parece que se haya tenido muy en cuenta últimamente,
teniente. Me refiero a la falta de eficiencia en el trabajo por
parte de toda la tripulación. Y no estoy refiriéndome a ninguna
sección en particular. No tengo que hacerlo: todas son culpables
por igual de lo que yo considero las peores infracciones de la
disciplina de la Flota Estelar.
–Eso es injusto, señor -intervino la comandante Buchanan. Se
levantó y se inclinó hacia delante apoyada sobre las palmas de las
manos, en una réplica inconsciente de la postura adoptada por
Kirk-. Casi hemos llegado al límite de nuestra resistencia. Ahora
que nos lleva usted a una zona de combate…
–¿Quién le ha dicho eso, comandante? ¿Quién? – Cuando la
mujer no respondió, Kirk se enderezó y contempló con atención los
rostros de todos los presentes. Lo que vio no le gustó en lo más
mínimo. En ellos se manifestaba un franco escepticismo acerca de la
misión de la Enterprise- Quiero informarles a todos, oficialmente,
de que no nos dirigimos al sistema de Ammdon para fomentar la
guerra. Por el contrario, nuestro propósito es el que ha sido
siempre: promover la paz entre todas las razas
inteligentes.
Algunos de los presentes profirieron un bufido de
mofa.
–El grupo diplomático que se encuentra a bordo de la
Enterprise ha sido especialmente escogido por su destreza en
semejantes negociaciones. No habrá guerra ninguna. Si es que
llegamos al sistema de Ammdon y Jurnamoria a tiempo de
prevenirla.
–Los romulanos ya se encuentran allí -intervino uno de los
oficiales-. Tendremos que luchar contra ellos. Si lo intentamos
siquiera, nos harán estallar en polvo cósmico. La nave no está en
condiciones de combatir.
–Señor -respondió Kirk con frialdad-, la nave no va a entrar
en combate. Los romulanos no están ocupando el sistema de Ammdon, y
no tendrán esa oportunidad si tiene éxito la misión del equipo
diplomático de la Federación. Pero si no llaman al orden a los
miembros de sus respectivas secciones, la misión fracasará. Son
ustedes oficiales de la Flota Estelar, y se espera que obedezcan
las órdenes, y fomenten y protejan la paz en todos los sectores de
la galaxia.
–Bonitas palabras, capitán, pero no es así como están las
cosas -dijo la comandante Buchanan-. Cuando aparezcamos nosotros,
seremos la señal para que Ammdon inicie la guerra. Dará la
impresión de que tienen nuestro apoyo. Eso obligará a Jurnamoria a
establecer una alianza con los romulanos, y la guerra se declarará
minutos después de haberse redactado el borrador del
tratado.
–Está usted demasiado segura de eso. Todos ustedes lo están.
Y no dejan de repetir las mismas palabras, como si no conformaran
una idea propia. Doctor McCoy. – Kirk se encaró con su amigo, quien
sacudía la cabeza y fruncía el entrecejo ante el intercambio verbal
que acababa de tener lugar.
–¿Sí, capitán?
–Usted fue el primero en someter esta interesante teoría a mi
atención. ¿De dónde sacó la idea de que nosotros precipitaríamos la
guerra en lugar de prevenirla?
–Pero si es mi conclusión personal… Demonios, Jim, es algo
tan claro como los cuernos en un toro…
Kirk lo interrumpió.
–También he oído un argumento similar de boca de la
alienígena que descubrimos en la nave naufragada. ¿Habló Lorelei
con usted acerca de esta situación antes de que acudiera a
mí?
–Bueno, puede que sí. Pero qué tiene eso que ver
con…
–Y los demás. Piensen en ello. ¿Lorelei ha influido en su
manera de pensar? – Kirk intentó dominar la tensión que le
atenazaba la garganta cada vez que mencionaba el nombre de la
mujer. Una presa tan potente impedía que fuera del todo racional
cuando hablaba de ella, aunque tenía que hacerlo. El destino de su
misión dependía de que lograra que sus oficiales dilucidaran la
verdad. El destino de la Enterprise también dependía de ello. Eso
hizo que continuara hablando; el esfuerzo por atraer su atención
sobre el tema que se estaba tratando, impidió que sucumbiera al
misterioso poder de la mujer.
–Yo hablé con ella -declaró el teniente Patten-. Pero no fue
sobre Ammdon. Simplemente… hablamos. Me cae bien. – Una media
sonrisa cruzó el rostro del hombre, confiriéndole una expresión
ligeramente cómica. Nadie rió. La mayoría de ellos sonreían de modo
similar al pensar en Lorelei.
–El que nos guste nada tiene que ver con si cumplimos o no
con las órdenes de la Flota Estelar.
–Con su perdón, señor, pero creo que podría tener una
decidida influencia sobre el particular. – Spock alzó un delgado
dedo y lo posó a lo largo sobre una de sus mejillas. El suave
resplandor de la pantalla de la computadora le confería una
apariencia demoníaca; el brillo mortecino teñía su piel cetrina de
un azul pálido y realzaba las cejas arqueadas.
–Adelante, señor Spock. Estoy interesado en sus
teorías.
–No se trata de una teoría, sino más bien de una conjetura.
No sabemos nada del planeta de origen de Lorelei, ese tal Hyla.
Sabemos poco de su cultura, aparte de lo que ella nos ha dicho. Por
su título de Habladora, debemos inferir que posee alguna habilidad
en ese terreno.
–Brillante -masculló McCoy- ¿Y para esto he dejado yo mi
consultorio?
Kirk hizo caso omiso del comentario, y Spock se limitó a
lanzarle una mirada de reojo al médico antes de
proseguir.
–Es una oradora de primera línea capaz de influir en aquellos
que la escuchan. Sus puntos de vista pacifistas se hicieron
evidentes poco después de que la rescatáramos. Resulta plausible
que comunique su filosofía de modo tan eficaz que esté comenzando a
influir en la actuación de la tripulación.
–¿No le parece un poco traído por los pelos, eso? – Kirk se
recostó en el respaldo y miró fijamente a su oficial científicoEstá
atribuyéndole poderes sobrehumanos.
–No sobrehumanos, capitán, sino poderes definitivamente
alienígenas. El doctor McCoy atestiguará que ha sobrevivido en una
nave espacial bañada por radiaciones mortales, durante mucho más
tiempo del que habría resistido cualquier humano o vulcaniano. El
doctor McCoy es incapaz de explicar las características que
muestran las lecturas de su organismo.
–Tolera bastante bien nuestra atmósfera y nuestra comida
-Protestó McCoy-. Está describiéndola como si fuera un fenómeno de
feria. Por lo menos no tiene las orejas en punta.
–Bones, haga el favor de callarse. – Kirk le lanzó al médico
una segunda mirada que acalló cualquier otro comentario-. Spock,
¿tiene usted alguna prueba que apoye esas afirmaciones? Si lo que
está diciendo es verdad, Lorelei resulta bastante
peligrosa.
–No es físicamente peligrosa, señor. Pero está comprometida
con una filosofía que se encuentra reñida con la línea que
seguimos.
–Pero lo cierto es que nosotros estamos intentando mantener
la paz. ¿Por qué todo el mundo se empeña en afirmar lo
contrario?
–Enfadándose, lo único que conseguirá será enturbiar sus
procesos lógicos. – Kirk iba a contestarle, pero vio que el
vulcaniano tenía razón. Hizo un gesto para indicarle que
prosiguiera. Spock inclinó ligeramente la cabeza y explicó su punto
de vista-. Ella tiene razones para creer que nosotros decimos una
cosa pero hacemos otra. Nuestra manera de ser le resulta tan
extraña como la de ella a nosotros. Su lógica le dice que está en
lo correcto; para ser fiel a sus creencias ella utiliza este…
talento… que tiene para alterar las opiniones de la
tripulación.
–Eso es atribuirle poderes que yo no creo que tenga, señor
Spock. – El capitán Kirk estudió las resueltas expresiones de sus
oficiales y llegó a una conclusión. Había que hacer algo, y no era
éste el lugar apropiado-. Propongo un debate público en la nave
acerca de este asunto, entre Lorelei y el'embajador Zarv. Tengo
plena confianza en que el embajador tranquilizará adecuadamente los
ánimos respecto al propósito de nuestra misión. Encárguese de las
disposiciones necesarias, señor Spock.
La única reacción que obtuvo fue una leve contracción facial
por parte de su oficial científico. Eso afectó más a Kirk que si
Spock se hubiese opuesto abiertamente a la sugerencia. Se levantó
con celeridad y salió de la habitación.
Había hecho lo correcto. Estaba seguro de que así
era.
–Ésta no es una decisión que aconseje la prudencia, capitán.
Desearía que hubiese comentado la idea conmigo antes de anunciarles
el debate a los demás oficiales.
–Spock, no sea usted tan desconfiado.
–Señor, no me falta confianza en mis propias capacidades,
sólo en las manifestadas por toda la tripulación. De todas formas,
dado el ambiente que se respira en la nave. no creo que sea una
buena idea.
–No quiero oír hablar más de motines -le espetó Kirk- Es algo
que sucede cuando se habla de ello con demasiada
frecuencia.
–Eso es supersticioso e ilógico en extremo. Yo presento
hechos.
Antes de que Kirk pudiera replicar, una voz conocida y
gruñona resonó en el corredor e irrumpió en la sala donde los
técnicos habían establecido la conexión de vídeo requerida para
transmitir el debate a todas las secciones.
–Kirk -bramó el embajador Zarv-, ¿por qué se supone que, de
entre todos los seres posibles, tengo que entrar en debate con esa
demacrada criatura? ¿Qué tiene usted en el cerebro, aparte de polvo
espacial?
–Embajador, la situación que impera a bordo de la nave es
nueva para mí. He pensado que una conversación informal sobre
nuestra política, sobre nuestra misión de paz, sobre lo que espera
la Federación del envío de uno de sus mejores negociadores a
Ammdon, contribuiría a mejorarla. Lorelei no tiene ninguna
posibilidad de defender una posición contraria,
¿verdad?
–Por supuesto que no.
Junto al embajador tellarita, Donald Lorritson sonrió ante la
maniobra de Kirk. Era obvio que el hombre apreciaba la forma en que
el capitán había conducido diplomáticamente a Zarv a prestarse para
aquel debate.
–Excelente. Lorelei estará aquí dentro de un momento y
podremos comenzar.
Zarv profirió un bufido, y luego dijo:
–Tal vez esto no sea una pérdida de tiempo, Lorritson. Puedo
poner a prueba algunos de los razonamientos que hemos desarrollado
y ver la reacción que obtenemos. Es probable que la tripulación de
una nave estelar reaccione como lo harían esos palurdos del brazo
de Orión.
–Una buena oportunidad para pulir sus habilidades
histriónicas -convino Lorritson.
Mek Jokkor se deslizó al interior de la sala y se detuvo
debajo de uno de los focos, disfrutando la luz como sólo una planta
puede hacerlo. Kirk imaginó cómo la fotosíntesis le fortalecía
brazos y piernas.
Spock tomó a su capitán por un brazo y lo apartó a un lado
donde, en voz baja, le dijo:
–Jim, todavía tenemos tiempo de cancelar esta reunión. Si
Lorelei es como yo creo, tendrá entonces…
–¡Lorelei! – llamó Kirk en voz alta al tiempo que se apartaba
de Spock. La mujer menuda de pelo castaño se deslizó al interior de
la habitación como si fuera sobre ruedas en lugar de caminar sobre
dos pies. Todos sus movimientos eran gráciles y coordinados-. Ha
decidido participar en la discusión. Me alegro. – Sonrió al ver la
expresión de ella. No parecía feliz en lo más
mínimo.
–Capitán, lo que hago no me complace, pero he de hacerlo por
la paz.
–Todos nosotros hacemos lo que podemos… en nombre de la paz
galáctica.
–Hábleme de esto. – Hizo un gesto hacia las cámaras de
trivisión-. En Hyla no tenemos nada semejante.
–Su imagen en tres dimensiones será transmitida a toda la
nave. Todos los salones de oficiales están equipados con
receptores, y hemos instalado otros en varias salas de reunión. –
Aparecerá mi imagen. ¿Lo mismo pasará con mi voz? – Por supuesto.
No serviría de nada mostrar sólo su adorable
persona.
–Capitán, es usted demasiado bueno conmigo. – Kirk sintió que
lo invadía una sensación de tibieza. No, no era muy bonita, decidió
finalmente, sino atractiva. Decididamente atractiva, y eso incluía
intelecto, gracia, dignidad, muchas más cualidades que la efímera
simetría conocida como belleza. Una belleza del alma, decidió, en
lugar de la mera hermosura física.
–Acabemos con esto de una vez -bramó Zarv-. Aún me quedan
muchos preparativos que llevar a cabo antes de que lleguemos al
sistema de Ammdon, y Kirk insiste en avanzar a una velocidad
prácticamente sublumínica.
–Comiencen cuando quieran -ordenó Kirk- Embajador, ¿quiere
empezar usted?
–Muy bien.
Los modales del tellarita cambiaron, como si se hubiese
echado encima una nueva personalidad que todo lo cubría. La
aspereza se desvaneció en el instante en que destelló la luz
indicadora en la cámara holográfica. Zarv habló con firmeza,
concisamente, y con una confianza que hizo que Kirk se volviera a
mirar a Spock y sonriera como diciéndole a su oficial científico
que la lógica no siempre funcionaba, que el instinto visceral y la
confianza en los otros rendía a veces cuantiosos
beneficios.
Spock se acercó cautelosamente a su capitán y habló en voz
demasiado baja como para que la captaran los
micrófonos.
–Esto es un error. Toda la tripulación está escuchando. No
debe permitir que hable Lorelei.
–Se preocupa usted demasiado. Escuche a Zarv. Para eso es
embajador. La lengua de ese hombre acaricia las palabras. Resulta
persuasiva. Uno puede incluso pasar por alto el hecho de que tenga
aspecto porcino.
–Su apariencia no está en tela de juicio,
capitán.
Kirk se llevó un índice a los labios para indicar silencio.
Spock cedió, obviamente intranquilo. Kirk no quería nada más que
escuchar los argumentos de Zarv en favor de la misión de Ammdon.
Acallarían todas las críticas a bordo de la Enterprise. Al final de
una presentación de diez minutos, Zarv concluyó
diciendo:
–Gracias por concederme la oportunidad de exponer la verdad
sobre este asunto. – Se sentó, y Lorelei avanzó hasta situarse ante
la cámara.
–¿Ha visto qué aspecto tan desvalido tiene? – dijo Kirk.
Compare sus técnicas de expresión con las utilizadas por Zarv. El
tellarita es un maestro de la diplomacia. Un auténtico
maestro.
Kirk se retrepó en el asiento y aguardó a que Lorelei
comenzara. No tendría ni una sola posibilidad, cosa que se
demostraría si después él realizaba una encuesta de opinión entre
los tripulantes. Zarv era un profesional, y ella apenas una
niña.
La Habladora de Hyla comenzó.
Y James Kirk sintió el creciente poder de sus palabras, la
diestra precisión, la emoción y la urgencia. Ella lo arrastró fuera
de sí mismo, lo impulsó a cumbres de éxtasis, le arrancó lágrimas
de los ojos y luego lo sacudió de arriba abajo… y todo con sus
palabras. Por primera vez, comprendió lo que Ammdon tenía intención
de hacer. La Enterprise era un peón, de eso lo dejó convencido. La
incursión romulana se convertiría en un hecho si la Enterprise
entraba en el sistema de Ammdon; a Jurnamoria no le quedaría otra
elección que aliarse con el imperio.
–Capitán, detenga esto ahora -lo instó Spock- Le está
afectando a usted también. Incluso yo siento la potencia de sus
palabras. El daño que esto causará entre la tripulación es
incalculable.
–Pero es que tiene razón, Spock. ¿Cómo hemos podido dejarnos
engañar de esta manera? ¡Escuche! Ella nos está mostrando la
verdad. – Kirk se inclinó hacia delante como si eso pudiera
proporcionarle un mejor entendimiento de la mortal situación. Hizo
caso omiso de las protestas que Zarv hacía desde el flanco donde
estaba. Donald Lorritson le habló con rapidez a su superior, y
ambos se trabaron en una inmediata conversación. Mek jokkor
permanecía en silencio a un lado, disfrutando sobre todo del brillo
de las lámparas.
Y James T. Kirk escuchaba. Realmente escuchaba por primera
vez.
–Ella tiene razón, Spock. Tenemos que…
La nave se estremeció como si un puño gigantesco la aferrara
y comenzase a zarandearla. Segundos más tarde se dispararon las
alarmas, ensordeciendo a todos los presentes en la sala. Las luces
se apagaron y las de emergencia entraron en
funcionamiento.
Kirk se puso en pie de un salto y pulsó el botón del
intercomunicador.
–Scotty, informe. ¿Qué demonios ha sucedido?
–Señor -respondió la temblorosa voz del ingeniero-, hemos
perdido la botella magnética de babor. He tenido que cortar la
energía. De otro modo, habríamos sido destruidos. ¡Señor, la
Enterprise corre peligro mortal de explotar!
El alcance de los daños sufridos por la Enterprise es aún
desconocido. Temo que su magnitud pueda afectar a todos los
tripulantes. Con los motores hiperespaciales apagados, tanto
nuestra capacidad de utilizar el transportador como la radio
subespacial han quedado drásticamente limitadas, si no destruidas.
Aunque existen otros métodos para alertar a la Estación Espacial
Uno sobre la difícil situación en que nos hallamos, yo preferiría
continuar avanzando e intentar concluir la misión. Puede que eso no
sea posible. De ser así, éstas serán las primeras órdenes que he
sido incapaz de obedecer. La posibilidad de fracaso no es algo que
me resulte fácil aceptar.
–Necesitará un traje antirradiación para entrar, capitán
-dijo Spock, deteniendo a James Kirk justo en el exterior de la
puerta que conducía a la sección de ingeniería. Las luces rojas
destellaban funestamente y el gemido agudo de una sirena de
advertencia lejana continuaba asaltándole los oídos-. Toda el área
que rodea los motores hiperespaciales está inundada de radiación
gama pesada y rayos X procedentes de la antimateria al
descubierto.
–Consígame un traje -le ordenó Kirk a un tripulante que
pasaba por allí. El hombre parecía aturdido pero obedeció,
moviéndose como si hubiera perdido toda voluntad. Kirk se metió con
rapidez dentro del voluminoso traje. Spock hizo otro tanto, y
cuando ambos estuvieron preparados, Kirk pulsó el botón de apertura
de la puerta y juntos se deslizaron al interior de la sala de
motores.
La primera impresión que tuvo Kirk fue la de haber sido
víctima de una gigantesca burla. Todo parecía normal… hasta que vio
al personal de Scotty trabajando febrilmente en los paneles de
control. Iban todos ataviados con trajes a prueba de radiación y
muchos de ellos forzaban al máximo la potencia de las unidades de
aire acondicionado de los trajes; las placas faciales se empañaban
a causa del exceso de sudor. Si eso no era prueba suficiente, una
mirada a los contadores de radiación montados por toda la sección,
convenció a Kirk de que no todo era normal.
Los números digitales presentaban cifras más altas de lo que
él hubiese visto jamás fuera de los laboratorios de las estaciones
experimentales.
–El nivel de radiación es apenas inferior al alcanzado en el
centro del módulo materia-antimateria en estado de funcionamiento
-informó Spock-. Moriríamos instantáneamente sin los
trajes.
–¿Dónde está Scotty? Quiero hablar con él. – Kirk y Spock
rodearon a los técnicos que luchaban para realizar las
reparaciones, y hallaron a Montgomery Scott y Heather McConel
abriendo las entrañas de un panel y metiéndose en el laberinto de
integrados y circuitos cúbicos con un entusiasmo que sobresaltó a
Kirk. Por lo general, Scotty trataba a los aparatos con una
reverencia casi religiosa. Ahora, el oficial ingeniero arrancaba
piezas y desechaba componentes electrónicos como si fueran
chatarra.
–La radiación ha destruido las capacidades funcionales
-explicó Spock-. El señor Scott está intentando llegar a los
circuitos auxiliares para cortar por completo la energía hasta que
puedan valorarse los desperfectos.
–Es verdad, capitán -declaró la oficial McConel, alzando
momentáneamente los ojos de la actividad demoledora que estaba
llevándose a cabo en el complejo laberinto electrónico-. El
comandante Scott ha hecho todo lo que ha podido, pero esto no tiene
muy buen aspecto.
–Heather, sus manos son más pequeñas. Hágalo usted. – Scotty
retrocedió para dejar que su ayudante se metiera en el espacio que
él ocupaba. Ahora podía ver a sus interlocutores. El hombre sacudió
la cabeza-. No sé si saldremos de ésta, capitán. Está muy
mal.
–Informe.
Con una voz cuajada de infinito cansancio, Scotty
dijo:
–Las botellas magnéticas no se han roto como yo temía, pero
en una de ellas, el grosor de las paredes se redujo hasta tal punto
que se ha filtrado una gran cantidad de radiación a este
compartimento de circuitos. Eso disparó todas las alarmas. Estamos
intentando contener el escape y anular por completo la reacción
materia-antimateria.
–¡Si consigue detenerla, se necesitará el dique seco de una
base estelar para volver a iniciarla! – protestó Kirk- Estamos a
años luz de una base estelar que tenga las instalaciones adecuadas.
Eso significará que nos encontraremos encallados sin capacidad para
viajar a velocidades supralumínicas.
–¡Si no apagamos, haremos puummm! – Scotty hizo un gesto para
indicar cómo la Enterprise simplemente se desvanecería en un solo
destello actínico-. Pero no estoy tan seguro de que los motores no
puedan ponerse otra vez en funcionamiento. Posiblemente
sí.
–¿Se refiere usted a la técnica de RotsIer? – le preguntó
Spock- Sólo se trata de un procedimiento teórico, y jamás se lo ha
sometido a pruebas empíricas en verdaderas condiciones de
emergencia en el espacio.
–¿Qué es eso de la técnica de Rotsler? – quiso saber Kirk-.
¿Acaso quiere decir que si Scotty apaga los motores hiperespaciales
cabe la posibilidad de ponerlos otra vez en funcionamiento después
de llevar a cabo las reparaciones?
–Posiblemente, aunque se requieren materiales que no tenemos
a bordo de la nave. Se necesita una considerable cantidad de
material aislante sólo para las reparaciones. Y para encender los
motores usando el método antes mencionado, se necesita todavía más
aislamiento antirradiactivo. Los motores deben quedar completamente
encerrados en escudos que retengan toda, o la mayor parte de la
radiación mientras el centro se calienta hasta llegar al punto de
ignición. No es un procedimiento de encendido en frío, más bien al
contrario.
–¿Qué tipo de aislamiento se necesita? Lo único que tenemos
son unos pocos centímetros de plomo y algunos equipos de pantallas
energéticas.
–Totalmente insuficiente -declaró Spock.
–Sí, capitán, el vulcaniano tiene razón. Lo que necesitamos
es una docena de metros de mercurio o plomo. Menos no
servirá.
–¿Una docena de metros? – Kirk se volvió a mirar hacia la
entrada. Él sólo había recorrido diez pasos. Scotty necesitaba un
grosor superior a esa distancia en mercurio o plomo… y los motores
medían cada uno cien metros de largo.
–Eso es imposible.
–Sí, me temo que sí -dijo el escocés con expresión
ceñuda.
Kirk se negaba a considerar la posibilidad de que quedasen
todos abandonados en el espacio, a años luz de casa. Lo que nadie
mencionó, aunque todos lo sabían, era que su radio subespacial
necesitaba energía hiperespacial para funcionar. Sin la energía que
generaban los motores hiperespaciales, las posibilidades de
comunicación se habían visto severamente mermadas. Si iba a
enviarse un paquete-mensaje, había que hacerlo pronto. Con
independencia de lo que sucediera, iban a quedar a la deriva
durante muchos meses antes de que les llegara auxilio, aunque sólo
fuera para escapar de la nave y abandonarla.
–Me niego a abandonar mi nave -declaró Kirk con tono
vigoroso- Y me niego a creer que nuestra misión no pueda ser
llevada a término.
Los que estaban cerca se volvieron y lo miraron con expresión
de escepticismo.
–Señor Scott, continúe con su trabajo. Haga lo que pueda;
luego quiero un informe completo. Señor Spock, comience un análisis
detallado de lo que necesitaría para ejecutar esa técnica de
Rotsler. Y haga que Sulu y Uhura realicen un sondeo exhaustivo del
espacio circundante. Puede que hayamos pasado algo por alto. Esta
zona no está bien cartografiada, a pesar de toda la actividad
existente entre la Federación y el brazo de Orión.
–Sí, capitán -dijo Spock. El vulcaniano dio media vuelta y se
marchó, con un paso firme que no se veía estorbado por el
voluminoso traje antirradiación. Scotty ya había vuelto a su
descorazonador trabajo. Kirk quedó sumido en un mar de desdicha,
contemplando de hito en hito la sala aparentemente intacta de
motores. Sin embargo, sabía muy bien que la nave estaba tullida,
quizá de modo permanente, y que sólo la pericia de su tripulación
impedía que todos ellos se convirtieran en átomos recalentados que
se expandían por el espacio.
Regresó al puente, pensando con
preocupación.
–Comprobación final de los circuitos, señor. ¿Desea
confirmación? – Spock miraba la pantalla de su computadora mientras
una rápida sucesión de números lo informaba del estado de la
nave.
–Proceda, señor Spock. – Kirk se retrepó en el asiento de
mando. Nunca le había parecido más duro ni incómodo que ahora. La
Enterprise se había convertido en poco más que un derrelicto, una
nave abandonada e impotente a la deriva. Scotty había apagado por
completo los motores de materia-antimateria, obligándolos a
funcionar con sólo el diez por ciento de la potencia, suministrada
en su totalidad por las baterías de emergencia. Eso mantendría la
actividad de los sistemas de soporte vital, y poco más, hasta que
los motores de energía de impulsión pudieran volver a funcionar al
máximo de su capacidad.
–La energía aumenta -gritó Chekov- Motores de impulsión a la
mitad, a tres cuartas partes, motores de impulso a plena potencia.
Señor, ¿quiere que conecte ahora los sistemas
internos?
–Hágalo, señor Chekov. Quiero que el soporte vital aumente
hasta al menos el cincuenta por ciento de lo normal. Apague
cualquier aparato que no desempeñe una función esencial. Señor
Spock, prepare un paquete-mensaje para la base estelar. Quiero que
incluya grabaciones de computadora completas de todo lo
sucedido.
–Señor, no creo que sea posible. – ¿Qué quiere
decir?
El paquete-mensaje era un misil compacto con un sistema de
dirección inercial fijado sobre la base estelar más próxima. En
caso de interrupción de las comunicaciones, averías muy graves como
las que acababan de sufrir, o necesidad de enviar pequeños objetos
materiales, el paquete-mensaje era el método preferido de
transporte.
–Nuestros cinco paquetes han sufrido daños.
–Eso es imposible, Spock. Están aislados por escudos,
protegidos, casi mimados, maldición. ¿Qué ha provocado los
daños?
Spock alzó la mirada; tenía los labios ligeramente curvados
hacia abajo.
–En este momento sólo puedo aventurar una hipótesis, capitán.
Parece un acto de sabotaje.
Kirk se hundió en el asiento, considerando con todo cuidado
las posibilidades. Spock jamás conjeturaba, aun cuando decía
hacerlo. Dentro de sus evaluaciones había centenares, millones de
diminutas evidencias. Tal vez sería algo que nunca se sostendría
ante un tribunal, pero Kirk tenía que creer que en efecto se
trataba de un sabotaje si Spock conjeturaba que lo era. Coqueteó
con la idea de que hubiera sido Lorelei, pero algo lo hizo
retroceder mentalmente ante la idea de una acusación directa. Otros
se habían visto atraídos a su idea de que la presencia de la
Enterprise en el sistema de Ammdon provocaría la guerra. El apagado
de los motores de la nave proporcionaba una razón perfecta para no
continuar con la misión. Cualquiera que hubiese escuchado a Lorelei
después de la intervención del embajador, podría ser responsable de
la destrucción de los paquetes-mensaje. Eso aseguraba que pasaría
un lapso de tiempo considerable antes de que la Federación enviase
otro grupo diplomático.
Kirk no quería siquiera considerar la posibilidad de que
también los motores hiperespaciales hubiesen sido
saboteados.
–¿Pueden repararse los paquetes-mensaje?
–Imposible. Los mecanismos hiperespaciales están
inutilizados. No pueden alcanzar la velocidad lumínica, igual que
le sucede a la propia Enterprise.
–Maldición, Spock, déme alguna buena noticia. Estamos varados
en medio de ninguna parte con sólo energía de impulsión, no podemos
contactar con la Base Estelar Uno, no podemos concluir nuestra
misión, no hay ninguna manera de reparar los motores
hiperespaciales sin un aislamiento que no tenemos… ¿No hay ninguna
buena noticia?
–Eh… capitán, estoy captando algo. – Sulu accionó diversos
botones y pasó los dedos sobre la consola de la computadora para
hacer aparecer en la pantalla frontal una imagen
inestable.
–¿De qué se trata, señor Sulu?
–Podría ser un sistema planetario. Estrella débil de clase G.
Oculta por una nube de polvo.
–Estoy comprobando los datos del señor Sulu -intervino Spock-
Sí, capitán. Usted deseaba buenas noticias, y esto podría ser una.
El sistema que ha encontrado el señor Sulu posee seis planetas,
cuatro rocosos y dos gigantes gaseosos. La distancia es demasiado
grande para estar seguro, pero cabe la posibilidad de que uno o más
de ellos estén habitados.
–¿Formas de vida?
–No puedo hacer una valoración fiable -fue la respuesta
inmediata del vulcaniano.
–Uhura -vociferó Kirk-. ¿Alguna señal de radio? ¿Algo en las
bandas que aún podemos controlar?
–Nada, señor.
–¿A qué distancia, a máxima velocidad de impulsión, está ese
sistema, señor Sulu?
–Estoy calculándolo, señor. Lo tengo. – El oriental se volvió
en el asiento y le dedicó una amplia sonrisa, Tres días a máxima
velocidad de impulsión.
–Bien. Trace un rumbo, señor Chekov. Llévenos hasta allí. –
Kirk observó la actividad que florecía a su alrededor. Sus hombres
volvían a tener un propósito. Olvidaron el delicado asunto de la
misión diplomática a Ammdon. Ésta era la tripulación que él había
formado, la tripulación de la que tanto se enorgullecía. Su dedo
pulsó un botón de comunicación interna- Bones, reúnase conmigo en
la cubierta cuatro para realizar una inspección informal. – Oyó el
comienzo de la vociferante protesta del médico, sonrió y soltó el
botón interrumpiendo así toda protesta.
Esto era más normal. Echó una última mirada a su punto de
destino, que titilaba a través de una nube de polvo cósmico, y a
continuación James Kirk se marchó a reunirse con McCoy. Un
recorrido de inspección tal vez mantendría al médico lo bastante
ocupado como para que se olvidase un poco de
protestar.
–Tengo cosas que hacer, Jim, cosas importantes. Esto es una
pérdida de tiempo. – Leonard McCoy se paseaba de un lado a otro
ante su escritorio, con las manos aferradas tras la espalda- Con la
energía reducida a la mitad, ¡la mitad!, apenas tengo potencia para
mantener el equipo de la sala de cirugía en
funcionamiento.
–Hablaré con Spock, por si necesita más. No tiene ningún
paciente de momento ¿verdad?
–Ninguno, ahora que el oficial Andres ha vuelto al trabajo.
Pero es un milagro. Esperaba que todos acudieran aquí fritos como
un buen pollo de campo después de que dejase usted que los motores
se cayeran a trozos de ese modo. Radiación. – El hombre se
estremeció-. Habría que acabar con eso.
Kirk hizo caso omiso del estallido de malhumor del médico. No
servía de nada discutir con él, y McCoy casi nunca decía esas cosas
en serio. Le gustaba perorar y descargar un poco del nerviosismo
contenido que todos sentían. Era una forma tan inofensiva de
hacerlo como cualquier otra, y Kirk lo soportaba.
–Necesito sus talentos como médico. No del cuerpo sino de la
mente. Quiero que me acompañe y me dé un informe del estado mental
de la tripulación después del accidente.
–No tengo necesidad de hacer un condenado recorrido por la
nave y mirar el cerebro a la gente. Puedo decirle todo lo que
necesite saber.
Kirk aguardó. Sabía que McCoy pronunciaría una diatriba sobre
el tema si se le daba la oportunidad. Se sorprendió cuando esta vez
no lo hizo.
–¿Cuál es su valoración, Bones? – preguntó por
último.
McCoy sacudió la cabeza.
–No es buena. La moral de esta nave nunca ha estado más baja.
Si yo fuera un observador neutral enviado por la Flota Estelar para
realizar un informe completo, suspendería a la Enterprise y a casi
todos los que están a bordo.
–¿A casi todos?
–Excepto a Spock, maldición. – Admitir eso le costó a McCoy
un poco de su orgullo-. Él parece indestructible. Esa mezcla medio
vulcaniana medio humana le hace superar tranquilamente situaciones
que a los demás nos llevan al límite de nuestras
fuerzas.
–¿Me está diciendo que también usted se ha convertido en un
caso de patología espacial?
–No tanto -bufó el médico- Pero es posible que los otros sí.
Debería haberme escuchado cuando le dije que diéramos media vuelta,
que nos olvidáramos de este asunto de Ammdon.
–Así que usted cree que en eso reside el núcleo del
problema.
Kirk inspiró y luego dejó escapar el aire con lentitud. Las
advertencias de Spock sobre la influencia que tenía Lorelei sobre
la tripulación habían resultado ser demasiado exactas; a pesar de
eso, la presencia de la alienígena lo desconcertaba… Tenía un
aspecto tan inocente que era difícil dar crédito a las palabras de
Spock. Pero las pruebas habían ido acumulándose hasta que no tuvo
más remedio que afrontarlo, por muchas reticencias que tuviera. El
hecho de que continuamente pospusiera la necesidad de hablar con la
mujer, era muy significativo. Tenía la desasosegadora y vaga
sensación de que era tan peligrosa como afirmaba su oficial
científico, pero detestaba admitirlo.
–Vayamos a echarle una mirada a la tripulación, de primera
mano -sugirió-. Y si a usted no le importa acompañarme, Bones,
podremos acabar con mucha mayor rapidez.
–¿Va a bajar a la sala de motores?
–Todavía está inundada de radiación. Sólo tengo intención de
examinar a los tripulantes de las cubiertas
superiores.
–En ese caso, le acompañaré. Necesito estirar las
piernas.
McCoy traspuso la puerta y salió al pasillo sin echar una
sola mirada atrás. Se alejó a grandes zancadas, pero se detuvo tras
haber avanzado menos de veinte pasos por el corredor. Unos
murmullos quedos les llegaban amplificados a través de las placas
metálicas de la cubierta. Kirk dio alcance al médico y se detuvo,
aguzando el oído para ver si podía entender algo.
–-… negamos a hacer cualquier cosa. Tendrán que regresar a la
base.
–Será la guerra si no lo hacemos -comentó alguien, en
respuesta.
Kirk frunció el entrecejo cuando McCoy señaló hacia el área
de recreación. Se detestaba a sí mismo por espiar de este modo,
pero tenía que hacerlo. El capitán avanzó hasta la puerta abierta y
bloqueada, y se recostó contra la mampara para
escuchar.
Las voces continuaron con su seria
conversación.
–No deberíamos haber salido de la base estelar. Esto era una
misión de guerra desde el principio. Ahora está muy claro. Se
supone que tenemos que fomentar la paz.
–Yo no me he presentado a trabajar. ¡Veamos cómo consiguen
ahora mantener cargadas las baterías fásicas!
Kirk traspuso la entrada para enfrentarse a los dos
tripulantes. Estaban sentados, un hombre y una mujer, bebiendo café
con aire preocupado. Kirk avanzó como una tromba hasta ellos y
preguntó, con expresión autoritaria:
–¿Por qué no están en sus puestos? Ross y Kesselmann,
¿no?
–Sí, señor -replicó la mujer. Ni siquiera se molestó en
levantarse y ponerse firme como hizo su compañero-. A partir de
este momento me niego a presentarme siquiera de servicio en la
sección de baterías fásicas. Son armas de guerra. Yo sólo quiero
paz para todos los seres del universo.
–Alférez Ross, ¿consideraría usted esto como una reacción
adecuada ante la agresión romulana?
–Si nosotros nos negamos a luchar, ellos no lucharán -le
contestó ella.
–Anita -le susurró su compañero- Cállese.
–No, Deke, ya es hora de que defendamos nuestras creencias.
Ninguno de nosotros participará en ninguna actividad que ponga en
peligro a otras formas de vida. La muerte y la destrucción tienen
que detenerse algún día. Muy bien podría ser con nosotros. Ahora
tenemos en nuestro poder la posibilidad de hacer algo. ¡Y lo
haremos!
–¿Habla también en su nombre, alférez Kesselmann? Usted está
destinado en la división de soporte biológico. ¿no es
cierto?
–La vida es preciosa, señor. Sí, ella habla en mi nombre. Y
en el de muchísimos otros tripulantes -concluyó el joven alférez,
escupiendo las palabras como si le quemaran la lengua. En su frente
se veían gotas de sudor que denotaban la intensa tensión que
sufría.
–Por supuesto que la vida es preciosa. Por eso nuestra misión
en Ammdon es prevenir la guerra. – Kirk no se sorprendió en lo más
mínimo cuando Ross y Kesselmann se burlaron de esa afirmación. Era
la opinión más generalizada y predominante que jamás había
encontrado entre su variopinta tripulación-. ¿Han considerado el
hecho de que ustedes no tuvieron esta extraña opinión hasta después
de haber hablado con la alienígena Lorelei?
–Lorelei nos hizo ver la verdad, pero las semillas de esa
creencia ya estaban dentro de nosotros. La Federación hace que
parezca algo noble eso de salir a buscar nuevas formas de vida.
Pero nosotros siempre acabamos destruyéndolas. Se
acabó.
–¿Cuándo hemos destruido voluntariamente una raza alienígena?
– exigió saber McCoy, que finalmente se sintió provocado por
aquellas afirmaciones e impulsado a hablar. En su mayor parte,
sospechaba Kirk, el médico estaba de acuerdo con los dos alféreces,
pero finalmente éstos se habían excedido en sus manifestaciones y
lo habían irritado-. Admito que nos hemos entrometido un poco en
algunos casos, pero ¿destruido? ¡Nunca!
–Ese entrometimiento destruye las culturas alienígenas con la
misma seguridad que si los borráramos de la existencia con un
disparo fásico -protestó Anita Ross, acalorada-. ¿Qué diferencia
hay entre moldearlos según nuestra idea de lo que es la cultura y
matarlos directamente? ¡Imponer nuestra filosofía a una raza
alienígena constituye una actitud tan agresiva como orbitar su
planeta y destruirlo sistemáticamente con torpedos de
fotones!
–Dado que no tenemos necesidad de utilizar rayos fásicos o
torpedos, en nuestra actual situación su desobediencia no es una
violación grave de la disciplina, alférez. No obstante, creo que
sentarse y consumir café no es un uso productivo de su tiempo,
considerando las dificultades en que nos encontramos. Hablaré con
su jefe de sección y haré que le asignen otros
servicios.
–Si implican algún tipo de agresión, me
niego.
–Continúen -dijo Kirk, tras lo cual giró en redondo y dejó a
los dos alféreces en la sala recreativa. En el corredor, dejó caer
los hombros y miró a McCoy- ¿Hay otros en el mismo
estado?
–Más de los que me gustaría creer, Jim. Pero no deja de ser
positivo que no quieran matar.
–Como he intentado señalarles a ellos, trate de explicarle
eso a una nave de guerra romulana plenamente armada y preparada
para hacerlo estallar en plasma. La guerra es algo demasiado sucio
como para no intentar evitarla, pero llega un punto en el cual
evitarla con demasiada diligencia lo reduce a uno a la esclavitud.
Creo que ya es hora de que hable con su niña
expósito.
–¿Con Lorelei?
Kirk asintió con la cabeza y echó a andar hacia el camarote
de la mujer. No deseaba esta confrontación, pero sabía que no podía
continuar evitándola. La seguridad de su nave era más importante
que el miedo que le retorcía las entrañas y que sentía crecer en su
interior.
Al igual que sucedía con las otras puertas de la Enterprise,
la que conducía al camarote de Lorelei se había dejado medio
abierta antes de que cortaran la energía. Cuando cada ergio
producido por los motores de impulsión era necesario para el
sistema de soporte vital y la propulsión a cohete, había que
renunciar al lujo de las puertas de apertura
automática.
–¿Lorelei? – llamó, con una voz no del todo temblorosa. Kirk
intentó dominarse. No existía ninguna razón para que le tuviese
miedo. No era violenta. Muy al contrario. Y sin embargo, la temía.
¿O era a su filosofía de pacifismo? ¿Acaso lo que le asustaba era
su capacidad de persuasión? ¿Podría ella darle la vuelta a casi
todas las cosas en las que él creía?
–Capitán Kirk… James. Por favor, entre.
Se encontraba sentada en un taburete bajo, las elegantes
piernas tendidas ante sí y cruzadas a la altura de los tobillos.
Llevaba puesto un vestido fino que se adhería con tenacidad
electrostática a las delgadas curvas de su cuerpo. Los grandes ojos
marrones le conferían una apariencia tierna, joven, vulnerable. El
aspecto aniñado de su figura contribuía a esa impresión. Kirk
intentó dominar el instinto protector que despertaba en él. En todo
caso, ella controlaba la situación más que él.
–Tengo que pedirle que no hable con ninguno de los miembros
de la tripulación. – Ya estaba. Había conseguido decirlo todo en
una sola frase.
–¿No? ¿Tan subversiva soy? Mis ideas son poderosas si cree
usted que se encuentran en la raíz de sus problemas. – Se inclinó
hacia atrás, equilibrándose sobre las manos. En una mujer con
apariencia más adulta, aquello habría parecido una pose
provocativa. Kirk se sintió aún más impresionado por la inocencia
que irradiaba de ella.
–Las palabras de mis hombres suenan muy parecidas a las de
usted. De alguna manera, y no sé cómo lo ha hecho, les metió sus
propias ideas en la cabeza. Muchos de los miembros de mi
tripulación se niegan a presentarse a sus puestos a causa de sus
recién hallados ideales pacifistas. Si se niegan a obedecer las
órdenes en un momento crítico, tanto si es a causa de un crucero
romulano como de un asteroide demasiado grande como para que puedan
rechazarlo nuestros escudos detectores, no sólo sus vidas estarán
perdidas, sino las de todas las demás personas que se encuentran a
bordo de la Enterprise. Usted no quiere cargar esas muertes sobre
su conciencia, ¿verdad?
La tristeza cruzó por el rostro de la mujer, casi como si una
nube hubiera ocultado el disco del sol. Negó con la cabeza. – No
resulta tan fácil, James. Las ideas son insidiosas. Una vez
sembradas, crecen y no pueden ser erradicadas. No hay forma de
volver atrás.
–¿Cómo lo hace? ¿Por qué? – Se sentó delante de ella y apoyó
los codos sobre las rodillas. Estudiarla no le proporcionó pista
alguna sobre sus motivaciones.
–Soy una Habladora de Hyla. Se me ha enseñado a escoger las
palabras con cuidado, a prestar atención a los significados, tanto
los evidentes como los sutiles. Tal vez la frase sutilmente
redactada es lo más importante, porque activa determinados procesos
mentales en el oyente. No tenía intención de causarle daño a usted
ni de alterar el funcionamiento de su preciosa nave. Pero su misión
va en contra de todo lo que yo considero sagrado.
–Una y otra vez oigo a mis tripulantes decir que vamos a
Ammdon para iniciar una guerra. Ése no ha sido en ningún momento el
propósito de la Federación. El embajador Zarv y los otros quieren
la paz, no la guerra.
–Su embajador es un Hablador notable. Se haría acreedor de
grandes honores en Hyla. – Lorelei suspiró y giró el cuerpo a un
lado, nuevamente un gesto que habría sido sexualmente provocativo
de no haber parecido ella, físicamente, una niña.
–Son los romulanos quienes quieren esta guerra, no la
Federación.
–Sí, James, eso lo creo. De verdad que sí. He examinado sus
archivos y, a pesar de que me ha resultado imposible visionar todos
los casos, sé que lo que ustedes desean es difundir la paz, no la
guerra.
–Entonces, ¿por qué se opone a nosotros?
–Los motivos de la Federación son pacíficos, pero el
instrumento que ha escogido es el equivocado. En Hyla aprendimos,
hace muchos miles de años, que los motivos puros son inútiles si no
van acompañados de una acción eficaz. Puede que Zarv influya en
Ammdon y Jurnamoria, y evite la guerra que ustedes temen. Es lo
bastante bueno como para lograrlo. Pero la presencia de la
Enterprise será un obstáculo. Los de Ammdon son
taimados.
–Y usarán a la Enterprise para lanzar un ataque contra
Jurnamoria, que entonces se verá forzada a apelar a los romulanos
en busca de ayuda. Todo eso ya lo he oído antes. Debo confiar en
Zarv, Lorritson y Mek Jokkor. Yo… yo no soy un diplomático. Sus
métodos me resultan desconocidos, en su mayor
parte.
–Pero tampoco es usted un soldado. Desea de verdad la paz. Su
misión principal es descubrir mundos nuevos, contactar con nuevas
formas de vida… pacíficamente. Ésa es una profesión digna y usted
está perfectamente capacitado para desempeñarla.
Lorelei se incorporó con un movimiento elástico y cayó de
rodillas delante de Kirk. Una delgada mano se alzó y rozó apenas la
ruborizada mejilla del hombre. Él bajó los ojos y los fijó en los
límpidos charcos de los ojos color chocolate de ella, y sintió que
comenzaba a perderse. La atracción que sentía hacia Lorelei
aumentaba. No era… del todo… sexual, y sin embargo también lo era.
Ella encarnaba todo lo que era puro, inocente y pacífico en el
universo, todo lo que era tranquilo y pleno.
–Nosotros, los de Hyla, libramos amargas guerras hace
centenares de años. Yo he experimentado esos sentimientos
primitivos gracias a una tecnología que su cultura no parece
poseer… Eso me afectó muchísimo. Todos los de Hyla comparten mi
aversión por los instintos guerreros, y hemos dedicado nuestras
vidas a analizar situaciones y determinar potenciales. Ustedes son
ciegos, o inexpertos, o ingenuos.
–¿Ingenuos? – preguntó Kirk con tono autoritario, resentido
por la crítica. Era Lorelei quien parecía frágil e inexperta-.
Difícilmente puede decirse eso.
–Tal vez sería más correcto decir que están cansados o
exhaustos, tanto en cuerpo como en espíritu. Usted y todos los que
se encuentran a bordo de esta nave parecen agotados. Ha pasado
mucho tiempo desde que tuvieron un descanso por última vez. No es
posible pensar con claridad cuando uno está
cansado.
–Es verdad, pero a pesar de eso debemos concluir nuestra
misión.
–Es un hombre con determinación -dijo ella, con la tristeza
ahora más evidente aún en su rostro-. Desearía que mis poderes
fuesen todavía más limitados de lo que son. No me hace ningún honor
deshonrarlo a usted al impedirle que lleve a buen término las
órdenes que ha recibido. Nosotros, en Hyla, no tenemos una sociedad
tan rígida y estructurada. Aunque no somos una anarquía, no tenemos
líderes en el sentido en que los tienen ustedes.
–¿Cómo hacen para cuidar del bien común? No todos pueden
producir lo que necesitan en una cultura compleja.
–Los hylanos no necesitan dirección. Si es necesario hacer
algo y somos capaces de ello, lo hacemos. Todo trabajo es
honorable, siempre y cuando ayude y no cause daño.
–Hace que parezca una sociedad perfecta. – Kirk sentía que
reaccionaba ante la mujer, y no quería hacerlo. Sus palabras tejían
estructuras a su alrededor, lo aprisionaban, lo hacían sentir como
un salvaje en presencia de un ser más
evolucionado.
–¿Perfecta? – dijo ella con sorpresa, y luego profirió una
risa que sonó como campanillas de plata en la mente de Kirk-.
Difícilmente puede decirse que lo sea. Somos todos demasiado
conscientes de muchos defectos. Trabajar para alcanzar la paz, sin
embargo, nos proporciona a todos un propósito.
–Todos tienen que tener la misma definición de qué es la paz.
– Kirk sintió que se hundía en las profundidades de los ojos de
ella, en su intelecto y sus argumentos. Lo que ella estaba diciendo
lo seducía. Tenía sentido; un sentido perfecto. Ella tendió otra
vez la mano para tocarlo con una caricia leve. Él volvió el rostro
para besarle la palma de la mano.
–Desearía que sus métodos fueran más pacíficos -dijo ella, la
tristeza esparciéndose sobre sus palabras como una salsa rica y
espesa-. Es como si yo destruyera su mundo, aunque sea
necesario.
–Yo me he formado como soldado, pero la paz me es querida.
Desearía que todos pudiéramos estar en paz, en toda la galaxia. Los
romulanos, los klingon, la Federación.
Ella no dijo nada, y Kirk hizo ademán de tender la mano para
tocar una de las frágiles mejillas, para acariciarla. Un silbido
estridente lo arrancó de aquel estado.
–Capitán Kirk, se le necesita en el puente. Por favor,
responda.
Kirk se levantó y fue hasta el intercomunicador, dándole un
golpe al interruptor con el filo de la mano.
–Aquí Kirk. ¿De qué se trata, Uhura?
–Capitán, el señor Spock informa que el polvo cósmico que
ocultaba el sistema solar ha quedado atrás. Ha concluido su sondeo
preliminar del sistema.
–Bien.
–Más que bien, señor. El cuarto planeta del sistema está
habitado.
–Voy enseguida. – Kirk volvió la cabeza por encima del hombro
para mirar a Lorelei, que seguía arrodillada e inmóvil-. Tengo que
marcharme -le dijo. En lo más profundo de su ser, las emociones se
agitaban y hervían, amenazando con volver a confundirlo. Cuando
hablaba con Lorelei, todo le había parecido diáfano. Ahora las
palabras se mezclaban dentro de su cabeza. Paz. Guerra. Las
fronteras ya no estaban claramente trazadas.
–Márchese. Cumpla con su deber -replicó ella- Y yo cumpliré
con el mío. Ése es nuestro destino, James. Cada uno debe hacer lo
que debe.
Él asintió con la cabeza, contento de marcharse. Caminó con
rapidez hacia el turboascensor, ansioso por llegar al
puente.
¡Un planeta habitado! ¡Aún no estaban
perdidos!
Pronto entraremos en órbita alrededor del cuarto planeta del
sistema. Uhura informa que no hay ondas de radio que emanen del
Pplaneta, pero las lecturas del señor Spock indican una
civilización muy compleja. El enigma planteado por esta aparente
contradicción es sólo una de las cuestiones que nos preocupan en
nuestro orden del día. En ninguna parte de la galaxia se ha
encontrado una civilización avanzada que no emplee la radio
hertziana, incluso para comunicaciones menores. Tal vez ésta sea la
primera.
–Entren en órbita estándar -ordenó Kirk. Chekov y Sulu
obedecieron y se pusieron a trabajar en sus terminales. Por detrás,
Kirk oía a la teniente Uhura sondeando todas las frecuencias de
comunicación concebibles, pero sin encontrar nada-. Señor Spock,
¿qué impresión tiene respecto al mundo de ahí abajo? – Estudió la
vasta extensión de marrones, verdes y azules que aparecía en la
pantalla frontal, mientras escuchaba.
–Una civilización decididamente avanzada, posiblemente igual
a la nuestra.
–¿Viaje espacial? ¿Motores de velocidad
supralumínica?
–quiso saber.
–No hay indicios de ninguna actividad externa al planeta,
señor. Tampoco hay emisión alguna de radiaciones en las bandas de
comunicación estándar. He encontrado, sin embargo, pruebas de la
existencia de plantas de fisión atómica, actividad de sistemas de
transporte por la superficie planetaria, e incluso vehículos aéreos
que se asemejan a los del siglo veintiuno de la
Tierra.
–¿No le resulta extraño que no usen la
radio?
–No es difícil teorizar sobre una cultura que carezca de
ella. Por ejemplo, hacia mediados del siglo veinte, en la Tierra
eran pocas las radiaciones de emisión que escapaban al espacio. Los
satélites geosincrónicos de baja potencia se hicieron cargo de una
parte cada vez mayor del tráfico de audio y vídeo. Al final de ese
siglo, los rayos láser y los satélites de comunicaciones eran los
principales métodos de transmisión. Éstos, como usted sabe, no
permiten escapes.
–Sulu, ¿hay alguna huella de satélites de comunicación en
órbita alrededor del planeta?
–Ninguna, señor -fue la respuesta inmediata-. Eso fue lo
primero que el señor Spock me pidió que buscara.
Kirk sonrió para sí. A Spock raras veces se le escapaba algo
de auténtica importancia. Ese era el motivo por el que se le
consideraba desde hacía largo tiempo el mejor oficial científico de
la Flota Estelar. Apartó la idea de lo mucho que lo echarían de
menos a bordo de la Enterprise el día en que recibiera un ascenso a
capitán y tuviera su propio puesto de mando.
–¿Cómo explica esta discrepancia? Según la teoría de las
civilizaciones de Proctor, no es posible desarrollar una cultura
compleja sin una red de comunicaciones avanzada.
–Estoy de acuerdo. Supongo que la gente del planeta de ahí
abajo emplea algún método que desconocemos. Son una civilización
avanzada; puede que incluso más avanzada que la
nuestra.
–Pero no tienen viaje espacial. Ni siquiera a sus planetas
más cercanos.
–Algunas culturas no sienten ninguna necesidad de explorar el
cosmos. Ésta podría ser una de ellas. – Spock continuaba trabajando
en su computadora incluso mientras informaba-. He detectado otros
indicios de su avanzada condición. Sus pautas de agricultura son
decididamente las de una sociedad que goza de paz y posee una
biología muy desarrollada. Las vías de agua indican una
planificación óptima de la irrigación, y el sistema de transporte
de superficie es suficiente para distribuir las cosechas por todo
el planeta.
Kirk hizo que cambiara la pantalla, ampliando la imagen. Las
conclusiones de Spock se basaban en imágenes realzadas por la
computadora, pero una buena parte de la información aportada por el
vulcaniano resultaba ya evidente para el ojo profano de Kirk. Los
campos desfilaban según pautas claramente trazadas, preferidas por
los agricultores de la mayoría de los mundos; las que habían sido
seleccionadas por las computadoras para maximizar la producción. Se
preguntó si la gente del planeta que había allá abajo usaría
también el análisis por computadora, o si habrían llegado a lo
mismo por otro camino.
–Vaya, ahí tiene un mundo en el que no me desagradaría
instalarme -declaró McCoy, junto a Kirk. El capitán dio un
respingo, pues no había oído acercarse al médico- Parece un lugar
agradable. Puede uno pasar los dedos por entre la tierra y sentirse
parte de la naturaleza.
–A veces me pregunto si habrá visto siquiera el exterior de
una granja. Yo siempre lo imagino viviendo en un ático, en Atlanta,
y mirando al horizonte, donde deberían estar los
campos.
–Yo crecí en una granja, Jim. – El tono ofendido de la voz de
McCoy hizo que Kirk cambiara de tema.
–¿Ha acabado los análisis de bioscáner?
–Todos acabados y transmitidos a la computadora de Spock. El
planeta se parece a la Tierra más que ningún otro planeta de los
que hemos conocido. Un hermoso lugar. No hay contaminantes
atmosféricos debidos a fábricas, tiene un clima bien controlado…
como un paraíso, más o menos.
–¿No hay fábricas? Spock, ¿es cierto eso?
–Sí, capitán. Fascinante. No había considerado ese aspecto
hasta ahora. Todas las industrias contaminantes de la Tierra se
encuentran ahora en órbita de modo que la atmósfera permanezca
limpia. Aquí no encuentro evidencias de fábricas orbitales
similares. No sé cómo explicar la ausencia de contaminación
atmosférica.
–Puede que sean incluso más avanzados de lo que podemos
imaginar -reflexionó Kirk.
–Los bioscáneres continúan funcionando. Están orientados
hacia una de las ciudades -dijo McCoy-. Sus ciudades son también un
modelo de eficiencia. Nada de trazados en forma de rejilla. No son
nada estéticos.
–Parece haber una decidida predilección por el hexágono,
tanto en los edificios como en el trazado urbano. Es un modelo tan
eficiente como el cuadrado y resulta matemáticamente más
agradable.
–No puede encontrar placer ni siquiera en la arquitectura.
Tiene que reducirlo todo a explicaciones geométricas y
matemáticas.
–Doctor, no logro entender por qué denigra usted unas
herramientas tan lógicas. Sin duda, es mejor abordar los problemas
con un método racional que hacerlo a ciegas, como usted, confiando
sólo en emociones imperfectas.
–Ya basta -intervino Kirk, silenciando a los dos
antagonistas-. No quiero que nos transportemos al centro de una
ciudad sin habernos anunciado antes. ¿Cree usted que han
descubierto que estamos orbitando el planeta?
–Negativo, capitán -respondió Uhura-. He sondeado todas las
bandas de radar y otros medios de detección. No parece que usen
tampoco el radar. Cualquier avistamiento de nosotros tendrá que ser
visual, cuando tapemos una estrella.
–Pero ¿cómo guían a sus aviones? ¿Con rayos láser estrechos?
¿Comentarios, Spock, Uhura?
Antes de que cualquiera de los dos pudiera responder, una voz
demasiado conocida llenó el puente.
–Exijo saber el significado de este
atropello.
–Embajador Zarv, por favor, regrese a su camarote. Estamos
ocupados con asuntos más urgentes que los que usted pueda plantear.
– Kirk sentía una creciente irritación contra el tellarita. No
había influido en la tripulación como él esperaba, aunque Lorelei
había elogiado mucho las habilidades histriónicas del diplomático.
Lo único que Zarv había hecho era causar estragos allá donde iba.
Kirk no tenía más remedio que creer que, en parte, los problemas a
bordo de la Enterprise eran debidos a la presencia del grupo
negociador… y a su actitud. Si se hubieran quedado en sus
camarotes, no hubieran despertado tan malos sentimientos entre la
tripulación. Zarv trataba a todo el mundo a
contrapelo.
–No haré nada semejante, Kirk. ¿Por qué damos vueltas
alrededor de esta bola de fango sin valor? No es Ammdon. Lo sé. Yo
he estado allí, y esos continentes son distintos. – Blandió una
rechoncha mano hacia la pantalla frontal.
–Por si no se ha dado cuenta, embajador, nuestros motores
hiperespaciales están apagados y nos encontramos en el mayor de los
apuros. No tenemos manera de alertar a la Base Estelar Uno respecto
a nuestra difícil situación. Los cinco paquetes-mensaje que
teníamos han sido destruidos, y sin la energía de los motores
hiperespaciales no podemos usar la radio subespacial. Podemos hacer
sólo un uso limitado de nuestro transportador. Por lo tanto, sólo
con la potencia de impulsión tardaríamos años…
–Cuatrocientos setenta y tres coma nueve dos tres, para ser
exacto -acabó Spock.
–-. casi quinientos años en regresar a la base. Ammdon está
un poco más cerca.
–A ochenta y ocho coma seis seis seis años, si las tablas
siderales aportadas por los astrónomos de Ammdon son
exactas.
–Gracias, señor Spock. – La irritación de Kirk crecía incluso
para con su oficial científico. Se sentía tenso como una cuerda a
punto de romperse-. No podemos ni continuar ni volver atrás, ni
tampoco podemos contactar con la Flota Estelar. Por lo tanto, la
única posibilidad que tenemos es reparar los motores. Y si lo
conseguimos, tal vez podamos acabar nuestro viaje hasta Ammdon o
usar la radio subespacial para informar de nuestra posición y
condición. No veo que usted esté contribuyendo a solucionar ninguna
de estas cosas, embajador. Regrese a su camarote y permanezca
allí.
–Kirk, no voy a tolerar que me dé usted órdenes de esta
manera. Yo…
–Teniente Patten -llamó Kirk tras pulsar el botón de
comunicaciones que tenía en el posabrazos del asiento-, envíe a
cinco miembros de seguridad para escoltar al embajador Zarv hasta
su camarote.
–¡Esto es un ultraje! – protestó Zarv, pero la visión del
equipo de seguridad le hizo proferir un bufido, dar media vuelta y
marcharse con paso digno, flanqueado por hombres
armados.
–Señor Spock, ¿por qué no ha sido catalogado este planeta?
Una civilización obviamente avanzada no debería haber sido pasada
por alto por las naves exploradoras de la
Federación.
Kirk se relajó un poco ahora que se habían llevado al
embajador tellarita. A pesar de su peligrosa posición, se sentía
más cómodo tratando con problemas concernientes a su nave y su
tripulación, que con diplomáticos recalcitrantes.
–Lo ignoro, señor. Este sistema solar no se encuentra
demasiado lejos de la Base Estelar Uno, en la ruta de Ammdon.
Ciertamente, el tráfico ha aumentado en esta zona después de
comenzar las incursiones romulanas. Aun detrás de la nube de polvo
que la oculta, deberían haberse advertido ciertas
evidencias.
–Tal vez nadie se ha molestado en hacer nada más que un
sondeo de los canales de radio y subespaciales, señor Spock
-sugirió Uhura-. Antes de ser destinada a la Enterprise, yo trabajé
en una nave exploradora. A menudo pasábamos con rapidez por un
sector, cartografiando sólo las estrellas en las que había planetas
que podían ser de clase M, y siempre los sondeábamos para ver si
había algún tipo de actividad radial. – Un procedimiento muy
defectuoso -murmuró Spock.
–Pero a veces es necesario -replicó Kirk-. La galaxia es muy
grande, y siempre habrá planetas que hayamos pasado por alto.
Esperemos que este planeta resulte beneficioso para
nosotros.
La puerta del turboascensor se abrió. Kirk se puso levemente
rígido, pensando que Zarv había regresado. Miró a sus espaldas y se
relajó de inmediato. El doctor McCoy entró con un tablero para
notas en la mano.
–He analizado las lecturas vitales de los sensores, Jim.
Parece que son buenas noticias. Esa gente de ahí abajo no son
humanos, pero se nos parecen más que Spock, según los
indicios.
–¿Qué me dice de la atmósfera, la hidrosfera, la ecosfera en
general? ¿Presentan algún problema para nosotros?
–Es difícil saberlo sin muestras que poder estudiar, pero yo
diría que es un planeta de primera, casi hecho a medida para
humanos como nosotros… o para alienígenas como ésos que hay ahí
abajo. – Usó el tablero para señalar la pantalla-. Exteriormente
son humanoides, con algunas ligeras desviaciones. Algunas rarezas,
pero nada que constituya un peligro excesivo.
–Sea más específico, doctor. – Spock miró los resultados
preliminares que había anotados en su tablero de notas por encima
del hombro de McCoy-. ¿Qué considera usted una
"rareza"?
–Bueno, no es nada que pueda determinar con precisión. Sólo
sensaciones, como ésas que usted siempre desearía tener pero no
tiene. Hay demasiada vida ahí abajo.
–Yo no siento ningún deseo de verme entorpecido por sus
emociones humanas. Y no entiendo qué quiere decir con eso de
"demasiada vida", doctor.
–Tampoco yo lo entiendo, Bones. – Kirk alzó los ojos hacia su
amigo.
El médico se encogió de hombros.
–Las lecturas de formas de vida parecen demasiado altas para
el número de personas sondeadas -fue cuanto dijo-. Puede que sean
más intensas.
–Qué poco científico -se mofó Spock.
–¿Pero nadie ha descubierto amenaza alguna, ni biológica ni
de otra clase? Señor Spock, Bones, reúnan un grupo de seguridad y
transpórtense ahí abajo.
–Sí, señor. – Spock ya iba camino de] transportador. McCoy lo
siguió, con aire más reticente.
–Ya saben qué queremos. Negociar por el material aislante.
Plomo, si pueden proporcionárnoslo. Y si tienen algo mejor,
también. Y roca sólida si no hay esperanza de conseguir nada
más.
–Dado que emplean reactores de fisión a gran escala, por
lógica ese aislante tiene que ser una mercancía
disponible.
–¿Qué querrán ellos a cambio? – preguntó McCoy-. Sin contar
con un grupo de contacto adecuado, no podemos ofrecerles nada de
nuestra propia tecnología, y son lo bastante avanzados como para no
querer cuentas de vidrio y baratijas.
–Doctor -dijo Spock-, creo que los reglamentos de la Flota
Estelar son específicos a ese respecto. Nos encontramos en peligro,
nuestra misión corre el riesgo de fracasar, y existe un claro
potencial de perjuicios mucho mayores si se considera a los
romulanos. La Orden Uno es modificable, así que podemos ofrecerles
objetos que esta cultura no tiene. Debemos ser cautelosos con los
objetos o el conocimiento que les ofrezcamos a cambio, pero
nuestras acciones cuentan con la sanción de la
ley.
–Me hace sentir condenadamente bien -protestó McCoy. Miró
fijamente la plataforma del transportador y añadió-: También eso me
hace sentir condenadamente bien.
–Buena suerte. Realicen una grabación completa del encuentro
con el tricorder. El Departamento de Contactos de la Federación
estará muy interesado. Esta es la primera cultura tecnológicamente
avanzada de verdad que se descubre en más de veinte
años.
–Todo preparado, capitán -anunció la voz neutra de Spock
desde la plataforma del transportador. Rodeándolos a él y a McCoy
había cuatro miembros del personal de seguridad.
.-Active transportador -ordenó Kirk. Rielantes columnas de
energía se formaron en torno a cada uno de los hombres y
desaparecieron de la vista. Kirk hubiera deseado poder estar con
ellos pero, por supuesto, eso no era posible. Él era el capitán de
una nave estelar; su deber estaba a bordo de la nave. Se apresuró a
regresar al puente para seguir desde allí el primer
contacto.
Leonard McCoy se tambaleó y cayó sobre una rodilla,
imprecando.
–¿Cuándo diseñarán una máquina que funcione como se supone
que debe hacerlo? Esa condenada cosa me ha dejado caer a tres
centímetros por encima del suelo.
–No adoptó una postura adecuada cuando aún se encontraba a
bordo de la Enterprise -replicó Spock- Si no le tuviera miedo al
transportador, tales cosas no le sucederían.
–¿Y por qué no iba a tenerle miedo? Kyle dijo que estaban
modificándolo debido a los problemas energéticos de la nave. Esa
maldita cosa separa todos mis átomos, los revuelve como un
malabarista de circo, y luego vuelve a arrojarlos todos juntos vaya
a saber dónde. Será un milagro si todas mis enzimas funcionan
todavía. Es algo que debería estudiarse. Si uno usa el
transportador con demasiada frecuencia, ¿se ven afectados de modo
adverso los niveles de enzimas?
–Doctor, dichos estudios han sido llevados a cabo en Vulcano
y otros lugares, e indican que no existen efectos de deterioro
causados por la acción del rayo transportador.
–Señor -dijo Neal, comandante del equipo de seguridad. Señaló
a varios humanoides que se aproximaban.
Spock los estudió con atención, mientras su tricorder
empezaba a grabar. Él y los demás habían sido transportados a la
periferia de una ciudad grande. El césped blando y aterciopelado
que tenían bajo los pies se extendía hasta donde comenzaban las
calles de la ciudad, que parecían constituir una más familiar zona
de lustroso vidrasfalto negro bien electrificada. Los edificios
cercanos tenían la misma textura blanda; por ninguna parte vio
Spock la dureza del ladrillo o del acero en las
construcciones.
–Qué lecturas tan peculiares -murmuró-. De lo más intensas,
como mencionó usted antes, doctor McCoy.
Los humanoides se aproximaron un poco más y se detuvieron.
Sus cabezas desnudas brillaban en la mortecina luz solar de la
tarde. La ausencia de cejas hacía que sus ojos pareciesen más
grandes que los de los humanos, pero fue el hecho de que no
tuvieran orejas lo que más impresionó a Spock. Los alienígenas se
mantenían equidistantes entre sí, y no hablaban ni se miraban los
unos a los otros. Estudiaban a Spock, McCoy y los demás sin
expresión discernible, ni de curiosidad ni de
miedo.
–¿Cómo los abordamos? – preguntó McCoy- Hace mucho que no leo
Robinson Crusoe.
Spock avanzó un paso y dijo:
–Soy el oficial científico de la nave estelar Enterprise, que
se encuentra orbitando su mundo. Deseamos comerciar. – No obtuvo
respuesta. Spock jugó con su tricorder, y volvió a intentarlo.
Ninguna emoción visible se manifestó en los
rostros.
–Spock, es usted un verdadero enardecedor de multitudes. No
obtengo ninguna lectura nueva. No tiene siquiera las dotes de un
cómico vulgar.
–Sus burlas están fuera de lugar, doctor. Yo no percibo ni
una sola indicación de que se hayan dado cuenta de nuestra
presencia. Tal vez sean telépatas. La ausencia de orejas en estos
seres apunta hacia una forma de comunicación diferente de la que
nosotros empleamos.
–¿Va a probar con la fusión mental vulcaniana? – Debo
hacerlo, aunque no parece un medio muy adecuado en esta etapa del
contacto.
Spock avanzó, dudó y luego dio unos cuantos pasos más hasta
detenerse delante del humanoide que se hallaba más a la izquierda.
El vulcaniano tendió una mano. El humanoide no se movió siquiera.
Spock posó los dedos sobre la frente del humanoide; la reacción fue
instantánea.
Un pesado puño salió disparado y golpeó al vulcaniano en el
estómago. Spock retrocedió tambaleándose mientras intentaba
recobrar equilibrio y aliento.
–¡Esperen! ¡No disparen! – gritó con voz jadeante al grupo de
seguridad.
Su voz no fue lo bastante fuerte como para que lo oyeran y
obedeciesen. Dispararon las pistolas fásicas, programadas para
provocar el desmayo. Los humanoides se estremecieron bajo la
descarga de energía, pero no cayeron
inconscientes.
–Su sistema nervioso tiene que ser diferente -gritó McCoy-.
No utilicen las pistolas fásicas.
A estas alturas, Spock ya se había recobrado, pero no pudo
hacer nada para impedir que los humanoides-se lanzaran sobre ellos
y apresaran al equipo de seguridad. Como salidos del aire,
aparecieron más y más humanoides, hasta que todo el grupo de
descenso fue atrapado y reducido.
–En bonito lío nos hemos metido -refunfuñó McCoy-. ¿Cómo va a
hacer ahora para sacarnos de él?
–La única solución posible es someternos y esperar una
oportunidad para hablar con quienes ostentan el poder. Mejor dicho,
para comunicarnos de algún modo con ellos.
–No creo que tengamos muchas posibilidades de volver a ver la
luz del día -dijo McCoy mientras eran arrastrados por el blando
césped verde aterciopelado en dirección a las entrañas de la
ciudad.
–Han sido hechos prisioneros, señor -fue el inmediato informe
de Chekov-. ¿Qué acción emprendemos?
–¿Prisioneros? ¿Qué ha sucedido? He venido directamente desde
la sala del transportador. No han tenido tiempo para meterse en
problemas.
–¡Señor! – vociferó Chekov-. El señor Spock intentó
comunicarse mediante técnicas de fusión mental vulcaniana. Lo
golpearon. El equipo de seguridad abrió fuego con las pistolas
fásicas. Han sido todos apresados y llevados a la
ciudad.
–Sulu, ¿capta alguna actividad en la órbita o el espacio
circundante?
–Ninguna, capitán.
–Uhura, ¿mensajes de radio? – Negativo,
señor.
–Pasen las grabaciones completas del tricorder a la pantalla
frontal. Quiero ver lo que vieron Spock y McCoy antes del
incidente.
Kirk observó los pocos minutos que se habían grabado. Sacudió
la cabeza. Parecía improbable que semejante desastre hubiese
acaecido sin más. Spock se había aproximado con lentitud, dejando
claras sus intenciones. Si estaba en lo cierto y la telepatía era
su medio de comunicación, eso explicaba muchas cosas. Una cultura
de telépatas necesita la radio tanto como el espacio exterior
necesita más vacío; pero, si eran telépatas, ¿Cómo era posible que
no hubiesen captado las intenciones pacíficas de Spock? Algunas
culturas tenían tabúes respecto al contacto físico, pero el aspecto
del vulcaniano denotaba una presencia alienígena y Spock no se
había impuesto al humanoide. Si el contacto estaba prohibido, ¿por
qué el humanoide no había retrocedido o indicado de otra manera que
el oficial científico debía detenerse?
–Maldición -dijo Kirk, con las manos cerradas en tensos
puños-, ellos han seguido los procedimientos de primer contacto.
Esto no debería haber sucedido.
–¿Qué hacemos, señor? – inquirió Chekov.
–Prepare los cañones fásicos. Extraiga la energía de todo el
nivel seis y de los sistemas que no sean de prioridad
máxima.
–¿Preparo también los torpedos de fotones,
capitán?
–No, señor Chekov. Los rayos fásicos son más precisos. No
quiero iniciar una guerra. Quiero que esa gente de ahí abajo me
proporcione aislante antirradiactivo. Esto no es una agresión
armada. Todavía no.
Kirk observó a Chekov mientras éste comenzaba a accionar
interruptores y empezaban a iluminarse las luces que indicaban que
los cañones fásicos estaban cargándose y preparándose para la
acción. Luego, las luces rojas hicieron eclosión como flores en
primavera.
–Señor, los tripulantes responsables de las baterías fásicas
no están en sus puestos.
–¿Por qué no?
Pavel Chekov se volvió a mirarlo y se encogió de hombros.
para dar a entender que no tenía ni idea.
–Señor Sulu, tiene el mando. Voy a ir a encargarme
personalmente de esos tripulantes. No abrirá usted fuego a menos
que la vida del grupo de descenso se halle en
peligro.
–Sí, sí, señor. – Sulu se deslizó en el asiento de mando
mientras Kirk avanzaba a toda prisa hacia el turboascensor.
Descendió y atravesó a toda velocidad el ancho platillo de la parte
principal de la Enterprise, y se encaminó velozmente hacia la zona
exterior, donde el núcleo de control armamentístico se hallaba
emplazado debajo de la estructura.
Vacío. La sala había sido evacuada como si se hubiese
producido una alarma. Se deslizó en un asiento y preparó las
baterías fásicas.
–Señor Sulu, informe de estado.
–No ha cambiado nada, señor. Los alienígenas han encerrado al
grupo de descenso como si fueran animales de granja. Ni siquiera
los han metido en una celda. Parece un corral con una valla de tres
metros de altura.
–He activado los circuitos de disparo de las baterías
fásicas. Haga bajar aquí de inmediato a un grupo de seguridad.
Quiero que haya alguien controlando las baterías fásicas, y luego
quiero los nombres de los que han abandonado sus puestos. Deben
tomarse medidas contra sus actos, y quedarán pendientes de futuras
acciones disciplinarias.
Cortó violentamente la comunicación con el puente y concentró
su atención en la preparación de los cañones fásicos. Cuando oyó
unos pasos ligeros a su espalda, dijo:
–Tome el relevo. Tengo que regresar al puente. – Kirk hizo
girar el asiento y vio a Lorelei de pie y en silencio en la
puerta.
–James, la tripulación ha descubierto por fin la Senda
Verdadera. Ninguno le ayudará a utilizar esas armas. Han
descubierto un camino mejor que la violencia.
–Spock, McCoy y otros cuatro tripulantes se encuentran en
peligro ahí abajo. Usar los cañones fásicos podría ser la única
forma de ponerlos en libertad. ¿Acaso está dispuesta a condenarlos
a muerte?
–Si eso significa cambiar las vidas de ellos por las de
otros, sí. No vale la pena salvarlos a ese precio.
–¡Ellos son mis amigos, miembros de mi tripulación! – gritó
Kirk.
–Es una desgracia que se haya producido semejante situación,
pero con violencia no resolverá nada. Lo único que conseguiría la
violencia sería empeorar las cosas.
–¿Ha convencido usted a mi tripulación para que abandonara
sus puestos?
–James, no le mentiré. Hablé seriamente con muchos de ellos,
respondí a sus preguntas, borré sus dudas. Ninguno de ellos desea
causarles daño a otras criaturas vivas. Debe buscar usted otra
solución, una pacífica.
–¡Seguridad! – dijo con tono autoritario- Acompañen a Lorelei
a su camarote y encárguense de que no salga de ahí. Usted, ocupe la
batería fásica uno. Usted, ocupe la segunda batería. – No esperó
para ver si sus órdenes eran cumplidas o no. No era fácil influir
en los que ocupaban puestos de seguridad. Sabían cuál era su deber
y lo cumplían bien.
Al igual que hacía el capitán James T. Kirk.
No obstante, mientras regresaba al puente las palabras de
Lorelei roían sus defensas mentales sólidas como la roca. ¿Y si
ella tuviera razón? ¿Y si existiera realmente una forma de actuar
que no necesitara de la violencia?
Se sacudió con enojo.
–Exploraré todos los medios pacíficos antes de usar las
baterías fásicas. Es el método que me enseñaron, y es el método en
el que creo.
Sin embargo, Kirk se encontró con que dudaba incluso en el
momento de volver a ocupar su asiento en el
puente.
Una viscosidad le traspasó la tela del uniforme y le dejó la
piel pegajosa. Sobresaltado, Kirk dio media vuelta y se encontró a
Mek Jokkor de pie a su lado. La expresión del alienígena era de
consternación. Estaba más trastornado de lo que Kirk lo había visto
jamás. La mano se tensó y diminutos zarcillos espinosos se agitaron
por la sensitiva piel. Kirk supuso que esa era la forma de
comunicarse del hombre planta; para él, no significaba
nada.
–Lo siento, pero no le entiendo.
–¡Hay muchas cosas que no entiende, delirante gusano del
espacio! – El embajador Zarv tronó al entrar en el puente, seguido
por Donald Lorritson-. ¿Es verdad que ha perdido usted a su oficial
científico en un intento abortado de convencer a esos patanes para
que le dieran unos pocos metros cúbicos de aislante
antirradiactivo?
–No he perdido a mi oficial científico, como usted dice,
embajador. Él, el doctor McCoy y otros cuatro han sido hechos
prisioneros por los habitantes de este planeta. No hemos sido
capaces de averiguar qué han hecho para provocar semejante reacción
por parte de los nativos.
–Aficionados. En la Flota Estelar son todos unos aficionados.
A veces me pregunto por qué permanezco en el servicio diplomático
de la Federación.
–Capitán -dijo Lorritson, interrumpiendo sin más la invectiva
de su superior-, he examinado las grabaciones de tricorder y no
logro discernir ninguna razón que justifique la reacción de los
nativos. No obstante, el tricorder no registra sutilezas que
nosotros, por nuestra formación, estamos capacitados para observar.
Pequeñas contracciones faciales, leves movimientos, incluso la
distancia relativa entre personas. Son millones de datos los que
constituyen nuestro material de trabajo.
–Vaya al grano, señor Lorritson.
–Deseamos transportarnos al planeta y acordar la puesta en
libertad de los miembros de su tripulación. En el proceso, pensamos
que nos será posible obtener el aislamiento antirradiactivo
necesario para reparar la Enterprise.
Kirk lo consideró durante un momento. La propuesta parecía
bastante razonable. Los tres eran negociadores de profesión. Pues
que sacaran a Spock, McCoy y los otros de aquella difícil
situación. Zarv, Lorritson y Mek Jokkor conocían a fondo su oficio,
sabían cómo obtener cosas por medios pacíficos. No solicitarían el
uso de la fuerza para respaldarlos. Ése era el único camino:
pacíficamente.
Sacudió la cabeza, como si tuviera la cabeza llena de
telarañas y quisiera quitárselas. Las palabras que resonaban en su
interior tenían precisamente el mismo tono que las pronunciadas por
Lorelei. De modo insidioso, ella había entretejido sus propios
pensamientos con los de él y desdibujado la decisión que tenía que
tomar. Quería resolver este problema de modo tranquilo, pero no
podía excluir la fuerza si resultaba necesaria.
A diferencia de Lorelei, él creía que la fuerza a veces sí
que solucionaba problemas. Era lamentable, pero en ocasiones la
fuerza era la única respuesta para dilemas de otro modo imposibles
de solucionar.
–Agradezco su oferta, señor Lorritson, pero no puedo correr
el riesgo de enviar otro equipo tan pronto. Un segundo grupo que
llegue pisándole los talones al primero podría incitar a los
nativos. Intentaremos averiguar qué ha sucedido; luego, a uno de
ustedes se le permitirá acompañar al segundo equipo de descenso.
Como grupo, los tres son demasiado valiosos.
–Trabajamos en equipo, Kirk. – La beligerancia de Zarv
aumentaba-. Usted nos ha metido en este lío. No servimos de nada
quedándonos aquí sentados. Déjenos conseguir la libertad de sus
tripulantes y llévenos a donde debemos ir. Tenemos que estar en las
cámaras del consejo de Ammdon en menos de dos semanas. Si no
llegamos a tiempo, habrá guerra.
–Si lo arrojan en el corral de esa prisión junto con Spock y
los otros, nunca conseguirá llegar a Ammdon. Su seguridad es
responsabilidad mía, embajador, tanto si le gusta como si no. Por
favor, presénteme un análisis de la situación para que yo lo
evalúe. La teniente Avias hará que la computadora analice sus
hallazgos. – Señaló a la mujer que ocupaba el terminal de Spock.
Aunque no era tan capaz como el vulcaniano (¿y quién, en toda la
Flota Estelar, lo era?), había aprendido mucho de él. Trabajaba tan
bien como se lo permitían las circunstancias.
–No tenemos tiempo para semejantes maniobras. No son más que
una pérdida de tiempo. No vamos a formar un comité para estudiar la
formación de un comité, Kirk. Eso es para burócratas de escritorio.
Tenemos que bajar a la superficie del planeta y celebrar una
reunión cara a cara con sus líderes.
–Ni siquiera hemos identificado a sus líderes, Zarv -contestó
Kirk, cuya paciencia estaba agotándose.
–Nosotros podemos aclarar con rapidez este malentendido,
capitán -intervino Donald Lorritson. El hombre alisó su impecable
jubón de seda roja, del que quitó imaginarios fragmentos de hilos-.
Esa es nuestra profesión.
–En este malentendido hay mucho más que la ineptitud de mis
oficiales para establecer contacto con alienígenas, señor
Lorritson. Ya han oído mis órdenes. Ejecútenlas.
–¡órdenes! – rugió Zarv-. Nosotros no estamos bajo sus
órdenes. Nosotros somos…
Tanto Lorritson como Mek Jokkor se llevaron a su embajador
aparte, y el humano habló seriamente con el tellarita durante
varios minutos. Mek Jokkor se mantuvo a un lado, sin manifestar
mayor interés en la discusión. Kirk no pudo evitar preguntarse por
los procesos de pensamiento de Mek Jokkor. ¿Cómo se relacionaba una
planta con una vida animal? ¿Le parecería una forma de vida
estúpida y abrupta, o meramente tolerable? No había manera de
averiguarlo. No ahora. Tal vez Kirk pudiera preguntárselo después,
cuando las cosas estuviesen más tranquilas.
–Muy bien, capitán -bufó Zarv. El trío se marchó sin más. –
Ufff -suspiró Kirk al tiempo que se dejaba caer en el asiento-. Me
alegro de no tener que verlos más durante un rato. Chekov, informe.
¿En qué condiciones están las baterías fásicas?
–Eh… señor, nadie responde cuando llamo.
–¿Ha tomado usted el control?
–Por supuesto, señor, pero es necesario que se accionen
algunos interruptores. No puedo hacerlo todo desde aquí. Necesito
que haya alguien en las baterías.
Más deserciones. Su tripulación se había visto más influida
por Lorelei de lo que él se atrevía a reconocer ante sí mismo. Una
buena andanada de rayos fásicos era lo único con lo que podía
contar. Esperaba que las cosas no llegaran a ese
punto.
–¿Señor? – preguntó Uhura de modo repentino-, ¿ha autorizado
usted el uso del transportador?
–Por supuesto que no. ¿Qué está sucediendo?
–Zarv y sus ayudantes acaban de transportarse al planeta,
señor. Se encuentran en la superficie.
La sensación de abatimiento que Kirk experimentaba, se
intensificó. Los diplomáticos habían desobedecido sus
órdenes.