CAPÍTULO 03
Los meses de servidumbre
Mi cuarto en Keverall Court quedaba cerca del de Lady Bodrean, por si acaso me necesitaba en cualquier momento. Era un cuarto bastante agradable —todos los cuartos de Keverall eran bonitos, incluso los más pequeños con sus paredes con paneles y su ventana encastrada—. Y, desde la ventana, podía ver los techos de Giza House, lo que me consolaba tontamente.
Al poco tiempo de estar en la casa me di cuenta de que Lady Bodrean me detestaba. Hacía sonar la campanilla con frecuencia cuando ya me había acostado, y me decía malignamente que estaba desvelada. Tenía que prepararle té, o leerle hasta que se adormeciera; y con frecuencia tenía que permanecer allí sentada, temblando, porque le gustaba que el dormitorio estuviera frío, o porque estaba cómoda bajo las mantas, mientras que yo llevaba sólo mi salto de cama. Nunca quedaba contenta con lo que yo hacía. Si no tenía motivo de queja guardaba silencio; si lo tenía, volvía sobre la cosa una y otra vez.
Su doncella personal, Jane, me compadecía.
—Milady parece tenerlas todas contra usted —reconocía—. Es normal. Lo he visto antes. Una criada regular tiene una especie de dignidad. Las doncellas o camareras son siempre necesarias. Pero las damas de compañía como usted… bueno… son otra cosa.
Creo que otra persona hubiera podido soportarlo mejor, pero yo jamás he podido tolerar la injusticia; antes, cuando venía a esta casa, yo estaba en términos de igualdad con Theodosia. Era muy duro aceptar la nueva situación, y fue sólo la alternativa de desterrarme de San Erno lo que me hizo quedar.
Comía sola en mi cuarto. En esos momentos leía los libros que me habían prestado en Giza House. No veía en esa época a Tybalt ni a su padre, que habían partido en una expedición a los Midlans, pero Tabitha siempre me daba libros.
Decía:
—Tybalt piensa que esto podría interesarte.
Los libros, mis visitas a Tabitha y el saber que Dorcas y Alison estaban bien y aseguradas eran la única alegría de mi vida en aquel entonces.
De vez en cuando veía a Theodosia. Hubiera sido amable conmigo de habérselo permitido su madre. No había malicia ni orgullo en Theodosia. Era como un negativo: recibía el reflejo de acuerdo a la gente que la rodeaba; nunca iba a ser activamente mala; pero, al mismo tiempo, hacía poco para aliviar mi situación. Tal vez recordaba el pasado, cuando yo la reprendía.
Cuando veía a Sir Ralph, él me preguntaba cómo andaba y me miraba con la expresión divertida que había visto tantas veces. Yo no podía decirle: «Su mujer no me gusta y la plantaría mañana, pero por desdichada que sea aquí, lo sería más estando lejos».
Iba a Rainbow Cottage lo más a menudo posible para ver a Alison y Dorcas. Era una casa muy interesante, que tendría unos trescientos años, creo, y había sido construida en la época en la que cualquier familia que pudiera construir una casita en una noche podía después reclamar la tierra en la que la había levantado. La costumbre de aquellos días era juntar ladrillos, tejas y empezar a construir en cuanto anochecía, trabajando toda la noche. Cuatro paredes y un techo eran una vivienda, que quedaba terminada por la mañana. Después el lugar podía agrandarse. Era lo que había pasado con Rainbow Cottage. Cuando los Bodrean compraron el cottage lo usaron para sus criados y lo agrandaron considerablemente, pero quedaban algunos rasgos antiguos como el viejo talfat —una especie de reborde en lo alto de la pared donde dormían los niños y al que se llegaba por una escalerilla—. Poseía una cocina moderadamente buena, con un horno en el que Dorcas cocinaba el pan más delicioso que yo había probado; después había una vasija de cobre en la que calentaban la leche cuajada, para hacer crema. Realmente ambas eran muy felices en Rainbow Cottage, con su agradable jardincito; aunque naturalmente echaban de menos la espaciosa rectoría.
Yo detestaba dejarlas y volver a Keverall Court a mis enojosos deberes, y me consolaba haciendo malignas imitaciones de Lady Bodrean mientras paseaba por la salita del cottage, blandiendo unos impertinentes imaginarios.
—Y a Sir Ralph —preguntaban ellas con timidez—. ¿Lo ves con frecuencia?
—Muy poco. No soy exactamente miembro de la familia, ¿sabéis?
—Es una vergüenza —dijo con calor Dorcas, pero Alison la hizo callar.
—Cuando te daban lecciones allí la cosa era distinta —se quejó Dorcas.
—Sí, entonces nunca se me ocurrió que no era uno de ellos. Pero no estaba empleada y es sorprendente lo poco que sabía de Lady Bodrean… por suerte.
—Todo puede cambiar —se aventuró a decir Alison.
Soy optimista por naturaleza e incluso en aquella época horrible tenía mis ensueños. Eran del tipo acostumbrado.
En una comida uno de los invitados, una señora, no podía venir. No querían ser trece a la mesa. Bueno, ahí estaba la dama de compañía. «Es muy presentable, después de todo ha sido educada aquí». Y entonces yo bajaba a comer con un vestido que Theodosia había descubierto para mí (a ella le quedaba atroz, pero a mí me sentaba de maravilla) y allí quedaba yo, sentada junto a «Alguien que conoces», decía Theodosia.
—¡Oh —exclamaba Tybalt— es maravilloso verte! Y hablábamos y todos se daban cuenta que él estaba absorto ante su vecina de mesa y después no se apartaba de mi lado. «Cuánto me alegro —decía— que lady X… Z… Y… ¿Qué importa su nombre? Cuánto me alegro que no haya venido esta noche».
¡Sueños, sueños! Pero ¿qué otra cosa me quedaba en aquel poco satisfactorio período de mi vida?
Había leído hasta quedar afónica.
—Su voz no está bien hoy, señorita Osmond. ¡Oh, Dios, qué fastidio! ¡Uno de sus principales deberes es leer!
Estaba allí sentada, la aguja pasaba una y otra vez con su hilo de lana azul, violeta o rojo, y estoy segura que no escuchaba lo que yo leía.
¡Si por lo menos hubiera podido leer uno de los libros que había traído de Giza House! A veces se me ocurría la idea de sustituirlos y ver si Lady Bodrean notaba la diferencia.
Con frecuencia dejaba a un lado el bordado y cerraba los ojos. Yo seguía leyendo, porque ignoraba si estaba o no dormida. A veces me interrumpía, para ver si se daba cuenta. Muchas veces la descubría durmiendo; pero solía atraparme, porque despertaba de golpe y preguntaba por qué no estaba leyendo.
Yo decía con timidez:
—Creía que estaba usted durmiendo, Lady Bodrean. Tenía miedo de molestarla.
—Tonterías —decía ella— siga y yo le diré cuándo debe interrumpirse.
Aquel día me hizo leer hasta que se me cansaron los ojos y la voz se me quedó ronca. Empecé a pensar en escapar costara lo que costara; pero siempre recordaba que irme representaba no volver a ver a Tybalt.
Naranja y Limón resultaron ser un don del cielo por su necesidad de ejercicio diario, que me daba ocasión de alejarme de la casa, llegar hasta Giza House y charlar un poco con Tabitha.
Llegué un día y supe en seguida que había sucedido algo inusitado. Tabitha me hizo pasar a la sala y me dijo que Sir Edward planeaba una expedición a Egipto. Iba a ser uno de sus esfuerzos más ambiciosos. Tabitha esperaba acompañar al grupo.
—Ahora que Sabina está casada —dijo— no es necesario que yo siga aquí.
—¿Tendrás allí algún trabajo que hacer?
—Naturalmente no será una tarea oficial, pero puedo hacerme útil. Puedo ocuparme de una casa si es necesario, y he aprendido bastante arqueología. Seré útil para llevar y traer como los aficionados.
La miré extasiada.
—¡Cuánto te envidio!
Ella sonrió con la sonrisa amable y dulce que le era peculiar.
—Lady Bodrean debe ser agobiante, me parece.
Suspiré.
Después ella siguió hablando de la expedición.
—¿Tybalt acompañará a su padre? —pregunté.
—Claro que sí. Es una de las misiones más importantes.
—Creo que no se habla de otra cosa en el mundo arqueológico. Ya sabes que Sir Edward es uno de los hombres más destacados de su profesión en el mundo entero.
Asentí.
—¿Y Tybalt sigue sus pasos?
Ella me lanzó una audaz mirada y me pregunté si habría traicionado mis sentimientos.
—Es idéntico a su padre —dijo Tabitha—. Hombres como ellos tienen una gran pasión en su vida… el trabajo. Es algo que siempre deben recordar quienes los rodean.
Yo no podía resistirme a hablar de Tybalt.
—Sir Edward parece muy remoto. Es como si no viera a nadie.
—De vez en cuando baja de las nubes… o debería decir sube del suelo. No es posible conocer a hombres como ésos en pocos años. Hay que estudiarlos toda la vida.
—Sí —dije— supongo que eso los vuelve interesantes.
Ella sonrió suavemente.
—A veces —siguió— he pensado que sería mejor para ese tipo de hombres vivir la vida de ermitaños o monjes. Su trabajo debería ser su familia.
—¿Has conocido a lady Travers?
—Al fin de su vida.
—¿Y crees que Sir Edward es más dichoso como viudo que como marido?
—¿Te ha dado esa impresión? Vine a esta casa como un ama de llaves más bien privilegiada. Los conocíamos desde hacía años, y cuando hubo necesidad… yo tomé el puesto, como tú has tomado el tuyo.
—¿Y Lady Travers murió después?
—Sí.
Yo deseaba saber cómo era la madre de Tybalt, y como me habían dicho con frecuencia Dorcas y Alison, estuve lejos de hacerlo con tacto. Dije, sin querer:
—No era un matrimonio feliz, ¿verdad?
Ella pareció sorprendida.
—Bueno… tenían poco en común. Como he dicho, los hombres como Sir Edward no suelen ser modelos de esposos.
Tuve en aquel momento la certeza de que me estaba previniendo.
—¿Recuerdas a Evan Callum? —preguntó con animación.
—Naturalmente.
—Viene a visitarnos. Y también he oído que vuelve Hadrian. Pronto estarán ambos aquí. Les interesará saber todo lo referente a la expedición de Sir Edward.
Me quedé un rato hablando, aunque sabía que no lo debía hacer. Quería saberlo todo. Tabitha estaba muy animada.
—Sería maravilloso que pudieras venir —dijo— estoy segura que te gustaría más que atender a esa dama no muy simpática…
—¡Oh, si pudiera…!
—¡Quién sabe! Tal vez un día…
Volví en medio de una especie de deslumbramiento a Keverall Court. Nuevamente soñaba. Era mi único consuelo. Tabitha enfermaba: no podía partir. Alguien tenía que reemplazarla, decía Sir Edward. «Ya sé» exclamaba Tybalt. «¿Qué les parece Judith Osmond?». «Siempre se ha interesado en esto».
¡Qué ridículo y que malo era desear que Tabitha enfermara!
—Me sorprende, señorita Osmond —dijo Lady Bodrean—. Hace media hora que la estoy llamando.
—Perdón, no me di cuenta del tiempo.
—¡No se ha dado usted cuenta del tiempo! No está usted aquí para olvidar el tiempo, señorita Osmond. No le pago para eso, ¿sabe?
¡Oh! ¿Por qué no le dije a esa desagradable mujer que no quería seguir más a su servicio?
Sencillamente porque, me dijo mi propia lógica, si lo haces tendrás que hacer algo. Tendrás que irte y, ¿cómo volverás a ver a Tybalt si lo haces?
De alguna manera yo había traicionado mi incapacidad para aceptar mi posición con resignación, y aquello era algo que Lady Bodrean estaba decidida a hacerme sentir.
Me recordaba constantemente que era una criada a sueldo. Procuraba cortarme la libertad en todo lo posible.
Si me mandaba a algún encargo me contaba el tiempo. Me Hacía caminar por los jardines llevándole la canasta cuando cortaba flores; me decía que las arreglara… Mis esfuerzos en este sentido artístico siempre habían divertido a Dorcas y Alison. Decían: «Si alguien puede desarreglar un florero, ésa es Judith». En la rectoría era una broma. Aquí era un asunto serio. Si podía humillarme, lo hacía; y buscaba y encontraba muchas oportunidades.
Por lo menos, me decía, esto me enseña cuán feliz era el hogar que me dieron Alison y Dorcas y les estaré eternamente agradecida.
Nunca olvidaré el día en que me dijo que iban a dar un baile en Keverall Court.
—Naturalmente una muchacha en la situación de mi hija tiene que ser presentada en sociedad, como es debido. Estoy segura que usted comprende esto, señorita Osmond, porque aunque usted no está en la misma posición, ha aprendido algo de buenas maneras en el vivir cuando se le permitió recibir lecciones aquí.
—Las buenas maneras es algo que ahora echo de menos —repliqué.
Ella me entendió mal.
—Tuvo usted suerte en poder conocerlas por un tiempo. Siempre he creído que es un error educar a la gente por encima de su condición social.
—A veces —dije— permite que los hijos e hijas de eruditos hombres de iglesia puedan ser útiles a gente de clase social superior.
—Me alegro que lo tome usted así, señorita Osmond. Confieso que no siempre muestra usted esa atractiva humildad.
Era una mujer excesivamente estúpida. Yo había oído que Sir Ralph se había casado con ella porque era rica.
Por qué lo había hecho estaba más allá de mi entendimiento, ya que él era también por su parte un hombre rico.
Pero pude entender por qué había adquirido reputación de buscar consuelo en otra parte.
—Tendrá usted mucho que hacer —prosiguió—. Escribir y mandar invitaciones. No tiene usted idea, señorita Osmond, de lo que representa dar un baile como éste.
—No creo que se espere que lo sepa —replique— viniendo del medio social del que vengo.
—Claro que no. Será para usted útil aprender. Una experiencia como ésta es útil para alguien en su situación.
—Haré humildemente todo lo posible —contesté con ironía.
Pero esto, naturalmente, se perdió para Lady Bodrean.
Jane, la doncella de Lady Bodrean, me hizo un guiño.
—¿Una buena taza de té? —preguntó—. Ya está lista.
Tenía una lámpara de petróleo en su cuarto, que era bastante confortable.
—¡Oh!, sé cómo vivir bien —decía.
Me senté y ella me sirvió.
—Palabra, la ha tomado contra usted.
—Mi compañía no le da ningún placer. No sé por qué no se da el gusto de privarse de ella.
—La conozco. Se divierte. Le gusta atormentar a la gente. Siempre ha sido así. Estoy con ella desde antes de que se casara. Y ha empeorado.
—No creo que haya sido muy cómodo para usted.
—¡Oh!, yo sé tratarla. ¿Azúcar, señorita Osmond?
—Sí, gracias —dije pensativa—. Realmente parece tenerme más antipatía de lo que es normal. Reconozco que no cumplo con mis deberes muy eficientemente. No sé por qué no hace lo que siempre está sugiriendo… por qué no me despide.
—Ni quiere hacerlo. ¿A quién va a torturar entonces?
—Tiene cantidad de gente para elegir. Entre todos ustedes podría encontrar alguna persona fácilmente atormentable.
—¡Oh, no bromee, señorita Osmond! A veces temo que de todos modos usted estalle.
—Yo también —dije.
—Recuerdo cuando venía usted a las lecciones. Decíamos «Dios, esa niña tiene más ánimo que todos los otros juntos. Un verdadero diablillo. —Y cuando había alguna travesura, siempre decíamos—: No hay duda: Judith Osmond está detrás de esto».
—Y ahora presencian ustedes la metamorfosis de Judith Osmond.
—¿Cómo? ¡Ah!, he visto cosas similares. La institutriz de los niños antes de la señorita Graham. Era una chica de bastante ánimo. Y no pasó mucho tiempo sin que ocurrieran cosas. Sir Ralph le echó el ojo y cuando Lady Bodrean se ponía a trabajar… ¡Palabra, cambió mucho!
Antes Sir Ralph, bueno, ¡hay que ver cómo era! No había mujer segura a su lado. También ha cambiado mucho. Está más tranquilo. También lo he visto raro, distraído. Se ha apaciguado un poco. Ha habido algunos escándalos… —se acercó a mí y sus vivos ojos pardos se iluminaron de placer—. Mujeres —dijo— no podía dejar en paz a una linda chica. Corrían rumores. Al principio. Muchas veces… he oído… porque estaba en el cuarto contiguo, ¿sabe?, oía, aunque no quisiera oír…
Pude imaginarla con el oído en la cerradura mientras Sir Ralph, convertido en un joven don Juan, recibía las acusaciones de su mujer engañada.
—Después de un tiempo ella pareció resignarse y darse cuenta que no podía hacer nada. Él siguió su camino y ella el suyo. Él quería un hijo, claro. Y no tuvieron otro después de Theodosia. Por eso el niño Hadrian vino a vivir aquí. Pero ella, milady, es más maligna cada día y cuando le mete la puñalada a alguien va hasta el fondo.
Dije:
—Supongo que debería irme.
Jane se me acercó más y murmuró:
—Podría usted encontrar un lugar mejor. Lo he pensado. ¿Y qué piensa de la señorita Theodosia?
—¿Qué pasa con ella?
—Este baile… bueno, es una especie de presentación. Todos los caballeros elegantes y ricos de la vecindad serán invitados. Después vendrán otros bailes y demás. Ya sabe usted a qué lleva eso. Exhiben a la señorita Theodosia ante ellos con todos sus encantos, y no es el menor la dote que lleva al cuello. Los jóvenes presentarán credenciales y harán ofertas. Usted siempre tenía una respuesta, ¿verdad?
Yo le decía a la señorita Graham «Dios, esa chica tiene labia». Pero lo que quiero decir es esto: dentro de poco encontrarán un marido para la señorita Theodosia, y usted es su amiga, de modo que…
—¿Yo, su amiga? ¡Por favor, que Lady Bodrean no le oiga decir eso! Estoy segura de que se indignaría.
—Ahora está usted resentida. Una cosa es ser tratada como igual y otra verse de pronto recibiendo un sueldo. Tiene usted que ser inteligente. Usted y Theodosia se han criado juntas. Era usted quien la mandaba. Theodosia no es como su madre. Usted debería recordarle su antigua amistad.
—¿Adular a la hija de la casa?
—Podrían ustedes volver a ser amigas y, cuando ella se case… ¿me entiende? Madame Theodosia querrá una dama de compañía y ¿quién mejor que su antigua amiga?
—¿Qué le parece?
—Maquiavélico —dije.
—Puede usted tomarlo a risa. Pero a mí no me gustaría pasar la vida atendiendo a esa vieja asquerosa…
—¿Y si Theodosia no se casa?
—¿Cómo no va a casarse? ¡Claro que se casará! Ya le han elegido el novio. He oído que Sir Ralph ha hablado con milady. Hubo toda una discusión. Dijo: «Tienes obsesión con esa gente. Creo que querías que Hadrian se casara con Sabina».
—¡Ah!… —dije débilmente.
—Yo le haría una apuesta, señorita Osmond.
Antes del año se anunciará el compromiso. Después de todo hay un título de por medio. El dinero, bueno, no es tan seguro, pero la señorita Theodosia tendrá bastante. Creo que heredará todo cuando su padre muera. Será una de las muchachas más ricas de la comarca. Naturalmente no quiero decir que los otros sean exactamente pobres, pero dicen que él ha gastado una fortuna en sus trabajos. Una manera graciosa de perder el dinero, de verdad. Cuando se piensa lo que puede hacerse con eso… ¡Y todo se pierde en excavaciones en lugares lejanos! ¡Dicen que algunos de esos lugares son tan calientes que no se los puede soportar!
Dije, aunque ya sabía la respuesta:
—¿Entonces, para Theodosia han elegido a…?
—Al hijo, naturalmente. A Tybalt Travers. Ah, sí, es el marido que han elegido para Theodosia.
Ya no pude seguir allí sentada, escuchando su charla.
Sir Edward y Tybalt habían vuelto a Giza House y venían a comer a Keverall House. Me las arreglé para estar en el vestíbulo cuando llegaron, fingiendo arreglar unas flores.
Tybalt dijo:
—Judith Osmond, ¿verdad? —Como si tuviera que mirar dos veces para estar seguro—. ¿Cómo está usted?
—Ahora soy dama de compañía, ¿sabe?
—Sí, lo he oído. ¿Siempre sigue usted leyendo?
—Ávidamente. Tabitha Grey me ayuda mucho.
—Bien. Padre, ésta es Judith Osmond.
Sir Edward me lanzó una mirada vaga.
—Es la chica que se disfrazó de momia. Quería saber qué se sentía estando embalsamada y en un sarcófago. Ha leído varios de tus libros —la atención de Sir Edward se fijó en mí. Sus ojos brillaron. Creo que la aventura de la momia le divertía. Ahora se parecía más a Tybalt.
¡Hubiera deseado tanto quedarme allí, hablando con ellos! Lady Bodrean apareció en lo alto de la escalera. Me pregunté si habría oído mi voz.
—¡Mi querido Sir Edward… y Tybalt! —Se precipitó por las escaleras—. Me pareció que hablaban ustedes con la dama de compañía.
Me dirigí a mi cuarto y seguí allí toda la velada. Era un alivio alejarme de mi tirana, porque Lady Bodrean se ocupaba ahora de sus invitados; los imaginé a la mesa y vi a Theodosia muy bonita con un vestido de raso rosado… gentil, amable, con una inmensa fortuna que sería muy útil para financiar expediciones a lugares exóticos.
Creo que nunca me sentí más desesperanzada que en aquel momento, con la visión de Tybalt fresca en mi mente, visión que confirmaba todo lo que yo había pensado de él. Estaba segura que él era el único hombre para mí. Me pregunté si no me convendría renunciar de inmediato a mi cargo.
Pero naturalmente eso no estaba en mi naturaleza.
Hasta que él se casara con Theodosia yo seguiría soñando… y esperando silenciosamente.
Llevé a pasear los perros hasta Giza House y, de pronto, una voz me llamó:
—¡Judith!
Me volví y vi a Evan Callum que salía de Giza House.
—¡Judith! —exclamó tendiéndome las manos— qué gran placer…
—Supe que venías —dije— y me alegro de verte.
—¿Y cómo andan las cosas contigo?
—Cambiadas —dije.
—¿No para mejor…?
—El rector murió. Ya sabes que Oliver se casó con Sabina yo soy ahora dama de compañía de Lady Bodrean.
Él hizo una mueca.
—¡Ah! —dije con una sonrisa— veo que tienes una sospecha de lo que eso significa.
—Una vez trabajé en la casa ¿recuerdas? Como profesor. Por suerte mi trabajo no caía bajo su jurisdicción. ¡Pobre Judith!
—Me digo cincuenta veces al día que no debo sentir piedad por mí misma. Y, si yo no la siento, tú no la debes sentir.
—Pero la siento. Eras mi mejor alumna. ¡Tenías tanto entusiasmo! ¡Y ésa es una de las mayores ventajas en esta profesión! ¡Entusiasmo! ¿Dónde podremos ir si no lo tenemos?
—¿Los acompañarás en la expedición?
—Desgraciadamente no. No tengo bastante experiencia para merecer tal honor. Creo que habrá muchas idas y venidas entre Keverall y Giza. Están convenciendo a Sir Ralph para que ayude a financiar el proyecto.
—Siempre se ha interesado profundamente. Espero que lo consigan.
—Tybalt no lo duda —miró alrededor. ¡Esto me recuerda los antiguos días! ¡Tú, Hadrian, Theodosia, Sabina…! Curiosamente la que menos se interesaba era Sabina. ¿Ha cambiado mucho?
—Sabina es la mujer del rector. La veo poco. Mis tareas no me dejan mucho tiempo libre. Visito a Dorcas y Alison cuando puedo, y vengo aquí a ver a Tabitha Grey, que ha tenido la amabilidad de prestarme libros.
—¿Sobre nuestro tema, claro?
—Naturalmente.
—Bien. Pero no quiero que te canses. Me han dicho que Hadrian volverá a casa al final de esta semana.
—No lo sé. No me dicen esas cosas.
—¡Pobre Judith! ¡La vida es injusta a veces!
—Tal vez ya he tenido mi parte de suerte. ¿Sabías que soy una niña que encontraron en un tren?
—¡Una niña abandonada!
—No exactamente. Fue un accidente. Mis padres murieron y nadie me reclamó. Me hubieran mandado a un asilo y nunca habría conocido a ninguno de vosotros, nunca hubiera encontrado un escudo de bronce y nunca hubiera leído los libros de Giza House.
—Yo siempre creí que eras una prima lejana del rector.
—Mucha gente lo cree. Dorcas y Alison pensaron que sería más bondadoso que creyeran que yo era una pariente lejana. Pero soy una desconocida. Tuve la suerte de que me recogieran y la vida ha sido maravillosa. Tal vez me toca ahora pagar por la enorme suerte que tuve al principio. ¿Crees que la vida actúa de este modo?
—No —dijo él—. Ésta es sólo una fase. A todos nos pasa. Pero Theodosia está en Keverall, y es amiga tuya.
Estoy seguro que ella nunca es mala contigo.
—No, pero la veo poco. Estoy demasiado ocupada y yendo de un lado a otro para atender a su madre.
Él me miró compadecido.
—Pobre Judith —dijo— quizás no siempre sea así.
Es como algo que se repite, ¿no te parece? Todos estábamos aquí juntos, y ahora volvemos a estarlo…
—Me gustaría haber podido apreciar el brillo de esa tela cuando el destino la estaba tejiendo… para seguir con tu metáfora.
—Ésa es con frecuencia la tragedia de la vida ¿no te parece? ¡No apreciamos lo bueno cuando lo tenemos!
—En el futuro lo haré.
—Espero que las cosas cambien para ti, Judith. Tenemos que vernos… con frecuencia.
—¡Oh!, pero tendremos entre nosotros las barreras sociales, porque, cuando vengas a Keverall Court, lo harás como invitado.
—Saltaré por encima de las barreras que nos separan —me aseguró.
Dijo que quería acompañarme en el camino de vuelta, y me sentí muy reconfortada con su regreso a San Erno.
Hadrian llegó el fin de semana. Yo estaba en el jardín, donde me habían mandado a recoger unas rosas, cuando me vio y me llamó.
—¡Judith! —Me tomó de la mano y ambos nos examinamos.
Hadrian se había convertido en un hombre apuesto, tal vez siempre lo había sido y yo no lo había notado antes.
Su tupido pelo castaño crecía bajo sobre su frente —o a mí me parecía bajo, porque uno de los rasgos prominentes de Tybalt era su frente alta—. Había algo muy agradable en Hadrian y, por más enojado que estuviera, siempre había una chispa en sus ojos gris azulados. Era de estatura mediana y de anchos hombros; y cuando me saludaba, sus ojos se iluminaban de una manera que me parecía reconfortante.
Sentí que Hadrian era una persona en la cual podía confiar.
—Te has convertido en un erudito, Hadrian —dije.
—Y tú te has vuelto aduladora. ¡Y dama de compañía! ¡De mi tía! ¿Cómo es eso posible Judith?
—Es fácil de explicar. Si uno no hereda dinero, tiene que ganarlo. Y hago precisamente eso.
—¡Pero tú, dama de compañía! Cortando rosas… ¡estoy seguro que siempre cortas las que no se debe!
—¡Cuánta razón tienes! Estas amarillas deberían ser rojas. Pero tengo el consuelo de saber que, si hubiera elegido las rojas, el amarillo habría sido el color elegido.
—¡Mi tía es una tirana! Lo sé. No creo que esta tarea sea para ti. ¿Quién la sugirió?
—Tu tío. Y tengo que estarle agradecida porque, si él no hubiese dispuesto que yo viniera aquí estaría cortando rosas o cumpliendo otra tarea para otra tirana a millas de distancia… y no estaría hablando contigo, y no habría visto a Evan, ni a… hum…
—Es una vergüenza —dijo con calor Hadrian—. ¡Nada menos que tú! ¡Eras tan arrogante!
—Ya lo sé. Es la ley de compensación. Los arrogantes son humillados. Castigados con su misma vara. De todos modos es grato saber que algunos miembros de la casa no me consideran un paria ahora que tengo que realizar la humillante tarea de ganarme la vida.
—Bueno, volvemos a estar juntos. Evan, Tú, Theodosia, yo… ¿y Sabina?
—Es la perfecta esposa del rector.
—No puedo creerlo.
—La vida suele ser distinta de lo que se espera.
Theodosia salió al jardín. Llevaba un vestido de muselina blanca con pintitas celestes y un sombrero de paja blanco, con cintas azules. Es muy bonita, pensé con dolor en el corazón.
—Decía a Judith que estamos juntos como antes —dijo Hadrian—. Evan y Tybalt… —noté que ella se ruborizaba un poco, y pensé en las palabras de Jane. Entonces era verdad. ¡No, no podía ser! Tybalt y Theodosia no eran una buena pareja. Era incongruente. Pero ella era casi bella; y muy conveniente; y heredera. Claro que Tybalt no iba a casarse por dinero. Aunque podía hacerlo. Estaba en el orden natural de las cosas. Sabina no se había casado por dinero, porque Oliver como rector, no tenía abundancia de medios económicos. ¡Cuánto habíamos cambiado todos!
La frívola Sabina se había convertido en la mujer del rector; la fea Theodosia iba a casarse con mi maravilloso Tybalt; y yo, la orgullosa, la que dirigía la sala de estudios, era el ama de compañía que pagaba el pan diario con servicios y humillaciones.
—Evan, Tybalt, tú, yo, Judith, Sabina y Oliver en su rectoría —dijo Hadrian.
—Sí —dijo Theodosia y me miró tímidamente, como disculpándose por haberme visto tan poco desde que yo vivía en Keverall Court—. Es… es muy agradable que Judith esté aquí.
—¿Lo es? —pregunté.
—Claro que sí. Siempre has sido uno de nosotros ¿no?
—Pero ahora soy sólo la dama de compañía.
—¡Oh!, no le hagas caso a mamá…
—Tengo que hacerle caso. Es parte de mi trabajo.
—Mamá suele ser muy fastidiosa.
—No es necesario que estés con ella todo el tiempo.
—Tenemos que cambiar esto, ¿verdad, Theodosia?
Theodosia asintió y sonrió.
Aquellos encuentros me daban ánimo. Era, en cierto modo, una vuelta a los antiguos tiempos.
Se comentaba mucho el próximo baile.
—Será el más importante que se ha dado en muchos años —me dijo Jane—. La presentación de la señorita Theodosia… —me hizo su acostumbrado guiño—. Planeado, sabe, para el momento en que toda esa gente esté aquí.
Lady Bodrean espera hacer el anuncio oficial antes de que vayan a Egipto.
—¿Cree usted que Tybalt Travers llevará consigo a su mujer?
—No habrá tiempo para eso. Será el tipo de boda que hay que preparar con meses de anticipación. Milady no admitiría otra cosa. No será una boda sencilla como la de Sabina y el nuevo rector. Lady Bodrean no soltará a su hija así como así…
—Bueno —dije— todavía no están comprometidos, ¿no?
—Sucederá cualquier día de éstos, créame.
Empecé a creer que tenía razón cuando hablé con Theodosia, quien, desde el regreso de Hadrian, me veía con mucha mayor frecuencia. Era como si quisiera compensar el tiempo que había estado alejada de mí.
Las únicas veces en que Lady Bodrean se mostraba un poco afable conmigo era cuando hablaba del baile de presentación de Theodosia; en seguida noté que esperaba darme envidia. Theodosia podía tener todos los bailes que se le antojaran, siempre que me dejara a Tybalt.
—Vaya usted a la sala de costura —me dijo una vez Lady Bodrean— a echarle una mano a Sarah Sloper. Hay cincuenta metros de encaje que coser en el vestido de baile de mi hija. Dentro de una hora la espero para la lectura y no se olvide, antes de irse, de pasear a Naranja y Limón.
Sarah Sloper era una modista demasiado buena para dejarme dar una sola puntada en su creación. Allí estaba sobre la mesa… una espuma de suave seda celeste, con los cincuenta metros de encaje.
Theodosia estaba haciéndose una prueba y la ayudé a ponerse el vestido. Iba a estar preciosa, pensé con un estremecimiento. La imaginé flotando en la sala de baile en brazos de Tybalt.
—¿Te gusta, Judith? —me preguntó.
—El color es muy favorecedor.
—Me encanta bailar —dijo ella; bailó alrededor y sentí que habíamos vuelto a la sala de estudios. Me acerqué a ella y me incliné:
—Señorita Bodrean, ¿me concedería usted el honor de este baile?
Ella hizo una profunda reverencia. La abracé y bailamos por el cuarto, mientras Sarah Sloper nos miraba con una mueca.
—Está usted deliciosa esta noche, señorita Bodrean.
—Gracias, señor.
—Es muy amable de su parte darme las gracias por los dones que me ha otorgado la naturaleza.
—¡Oh, Judith, no has cambiado nada! Desearía…
Sarah Sloper se puso de pie de un salto e hizo una reverencia, porque Sir Ralph estaba en la puerta, viéndonos bailar.
La danza se interrumpió en seguida. Me pregunté qué podría pensar Sir Ralph al ver a la dama de compañía bailando familiarmente con su hija.
Evidentemente no estaba enojado.
—Bastante agradecido, ¿no le parece, Sarah?
—Sí, señor, de verdad, señor —tartamudeó Sarah.
—Entonces éste es tu vestido de baile, ¿no?
—Sí, padre.
—¿Y la señorita Osmond? ¿Tiene también un vestido de baile?
—No —dije.
—¿Por qué no?
—Porque a una persona en mi posición no le es muy útil un vestido de baile.
Vi el conocido temblor del mentón.
—Ah, sí —dijo— eres la dama de compañía ahora. Me lo ha dicho Lady Bodrean.
—Entonces dudo que haya oído usted elogios.
No sé por qué le hablaba de aquella manera. Era un impulso irresistible, aunque sabía que estaba haciendo lo que se consideraba una insolencia y poniendo en peligro mi puesto.
—Muy pocos —me aseguró, con un lúgubre movimiento de cabeza—. De hecho nada.
—Eso me temía.
—¿Eso temías? Entonces has cambiado. Siempre tuve la impresión de que eras una chica que no se asustaba de nada —sus enmarañadas cejas se juntaron—. Te veo poco. ¿Dónde te metes?
—No me muevo en su círculo, Sir Ralph —repliqué, comprendiendo ahora que no estaba contra mí, y que mis respuestas impertinentes más bien lo divertían.
—Empiezo a pensar que es una lástima…
—¿Padre, te gusta mi vestido? —preguntó Theodosia.
—Muy bonito. Azul, ¿no?
—Sí, padre.
Él se volvió hacia mí.
—Si tuvieras uno, ¿de qué color lo elegirías?
—Verde, padre —dijo Theodosia—. Siempre ha sido el color favorito de Judith.
—Dicen que trae mala suerte —replicó él—. O se decía en mi época. Había un dicho: «Verde el lunes, negro el viernes». Pero juraría que Judith no es supersticiosa.
—No para los colores —dije— aunque puedo serlo para otras cosas.
—No hay que pensar que uno es desdichado —dijo él—. Porque se llega a serlo.
Después se fue, con el mentón temblando.
Theodosia me miró, levantando las cejas.
—¿Por qué ha venido aquí mi padre?
—Tú conoces sus costumbres mejor que yo.
—Creo que está muy excitado con el baile, Judith. Tabitha Grey dice que tú lees libros, algunos de los cuales han sido escritos por Edward Travers. Debes saber mucha arqueología.
—Lo bastante como para saber que sé muy poco. A ambas nos atrae un poco, ¿no? Creo que se lo debemos a Evan Callum.
—Sí —dijo ella— me gustaría saber más.
Estaba animada.
—Empezaré a leer. Dime que libros tienes…
Entendí, naturalmente. Estaba desesperadamente ansiosa por poder mostrar sus conocimientos a Tybalt.
Se mandaron las invitaciones; yo había hecho una lista de los invitados y los había clasificado cuando llegaron las respuestas. Había ayudado a disponer qué flores iban a ser traídas de los invernaderos para decorar el salón de baile, porque estábamos en octubre y los jardines apenas podían proporcionar lo necesario; había diseñado los programas de baile y elegido los lapicitos rosados y celestes y los cordones de seda que los sujetaban a los programas.
Por primera vez Lady Bodrean pareció contenta, y supe que era porque deseaba que yo entendiera hasta qué punto era difícil la presentación en sociedad de una niña de clase elevada. Debía haberse dado cuenta de que yo estaba deprimida, y aquello la ponía de buen humor; me daban ganas de gritarle: «¡Me importan un comino los grandes bailes! Se los dejo a Theodosia. Mi melancolía nada tiene que ver con eso».
Iba a Rainbow Cottage cuando disponía de una o dos horas libres. Dorcas y Alison me recibían cariñosamente y procuraban levantarme el ánimo con tortitas a la plancha, que me gustaban mucho cuando era niña.
Querían que les diera todos los detalles del baile.
—Es una vergüenza que no te inviten Judith —dijo muy seria Dorcas.
—¿Por qué van a hacerlo? A los empleados no se los invita a los bailes de familia.
—En tu caso es distinto. ¿Acaso no estudiaste con ellos?
—Eso, según podrá deciros Lady Bodrean, es algo por lo que debo sentir gratitud, no un pretexto para esperar más favores.
—¡Oh, Judith! ¿Realmente es tan insoportable?
—Bueno, la verdad es que es tan quisquillosa que siento cierto placer en llevarle la contraria. Y también es estúpida, de modo que me doy cuenta de cosas que ni siquiera sospecha.
—Si te sientes tan mal es mejor que dejes ese trabajo.
—Tal vez me lo exijan. Os prevengo que diariamente espero que me despida.
—Bueno, querida, no te preocupes. Nos arreglaremos aquí. Y estamos seguras de que pronto encontrarás otro trabajo.
A veces hablaban de asuntos de la aldea. Trabajaban mucho para la iglesia. Como lo habían hecho toda la vida estaban bien preparadas para la tarea. Sabina no era en realidad muy práctica, murmuraban y, aunque sabía hablar con la gente, lo hacía más de lo que corresponde a la esposa de un rector. Oliver, en cambio, era muy competente.
Les recordé que ellas decían que Oliver llevaba la parroquia sobre los hombros cuando el reverendo Osmond vivía.
Verdad, asintieron de mala gana. Comprendí que les resultaba duro perdonar a Oliver por no haberse casado conmigo, y más aún, perdonar a Sabina por haber sido la elegida.
Era reconfortante saber que estaban allí, en el fondo de mi vida.
Muchas eran las idas y venidas entre Giza House y Keverall Court. Como Sir Ralph no se sentía muy bien, Tybalt y su padre lo visitaban con frecuencia. Comentaban los detalles de la expedición. Desvergonzadamente yo procuraba meterme en alguna parte desde la que pudiera verlos. Incluso Sir Edward me reconocía ahora y me sonreía con su aire distraído, recordando sin duda que yo era la niña que se había disfrazado de momia.
Tybalt cambiaba conmigo algunas palabras, generalmente para preguntarme qué estaba leyendo. Ansiaba que él me hablara de la expedición, pero, naturalmente, no podía pedírselo.
Dos días antes del baile sucedió algo extraordinario.
Cuando salía del apartamento de Lady Bodrean y me disponía a cumplir con mis tareas habituales, encontré a Theodosia en el corredor. Tuve la sensación de que me había estado esperando.
Parecía excitada.
—Hola, Judith —dijo, y había un temblor en su voz.
—¿Me esperabas? —pregunté.
—Sí, tengo que decirte algo.
El corazón me latió apresurado, mi ánimo desmayó.
No hay duda, pensé: Tybalt le ha pedido que se case con él. El compromiso se anunciará en el baile.
Ella pasó su brazo por el mío.
—Vamos a tu cuarto —dijo— nunca adivinarás de qué se trata —prosiguió.
Pensé: no puedo soportarlo. Lo he imaginado muchas veces, pero no puedo, sé que no puedo. Tengo que irme… en seguida. Me despediré de Dorcas y Alison, buscaré trabajo en otra parte y no veré a nadie más de esta casa.
Dije, tartamudeando:
—Ya sé… estás comprometida…
Ella se detuvo y se ruborizó mucho, de modo que, aunque supe que no era ésa la sorpresa que ahora tenía para mí, pronto iba a dármela.
—Siempre crees saberlo todo, ¿no? Bueno, la inteligente Judith se ha equivocado esta vez.
La inteligente Judith nunca se alegró tanto de estar equivocada.
Ella abrió de golpe la puerta de mi cuarto y entró: la seguí, cerrando la puerta detrás de mí. Ella se dirigió a mi ropero y lo abrió. Allí había colgado un vestido de baile de chiffon de seda verde.
—¿Qué es esto? —exclamé atónita.
—Tu vestido de baile, Judith.
—¿Mío? ¡No es posible! —Me acerqué, toqué la preciosa tela suave, tomé el vestido y lo apoyé contra mí.
—Te quedará maravillosamente —afirmó Theodosia—. ¡Póntelo, me muero de ganas de verte con él!
—Primero, ¿cómo ha llegado aquí?
—Yo lo puse.
—¿Pero de dónde viene?
—¡Oh, póntelo primero, después te lo explicaré!
—No, dímelo ahora.
—¡Oh, me vuelves loca! Estoy deseando ver cómo te queda. Mi padre dijo que te lo dieran.
—Pero… ¿por qué?
—Dijo: «La Cenicienta tiene que ir al baile».
—¿Refiriéndose a la dama de compañía?
—No olvides que nos vio bailar. Ese día me dijo:
«Esa chica, Judith Osmond, tiene que ir al baile». Dije:
«Mamá no va a querer» y él dijo: «Entonces no le digas nada».
Empecé a reírme. Me vi en el salón, bailando con Tybalt.
—Pero es imposible. Ella nunca lo permitirá.
—Ésta es la casa de mi padre, ¿sabes?
—Pero yo soy empleada de tu madre.
—Ella no se atreverá a oponerse a él.
—Voy a ser una invitada de piedra…
—Sólo para una persona. Todos los demás queremos que vengas. Yo, Hadrian, Evan, Tybalt…
—¡Tybalt!
—Bueno, naturalmente él todavía lo ignora, pero estoy segura de que le va a gustar. Hadrian lo sabe. Está muy divertido y nos divertiremos escondiéndote de mamá… si es que eso es posible.
—No lo pienses ni por un momento. Me mandará salir en seguida del salón.
—No si vienes como invitada de mi padre, y es lo que harás.
Empecé a reír.
—Sé que vas a divertirte.
—Cuéntame lo que pasó.
—Bueno, mi padre dijo que siempre has sido una chica muy animada, y que desearía que yo tuviera un poco de tu ánimo. Teme que no te diviertas mucho con mamá y quiere que vengas al baile. Por eso quiso saber cuál era tu color favorito. Era un secreto que teníamos con Sarah Sloper. Yo elegí la tela y Sarah me usó como modelo. Eres un poco más alta que yo y un poco más delgada. Pero arreglamos eso. Estoy segura de que te quedará perfecto. Vamos, póntelo.
Lo hice. La transformación fue milagrosa. Era, en verdad, mi color. Solté mi tupido pelo oscuro y, con los ojos brillantes y el color en las mejillas, hubiera sido hermosa si mi nariz no hubiese sido un poco larga. Hadrian siempre se había reído de mi nariz. «Tiene fuerza —decía— revela tu carácter. Nadie que sea tímido puede tener esa nariz. Tus poderes, querida Judith, no están en tu estrella, sino en tu nariz». Yo reía. Con un vestido tan bello podía olvidar aquel rasgo ofensivo.
—Pareces una verdadera española —dijo Theodosia— tendrías que peinarte para arriba, con una peineta. Estarías maravillosa. Ojalá fuera un baile de disfraces. Sería mucho más fácil esconderte de mamá. Pero ella sabrá que es la voluntad de mi padre y no dirá nada… por lo menos en el baile. No querrá hacer allí una escena.
—La tormenta vendrá después.
No me importaba. Me enfrentaría a ella. Iría al baile. Tendría un programa de baile con un cordón rosado y un lápiz, e iba a guardarlo para siempre, porque estaba segura de que las iniciales de Tybalt iban a figurar en ese programa.
Abracé a Theodosia y la arrastré bailando por la habitación.
* * *
Llegó la noche del baile. Gracias a Dios Lady Bodrean estaba demasiado ocupada para prestarme atención.
—Dios —había dicho Jane— vamos a tener toda una sesión. Hay que peinarla y meterla dentro del vestido.
Cuando se trate de las joyas que va a llevar elegirá ésta y aquella… y ésta no sirve y qué le parece esta otra… Por suerte sé manejarla.
Por lo tanto quedé en libertad para vestirme en la ajustada vaina de raso verde sobre la que flotaban metros y metros de gasa. Nada podía haberme sentado mejor. Y, cuando terminé de vestirme, vi que Theodosia había dejado una peineta española sobre la cómoda. Hadrian estaba allí para apoyarme. La posición había cambiado desde su regreso. En verdad ahora tenía amigos en la casa.
Y esta noche de baile pensaba divertirme.
Sir Ralph y Lady Bodrean estaban en lo alto de la gran escalera recibiendo a los invitados. Naturalmente no me presenté. Pero fue divertido mezclarse con la gente, tan numerosa que tuve la certeza de poder ocultarme a las miradas de Lady Bodrean. De todos modos era dudoso que me reconociera con mis ropas costosas.
Bailé con Hadrian, quien dijo que era como algunas de las travesuras que hacíamos cuando éramos niños.
—Siempre fuimos aliados —dijo— tú y yo, Judith.
Era verdad.
—Lamento —dijo Hadrian— que tengas que trabajar para mi tía.
—No lo lamentas más que yo. Pero eso me permite estar en Keverall.
—Te gusta esta vieja casa, ¿verdad?
—Me parece parte de mi vida. No olvides que venía aquí casi diariamente.
—Siento lo mismo. Theodosia tiene suerte. Algún día esta casa será suya.
—Pareces envidioso.
—Parezco lo que siento, entonces. Yo también soy en parte un niño criado por caridad.
—¡Oh, no, Hadrian! Tú eres el sobrino de Sir Ralph… casi un hijo.
—No del todo.
—Entonces te diré lo que debes hacer —dije volublemente— cásate con Theodosia.
—¡Mi prima!
—¿Por qué no? Los primos se casan con frecuencia. Es una manera útil de mantener la fortuna dentro de la familia.
—No crees que ella me aceptaría, ¿verdad? Me parece que ahora tiene la mirada puesta en otra parte.
—¿Te parece?
—¿No has notado cómo se pone nerviosa cada vez que alguien menciona el tema?
—¿Qué tema?
—La arqueología. ¡Está tan excitada con la expedición! ¡Se diría que ella forma también parte de los que irán!
—Procura impresionar a alguien. Tal vez a ti. Después de todo, es tu tema.
—¡Oh, no! En modo alguno. Yo no soy el elegido.
Yo no soportaba hablar de Theodosia y Tybalt, y dije con rapidez:
—¿Te gustaría ir a Egipto con la expedición?
—En cierto modo me divertiría. He oído que Sir Edward es una especie de lobo solitario. Mantiene al grupo en la oscuridad. Así trabaja alguna gente. He hablado con Evan de eso. Nos habríamos sentido halagados si nos hubieran pedido que nos uniéramos a ellos. Pero, con nuestros conocimientos, sería sólo para tareas menores.
—¿Y Tybalt?
—Bueno, es el hijo del gran hombre. Creo que a él no lo tienen totalmente en la oscuridad.
—Creo que algún día será tan grande como su padre.
—Tiene la misma concentración apasionada.
—Lo he visto bailando con Theodosia, pero no he visto a Sir Edward.
—Probablemente vendrá más tarde.
La música se interrumpió; el baile había terminado; Hadrian me acompañó hasta un sillón oculto por macetas con plantas.
—Me siento como un lobo en la guarida —dije.
—Dirás como una loba —corrigió Hadrian.
—Reconozco que tengo cierta semejanza con esa criatura en algunos momentos, pero por ahora, estoy dulcificada.
Evan llegó con Theodosia y se sentaron junto a nosotros. Theodosia me contemplaba con placer dentro de mi vestido verde.
—¿Te diviertes, Judith? —preguntó ansiosa.
Le aseguré que así era.
—Si Sabina estuviera presente sería como cuando estudiábamos —dije.
Entonces apareció Tybalt. Creí que venía a buscar a Theodosia, pero, en lugar de esto, se sentó. No pareció en modo alguno sorprendido al verme.
Evan dijo entonces que creía que Theodosia le había prometido aquel baile. Se fueron y Hadrian dijo que tenía que ir en busca de una compañera; Tybalt y yo nos quedamos solos.
—¿Se divierte? —pregunté.
—Esto no es mi estilo, ¿sabe?
—Le he visto bailar hace un rato.
—Muy mal.
—Adecuadamente —le aseguré—. Pronto se irá —proseguí— debe estar ansioso por partir.
—Es en verdad un proyecto muy excitante.
—Hábleme de él.
—De verdad le interesa, ¿no?
—Enormemente.
—Iremos por mar hasta Port Said y después por tierra hasta El Cairo. Nos quedaremos allí un tiempo y después iremos hacia el antiguo sitio de Tebas.
Junté las manos, extasiada.
—Hábleme más de eso. Va a las tumbas, ¿no?
Asintió.
—Hace tiempo que mi padre se prepara para este viaje. Estuvo hace varios años y siempre ha tenido la impresión de que estaba al borde de un gran descubrimiento.
Hace años que piensa en eso. Ahora va a satisfacerse.
—¡Será maravilloso! —exclamé.
—Creo que es el proyecto más excitante en el que he participado.
—¿Ha estado allí antes?
—Sí, con mi padre. Pero tenía entonces muy poca experiencia y me hicieron un gran favor con dejarme estar. El grupo de mi padre descubrió una de las tumbas, probablemente de algún noble. Había sido saqueada hace miles de años. Fue muy decepcionante, como puede imaginar. El trabajo duro, las excavaciones, los sondeos, las esperanzas… y después resultó que la tumba había sido saqueada y que no quedaba nada para poder reconstruir las costumbres de ese país fascinante. Me dejo llevar por mi entusiasmo, pero es culpa suya Judith. ¡Parece tan interesada!
—Lo estoy, tremendamente.
—Poca gente fuera de nuestro pequeño mundo entiende algo de eso.
—No me siento exactamente fuera. Tuve suerte: recibí lecciones en Keverall Court, como sabe. Sir Ralph siempre se ha interesado en la arqueología.
—Por suerte. Nos ha ayudado mucho.
—Fue él quien contrató a Evan Callum para que nos diera lecciones. Y, naturalmente, estuvieron las excavaciones de Carter Meadow. A veces iba por allí… de manera muy poco profesional, como puede imaginar.
—Pero se quedó fascinada, ¿no? Lo veo en su voz, en su cara. Y recuerdo cómo le excitaba ir a casa en busca de libros. Y creo, Judith, que no es una de esas personas ridículamente románticas, que cree que todo es cavar y encontrar joyas maravillosas y restos de antiguos palacios.
—Sé que esos descubrimientos son escasos.
—Verdad. Pero estoy seguro de que tiene ganas de bailar. Si no le molesta un mal compañero…
Reí y dije:
—Lo soportaré.
Y así fue como bailé con Tybalt. Era un sueño, hecho realidad.
Lo amé todavía más porque ponía los pies donde no debía ponerlos. Se disculpó y tuve ganas de gritar: «Es una dicha celestial que me pises».
Era muy feliz. Alison y Dorcas decían que yo tenía el don de olvidar todo en un momento y gozar hasta el máximo. Me alegré de que fuera así esta noche. No quería salir de aquel momento glorioso en que los brazos de Tybalt me rodeaban y yo me hallaba más cerca de él de lo que nunca había estado.
Quería que la música siguiera y siguiera, pero se interrumpió naturalmente, y volvimos a nuestro rincón, donde Theodosia estaba sentada con Evan.
Bailé con Evan; dijo que se alegraba mucho de verme allí. Le conté cómo había encontrado el vestido en el ropero y le dije que Sir Ralph había querido que yo fuera al baile.
Reímos y hablamos de los viejos tiempos, y después fuimos a cenar y allí se nos unieron Theodosia, Hadrian y Tybalt.
¡Qué alegre podía ser yo en una ocasión como ésta!
Era como antes. Chispeaba y logré que la conversación se centrara a mi alrededor. Theodosia era muy amable y no se molestó, como no le molestaba en el aula el hecho de que yo atrajera la atención más que ella.
Tybalt, naturalmente, se mantenía un poco alejado de la charla frívola. Era más maduro que los otros y noté que Evan y Hadrian eran insignificantes a su lado. Cuando Tybalt hablaba de arqueología brillaba con una intensidad y una pasión, que yo tenía la certeza que sólo podía ser experimentada por un hombre que sentía profundamente. Creí entonces que, si Tybalt amaba a una mujer, iba a ser con la misma devoción inquebrantable que ponía en su profesión. Y como deseaba ver a Tybalt animado, brillando con aquel entusiasmo que me estremecía y excitaba, traje el tema de la arqueología y casi en seguida él se convirtió en el centro del asombrado grupo.
Cuando nos interrumpimos, Theodosia dijo:
—¡Oh, sois todos muy inteligentes… hasta Judith! Pero ¿no os parece que este salmón es delicioso?
Hadrian nos habló entonces de una expedición de pesca en la que se había divertido mucho, en Spey, en las Highlands escocesas, donde, según él, se encontraba el mejor salmón del mundo. Estaba explicando cómo se había metido en el río y había sacado un pez que se resistía, indicando el tamaño, y todos reíamos incrédulos, cuando Lady Bodrean pasó ante nuestra mesa en compañía de varios invitados.
Yo estaba diciendo:
—Naturalmente sabemos que todos los pescadores doblan el tamaño de lo que han pescado, y no me sorprendería que Hadrian lo triplicara.
Y de pronto me quedé ante ella, con las cejas levantadas de sorpresa mientras sus sentimientos ofendidos se retrataban en su cara.
Hubo un silencio que pareció prolongarse mucho tiempo; después Lady Bodrean avanzó hacia nuestra mesa. Los hombres se levantaron, pero ella me miró como si no pudiera creer a sus ojos. Procuré sonreír tranquila.
Uno de los invitados dijo:
—¡Oh, es Tybalt Travers, creo!
Tybalt dijo que sí, que era él; y entonces Lady Bodrean se recobró. Hizo las presentaciones, me dejó para el final y dijo:
—La señorita Osmond —y mi nombre sonó casi obsceno.
Nadie se dio cuenta y hubo unos instantes de conversación cortés; después Lady Bodrean y su grupo se alejaron.
—¡Oh, Dios! —dijo Theodosia, muy preocupada.
—De algún modo tenía que suceder —añadí, procurando fingir que no estaba preocupada.
—Bueno —dijo Hadrian— Sir Ralph tendrá que dar cuenta de sus invitados.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Tybalt.
Me volví hacia él.
—Yo no debería estar aquí.
—Claro que sí —dijo él— su compañía ha convertido esto en una velada muy interesante.
Y aquello hizo que el resto no importara.
—Es probable que me despidan mañana por la mañana.
Tybalt pareció preocupado y yo me sentí absurdamente feliz.
Theodosia empezó a explicar.
—Sabéis, mi padre creyó que Judith debía venir al baile y él y yo conspiramos. Yo le elegí el vestido y Sarah Sloper lo hizo… pero mamá no lo sabía.
Tybalt rió y dijo:
—Judith siempre está rodeada por algún drama. Cuando no se disfraza de momia y se mete en un sarcófago, se pone un precioso vestido y viene a un baile. Y parece que no se esperaba su presencia en ninguno de los dos lugares.
Hadrian puso su mano sobre la mía.
—No te preocupes, Judith. Soportarás la tormenta.
—Mamá puede ser feroz —dijo Theodosia.
—Pero —dijo Evan— Judith ha sido invitada por Sir Ralph. No creo que Lady Bodrean pueda protestar ante eso.
—No conoces a mamá —dijo Theodosia.
—Te aseguro que sí, y las perspectivas son tormentosas, pero, como Judith ha sido invitada por Sir Ralph, no creo que haya hecho nada malo.
—De todos modos —dije— la tormenta estallará mañana. Ahora la noche es hermosa. Hay un salmón que espero haya sido pescado en las Highlands escocesas y champán de un lugar apropiado. La compañía mutua es alentadora, ¿qué más podemos desear?
Tybalt se inclinó hacia mí y dijo:
—Vive el momento.
—Es la única forma de vivir. Esta noche soy una especie de Cenicienta. Mañana volveré a las cenizas.
—Y yo seré el príncipe encantador —dijo Hadrian—. La música empieza. Bailemos.
Yo no quería separarme de Tybalt, pero no pude evitarlo.
—Felicidades —dijo Hadrian cuando bailábamos— eras la más tranquila del grupo. Disimulaste muy bien. Me parece que en realidad debes estar temblando dentro de tus zapatitos de cristal.
—Estoy resignada —dije— tengo la sensación de que muy pronto volveré a Rainbow Cottage para escribir humildes cartas a empleadores en perspectiva.
—¡Pobre Judith, es atroz ser pobre!
—¿Y tú qué sabes de eso?
—Bastante. Tengo mis dificultades. Debo suplicar la benevolencia de mi tío. Mis deudores me muerden los talones. Mañana tengo que hablarle. De modo que, al igual que tú, esta noche quiero comer, beber, estar alegre.
—Oh, Hadrian, ¿de verdad estás endeudado?
—Hasta la punta de los pelos. ¡Cuánto desearía estar en los zapatos de Theodosia!
—No creo que reciba una renta tan grande como la tuya.
—¡Pero piensa en el crédito que me darían! ¿Sabías que mi tío es fabulosamente rico? Bueno, esa adorable Theodosia heredará todo algún día.
—Detesto estas conversaciones acerca de dinero.
—Es deprimente. Y es uno de los motivos por los que deseo ser rico. Entonces uno puede olvidar que en el mundo existe algo que se llama dinero.
Reímos, bailamos y bromeamos; pero creo que ambos pensábamos en lo que iba a traernos el día siguiente. Mi capacidad para vivir el momento sólo existía cuando Tybalt estaba presente.
Esperaba volver a verlo, pero no lo vi; y, antes de que todos los invitados se fueran, juzgué conveniente volver a mi dormitorio.
Me había equivocado al suponer que la tormenta iba a estallar al día siguiente. Lady Bodrean no tenía intenciones de hacerla esperar tanto.
Todavía no me había quitado el vestido de baile cuando la campanilla resonó con vigor.
Supe lo que eso significaba y me alegré, porque, de algún modo, el vestido me daba confianza.
Me dirigí al cuarto de Lady Bodrean. Ella estaba también con su vestido de baile color violeta, de terciopelo, con una magnifica cola bordeada de una piel que parecía visón. Tenía un porte regio.
—Bueno, señorita Osmond, ¿qué tiene usted que decir para justificarse?
—¿Qué espera usted que diga, Lady Bodrean?
—Lo que no espero es insolencia. Usted estaba esta noche en el baile. ¿Cómo se atrevió a meterse y mezclarse con mis invitados?
—No es muy audaz aceptar una invitación —repliqué.
—¿Invitación? ¿Tiene usted la osadía de decirme que se mandó a sí misma una invitación?
—No lo hice. Sir Ralph dio instrucciones para que yo fuera al baile.
—No lo creo.
—Tal vez milady me permita llamarlo —antes que pudiera contestar me apoderé del cordón de la campanilla y tiré de él. Jane llegó precipitada—. Lady Bodrean quiere que diga usted a Sir Ralph si puede venir aquí… si no se ha acostado ya.
Lady Bodrean desbordaba de rabia, pero Jane, que creo sabía lo que había pasado, corrió a llamar a Sir Ralph.
—¿Cómo se atreve usted a dar órdenes aquí? —demandó Lady Bodrean.
—Creía estar obedeciendo órdenes —dije—. Tenía la impresión de que milady deseaba que Sir Ralph viniera para corroborar lo que digo, puesto que evidentemente no me cree.
—Nunca en mi vida he soportado tanta… tanta… tan… ta…
—¿Insubordinación? —Ayudé.
—Insolencia —dijo ella.
Yo seguía ebria de felicidad. Había bailado con Tybalt; él me había hablado; yo le había demostrado que me interesaba en su trabajo. Él había dicho: «Su compañía ha vuelto interesante la velada». Y lo había dicho en serio, porque estaba segura que no era el tipo de hombre que dice lo que no siente. ¿Qué me importaba pues esta vieja enloquecida que, en unos momentos, iba a enfrentarse a su marido, quien iba a confirmar lo que yo decía?
Él se quedó plantado en la puerta.
—¿Qué diablos…? —Empezó a decir. Después me vio y percibí el movimiento familiar en su mentón.
—¿Qué hace aquí Judith Osmond? —preguntó.
—Yo la mandé llamar. Ha tenido la osadía de mezclarse esta noche con nuestros invitados.
—Ella era uno de ellos —dijo él tajante.
—Creo que has olvidado que es mi dama de compañía.
—Esta noche era uno de nuestros invitados. Fue al baile invitada por mí. Con eso basta.
—¿Quieres decir que has invitado a esta muchacha sin consultarme?
—Sabes muy bien que así es.
—Esta muchacha supone que, porque se le ha permitido recibir un poco de educación bajo este techo, está autorizada a un tratamiento especial. Te digo que no lo toleraré. Ha venido aquí como una dama de compañía y como tal será tratada.
—Lo que significa —dijo Sir Ralph— que piensas hacerle la vida imposible. Serás con ella lo más desagradable que puedas y… ¡por Dios, señora, eso es mucho!
—Me has echado encima esta persona —dijo ella—. No lo soportaré.
—La muchacha seguirá aquí como antes.
—Te digo que no puedes obligarme a tener gente como ésta a mi servicio.
—Señora —dijo Sir Ralph— haga lo que le digo.
Se aferró a la silla; vi que la sangre le inundaba la cara; vaciló un poco.
Corrí hacia él y lo sujeté del brazo. Él miró alrededor y yo lo acompañé hasta un asiento y se quedó allí, respirando pesadamente.
—Creo que debería usted llamar a su criado —dije—. No se siente bien.
Tomé a mi cargo dar a Jane las instrucciones.
Jane salió corriendo y volvió poco después con Blake, el criado personal de Sir Ralph.
Blake supo lo que había que hacer Aflojó el cuello de Sir Ralph y, sacando una tableta de una cajita, la puso en la boca de su patrón. Sir Ralph se echó hacia atrás en el sillón y su cara, que había estado púrpura, empezó a volverse gradualmente pálida, pero las venas en las sienes seguían destacándose como tubos.
—Así está mejor, señor —dijo Blake. Después miro a Lady Bodrean—: Yo lo llevaré a acostar, milady.
Sir Ralph se puso de pie tambaleante y se apoyó en Blake con pesadez.
Me saludó con la cabeza y un gesto divertido apareció en su cara.
Murmuró:
—No olvides lo que he dicho. Lo he dicho en serio.
Después Blake se lo llevó.
Cuando la puerta se cerró, Lady Bodrean se volvió hacia mí.
—Bueno —dijo— ¡ya ve usted lo que ha hecho!
—Yo no —repliqué significativamente.
—Vuelva a su cuarto —me dijo— después hablaremos.
Volví. ¡Qué noche! Lady Bodrean no iba a atreverse a despedirme. No se libraría de mí. Tampoco sabía lo que quería exactamente. Si me iba no tendría el placer de hacerme la vida imposible. Estoy segura de que no era eso lo que deseaba.
Podía enfrentarme a ella, pero no tenía ganas de pensar en eso aquella noche. Tenía muchos más recuerdos en los que podía solazarme.
* * *
A fin de mes Sir Edward con su expedición, de la que Tybalt formaba parte, partieron hacia Egipto.
Evan volvió a la universidad, donde tenía un cargo temporal como profesor de arqueología; Hadrian fue a Kent para un trabajo con un barco vikingo que se había descubierto en la costa éste, y yo volví a la monotonía de servir a Lady Bodrean, monotonía que sólo se animaba por las tentativas de ella de humillarme. Pero la idea de que Sir Ralph y Theodosia eran mis amigos me consolaba. Ya no hice caminatas hasta Giza House, porque Tabitha se había ido con el grupo, aunque pasaba por allí muchas veces. Era como si hubieran vuelto los antiguos tiempos, cuando la llamábamos la casa hechizada. Las persianas estaban bajas, los muebles enfundados, sólo quedaban allí dos o tres criados. Los dos egipcios, Mustafá y Absalam, se habían ido con Sir Edward.
Yo anhelaba el regreso de la expedición. Y de Tybalt.
Visitaba con más frecuencia Rainbow Cottage, ya que no podía ir a Giza House; siempre era allí bienvenida. Dorcas y Alison se quedaron encantadas cuando les hablé del baile y el hermoso vestido de baile verde que había encontrado en el ropero.
Hacía tiempo que me había sorprendido la actitud de ambas, cuando se quedaron tan contentas de que fuera a Keverall Court. Yo era joven, y aunque mi nariz impedía que fuera bella, podía ser bastante atractiva a veces. Lo había comprobado en los últimos meses, comparándome con Theodosia. Yo tenía una vitalidad de la que ella carecía; y mi animación atraía, estaba segura.
Aunque tenía un temperamento rápido, cualquier tempestad se calmaba pronto, tenía capacidad para reírme de la vida y eso significaba reírme de mi misma. Tenía un abundante pelo negro —difícil de manejar porque era casi liso—; grandes ojos pardos con pestañas tan oscuras y tupidas como mi pelo; y por suerte, unos dientes muy sanos.
Era más alta que Theodosia y Sabina, con tendencia a la delgadez. Carecía de las bonitas redondeces de Theodosia y no tenía la figura de reloj de arena de Sabina. Además, tenía juventud, lo que se suponía que era un atractivo para los viejos juguetones, y la reputación de Sir Ralph distaba de ser buena. Había oído a los herreros hablar de otras épocas, cuando Sir Ralph estaba en la plenitud y era un seductor de doncellas. De inmediato se callaban cuando, en aquel tiempo, aparecía yo en compañía de Hadrian y Theodosia. Y de todos modos Dorcas y Alison habían quedado encantadas de que yo tuviera un trabajo en Keverall Court.
Supuse que creían que Sir Ralph había abandonado su vida de aventuras. Era demasiado viejo para seguir en eso; y, al recordar la noche en la que había venido al apartamento de Lady Bodrean, pude creerlo de verdad. Pero de todos modos me parecía un poco raro que Dorcas y Alison me hubieran dejado ir tan fácilmente a la guarida del lobo.
Ahora querían conocer detalles del baile.
—¡Un vestido! —exclamaron—. ¡Qué idea tan encantadora!
Lo que representó una nueva sorpresa, porque yo había creído hasta ese momento que uno de los pilares de la sociedad era que las señoritas no debían aceptar que un caballero les regalara vestidos.
Esto era distinto. Theodosia había hecho que así fuera. Yo había llegado a la conclusión de que Sir Ralph simpatizaba conmigo. Lo divertía en cierto modo, cosa que Theodosia no lograba hacer.
Estaba contenta de haber ido al baile y de haber disfrutado en él. De no haber aceptado el regalo, no habría podido ir.
Y era más fácil aceptar el cómodo punto de vista de Rainbow Cottage que averiguar los motivos de Sir Ralph.
Pese a sus defectos, era un hombre bueno. Los criados lo querían más que a su mujer. En cuanto a mí, me sentía capaz de hacer frente a cualquier situación que pudiera surgir. Tenía la suerte de que Rainbow Cottage estuviera tan cerca, de modo que podía ir allí corriendo desde Keverall Court, si era necesario.
Les hablé del baile. Dorcas se interesó mucho en la comida. Alison en los adornos florales; y ambas mucho en lo que me había pasado a mí.
Bailé un vals en la pequeña salita de Rainbow Cottage, golpeando la estantería y provocando dos catástrofes: el asa de una de las tazas de porcelana Goss de Dorcas y un dedo de la florista del siglo XVIII se rompieron.
Se quejaron, pero estaban contentas de verme feliz, y las roturas no les importaron mucho. El asa podía pegarse y el dedo no se iba a notar.
Me preguntaron con quién había bailado.
—¡Tybalt Travers! ¡Es un hombre raro! La hermana de Emily, que trabaja allí, dice que tanto él como su padre le dan miedo.
—¡Miedo! —dije—. ¡Los criados dan miedo de lo locos que están!
—Es una casa bastante rara y una profesión extraña, creo —dijo Dorcas—. ¡Revolver cosas que la gente ha tocado hace miles y miles de años!
—¡Oh, Dorcas, estás hablando como una campesina!
—Ya sé que eso te interesa mucho. Pero debo decir que algunos de los grabados de los libros que has traído me habrían provocado pesadillas. A veces me he preguntado si no teníamos que sacarlos.
—¿Qué grabados?
—Calaveras y huesos… y creo que esas momias son algo horrible. Y Sir Edward…
—Bueno, ¿qué pasa con Sir Edward?
—Sé que es muy conocido y considerado, pero dicen que es un poco raro.
—Sólo porque es diferente… porque no anda seduciendo a las doncellas de la aldea como hacía Sir Ralph… ¡y creen que eso es extraño!
—Judith, ¿dónde has aprendido esas cosas?
—De la vida, querida Alison. De lo que veo a mí alrededor.
—¡Te pones tan vehemente cada vez que se menciona a los Travers!
—Bueno, están haciendo un trabajo maravilloso…
—¡Me das a suponer que te gustaría estar con ellos, revolviendo esas viejas momias!
—Nada podría gustarme más. Sería algo distinto a andar como loca para atender a la mujer más desagradable del mundo.
—Pobre Judith, eso no tiene por qué durar. ¿Sabes? Nos arreglaremos aquí. Hay un gran jardín. Podríamos cultivar verduras y venderlas.
Hice una mueca mirando mis manos.
—No creo tener los dedos apropiados.
—Bueno, nunca se sabe, puede aparecer algo. Ese joven que te enseñaba. Estaba en el baile, ¿no?
—¿Te refieres a Evan Callum?
—Siempre me ha gustado. Hay algo muy amable en él. Antes hablabas mucho de él. Eras la mejor de sus discípulas.
Les sonreí benigna. Creían que el matrimonio iba a solucionar todos mis problemas. Había fracasado con Oliver Shrimpton y ellas elegían ahora a Evan Callum como próximo candidato.
—Creo que volverá pronto por aquí. Todo ese interés en la expedición…
—¿Por qué él no asusta a la gente? —pregunté—. Tiene la misma profesión que Sir Edward y Tybalt.
—Él es… más normal.
—¡No me digas que los Travers no son normales!
—Son diferentes —dijo Dorcas—. Oh, sí, Evan Callum volverá aquí. Dicen que Sir Ralph está metido en este asunto egipcio. He oído decir que ayuda a financiar la expedición porque su hija va a casarse con Tybalt Travers.
—¿Dónde has oído eso? —pregunté.
—Emily me lo dijo.
—Charlas de criados.
—Mi querida Judith: ¿quién sabe más acerca de los asuntos de una familia que los criados?
Naturalmente, tenían razón. Los criados oían trozos de conversaciones. Imaginé a Jane con la oreja en la cerradura. Algunos recogían trozos de cartas que se habían tirado al canasto de papeles. Tenían ojos y oídos abiertos para los escándalos de una casa.
No cabía duda de que la expectativa general era que Tybalt estaba destinado a Theodosia.
Volví pensativa a Keverall Court.
Él no la ama, me dije. Me habría dado cuenta. Le gustó bailar conmigo mucho más que con Theodosia. ¿Cómo es posible que un hombre como Tybalt se enamore de Theodosia?
Pero Theodosia era rica, una gran heredera. Con una Fortuna como la que Theodosia podía llevarle, Tybalt podría financiar sus propias expediciones.
A Sir Edward nada le importaba fuera de su trabajo, y Tybalt seguía sus pasos de cerca.
Era por eso que los criados de la casa sentían «pavor».
El día en que Tybalt se casara con Theodosia yo me iría de aquí. Encontraría un empleo lo más alejado posible de San Erno y procuraría hacerme una nueva vida con las ruinas de la antigua. Tal vez él estuviera obsesionado por su trabajo: yo estaba obsesionada por él; y sabía, como nunca he sabido algo que, cuando lo perdiera, toda la felicidad se iría de mi vida.
Dorcas había dicho: «Cuando Judith se entusiasma con algo pone en ello todo su corazón. Nunca hace nada a medias».
Tenía razón. Y ahora yo estaba entusiasmada como nunca en mi vida… entusiasmada con un hombre y una forma de vida.
Theodosia, como para compensar su antiguo desapego, me buscaba mucho ahora. Le gustaba hablar de los libros que estaba leyendo y vi que hacía un gran esfuerzo para perfeccionarse en arqueología.
Me invitaba a su cuarto y, con frecuencia, estaba al borde de las confidencias. Estaba un poco distraída; a veces parecía muy feliz, en otros momentos, temerosa. Una vez que estábamos en su cuarto abrió un cajón y vi un paquete de cartas atadas con una cinta azul. Me pregunté qué habría en ellas. De alguna manera no imaginaba a Tybalt escribiendo cartas de amor… ¡y a Theodosia!
«Querida Theodosia:
Anhelo el momento en que estemos casados. Estoy planeando varias expediciones y necesitan apoyo financiero. Qué útil será tu fortuna…».
Me reí de mí misma. Procuraba convencerme de que eso era lo único que le atraía en Theodosia. ¡Y aunque así fuera, nunca iba a escribir esa carta!
—¿Cómo se comporta mamá estos días? —preguntó una perezosa tarde en la que me había invitado a su cuarto.
—Como de costumbre.
—Creía que iba a portarse peor después del baile.
—No te has equivocado.
—¡Pobre Judith!
—¡Oh, todos tenemos problemas!
—Sí —suspiró ella.
—Pero tú no, Theodosia.
Ella vaciló. Después dijo:
—Judith, ¿has estado enamorada alguna vez?
Sentí que me ruborizaba de manera incómoda, pero felizmente no era tanto una pregunta como un preliminar para las confidencias.
—Es maravilloso —prosiguió ella— y, sin embargo… estoy un poco asustada.
—¿Por qué estás asustada?
—Bueno, no soy muy inteligente, ¿sabes?
—Si él te quiere…
—Sí… ¡claro que me quiere! Me lo dice todas las veces que lo veo… cuando me escribe…
Deseaba tener una excusa para huir, y también deseaba quedarme y ser torturada.
—En realidad la arqueología me parece un poco aburrida, Judith. Es la verdad y, naturalmente, es su vida. Lo he intentado. He leído libros. Me encanta cuando encuentran algo maravilloso, pero generalmente se habla de instrumentos para cavar y tipos de suelo y todos esos aburridos cacharros y cosas.
—Si no te interesa no deberías fingir que es así.
—No creo que él lo espere. Simplemente me ocuparé de él. Es todo lo que desea. ¡Oh, será maravilloso, Judith! Pero mi padre me preocupa.
—¿Por qué te preocupa tu padre?
—A él no le gustará.
—¡Que no le gustará! ¡Suponía que estaba ansioso de que te casaras con Tybalt!
—¡Tybalt! ¡No estoy hablando de Tybalt!
Aquello fue como un canto en mis oídos. Como oír un coro celestial.
Exclamé:
—¿Qué no es Tybalt? ¡Estás bromeando!
—¡Tybalt! —exclamó ella. Y repitió el nombre con una especie de horror—. ¡Tybalt! ¡Pero si le tengo un miedo mortal! ¡Estoy segura de que cree que soy una tonta!
—Es un hombre serio, claro está, lo que es mucho más interesante que ser estúpidamente frívolo.
—Evan no es frívolo.
—¡Evan! ¿Entonces es Evan?
—¡Pero claro que es Evan! ¿Quién si no?
Empecé a reír.
—¿Y esas cartas atadas con la cinta azul… y todo ese suspirar y ruborizarse…? ¡Evan! —La abracé—. Soy muy feliz… —y tuve el ánimo de añadir: Por ti.
—¿Qué te pasa, Judith?
—Bueno, no creía que fuera Evan.
—Creías que era Tybalt. Es lo que cree la gente porque es lo que papá desea. Anhela una unión entre las dos familias. Siempre ha sido gran admirador de Sir Edward y se interesa en todo lo que él hace. Y le gustaría que yo fuera como tú y que pudiera aprender de todas esas cosas. Pero yo no soy así, ¡y cómo es posible que a alguien le guste Tybalt cuando ahí está Evan!
—A algunas puede gustarle —dije con calma.
—Deben estar locas.
Tan locas que pueden creer que es una locura preferir a Evan.
—Me gusta hablar contigo, Judith. No queremos decírselo a papá, ¿sabes? Ya entiendes como son las familias. La familia de Evan era muy pobre y él se está abriendo camino. Un pariente lo ayudó y Evan quiere devolverle hasta el último centavo. Y eso vamos a hacer. Creo que está a su favor el que haya llegado tan lejos. No tiene por qué avergonzarse. Tybalt ha heredado todas las ventajas, en tanto que Evan ha luchado para conquistar las que tiene.
—Es muy laudable —dije.
—Judith, a ti te gusta Evan, ¿verdad?
—¡Claro que sí! Y creo que tú y él formáis una buena pareja.
—Eso es maravilloso. ¿Pero qué crees que dirá mi padre?
—Hay una manera de averiguarlo: pregúntaselo.
—¿Crees que puedo hacerlo?
—¿Por qué no?
—¿Y si rehúsa?
—Prepararemos una fuga. Una escalerilla contra el muro y la futura novia huyendo a Gretna Green, o tal vez eso queda muy lejos de Cornwall; quizás sería mejor una licencia especial.
—¡Oh, Judith!, siempre eres tan divertida. Siempre conviertes todo en una broma. Me alegro de habértelo contado.
—Yo también —dije con profunda convicción.
—¿Qué harías tú?
—Iría a ver a tu padre y le diría: «Quiero a Evan Callum. Y, además, estoy decidida a casarme con él».
—¿Y si él dice que no?
—Entonces planearemos la fuga.
—Me gustaría hacerlo ahora.
—Tienes que decírselo a tu padre antes. Tal vez esté encantado.
—No lo creo. Está fascinado con los Travers. Querría que yo fuera como tú… que estuviera loca por todas esas excavaciones. Creo que habría ido a Egipto si estuviera bien.
—Algún día tú irás con Evan.
—Iré a cualquier parte con él.
—¿Y qué dice Evan?
—Dice que nos casaremos pase lo que pase.
—Tal vez tu padre te borre del testamento.
—¿Y crees que eso me importa? Prefiero estar con Evan y morirme de hambre.
—No llegaréis a eso. No es necesario. Él tiene un buen trabajo en la Universidad, ¿no es así? No tienes nada que temer. Aunque no heredes una gran fortuna, serás la esposa de un profesor.
—Claro, y no me importa el dinero de papá.
—Entonces estás en una posición fuerte. Tienes que luchar para casarte con quien quieres. Y ya es hora de empezar.
Ella me abrazó de nuevo.
Yo era muy feliz. ¡Qué grato es contribuir a la felicidad de alguien cuando, al hacerlo, contribuimos a la propia!
Theodosia tenía razón cuando dijo que a su padre no le iba a gustar aquella boda.
Cuando se lo dijo hubo una tormenta.
Theodosia vino a mi cuarto llorando.
—No quiere —dijo—. Está furioso. Dice que lo impedirá.
—Bueno, debes mantenerte firme si de verdad quieres casarte.
—¿Tú lo harías, verdad, Judith?
—¿Lo dudas?
—Ni por un momento. ¡Cómo me gustaría ser como tú!
—Puedes serlo.
—¿Cómo, Judith, cómo?
—Mantente firme. Nadie puede obligarte a que te cases si no dices las palabras apropiadas.
—Me ayudarás, ¿verdad, Judith?
—De todo corazón —exclamé.
—Le dije a papá que puede borrarme de la herencia, que no me importa. Que amo a Evan y voy a casarme con él lo antes posible.
—Ése es el primer paso entonces.
Se quedó muy consolada y se quedó en mi cuarto mientras hacíamos planes. Le dije que lo primero que debía hacer era escribir a Evan y contarle cómo estaban las cosas.
Ya veríamos lo que él tenía que decir.
—Le diré que estás enterada, Judith, y que podemos contar contigo.
Me quedé sorprendida al recibir una llamada de Sir Ralph. Cuando entré en sus apartamentos él estaba en un sillón, con una bata y Blake andaba alrededor.
—Siéntate, Judith.
Obedecí.
—Tengo la impresión de que te estás metiendo en los asuntos de mi hija.
—Sé que ella quiere casarse —dije—; no creo haber interferido.
—¿De veras? ¿No le dijiste acaso que viniera a darme su ultimátum?
—Le dije que, si quería casarse, debía decírselo a usted.
—¿Y pedirme permiso?
—Sí.
—¿Y si yo no se lo daba, desafiarme?
—Lo que ella haga es enteramente asunto suyo.
—Pero tú, en su situación, ¿obedecerías a tu padre?
—Si quisiera casarme lo desobedecería.
—¿Aunque fuera contra sus deseos?
—Sí.
—Lo adivinaba —dijo él—. La has alentado. Es lo que has estado haciendo. Por Dios, Judith, tienes una alta idea de tu importancia.
—No sé a qué se refiere usted, Sir Ralph.
—Si por lo menos reconoces alguna ignorancia en el asunto, me alegra de ver que tienes algo de humildad.
Guardé silencio. Él prosiguió:
—Sabes que mi hija Theodosia quiere casarse con un individuo que no tiene un céntimo.
—Sé que quiere casarse con el profesor Evan Callum.
—Mi hija será algún día una mujer muy rica… si me obedece. ¿Sigues creyendo que debe casarse con ese hombre?
—Si está enamorada de él…
—¡Amor! No sabía que fueras sentimental, Judith.
Otra vez guardé silencio. No sabía para qué me había hecho llamar.
—Has aconsejado a mi hija que se case con ese hombre.
—¿Yo? ¡Ella lo había elegido antes que yo supiera nada de sus intenciones!
—Tenía un matrimonio arreglado para ella mucho más conveniente.
—Es ella quien debe decidir si es conveniente.
—Tienes ideas modernas, Judith. En mis tiempos las hijas obedecían a los padres. Tú no crees que deban hacerlo.
—En la mayoría de los asuntos sí, pero, en mi opinión, el matrimonio es algo que deben decidirlo las partes interesadas.
—¿Y el casamiento de mi hija no me involucra?
—No tanto como a ella y su futuro marido.
—Deberías haber sido abogado. Pero creo que, en lugar de eso, te atrae la profesión del hombre con quien se casará mi hija… si lo autorizo.
—Es verdad.
Vi el movimiento en su barbilla y de nuevo se me animó el espíritu, porque lo estaba divirtiendo.
—Sin duda sabes que deseaba otro marido para mi hija.
—Ha habido algunos comentarios.
—No hay humo sin fuego, ¿eh? Seré sincero; quería que se casara, pero con otro. Tú tienes el oído alerta, Judith, estoy seguro.
—He oído sugerencias.
—Y no te parece mal que mi hija haya elegido a ese ¿No es eso?; y especialmente el hecho de que lo defiendas. Ayudarás a mi hija a desobedecer a su padre, ¿verdad? Serás feliz si se convierte en la mujer de ese joven. Eres muy tenaz, Judith. Debes tener tus motivos.
Se echó hacia atrás en la silla, con la cara muy colorada.
Pude ver que reía. Yo estaba abrumada de confusión ante las insinuaciones de sus palabras.
Él sabía que yo estaba encantada de que Theodosia estuviera enamorada de Evan Callum, porque quería a Tybalt para mí.
Movió la mano y me alegré de escapar.
Unos días después Sir Ralph declaró que permitía el compromiso entre su hija y Evan Callum.
Theodosia estaba extasiada.
—¡Quién hubiera supuesto, Judith, que las cosas iban a cambiar hasta ese punto!
—¡Tu padre es en realidad un sentimental, y tú estás evidentemente enamorada!
—Es curioso, Judith, lo poco que sabe uno de la gente que está más cerca de nosotros en esta vida.
—No creo que seas la primera en descubrir eso.
El matrimonio iba a realizarse en Navidad y Theodosia quedó inmersa en un montón de preparativos.
Lady Bodrean no lo aprobaba. La oí discutir con Sir Ralph del asunto. Yo corrí a esconderme en mi cuarto, pero Jane me informó después, y yo, descaradamente, escuché su relato, lo que era casi tan malo como haber espiado yo misma.
—Palabra —dijo Jane— ¡cómo vuelan las cosas! Les parece que él no es bastante para su heredera. «¿Has perdido el juicio?» le preguntó Lady Bodrean. «Señora, —dijo él— soy yo quien va a decidir el futuro de mi hija». «También es hija mía». «Y es una suerte para ella que no se le parezca, porque sentiría mucha pena por el joven con quien va a casarse». «Entonces sientes pena por ti mismo». «No, señora, yo sé cuidarme, —contestó él—. Has desparramado bastardos por toda la comarca», «Un hombre tiene derecho a divertirse», dijo él. ¡Oh, el patrón es el patrón, no cabe duda! Si fuera un hombre más blando ella lo habría dominado. Pero no al señor. Después ella dijo:
«Me dijiste que iba a casarse con Tybalt Travers». «Bueno, he cambiado de idea». «Un cambio bastante brusco». «Está enamorada de ese muchacho». «Amor» replicó ella.
«Algo en lo que no crees, ya lo sé, pero yo digo que se casará con el hombre que ha elegido». «¡Has cambiado de idea! No hace mucho dijiste: quiero que mi hija se case con el hijo de mi viejo amigo, Edward Travers». «He cambiado de idea y no hay más que decir…». Y así siguieron discutiendo e insultándose. ¡La vida es complicada de verdad!
Yo pensaba mucho en Sir Ralph. Realmente le tenía mucho afecto.
Cuando Alison y Dorcas oyeron las noticias quedaron atónitas.
¡Theodosia se casaba con Evan Callum! ¡Qué raro!
¡Tú eres mejor que ella en esos trabajos que a él le interesan!
Vi que estaban desconcertadas. Otra tentativa de casarme había fracasado.
Evan y Theodosia se casaron el día de Navidad, y Oliver Shrimpton realizó la ceremonia. Yo estaba sentada en la parte de atrás de la iglesia, con Dorcas y Alison.
Sabina estaba con nosotras.
Cuando la novia avanzaba en medio de la iglesia, del brazo del novio, Sabina me dijo al oído:
—La próxima vez te toca a ti.
Noté que sus ojos se dirigían a Hadrian, que estaba al frente. Cielos, pensé, ¿es esto lo que está pensando la gente?
Yo siempre había considerado a Hadrian como un hermano. Reí pensando lo que diría Lady Bodrean en caso de saberlo. Hubiera creído que era muy presuntuoso por parte de una dama de compañía pensar en el sobrino de Sir Ralph como en un hermano.
La pareja de recién casados iba a pasar la Navidad y el Año Nuevo en Keverall Court. Después irían a una casa en Devon, que les prestaba uno de los preceptores de la universidad para su luna de miel. Me dieron permiso para ir a pasar el día a Rainbow Cottage, de donde debía volver al día siguiente. Me sorprendió aquella concesión. Después se me ocurrió que Lady Bodrean probablemente había creído que Sir Ralph, que claramente se había convertido en mi protector, me invitaría a la reunión nocturna que se daba para festejar la Navidad y la boda.
Pasé un día tranquilo y, al atardecer, Alison y Dorcas invitaron a algunos amigos y pasamos una velada agradable jugando a las adivinanzas.
Dos días después la radiante novia se fue con su marido. La eché de menos. Todo parecía aburrido ahora que la excitación de la boda había pasado. Lady Bodrean se volvió insoportablemente irritable y se quejaba continuamente.
Tuve ocasión de hablar con Hadrian que, como de costumbre, tenía preocupaciones de dinero.
—Sólo puedo hacer una cosa —dijo— encontrar una heredera para casarme con ella, como lo ha hecho Evan.
—Estoy seguro de que él jamás pensó en eso —dije con calor.
Hadrian me hizo un guiño.
—A pesar de tener las mejores intenciones del mundo es probable que Evan haya tenido un sentimiento de alivio. El dinero es el dinero, y una fortuna no hace daño a nadie.
—Estás obsesionado por el dinero.
—Se debe a que no lo tengo.
A fin de enero Hadrian se fue y, por la misma época, Lady Bodrean se sintió un poco indispuesta y pude disfrutar de alguna libertad.
Sir Ralph me mandó buscar y dijo que, ya que Lady Bodrean no necesitaba de mis servicios, quería que le leyera a él los diarios.
De este modo fui todas las mañanas a acompañarlo durante una o dos horas, y le leía The Times: pero él no me dejaba ir muy lejos. Comprendí que tenía ganas de hablar.
Y me habló un poco de la expedición.
—Debía haber ido con ellos, pero el médico me lo prohibió —se golpeó el corazón—. Podría haberme fallado, ¿sabes? Hubiera sido un estorbo. El calor habría sido demasiado para mí.
Pude replicar con inteligencia gracias a los pequeños conocimientos que había adquirido.
—Es una lástima que no te hayan mandado a la Universidad. Creo que te habría ido bien. Siempre te ha gustado este tema ¿no? Es lo que se necesita… sentir. Yo siempre lo he sentido, aunque nunca pasé de ser un aficionado.
Dije que había mucho placer en ser un mero aficionado.
—Para Sir Edward es una pasión. Creo que es uno de los hombres más importantes de su profesión… casi diría el principal.
—Sí, creo que así lo consideran.
—Y también a Tybalt.
Me lanzó una rápida mirada y sentí el revelador rubor en mis mejillas. Recordé sus insinuaciones pasadas.
—El será como su padre. Sir Edward es un hombre con quien no es fácil convivir. Su matrimonio no fue feliz. Hay hombres que se casan con una profesión, más que con una mujer. Siempre están en otra parte. En casa, entregados a los libros y al trabajo. Ella pasaba días enteros sin verlo cuando él estaba en la casa. Pero casi siempre estaba fuera.
—Supongo que ella no se interesaría en su trabajo.
—El trabajo era para él lo primero. Siempre es así con este tipo de hombres.
—Su hija se ha casado con un arqueólogo.
—¡Ese hombre! ¡Conozco su medida! Hablará toda su vida en una cátedra… teorías acerca de esto y aquello… y cuando termine el trabajo volverá a su casa junto a su mujer y su familia y olvidará lo demás. Hay hombres así… pero no son los que llegan a lo más alto en la profesión. ¿Quieres ver algunos informes de lo que está pasando en Egipto?
—¡Oh, me gustaría mucho!
Me miró con su habitual temblor del mentón.
Le leí algunos informes y los discutimos. ¡La hora pasó volando!
Yo había establecido una nueva relación con Sir Ralph, que me sorprendía a veces, pero que había llegado gradualmente. El interés que siempre había mostrado en mí se había convertido en la base de una amistad que no hubiera creído posible.
A principios de marzo llegaron las noticias de la misteriosa muerte de Sir Edward y se comentó mucho la Maldición de los Faraones.