CAPÍTULO XIV
La impresión que Codi se había llevado de su conversación con Mollaret era tan intensa que tardó en creerse la más básica de sus propias objeciones: que los hechos y las pruebas brillaban por su ausencia. Cuando estuvo más calmado, se recordó firmemente que el editor no le había contado prácticamente nada nuevo. Se había enterado de cómo funcionaban los repetidores: un conocimiento que sin duda le vendría bien, pero que no tenía ninguna utilidad inmediata. Conocía el resultado de dos juicios, pero no albergaba esperanzas de entender su trasfondo. El derecho, igual que los negocios, no era su punto fuerte. Y, por último, estaba la animadversión hacia Lynne.
Mollaret había hablado mucho sobre ella. Parecía tenerle más manía a la mujer que al propio Ramis. El periodista no estaba de acuerdo. Lynne lo había manejado con facilidad en varias ocasiones, Codi lo tenía muy claro y no le importaba en exceso. La mujer podía jugar con él, discutir con él, pero nunca alteraría sus convicciones. Aun suponiendo que Mollaret estuviera en lo cierto y que Lynne le hubiera contratado para tenerlo callado, era ella la que había cometido el error. Viendo el asunto desde un punto de vista lógico, de existir alguien interesado en urdir una trama tan grotesca, sería Ramis. Fueron sus andanzas las que acabaron en tragedia. Era él quien hacía dinero con los éxitos de Emociones Líquidas. Y la razón más poderosa de todas: era él quien le caía mal a Codi.
Durante el día siguiente, Codi amplió la información que había obtenido de Mollaret. Se enteró mejor de cómo funcionaban los repetidores: para su mentalidad de profano, el proceso era casi el mismo que el utilizado por el implante de identificación en su muñeca.
Cuando Codi tenía que confirmar sus datos personales, estrechaba la mano de otra persona. Cuando hacía un pago, pasaba su mano por un lector. En cada caso, el implante validaba la operación. Igualmente, cuando Resonance trataba de establecer una conexión con un cliente, el repetidor confirmaba que era uno de los proveedores legales de Airnet autorizados para hacerlo.
Como toda aquella actividad desleal hacía mella en su conciencia, Codi volvió a visitar el despacho de Lynne en varias ocasiones dispuesto a informarla del cariz que estaba tomando su investigación, pero la doctora seguía muy ocupada. En la última visita de Codi hasta tenía un compromiso para cuando quedara disponible: Fally Ramis estaba sentada en el recibidor, claramente dispuesta a permanecer allí todo el tiempo que hiciera falta. La presencia de los guardias les impidió intercambiar más que un cortés saludo, y Codi notó con alivio que Fally no parecía inclinada a exigir más de él. Parecía bastarle con poder exponer sus problemas ante la doctora.
Codi sólo vio a la mujer un momento, cuando la puerta se entreabrió y varios hombres trajeados abandonaron el interior. Dentro, Lynne estaba discutiendo con varios otros. El movimiento de su cabeza al ver a Codi fue más un recordatorio de que los asuntos que ambos trataban no eran apropiados para la discusión en público que un saludo.
—Estamos preparando el lanzamiento de los ambientes —dijo a modo de explicación—. Será una gran presentación, seguramente en el hotel Crialto. Tienen el mejor instrumento de la ciudad, después de los nuestros, perfecto para el concierto en directo.
—¿Más fiestas? —preguntó Codi.
—Con algo de suerte, ésta será la última. Por eso tiene que ser la mejor de todas. ¿Hay algo totalmente urgente que necesites decirme?
La respuesta era no, y Codi volvió a su despacho. Realizó más búsquedas sobre Eleni, hasta que se dio cuenta de que estaba empezando a repetirse. Leyó con lupa los últimos números de Hoy y Mañana hasta estar seguro de que aún no había empezado a atacar a Ramis entre líneas.
—Codi, ven. ¡He traído cruasanes!
Codi apartó los ojos de la pantalla y parpadeó varias veces, tratando de borrar de su campo visual los destellos de luz. Deni se encontraba en el umbral. En sus manos tenía, haciendo honor a sus palabras, un paquete ligeramente grasiento que desprendía un intenso olor a bollos con mantequilla.
—Recién hechos, calentitos. ¡Ven, que se acabarán!
—Ahá.
La puerta se cerró, y el cosquilleante olor desapareció del despacho. Codi inspiró lenta y profundamente, estiró las piernas y estuvo un rato presionando con fuerza las palmas contra sus globos oculares. Cuando apretaba demasiado fuerte, veía estallidos de estrellas en los márgenes de su visión.
Los cruasanes estaban ya desenvueltos cuando llegó, y los asistentes habían dado buena cuenta de ellos: sólo quedaban los más aplastados, y prácticamente todos los presentes tenían uno en la mano.
—¿Dónde te escondes todo el tiempo? —preguntó Deni—. Paso a por ti todos los días y sólo es la segunda vez que te encuentro. Mójalos aquí. Con mermelada de cereza están buenísimos.
—Y sin ella también —contestó Codi eligiendo el último cruasán entero del paquete—. Ahora mismo es importante que hable con un montón de gente.
Deni asintió, murmurando algo sobre los malditos periodistas que podían salir del edificio cuando quisieran y que encima se quejaban.
—¿Cuándo me he quejado? —protestó Codi.
—Todos se quejan —sentenció Deni. Masticó con determinación un rato—. Vamos a montar una cena la semana que viene. Queremos invitarla.
—¿A quién?
—A quién, a quién… A Bastia, por supuesto. Irás a invitarla tú.
—¿Por qué?
—Porque eres el nuevo y le dará pena dejarte solo con nosotros.
No iba a decir que no a una cena, pero dar pena no entraba en los planes de Codi.
—¿Por qué no la llamáis, simplemente? —protestó.
Ella retoca música, idiota, no está conectada a Airnet. Venga, es tu oportunidad de hacer algo por tus compañeros de pasillo. Te daremos instrucciones de cómo bajar. Los sótanos de Aquamarine pueden ser muy enrevesados.
Lo que Codi planeaba hacer era negarse educadamente y volver al despacho para buscar inspiración en el asunto de Eleni. Lo hubiera hecho, sin duda, si Deni no hubiera pronunciado la palabra Aquamarine. Se le ocurrió que podía convencer a Bastia de que le llevara a los estudios y allí, si seguía teniendo suerte, quizá daría con Gabriel. Con cada día que pasaba, hablar con el orchestrista se hacía menos importante a nivel humano —Codi aún echaba humo al recordar su salida de tono en el despacho de Lynne— y más imperioso a nivel profesional. Gabriel debía de conocer a otros orchestristas, a técnicos de sonido, todo tipo de gente envuelta directamente en la producción musical. Si había algo en marcha relacionado con la manipulación a través de la música, Cherny lo sabría.
—Está bien —dijo adoptando un aire de importancia—. Me han contado lo del intercambio de claves, y lo han hecho parecer un asunto sin importancia. Pero si alguien me para allí y me pregunta qué estoy haciendo, corroboraréis que sólo he bajado a los sótanos con la intención de ligar.
Así fue como, llegada la tarde, Codi se encontró en el vestíbulo del edificio, mirando por encima del hombro mientras sacaba del bolsillo el memo con la clave apuntada. Deni le había jurado y perjurado que el intercambio de claves era algo común y que a los vigilantes apenas les preocupaba. Codi había evitado mencionar que los vigilantes no le importaban; lo que no deseaba de ninguna forma era perder la confianza de Lynne. Tanto si la doctora estaba metida en algo como si no, no le haría ninguna gracia saber que Codi se centraba en comprobar la inocencia de Ramis… y la suya propia.
Codi accedió a las escaleras sin dificultad —se suponía que era el camino donde menos obstáculos encontraría—. Bajó los siete niveles que Deni le había mencionado. Mirando por el hueco que se abría en medio, suponía que debían de quedar otros veinte hasta llegar al final. Así, confirmó que su esperanza de cruzarse con Gabriel por casualidad había sido absurda, igual que la de desentrañar algún misterio de Aquamarine simplemente vagando por allí.
Encontrar a Bastia, por el contrario, resultó más que fácil. Si en las alturas ya tenía fama, en las profundidades era el centro de atención. Codi sólo tuvo que preguntar una vez, inmediatamente fue llevado por un laberinto de pasillos claustrofóbicos hasta una gran habitación donde, gracias a los múltiples y voluminosos trastos que la llenaban, apenas tenía espacio para desenvolverse.
—¡Candance! ¡Has venido a verme! Me encanta que mis amigos de arriba se acuerden de mí.
El grito había sido fuerte, y Codi adivinó que, igual que el día que la conoció, escuchaba música de fondo.
—Vengo como representante de un comité —dijo poniéndose serio—. En nombre de los habitantes del segundo pasillo estás invitada a la cena que planeamos organizar.
—Acepto encantada —repuso ella, tratando de ser igual de formal pero fallando por el volumen de su respuesta—. Sólo has venido a eso, ¿o pensabas también aprovecharte del estupendo café que preparamos aquí? Creo que puedo tomar diez minutos libres.
—Me aprovecharé del café.
Bastia desapareció entre filas de estantes y cajas, y Codi miró alrededor con más atención. Aquel lugar estaba lleno de chismes tecnológicos: había suficiente para estar explorando durante años. Dispuestos sobre altísimos estantes, allí había de todo: desde cajas llenas de implantes cocleares hasta lo que parecían gigantescas patas de araña multiarticuladas. Tenían un tronco común muy grueso del que se separaban ramas divididas a su vez en otras más finas. Codi pudo contar hasta ocho divisiones, la última tan diminuta que daba lugar a agujas milimétricas.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó tocando con la yema una de las minúsculas terminaciones.
Fue un toque leve, pero las puntas se le clavaron en la piel. Codi se apresuró a retirar la mano y se lamió el dedo. Minúsculas gotas de sangre se quedaron manchando el artilugio.
—¿Qué dices? —el volumen fue normal esta vez.
Codi se volvió a tiempo de ver a Bastia quitarse el pesado cinturón.
—Estas cosas, ¿qué son? —repitió.
—Nunca has visto un orchestrón en tu vida, ¿a que no? Me cuesta recordarlo, a veces. Me paso la vida rodeada de esas cosas —Bastia cogió el artilugio con las dos manos, haciendo bastante fuerza para elevarlo del estante—. Esto es parte de un brazo de orchestrón. Se monta por aquí con varias otras piezas hasta completar el brazo entero.
Codi no pudo ver por dónde lo agarraba, pero el truco le pareció más que peligroso: un movimiento en falso podía dejarla sin una extremidad. No prestó mucha atención a la explicación sobre el montaje que siguió. Lo único con lo que se quedó fueron las primeras palabras, «parte de un brazo», que le recordaron la sensación que ya tuvo en las Hayalas: que el tamaño del instrumento completo debía de ser enorme.
—¿Podría ver los instrumentos? —preguntó. La oportunidad era demasiado buena para dejarla escapar—. He oído tocar, pero nunca he visto hacerlo.
—Los estudios no son un sitio donde se pueda llevar a gente de excursión… Además, aunque hoy no estamos realizando grabaciones, me han dicho que siguen ocupados como siempre.
—Eso no lo he entendido —confesó Codi.
—Pues que la última grabación que se hizo de Cherny fue ayer, yo misma la procesé. De hoy no ha llegado nada. Primero pensé que finalmente ha decidido tomarse un respiro, pero los técnicos de abajo dijeron que está tocando igual que siempre.
—¿Y eso es raro?
—No sabes hasta qué punto.
—Se acerca el lanzamiento de los ambientes. Arriba las cosas están que arden, preparando el concierto inaugural. Puede que simplemente practique.
Bastia soltó un bufido.
—No creo que le haga ninguna falta. Y lo que es más importante: él tampoco lo cree. Tiene un ego de saludable tamaño.
—No sé si le odias o es que te gusta —se rió Codi.
—Ninguna de las dos cosas. Hace que sienta ganas de llorar, y no sé si de emoción o de pura envidia.
—¿Y no hay ninguna forma de convencerte de que me lleves a conocerle?
Bastia agitó su café con un palillo, haciendo que el amargo olor se intensificara. Codi dio un sorbo al suyo, estaba tan caliente que no notó el sabor.
—No.
—Dime al menos cómo puedo encontrarlo.
—¿No lo entiendes? —dijo ella—. Puedo tener problemas si sigues husmeando por aquí. Colarse para acceder a la biblioteca de música es una cosa, pero si molestas a Cherny los grandes jefes lo sabrán. Dicen que es el ojito derecho de Lynne nada menos.
—Te aseguro que se equivocan.
Después del intercambio que Codi había presenciado, la sugerencia era hasta graciosa. El arañazo que Gabriel había dejado en la palma de Lynne probablemente no se habría curado aún. Bastia terminó su café con dos largos sorbos, recogió su cinturón del lugar en que lo había colgado y lo ajustó a su cintura.
—Acaba de tocar entre las nueve y media y las diez de la noche, que es cuando se van todos los técnicos —dijo sacando de uno de sus innumerables bolsillos lo que parecía un pequeño imán y pasándolo cerca de su oído—. Sale a la calle a dar una vuelta, y después vuelve. A veces sube a las plantas superiores, y otras baja al estudio de nuevo. Al menos, es lo que ha hecho todos los días hasta ayer. No sé más.
—Gracias.
—Ni siquiera tengo claro por qué te lo estoy diciendo.
Codi pensó que sí lo sabía. Quizá no tenía la imagen completa, pero había notado un cambio en la rutina de las grabaciones y tenía tantas ganas de descubrir la razón como el propio Codi. El periodista terminó su café y se despidió de ella diez minutos más tarde. Eran las siete de la tarde: necesitó mucha imaginación para ocupar las dos horas que faltaban hasta la hora indicada. Entonces bajó al vestíbulo y se dispuso a esperar. Estaba un poco preocupado porque su presencia allí fuera cuestionada por algún vigilante, pero Bastia había tenido razón. Era la hora de salida de los técnicos; había demasiado trajín para que nadie se fijara en él.
La gente salía de los ascensores casi sin parar. Las puertas se abrían una y otra vez, y Codi empezó a sospechar que acabaría mareado mucho antes de dar con Gabriel. La mayoría de personas subían desde los sótanos: Codi sabía que arriba regía un horario diferente, más laxo. A pesar de ello, cuando llevaba un cuarto de hora esperando se encontró con Deni y varios compañeros suyos, que compartieron con él sus dilemas profesionales —no se enteró mucho de los detalles— y le interrogaron acerca de su misión. Codi les tranquilizó respecto a la buena disposición de Bastia, y después charló sobre nada en particular mientras estudiaba de reojo el río de empleados que salían del edificio.
Eran más de las diez y los ascensores llegaban casi vacíos cuando vio a Gabriel salir de uno de ellos. Parecía cansado: se movía con apatía, como si ejecutara una serie de movimientos automáticos. Codi maniobró para ir a su encuentro. El resto de ocupantes de la cabina le dirigieron miradas de desinterés mientras le rodeaban, pero Cherny dirigió los ojos demostrativamente hacia el otro lado. Con las manos en los bolsillos, pasó por delante de Codi como si no le conociera acompañado por un guardia que se mantenía a unos pasos detrás de él. El gesto fue obviamente calculado, el mensaje evidente. Las entrañas de Codi se encogieron con desagrado. El saludo que estaba a punto de abandonar su boca se quedó dentro.
Primero la salida de tono en el despacho de Lynne, y ahora esto. No sabía qué demonios le pasaba a Gabriel, pero tras haber estado esperando más de una hora, decidió abruptamente que no ardía en deseos de enterarse. Las amistades exigían cierta reciprocidad: si Cherny estaba más interesado en el logotipo de Emociones Líquidas que en la presencia de Codi, entonces Codi iba a…
Entonces reaccionó, consciente del ridículo que estaban haciendo los dos.
—¡Oye, Gabriel…! —llamó.
Cherny se paró —su acompañante hizo lo mismo— y se volvió hacia él.
—¿Hablamos? —dijo Codi tentativamente, esbozando una sonrisa.
La habitual máscara de indiferencia del orchestrista desapareció al instante, sustituida por auténtico aborrecimiento.
—Tú ya has hablado más que suficiente —escupió.
Tan arrolladora fue la intensidad de su odio que Codi se quedó parado, la sonrisa congelada en los labios. Hasta que las puertas de la calle se cerraron a espaldas de Cherny, le miró fijamente y sin encontrar una palabra que decir.
Si Codi se había sentido molesto por el comportamiento de Gabriel en el despacho de Lynne, ahora estaba fuera de sí. Podía encontrar una justificación para el primer episodio; para el segundo, las excusas no existían. Era la silente implicación de que Codi había cometido el peor de los pecados y Cherny era el agraviado lo que ponía fuera de sí al periodista. Codi tenía muy claro quién estaba en deuda con quién. Había perdido el trabajo por hacerle a Cherny un favor. Aun ahora, seguía guardando fielmente sus secretos y arriesgando su buen nombre ante Lynne.
¿Quién se creía que era Cherny para tratarle así?
El enfado le duró a Codi todo el día siguiente, pero desapareció llegada la noche. Después de varios días sin tiempo material para llamadas, finalmente había invitado a Cladia a cenar en su apartamento. La cuasi-pelea de hacía varias semanas había quedado en el olvido. Terminaron comiendo pizza, sentados en el suelo uno al lado del otro, las espaldas apoyadas contra el sofá, riendo a carcajadas de las desventuras del supervisor inmediato de Cladia. La historia en sí misma no se merecía tanto entusiasmo, lo cual decía mucho sobre lo relajados y a gusto que estaban.
Era ya bastante tarde cuando la conversación se volvió seria de nuevo y Codi puso a Cladia al corriente de sus conversaciones con Harden y con Mollaret, de la aceptación de su artículo por este último y otros sucesos seleccionados.
—Estoy realmente harto. No entiendo qué le está pasando —confesó entre bocado y bocado. El buen humor había disipado los restos de su cólera, y estaba dispuesto a ser racional otra vez—. Siento que no se lo merece, pero aun así… No puedo evitar preocuparme. Y Lynne…
—No me gusta esa mujer —intervino Cladia.
—Ya lo habías dicho antes. No la conoces.
—Ni falta que me hace. Juega contigo, Codi, lo vi muy claro en cuanto me contaste cómo te contrató.
—Hablas como Mollaret. ¿Realmente piensas que puede estar —hizo un gesto vago con las manos— irradiando los jueces de un tribunal con ondas musicales?
—Por tu modo de preguntar no puedo contestar sin parecer una lunática. Te recuerdo que no necesitas hacer teorías al respecto. Tú mismo lo dijiste: si hay algo en marcha, Cherny tiene que saberlo. Acabas de contar que actúa de forma extraña: eso me da la razón.
—Gabriel nunca participaría en algo así.
La expresión de Cladia se oscureció al oír el comentario, y Codi adivinó al instante lo que le iba a replicar. Se mordió el labio, sabiéndose el probable perdedor de su contienda dialéctica.
—Tienes que recordar que ha cometido actos crueles antes, y más de una vez. Piensa en su hermana, y también en esa gema rara y en cómo la utilizó. En el fondo, toda la situación del presente supone una repetición de lo que hizo en el pasado: elegir un blanco e ir a por él. A mucho mayor escala, pero seguro que ha mejorado desde entonces…
—No creo que pueda ser artífice ni colaborador de algo que implica tanta perversión hacia el instrumento que ama —insistió Codi tercamente.
—Entonces vuelve a intentar hablar con él, pero no le digas una palabra a Lynne. Hazme ese favor. Hagas lo que hagas, no se lo cuentes a esa mujer.
—Me estáis cansando. Harden, Mollaret y ahora tú. ¿Qué obsesión tenéis con Ramis y Lynne? No han hecho nada. No he visto una sola prueba de algo ilícito, y eso que he sido contratado específicamente para buscarlas. Y por mucho que insistas, me niego a ver una conspiración en un turbio asunto policial de hace un cuarto de siglo y un veredicto de inocencia que a lo mejor era totalmente merecido. Yo… Verás… Si Lynne está metida en algo, acabaré descubriéndolo. Es así de simple. Pero… ¿Y si lo único que intenta es mantener la empresa en pie, y me necesita, y confía en que voy a hacer bien mi trabajo, y yo la estoy traicionando? Esta conversación es absurda, en realidad, pronto se aclarará todo. Faltan dos días para que se estrenen los ambientes musicales. Después, volveré a hablar con Lynne de lo que me prometió respecto a Eleni. Entonces sabré si juega limpio conmigo.
—¿Y si te dice que no ha dado con la chica? —preguntó Cladia.
—Hablaremos con Ramis sobre ella. Será una prueba aún más tajante de su sinceridad.
—¿Tú y Lynne, juntos?
—Ése fue el trato. Si no lo hace y me da largas, le llevaré mi currículum a Mollaret. Palabra de honor. ¿Se te ocurre algo que objetar ahora?
Se notaba que Cladia trataba de pensar en algo, y que realmente no se le ocurría ninguna pega que poner al plan. Acabó rindiéndose, aunque su cara seguía mostrando que el asunto no le gustaba.
—Dos días… —murmuró de mala gana—. ¿Y qué vas a hacer hasta entonces?
—No tengo ni idea —contestó Codi con sinceridad—. Empiezo a desear que Harden se lance por fin a por Emociones Líquidas. Así, al menos alguien habrá mostrado su verdadera cara.