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Diario del capitán, fecha estelar
4769.1

Hemos concluido el cartografiado del planeta de clase Q, Delta Canaris IV, y establecido el primer contacto con sus habitantes. Después de esta misión, la Enterprise precisa una revisión de mantenimiento general, y la tripulación necesita un permiso para descansar en la Base Estelar Uno. He aconsejado que se incluyan notas de recomendación en los expedientes de varios tripulantes, en especial en el de Spock, por sus incansables esfuerzos por contactar con las minúsculas inteligencias de este planeta de elevada gravedad. Sus técnicas de comunicación establecerán un modelo que podremos utilizar durante lo que queda de los cinco años que ha de durar nuestra actual misión y, en los años venideros, servirá también de guía a otras naves de exploración.



–Allí la tenemos, capitán -dijo el teniente Sulu con voz emocionada-. La Base Estelar Uno. Nunca ha tenido mejor aspecto.

James T. Kirk se repantigó en su asiento de mando y miró de hito en hito la pantalla. Los diques secos orbitales, capaces de albergar a una nave enorme como la Enterprise, flotaban en perfectas hileras geométricas a un lado del planeta. Apenas una fracción más a la derecha, bajo las cerosas nubes ocasionalmente guarnecidas por el negro de las tormentas y el destello de los rayos, yacía el extenso complejo de la Base Estelar Uno. Kirk cerró los ojos durante un momento, y evocó vívidamente la última vez que había estado allí.

Había sido antes de que comenzara la misión actual de exploración con la Enterprise. Antes de Alnath 11 y antes de encontrar a las asombrosas inteligencias que poblaban Delta Canaris. Había sido antes de que le dieran el mando de una nave. Como teniente, se había abierto una ancha senda a través de los círculos sociales de esta base estelar. Aún recordaba las largas noches, las fiestas, la emoción.

Kirk suspiró y abrió los ojos, mientras el recuerdo se desvanecía. Todo aquello ya había quedado atrás. Tenía más responsabilidades de las que debería soportar nadie. Gobernar una nave estelar del tamaño de la Enterprise suponía un trabajo continuo y una preocupación constante. Que fuesen sus oficiales más jóvenes quienes salieran e intentasen igualar los líos en que él se había metido cuando tenía la misma edad. Kirk sabía que él pasaría la mayor parte del tiempo a bordo de su nave, asegurándose de que todos y cada uno de los aparatos que había en ella eran reparados y acondicionados según los estrictos estándares de la Flota Estelar.

No aceptaría que fuese de ningún otro modo.

–Un mensaje, capitán -anunció la suave voz de Uhura-. De la almirante McKerma.

Kirk profirió un largo y profundo suspiro. La última persona con quien quería hablar era un almirante, especialmente uno de actitud tan inflexible como McKenna.

–Pase a la almirante a pantalla, teniente -dijo. La imagen del planeta se deshizo y fue reemplazada por una mujer que llevaba el pelo recogido en un estilo severo que no realzaba en nada sus encantos.

–¿Qué tal está, almirante? – la saludó Kirk.

–Bien, Kirk -replicó ella con tono áspero y duro-. No se moleste en atracar. No permanecerá en órbita mucho tiempo.

–¿Qué? – preguntó Kirk, ahora por completo alerta. Sus ojos se entrecerraron mientras la estudiaba. Hebras color plata listaban su cabello negro, cosa que añadía un aire de autoridad a su aspecto. Lo que una vez habían sido finas arrugas en la frente y alrededor de los ojos, se habían transformado en zanjas… zanjas duras que denotaban las tensiones que el mando había depositado sobre ella. Kirk no iba a permitir que la tensión se aliviara en lo más mínimo por el sistema de pasarle a él la responsabilidad. No en ese momento. No después del vapuleo que acababan de recibir su nave y su tripulación.

–Si su médico dictamina que padece usted una deficiencia auditiva, me encargaré de apartarlo del mando. En caso contrario, prepárese para transportar a bordo un grupo de tres personas.

–Almirante McKenna, ha tenido tiempo para examinar mi informe de estado. Esta nave precisa una exhaustiva revisión de mantenimiento. Nuestros motores necesitan reparaciones. La computadora hace tiempo que debería haber sido sometida a una revisión que sólo puede llevar a cabo un experto en cibernética de una base estelar. Mi tripulación está…

La mujer lo interrumpió con un gesto de la mano.

–Ha puesto usted una nota de múltiples recomendaciones para el comandante Scott. He comprobado su historial. Es capaz de mantener cualquier motor en funcionamiento, con independencia de en qué condiciones esté. Su señor Spock ha formado a nuestro jefe de cibernética. Su informe habla de excelencias de una punta a otra, en todas las secciones. ¿Acaso ha archivado un informe falso?

–Almirante, eso es injusto. Mi tripulación es la mejor del espacio. El historial de la Enterprise lo demuestra, pero necesitamos un permiso de tierra. Lo exijo. Mis hombres no son máquinas, capaces de funcionar eternamente. Son de carne y hueso.

La almirante McKenna hizo caso omiso del arrebato de Kirk.

–Fíjese en las naves que se encuentran en los muelles uno y cuatro. Dígame qué ve.

Kirk se recostó en el respaldo del asiento, mientras con los dedos tamborileaba sobre el posabrazos. Sus ojos no abandonaron en ningún momento la pantalla desde donde el rostro de la almirante lo contemplaba en un tamaño superior al natural. Desde su puesto emplazado a la derecha, Spock le proporcionó la información solicitada por la almirante.

–En esos muelles hay naves que necesitan una reparación completa. Una se ha quedado sin motores. La otra parece que ha perdido gran parte del puente.

–No tiene puente, ya no. – El rostro de la almirante McKenna se puso tenso, los labios se contrajeron hasta ser una línea apenas más fina que el filo de una navaja-. Los romulanos se encargaron de que así fuera. Volaron el puente de la Scarborough, junto con el capitán Virzi y sus oficiales, desintegrándolos en átomos. Los cuatro alféreces que asumieron el mando recibieron notas de recomendación.

–¿Los romulanos? – preguntó Kirk con escepticismo-. No he tenido noticias de ningún problema con ellos.

–Tengo pleno conocimiento de sus escaramuzas con los Klingon. Esta situación es potencialmente igual de peligrosa.

Pero vayamos al grano: no hay ninguna otra nave estelar que se encuentre en unas condiciones ni siquiera la mitad de buenas que la Enterprise. Tampoco hay tiempo alguno que perder. Esta misión no exigirá que participe en ninguna batalla. Me disgusta enviarlo de vuelta ahí fuera sin haber sometido la nave a revisión, pero lo único que se le pide es que transporte un grupo de especialistas a Ammdon.

–¿Lo único? – insistió Jim.

–Casi lo único. El embajador Zarv y sus negociadores de paz le informarán de cualquier otro cometido. Le he dado orden al jefe del muelle catorce para que comience a cargar los suministros de repuesto. Si el personal de ingeniería se da prisa, tal vez les dé tiempo a solicitar lo que necesiten para trabajar en sus motores mientras van camino de Ammdon.

–Almirante McKenna, protesto. Aunque ésta pueda ser una situación grave…

–Lo es, capitán. El embajador Zarv le informará debidamente. Y considérelo como más que un simple pasajero. – ¿Estoy bajo las órdenes de él?

–No, capitán Kirk, nada de eso. Y usted lo sabe. No obstante -dijo la mujer, y se aclaró la garganta-, cualquier cosa que sugiera el almirante debe ser considerada seriamente, poco menos que como una orden. ¿Me he expresado con claridad?

–Sí, almirante.

–Bien. – Durante un momento contempló con fijeza a Kirk, mientras sus ojos gris pálido se suavizaban un poco- Y, Jim, lamento todo esto. De veras que lo siento. – La imagen se deshizo y volvió a formarse con la vista original del planeta. Las nubes blancas se habían oscurecido de modo considerable, y las descargas de gigavoltios de los rayos azotaban ahora la montaña de cumbre allanada sobre la que se alzaba la Base Estelar Uno.

–Capitán -informó la voz serena de Spock-, están transportando a tres personas procedentes de la base estelar. ¿Desea ir a recibirlos?

–¿Tenemos alguna alternativa, señor Spock? – inquirió el capitán, con un dejo de amargura en la voz. Alzó los ojos hacia su oficial científico y vio que tenía una ceja arqueada, la única manifestación que Spock se hubiera permitido ante la actitud rebelde del capitán-. Venga, pues. Vayamos a recibir al embajador Zarv y su equipo de especialistas de la paz. Señor Chekov, tiene usted el mando.

Las puertas del turboascensor se abrieron y cerraron, y luego volvieron a abrirse antes de que Kirk se diera cuenta de que había abandonado el puente. Sus pensamientos eran tan borrascosos como la tormenta que azotaba el planeta. Su tripulación merecía disfrutar de un permiso de tierra.

–Capitán, ¿se encuentra bien? – preguntó Spock. El vulcaniano se encontraba a un lado y tenía las manos cogidas a la espalda.

–Maldición, Spock, no, no me encuentro bien. McKenna no tiene ningún derecho a ordenarnos que regresemos al espacio. Mi tripulación necesita descansar y relajarse. Esta nave necesita una revisión concienzuda. Incluso a usted le vendría bien un poco de distracción.

–¿A mí, capitán? Difícilmente. – Spock se volvió y contempló las chispeantes motas que danzaban por el interior de los rayos transportadores. Las columnas de centelleante energía se solidificaron en forma de siluetas.

Kirk avanzó para recibir a los negociadores de paz.

–¿Kirk? – exigió saber un hombre de estatura baja y aspecto porcino-. ¿Cuándo podemos partir hacia Ammdon? El tiempo es esencial en este asunto. No debemos demorarnos. ¡Ni un instante!

–Embajador Zarv -lo saludó Kirk. El tellarita parecía una elección inverosímil para cualquier clase de negociación. Era brusco, grosero, y se tomaba grandes molestias para resultar ofensivo-. Bienvenido a bordo de la nave estelar Enterprise.

–¡Ya sé lo que es este trozo de hojalata!

El técnico del transportador se puso rígido. Kirk reprimió una sonrisa. Scotty les había imbuido a los miembros de su sección de ingeniería el mismo amor por la Enterprise que sentía él. Si Scotty hubiese oído que se refería a la Enterprise como un "trozo de hojalata", habría arrojado al embajador de vuelta al transportador y habría dispersado el rayo en el espacio vacío.

–En ese caso, estará enterado de que estamos subiendo suministros y repuestos a bordo, y de que necesitamos algunas reparaciones, de que…

–Capitán Kirk -lo interrumpió otro miembro del trío-, el embajador Zarv está legítimamente molesto por las demoras con que ya ha tropezado en este fastidioso asunto. Necesitamos llegar a Ammdon lo antes posible, como sin duda le han informado sus superiores.

–¿Por qué razón arriesgamos todos nosotros nuestra vida? – preguntó Kirk. El hombre al que le había dirigido la palabra parecía de la Tierra. Ataviado con chaqueta de terciopelo azul claro, camisa con volantes y calzones negros ajustados, podría haber sido un modelo de alta costura en lugar de un diplomático. Sin embargo, Kirk no cometió el error de catalogarlo como petimetre. Los ojos del hombre parecían trozos de hielo polar, y sólo las palabras que pronunciaba eran cordiales. Todo lo demás en su persona indicaba que había acero debajo del terciopelo.

–Los planetas Ammdon y Jurnamoria ocupan sistemas solares contiguos. Sus procedimientos diplomáticos son algo primitivos y deficientes comparados con los nuestros.

–Vaya al grano, Lorritson -le espetó Zarv-. Lo que está intentando decirle es que esos bárbaros van a comenzar a dispararse unos a otros a menos que nosotros intervengamos. La Federación tiene un especial interés en mantener la paz en esa región. Minería, manufactura, todo eso. Y lo peor de todo es que Ammdon y Jurnamoria se encuentran en el brazo de Orión.

–Y los romulanos están realizando incursiones hostiles en la zona -concluyó Kirk. Recordó el lacónico comentario de la almirante McKenna acerca de la Scarborough.

–Precisamente. Aunque puede que para ustedes aún haya esperanza, capitán -declaró Zarv. Cuando se erguía en toda su estatura, apenas si le llegaba a Kirk al pecho. Diminutos ojos muy juntos miraron hacia arriba, impulsados por una intensidad que lindaba con el fanatismo-. Nosotros somos expertos en la situación, Kirk. Llévenos hasta allí. – Zarv señaló a Spock y continuó-: Usted. Condúzcanos a nuestras dependencias. Ahora. Y lleve esta nave a Ammdon.

Spock desvió la mirada hacia Kirk, quien asintió con la cabeza. Spock condujo silenciosamente al embajador fuera de la sala. Lorritson y el otro diplomático se quedaron atrás.

–No hemos sido formalmente presentados, capitán -dijo Lorritson- Soy Donald Lorritson, jefe adjunto en el sistema de Ammdon.

Kirk parpadeó una vez a causa de la sorpresa. Lorritson no tendría ni treinta años; era demasiado joven para ostentar un cargo diplomático tan alto… a menos que fuese un negociador muy bien dotado. Eso hacía que el embajador Zarv pareciese tanto más capaz.

–Y el otro miembro de nuestro equipo es Mek Jokkor. Mek Jokkor es experto en productos agrícolas, en especial los que se cultivan en el brazo de Orión. – Kirk estrechó la mano de Mek Jokkor, y sintió una leve viscosidad al retirar la suya-. Mek no pertenece a ninguna especie animal, como nosotros, capitán. No tiene ADN. Tiene un parentesco más estrecho con las plantas de nuestro planeta que con nosotros.

–¿No habla usted? – preguntó Kirk, que ahora miraba abiertamente al ser. Un diminuto estremecimiento de una cabeza de apariencia humana fue la única respuesta que obtuvo.

–La especialidad de Mek Jokkor consiste en adaptar plantas de Ammdon para que crezcan en Jurnamoria, y viceversa. Es verdaderamente asombroso. Vamos a usar esto para influir en las negociaciones, dado que una gran parte de los problemas que existen entre ambos planetas tienen que ver con los suministros alimentarios.

Un poderoso grito resonó en el corredor al que daba la sala del transportador.

–Gracias por la información, señor Lorritson -dijo Kirk apresuradamente-. A pesar de lo mucho que me gustaría oír en este momento más cosas acerca de su misión, su embajador está… bramando.

Lorritson sonrió, y luego le hizo un brusco gesto con la cabeza a Mek Jokkor. Los dos salieron apresuradamente, cruzándose en la entrada con el doctor Leonard McCoy.

–¿Qué está sucediendo, Jim? – exigió saber McCoy-. ¿Qué significan tantos aspavientos con ese tellarita? ¿Y qué están haciendo a bordo?

–El embajador Zarv estará más que complacido de informarlo al respecto, Bones -replicó Kirk, travieso-. En cuanto a mí, creo que acabo de ser polinizado. – Se limpió la viscosidad de la mano derecha en la parte superior del uniforme, y a continuación se marchó antes de que McCoy pudiera formular alguna pregunta que no quería contestar.


–No es posible, señor -protestó el comandante Montgomery Scott-. Tal vez mis niños no resistirán el esfuerzo. – A juzgar por sus palabras, cualquiera hubiera dicho que estaba por abrazar a los poderosos motores de la Enterprise.

–Haga lo que pueda, Scotty. Haga que transporten a bordo todo el equipamiento posible mientras estemos en órbita.

–Necesitamos entrar en dique seco. Ninguna otra cosa servirá de nada.

James Kirk recorrió con los ojos la sala de motores. Todo estaba inmaculado, lustroso, perfecto. Ningún capitán de la Flota Estelar tenía un oficial ingeniero mejor que Montgomery Scott. Scotty mantenía los motores como si la más diminuta desviación en la aguja de un indicador fuese una uña clavada en su propia carne.

–Éste va a ser un viaje tranquilo. Nada de prisas. Ni velocidades de emergencia ni maniobras. Lo único que vamos a hacer es llevar a un equipo de tres hombres hasta Ammdon.

–¡Ammdon! – gritó el ingeniero- ¡Eso está al otro lado del universo!

–No tanto -replicó Kirk, sonriendo-. Pero la nave se mantendrá de una pieza, ¿no es cierto?

–Sí, eso sí -reconoció el ingeniero con algo de pesar. Kirk veía que lo que Scotty deseaba era desmontar los motores y reconstruirlos amorosamente desde cero, para hacerlos más potentes, para conferirles un poquitín más de rendimiento-. Pero no puedo recomendarlo.

–¿Cuál es la peor avería que podemos tener?

–Las botellas magnéticas. En algunos puntos los campos se han reducido considerablemente. Una sola ruptura y perderemos toda la potencia. Podría ser fatal, señor. – Scotty hizo un expresivo gesto con las manos para mostrar cómo estallaría todo.

Kirk pensó en aquello y preguntó:

–¿Qué factor hiperespacial considera el máximo dentro de los límites de seguridad? Que no sea potencia de impulsión hasta un dique seco.

–Bueno, señor, nada superior a factor hiperespacial tres. El esfuerzo excesivo…

–Lo sé, Scotty. No se imagina lo bien que lo sé. – Kirk respiró profundamente, recorrió la sala de motores una vez más con la mirada, y concluyó-: Adelante. Y yo intentaré no pedirle nada superior a un factor dos.

–No he querido decir que estuviera bien viajar siquiera a esa velocidad, señor. Lo que quise decir es que el factor tres es el máximo.

Kirk dejó a Scotty mascullando para sí, manoseando indicadores y tomando centenares de notas sobre nuevas y diversas maneras de realizar ajustes finos en sus preciosos motores. Sin embargo, el capitán Kirk estaba preocupado por la inestabilidad de las botellas magnéticas de los motores hiperespaciales. Los poderosos campos magnéticos contenían en su interior materia y antimateria, que impulsaban a la nave a través del hiperespacio. El más leve debilitamiento de ese campo significaba pérdida de energía en el mejor de los casos, y destrucción total en el peor.

Luego, Kirk apartó el tema de su mente. Él tenía sus órdenes. Que Scotty cumpliera con las suyas.


–Informe de estado, señor Chekov.

–Todo bien, capitán -respondió el navegante-. En curso, factor hiperespacial dos, según las órdenes.

–¿Spock? – preguntó Kirk- Dígame, ¿cuál es el estado de la nave?

–Las verificaciones de la computadora se desarrollan de acuerdo con lo previsto, señor. Emplea un programa nuevo que he escrito yo para este propósito, precisamente.

–Lo habrá escrito en su tiempo libre, supongo, ¿verdad, señor Spock?

–Por supuesto, capitán. – Spock parecía casi indignado. Jamás dedicaría las horas de servicio a trabajar en un proyecto personal como éste.

Kirk sacudió la cabeza y se instaló en su asiento de mando. Durante las tres semanas pasadas desde que habían salido de la Base Estelar Uno, la Enterprise había funcionado a la perfección. Sólo la presencia de los diplomáticos a bordo rompía la rutina. El embajador Zarv hacía todo lo posible para que todos los miembros de la tripulación se sintieran personalmente responsables de que aún no hubiera podido llegar a Ammdon y celebrar la conferencia de paz. Kirk había hablado con Donald Lorritson acerca de la actitud del embajador, pero no había servido de gran cosa.

–El embajador Zarv -había dicho- es un hombre obsesionado. Ve peligro en cualquier guerra que haya en el brazo de Orión. Si llegaran a intervenir los romulanos, nos quedarían dos alternativas: o perder todo contacto con los planetas libres esparcidos por el brazo, o lanzarnos a una guerra interestelar. Zarv es un negociador diestro, uno de los mejores que tenemos en la Federación. Limítese a aguantarlo durante unos días más.

A Kirk no le había gustado la sugerencia, pero no tenía otra opción. La constante insistencia del embajador acerca de la lentitud de la nave distraía a los miembros de la tripulación de sus obligaciones, y reforzaba el enojo que sentían porque no se les había permitido disfrutar de un permiso de tierra.

–Señor Spock, dado que la región del espacio por la que transitamos está relativamente poco cartografiada, ocúpese de que se tomen los datos pertinentes para uso futuro. Al fin y al cabo, la Enterprise debería de ser algo más que un taxi. Cuando regresemos a la Base Estelar Uno, quiero enseñarle a la almirante McKenna cartas completas de nuestro recorrido.

–El cartografiado ya está en proceso, capitán. Me tomé la libertad de dar esa orden para mantener ocupada a la tripulación.

–Bien. – Kirk se hundió en su asiento, mientras sus ojos iban de un terminal a otro. El trabajo de Sulu al timón era preciso, perfecto. Aunque, por otra parte, existían escasas razones para que fuese de otro modo. Aparte de mostrarse capaz, el piloto oriental tenía poco que hacer. El rumbo había sido introducido y olvidado a continuación. En el exterior de la nave, sólo se extendía en todas direcciones el monótono espacio sembrado de nubes de gas. Pavel Checkov dedicaba el tiempo a hacer prácticas con el personal de las baterías fásicas, mejorando en fracciones de segundo su velocidad de reacción. Spock trabajaba con su computadora. Uhura se pasaba el día sumida en ensoñaciones, dado que sus servicios como oficial de comunicaciones serían innecesarios durante al menos una semana más. E incluso entonces, el contacto con Ammdon sería algo que se ajustaría a la más estricta rutina.

Rutina. A su alrededor no había nada más que rutina. Y él se aburría.

El destello de las luces de alarma y las sirenas que ascendían y descendían en la escala sonora, lo arrebató de sus pensamientos.

–¡Spock, informe! – le espetó al primer oficial.

–Nave no identificada por babor, capitán.

–No hay contacto verbal ni visual, señor -fueron las rápidas palabras de Uhura.

–Escudos detectores a media potencia.

–Sí, señor. – Chekov cambió rápidamente del entrenamiento a la realidad-. ¿Qué hay de los cañones fásicos, señor? – Cárguelos, pero no dispare.

–Capitán, la nave va a la deriva, sin potencia, es un derrelicto. Pero detecto débiles lecturas de formas de vida. Corrección, detecto una forma de vida de naturaleza insólita.

–Explíquese.

Spock alzó los ojos de su visor y sacudió la cabeza.

–No puedo. Las lecturas de la forma de vida no concuerdan con ninguna de las que tenemos en nuestros bancos de datos. Además, el diseño de la nave es desconocido.

–Sulu, trace un vector paralelo al derrelicto. – Kirk pulsó uno de los botones de comunicación instalados en el posabrazos de su asiento-. Transportador, preparados para traer a bordo a una forma de vida de una especie desconocida. – Otra rápida pulsación del botón de comunicaciones-. Doctor McCoy, acuda a la sala del transportador. Lleve un equipo completo de material médico para alienígenas. – Antes de que McCoy pudiera responder, Kirk había pulsado otros varios botones de mando.

Se deleitaba en la acción. Ya no estaba aburrido. La misión de la Enterprise no era la de servir de taxi a odiosos diplomáticos; era la de explorar lo desconocido, encontrar nuevas formas de vida y contactar con ellas.

–Puede que esta misión acabe valiendo la pena -dijo, más para sí mismo que para los otros.

El sonido de las puertas del turboascensor a sus espaldas le dio unos pocos segundos para prepararse en previsión de la furiosa embestida verbal que sabía que se avecinaba.

–Kirk, ¿cuál es el significado de este ultraje? – bramó Zarv-. No podemos perder el tiempo escabulléndonos por rincones extraños. Ammdon y Jurnamoria están a punto de lanzarse el uno al cuello del otro. Tengo que llegar allí para detenerlos. ¡Tengo que llegar allí para detener a los romulanos!

–Embajador Zarv -respondió Kirk, en voz baja y tranquila-, no podemos abandonar a esa nave. Usted, como experto de la Federación en leyes de paz, debería saber que una- señal de socorro se antepone a cualquier otra misión. A cualquier otra.

–¿Señal de socorro? ¿Qué señal de socorro? ¿Ha habido acaso alguna comunicación por radio? – Zarv se volvió y señaló a Uhura con una mano rechoncha- Usted, la de ahí. ¿Qué señal?

–Las lecturas de una forma de vida bastan para justificar una misión de rescate, capitán -señaló Spock-. Estamos en el proceso de transportar a bordo al único superviviente de este desastre.

–Podría ser portador de una epidemia espacial. Podríamos morir todos. Y entonces yo nunca llegaría a Ammdon. ¡Por el remolino de Antares, estoy rodeado de débiles mentales! ¡Completamente rodeado! – El embajador lanzó sus regordetes brazos al aire y se marchó del puente con paso majestuoso.

–Señor Spock, vayamos a ver qué hemos transportado a bordo. Señor Chekov, tiene el mando.

En la sala del transportador, el doctor McCoy ya se hallaba inclinado sobre una silueta menuda. Lo único que Kirk vio fue el leve agitarse de una tela diáfana color verde mar, hasta que rodeó al médico para ver mejor.

Los párpados de la mujer se agitaron hasta abrirse, y sus ojos se fijaron en los del capitán. James Kirk dio un paso involuntario al frente, la mano tendida hacia ella. – Sufre un shock, Jim, según creo.

–¿Qué, Bones? Ah, sí. Un shock. ¿No está seguro?

–Sólo soy un médico, no un lector de mentes. Exteriormente, parece bastante humana.

–Eso diría yo.

–Pero fíjese en las lecturas del tricorder médico. – Alzó el aparato para que Kirk lo inspeccionara. Las destellantes luces indicaban diversos problemas… para un ser humano- Está viva, y no debería estarlo. Exposición a radiaciones pesadas, y en cambio está viva. No hay ninguna indicación significativa de ritmo metabólico, y sin embargo está tibia.

–Tibia -repitió Kirk con tono distraído. Sus ojos no se apartaban de ella. Una sonrisa diminuta se formó en las comisuras de los labios de la mujer, y un leve rubor embelleció sus mejillas-. Es adorable.

–Ayúdeme a llevarla a la enfermería. Tal vez allí pueda averiguar algo más.

–No hay ninguna necesidad, doctor McCoy -dijo ella. Su voz sonó ligera y etérea, una brisa primaveral que acariciaba altos pinos-. Aunque no estoy completamente sana, viviré.

–¿Cómo es que habla nuestro idioma? – exigió saber McCoy-. He verificado sus lecturas mediante la computadora de la nave, y la Federación no ha encontrado nunca una raza como la suya.

–Yo… aprendo los idiomas con rapidez. Todos los idiomas. – Se sentó, y se alisó el fino vestido en torno al menudo cuerpo. Se inclinó hacia delante y volvió a mirar a Kirk a los ojos-. Las lenguas habladas son las más fáciles de dominar. Las no habladas resultan mucho más difíciles.

–¿Qué le sucedió a su nave? – consiguió preguntarle Kirk. Ella se encogió de hombros.

–Una avería mecánica. Toda la tripulación pereció. Yo sé poco de naves estelares. Soy una Habladora.

–¿Una Habladora? ¿De qué planeta?

–Soy nativa de Hyla.

Kirk alzó los ojos hacia Spock, que sacudió la cabeza. – Ese planeta es desconocido para nosotros. ¿Puede darnos más información acerca de él?

–Desde luego, aunque mi conocimiento de su localización es limitado. He estado sola a bordo de la Sklora durante casi dos meses. Durante la mayor parte de ese tiempo, nuestros motores se encendían de modo fortuito. Cuando se consumió el combustible, la Sklora continuó a la deriva sobre su último vector.

–¿Así que no sabe dónde está Hyla?

–No sé dónde estamos ahora.

–Jim, maldición, ¿no se da cuenta de las cosas por las que habrá tenido que pasar? Deje de interrogarla como si fuera una espía: tengo que hacerle un análisis biológico completo.

–Por favor, doctor, créame cuando afirmo que estoy relativamente ilesa. No me hallo en peligro.

La mirada de ella volvió a desviarse hacia Kirk.

–¿Tiene usted nombre? – inquirió el capitán-. Llamarla Habladora parece un poco… distante.

–Sin embargo, estos amigos suyos lo llaman capitán. – Ella sonrió y despojó las palabras de cualquier significado cáustico-. Nosotros no tenemos nombres como MCCoy, Spock y Kirk.

–Así pues, la llamaremos Habladora.

La mujer sonrió, y Kirk casi se derritió en la brillantez de esa sonrisa.

–Llámeme Lorelei.


2


Diario del capitán, fecha estelar 4801.4



El viaje hasta ahora ha sido rutinario, excepto por lo que respecta al rescate de Lorelei, Habladora de Hyla. Spock ha examinado cuidadosamente los archivos de nuestra computadora, y no ha hallado indicio alguno de que dicho planeta exista. No obstante, McCoy está seguro de que los patrones biológicos de Lorelei son aproximadamente iguales a los terrícolas. Las diferencias, que sí existen, no le impiden a ella respirar nuestra mezcla atmosférica ni comer nuestros alimentos. Es una mujer impresionante, inteligente, bonita, y hay en ella una cualidad indefinida que encuentro irresistible.

Ojalá el embajador Zarv tuviese una fracción del encanto de ella.


Grandes chispas azules empezaron a saltar describiendo un arco desde el panel de control a los terminales de los motores hiperespaciales. El técnico que había allí se vio sorprendido. El olor a carne quemada ya había impregnado el aire de la sala de motores cuando los gritos agónicos se convirtieron en suaves gemidos.

–¡Que McCoy venga aquí abajo de inmediato! – chilló Scotty-. Los motores. Reduzcan la potencia en un diez por ciento. Usted, McConel, comience con las verificaciones. Necesito una lectura de computadora antes de desactivar completamente.

La pelirroja jefa de equipo se apresuró a cumplir con su misión mientras Scotty apartaba delicadamente al técnico herido de la zona del cortocircuito. El oficial de ingeniería no hizo caso de las chispas que pasaban a apenas un par de centímetros por encima de su cabeza, aferró los laxos antebrazos del tripulante y comenzó a tirar de ellos. Sólo cuando el hombre estuvo por completo apartado del panel, Scotty se sentó sobre las planchas de la cubierta y profirió un gran suspiro.

–Mis motores. Mis preciosos motorcillos. – Sacudió la cabeza. El arco aumentaba en intensidad, elevándose como un arco iris mortal entre los paneles de control y el revestimiento del motor. El metal ennegrecido ya comenzaba a transformarse en escoria y formar un charco sobre la cubierta. Intrincadas placas de circuitos impresos, cubos integrados y cableados expuestos al calor, también se derretían y comenzaban a carbonizarse. En pocos segundos más, los circuitos excitadores de materia antimateria también quedarían destrozados.

–Ya lo tengo, Scotty -gritó la pelirroja desde el otro extremo de la sala de motores-. Hay que desconectar la potencia del veintitrés.

–¡Pero, muchacha, eso desactivará el soporte vital de media nave!

–Yo le digo lo que opino -fue la réplica inmediata que obtuvo.

Scott no vaciló en dar la orden. Era mejor dejar una buena parte de la Enterprise sin luz ni aire durante unos pocos minutos, que permitir que estallase el motor.

–¿Qué está pasando aquí, maldición? – sonó la quejumbrosa voz de McCoy-. Corta usted toda la energía de los corredores. Las puertas ni siquiera se abren.

–Lo siento, doctor, pero antes que nada, necesito urgentemente su asistencia médica.

–¿Por qué no me lo ha dicho antes? – McCoy se dejó caer junto al técnico, hizo una mueca y alzó los ojos hacia Scotty-. Quemaduras de tercer grado en los hombros y la espalda. ¿Eléctricas?

–Sí. – El ardiente arco se había desvanecido tan rápidamente como se formó, después de que Scotty ordenara desactivar el conductor de control veintitrés.

–No hay mucho que pueda hacer por él aquí. Necesita aislamiento. Gel para quemaduras. Algunos retoques quirúrgicos en estas venas y arterias. – Incluso mientras hablaba, McCoy no dejaba de trabajar. Su tricorder médico presentaba lecturas de señales vitales debilitadas y decidió enseguida inyectarle al hombre un estimulador de beta-endorfinas para aliviarle el dolor.

–Aquí llega el equipo médico, doctor -dijo la oficial McConel. A los que llevaban la camilla les indicó por gestos que pusieran inmediatamente sobre ella al hombre herido. Ellos hicieron bajar la plataforma antigravedad junto al médico, recogieron con cuidado al técnico y se lo llevaron flotando camino de la enfermería en menos de un minuto.

–¿Alguien más, Scotty? – preguntó McCoy.

–Nadie más, doctor, alabado sea el cielo. Andres es el único herido.

Leonard McCoy miró en torno y se encogió de hombros.

–Haré lo que pueda,,pero procure que no tenga que llevarme a ningún otro cuando haya curado a éste. No me gusta que me atosiguen.

–Informe, oficial -ordenó Scotty- ¿Qué ha sucedido?

–No es tan grave como parecía. El circuito excitador puede ser reconstruido. Podría reducir un poquitín nuestra energía hasta entonces, pero no es nada que no podamos solucionar.

Scotty le dedicó una amplia sonrisa a su jefa. Era buena cosa tener a alguien que se preocupaba por los motores tanto como él. Y era todavía mejor que fuese también escocesa.

–Comandante Scott, informe de estado. – Scotty se volvió y vio al capitán Kirk, que se deslizaba a través de la puerta abierta parcialmente. Los circuitos de control de las puertas estaban conectados con el soporte vital en la mayor parte de la nave-. Necesito potencia en todas las cubiertas de la cuatro a la ocho.

–Capitán, ya se lo dije. Podré darle esa potencia cuando hayamos vuelto a la normalidad.

Los penetrantes ojos de Kirk recorrieron la sala, identificaron la avería de inmediato y estudiaron los desperfectos.

–No es demasiado grave, capitán -comentó la oficial McConel, como respuesta a las mudas preguntas de él-. Pero las botellas magnéticas del motor de estribor se han reducido tanto que podrían romperse.

–¿Eso ha sido la causa de todo esto? ¿El campo magnético se ha reducido y permitido filtraciones de radiación?

–Los circuitos se sobrecargaron al intentar estabilizarlo, señor. – Scotty hacía gestos con los brazos que evidenciaban su agitación-. No podemos hacer más de lo que ya estamos haciendo.

–Si redujera la velocidad a factor uno, ¿le ayudaría eso a realizar las reparaciones?

–Lo mejor sería que buscáramos un lugar donde atracar, señor. Necesito protección para trabajar adecuadamente en los motores. – La expresión disgustada de Scotty le dijo a Kirk que no se trataba de un simple capricho. Su oficial ingeniero jefe decía en serio cada una de aquellas palabras.

–Aún nos encontramos a unos quince días de viaje de Ammdon. La reducción de velocidad hará que el viaje se alargue todavía más. Usted sabe que tenemos que llevar hasta allí al equipo diplomático, Scotty. Haga lo que pueda. Mantenga los motores en funcionamiento.

–Sí, señor. Puedo hacer que sigan funcionando, pero no sin ciertos riesgos.

–Haga lo que tenga que hacer, Scotty. Confío plenamente en usted. – Kirk dio media vuelta para marcharse, luego vaciló y le habló a la oficial McConel-: Heather, ¿tiene el alambique en el laboratorio de biología de la cubierta cuatro?

–¡Señor! – protestó ella, al tiempo que se erguía y clavaba sus ojos verdes directamente en los de él-. Usar un alambique va contra el reglamento.

–Ah, ya veo. Bueno, por lo que yo sé, un descenso en la potencia hace que la mezcla que ya está en el alambique se enfríe. Eso reduce la cantidad y la calidad.

–¡Señor!

–La producción no me importa, pero todo lo que hay en la Enterprise debe ser de calidad. Continúe.

James Kirk le dedicó una breve sonrisa, y luego se marchó apresuradamente camino de la enfermería.


–No sé qué decirle, Bones -comentó Kirk mientras se retrepaba en la silla y sorbía el brandy que le había servido el médico-. Esta misión empieza a ser desagradable.

–Si lo dice por el técnico que casi se ha electrocutado, y que como puede ver está recuperándose bien bajo mis cuidados, son cosas que suceden constantemente a bordo de una nave estelar.

–¿Constantemente, Bones? No a bordo de la Enterprise.

–Ya sabe a qué me refiero. Si uno anda por ahí metiéndose con corrientes eléctricas y cosas de ésas, tiene que contar con que se quemará de vez en cuando.

–¿Las máquinas todavía le inspiran desconfianza? ¿Y qué tratamiento le ha aplicado? No -lo atajó Kirk levantando una mano-, deje que lo adivine. Lo echó sobre una mesa bioscáner y dejó que la computadora analizara todas las funciones y niveles internos. Luego pasó sobre su cuerpo una sonda de gráficos e hizo que la computadora comparara el estado actual con el que tenía antes de quemarse. Un poco de abracadabra con cirugía automatizada, un poco de reconstrucción hecha mediante imágenes holográficas, y a continuación lo dejó bajo los amables cuidados de la computadora que controla la enfermería.

–Ha dejado claro su argumento -dijo McCoy con acritud-, pero a pesar de todo, eso no significa que me gusten las máquinas. Que nos relevan en todas partes. En todas partes. – McCoy bebió un gran trago, hizo una mueca, y a continuación se sirvió dos dedos más del potente licor.

–A lo que me refería cuando decía que la misión estaba volviéndose desagradable, era a Zarv y los otros. Se pasean arriba y abajo por los corredores. Parecen tomarse grandes molestias para ponerse en contra de la tripulación.

–Es algo normal en alguien como Zarv. Tiene la personalidad de un jabalí en celo. Pero ese Lorritson… parece bastante agradable. Conocí a un tipo que se parecía muchísimo a él. Un granjero de Georgia.

–Ah, ahora nos ponemos bucólicos -comentó Kirk, sonriendo- Pero creo que se equivoca en su valoración de Lorritson. Hay algo muy duro en él. Y también en Zarv. No creo que las autoridades de la Federación los hayan enviado sin una buena razón. Pero eso no significa que tengan que gustarnos.

–Me cae bien ese tipo que se llama Mek Jokkor. No habla mucho.

Kirk miró a McCoy, y entonces se dio cuenta de que el médico no estaba enterado de los antecedentes del alienígena.

–Casi lo único que sé de él es que se encoge siempre que alguien come brécol en el comedor.

–Extraña fobia -reflexionó McCoy- Debe de ser algo que se remonta a su infancia.

–Sin duda.

Durante un rato, permanecieron sentados y bebiendo en silencio, sin expresar sus pensamientos en voz alta. Luego les llegó el molesto sonido de una discusión que tenía lugar en el pasillo.

–Me gustaría que se encargara de que instalen aislamiento acústico en las paredes de la enfermería -se quejó McCoy-. Tengo que soportar esto durante todo el tiempo.

–Silencio, Bones. Escuche.

–¿Así que ahora espía usted a su propia tripulación? ¿Dónde acabará esto? – inquirió el médico fingiendo desagrado. – Escuche, le he dicho.

Las voces aumentaban en tono y fervor. Una decía:

–Las botellas están a punto de romperse. Estoy seguro. Toda la nave va a explotar.

–El capitán está loco -declaró la segunda- Está llevándonos directamente a una guerra.

–¿Qué diferencia hay si morimos todos en una explosión de materia-antimateria? – quiso saber la primera.

Kirk se puso de pie y dijo en voz baja:

–Voy a cortar esto de raíz ahora mismo.

McCoy se encogió de hombros y miró a Kirk mientras éste abría la puerta y salía al corredor.

Dos tripulantes se encontraban recostados contra la mampara, discutiendo. Cuando vieron a Kirk, guardaron silencio. Luego empezaron a tironearse de las mangas y se hicieron señas.

–Muy bien, caballeros -comenzó Kirk con voz controlada-. No he podido evitar oír sus conjeturas descabelladas y opiniones nacidas de la mala información acerca del estado de esta nave.

–Va usted a matarnos. Es un error desperdiciar nuestras vidas de ese modo -replicó atropelladamente uno de ellos, un alférez.

–¿Qué? ¿Quién está matando a quién? Nadie ha muerto. Un técnico resultó herido en un accidente, nada más. El doctor McCoy me ha asegurado que el oficial Andres estará curado en pocos días.

–Usted está intentando matarnos. Eso no está bien.

–¿Qué quiere decir con eso, señor? – le espetó Kirk-. ¿Qué le hace pensar que yo esté intentando matar a nadie? Ustedes forman parte de esta tripulación y deben actuar en consecuencia. ¿Me he expresado con claridad?

–Sí, sí, señor -replicó el segundo. El temor revestía sus palabras como espeso jarabe. Retrocedió ante Kirk como si hubiese sorprendido a su capitán con una ensangrentada arma homicida en las manos.

–Nos matará a todos -murmuró el primero, Lo sé. Mírelo. Fíjese en sus ojos. ¡Un asesino!

–Otra vez. ¡Atención! – les gritó Kirk. Los dos hombres se pusieron firmes- Están los dos de guardia. Confío en que no hayan estado bebiendo esa agua de cohete de la oficial McConel… y recuerden que no pueden probarla mientras se encuentran de guardia.

–No estamos borrachos, señor.

–Pues a juzgar por sus acciones, nadie lo diría. Ambos serán sometidos a medidas disciplinarias por insubordinación y descortesía para con un oficial superior. El señor Spock decidirá los detalles del castigo.

Los dos aguardaron a que Kirk diera media vuelta y regresara con paso majestuoso al despacho de McCoy. Sólo cuando la puerta se deslizó hasta cerrarse a sus espaldas, Kirk se relajó.

–Lo he oído, Jim. ¿Qué está sucediendo?

–No lo sé, Bones. Jamás me había encontrado con esa clase de reacción. Desobediencia… aunque es algo… diferente. – Se aproximó al escritorio del médico y activó el intercomunicador- ¿Puente? Bien, déjeme hablar con el señor Spock.

Al cabo de un momento le respondió la voz serena del vulcaniano.

–¿En qué puedo ayudarlo, capitán?

–Con información. ¿Los tripulantes Bretton y Gabriel están de guardia en este momento?

–Lo están, capitán -replicó Spock sin vacilación-. Ambos han sido destinados para ayudar a la alienígena Lorelei en todo lo que les sea posible.

–¿A Lorelei?

–Se le ha enseñado cómo utilizar la biblioteca de la computadora de la nave y otras instalaciones, como el comedor, el equipamiento del gimnasio y demás aparatos que le eran desconocidos.

–Lorelei -repitió Kirk.

–Correcto, capitán.

–¿Son ellos los únicos que se encuentran en contacto directo con ella?

–Lo ignoro, señor. Supongo que les ha sido presentada a muchos otros miembros de la tripulación. ¿Sucede algo malo?

–Yo… no lo creo. Gracias, señor Spock. – Kirk apagó el intercomunicador y miró a McCoy de hito en hito-. Al menos, eso espero.


–Siéntense, caballeros -dijo Kirk al entrar en el salón de oficiales. Sus oficiales superiores se habían levantado de la mesa para ponerse firmes. Sólo los tres diplomáticos permanecieron sentados. El capitán ocupó su asiento en la cabecera de la mesa, encendió la computadora de grabación y saludó con un gesto de la cabeza al embajador Zarv.

–Bueno -declaró el hombre de rostro porcino con voz áspera, rasposa-. Se ha decidido a venir, después de todo.

–Me han retenido unos asuntos de la nave, embajador. Ustedes han solicitado esta reunión informativa. Por favor. comiencen.

–¿Reunión informativa? – gritó Zarv- No se trata de nada parecido. ¡Estamos aquí para exigirle que vaya a una mayor velocidad! Tenemos que llegar a Ammdon sin más dilaciones.

–Lo que está diciendo el embajador, capitán -intervino Donald Lorritson-, es que la reducción de velocidad no es aceptable en este momento.

–¿Que no es aceptable, señor Lorritson? ¿Para quién? – ¡Para los líderes de la Federación, Kirk! – bramó Zarv. Se puso de pie y aporreó la mesa con sus manos gordinflonas.

Kirk recorrió con los ojos a los oficiales sentados a lo largo de la mesa, y vio varios grados de aversión, humor y horror ante aquel estallido. Uhura logró parecer la más conmocionada por el hecho de que alguien pudiese hablarle a su capitán en un tono semejante. La expresión de Sulu era una mezcla de mal humor y desdén. McCoy estaba a punto de perder los estribos. Zarv tenía algo que irritaba al médico de manera considerable. Incluso Spock se crispó ligeramente. Kirk tendría que preguntarle al vulcaniano por su aparente incomodidad ante aquel estallido.

–La Enterprise no ha podido atracar para realizar las reparaciones que necesita, embajador -dijo Kirk con lentitud- Y, por tanto, el equipamiento se avería más de lo que sería normal en condiciones óptimas.

–¡No puede llegar al sistema de Ammdon con aspecto de estar cayéndose a pedazos!

–¿Por qué no? Las órdenes que tengo son las de dejarlos allí a usted y su grupo, nada más. – Pero Kirk sabía que había algo más. Recordaba el comentario de la almirante McKenna.

–Capitán -dijo Lorritson, y se aclaró la garganta- En esta misión se requiere una presencia imponente. La de la Enterprise, si comprende lo que quiero decir.

–No, no lo comprendo, señor Lorritson. La almirante sabía que esta nave no se encontraba convenientemente preparada cuando nos despachó. ¿Está acaso insinuando que se requerirá de nosotros que llevemos a cabo acciones militares una vez nos encontremos en el sistema de Ammdon?

–¡No, nada de eso, nada de eso! – protestó el hombre-. Muy por el contrario, digamos que la apariencia de poder es mucho más importante que la potencia armamentística.

–Ustedes -comentó Spock- quieren usar a la Enterprise para influir en sus negociaciones con Jurnamoria. Si damos la impresión de ponernos de parte de Ammdon, creen que Jurnamoria cederá a sus exigencias.

–Expresado con crudeza, pero sí, es eso, más o menos.

–Eso significa que Spock ha dado directamente en el clavo -murmuró McCoy-. Van a usarnos como pichón de barro en una galería de tiro al blanco.

–Kirk, necesitamos velocidad. Es imposible que tardemos dos semanas en llegar a Ammdon. Tiene que reducirse a días. Esto es una nave estelar. Aumente a factor hiperespacial ocho. Hágalo ahora. ¡Se lo ordeno!

–Embajador Zarv, usted no es el capitán de esta nave. Y si lo fuera, se daría cuenta de que lo que propone es un suicidio. Mi oficial ingeniero no se encuentra en esta reunión debido a que está ocupado reparando los daños causados por viajar a una velocidad para nosotros apenas superior a la de un caracol. El señor Scott es, sin excepción, el mejor ingeniero de la Flota Estelar, y ha dicho que nuestros motores no resistirán un factor hiperespacial tres; mucho menos un factor ocho.

–Despídalo… ponga a este… este vulcaniano en su lugar. Él sabe cómo hacer funcionar los motores. – Zarv señaló a Spock con un rechoncho dedo. La única respuesta que obtuvo fue una ceja levemente levantada y el comienzo de una expresión irritada en el cetrino semblante de Spock.

–A pesar de que nuestros oficiales son capaces de actuar en diferentes secciones, prefiero que cada uno se ocupe de su especialidad. Scott es un especialista, como lo es Spock. Y desempeñan perfectamente sus respectivos cargos.

Zarv farfulló algo y se levantó con tal celeridad que derribó la silla. Salió como una tromba del salón de oficiales sin volverse siquiera a mirar atrás. Lorritson y Mek Jokkor se miraron. El hombre planta siguió a su superior. dejando a Lorritson con los demás.

–Zarv no es el ser más amable de toda la galaxia, capitán -explicó Lorritson- Pero le pido que intente comprender la envergadura de esta misión.

–Yo tenía intención de que esto fuese una reunión informativa. ¿Querrá usted hacernos ese honor, señor Lorritson?

El hombre inspiró profundamente y exhaló el aire. Se levantó, alisó con la mano una arruga inexistente de su chaqueta púrpura de lino altairano, cuadró los hombros y adoptó una postura de orador.

Kirk lo contempló con fascinación mientras Lorritson pasaba de ser un hombre hostigado por su superior, a convertirse en alguien dinámico, poderoso, dominante.

–El imperio romulano linda con los sistemas de Ammdon y Jurnamoria. Han estado llevando a cabo pequeñas incursiones en el espacio de la Federación desde hace muchos meses. Nada serio, hasta el incidente de la Scarborough. Esto convenció a los líderes de la Federación de que los romulanos habían decidido finalmente apostar por varios planetas aquí, aquí y aquí. – Lorritson se volvió hacia la proyección holográfica de la computadora que mostraba el brazo de Orión. Los planetas que había señalado comenzaron a parpadear para distinguirse.

"Esto les permite abrir una cuña en el espacio ocupado por nosotros. Nos arriesgamos a perder mucho por lo que respecta a depósitos minerales, por no mencionar, de modo inmediato, una docena de planetas habitados.

–El plan parece lógico -comentó Spock-. Los romulanos consiguen un área valiosa con riesgos mínimos para ellos. Esta región se halla demasiado lejos como para que la Federación pueda patrullarla de manera adecuada.

–Correcto, señor Spock -convino Lorritson- La Federación no puede hacerlo, pero Ammdon y Jurnamoria unidos sí pueden. Aunque los dos planetas son más primitivos que la mayor parte de los que pertenecen a la Federación, cuentan con la ventaja de tener una posición estratégica.

–Con la ayuda de la Federación, pueden detener a los romulanos. ¿Se refiere a eso? – preguntó McCoy-. Ustedes establecen la paz entre Ammdon y Jurnamoria; luego la Federación los aprovisiona a ambos con armas de guerra.

–Algo por el estilo, doctor. Aunque no nos gusta pensar que pueda haber una guerra, ésta en particular podría resultar desastrosa para la Federación. Supongo que ahora comprenderán la frustración que el embajador Zarv siente por nuestra demora.

Kirk estudió la imagen y dejó que su mente de soldado examinara los detalles. No vio nada fuera de lugar en lo que había expuesto Lorritson. Si el imperio romulano conseguía establecer una cabeza de puente en la zona del brazo de Orión señalada por el diplomático, la lucha sería larga y sangrienta. Era mejor impedir la pequeña guerra entre dos planetas que permitir una mayor entre dos civilizaciones enteras.

–Comprendo la impaciencia de Zarv, pero lo que he dicho acerca del estado de la Enterprise no es ningún cuento. Podemos viajar a factor uno sin dificultades. El factor dos entraña problemas, El factor tres queda fuera de discusión hasta que nos encontremos en órbita en torno a un planeta que nos proporcione la protección y el equipamiento necesarios para realizar reparaciones mayores.

–¿No existe absolutamente ninguna posibilidad de sacarle aunque sea un poco más de velocidad a su nave, capitán? – Era lo máximo que Lorritson podía aproximarse al ruego.

–Me temo que no. Las leyes de la física son inviolables. Los llevaremos a Ammdon lo antes posible. Aunque estoy seguro de que no será lo bastante rápido para el gusto de ninguno de nosotros. – Kirk hizo una mueca cuando oyó a Zarv bramando en el corredor.

–Haga lo que pueda, capitán. El embajador, Mek Jokkor y yo debemos darle los últimos retoques a nuestra presentación. – Lorritson dobló algunos papeles ante sí y se marchó apresuradamente.

Spock indicó que deseaba hablar. Kirk le hizo un gesto para que comenzara.

–Los diplomáticos han usado la computadora de la nave con el fin de practicar varios juegos de teoría para examinar todos los posibles resultados. Aunque no tenía ninguna intención de espiarles, la verificación de la computadora que debía realizar requería la ejecución de ciertas pruebas que divulgan información.

–Así que ha estado espiando, señor Spock. Siga. Cuéntenos el meollo del asunto. ¿Qué ha descubierto? – preguntó McCoy,y se inclinó hacia delante, ansioso por escuchar los chismes.

–Me molestan sus insinuaciones, doctor. – Spock clavó los ojos al frente mientras informaba-. Si las proyecciones de Mek Jokkor acerca de las cantidades de alimento son precisas, y no tengo forma de verificar las suposiciones básicas, el equipo diplomático tendrá éxito en su misión. A pesar de las fricciones personales que he presenciado entre ellos y los miembros de la tripulación, son admirablemente adecuados para esta delicada misión.

–Gracias, señor Spock. – El capitán Kirk miró a todos los que se encontraban en torno a la mesa- Si no hay ningún otro comentario, esta reunión informativa queda aplazada. – No le gustó el aire apagado con que sus oficiales abandonaron la sala, casi como si les hubieran entregado su sentencia de muerte.


–Capitán Kirk, ¿podría hablar un momento con usted? ¿En privado?

Kirk se volvió para encontrarse con Lorelei, que giraba en el recodo del pasillo, un soplo de niebla que flotaba en el viento. Al encontrarse con los suyos los ojos color chocolate de ella, el capitán sintió que se le aceleraban los latidos del corazón. Había algo en la forma en que aquella mujer lo miraba que le producía el mismo efecto que un primer amor, un romance prohibido, un beso robado.

–Desde luego. ¿Qué necesita? ¿La ha tratado bien la tripulación?

–Muy bien, capitán… James. – La manera en que pronunció su nombre tuvo el sonido de un suspiro de amor. Kirk se sacudió para deshacer la imagen que se formaba en su mente. Era placentera, pero tan sólo una fantasía.

–Mi camarote está cerca. Por favor, acompáñeme a tomar una copa.

–No me gusta el alcohol de ustedes, pero su café me estimula.

Una vez en el camarote, Kirk se sentó detrás de su escritorio, con la sensación de ser el defensor de una fortaleza. Por una vez, se alegró de que la maciza superficie de madera lo separara de la bella mujer. Contempló a Lorelei por encima del borde de la copa, intentando decidir si era realmente bonita o no. Tenía facciones regulares, piel translúcida con un suave matiz de nuez, suave cabello moreno y aquellos ojos muy separados que lo atraían cada vez que la miraba.

Bonita, no, decidió. Graciosa, tal vez. Atractiva, decididamente atractiva.

–Capitán, he escuchado a sus tripulantes, y he hablado con algunos de ellos. Estoy preocupada por la seguridad de la nave.

–¿De la nave? ¿Se refiere al accidente que ha tenido lugar en la sala de motores? Deje de preocuparse por eso. Ha sido un infortunio, pero el técnico está recuperándose satisfactoriamente. Nuestras instalaciones médicas son excelentes.

–No me refería al herido, aunque es algo serio. Me refiero al peligro en que pone usted a la Enterprise al viajar hasta el sistema de Ammdon.

–¿Qué sabe usted al respecto?

–Los registros de la computadora de la nave son de lo más completo, y yo no carezco de una cierta capacidad de razonamiento innata.

Kirk miró a la mujer menuda con el entrecejo fruncido.

–Lamento que no podamos llevarla inmediatamente de vuelta a Hyla, pero la nuestra es una misión de paz. Vamos a prevenir la guerra en el sistema de Ammdon, no a causarla, como usted insinúa.

–Su presencia será el detonante de la guerra. Los gobernantes de Ammdon van a usar su presencia para lanzar el ataque inicial contra Jurnamoria.

–Para ser alguien que ni siquiera estaba enterada de la existencia de la Federación hasta que nosotros la rescatamos, se ha informado bastante bien de cómo funcionan las cosas.

–Conozco la naturaleza de los seres racionales. Todos somos violentos, capitán. La violencia nos ha permitido sobrevivir a nuestros primitivos comienzos. Pero ya no necesitamos matarnos los unos a los otros. Tenemos ante nosotros otros retos más pacíficos. No puede usted entrar en el sistema de Ammdon sin poner en peligro el bienestar de la Enterprise.

Kirk sintió que las manos comenzaban a temblarle levemente. Dejó con cuidado la copa sobre el escritorio, ante sí.

–Debo confiar en mis superiores, y ellos han designado a Zarv y los otros para llevar a cabo las conversaciones de paz. Son personas capaces.

–Ammdon los está utilizando.

–Explíquese. – Kirk había tenido intención de espetarle la palabra, como una orden. Se encontró con que vacilaba, con que casi no quería oír la explicación de Lorelei porque sabía que iría en contra de todo aquello en lo que creía.

–Ammdon y la Federación tienen un tratado de defensa mutua. La Federación y Jurnamoria no lo tienen. En caso de guerra, Ammdon esperará el apoyo de la Federación. – ¿Cómo ha sabido lo relativo a ese tratado? – Está registrado en su computadora.

Kirk tragó con dificultad mientras tecleaba para solicitar dicha información. El resumen del tratado confirmó lo que Lorelei había dicho.

–Si entran ustedes en el sistema, eso le dará a Ammdon la oportunidad de atacar. Van a dar comienzo a la guerra, no a impedirla.

Kirk se sintió a la deriva en un mar de emociones conflictivas. Lorelei hablaba de modo persuasivo, lógico. No obstante, Zarv, Lorritson y Mek Jokkor eran profesionales experimentados. No querían la guerra; sólo deseaban la paz. No harían nada que pusiera en peligro la posición de la Federación en la zona. La constante amenaza de los romulanos era demasiado real.

–Yo… -comenzó a decir.

–James -lo interrumpió Lorelei, en voz baja, con una nota vibrante que le llegó al alma-. Pone usted en peligro su nave, su tripulación y las vidas de los pueblos de dos planetas. No continúe adelante con las órdenes. Regrese a la Base Espacial Uno.

–Lorelei, no puedo hacer eso – logró responder él. Ella bajó la cabeza, asintió y se marchó del camarote. Él se sintió como si acabara de prenderle fuego a su gato por accidente.

La responsabilidad del mando pesaba tremendamente sobre James T. Kirk, que reflexionaba ahora sentado en su camarote, y con la mirada fija en una pared desnuda. acerca de lo que habían dicho tanto Lorritson como Lorelei. ¿Guerra? ¿O paz? En su mano estaba causar o evitar cualquiera de las dos cosas. Una decisión errónea… una decisión correcta. ¿A quién debía creer?


3


Diario del capitán, suplemento



La Habladora de Hyla, Lorelei, me perturba de un modo extraño. Me siento cada vez más convencido por sus argumentos para que interrumpamos la misión de paz que nos lleva a Ammdon y Jurnamoria, y regresar a la Base Estelar Uno. El estado de la Enterprise continúa deteriorándose. Las averías del equipamiento son el menor de los problemas que tenemos. Mi mayor preocupación es el trastorno que percibo en la tripulación y su creciente descontento. Es casi como si se hallaran al borde de la desobediencia, aunque es absurdo. Una cosa semejante no puede suceder en esta nave. No sucederá.


–Sea más concreto, señor Spock. – James Kirk observó cómo su oficial científico alzaba una delgada ceja, confiriéndole a su rostro un aire ligeramente perplejo… u ofendido.

–Mi informe ha sido lo bastante claro, capitán. El doctor McCoy y Mek Jokkor crearon un caos en el salón de oficiales con su discusión. Los tripulantes que presenciaron el enfrentamiento se mostraron de lo más agitados, y muchos de ellos no se presentaron después a sus puestos de guardia.

Kirk frunció el ceño. Nada de esto tenía para él el más mínimo sentido, pero lo tendría. Pronto. Llegaría al fondo del asunto aunque fuera lo último que hiciera.

–Mek Jokkor no puede hablar. ¿Cómo se las arregló McCoy para mantener una discusión con una criatura vegetal que carece de cuerdas vocales?

Spock miró con altivez a su superior.

–La consola de la computadora es perfectamente capaz de aceptar las entradas de un alienígena y traducirlas a lecturas vocales que pueda entender incluso el doctor McCoy.

–Así que no sólo McCoy, sino que todos los tripulantes presentes en el salón de oficiales, oyeron las violentas manifestaciones de Mek Jokkor. Pídaselas a la computadora. Quiero que vuelva a leerlas.

Spock obedeció en silencio. Kirk entrelazó los dedos a la espalda y se meció adelante y atrás mientras le daba vueltas al asunto en la cabeza. Hasta ese momento, las fricciones entre sus tripulantes y el personal del embajador se habían limitado a riñas menores. Tendría que llamarle la atención a McCoy por alterar el delicado equilibrio de protocolo que se había establecido.

–… está usted equivocado, animal humano -dijo la voz del alienígena simulada por la computadora-. Esta misión es vital para la seguridad de la Federación. Un sistema Ammdon-Jurnamoria en paz proporcionará estabilidad, tanto en términos humanos como contra los agresivos romulanos.

–Nuestra presencia provocará la guerra, se lo digo yo -replicó la agresiva voz de McCoy-. Ammdon usará a la Enterprise como instrumento de guerra, no de paz. Nos están utilizando; están utilizando a la Federación.

–Pero… -comenzó a decir Kirk, y luego se tragó la frase. – ¿Sí, capitán? – Spock lo miraba directamente a los ojos. – Nada. Es sólo que recientemente he oído expresar sentimientos similares. McCoy no parece ser el único que piensa de ese modo. O quizá me equivoque. Tal vez acaba de ser reinventada la rueda.

–No entiendo.

–No es nada, Spock, continúe con la grabación. – Kirk escuchó sólo a medias la discusión que había tenido lugar mediante computadora entre el médico de su nave y el ayudante del embajador y experto en agricultura. Las palabras cambiaban ligeramente al interpretarlas McCoy, pero, en general, los argumentos tenían exactamente el mismo contenido que los que había oído, hacía tan poco, de labios de Lorelei.

Lorelei.

Kirk suspiró al pensar en la mujer, en su fascinación, en cómo se había sentido cuando rechazó los ruegos de ella para que regresase a la Base Estelar Uno. Unos dedos fríos se le cerraron en torno al corazón, y comenzaron a estrujarlo con lentitud hasta que tuvo la sensación de que iba a empezar a jadear. No sabía qué le molestaba más, si su reacción física ante aquella mujer o su creciente enojo contra McCoy, contra Mek Jokkor, contra Zarv y todos los demás.

–¿Qué está pasando con la Enterprise? – preguntó con tono autoritario al tiempo que golpeaba con un puño la consola de comunicaciones. Uhura alzó los ojos, sobresaltada. Tanto Sulu como Chekov miraron con disimulo por encima del hombro desde sus puestos. Otros del puente le lanzaron miradas de reojo -al capitán antes de volver a sus deberes.

–Capitán, la nave necesita algunas reparaciones, pero aparte de eso no le sucede nada malo.

–Maldición, Spock, no sea tan literal. Me refiero a la tripulación. ¿Por qué McCoy discute con Mek Jokkor? No tiene ningún derecho. ¿De dónde ha sacado la idea de que la Federación está siendo utilizada por Ammdon?

–Parece una maniobra plausible por parte de un mundo en proceso de desarrollo. Nuestros intereses van mucho más allá que los de ellos, y ven la oportunidad de obtener un beneficio mientras que nosotros buscamos algo más general.

–En otras palabras, está usted de acuerdo con Lor… -Kirk se contuvo, tragó y luego continuó- Está de acuerdo con McCoy en que Ammdon está utilizándonos como a tontos, y arrastrará a la Enterprise a la guerra contra Jurnamoria.

–Es concebible, pero deben tomarse en cuenta la experiencia y los conocimientos superiores del grupo negociador enviado por el Consejo de la Federación. El historial de Zarv, a pesar de toda su aspereza, es impecable. No es ningún tonto… ni será instrumento de nadie.

–Tampoco lo es Lorritson. Ni, según sospecho, Mek Jokkor.

–Muy cierto, capitán.

Esto calmó un poco la tormenta emocional que agitaba a Kirk, pero el enojo persistió.

–McCoy. ¿Ha hablado recientemente con Lorelei? ¿En las últimas dos horas o cosa así?

–Lo ignoro, capitán. ¿Por qué no preguntárselo al doctor? – La mirada de Spock se desplazó a un punto situado detrás de su superior. Kirk se volvió para encontrarse con que McCoy entraba a grandes zancadas en el puente, con una expresión severa en el arrugado rostro.

–Jim, quiero protestar por ese refugiado de guiso de verduras.

–¿Mek Jokkor?

–Sí, ese vegetal. Me ha insultado. Me ha hecho enfadar. Eso no me gusta.

–Estoy seguro. – Jim comenzó a abrir la boca para decirle que había oído la grabación del altercado, y luego decidió tomar otro rumbo. Si el doctor se enteraba de que -lo había espiado, se volvería por completo irrazonable y no se resolvería nada. Por alguna razón, Kirk tenía la sensación de que aquello era mucho más que una simple discusión entre el médico de la nave y el ayudante diplomático.

–Pretende continuar con esta cacería, y yo pienso que deberíamos dar media vuelta y regresar a casa. La tripulación necesita un descanso. La nave está cayéndose a pedazos. Se lo advierto, como médico, recomiendo que regresemos a la base.

–Tomo nota de su valoración, doctor. He visto cómo aumentan los signos de fatiga. No estoy ciego. Pero también debe usted tener en cuenta la situación lamentable que existe entre Ammdon y Jurnamoria.

–Ammdon está utilizándonos.

–Sin duda, Mek Jokkor se da cuenta de esa posibilidad. Estoy seguro de que también son conscientes de ella tanto Zarv como Lorritson. Dígame una cosa, Bones: antes de que usted y Mek Jokkor se trabaran en esa… ch… discusión, ¿qué estuvo haciendo?

–¿Haciendo? Nada. Mi trabajo. ¿Cómo quiere que lo sepa? No llevo un diario minuto a minuto.

–Tal vez debería hacerlo. Me facilitaría la comprobación de ciertos asuntos.

–¿Como por ejemplo? – exigió saber el médico al tiempo que cuadraba los hombros y se tensaba, como preparándose para una pelea.

–Necesito información acerca del estado de Lorelei, por ejemplo. No es del todo humana. Sería una lástima permitir que muriera lentamente a causa de la deficiencia de oligoelementos en su dieta, por ejemplo. Ha pasado por cosas terribles, la pobre muchacha.

Kirk volvió a sentir aquella presa en torno a su corazón al mencionar el nombre de la mujer. Había algo en ella que no era normal. Desde luego, sus reacciones ante ella no eran normales.

–Le hice una revisión completa justo antes de liarme a discutir con ese nabo animado. Está bien, Jim. No se preocupe.

–¿Cuánto tiempo necesitó para realizar el examen? – Kirk intentó transmitir indiferencia,. pero McCoy captó un deje de tensión en su voz.

–Soy médico -replicó McCoy con una voz tan fría como el vacío del espacio-. No me gusta su insinuación. La enfermera Chapel permaneció en la habitación durante todo el examen. Y después de eso, lo único que hicimos Lorelei y yo fue hablar de esta supuesta misión de paz.

–Le pido que me disculpe, bones. No quería insinuar que hubiese hecho usted nada carente de ética.

El médico sacudió la cabeza y se marchó del puente. Kirk se sentó en su asiento de mando y tamborileó con dedos inquietos sobre el posabrazos. Lorelei había hablado con Bones McCoy minutos antes de la discusión de éste con Mek Jokkor, y menos de media hora antes de su reunión con él en su camarote. McCoy se había tragado sus ideas del mismo modo en que interactúan la materia y la antimateria. Y no se había dado cuenta.

Kirk se frotó las sienes. La cabeza comenzaba a palpitarle con un dolor de migraña que se negaba a disminuir.


–¡Mire esto, Kirk, mire! – El embajador Zarv blandió una finísima hoja de papel bajo la nariz del capitán-. Es el último comunicado que nos ha enviado por radio la Estación Espacial Uno. Informan de un aumento de la tensión entre Ammdon y Jurnamoria. Y para acabar de arreglarlo, los romulanos están desplazando cruceros pesados a la línea fronteriza. ¡Van a invadir la zona dentro de poco, y todo porque es usted un tonto!

El porcino diplomático profirió un bufido y comenzó a dar patadas sobre las duras planchas de la cubierta. Sus manos rechonchas temblaban de manera incontrolable y sus Ojos se abrieron de par en par a causa del enojo, hasta que el blanco fue completamente visible en torno al iris. Kirk pensó que el tellarita estaba a punto de perder el control.

–Embajador Zarv, el mensaje es importante. Eso lo reconozco, pero yo tengo que tomar también en consideración el estado de mi nave. Incrementar ahora la velocidad es algo que queda fuera de discusión.

–En ese caso, la paz estará fuera de discusión. Kirk -dijo el tellarita con expresión feroz-. Usted será responsable de haber precipitado a todo el brazo de Orión a la guerra durante los próximos cien años. ¡Puede que la Federación no recobre jamás su posición en la zona! Y todo porque usted se niega a exigirles un poco más a sus motores y trasladarnos allí a tiempo!

James Kirk intentó dominarse. ¿Por qué Zarv no quería escucharlo? El fanatismo del tellarita con respecto a los romulanos era comprensible, teniendo en cuenta lo que le había explicado Lorritson. Toda la familia de Zarv había sido asesinada por los romulanos durante una breve incursión, años antes. El odio que sentía hacia ellos y hacia todo lo que ellos defendían, era algo que trascendía el mero deber; tenía connotaciones personales. Pero el diplomático se negaba a considerar cualquier cosa que no estuviese directamente relacionada con su misión.

–¿Qué preferiría usted, embajador? – intervino Spock-. ¿Intentar llegar antes, aumentando la velocidad, y arriesgándose a que los motores exploten y por tanto no lleguemos jamás, o mantener la velocidad actual y asegurarse de que va a llegar, aunque más tarde de lo que desea?

–Qué es esto, ¿un juego de adivinanzas? Ya conoce mis preferencias. Ir más rápido y llegar. ¡Aj! – El tellarita se metió el mensaje subespacial en el bolsillo de la chaqueta y salió como una tromba, dejando a Donald Lorritson tras de sí. Lorritson se irguió y tironeó ligeramente de los faldones de su impecable esmoquin.

–El embajador está trastornado a causa de la naturaleza del mensaje, capitán -comenzó Lorritson.

–Eso lo comprendo, pero tiene que pensar que uno de mis jefes de ingenieros está en la enfermería a causa de la avería de un circuito estabilizador. No fue un accidente fatal, pero es una clara señal de los peligros que entraña forzar a la tripulación y la nave más allá de sus límites.

El alivio que sintió Kírk por haber dicho lo que pensaba, le recorrió de pies a cabeza. No tenía por qué callar sus sentimientos o sus impresiones acerca del estado de la Enterprise. Pero la sensación se desvaneció con rapidez y Kirk experimentó una vez más la angustiosa fantasía de hallarse atrapado en las fauces de un cascanueces. Por un lado, luchaba contra la creciente necesidad de abandonar la misión y regresar a la base estelar -como deseaba Lorelei-, y por el otro estaban Zarv y su insistencia en que no sólo continuara con la misión, sino que arrojara la prudencia por la ventana y saliera disparado a velocidad de emergencia.

Donald Lorritson lo estudió durante un momento, y luego dijo:

–No es fácil ser capitán de una nave estelar. Tampoco es fácil ser responsable de los destinos de dos planetas al borde de la guerra… con el peligro añadido de una incursión romulana.

–Usted y yo nos entendemos, señor Lorritson. Ojalá su embajador pusiera también un poco de su parte.

–Él lo sabe, señor. La naturaleza tellarita no es ideal para las discusiones tranquilas, ni -dijo al tiempo que se volvía hacia Spock- los debates lógicos. En ciertas situaciones, como ésta, dicha personalidad hace que Zarv sea ideal.

–Resulta difícil de creer.

Lorritson le dedicó una pálida sonrisa.

–Usted no ha conocido a los ammdonianos ni a los jurnamorianos.

–He conocido a los romulanos, y con eso tengo más que suficiente para acceder a continuar forzando tanto mi nave como mi personal hasta el límite.

–Gracias, capitán. Ahora debo ir a reunirme con Zarv y Mek Jokkor. Estamos analizando diferentes posibilidades de abordar el problema que tenemos ante nosotros.

–La computadora es suya.

Lorritson asintió con un gesto brusco y se marchó. Kirk fijó los ojos en la pantalla frontal. El factor hiperespacial uno hacía que las estrellas pasaran con tremenda lentitud, como si se encontraran sumergidas en alguna especie de goma cósmica. La única esperanza que tenía de escapar de las mandíbulas del cascanueces, era dejar al grupo diplomático en su punto de destino lo antes posible.

Pero las palabras de Lorelei resultaban seductoras…


–Así que el escocés se alisa el kilt después de mirar la cinta azul de la Orden de la Jarretera, y dice: "Bueno, niña mía, no sé dónde has estado ni qué has andado haciendo, ¡pero te has llevado el primer premio".* -Heather McConel acabó de contar el chiste en el momento en que Kirk entraba en la oficina de diseño de ingeniería. La oficial pelirroja contuvo la respiración y se volvió a mirar fijamente una mampara vacía que tenía ante sí. Kirk fingió no haber oído el final.

Montgomery Scott advirtió el cambio repentino en el semblante de ella y dio media vuelta con la silla giratoria para encararse con la puerta. Cuando vio al capitán, se ruborizó.

–Sigan con lo que estaban haciendo -les espetó Kirk a los presentes- Scotty, quiero hablar con usted. Fuera.

–Sí, señor. – Scotty le lanzó una mirada virulenta a McConel y siguió a Kirk al pasillo-. Lo que oyó no es lo que parece, capitán.

–¿Ese chiste? Scotty, es tan viejo que rechina. ¿Y por qué iba a importarme que mi tripulación cuente chistes? – ¿No le importa, entonces?

–Tengo cosas más urgentes de las que preocuparme. Como los motores. ¿En qué estado se encuentran?

–Capitán, no demasiado bien. – Scotty siempre le decía eso. Kirk rechazó la frase con un gesto de la mano, para indicar que quería una descripción precisa del estado de los motores hiperespaciales-. Esta vez lo digo en serio, señor. Poco puedo hacer en estas circunstancias para ayudar a esas pobres criaturas.

–¿Puede proporcionarme factor tres durante algún tiempo?

–Imposible -declaró con convicción el terco escocés-. Incluso el factor dos sería arriesgado. A menos que…

–¿Sí?

–Bueno, capitán, hay una posibilidad… una posibilidad remota… de que la oficial McConel y yo podamos hacer unos cuantos remiendos. Es sólo una posibilidad, se lo advierto.


* La Orden de la Jarretera, la más alta y codiciada orden de caballería de Inglaterra, fue instituida por el rey Eduardo III en torno al 1348, así llamada por una jarretera que, según la leyenda, se le cayó por accidente a la condesa de Salisbury cuando bailaba con el rey. Éste la recogió y, mientras se la ponía por debajo de la propia rodilla, dijo a los presentes:,,Honi soit qui mal y pense" (Que mal le venga a quien mal piense). Esta frase se transformó en el lema de la orden, bordado en la cinta azul que constituye su distintivo, y se lleva en torno a la pierna por debajo de la rodilla. El escocés se mofa de este hecho y juega con la frase "Te has llevado el primer premio" y la dignidad máxima de dicha orden de caballería, cuyo gran maestre es el rey. (N. de la T)


–¿Cuántos? ¿Con qué rapidez, Scotty? ¿Qué puedo esperar? ¿Para cuándo?

Scotty sacudió la cabeza antes de responder.

–No querría darle falsas esperanzas. Es posible que no consigamos nada.

–Scotty -dijo Kirk, y le dio una palmada en la espalda al ingeniero-, conociéndolo, sé que conseguirá algo. ¿En qué está pensando?

–El estabilizador del circuito excitador es lo que está limitándonos. Con una vigilancia constante, tal vez podremos mantenerlo todo de una pieza a factor tres. ¡Pero ni una pizca más!

–Hágalo, Scotty, y me encargaré de que sea la almirante McKenna en persona quien incluya una recomendación en su expediente.

–Quédese con la recomendación, señor. Yo sólo le pido que me permita reconstruir los motores en paz una vez que volvamos a la base estelar.

–Hecho. Usted y la oficial McConel pónganse a trabajar. Pasaré a echar un vistazo dentro de una hora. – Kirk observó cómo Scotty sacaba a la oficial pelirroja de la oficina de diseño y se la llevaba pasillo abajo hacia la sala de motores, discutiendo acaloradamente con ella su último plan. Desaparecieron al girar en un recodo del pasillo, y Kirk se encaminó a grandes zancadas en la dirección contraria. Tenía que hablar con Spock para asegurarse de que todo lo demás funcionaba a la perfección dentro de la Enterprise.


–Heather -gritó Scotty-, aumente la potencia en un diez por ciento, y luego vuelva a reducirla cuando yo se lo diga. – Hacía precarios equilibrios sobre la escalera improvisada que habían construido para llegar a una parte del circuito estabilizador no destinado a inspecciones frecuentes. Una larga llave inglesa cuántica se internaba a través de la abertura de acceso a las entrañas del estabilizador del excitador.

No sucedió nada. Los perspicaces ojos del ingeniero contemplaban el instrumento de medición, pero las lecturas no variaron en lo más mínimo. Scotty giró la cabeza y bajó la mirada hacia el panel de control de ingeniería, ante el que Heather McConel se encontraba, con las manos sobre los mandos.

–¿Qué sucede? – gritó- No hay ni el más pequeño movimiento en las lecturas.

Continuó sin haberío. Scotty imprecó entre dientes, dejó la llave inglesa sujeta donde estaba, de modo que no tuviera que volver a colocarla más tarde, y descendió por la improvisada escalera hecha de cajas y trozos de tubería de aluminio. Se dejó caer sobre la cubierta y, al volverse, descubrió con enojo por qué la oficial no le había respondido. Heather McConel estaba charlando con Lorelei, totalmente absorta en la conversación, gesticulando animadamente.

–Oficial McConel -dijo con voz sonora-, ¿por qué no está usted atendiendo a su cometido como le he ordenado?

–¿Eh? Ah, Scotty, quiero que escuche lo que esta muchacha tiene que decir. A mí me deja un pelín perpleja, pero a lo mejor usted puede encontrarle los pies o la cabeza.

Scott avanzó a grandes zancadas mientras su enojo aumentaba a causa del retraso. Su capitán le había ordenado que sacara toda la potencia posible de los motores. Funcionaban con esfuerzo y gemían de una manera de lo más impropia. Harían falta reajustes considerables antes de que la Enterprise alcanzara siquiera una velocidad constante de factor dos, y mucho más para lograr el factor tres que deseaba Kirk. Esta alienígena de pelo pardusco no hacía más que distraerlos a él y a sus técnicos del trabajo que tenían entre manos. A Scotty no le gustaba aquello. No le gustaba en absoluto, y le asombraba profundamente que Heather tolerara la interrupción.

–¿De qué se trata? – Estaba de pie, con los puños apoyados en las caderas.

–Comandante Scott -comenzó Lorelei con voz baja, almibarada- Me disgusta realmente molestarle, pero quería ver cómo trabaja un ingeniero experto. Mantiene usted sus motores en tan buen estado…

Las palabras de ella enfriaron un poco el ardor de su enojo. No obstante…

–Muchacha, es una bonita cosa esa que dice de mí y de los motores, pero la verdad es que tenemos trabajo.

–Un trabajo que destruirá la totalidad de la nave.

–¿Qué?

–Era lo que yo quería que oyera, Scotty -intervíno Heather-. Lorelei tiene algunas cosas interesantes que decir. Cosas con sentido.

–No tengo tiempo para escuchar historias disparatadas. – La resolución de Scotty desapareció al mirar a Lorelei. No le parecía más adorable que antes; Heather era más como debía ser una muchacha admirable. Pero el aspecto de Lorelei se alteró de modo sutil en su mente. Parecía más imponente, más competente, más inteligente. La mujer menuda irradiaba un aire de competencia. Scotty apreciaba esa cualidad.

Lo mínimo que podía hacer era concederle algunos segundos.

–¿Qué tiene que decirnos?

Scotty y Heather se encontraron escuchando embelesados en cuanto la mujer comenzó a hablar. Su voz resultaba convincente, atractiva, tocaba todos los puntos correctos en la psique de sus oyentes. A pesar de sí mismo, Scotty se dio cuenta de que estaba cada vez más de acuerdo con lo que oía. Las pocas ocasiones en que inició una protesta, Lorelei contestó a sus argumentos de un modo tal que se halló perdido en un remolino de lógica y pruebas evidentes. Resultaba más fácil creerla que no hacerlo.

Lorelei se marchó y los dejó hablando en voz baja sobre lo que les había dicho. En los rasgos de la mujer menuda no se manifestaba ni un atisbo de triunfo. Sólo tristeza. Una extrema tristeza.


–¡Scotty! – llamó James Kirk en voz alta- ¿Cómo va eso?

Kirk recorrió con los ojos la cubierta de motores. Los paneles de control estaban desiertos y ningún ser humano se movía entre ellos. Oyó el quedo zumbido eléctrico al derivar los relés enormes cantidades de energía desde los motores, a través de los circuitos estabilizadores que controlaban las botellas magnéticas que contenían en su interior el fuego infernal de la reacción materia-antimateria. Pero ni un solo sonido humano.

–¿Scotty? ¿McConel? – La irritación se veía lentamente desplazada por una persistente sensación de miedo. Algo había sucedido. Scotty nunca abandonaba su puesto. En especial cuando los ajustes que necesitaban los motores revestían una importancia crítica. El comandante Scott viviría, comería, dormiría y respiraría motores hasta que funcionaran al máximo de su capacidad. El marcharse y llevarse a todo su personal iba en contra de todo aquello en lo que creía el ingeniero.

Kirk se encaminó al intercomunicador y pulsó el botón.

–¿Puente? Póngame con Spock.

Una voz 'amortiguada masculló algo al otro extremo, para ser reemplazada por el enérgico acuse de recibo del vulcaniano.

–Spock, ¿sabe dónde está el señor Scott? No puedo localizarlo.

–¿No se encuentra en su puesto?

–Ni tampoco Heather McConel.

–Curioso. Un momento, capitán. – Kirk cambió impacientemente el peso de uno a otro pie mientras aguardaba a que el oficial científico interrogara a la computadora de la nave. En menos de diez segundos la voz de Spock resonó por el altavoz-. No encuentro ninguna lectura de forma de vida en ingeniería, aparte de la suya. Sin embargo, hay muchas lecturas poco habituales procedentes del laboratorio de diseño de ingeniería. ¿Es posible que el señor Scott se encuentre allí dirigiendo algún experimento?

–Es posible, sí, pero me extrañaría. Compruebe los motores. ¿Cuáles son los niveles de energía?

–Factor hiperespacial uno, señor, aunque existen algunos indicios de que esos niveles están deteriorándose a una velocidad que hará que quedemos a la deriva en menos de cuarenta horas.

–¿Quiere decir que los motores están siendo desacelerados?

–Precisamente, capitán.

Kirk le asestó un puñetazo al botón del intercomunicador e interrumpió la conexión. Salió como una tromba de la sala de motores hacia el laboratorio de diseño. Scotty y Heather se encontraban sentados ante la gran mesa del centro de la sala, y otros doce miembros del personal de ingeniería estaban en torno a ellos como los apóstoles en la última Cena.

–¿Qué significado tiene la reducción de energía, cuando lo que yo he ordenado es un incremento en la velocidad, Scotty?

La expresión del rostro de Scott dejó perplejo a Kirk. Su ingeniero podía estar enfadado o contrito o feliz, pero jamás le había visto confundido. El hombre casi tartamudeaba, tan grande era su confusión.

–Capitán, hemos estado hablando de los motores, y no nos gusta esta situación.

–¿Se refiere a las botellas magnéticas? – preguntó Kirk con ansiedad. La imagen de aquellos escudos magnéticos rasgándose y dejando salir la prodigiosa energía de la reacción materia-antimateria, lo hizo callar durante un momento. La Enterprise explotaría… se desvanecería de modo tan seguro como si la arrojaran al núcleo de un sol.

–Se mantienen bien, capitán Kirk -replicó Heather McConel-. Es que no podemos llevar a cabo esta misión.

–¿Están cuestionando el propósito de que nos dirijamos a Ammdon? – Kirk se quedó completamente paralizado. La conmoción hizo añicos su compostura. McConel era la última persona que esperaba que llegase a cuestionar una decisión de las cúpulas de mando.

–Sí, capitán, Heather habla en nombre de todos nosotros. – ¿Scotty? – La conmoción hizo que lo invadiera el frío de la cabeza a los pies.

–Capitán, la Enterprise será destruida si continuamos adelante. Hay que poner fin a esta misión suicida. He ordenado que los motores sean desacelerados.

–Spock está corrigiendo eso -le contestó Kirk, que recuperaba la resolución-. Lo que está haciendo usted es desobedecer una orden directa, Scotty. ¿Se da cuenta de lo que puede significar eso?

–Sí, un consejo de guerra. Pero no es peor que quedar desparramado en átomos entre las estrellas.

–Señor Scott, quiero que regrese a su puesto inmediatamente. Usted y la oficial McConel les darán a los motores tanta potencia como sea posible, y aumentarán la velocidad tanto como puedan, cumplirán con su deber. Es una orden. ¿Me ha entendido?

–Sí, capitán, pero…

–Señor Scott, no hay "peros" que valgan. ¡Cumpla con su deber, señor!

James Kirk dio media vuelta y salió a grandes zancadas, porque no quería ver la reacción que provocaban sus órdenes. Casi temía una desobediencia abierta. Y Scotty era el último miembro de la tripulación al que querría jamás someter a un consejo de guerra por incumplimiento del deber.

"¿Qué está sucediendo? ¿Por qué este maldito lío de Ammdon y Jurnamoria está afectando a mi tripulación?" Pero, en lo más profundo de sí mismo, Kirk conocía la respuesta. Algo enterrado en su psique le impidió enfrentarse con ello directamente.


–No puedo creerlo, Spock. No están en sus puestos. Es como si no les importara su trabajo. – Kirk recorrió el puente con los ojos y vio varios grupos de oficiales que hacían caso omiso de sus terminales y hablaban en voz baja entre sí.

–La distracción es una condición humana que he estudiado pero no entendido en su totalidad. No logro comprender cómo alguien puede perder la concentración mientras está involucrado en un proyecto.

–Hágalos volver a sus terminales. – Kirk observó mientras Spock orbitaba con lentitud el puente y hacía volver a los tripulantes al trabajo. Tal y como había observado el oficial científico vulcaniano, los tripulantes no desobedecieron de modo abierto. Eso era una pesadilla de Kirk que no tenía base real. No obstante, incluso después de haber regresado a sus puestos, trabajaban de manera inconexa, obviamente absortos en… ¿qué?

–¿Desea ver mi informe sobre el estado de la nave?

–¿Eh? Ah, sí, Spock. – Kirk se inclinó sobre la pantalla de la computadora y observó la imagen en lugar de dejar que Spock se la transmitiera verbalmente. No quería que conociesen el informe más personas de las imprescindibles. Tras unas pocas líneas, Kirk se alegró de haberse decidido por semejante secretismo. El estado de la mayor parte de los sistemas de la nave estaba lejos de ser óptimo.

–Explíquese, Spock. ¿Por qué está viniéndose todo abajo? No puede ser sólo porque no hayamos realizado las reparaciones necesarias en dique seco. Los sistemas como el de soporte vital se encontraban en condiciones excelentes.

–Ya no lo están. Por descuido, capitán. Falta de atención a los detalles. Parece que la tripulación se siente más inclinada a reunirse y hablar de manera clandestina.

–Los permisos de tierra cancelados. Tiene que ser eso. Spock, envíe un boletín a toda la nave para informar que todos recibirán dos semanas adicionales de permiso cuando regresemos a la base estelar.

–Capitán, esta desatención es producto de algo más siniestro que el cansancio o la decepción por la anulación de los permisos.

–Explíquese, Spock. – A Kirk no le gustó la ominosa trascendencia de la frase de su oficial científico.

–Me temo que la desobediencia abierta se transformará en motín.

Kirk bufó con aversión ante aquella idea.

–Spock, sea realista. Mi tripulación no se amotinará. ¿Por qué iban a hacerlo? La Enterprise es la mejor nave de la Flota Estelar. Los hago trabajar mucho, pero las recompensas son grandes. Los ascensos son mejores a bordo, la formación es mejor, casi todo es mejor.

–Los sistemas están fallando a causa del descuido, capitán. La tripulación no está obedeciendo las órdenes en vigor que rigen el mantenimiento, y muchos están promoviendo agitación para formar un sindicato.

–¿Qué quiere decir con un sindicato? No le entiendo.

–Se trata de un término empleado durante los siglos veinte y veintiuno en la Tierra. Un grupo de trabajadores con preocupaciones y quejas comunes eligen a uno de entre ellos para que plantee sus agravios ante quienes se encuentran en una posición de poder y tienen capacidad para cambiar las condiciones.

–Señor Spock, esto no es una democracia. Estamos en una nave que debe responder ante la Flota Estelar. Votar cada decisión no sólo es poco práctico, es algo imposible y muy peligroso. Debemos confiar en los expertos de los diferentes campos. A pesar de que tengo conocimientos acerca de los motores, no puedo repararlos como Scotty. Del mismo modo, mi formación y experiencia residen en el mando. Mis superiores me han ordenado llevar al grupo negociador a Ammdon, y debo hacerlo según el máximo de mi capacidad. Esas órdenes no están abiertas al veto por votación de la tripulación.

–A mí no tiene que explicármelo, capitán. Yo sólo le he proporcionado los datos que solicitó.

–No se ponga susceptible conmigo en este momento, Spock. Lo único que sucede es que nunca había oído semejante… -Las palabras le fallaron al recorrer el puente con los ojos. Sulu y Chekov discutían en voz demasiado baja como para entender lo que decían. Uhura y el oficial de ingeniería de guardia en el puente estaban absortos en una conversación similar-. ¿Qué está sucediendo? – acabó por decir Kirk, sintiéndose impotente.

–Lo que yo creo -respondió Spock con su entonación mesurada- es que la tripulación de la Enterprise está preparándose para amotinarse.


4


Diario del capitán, fecha estelar 4822.9



Ya he tolerado durante bastante tiempo el creciente descuido de la tripulación. Aunque el esfuerzo que requiere el mantenimiento de una nave estelar es considerable, la tripulación de la Enterprise es una de las mejores de la Flota Estelar. Es la mejor de todas. Spock y yo tenemos que controlar constantemente los sistemas vitales para prevenir el desastre. Me resulta inconcebible que los permisos de tierra pospuestos constituyan la causa que ha originado este abandono del deber, pero es la única razón plausible. Voy a reunir a mis jefes de sección y acabar con esto de una vez por todas. En caso contrario, llegaremos al sistema de Ammdon y Jurnamoria en unas condiciones apenas mejores que las de una gabarra basurera vieja.


James Kirk estaba sentado en su camarote, y atento al sonido de botas que resonaban por el corredor, al otro lado de su puerta. El incremento de tránsito significaba que sus órdenes estaban siendo obedecidas… al menos de momento. Había censurado con dureza a varios de los oficiales subalternos cuando los descubrió conversando en el salón de oficiales, en lugar de estar en sus puestos de guardia. Aunque la disciplina que había logrado con su reprimenda pronto se desvanecería, esperaba que el ímpetu adquirido por el hecho de volver a ejecutar sus tareas de modo adecuado, les hiciera continuar.

Pero no tenía muchas esperanzas.

Spock había vuelto a advertirle de la posibilidad de motín. Ya fuera debido a que se negaba a creer algo tan lamentable de la tripulación de la Enterprise, como porque su ego le impedía considerar que algo semejante pudiera sucederle a él, el caso es que descartaba una fantasía semejante.

–Fantasía -murmuró para sí, los ojos fijos al otro extremo del camarote. Su atención se vio lentamente atraída por las lecturas de la pantalla de la computadora. El informe que pasaba lentamente por ella lo desanimó. Tecleó para solicitar de la biblioteca de la computadora todos los casos de motín acaecidos a bordo de naves de la Flota Estelar.

Se habían producido apenas cinco en la historia de la Flota, pero esos pocos motines helaron a Kirk hasta los huesos. Los informes eran, por necesidad, incompletos y presentaban desviaciones, pero él logró inferir lo que nunca había llegado a los bancos de datos de la computadora. Las tripulaciones amotinadas habían sido todas empujadas más allá de los límites de la resistencia humana, se había exigido de ellos más de lo que cabía esperar. A bordo de la U.S.S. Farallones, el capitán, además de ser un tirano, le había dado a la tripulación unas órdenes que la colocaban en una situación potencialmente peligrosa en la zona desmilitarizada entre el imperio romulano y la Federación. El capitán, un oficial de carrera llamado MacCallum, había sido asesinado, pero los cabecillas del motín fueron enviados a una colonia penal de por vida, sin rehabilitación posible. Lo que más mortificaba a Kirk era que los amotinados habían tenido la razón de su parte y MacCallum se equivocaba: sus acciones podrían haber provocado la guerra entre el imperio romulano y la Federación.

De todas maneras, la tripulación de la Farallones había recibido unas órdenes y las había desobedecido voluntariamente.

–¿Estoy llevando yo la Enterprise a una guerra? – se preguntó en voz alta- Se me han dado unas órdenes. El grupo diplomático es el mejor que puede enviar la Federación. Ellos intentan prevenir una guerra, no comenzarla. No hay razón para que mi tripulación manifieste una antipatía semejante respecto a esta misión.

Sus palabras no consiguieron consolarlo ni convencerlo de la corrección de su postura. Kirk miró su cronómetro y vio que había llegado el momento. Se levantó, se alisó el uniforme y abandonó el camarote camino del salón de oficiales.


–Siéntense, señores -dijo de manera mecánica al cerrarse la puerta con un suspiro detrás de él. Habitualmente, sus oficiales se ponían firmes cuando él entraba en la sala. Esta vez, la mayoría estaban demasiado ocupados murmurando entre sí como para advertir siquiera su presencia. Kirk hizo caso omiso de este descuido del protocolo.

–Capitán, todos los jefes de sección se encuentran presentes o han justificado su ausencia. – Los ojos de Spock recorrieron con rapidez varios asientos vacíos en torno a la mesa. Kirk tenía ganas de preguntar por los que faltaban, pero no lo hizo. Spock había dicho que su ausencia estaba justificada. Eso tendría que bastarle. Por el momento.

–Damas y caballeros, existe un creciente malentendido entre los miembros de la tripulación respecto a quién se encuentra al mando de la Enterprise. – Hizo una pausa de pocos segundos para asegurarse de que tenía la total atención de todos. La tenía-. Yo soy quien está al mando de esta nave. ¿Me he expresado con claridad sobre este punto?

–Eh, señor, ¿no es eso evidente? – preguntó el teniente Patten, jefe de seguridad- Al fin y al cabo, es usted el capitán.

–No parece que se haya tenido muy en cuenta últimamente, teniente. Me refiero a la falta de eficiencia en el trabajo por parte de toda la tripulación. Y no estoy refiriéndome a ninguna sección en particular. No tengo que hacerlo: todas son culpables por igual de lo que yo considero las peores infracciones de la disciplina de la Flota Estelar.

–Eso es injusto, señor -intervino la comandante Buchanan. Se levantó y se inclinó hacia delante apoyada sobre las palmas de las manos, en una réplica inconsciente de la postura adoptada por Kirk-. Casi hemos llegado al límite de nuestra resistencia. Ahora que nos lleva usted a una zona de combate…

–¿Quién le ha dicho eso, comandante? ¿Quién? – Cuando la mujer no respondió, Kirk se enderezó y contempló con atención los rostros de todos los presentes. Lo que vio no le gustó en lo más mínimo. En ellos se manifestaba un franco escepticismo acerca de la misión de la Enterprise- Quiero informarles a todos, oficialmente, de que no nos dirigimos al sistema de Ammdon para fomentar la guerra. Por el contrario, nuestro propósito es el que ha sido siempre: promover la paz entre todas las razas inteligentes.

Algunos de los presentes profirieron un bufido de mofa.

–El grupo diplomático que se encuentra a bordo de la Enterprise ha sido especialmente escogido por su destreza en semejantes negociaciones. No habrá guerra ninguna. Si es que llegamos al sistema de Ammdon y Jurnamoria a tiempo de prevenirla.

–Los romulanos ya se encuentran allí -intervino uno de los oficiales-. Tendremos que luchar contra ellos. Si lo intentamos siquiera, nos harán estallar en polvo cósmico. La nave no está en condiciones de combatir.

–Señor -respondió Kirk con frialdad-, la nave no va a entrar en combate. Los romulanos no están ocupando el sistema de Ammdon, y no tendrán esa oportunidad si tiene éxito la misión del equipo diplomático de la Federación. Pero si no llaman al orden a los miembros de sus respectivas secciones, la misión fracasará. Son ustedes oficiales de la Flota Estelar, y se espera que obedezcan las órdenes, y fomenten y protejan la paz en todos los sectores de la galaxia.

–Bonitas palabras, capitán, pero no es así como están las cosas -dijo la comandante Buchanan-. Cuando aparezcamos nosotros, seremos la señal para que Ammdon inicie la guerra. Dará la impresión de que tienen nuestro apoyo. Eso obligará a Jurnamoria a establecer una alianza con los romulanos, y la guerra se declarará minutos después de haberse redactado el borrador del tratado.

–Está usted demasiado segura de eso. Todos ustedes lo están. Y no dejan de repetir las mismas palabras, como si no conformaran una idea propia. Doctor McCoy. – Kirk se encaró con su amigo, quien sacudía la cabeza y fruncía el entrecejo ante el intercambio verbal que acababa de tener lugar.

–¿Sí, capitán?

–Usted fue el primero en someter esta interesante teoría a mi atención. ¿De dónde sacó la idea de que nosotros precipitaríamos la guerra en lugar de prevenirla?

–Pero si es mi conclusión personal… Demonios, Jim, es algo tan claro como los cuernos en un toro…

Kirk lo interrumpió.

–También he oído un argumento similar de boca de la alienígena que descubrimos en la nave naufragada. ¿Habló Lorelei con usted acerca de esta situación antes de que acudiera a mí?

–Bueno, puede que sí. Pero qué tiene eso que ver con…

–Y los demás. Piensen en ello. ¿Lorelei ha influido en su manera de pensar? – Kirk intentó dominar la tensión que le atenazaba la garganta cada vez que mencionaba el nombre de la mujer. Una presa tan potente impedía que fuera del todo racional cuando hablaba de ella, aunque tenía que hacerlo. El destino de su misión dependía de que lograra que sus oficiales dilucidaran la verdad. El destino de la Enterprise también dependía de ello. Eso hizo que continuara hablando; el esfuerzo por atraer su atención sobre el tema que se estaba tratando, impidió que sucumbiera al misterioso poder de la mujer.

–Yo hablé con ella -declaró el teniente Patten-. Pero no fue sobre Ammdon. Simplemente… hablamos. Me cae bien. – Una media sonrisa cruzó el rostro del hombre, confiriéndole una expresión ligeramente cómica. Nadie rió. La mayoría de ellos sonreían de modo similar al pensar en Lorelei.

–El que nos guste nada tiene que ver con si cumplimos o no con las órdenes de la Flota Estelar.

–Con su perdón, señor, pero creo que podría tener una decidida influencia sobre el particular. – Spock alzó un delgado dedo y lo posó a lo largo sobre una de sus mejillas. El suave resplandor de la pantalla de la computadora le confería una apariencia demoníaca; el brillo mortecino teñía su piel cetrina de un azul pálido y realzaba las cejas arqueadas.

–Adelante, señor Spock. Estoy interesado en sus teorías.

–No se trata de una teoría, sino más bien de una conjetura. No sabemos nada del planeta de origen de Lorelei, ese tal Hyla. Sabemos poco de su cultura, aparte de lo que ella nos ha dicho. Por su título de Habladora, debemos inferir que posee alguna habilidad en ese terreno.

–Brillante -masculló McCoy- ¿Y para esto he dejado yo mi consultorio?

Kirk hizo caso omiso del comentario, y Spock se limitó a lanzarle una mirada de reojo al médico antes de proseguir.

–Es una oradora de primera línea capaz de influir en aquellos que la escuchan. Sus puntos de vista pacifistas se hicieron evidentes poco después de que la rescatáramos. Resulta plausible que comunique su filosofía de modo tan eficaz que esté comenzando a influir en la actuación de la tripulación.

–¿No le parece un poco traído por los pelos, eso? – Kirk se recostó en el respaldo y miró fijamente a su oficial científicoEstá atribuyéndole poderes sobrehumanos.

–No sobrehumanos, capitán, sino poderes definitivamente alienígenas. El doctor McCoy atestiguará que ha sobrevivido en una nave espacial bañada por radiaciones mortales, durante mucho más tiempo del que habría resistido cualquier humano o vulcaniano. El doctor McCoy es incapaz de explicar las características que muestran las lecturas de su organismo.

–Tolera bastante bien nuestra atmósfera y nuestra comida -Protestó McCoy-. Está describiéndola como si fuera un fenómeno de feria. Por lo menos no tiene las orejas en punta.

–Bones, haga el favor de callarse. – Kirk le lanzó al médico una segunda mirada que acalló cualquier otro comentario-. Spock, ¿tiene usted alguna prueba que apoye esas afirmaciones? Si lo que está diciendo es verdad, Lorelei resulta bastante peligrosa.

–No es físicamente peligrosa, señor. Pero está comprometida con una filosofía que se encuentra reñida con la línea que seguimos.

–Pero lo cierto es que nosotros estamos intentando mantener la paz. ¿Por qué todo el mundo se empeña en afirmar lo contrario?

–Enfadándose, lo único que conseguirá será enturbiar sus procesos lógicos. – Kirk iba a contestarle, pero vio que el vulcaniano tenía razón. Hizo un gesto para indicarle que prosiguiera. Spock inclinó ligeramente la cabeza y explicó su punto de vista-. Ella tiene razones para creer que nosotros decimos una cosa pero hacemos otra. Nuestra manera de ser le resulta tan extraña como la de ella a nosotros. Su lógica le dice que está en lo correcto; para ser fiel a sus creencias ella utiliza este… talento… que tiene para alterar las opiniones de la tripulación.

–Eso es atribuirle poderes que yo no creo que tenga, señor Spock. – El capitán Kirk estudió las resueltas expresiones de sus oficiales y llegó a una conclusión. Había que hacer algo, y no era éste el lugar apropiado-. Propongo un debate público en la nave acerca de este asunto, entre Lorelei y el'embajador Zarv. Tengo plena confianza en que el embajador tranquilizará adecuadamente los ánimos respecto al propósito de nuestra misión. Encárguese de las disposiciones necesarias, señor Spock.

La única reacción que obtuvo fue una leve contracción facial por parte de su oficial científico. Eso afectó más a Kirk que si Spock se hubiese opuesto abiertamente a la sugerencia. Se levantó con celeridad y salió de la habitación.

Había hecho lo correcto. Estaba seguro de que así era.


–Ésta no es una decisión que aconseje la prudencia, capitán. Desearía que hubiese comentado la idea conmigo antes de anunciarles el debate a los demás oficiales.

–Spock, no sea usted tan desconfiado.

–Señor, no me falta confianza en mis propias capacidades, sólo en las manifestadas por toda la tripulación. De todas formas, dado el ambiente que se respira en la nave. no creo que sea una buena idea.

–No quiero oír hablar más de motines -le espetó Kirk- Es algo que sucede cuando se habla de ello con demasiada frecuencia.

–Eso es supersticioso e ilógico en extremo. Yo presento hechos.

Antes de que Kirk pudiera replicar, una voz conocida y gruñona resonó en el corredor e irrumpió en la sala donde los técnicos habían establecido la conexión de vídeo requerida para transmitir el debate a todas las secciones.

–Kirk -bramó el embajador Zarv-, ¿por qué se supone que, de entre todos los seres posibles, tengo que entrar en debate con esa demacrada criatura? ¿Qué tiene usted en el cerebro, aparte de polvo espacial?

–Embajador, la situación que impera a bordo de la nave es nueva para mí. He pensado que una conversación informal sobre nuestra política, sobre nuestra misión de paz, sobre lo que espera la Federación del envío de uno de sus mejores negociadores a Ammdon, contribuiría a mejorarla. Lorelei no tiene ninguna posibilidad de defender una posición contraria, ¿verdad?

–Por supuesto que no.

Junto al embajador tellarita, Donald Lorritson sonrió ante la maniobra de Kirk. Era obvio que el hombre apreciaba la forma en que el capitán había conducido diplomáticamente a Zarv a prestarse para aquel debate.

–Excelente. Lorelei estará aquí dentro de un momento y podremos comenzar.

Zarv profirió un bufido, y luego dijo:

–Tal vez esto no sea una pérdida de tiempo, Lorritson. Puedo poner a prueba algunos de los razonamientos que hemos desarrollado y ver la reacción que obtenemos. Es probable que la tripulación de una nave estelar reaccione como lo harían esos palurdos del brazo de Orión.

–Una buena oportunidad para pulir sus habilidades histriónicas -convino Lorritson.

Mek Jokkor se deslizó al interior de la sala y se detuvo debajo de uno de los focos, disfrutando la luz como sólo una planta puede hacerlo. Kirk imaginó cómo la fotosíntesis le fortalecía brazos y piernas.

Spock tomó a su capitán por un brazo y lo apartó a un lado donde, en voz baja, le dijo:

–Jim, todavía tenemos tiempo de cancelar esta reunión. Si Lorelei es como yo creo, tendrá entonces…

–¡Lorelei! – llamó Kirk en voz alta al tiempo que se apartaba de Spock. La mujer menuda de pelo castaño se deslizó al interior de la habitación como si fuera sobre ruedas en lugar de caminar sobre dos pies. Todos sus movimientos eran gráciles y coordinados-. Ha decidido participar en la discusión. Me alegro. – Sonrió al ver la expresión de ella. No parecía feliz en lo más mínimo.

–Capitán, lo que hago no me complace, pero he de hacerlo por la paz.

–Todos nosotros hacemos lo que podemos… en nombre de la paz galáctica.

–Hábleme de esto. – Hizo un gesto hacia las cámaras de trivisión-. En Hyla no tenemos nada semejante.

–Su imagen en tres dimensiones será transmitida a toda la nave. Todos los salones de oficiales están equipados con receptores, y hemos instalado otros en varias salas de reunión. – Aparecerá mi imagen. ¿Lo mismo pasará con mi voz? – Por supuesto. No serviría de nada mostrar sólo su adorable persona.

–Capitán, es usted demasiado bueno conmigo. – Kirk sintió que lo invadía una sensación de tibieza. No, no era muy bonita, decidió finalmente, sino atractiva. Decididamente atractiva, y eso incluía intelecto, gracia, dignidad, muchas más cualidades que la efímera simetría conocida como belleza. Una belleza del alma, decidió, en lugar de la mera hermosura física.

–Acabemos con esto de una vez -bramó Zarv-. Aún me quedan muchos preparativos que llevar a cabo antes de que lleguemos al sistema de Ammdon, y Kirk insiste en avanzar a una velocidad prácticamente sublumínica.

–Comiencen cuando quieran -ordenó Kirk- Embajador, ¿quiere empezar usted?

–Muy bien.

Los modales del tellarita cambiaron, como si se hubiese echado encima una nueva personalidad que todo lo cubría. La aspereza se desvaneció en el instante en que destelló la luz indicadora en la cámara holográfica. Zarv habló con firmeza, concisamente, y con una confianza que hizo que Kirk se volviera a mirar a Spock y sonriera como diciéndole a su oficial científico que la lógica no siempre funcionaba, que el instinto visceral y la confianza en los otros rendía a veces cuantiosos beneficios.

Spock se acercó cautelosamente a su capitán y habló en voz demasiado baja como para que la captaran los micrófonos.

–Esto es un error. Toda la tripulación está escuchando. No debe permitir que hable Lorelei.

–Se preocupa usted demasiado. Escuche a Zarv. Para eso es embajador. La lengua de ese hombre acaricia las palabras. Resulta persuasiva. Uno puede incluso pasar por alto el hecho de que tenga aspecto porcino.

–Su apariencia no está en tela de juicio, capitán.

Kirk se llevó un índice a los labios para indicar silencio. Spock cedió, obviamente intranquilo. Kirk no quería nada más que escuchar los argumentos de Zarv en favor de la misión de Ammdon. Acallarían todas las críticas a bordo de la Enterprise. Al final de una presentación de diez minutos, Zarv concluyó diciendo:

–Gracias por concederme la oportunidad de exponer la verdad sobre este asunto. – Se sentó, y Lorelei avanzó hasta situarse ante la cámara.

–¿Ha visto qué aspecto tan desvalido tiene? – dijo Kirk. Compare sus técnicas de expresión con las utilizadas por Zarv. El tellarita es un maestro de la diplomacia. Un auténtico maestro.

Kirk se retrepó en el asiento y aguardó a que Lorelei comenzara. No tendría ni una sola posibilidad, cosa que se demostraría si después él realizaba una encuesta de opinión entre los tripulantes. Zarv era un profesional, y ella apenas una niña.

La Habladora de Hyla comenzó.

Y James Kirk sintió el creciente poder de sus palabras, la diestra precisión, la emoción y la urgencia. Ella lo arrastró fuera de sí mismo, lo impulsó a cumbres de éxtasis, le arrancó lágrimas de los ojos y luego lo sacudió de arriba abajo… y todo con sus palabras. Por primera vez, comprendió lo que Ammdon tenía intención de hacer. La Enterprise era un peón, de eso lo dejó convencido. La incursión romulana se convertiría en un hecho si la Enterprise entraba en el sistema de Ammdon; a Jurnamoria no le quedaría otra elección que aliarse con el imperio.

–Capitán, detenga esto ahora -lo instó Spock- Le está afectando a usted también. Incluso yo siento la potencia de sus palabras. El daño que esto causará entre la tripulación es incalculable.

–Pero es que tiene razón, Spock. ¿Cómo hemos podido dejarnos engañar de esta manera? ¡Escuche! Ella nos está mostrando la verdad. – Kirk se inclinó hacia delante como si eso pudiera proporcionarle un mejor entendimiento de la mortal situación. Hizo caso omiso de las protestas que Zarv hacía desde el flanco donde estaba. Donald Lorritson le habló con rapidez a su superior, y ambos se trabaron en una inmediata conversación. Mek jokkor permanecía en silencio a un lado, disfrutando sobre todo del brillo de las lámparas.

Y James T. Kirk escuchaba. Realmente escuchaba por primera vez.

–Ella tiene razón, Spock. Tenemos que…

La nave se estremeció como si un puño gigantesco la aferrara y comenzase a zarandearla. Segundos más tarde se dispararon las alarmas, ensordeciendo a todos los presentes en la sala. Las luces se apagaron y las de emergencia entraron en funcionamiento.

Kirk se puso en pie de un salto y pulsó el botón del intercomunicador.

–Scotty, informe. ¿Qué demonios ha sucedido?

–Señor -respondió la temblorosa voz del ingeniero-, hemos perdido la botella magnética de babor. He tenido que cortar la energía. De otro modo, habríamos sido destruidos. ¡Señor, la Enterprise corre peligro mortal de explotar!


5


Diario del capitán, suplemento



El alcance de los daños sufridos por la Enterprise es aún desconocido. Temo que su magnitud pueda afectar a todos los tripulantes. Con los motores hiperespaciales apagados, tanto nuestra capacidad de utilizar el transportador como la radio subespacial han quedado drásticamente limitadas, si no destruidas. Aunque existen otros métodos para alertar a la Estación Espacial Uno sobre la difícil situación en que nos hallamos, yo preferiría continuar avanzando e intentar concluir la misión. Puede que eso no sea posible. De ser así, éstas serán las primeras órdenes que he sido incapaz de obedecer. La posibilidad de fracaso no es algo que me resulte fácil aceptar.


–Necesitará un traje antirradiación para entrar, capitán -dijo Spock, deteniendo a James Kirk justo en el exterior de la puerta que conducía a la sección de ingeniería. Las luces rojas destellaban funestamente y el gemido agudo de una sirena de advertencia lejana continuaba asaltándole los oídos-. Toda el área que rodea los motores hiperespaciales está inundada de radiación gama pesada y rayos X procedentes de la antimateria al descubierto.

–Consígame un traje -le ordenó Kirk a un tripulante que pasaba por allí. El hombre parecía aturdido pero obedeció, moviéndose como si hubiera perdido toda voluntad. Kirk se metió con rapidez dentro del voluminoso traje. Spock hizo otro tanto, y cuando ambos estuvieron preparados, Kirk pulsó el botón de apertura de la puerta y juntos se deslizaron al interior de la sala de motores.

La primera impresión que tuvo Kirk fue la de haber sido víctima de una gigantesca burla. Todo parecía normal… hasta que vio al personal de Scotty trabajando febrilmente en los paneles de control. Iban todos ataviados con trajes a prueba de radiación y muchos de ellos forzaban al máximo la potencia de las unidades de aire acondicionado de los trajes; las placas faciales se empañaban a causa del exceso de sudor. Si eso no era prueba suficiente, una mirada a los contadores de radiación montados por toda la sección, convenció a Kirk de que no todo era normal.

Los números digitales presentaban cifras más altas de lo que él hubiese visto jamás fuera de los laboratorios de las estaciones experimentales.

–El nivel de radiación es apenas inferior al alcanzado en el centro del módulo materia-antimateria en estado de funcionamiento -informó Spock-. Moriríamos instantáneamente sin los trajes.

–¿Dónde está Scotty? Quiero hablar con él. – Kirk y Spock rodearon a los técnicos que luchaban para realizar las reparaciones, y hallaron a Montgomery Scott y Heather McConel abriendo las entrañas de un panel y metiéndose en el laberinto de integrados y circuitos cúbicos con un entusiasmo que sobresaltó a Kirk. Por lo general, Scotty trataba a los aparatos con una reverencia casi religiosa. Ahora, el oficial ingeniero arrancaba piezas y desechaba componentes electrónicos como si fueran chatarra.

–La radiación ha destruido las capacidades funcionales -explicó Spock-. El señor Scott está intentando llegar a los circuitos auxiliares para cortar por completo la energía hasta que puedan valorarse los desperfectos.

–Es verdad, capitán -declaró la oficial McConel, alzando momentáneamente los ojos de la actividad demoledora que estaba llevándose a cabo en el complejo laberinto electrónico-. El comandante Scott ha hecho todo lo que ha podido, pero esto no tiene muy buen aspecto.

–Heather, sus manos son más pequeñas. Hágalo usted. – Scotty retrocedió para dejar que su ayudante se metiera en el espacio que él ocupaba. Ahora podía ver a sus interlocutores. El hombre sacudió la cabeza-. No sé si saldremos de ésta, capitán. Está muy mal.

–Informe.

Con una voz cuajada de infinito cansancio, Scotty dijo:

–Las botellas magnéticas no se han roto como yo temía, pero en una de ellas, el grosor de las paredes se redujo hasta tal punto que se ha filtrado una gran cantidad de radiación a este compartimento de circuitos. Eso disparó todas las alarmas. Estamos intentando contener el escape y anular por completo la reacción materia-antimateria.

–¡Si consigue detenerla, se necesitará el dique seco de una base estelar para volver a iniciarla! – protestó Kirk- Estamos a años luz de una base estelar que tenga las instalaciones adecuadas. Eso significará que nos encontraremos encallados sin capacidad para viajar a velocidades supralumínicas.

–¡Si no apagamos, haremos puummm! – Scotty hizo un gesto para indicar cómo la Enterprise simplemente se desvanecería en un solo destello actínico-. Pero no estoy tan seguro de que los motores no puedan ponerse otra vez en funcionamiento. Posiblemente sí.

–¿Se refiere usted a la técnica de RotsIer? – le preguntó Spock- Sólo se trata de un procedimiento teórico, y jamás se lo ha sometido a pruebas empíricas en verdaderas condiciones de emergencia en el espacio.

–¿Qué es eso de la técnica de Rotsler? – quiso saber Kirk-. ¿Acaso quiere decir que si Scotty apaga los motores hiperespaciales cabe la posibilidad de ponerlos otra vez en funcionamiento después de llevar a cabo las reparaciones?

–Posiblemente, aunque se requieren materiales que no tenemos a bordo de la nave. Se necesita una considerable cantidad de material aislante sólo para las reparaciones. Y para encender los motores usando el método antes mencionado, se necesita todavía más aislamiento antirradiactivo. Los motores deben quedar completamente encerrados en escudos que retengan toda, o la mayor parte de la radiación mientras el centro se calienta hasta llegar al punto de ignición. No es un procedimiento de encendido en frío, más bien al contrario.

–¿Qué tipo de aislamiento se necesita? Lo único que tenemos son unos pocos centímetros de plomo y algunos equipos de pantallas energéticas.

–Totalmente insuficiente -declaró Spock.

–Sí, capitán, el vulcaniano tiene razón. Lo que necesitamos es una docena de metros de mercurio o plomo. Menos no servirá.

–¿Una docena de metros? – Kirk se volvió a mirar hacia la entrada. Él sólo había recorrido diez pasos. Scotty necesitaba un grosor superior a esa distancia en mercurio o plomo… y los motores medían cada uno cien metros de largo.

–Eso es imposible.

–Sí, me temo que sí -dijo el escocés con expresión ceñuda.

Kirk se negaba a considerar la posibilidad de que quedasen todos abandonados en el espacio, a años luz de casa. Lo que nadie mencionó, aunque todos lo sabían, era que su radio subespacial necesitaba energía hiperespacial para funcionar. Sin la energía que generaban los motores hiperespaciales, las posibilidades de comunicación se habían visto severamente mermadas. Si iba a enviarse un paquete-mensaje, había que hacerlo pronto. Con independencia de lo que sucediera, iban a quedar a la deriva durante muchos meses antes de que les llegara auxilio, aunque sólo fuera para escapar de la nave y abandonarla.

–Me niego a abandonar mi nave -declaró Kirk con tono vigoroso- Y me niego a creer que nuestra misión no pueda ser llevada a término.

Los que estaban cerca se volvieron y lo miraron con expresión de escepticismo.

–Señor Scott, continúe con su trabajo. Haga lo que pueda; luego quiero un informe completo. Señor Spock, comience un análisis detallado de lo que necesitaría para ejecutar esa técnica de Rotsler. Y haga que Sulu y Uhura realicen un sondeo exhaustivo del espacio circundante. Puede que hayamos pasado algo por alto. Esta zona no está bien cartografiada, a pesar de toda la actividad existente entre la Federación y el brazo de Orión.

–Sí, capitán -dijo Spock. El vulcaniano dio media vuelta y se marchó, con un paso firme que no se veía estorbado por el voluminoso traje antirradiación. Scotty ya había vuelto a su descorazonador trabajo. Kirk quedó sumido en un mar de desdicha, contemplando de hito en hito la sala aparentemente intacta de motores. Sin embargo, sabía muy bien que la nave estaba tullida, quizá de modo permanente, y que sólo la pericia de su tripulación impedía que todos ellos se convirtieran en átomos recalentados que se expandían por el espacio.

Regresó al puente, pensando con preocupación.


–Comprobación final de los circuitos, señor. ¿Desea confirmación? – Spock miraba la pantalla de su computadora mientras una rápida sucesión de números lo informaba del estado de la nave.

–Proceda, señor Spock. – Kirk se retrepó en el asiento de mando. Nunca le había parecido más duro ni incómodo que ahora. La Enterprise se había convertido en poco más que un derrelicto, una nave abandonada e impotente a la deriva. Scotty había apagado por completo los motores de materia-antimateria, obligándolos a funcionar con sólo el diez por ciento de la potencia, suministrada en su totalidad por las baterías de emergencia. Eso mantendría la actividad de los sistemas de soporte vital, y poco más, hasta que los motores de energía de impulsión pudieran volver a funcionar al máximo de su capacidad.

–La energía aumenta -gritó Chekov- Motores de impulsión a la mitad, a tres cuartas partes, motores de impulso a plena potencia. Señor, ¿quiere que conecte ahora los sistemas internos?

–Hágalo, señor Chekov. Quiero que el soporte vital aumente hasta al menos el cincuenta por ciento de lo normal. Apague cualquier aparato que no desempeñe una función esencial. Señor Spock, prepare un paquete-mensaje para la base estelar. Quiero que incluya grabaciones de computadora completas de todo lo sucedido.

–Señor, no creo que sea posible. – ¿Qué quiere decir?

El paquete-mensaje era un misil compacto con un sistema de dirección inercial fijado sobre la base estelar más próxima. En caso de interrupción de las comunicaciones, averías muy graves como las que acababan de sufrir, o necesidad de enviar pequeños objetos materiales, el paquete-mensaje era el método preferido de transporte.

–Nuestros cinco paquetes han sufrido daños.

–Eso es imposible, Spock. Están aislados por escudos, protegidos, casi mimados, maldición. ¿Qué ha provocado los daños?

Spock alzó la mirada; tenía los labios ligeramente curvados hacia abajo.

–En este momento sólo puedo aventurar una hipótesis, capitán. Parece un acto de sabotaje.

Kirk se hundió en el asiento, considerando con todo cuidado las posibilidades. Spock jamás conjeturaba, aun cuando decía hacerlo. Dentro de sus evaluaciones había centenares, millones de diminutas evidencias. Tal vez sería algo que nunca se sostendría ante un tribunal, pero Kirk tenía que creer que en efecto se trataba de un sabotaje si Spock conjeturaba que lo era. Coqueteó con la idea de que hubiera sido Lorelei, pero algo lo hizo retroceder mentalmente ante la idea de una acusación directa. Otros se habían visto atraídos a su idea de que la presencia de la Enterprise en el sistema de Ammdon provocaría la guerra. El apagado de los motores de la nave proporcionaba una razón perfecta para no continuar con la misión. Cualquiera que hubiese escuchado a Lorelei después de la intervención del embajador, podría ser responsable de la destrucción de los paquetes-mensaje. Eso aseguraba que pasaría un lapso de tiempo considerable antes de que la Federación enviase otro grupo diplomático.

Kirk no quería siquiera considerar la posibilidad de que también los motores hiperespaciales hubiesen sido saboteados.

–¿Pueden repararse los paquetes-mensaje?

–Imposible. Los mecanismos hiperespaciales están inutilizados. No pueden alcanzar la velocidad lumínica, igual que le sucede a la propia Enterprise.

–Maldición, Spock, déme alguna buena noticia. Estamos varados en medio de ninguna parte con sólo energía de impulsión, no podemos contactar con la Base Estelar Uno, no podemos concluir nuestra misión, no hay ninguna manera de reparar los motores hiperespaciales sin un aislamiento que no tenemos… ¿No hay ninguna buena noticia?

–Eh… capitán, estoy captando algo. – Sulu accionó diversos botones y pasó los dedos sobre la consola de la computadora para hacer aparecer en la pantalla frontal una imagen inestable.

–¿De qué se trata, señor Sulu?

–Podría ser un sistema planetario. Estrella débil de clase G. Oculta por una nube de polvo.

–Estoy comprobando los datos del señor Sulu -intervino Spock- Sí, capitán. Usted deseaba buenas noticias, y esto podría ser una. El sistema que ha encontrado el señor Sulu posee seis planetas, cuatro rocosos y dos gigantes gaseosos. La distancia es demasiado grande para estar seguro, pero cabe la posibilidad de que uno o más de ellos estén habitados.

–¿Formas de vida?

–No puedo hacer una valoración fiable -fue la respuesta inmediata del vulcaniano.

–Uhura -vociferó Kirk-. ¿Alguna señal de radio? ¿Algo en las bandas que aún podemos controlar?

–Nada, señor.

–¿A qué distancia, a máxima velocidad de impulsión, está ese sistema, señor Sulu?

–Estoy calculándolo, señor. Lo tengo. – El oriental se volvió en el asiento y le dedicó una amplia sonrisa, Tres días a máxima velocidad de impulsión.

–Bien. Trace un rumbo, señor Chekov. Llévenos hasta allí. – Kirk observó la actividad que florecía a su alrededor. Sus hombres volvían a tener un propósito. Olvidaron el delicado asunto de la misión diplomática a Ammdon. Ésta era la tripulación que él había formado, la tripulación de la que tanto se enorgullecía. Su dedo pulsó un botón de comunicación interna- Bones, reúnase conmigo en la cubierta cuatro para realizar una inspección informal. – Oyó el comienzo de la vociferante protesta del médico, sonrió y soltó el botón interrumpiendo así toda protesta.

Esto era más normal. Echó una última mirada a su punto de destino, que titilaba a través de una nube de polvo cósmico, y a continuación James Kirk se marchó a reunirse con McCoy. Un recorrido de inspección tal vez mantendría al médico lo bastante ocupado como para que se olvidase un poco de protestar.


–Tengo cosas que hacer, Jim, cosas importantes. Esto es una pérdida de tiempo. – Leonard McCoy se paseaba de un lado a otro ante su escritorio, con las manos aferradas tras la espalda- Con la energía reducida a la mitad, ¡la mitad!, apenas tengo potencia para mantener el equipo de la sala de cirugía en funcionamiento.

–Hablaré con Spock, por si necesita más. No tiene ningún paciente de momento ¿verdad?

–Ninguno, ahora que el oficial Andres ha vuelto al trabajo. Pero es un milagro. Esperaba que todos acudieran aquí fritos como un buen pollo de campo después de que dejase usted que los motores se cayeran a trozos de ese modo. Radiación. – El hombre se estremeció-. Habría que acabar con eso.

Kirk hizo caso omiso del estallido de malhumor del médico. No servía de nada discutir con él, y McCoy casi nunca decía esas cosas en serio. Le gustaba perorar y descargar un poco del nerviosismo contenido que todos sentían. Era una forma tan inofensiva de hacerlo como cualquier otra, y Kirk lo soportaba.

–Necesito sus talentos como médico. No del cuerpo sino de la mente. Quiero que me acompañe y me dé un informe del estado mental de la tripulación después del accidente.

–No tengo necesidad de hacer un condenado recorrido por la nave y mirar el cerebro a la gente. Puedo decirle todo lo que necesite saber.

Kirk aguardó. Sabía que McCoy pronunciaría una diatriba sobre el tema si se le daba la oportunidad. Se sorprendió cuando esta vez no lo hizo.

–¿Cuál es su valoración, Bones? – preguntó por último.

McCoy sacudió la cabeza.

–No es buena. La moral de esta nave nunca ha estado más baja. Si yo fuera un observador neutral enviado por la Flota Estelar para realizar un informe completo, suspendería a la Enterprise y a casi todos los que están a bordo.

–¿A casi todos?

–Excepto a Spock, maldición. – Admitir eso le costó a McCoy un poco de su orgullo-. Él parece indestructible. Esa mezcla medio vulcaniana medio humana le hace superar tranquilamente situaciones que a los demás nos llevan al límite de nuestras fuerzas.

–¿Me está diciendo que también usted se ha convertido en un caso de patología espacial?

–No tanto -bufó el médico- Pero es posible que los otros sí. Debería haberme escuchado cuando le dije que diéramos media vuelta, que nos olvidáramos de este asunto de Ammdon.

–Así que usted cree que en eso reside el núcleo del problema.

Kirk inspiró y luego dejó escapar el aire con lentitud. Las advertencias de Spock sobre la influencia que tenía Lorelei sobre la tripulación habían resultado ser demasiado exactas; a pesar de eso, la presencia de la alienígena lo desconcertaba… Tenía un aspecto tan inocente que era difícil dar crédito a las palabras de Spock. Pero las pruebas habían ido acumulándose hasta que no tuvo más remedio que afrontarlo, por muchas reticencias que tuviera. El hecho de que continuamente pospusiera la necesidad de hablar con la mujer, era muy significativo. Tenía la desasosegadora y vaga sensación de que era tan peligrosa como afirmaba su oficial científico, pero detestaba admitirlo.

–Vayamos a echarle una mirada a la tripulación, de primera mano -sugirió-. Y si a usted no le importa acompañarme, Bones, podremos acabar con mucha mayor rapidez.

–¿Va a bajar a la sala de motores?

–Todavía está inundada de radiación. Sólo tengo intención de examinar a los tripulantes de las cubiertas superiores.

–En ese caso, le acompañaré. Necesito estirar las piernas.

McCoy traspuso la puerta y salió al pasillo sin echar una sola mirada atrás. Se alejó a grandes zancadas, pero se detuvo tras haber avanzado menos de veinte pasos por el corredor. Unos murmullos quedos les llegaban amplificados a través de las placas metálicas de la cubierta. Kirk dio alcance al médico y se detuvo, aguzando el oído para ver si podía entender algo.

–-… negamos a hacer cualquier cosa. Tendrán que regresar a la base.

–Será la guerra si no lo hacemos -comentó alguien, en respuesta.

Kirk frunció el entrecejo cuando McCoy señaló hacia el área de recreación. Se detestaba a sí mismo por espiar de este modo, pero tenía que hacerlo. El capitán avanzó hasta la puerta abierta y bloqueada, y se recostó contra la mampara para escuchar.

Las voces continuaron con su seria conversación.

–No deberíamos haber salido de la base estelar. Esto era una misión de guerra desde el principio. Ahora está muy claro. Se supone que tenemos que fomentar la paz.

–Yo no me he presentado a trabajar. ¡Veamos cómo consiguen ahora mantener cargadas las baterías fásicas!

Kirk traspuso la entrada para enfrentarse a los dos tripulantes. Estaban sentados, un hombre y una mujer, bebiendo café con aire preocupado. Kirk avanzó como una tromba hasta ellos y preguntó, con expresión autoritaria:

–¿Por qué no están en sus puestos? Ross y Kesselmann, ¿no?

–Sí, señor -replicó la mujer. Ni siquiera se molestó en levantarse y ponerse firme como hizo su compañero-. A partir de este momento me niego a presentarme siquiera de servicio en la sección de baterías fásicas. Son armas de guerra. Yo sólo quiero paz para todos los seres del universo.

–Alférez Ross, ¿consideraría usted esto como una reacción adecuada ante la agresión romulana?

–Si nosotros nos negamos a luchar, ellos no lucharán -le contestó ella.

–Anita -le susurró su compañero- Cállese.

–No, Deke, ya es hora de que defendamos nuestras creencias. Ninguno de nosotros participará en ninguna actividad que ponga en peligro a otras formas de vida. La muerte y la destrucción tienen que detenerse algún día. Muy bien podría ser con nosotros. Ahora tenemos en nuestro poder la posibilidad de hacer algo. ¡Y lo haremos!

–¿Habla también en su nombre, alférez Kesselmann? Usted está destinado en la división de soporte biológico. ¿no es cierto?

–La vida es preciosa, señor. Sí, ella habla en mi nombre. Y en el de muchísimos otros tripulantes -concluyó el joven alférez, escupiendo las palabras como si le quemaran la lengua. En su frente se veían gotas de sudor que denotaban la intensa tensión que sufría.

–Por supuesto que la vida es preciosa. Por eso nuestra misión en Ammdon es prevenir la guerra. – Kirk no se sorprendió en lo más mínimo cuando Ross y Kesselmann se burlaron de esa afirmación. Era la opinión más generalizada y predominante que jamás había encontrado entre su variopinta tripulación-. ¿Han considerado el hecho de que ustedes no tuvieron esta extraña opinión hasta después de haber hablado con la alienígena Lorelei?

–Lorelei nos hizo ver la verdad, pero las semillas de esa creencia ya estaban dentro de nosotros. La Federación hace que parezca algo noble eso de salir a buscar nuevas formas de vida. Pero nosotros siempre acabamos destruyéndolas. Se acabó.

–¿Cuándo hemos destruido voluntariamente una raza alienígena? – exigió saber McCoy, que finalmente se sintió provocado por aquellas afirmaciones e impulsado a hablar. En su mayor parte, sospechaba Kirk, el médico estaba de acuerdo con los dos alféreces, pero finalmente éstos se habían excedido en sus manifestaciones y lo habían irritado-. Admito que nos hemos entrometido un poco en algunos casos, pero ¿destruido? ¡Nunca!

–Ese entrometimiento destruye las culturas alienígenas con la misma seguridad que si los borráramos de la existencia con un disparo fásico -protestó Anita Ross, acalorada-. ¿Qué diferencia hay entre moldearlos según nuestra idea de lo que es la cultura y matarlos directamente? ¡Imponer nuestra filosofía a una raza alienígena constituye una actitud tan agresiva como orbitar su planeta y destruirlo sistemáticamente con torpedos de fotones!

–Dado que no tenemos necesidad de utilizar rayos fásicos o torpedos, en nuestra actual situación su desobediencia no es una violación grave de la disciplina, alférez. No obstante, creo que sentarse y consumir café no es un uso productivo de su tiempo, considerando las dificultades en que nos encontramos. Hablaré con su jefe de sección y haré que le asignen otros servicios.

–Si implican algún tipo de agresión, me niego.

–Continúen -dijo Kirk, tras lo cual giró en redondo y dejó a los dos alféreces en la sala recreativa. En el corredor, dejó caer los hombros y miró a McCoy- ¿Hay otros en el mismo estado?

–Más de los que me gustaría creer, Jim. Pero no deja de ser positivo que no quieran matar.

–Como he intentado señalarles a ellos, trate de explicarle eso a una nave de guerra romulana plenamente armada y preparada para hacerlo estallar en plasma. La guerra es algo demasiado sucio como para no intentar evitarla, pero llega un punto en el cual evitarla con demasiada diligencia lo reduce a uno a la esclavitud. Creo que ya es hora de que hable con su niña expósito.

–¿Con Lorelei?

Kirk asintió con la cabeza y echó a andar hacia el camarote de la mujer. No deseaba esta confrontación, pero sabía que no podía continuar evitándola. La seguridad de su nave era más importante que el miedo que le retorcía las entrañas y que sentía crecer en su interior.


Al igual que sucedía con las otras puertas de la Enterprise, la que conducía al camarote de Lorelei se había dejado medio abierta antes de que cortaran la energía. Cuando cada ergio producido por los motores de impulsión era necesario para el sistema de soporte vital y la propulsión a cohete, había que renunciar al lujo de las puertas de apertura automática.

–¿Lorelei? – llamó, con una voz no del todo temblorosa. Kirk intentó dominarse. No existía ninguna razón para que le tuviese miedo. No era violenta. Muy al contrario. Y sin embargo, la temía. ¿O era a su filosofía de pacifismo? ¿Acaso lo que le asustaba era su capacidad de persuasión? ¿Podría ella darle la vuelta a casi todas las cosas en las que él creía?

–Capitán Kirk… James. Por favor, entre.

Se encontraba sentada en un taburete bajo, las elegantes piernas tendidas ante sí y cruzadas a la altura de los tobillos. Llevaba puesto un vestido fino que se adhería con tenacidad electrostática a las delgadas curvas de su cuerpo. Los grandes ojos marrones le conferían una apariencia tierna, joven, vulnerable. El aspecto aniñado de su figura contribuía a esa impresión. Kirk intentó dominar el instinto protector que despertaba en él. En todo caso, ella controlaba la situación más que él.

–Tengo que pedirle que no hable con ninguno de los miembros de la tripulación. – Ya estaba. Había conseguido decirlo todo en una sola frase.

–¿No? ¿Tan subversiva soy? Mis ideas son poderosas si cree usted que se encuentran en la raíz de sus problemas. – Se inclinó hacia atrás, equilibrándose sobre las manos. En una mujer con apariencia más adulta, aquello habría parecido una pose provocativa. Kirk se sintió aún más impresionado por la inocencia que irradiaba de ella.

–Las palabras de mis hombres suenan muy parecidas a las de usted. De alguna manera, y no sé cómo lo ha hecho, les metió sus propias ideas en la cabeza. Muchos de los miembros de mi tripulación se niegan a presentarse a sus puestos a causa de sus recién hallados ideales pacifistas. Si se niegan a obedecer las órdenes en un momento crítico, tanto si es a causa de un crucero romulano como de un asteroide demasiado grande como para que puedan rechazarlo nuestros escudos detectores, no sólo sus vidas estarán perdidas, sino las de todas las demás personas que se encuentran a bordo de la Enterprise. Usted no quiere cargar esas muertes sobre su conciencia, ¿verdad?

La tristeza cruzó por el rostro de la mujer, casi como si una nube hubiera ocultado el disco del sol. Negó con la cabeza. – No resulta tan fácil, James. Las ideas son insidiosas. Una vez sembradas, crecen y no pueden ser erradicadas. No hay forma de volver atrás.

–¿Cómo lo hace? ¿Por qué? – Se sentó delante de ella y apoyó los codos sobre las rodillas. Estudiarla no le proporcionó pista alguna sobre sus motivaciones.

–Soy una Habladora de Hyla. Se me ha enseñado a escoger las palabras con cuidado, a prestar atención a los significados, tanto los evidentes como los sutiles. Tal vez la frase sutilmente redactada es lo más importante, porque activa determinados procesos mentales en el oyente. No tenía intención de causarle daño a usted ni de alterar el funcionamiento de su preciosa nave. Pero su misión va en contra de todo lo que yo considero sagrado.

–Una y otra vez oigo a mis tripulantes decir que vamos a Ammdon para iniciar una guerra. Ése no ha sido en ningún momento el propósito de la Federación. El embajador Zarv y los otros quieren la paz, no la guerra.

–Su embajador es un Hablador notable. Se haría acreedor de grandes honores en Hyla. – Lorelei suspiró y giró el cuerpo a un lado, nuevamente un gesto que habría sido sexualmente provocativo de no haber parecido ella, físicamente, una niña.

–Son los romulanos quienes quieren esta guerra, no la Federación.

–Sí, James, eso lo creo. De verdad que sí. He examinado sus archivos y, a pesar de que me ha resultado imposible visionar todos los casos, sé que lo que ustedes desean es difundir la paz, no la guerra.

–Entonces, ¿por qué se opone a nosotros?

–Los motivos de la Federación son pacíficos, pero el instrumento que ha escogido es el equivocado. En Hyla aprendimos, hace muchos miles de años, que los motivos puros son inútiles si no van acompañados de una acción eficaz. Puede que Zarv influya en Ammdon y Jurnamoria, y evite la guerra que ustedes temen. Es lo bastante bueno como para lograrlo. Pero la presencia de la Enterprise será un obstáculo. Los de Ammdon son taimados.

–Y usarán a la Enterprise para lanzar un ataque contra Jurnamoria, que entonces se verá forzada a apelar a los romulanos en busca de ayuda. Todo eso ya lo he oído antes. Debo confiar en Zarv, Lorritson y Mek Jokkor. Yo… yo no soy un diplomático. Sus métodos me resultan desconocidos, en su mayor parte.

–Pero tampoco es usted un soldado. Desea de verdad la paz. Su misión principal es descubrir mundos nuevos, contactar con nuevas formas de vida… pacíficamente. Ésa es una profesión digna y usted está perfectamente capacitado para desempeñarla.

Lorelei se incorporó con un movimiento elástico y cayó de rodillas delante de Kirk. Una delgada mano se alzó y rozó apenas la ruborizada mejilla del hombre. Él bajó los ojos y los fijó en los límpidos charcos de los ojos color chocolate de ella, y sintió que comenzaba a perderse. La atracción que sentía hacia Lorelei aumentaba. No era… del todo… sexual, y sin embargo también lo era. Ella encarnaba todo lo que era puro, inocente y pacífico en el universo, todo lo que era tranquilo y pleno.

–Nosotros, los de Hyla, libramos amargas guerras hace centenares de años. Yo he experimentado esos sentimientos primitivos gracias a una tecnología que su cultura no parece poseer… Eso me afectó muchísimo. Todos los de Hyla comparten mi aversión por los instintos guerreros, y hemos dedicado nuestras vidas a analizar situaciones y determinar potenciales. Ustedes son ciegos, o inexpertos, o ingenuos.

–¿Ingenuos? – preguntó Kirk con tono autoritario, resentido por la crítica. Era Lorelei quien parecía frágil e inexperta-. Difícilmente puede decirse eso.

–Tal vez sería más correcto decir que están cansados o exhaustos, tanto en cuerpo como en espíritu. Usted y todos los que se encuentran a bordo de esta nave parecen agotados. Ha pasado mucho tiempo desde que tuvieron un descanso por última vez. No es posible pensar con claridad cuando uno está cansado.

–Es verdad, pero a pesar de eso debemos concluir nuestra misión.

–Es un hombre con determinación -dijo ella, con la tristeza ahora más evidente aún en su rostro-. Desearía que mis poderes fuesen todavía más limitados de lo que son. No me hace ningún honor deshonrarlo a usted al impedirle que lleve a buen término las órdenes que ha recibido. Nosotros, en Hyla, no tenemos una sociedad tan rígida y estructurada. Aunque no somos una anarquía, no tenemos líderes en el sentido en que los tienen ustedes.

–¿Cómo hacen para cuidar del bien común? No todos pueden producir lo que necesitan en una cultura compleja.

–Los hylanos no necesitan dirección. Si es necesario hacer algo y somos capaces de ello, lo hacemos. Todo trabajo es honorable, siempre y cuando ayude y no cause daño.

–Hace que parezca una sociedad perfecta. – Kirk sentía que reaccionaba ante la mujer, y no quería hacerlo. Sus palabras tejían estructuras a su alrededor, lo aprisionaban, lo hacían sentir como un salvaje en presencia de un ser más evolucionado.

–¿Perfecta? – dijo ella con sorpresa, y luego profirió una risa que sonó como campanillas de plata en la mente de Kirk-. Difícilmente puede decirse que lo sea. Somos todos demasiado conscientes de muchos defectos. Trabajar para alcanzar la paz, sin embargo, nos proporciona a todos un propósito.

–Todos tienen que tener la misma definición de qué es la paz. – Kirk sintió que se hundía en las profundidades de los ojos de ella, en su intelecto y sus argumentos. Lo que ella estaba diciendo lo seducía. Tenía sentido; un sentido perfecto. Ella tendió otra vez la mano para tocarlo con una caricia leve. Él volvió el rostro para besarle la palma de la mano.

–Desearía que sus métodos fueran más pacíficos -dijo ella, la tristeza esparciéndose sobre sus palabras como una salsa rica y espesa-. Es como si yo destruyera su mundo, aunque sea necesario.

–Yo me he formado como soldado, pero la paz me es querida. Desearía que todos pudiéramos estar en paz, en toda la galaxia. Los romulanos, los klingon, la Federación.

Ella no dijo nada, y Kirk hizo ademán de tender la mano para tocar una de las frágiles mejillas, para acariciarla. Un silbido estridente lo arrancó de aquel estado.

–Capitán Kirk, se le necesita en el puente. Por favor, responda.

Kirk se levantó y fue hasta el intercomunicador, dándole un golpe al interruptor con el filo de la mano.

–Aquí Kirk. ¿De qué se trata, Uhura?

–Capitán, el señor Spock informa que el polvo cósmico que ocultaba el sistema solar ha quedado atrás. Ha concluido su sondeo preliminar del sistema.

–Bien.

–Más que bien, señor. El cuarto planeta del sistema está habitado.

–Voy enseguida. – Kirk volvió la cabeza por encima del hombro para mirar a Lorelei, que seguía arrodillada e inmóvil-. Tengo que marcharme -le dijo. En lo más profundo de su ser, las emociones se agitaban y hervían, amenazando con volver a confundirlo. Cuando hablaba con Lorelei, todo le había parecido diáfano. Ahora las palabras se mezclaban dentro de su cabeza. Paz. Guerra. Las fronteras ya no estaban claramente trazadas.

–Márchese. Cumpla con su deber -replicó ella- Y yo cumpliré con el mío. Ése es nuestro destino, James. Cada uno debe hacer lo que debe.

Él asintió con la cabeza, contento de marcharse. Caminó con rapidez hacia el turboascensor, ansioso por llegar al puente.

¡Un planeta habitado! ¡Aún no estaban perdidos!


6


Diario del capitán, fecha estelar 4903.01



Pronto entraremos en órbita alrededor del cuarto planeta del sistema. Uhura informa que no hay ondas de radio que emanen del Pplaneta, pero las lecturas del señor Spock indican una civilización muy compleja. El enigma planteado por esta aparente contradicción es sólo una de las cuestiones que nos preocupan en nuestro orden del día. En ninguna parte de la galaxia se ha encontrado una civilización avanzada que no emplee la radio hertziana, incluso para comunicaciones menores. Tal vez ésta sea la primera.


–Entren en órbita estándar -ordenó Kirk. Chekov y Sulu obedecieron y se pusieron a trabajar en sus terminales. Por detrás, Kirk oía a la teniente Uhura sondeando todas las frecuencias de comunicación concebibles, pero sin encontrar nada-. Señor Spock, ¿qué impresión tiene respecto al mundo de ahí abajo? – Estudió la vasta extensión de marrones, verdes y azules que aparecía en la pantalla frontal, mientras escuchaba.

–Una civilización decididamente avanzada, posiblemente igual a la nuestra.

–¿Viaje espacial? ¿Motores de velocidad supralumínica?

–quiso saber.

–No hay indicios de ninguna actividad externa al planeta, señor. Tampoco hay emisión alguna de radiaciones en las bandas de comunicación estándar. He encontrado, sin embargo, pruebas de la existencia de plantas de fisión atómica, actividad de sistemas de transporte por la superficie planetaria, e incluso vehículos aéreos que se asemejan a los del siglo veintiuno de la Tierra.

–¿No le resulta extraño que no usen la radio?

–No es difícil teorizar sobre una cultura que carezca de ella. Por ejemplo, hacia mediados del siglo veinte, en la Tierra eran pocas las radiaciones de emisión que escapaban al espacio. Los satélites geosincrónicos de baja potencia se hicieron cargo de una parte cada vez mayor del tráfico de audio y vídeo. Al final de ese siglo, los rayos láser y los satélites de comunicaciones eran los principales métodos de transmisión. Éstos, como usted sabe, no permiten escapes.

–Sulu, ¿hay alguna huella de satélites de comunicación en órbita alrededor del planeta?

–Ninguna, señor -fue la respuesta inmediata-. Eso fue lo primero que el señor Spock me pidió que buscara.

Kirk sonrió para sí. A Spock raras veces se le escapaba algo de auténtica importancia. Ese era el motivo por el que se le consideraba desde hacía largo tiempo el mejor oficial científico de la Flota Estelar. Apartó la idea de lo mucho que lo echarían de menos a bordo de la Enterprise el día en que recibiera un ascenso a capitán y tuviera su propio puesto de mando.

–¿Cómo explica esta discrepancia? Según la teoría de las civilizaciones de Proctor, no es posible desarrollar una cultura compleja sin una red de comunicaciones avanzada.

–Estoy de acuerdo. Supongo que la gente del planeta de ahí abajo emplea algún método que desconocemos. Son una civilización avanzada; puede que incluso más avanzada que la nuestra.

–Pero no tienen viaje espacial. Ni siquiera a sus planetas más cercanos.

–Algunas culturas no sienten ninguna necesidad de explorar el cosmos. Ésta podría ser una de ellas. – Spock continuaba trabajando en su computadora incluso mientras informaba-. He detectado otros indicios de su avanzada condición. Sus pautas de agricultura son decididamente las de una sociedad que goza de paz y posee una biología muy desarrollada. Las vías de agua indican una planificación óptima de la irrigación, y el sistema de transporte de superficie es suficiente para distribuir las cosechas por todo el planeta.

Kirk hizo que cambiara la pantalla, ampliando la imagen. Las conclusiones de Spock se basaban en imágenes realzadas por la computadora, pero una buena parte de la información aportada por el vulcaniano resultaba ya evidente para el ojo profano de Kirk. Los campos desfilaban según pautas claramente trazadas, preferidas por los agricultores de la mayoría de los mundos; las que habían sido seleccionadas por las computadoras para maximizar la producción. Se preguntó si la gente del planeta que había allá abajo usaría también el análisis por computadora, o si habrían llegado a lo mismo por otro camino.

–Vaya, ahí tiene un mundo en el que no me desagradaría instalarme -declaró McCoy, junto a Kirk. El capitán dio un respingo, pues no había oído acercarse al médico- Parece un lugar agradable. Puede uno pasar los dedos por entre la tierra y sentirse parte de la naturaleza.

–A veces me pregunto si habrá visto siquiera el exterior de una granja. Yo siempre lo imagino viviendo en un ático, en Atlanta, y mirando al horizonte, donde deberían estar los campos.

–Yo crecí en una granja, Jim. – El tono ofendido de la voz de McCoy hizo que Kirk cambiara de tema.

–¿Ha acabado los análisis de bioscáner?

–Todos acabados y transmitidos a la computadora de Spock. El planeta se parece a la Tierra más que ningún otro planeta de los que hemos conocido. Un hermoso lugar. No hay contaminantes atmosféricos debidos a fábricas, tiene un clima bien controlado… como un paraíso, más o menos.

–¿No hay fábricas? Spock, ¿es cierto eso?

–Sí, capitán. Fascinante. No había considerado ese aspecto hasta ahora. Todas las industrias contaminantes de la Tierra se encuentran ahora en órbita de modo que la atmósfera permanezca limpia. Aquí no encuentro evidencias de fábricas orbitales similares. No sé cómo explicar la ausencia de contaminación atmosférica.

–Puede que sean incluso más avanzados de lo que podemos imaginar -reflexionó Kirk.

–Los bioscáneres continúan funcionando. Están orientados hacia una de las ciudades -dijo McCoy-. Sus ciudades son también un modelo de eficiencia. Nada de trazados en forma de rejilla. No son nada estéticos.

–Parece haber una decidida predilección por el hexágono, tanto en los edificios como en el trazado urbano. Es un modelo tan eficiente como el cuadrado y resulta matemáticamente más agradable.

–No puede encontrar placer ni siquiera en la arquitectura. Tiene que reducirlo todo a explicaciones geométricas y matemáticas.

–Doctor, no logro entender por qué denigra usted unas herramientas tan lógicas. Sin duda, es mejor abordar los problemas con un método racional que hacerlo a ciegas, como usted, confiando sólo en emociones imperfectas.

–Ya basta -intervino Kirk, silenciando a los dos antagonistas-. No quiero que nos transportemos al centro de una ciudad sin habernos anunciado antes. ¿Cree usted que han descubierto que estamos orbitando el planeta?

–Negativo, capitán -respondió Uhura-. He sondeado todas las bandas de radar y otros medios de detección. No parece que usen tampoco el radar. Cualquier avistamiento de nosotros tendrá que ser visual, cuando tapemos una estrella.

–Pero ¿cómo guían a sus aviones? ¿Con rayos láser estrechos? ¿Comentarios, Spock, Uhura?

Antes de que cualquiera de los dos pudiera responder, una voz demasiado conocida llenó el puente.

–Exijo saber el significado de este atropello.

–Embajador Zarv, por favor, regrese a su camarote. Estamos ocupados con asuntos más urgentes que los que usted pueda plantear. – Kirk sentía una creciente irritación contra el tellarita. No había influido en la tripulación como él esperaba, aunque Lorelei había elogiado mucho las habilidades histriónicas del diplomático. Lo único que Zarv había hecho era causar estragos allá donde iba. Kirk no tenía más remedio que creer que, en parte, los problemas a bordo de la Enterprise eran debidos a la presencia del grupo negociador… y a su actitud. Si se hubieran quedado en sus camarotes, no hubieran despertado tan malos sentimientos entre la tripulación. Zarv trataba a todo el mundo a contrapelo.

–No haré nada semejante, Kirk. ¿Por qué damos vueltas alrededor de esta bola de fango sin valor? No es Ammdon. Lo sé. Yo he estado allí, y esos continentes son distintos. – Blandió una rechoncha mano hacia la pantalla frontal.

–Por si no se ha dado cuenta, embajador, nuestros motores hiperespaciales están apagados y nos encontramos en el mayor de los apuros. No tenemos manera de alertar a la Base Estelar Uno respecto a nuestra difícil situación. Los cinco paquetes-mensaje que teníamos han sido destruidos, y sin la energía de los motores hiperespaciales no podemos usar la radio subespacial. Podemos hacer sólo un uso limitado de nuestro transportador. Por lo tanto, sólo con la potencia de impulsión tardaríamos años…

–Cuatrocientos setenta y tres coma nueve dos tres, para ser exacto -acabó Spock.

–-. casi quinientos años en regresar a la base. Ammdon está un poco más cerca.

–A ochenta y ocho coma seis seis seis años, si las tablas siderales aportadas por los astrónomos de Ammdon son exactas.

–Gracias, señor Spock. – La irritación de Kirk crecía incluso para con su oficial científico. Se sentía tenso como una cuerda a punto de romperse-. No podemos ni continuar ni volver atrás, ni tampoco podemos contactar con la Flota Estelar. Por lo tanto, la única posibilidad que tenemos es reparar los motores. Y si lo conseguimos, tal vez podamos acabar nuestro viaje hasta Ammdon o usar la radio subespacial para informar de nuestra posición y condición. No veo que usted esté contribuyendo a solucionar ninguna de estas cosas, embajador. Regrese a su camarote y permanezca allí.

–Kirk, no voy a tolerar que me dé usted órdenes de esta manera. Yo…

–Teniente Patten -llamó Kirk tras pulsar el botón de comunicaciones que tenía en el posabrazos del asiento-, envíe a cinco miembros de seguridad para escoltar al embajador Zarv hasta su camarote.

–¡Esto es un ultraje! – protestó Zarv, pero la visión del equipo de seguridad le hizo proferir un bufido, dar media vuelta y marcharse con paso digno, flanqueado por hombres armados.

–Señor Spock, ¿por qué no ha sido catalogado este planeta? Una civilización obviamente avanzada no debería haber sido pasada por alto por las naves exploradoras de la Federación.

Kirk se relajó un poco ahora que se habían llevado al embajador tellarita. A pesar de su peligrosa posición, se sentía más cómodo tratando con problemas concernientes a su nave y su tripulación, que con diplomáticos recalcitrantes.

–Lo ignoro, señor. Este sistema solar no se encuentra demasiado lejos de la Base Estelar Uno, en la ruta de Ammdon. Ciertamente, el tráfico ha aumentado en esta zona después de comenzar las incursiones romulanas. Aun detrás de la nube de polvo que la oculta, deberían haberse advertido ciertas evidencias.

–Tal vez nadie se ha molestado en hacer nada más que un sondeo de los canales de radio y subespaciales, señor Spock -sugirió Uhura-. Antes de ser destinada a la Enterprise, yo trabajé en una nave exploradora. A menudo pasábamos con rapidez por un sector, cartografiando sólo las estrellas en las que había planetas que podían ser de clase M, y siempre los sondeábamos para ver si había algún tipo de actividad radial. – Un procedimiento muy defectuoso -murmuró Spock.

–Pero a veces es necesario -replicó Kirk-. La galaxia es muy grande, y siempre habrá planetas que hayamos pasado por alto. Esperemos que este planeta resulte beneficioso para nosotros.

La puerta del turboascensor se abrió. Kirk se puso levemente rígido, pensando que Zarv había regresado. Miró a sus espaldas y se relajó de inmediato. El doctor McCoy entró con un tablero para notas en la mano.

–He analizado las lecturas vitales de los sensores, Jim. Parece que son buenas noticias. Esa gente de ahí abajo no son humanos, pero se nos parecen más que Spock, según los indicios.

–¿Qué me dice de la atmósfera, la hidrosfera, la ecosfera en general? ¿Presentan algún problema para nosotros?

–Es difícil saberlo sin muestras que poder estudiar, pero yo diría que es un planeta de primera, casi hecho a medida para humanos como nosotros… o para alienígenas como ésos que hay ahí abajo. – Usó el tablero para señalar la pantalla-. Exteriormente son humanoides, con algunas ligeras desviaciones. Algunas rarezas, pero nada que constituya un peligro excesivo.

–Sea más específico, doctor. – Spock miró los resultados preliminares que había anotados en su tablero de notas por encima del hombro de McCoy-. ¿Qué considera usted una "rareza"?

–Bueno, no es nada que pueda determinar con precisión. Sólo sensaciones, como ésas que usted siempre desearía tener pero no tiene. Hay demasiada vida ahí abajo.

–Yo no siento ningún deseo de verme entorpecido por sus emociones humanas. Y no entiendo qué quiere decir con eso de "demasiada vida", doctor.

–Tampoco yo lo entiendo, Bones. – Kirk alzó los ojos hacia su amigo.

El médico se encogió de hombros.

–Las lecturas de formas de vida parecen demasiado altas para el número de personas sondeadas -fue cuanto dijo-. Puede que sean más intensas.

–Qué poco científico -se mofó Spock.

–¿Pero nadie ha descubierto amenaza alguna, ni biológica ni de otra clase? Señor Spock, Bones, reúnan un grupo de seguridad y transpórtense ahí abajo.

–Sí, señor. – Spock ya iba camino de] transportador. McCoy lo siguió, con aire más reticente.


–Ya saben qué queremos. Negociar por el material aislante. Plomo, si pueden proporcionárnoslo. Y si tienen algo mejor, también. Y roca sólida si no hay esperanza de conseguir nada más.

–Dado que emplean reactores de fisión a gran escala, por lógica ese aislante tiene que ser una mercancía disponible.

–¿Qué querrán ellos a cambio? – preguntó McCoy-. Sin contar con un grupo de contacto adecuado, no podemos ofrecerles nada de nuestra propia tecnología, y son lo bastante avanzados como para no querer cuentas de vidrio y baratijas.

–Doctor -dijo Spock-, creo que los reglamentos de la Flota Estelar son específicos a ese respecto. Nos encontramos en peligro, nuestra misión corre el riesgo de fracasar, y existe un claro potencial de perjuicios mucho mayores si se considera a los romulanos. La Orden Uno es modificable, así que podemos ofrecerles objetos que esta cultura no tiene. Debemos ser cautelosos con los objetos o el conocimiento que les ofrezcamos a cambio, pero nuestras acciones cuentan con la sanción de la ley.

–Me hace sentir condenadamente bien -protestó McCoy. Miró fijamente la plataforma del transportador y añadió-: También eso me hace sentir condenadamente bien.

–Buena suerte. Realicen una grabación completa del encuentro con el tricorder. El Departamento de Contactos de la Federación estará muy interesado. Esta es la primera cultura tecnológicamente avanzada de verdad que se descubre en más de veinte años.

–Todo preparado, capitán -anunció la voz neutra de Spock desde la plataforma del transportador. Rodeándolos a él y a McCoy había cuatro miembros del personal de seguridad.

.-Active transportador -ordenó Kirk. Rielantes columnas de energía se formaron en torno a cada uno de los hombres y desaparecieron de la vista. Kirk hubiera deseado poder estar con ellos pero, por supuesto, eso no era posible. Él era el capitán de una nave estelar; su deber estaba a bordo de la nave. Se apresuró a regresar al puente para seguir desde allí el primer contacto.


Leonard McCoy se tambaleó y cayó sobre una rodilla, imprecando.

–¿Cuándo diseñarán una máquina que funcione como se supone que debe hacerlo? Esa condenada cosa me ha dejado caer a tres centímetros por encima del suelo.

–No adoptó una postura adecuada cuando aún se encontraba a bordo de la Enterprise -replicó Spock- Si no le tuviera miedo al transportador, tales cosas no le sucederían.

–¿Y por qué no iba a tenerle miedo? Kyle dijo que estaban modificándolo debido a los problemas energéticos de la nave. Esa maldita cosa separa todos mis átomos, los revuelve como un malabarista de circo, y luego vuelve a arrojarlos todos juntos vaya a saber dónde. Será un milagro si todas mis enzimas funcionan todavía. Es algo que debería estudiarse. Si uno usa el transportador con demasiada frecuencia, ¿se ven afectados de modo adverso los niveles de enzimas?

–Doctor, dichos estudios han sido llevados a cabo en Vulcano y otros lugares, e indican que no existen efectos de deterioro causados por la acción del rayo transportador.

–Señor -dijo Neal, comandante del equipo de seguridad. Señaló a varios humanoides que se aproximaban.

Spock los estudió con atención, mientras su tricorder empezaba a grabar. Él y los demás habían sido transportados a la periferia de una ciudad grande. El césped blando y aterciopelado que tenían bajo los pies se extendía hasta donde comenzaban las calles de la ciudad, que parecían constituir una más familiar zona de lustroso vidrasfalto negro bien electrificada. Los edificios cercanos tenían la misma textura blanda; por ninguna parte vio Spock la dureza del ladrillo o del acero en las construcciones.

–Qué lecturas tan peculiares -murmuró-. De lo más intensas, como mencionó usted antes, doctor McCoy.

Los humanoides se aproximaron un poco más y se detuvieron. Sus cabezas desnudas brillaban en la mortecina luz solar de la tarde. La ausencia de cejas hacía que sus ojos pareciesen más grandes que los de los humanos, pero fue el hecho de que no tuvieran orejas lo que más impresionó a Spock. Los alienígenas se mantenían equidistantes entre sí, y no hablaban ni se miraban los unos a los otros. Estudiaban a Spock, McCoy y los demás sin expresión discernible, ni de curiosidad ni de miedo.

–¿Cómo los abordamos? – preguntó McCoy- Hace mucho que no leo Robinson Crusoe.

Spock avanzó un paso y dijo:

–Soy el oficial científico de la nave estelar Enterprise, que se encuentra orbitando su mundo. Deseamos comerciar. – No obtuvo respuesta. Spock jugó con su tricorder, y volvió a intentarlo. Ninguna emoción visible se manifestó en los rostros.

–Spock, es usted un verdadero enardecedor de multitudes. No obtengo ninguna lectura nueva. No tiene siquiera las dotes de un cómico vulgar.

–Sus burlas están fuera de lugar, doctor. Yo no percibo ni una sola indicación de que se hayan dado cuenta de nuestra presencia. Tal vez sean telépatas. La ausencia de orejas en estos seres apunta hacia una forma de comunicación diferente de la que nosotros empleamos.

–¿Va a probar con la fusión mental vulcaniana? – Debo hacerlo, aunque no parece un medio muy adecuado en esta etapa del contacto.

Spock avanzó, dudó y luego dio unos cuantos pasos más hasta detenerse delante del humanoide que se hallaba más a la izquierda. El vulcaniano tendió una mano. El humanoide no se movió siquiera. Spock posó los dedos sobre la frente del humanoide; la reacción fue instantánea.

Un pesado puño salió disparado y golpeó al vulcaniano en el estómago. Spock retrocedió tambaleándose mientras intentaba recobrar equilibrio y aliento.

–¡Esperen! ¡No disparen! – gritó con voz jadeante al grupo de seguridad.

Su voz no fue lo bastante fuerte como para que lo oyeran y obedeciesen. Dispararon las pistolas fásicas, programadas para provocar el desmayo. Los humanoides se estremecieron bajo la descarga de energía, pero no cayeron inconscientes.

–Su sistema nervioso tiene que ser diferente -gritó McCoy-. No utilicen las pistolas fásicas.

A estas alturas, Spock ya se había recobrado, pero no pudo hacer nada para impedir que los humanoides-se lanzaran sobre ellos y apresaran al equipo de seguridad. Como salidos del aire, aparecieron más y más humanoides, hasta que todo el grupo de descenso fue atrapado y reducido.

–En bonito lío nos hemos metido -refunfuñó McCoy-. ¿Cómo va a hacer ahora para sacarnos de él?

–La única solución posible es someternos y esperar una oportunidad para hablar con quienes ostentan el poder. Mejor dicho, para comunicarnos de algún modo con ellos.

–No creo que tengamos muchas posibilidades de volver a ver la luz del día -dijo McCoy mientras eran arrastrados por el blando césped verde aterciopelado en dirección a las entrañas de la ciudad.


–Han sido hechos prisioneros, señor -fue el inmediato informe de Chekov-. ¿Qué acción emprendemos?

–¿Prisioneros? ¿Qué ha sucedido? He venido directamente desde la sala del transportador. No han tenido tiempo para meterse en problemas.

–¡Señor! – vociferó Chekov-. El señor Spock intentó comunicarse mediante técnicas de fusión mental vulcaniana. Lo golpearon. El equipo de seguridad abrió fuego con las pistolas fásicas. Han sido todos apresados y llevados a la ciudad.

–Sulu, ¿capta alguna actividad en la órbita o el espacio circundante?

–Ninguna, capitán.

–Uhura, ¿mensajes de radio? – Negativo, señor.

–Pasen las grabaciones completas del tricorder a la pantalla frontal. Quiero ver lo que vieron Spock y McCoy antes del incidente.

Kirk observó los pocos minutos que se habían grabado. Sacudió la cabeza. Parecía improbable que semejante desastre hubiese acaecido sin más. Spock se había aproximado con lentitud, dejando claras sus intenciones. Si estaba en lo cierto y la telepatía era su medio de comunicación, eso explicaba muchas cosas. Una cultura de telépatas necesita la radio tanto como el espacio exterior necesita más vacío; pero, si eran telépatas, ¿Cómo era posible que no hubiesen captado las intenciones pacíficas de Spock? Algunas culturas tenían tabúes respecto al contacto físico, pero el aspecto del vulcaniano denotaba una presencia alienígena y Spock no se había impuesto al humanoide. Si el contacto estaba prohibido, ¿por qué el humanoide no había retrocedido o indicado de otra manera que el oficial científico debía detenerse?

–Maldición -dijo Kirk, con las manos cerradas en tensos puños-, ellos han seguido los procedimientos de primer contacto. Esto no debería haber sucedido.

–¿Qué hacemos, señor? – inquirió Chekov.

–Prepare los cañones fásicos. Extraiga la energía de todo el nivel seis y de los sistemas que no sean de prioridad máxima.

–¿Preparo también los torpedos de fotones, capitán?

–No, señor Chekov. Los rayos fásicos son más precisos. No quiero iniciar una guerra. Quiero que esa gente de ahí abajo me proporcione aislante antirradiactivo. Esto no es una agresión armada. Todavía no.

Kirk observó a Chekov mientras éste comenzaba a accionar interruptores y empezaban a iluminarse las luces que indicaban que los cañones fásicos estaban cargándose y preparándose para la acción. Luego, las luces rojas hicieron eclosión como flores en primavera.

–Señor, los tripulantes responsables de las baterías fásicas no están en sus puestos.

–¿Por qué no?

Pavel Chekov se volvió a mirarlo y se encogió de hombros. para dar a entender que no tenía ni idea.

–Señor Sulu, tiene el mando. Voy a ir a encargarme personalmente de esos tripulantes. No abrirá usted fuego a menos que la vida del grupo de descenso se halle en peligro.


–Sí, sí, señor. – Sulu se deslizó en el asiento de mando mientras Kirk avanzaba a toda prisa hacia el turboascensor. Descendió y atravesó a toda velocidad el ancho platillo de la parte principal de la Enterprise, y se encaminó velozmente hacia la zona exterior, donde el núcleo de control armamentístico se hallaba emplazado debajo de la estructura.

Vacío. La sala había sido evacuada como si se hubiese producido una alarma. Se deslizó en un asiento y preparó las baterías fásicas.

–Señor Sulu, informe de estado.

–No ha cambiado nada, señor. Los alienígenas han encerrado al grupo de descenso como si fueran animales de granja. Ni siquiera los han metido en una celda. Parece un corral con una valla de tres metros de altura.

–He activado los circuitos de disparo de las baterías fásicas. Haga bajar aquí de inmediato a un grupo de seguridad. Quiero que haya alguien controlando las baterías fásicas, y luego quiero los nombres de los que han abandonado sus puestos. Deben tomarse medidas contra sus actos, y quedarán pendientes de futuras acciones disciplinarias.

Cortó violentamente la comunicación con el puente y concentró su atención en la preparación de los cañones fásicos. Cuando oyó unos pasos ligeros a su espalda, dijo:

–Tome el relevo. Tengo que regresar al puente. – Kirk hizo girar el asiento y vio a Lorelei de pie y en silencio en la puerta.

–James, la tripulación ha descubierto por fin la Senda Verdadera. Ninguno le ayudará a utilizar esas armas. Han descubierto un camino mejor que la violencia.

–Spock, McCoy y otros cuatro tripulantes se encuentran en peligro ahí abajo. Usar los cañones fásicos podría ser la única forma de ponerlos en libertad. ¿Acaso está dispuesta a condenarlos a muerte?

–Si eso significa cambiar las vidas de ellos por las de otros, sí. No vale la pena salvarlos a ese precio.

–¡Ellos son mis amigos, miembros de mi tripulación! – gritó Kirk.

–Es una desgracia que se haya producido semejante situación, pero con violencia no resolverá nada. Lo único que conseguiría la violencia sería empeorar las cosas.

–¿Ha convencido usted a mi tripulación para que abandonara sus puestos?

–James, no le mentiré. Hablé seriamente con muchos de ellos, respondí a sus preguntas, borré sus dudas. Ninguno de ellos desea causarles daño a otras criaturas vivas. Debe buscar usted otra solución, una pacífica.

–¡Seguridad! – dijo con tono autoritario- Acompañen a Lorelei a su camarote y encárguense de que no salga de ahí. Usted, ocupe la batería fásica uno. Usted, ocupe la segunda batería. – No esperó para ver si sus órdenes eran cumplidas o no. No era fácil influir en los que ocupaban puestos de seguridad. Sabían cuál era su deber y lo cumplían bien.

Al igual que hacía el capitán James T. Kirk.

No obstante, mientras regresaba al puente las palabras de Lorelei roían sus defensas mentales sólidas como la roca. ¿Y si ella tuviera razón? ¿Y si existiera realmente una forma de actuar que no necesitara de la violencia?

Se sacudió con enojo.

–Exploraré todos los medios pacíficos antes de usar las baterías fásicas. Es el método que me enseñaron, y es el método en el que creo.

Sin embargo, Kirk se encontró con que dudaba incluso en el momento de volver a ocupar su asiento en el puente.


Una viscosidad le traspasó la tela del uniforme y le dejó la piel pegajosa. Sobresaltado, Kirk dio media vuelta y se encontró a Mek Jokkor de pie a su lado. La expresión del alienígena era de consternación. Estaba más trastornado de lo que Kirk lo había visto jamás. La mano se tensó y diminutos zarcillos espinosos se agitaron por la sensitiva piel. Kirk supuso que esa era la forma de comunicarse del hombre planta; para él, no significaba nada.

–Lo siento, pero no le entiendo.

–¡Hay muchas cosas que no entiende, delirante gusano del espacio! – El embajador Zarv tronó al entrar en el puente, seguido por Donald Lorritson-. ¿Es verdad que ha perdido usted a su oficial científico en un intento abortado de convencer a esos patanes para que le dieran unos pocos metros cúbicos de aislante antirradiactivo?

–No he perdido a mi oficial científico, como usted dice, embajador. Él, el doctor McCoy y otros cuatro han sido hechos prisioneros por los habitantes de este planeta. No hemos sido capaces de averiguar qué han hecho para provocar semejante reacción por parte de los nativos.

–Aficionados. En la Flota Estelar son todos unos aficionados. A veces me pregunto por qué permanezco en el servicio diplomático de la Federación.

–Capitán -dijo Lorritson, interrumpiendo sin más la invectiva de su superior-, he examinado las grabaciones de tricorder y no logro discernir ninguna razón que justifique la reacción de los nativos. No obstante, el tricorder no registra sutilezas que nosotros, por nuestra formación, estamos capacitados para observar. Pequeñas contracciones faciales, leves movimientos, incluso la distancia relativa entre personas. Son millones de datos los que constituyen nuestro material de trabajo.

–Vaya al grano, señor Lorritson.

–Deseamos transportarnos al planeta y acordar la puesta en libertad de los miembros de su tripulación. En el proceso, pensamos que nos será posible obtener el aislamiento antirradiactivo necesario para reparar la Enterprise.

Kirk lo consideró durante un momento. La propuesta parecía bastante razonable. Los tres eran negociadores de profesión. Pues que sacaran a Spock, McCoy y los otros de aquella difícil situación. Zarv, Lorritson y Mek Jokkor conocían a fondo su oficio, sabían cómo obtener cosas por medios pacíficos. No solicitarían el uso de la fuerza para respaldarlos. Ése era el único camino: pacíficamente.

Sacudió la cabeza, como si tuviera la cabeza llena de telarañas y quisiera quitárselas. Las palabras que resonaban en su interior tenían precisamente el mismo tono que las pronunciadas por Lorelei. De modo insidioso, ella había entretejido sus propios pensamientos con los de él y desdibujado la decisión que tenía que tomar. Quería resolver este problema de modo tranquilo, pero no podía excluir la fuerza si resultaba necesaria.

A diferencia de Lorelei, él creía que la fuerza a veces sí que solucionaba problemas. Era lamentable, pero en ocasiones la fuerza era la única respuesta para dilemas de otro modo imposibles de solucionar.

–Agradezco su oferta, señor Lorritson, pero no puedo correr el riesgo de enviar otro equipo tan pronto. Un segundo grupo que llegue pisándole los talones al primero podría incitar a los nativos. Intentaremos averiguar qué ha sucedido; luego, a uno de ustedes se le permitirá acompañar al segundo equipo de descenso. Como grupo, los tres son demasiado valiosos.

–Trabajamos en equipo, Kirk. – La beligerancia de Zarv aumentaba-. Usted nos ha metido en este lío. No servimos de nada quedándonos aquí sentados. Déjenos conseguir la libertad de sus tripulantes y llévenos a donde debemos ir. Tenemos que estar en las cámaras del consejo de Ammdon en menos de dos semanas. Si no llegamos a tiempo, habrá guerra.

–Si lo arrojan en el corral de esa prisión junto con Spock y los otros, nunca conseguirá llegar a Ammdon. Su seguridad es responsabilidad mía, embajador, tanto si le gusta como si no. Por favor, presénteme un análisis de la situación para que yo lo evalúe. La teniente Avias hará que la computadora analice sus hallazgos. – Señaló a la mujer que ocupaba el terminal de Spock. Aunque no era tan capaz como el vulcaniano (¿y quién, en toda la Flota Estelar, lo era?), había aprendido mucho de él. Trabajaba tan bien como se lo permitían las circunstancias.

–No tenemos tiempo para semejantes maniobras. No son más que una pérdida de tiempo. No vamos a formar un comité para estudiar la formación de un comité, Kirk. Eso es para burócratas de escritorio. Tenemos que bajar a la superficie del planeta y celebrar una reunión cara a cara con sus líderes.

–Ni siquiera hemos identificado a sus líderes, Zarv -contestó Kirk, cuya paciencia estaba agotándose.

–Nosotros podemos aclarar con rapidez este malentendido, capitán -intervino Donald Lorritson. El hombre alisó su impecable jubón de seda roja, del que quitó imaginarios fragmentos de hilos-. Esa es nuestra profesión.

–En este malentendido hay mucho más que la ineptitud de mis oficiales para establecer contacto con alienígenas, señor Lorritson. Ya han oído mis órdenes. Ejecútenlas.

–¡órdenes! – rugió Zarv-. Nosotros no estamos bajo sus órdenes. Nosotros somos…

Tanto Lorritson como Mek Jokkor se llevaron a su embajador aparte, y el humano habló seriamente con el tellarita durante varios minutos. Mek Jokkor se mantuvo a un lado, sin manifestar mayor interés en la discusión. Kirk no pudo evitar preguntarse por los procesos de pensamiento de Mek Jokkor. ¿Cómo se relacionaba una planta con una vida animal? ¿Le parecería una forma de vida estúpida y abrupta, o meramente tolerable? No había manera de averiguarlo. No ahora. Tal vez Kirk pudiera preguntárselo después, cuando las cosas estuviesen más tranquilas.

–Muy bien, capitán -bufó Zarv. El trío se marchó sin más. – Ufff -suspiró Kirk al tiempo que se dejaba caer en el asiento-. Me alegro de no tener que verlos más durante un rato. Chekov, informe. ¿En qué condiciones están las baterías fásicas?

–Eh… señor, nadie responde cuando llamo.

–¿Ha tomado usted el control?

–Por supuesto, señor, pero es necesario que se accionen algunos interruptores. No puedo hacerlo todo desde aquí. Necesito que haya alguien en las baterías.

Más deserciones. Su tripulación se había visto más influida por Lorelei de lo que él se atrevía a reconocer ante sí mismo. Una buena andanada de rayos fásicos era lo único con lo que podía contar. Esperaba que las cosas no llegaran a ese punto.

–¿Señor? – preguntó Uhura de modo repentino-, ¿ha autorizado usted el uso del transportador?

–Por supuesto que no. ¿Qué está sucediendo?

–Zarv y sus ayudantes acaban de transportarse al planeta, señor. Se encuentran en la superficie.

La sensación de abatimiento que Kirk experimentaba, se intensificó. Los diplomáticos habían desobedecido sus órdenes.


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