Asesinato en Harper’s Green

Desde que trabajaba en la finca, disponía de muy poco tiempo libre para el círculo de costura y todo lo demás y hasta la señorita Hetherington lo comprendía. Aprobaba lo que hacía, pues opinaba que las mujeres deberían desempeñar un papel más destacado en los negocios y en todas las cuestiones en general.

Tía Sophie estaba, por supuesto, encantada.

—Era justo lo que necesitabas —decía—. Nunca le agradeceré bastante a Crispin St. Aubyn que te lo propusiera.

Disfrutaba oyendo los detalles que yo le contaba sobre los inquilinos de las casas y apreciaba a James Perrin a quien había invitado varias veces a tomar el té.

De hecho, muchas personas se intercambiaban miradas cuando me veían en compañía de James y yo adivinaba lo que pensaban y me sentía levemente turbada.

Visitaba a Tamarisk de vez en cuando, pero me daba cuenta de que ésta no me recibía con mucho agrado. Intuía que no todo iba bien y que ella no me lo quería comentar. A menudo iba a la granja Grindle donde la niña se estaba criando muy sana y tanto Daniel como Rachel se mostraban visiblemente satisfechos de ella.

Era un sábado por la tarde… un día que solía tener libre a no ser que surgiera algún problema urgente. Llevaba algún tiempo sin visitar a Flora Lane y pensé que ya era hora de que lo hiciera.

Me acerqué a la casa por la parte de atrás y no vi a nadie en el jardín. El cochecito vacío del muñeco se encontraba junto al banco de madera donde Flora acostumbraba sentarse. Observé que la puerta de atrás estaba abierta y pensé que Flora habría entrado en la casa para ir en busca de algo.

Me acerqué a la puerta y pregunté:

—¿Hay alguien en casa?

Justo en aquel momento salió Flora con el muñeco. Para mi asombro, la acompañaba Gaston Marchmont.

—Hola —me dijo Flora—. Llevabas mucho tiempo sin venir por aquí.

—Veo que tienes visita.

Gaston Marchmont inclinó la cabeza.

—Pasaba por aquí —dijo—. He estado hablando con la señorita Lane y ella me ha enseñado el cuarto infantil donde cuida a su precioso niño.

Flora sonrió, contemplando el muñeco que sostenía en brazos.

Mi sorpresa debió de ser muy evidente. Me parecía muy raro que Flora se hubiera hecho amiga de Gaston hasta el extremo de invitarle a entrar en la casa. Yo había tenido que visitarla muchas veces antes de que me concediera semejante privilegio.

Flora depositó el muñeco en el cochecito y se acomodó en el banco mientras yo y Gaston nos sentábamos uno a cada lado.

—No esperaba verme aquí —me dijo Gaston.

—Pues no.

—Me interesa la finca y todos los que viven en ella. A fin de cuentas, ahora soy un miembro de la familia.

Me pareció que hablaba con cierta insolencia.

—Me gusta saber lo que ocurre —añadió Gaston.

—Llevabas mucho tiempo sin venir por aquí —repitió Flora.

—Es que ahora trabajo y estoy más ocupada —le expliqué.

—La señorita Hammond es una dama muy singular, ¿sabe usted? —terció Gaston Marchmont—. Es una pionera. Quiere demostrarnos algo que ya hubiéramos tenido que aprender hace mucho tiempo. Las mujeres valen tanto como los hombres… sólo que lo hacen todo mucho mejor.

Flora le miró con aire distraído.

—Aún no se le ha ido el resfriado. Todavía no se lo ha quitado de encima. Lo llevé arriba para darle un poco de aquella medicina. Está hecha con hierbas y lo alivia mucho, ¿verdad, precioso mío?

Gaston arqueó las cejas y me miró como si la situación le hiciera gracia. Sabiendo lo que sabía de él, sentí que el desprecio que me inspiraba se intensificaba por momentos.

—Qué cuarto infantil tan bonito tiene la señorita Lane en el piso de arriba —dijo Gaston.

Pensé que no debía de ser la primera vez que la visitaba. Deduje que Gaston habría entrado igual que yo y que, mientras conversaba con él, a Flora se le habría ocurrido la idea de que el niño estaba indispuesto y necesitaba tomarse la medicina. Entonces habría subido al piso de arriba y él la habría seguido.

—La señorita Lane ha tenido la amabilidad de enseñarme el cuarto infantil —añadió Gaston—. Menos mal que este pequeño como se llame ya está mejor. ¿Ha visto usted aquellos pajarracos tan siniestros de la pared, señorita Hammond?

Me quedé helada ante la repentina y profunda curiosidad que reflejaban sus ojos.

Los pájaros ejercían cierto efecto en mí y me recordaban los antiguos versos del secreto que jamás se debería contar. Por lo visto, a él le había ocurrido lo mismo.

—Las urracas —dijo Flora—. Lucy las enmarcó para mí. Enseñan que hay un secreto… que nunca se contará. Eso es lo que dicen.

—¿Y usted conoce el secreto? —le preguntó Gaston. Flora le miró horrorizada.

—Eso significa que sí —dijo Gaston con aire triunfal—. ¿Y si nos lo contara? Sería divertido, ¿no cree? No se lo diríamos a nadie, no se preocupe.

Flora se puso a temblar.

—La está disgustando —le dije en voz baja a Gaston.

—Lo siento —musitó Gaston—. Hoy hace un día muy bonito. Qué bien se está en el jardín.

Observé que Flora estaba muy alterada y comprendí que no nos lo podíamos tomar a la ligera.

—Creo que debemos irnos —dije—. He venido simplemente para ver cómo estabas —añadí, dirigiéndome a Flora—. Tu hermana estará al volver, supongo.

Gaston me miró fijamente.

—Sí, creo que deberíamos irnos —repetí con firmeza. Flora asintió contemplando el muñeco y empezó a mover el cochecito hacía adelante y hacia atrás. Después se levantó y lo empujó en dirección a la casa—. Adiós —dije.

—Adiós —murmuró Flora sin volverse a mirarme. Gaston me acompañó hacia la verja.

—Qué barbaridad —dijo mientras nos alejábamos—. Está loca de atar.

—Ha perdido el juicio. No tendría que haberle hablado de los pájaros.

—Fue ella quien me habló a mí. Me acompañó al piso de arriba y me los enseñó. Me pareció que no le importaba.

—Hay que andarse con cuidado con las personas como ella.

—Está… totalmente chiflada. ¡Mire que pensar que ese muñeco es un niño! Y cree que es nada menos que Crispin. Eso es lo más descabellado. ¡Por ahí anda él, pavoneándose como el amo del cotarro, y ella cree que es un muñeco de porcelana!

—Fue su niñera. Vive todavía… en aquella época.

—Compadezco a su pobre hermana.

—Se quieren mucho y Crispin se porta muy bien con ellas.

—Creo que usted me acusa de lo que ha ocurrido.

—Bueno, es que le ha hablado de los secretos y de todo eso.

—Pensé que sería mejor que se desahogara. Tanto hablar de secretos… me pareció que era eso lo que más le preocupaba… o lo que pueda quedar de eso.

—Creo que es mejor dejarla en paz… seguirle la corriente… y simular con ella que el muñeco es un niño. Es lo que hace su hermana y también Crispin. Ellos la conocen mejor que nadie. Su hermana estaba presente cuando perdió la razón, y Crispin… bueno, él la conoce desde hace mucho tiempo.

—La conoce porque fue su querida niñera, supongo.

—Flora no lo fue. Él sólo contaba unos meses cuando ella tuvo que dejar el trabajo. Entonces la sustituyó Lucy.

—Una historia extraordinaria, ¿no cree? Y muy curiosa. Yo sólo pretendía animar un poco a la pobre mujer, ahora que tanto me interesa todo lo de aquí.

—Entonces, ¿piensa quedarse?

—Eso, mi querida señorita Frederica, está en las manos de los dioses.

Me alegré cuando llegamos a los Rowans y él se despidió de mí para regresar a St. Aubyn’s.

*****

Tía Sophie me dijo una mañana a la hora del desayuno:

—Gerry Westlake ha vuelto a casa.

—¿Quién es Gerry Westlake? —pregunté. El nombre me sonaba vagamente.

—Ya conoces a los Westlake. Viven en una casa de Cairns Lane.

—¿Y Gerry?

—Es su hijo. Se fue hace años. Hace veinte… no, hace diecisiete años o así. Se fue a Australia de repente. Decidió emigrar. No, no fue a Australia sino a Nueva Zelanda. Al parecer, tenía un amigo allí.

—Me pregunto qué tal les debe ir a los Merret en Australia.

—Más tarde o más temprano escribirán a alguien y entonces lo sabremos. Supongo que les irá bien. Ambos eran muy trabajadores.

Cuando llegué al despacho, una de las primeras cosas que me dijo James fue:

—El hijo de los Westlake ha regresado a casa.

—Tía Sophie me ha contado algo de él. Se llama Gerry, ¿verdad? ¿Usted lo conoció?

—No, por Dios. No creo que hubiera nacido cuando él se fue. Pero muchas personas de Harper’s Green lo recuerdan y comentan su regreso, naturalmente. Tengo que ir por allí para supervisar unas obras y he pensado visitar a los Westlake para conocer a este joven. ¿Por qué no me acompaña?

Vacilé, sabiendo que la gente comentaba el hecho de que estuviéramos siempre juntos. Apreciaba mucho a James, pero no me gustaba que me relacionaran con él. Me pregunté si se habría enterado de los chismorreos que corrían y si le habrían parecido desconcertantes.

—¿Le parece justificado? —le pregunté.

—Pues claro que sí. Es una buena oportunidad para que conozca a la señora Westlake. Su marido es uno de los maestros de obras que trabajan en la finca… a ratos perdidos porque ahora ha prosperado. Aquí siempre hay algo que hacer. Me gustaría saber lo que cuenta Gerry.

Decidí acompañar a James.

Los Westlake vivían en una pulcra casita con un jardín muy bien cuidado y pasamos con ellos una mañana muy agradable.

La señora Westlake sacó su mejor vino de bayas de saúco y yo tuve ocasión de conocer a Gerry, un hombre muy simpático con una esposa y una hija de aproximadamente mi edad.

Me contaron que era su primera visita a Inglaterra y Gerry me explicó los distintos trabajos que solía hacer en la finca. Acababa de cumplir los diecisiete años cuando decidió irse a Nueva Zelanda. Fue una decisión muy arriesgada, pero él pensó que en un nuevo país se le ofrecerían más posibilidades. Se había estado carteando con un amigo que había emigrado allí y eso fue lo que le hizo decidirse.

Frunció levemente el ceño al recordar el pasado.

—Supongo que fue lo más acertado para usted —le dije yo.

—Desde luego, aunque no lo tuve fácil al principio. Sin embargo, allí necesitaban jóvenes y daban muchas facilidades a los inmigrantes. Viajé en la bodega de un barco, por supuesto… una cosa un poco primitiva, pero ¿qué más da eso a los diecisiete años? Fue muy emocionante. Además, mi amigo me estaba esperando. Me llevaba diez años. Al final, todo salió bien.

La anciana señora Westlake miró con una sonrisa a su hijo.

—Te gustaba mucho una de las chicas de aquí —dijo—. Fue una suerte que te fueras.

—Sí —dijo el marido—. Pobre chica. Se volvió un poco rara cuando te fuiste.

—¡Yo no tuve la culpa de eso, madre!

—Bueno, me imagino que algo debió de pasar antes de que te fueras. De todos modos, eras un mozo muy guapo.

Gerry se puso un poco nervioso.

—Ha transcurrido mucho tiempo —dijo—. ¿Cómo está… el señor Crispin St. Aubyn?

—Creo que muy bien —contesté yo.

—¿Goza de buena salud?

—Jamás he oído lo contrario, ¿verdad, James? —dije.

—Un hombre de excelente figura, supongo.

—Así lo describiría yo —contestó James—. ¿Y usted? —me preguntó.

—Sí, yo también —contesté.

—Alto, bien plantado y totalmente sano —murmuró Gerry.

—Totalmente.

Gerry sonrió complacido.

Su madre había sacado unos pastelillos para acompañar el vino.

—Eso es toda una celebración —dijo James.

—Verá, señor Perrin —contestó el anciano señor Westlake—, no ocurre todos los días que un hijo regrese a casa desde Nueva Zelanda para vernos.

Fue una mañana de lo más interesante.

*****

Iba a visitar a Flora cuando, para mi gran consternación, estando ya muy cerca de la casa, me crucé con Gaston Marchmont.

—Buenos días —me dijo alegremente—. Me parece que ya adivino adónde va. Mire, yo también pensaba ir allí.

—Comprendo —dije en tono distante.

—Creo que le gusta que la visiten. Por lo menos, eso parece. Lo siento mucho por la pobrecilla.

—No creo que a su hermana le haga mucha gracia ver gente por allí.

—¿Por eso usted la visita cuando la otra ha salido? ¿Eso de que… «Cuando el gato no está…»?

Sus palabras me molestaron. Justo en aquel momento vi a Gerry Westlake cruzando la verja. Él también había visitado la casa. Todo aquello era muy raro.

—Hola —dijo Gerry.

Le devolví el saludo y, volviéndome hacia Gaston Marchmont, añadí:

—Es el señor Gerry Westlake.

—Lo sé —dijo Gaston—. Debe de haber sido muy emocionante regresar al viejo país para ver a la familia.

—En efecto —dijo Gerry.

—¿Piensa marcharse muy pronto?

—Mañana. Ha sido muy agradable, pero, por desgracia, todo lo bueno se acaba.

—Supongo que no tardará en regresar —dijo Gaston.

—Es un viaje muy largo y tuvimos que ahorrar muchos años para poder hacerlo.

—Muy bien, pues, le deseo buena suerte —le dijo Gaston.

—Y un buen viaje de vuelta —añadí yo.

Gerry se alejó.

En cuanto vi a Flora, comprendí que algo le ocurría. Parecía trastornada y su rostro estaba contraído en una mueca.

—¡Flora! —exclamé—. ¿Qué ha pasado?

Me miró como aturdida, meneando la cabeza de uno a otro lado.

—Dime, Flora, ¿qué ha pasado?

Flora contempló el muñeco que sostenía en sus brazos.

—No lo es… no lo es, es sólo un muñeco —murmuró. De repente, arrojó el muñeco lejos de sí y éste fue a parar al cochecito donde quedó tendido al través con su exánime sonrisa de porcelana.

No podía creerlo. Flora estaba regresando a la realidad.

Reinaba un profundo silencio a nuestro alrededor. Contemplé el torturado rostro de Flora y la ávida curiosidad que reflejaba el de Gaston.

—¿Por qué? —Preguntó Gaston—. ¿A qué viene este cambio?

Apoyé una mano en su brazo para impedir que le hiciera preguntas.

En aquel momento, vi a Lucy saliendo de la casa.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? —preguntó, alarmada.

—Es sólo un muñeco —dijo Flora con voz lastimera. Lucy miró a su hermana con inquietud y movió los labios como si rezara. Después, la rodeó con su brazo.

—Ven, querida —le dijo—. Tranquilízate. Nada ha cambiado.

—Es un muñeco —musitó Flora.

—Has estado soñando —le dijo Lucy.

—¿Sólo un sueño? —Murmuró Flora—. Ha sido sólo un sueño.

Lucy se volvió a mirarnos.

—La llevaré dentro e intentaré calmarla —dijo en voz baja—. A veces tiene estos arrebatos.

Entró en la casa con Flora; Gaston y yo nos las quedamos mirando desde el jardín.

—Tenemos que irnos —dije. Cruzamos la verja y salimos al camino.

—¿Qué piensa usted de todo eso? —preguntó Gaston.

—Supongo que a veces tiene destellos de realidad.

—Parece que a su hermana Lucy no le ha hecho demasiada gracia.

—Está muy preocupada por Flora. Debe de ser una responsabilidad terrible.

—Acababa de recibir una visita —dijo Gaston—. Supongo que debió de tener una revelación. Me pregunto qué le habrá dicho nuestro pionero colonizador.

No podía quitarme a Flora de la cabeza, por lo que unos días más tarde decidí visitarla de nuevo. En aquella ocasión Lucy estaba en casa.

—Me alegro de que haya venido —me dijo.

Flora se encontraba en el jardín junto al cochecito del muñeco.

—Ahora ya está bien, ¿verdad, querida? —le dijo Lucy.

Flora asintió con la cabeza mientras movía el cochecito hacia adelante y hacia atrás.

—Con este balanceo, se duerme en seguida —dijo.

Al parecer, todo había vuelto a la normalidad. Lucy me acompañó a la verja.

—Se ha recuperado —dijo.

Pensé que la palabra «recuperación» no era la más adecuada para describir la situación. Por un momento, Flora había estado en el presente. ¿Acaso no era ésa una buena señal?

—Le ha ocurrido otras veces —me explicó Lucy—. No es bueno para ella. Después se encuentra mal. Se excita demasiado y sufre pesadillas. Tengo un medicamento tranquilizante que le recetó el médico.

—Parece que, por un instante, vio las cosas tal como son en realidad.

—No, no es eso exactamente. Se encuentra mejor tal como está ahora. En realidad, está serena y calmada.

—Algo se lo debió de provocar —apunté yo.

Lucy se encogió de hombros.

—No sé si tuvo algo que ver con Gerry Westlake —añadí.

Lucy pareció sobresaltarse.

—¿Y eso por qué?

—Pues porque vino a verla. Le vimos salir.

—Oh, no. Él lleva fuera de aquí veintisiete años o más.

—Espero que todo vaya bien.

—Gracias. Yo cuidaré de que así sea.

Regresé a casa un poco más tranquila.

*****

Me quedé consternada al ver a Tamarisk. Adiviné que algo ocurría tras mi conversación con Crispin y había intentado repetidas veces ganarme su confianza. Gaston Marchmont me inspiraba una creciente antipatía. Además, su interés por Flora me causaba una extraña desazón. Al parecer, la situación le hacía gracia, pero a mí me preocupaba que la visitara.

En aquella ocasión Tamarisk no se mostró tan reservada como otras veces. Observé que había estado llorando. Debía de haber comprendido que era inútil seguir disimulando.

—Tamarisk —le dije—, ¿por qué no me lo cuentas? A veces, es un alivio.

—Nada me puede aliviar.

—¿Se trata de Gaston?

Tamarisk asintió en silencio.

—Os habéis peleado.

Tamarisk se echó a reír.

—Siempre nos peleamos. Ya ni siquiera se esfuerza.

—¿Qué ha sucedido?

—Todo. Ha dicho que yo era una estúpida y que prefería a Rachel. Ha dicho que ella era una bobalicona y lo sabía y que yo también lo era, pero no lo sabía. Ésa es la única diferencia entre nosotras. Crispin le aborrece y él aborrece a Crispin. Y creo que también me aborrece a mí. Tiene un carácter violento, yo que le creía tan encantador…

—¡Pobre Tamarisk!

—No sé qué hacer. Creo que a Crispin le gustaría que nos divorciáramos.

—¿Por qué motivo? No te puedes divorciar de una persona simplemente por el hecho de que de pronto descubras que ya no te gusta tanto como antes.

—Por adulterio, supongo.

—¿Con qué pruebas?

—Estoy segura de que encontraríamos alguna. Dice que fue amante de Rachel antes de que nos casáramos. Dice que la hubiera preferido a ella. Sé por qué se casó conmigo. Es por todo esto. Cree que soy rica. Y algo tengo, desde luego. Le gustaría ser el dueño de todo esto. Envidia a Crispin. Dice que mi hermano no sabe disfrutar de la vida.

—Y él sí sabe, claro… haciendo desgraciada a la gente… engañando y mintiendo.

Pensaba en lo que Tamarisk me acababa de decir sobre Rachel. ¿Y si llegara a conocerse la verdad? Sería el final de la felicidad en el hogar de los Grindle. ¿Y qué pasaría con la pequeña Danielle que era la alegría de sus corazones? No podría soportar que Gaston lo estropeara todo. Pero no lo haría porque él mismo saldría perjudicado… ¡sería el hombre que había seducido y abandonado a una confiada muchacha!

—Crispin está tratando de encontrar el medio de librarse de él. Nos ha engañado desde el principio. Incluso con el nombre. Tampoco tiene propiedades. Es un aventurero sin un céntimo. Oh, Fred, estoy tan avergonzada…

—Bueno, supongo que no eres la única que ha sido engañada por él. Tiene mucha labia.

—Bebe demasiado. Y entonces se le suelta la lengua. Habla mucho de Rachel y dice que, si quisiera, podría conseguir que ella lo abandonara todo y se fuera con él.

—¡Eso es un disparate!

—Lo sé, pero creo que es verdad lo que dice sobre ellos dos. Sé que Rachel estaba muy encaprichada con él.

—Rachel está felizmente casada. Tiene una niña. Estoy segura de que le despreciaría si él le hiciera alguna proposición.

—Se comportaría como una buena esposa. Y, además, hay que pensar en la niña. Por aquellas fechas, Rachel debía de mantener también unos tratos muy amistosos con Daniel.

No podía permitir que Tamarisk siguiera por aquel camino.

—¿Qué vas a hacer Tamarisk? —me apresuré a preguntar para cambiar de tema.

—No lo sé. Creo que Crispin encontrará alguna solución. Es muy inteligente y está trabajando en ello. No creo que tolere la presencia de Gaston en esta casa. Gaston sigue cortejando a mí madre y diciéndole que es más guapa que la mayoría de las chicas. Ella está de su parte, pero no le servirá de nada. Estoy segura de que Crispin no tardará en hacer algo.

Pensé en Crispin y me pareció conveniente comunicarle que Tamarisk me había hecho ciertas confidencias. Cuando acudió al despacho, tuve ocasión de decírselo.

—Muy bien —dijo—. ¿Podrías reunirte a almorzar conmigo a la una en punto en La Pequeña Raposa? Contesté que allí estaría.

*****

Le conté lo que Tamarisk me había dicho.

—¿Qué va usted a hacer?

—Lo mejor será librarnos de él. Pero eso es imposible. No nos hará el favor de marcharse. La otra salida que nos queda es el divorcio. No me parece enteramente satisfactoria, pero no se me ocurre ninguna otra.

—¿Por qué motivo?

—Adulterio seguramente. Por lo que sabemos de él, estoy seguro de que podríamos encontrar alguna prueba.

Que no la encuentren en Rachel, pensé. Sería algo insoportable. Pero aquello había ocurrido antes de la boda y no sería válido. Sin embargo, saldría a la luz en caso de que se hicieran indagaciones. La felicidad de Rachel no podía sacrificarse.

—¿Sabe usted con certeza que es un calavera? —pregunté.

—Estoy casi seguro. En realidad, lo estoy haciendo vigilar. Es un secreto. Él no lo sabe, pero si lo sospechara… bueno, estaría sobre aviso.

—¿Cree que podrá descubrir algo?

—Es muy imprudente. A pesar de ser muy listo y de tener la vista puesta en la mejor oportunidad, puede ser muy insensato. Se casó con Tamarisk porque pensó que ella le proporcionaría una vida de comodidades, tal como efectivamente ha ocurrido hasta ahora. Sin embargo, el esfuerzo de tener que simular ser un amante esposo ha sido demasiado para él. Es un sinvergüenza, un impostor y un aventurero sin escrúpulos. Es listo, pero no lo suficiente. Frederica, tengo que conseguir sacarle de la casa. Me alegro mucho de que Tamarisk haya empezado a hacerte confidencias. Raras veces habla conmigo y, cuando lo hace, se muestra muy comedida. Tú me podrás decir exactamente lo que siente. Tenemos que vernos más a menudo.

Me miró con una cordial sonrisa en los labios y yo experimenté una oleada de placer, como siempre me ocurría cuando él parecía mostrar algún interés por mí.

—¿Te sigues llevando bien con Perrin? —me preguntó.

—Sí, por supuesto, es muy amable y servicial.

—Tú ya sabes que te tengo un aprecio especial, ¿verdad, Frederica?

—Después de lo de Barrow Wood. Sí. Lo comprendo —no pude evitar añadir—: Aunque antes apenas se fijaba en mí.

—Me fijé la primera vez que acudiste a St. Aubyn’s para las clases.

—Jamás olvidaré la primera vez que le vi —le dije.

—¿De veras?

—Fue en la escalinata. Yo estaba con Tamarisk y Rachel. Estábamos bajando y usted se disponía a subir. Nos saludó brevemente con una inclinación de cabeza y, cuando todavía se encontraba al alcance de nuestro oído, preguntó con una voz que todas pudimos escuchar con absoluta claridad:

»—¿Quién es aquella niña tan fea?

—Y se refería a mí.

—No —dijo Crispin.

—Sí, es verdad.

—¿Te dolió?

—Muchísimo. Tía Sophie tuvo que pasarse mucho rato tratando de sanar mi vanidad herida.

—Lo siento, pero no puedo creerlo. Lo que de verdad quería decir era «¿Quién es aquella niña tan interesante?».

—Cuando una tiene trece años, le duele que la llamen niña y, por si fuera poco, que la insulten diciéndole que es fea.

—Nunca me lo has perdonado.

—Bueno, es que yo creía que era fea.

—Ibas peinada con dos severas trenzas y tenías una mirada penetrante.

—Y usted tenía una voz penetrante.

—Créeme que lo siento de veras. Fui un estúpido… y un tonto. Hubiera tenido que comprender que eras una joven muy atractiva. Las personas más vulgares suelen convertirse en auténticas bellezas. Ya sabes lo del patito feo que se convirtió en cisne.

—No es necesario que se disculpe. Yo era fea: Y, ¿sabe una cosa?, a partir de aquel momento empecé a cuidar mi aspecto. O sea que, al final, todo fue para bien. Usted me hizo un bien.

Crispin extendió la mano sobre la mesa y tomó la mía con fuerza.

—Y te lo quiero seguir haciendo —dijo—. Siempre. Pensé que iba a añadir algo más, pero dudó y pareció cambiar de idea.

—Entonces hemos sellado un pacto —dijo—. Nos reuniremos a menudo. Tú me dirás lo que descubras y buscaremos una salida a todo esto.

Nos pasamos un buen rato hablando de la finca, sobre la cual yo estaba muy bien informada. Crispin se alegró de que así fuera y pareció animarse.

Cuando nos despedimos me dijo:

—Estoy preocupado por Tamarisk, pero ya encontraremos alguna solución. De momento, hemos pasado un rato muy agradable juntos.

Yo seguía visitando muy a menudo la granja Grindle. Danielle era una niña encantadora y yo mostraba un interés muy especial por ella. Rachel también era feliz. Creo que estaba consiguiendo olvidar el pasado y que una de las principales razones era la pequeña Danielle.

Por desgracia, la felicidad no duró demasiado.

Poco después de mi conversación con Crispin en La Pequeña Raposa, fui a ver a Rachel y me di cuenta de que algo ocurría.

—Freddie —me dijo Rachel—. Ha estado aquí. Gaston ha estado aquí.

—¿Para qué?

—Dijo que quería que volviéramos a ser amigos.

—¡Qué impertinencia!

—Oh, Freddie, ha sido horrible. Tengo miedo.

—¿Qué ha pasado?

—Ha dicho: «Antes nos queríamos, ¿no te acuerdas?».

—Le dije que se fuera y que no quería volver a verle. Ha sido horrible. Ha intentado rodearme con sus brazos. He pasado mucho miedo.

—¿Cómo entró?

—Llamó y una de las criadas lo hizo pasar al salón donde yo me encontraba en aquel momento. Pensé que no se iría jamás.

—¿Se lo dijiste a Daniel?

—Sí. Se enfadó muchísimo. Creo que lo mataría si le viera. Daniel no suele enfadarse casi nunca, pero esta vez se enfadó. Oh, espero que Gaston no vuelva nunca más. Si lo hace…

—No puede causarte ningún daño.

—Estoy pensando en Danielle.

—¿Acaso sabe algo?

—Sí. Le dije que iba a tener un hijo y entonces me pareció que no le importaba… con tal de que no estropeara sus planes de boda con Tamarisk.

—Ahora ya no puede hacerte daño, Rachel.

—Podría decirle a la gente que Danielle es hija suya. Podría provocar un terrible escándalo. Piensa en lo que eso supondría para la niña. La gente se pasaría años comentándolo. Oh, Freddie, ¡qué desastre tan espantoso!

—Todo se arreglará. No te puede hacer nada.

Rachel me apretó el brazo.

—Tengo miedo. Muchísimo miedo.

No se lo dije, pero yo también lo tenía.

*****

¡Cuánto odiaba a aquel hombre! Causaba la desdicha dondequiera que fuera. Pensé que todo se había resuelto cuando Daniel aceptó a la niña y se encariñó con ella. Comprendí con toda claridad el daño que podía hacerles Gaston. Le insultaba en mi fuero interno. ¡Ojalá se marchara! Pero no cabía esperar tal cosa. Apreciaba demasiado el lujo de que disfrutaba en St. Aubyn’s. Había logrado casarse con Tamarisk e instalarse allí… y tenía el propósito de quedarse. Lucharía por quedarse y no le importaría lo que les ocurriera a los demás con tal de que él consiguiera sus propósitos.

En el pueblo se había producido una nueva conmoción. Harry Gentry había descubierto que Gaston Marchmont mostraba interés por su hija Sheila, la cual tenía apenas dieciséis años. Los había descubierto juntos en la leñera del jardín.

Harry adivinó las intenciones de Gaston con respecto a su hija y se enfureció, afirmando que le mataría. Gaston trató de disculparse, pero Harry entró en la casa y volvió a salir con la escopeta que utilizaba para matar conejos.

Gaston huyó, pero Harry disparó al aire para advertirle de lo que ocurriría en caso de que volviera a acercarse a Sheila. Los vecinos oyeron los disparos, salieron y presenciaron la escena.

La gente comentaba las desavenencias de St. Aubyn’s.

«Aquella fuga a Gretna Green fue muy romántica, desde luego, pero fijaos en las consecuencias. El señor Crispin se estará preguntando ahora cómo van a librarse de este sujeto».

Rachel estaba cada vez más asustada. No podría soportar que su familia se viera envuelta en un escándalo. A Gaston Marchmont no le importaría. Sería capaz de perjudicar a cualquiera con tal de que ello pudiera reportarle alguna ventaja.

Crispin acudió al despacho una tarde en que sabía que James Perrin no estaría allí.

—Las cosas van de mal en peor —dijo—. Tenemos que hacer algo para librarnos de este individuo.

—¿Se le ha ocurrido alguna idea?

Crispin sacudió la cabeza.

—Anda persiguiendo a las mujeres por ahí. Puede que no sea difícil descubrir alguna prueba contra él.

Temblé por Rachel. Hubiera querido pedirle a Crispin que evitara mezclarla en todo aquello, pero no podía hacerlo sin que ella me diera permiso para revelarle la verdad, y sabía que jamás me lo daría.

Crispin se sentó en el borde del escritorio, moviendo la pierna hacia adelante y hacia atrás mientras fruncía el ceño con la mirada perdida en la lejanía. Su actitud era de rabia y desesperación. Le comprendía perfectamente porque era lo mismo que yo sentía.

—Me comentó usted el otro día que le había mandado vigilar —dije.

—Sí. Pero sus pequeños devaneos con Sheila no nos van a servir de mucho.

Llamaron a la puerta.

—Adelante —dijo Crispin.

Era uno de los trabajadores de la finca.

—Pasaba por delante de la casa cuando la señorita Lucy me llamó —dijo tartamudeando—. Me ha dicho que viniese y le pida que vaya allí inmediatamente, señor. Ha ocurrido algo.

—Iré en seguida —dijo Crispin.

Salió y saltó inmediatamente a su caballo.

—Le seguiré por si pudiera ayudarla —dije.

Al llegar, corrí a la casa. Flora se encontraba con Lucy y Crispin en la cocina.

Flora parecía muy alterada.

—Ya pasó todo, Flora. Ya pasó todo —le repetía Lucy una y otra vez.

Crispin estaba tratando también de calmarla, pero todo era inútil.

—Se ha llevado al niño, se lo ha llevado —decía Flora, llorando—. Le quería hacer daño. Dijo que le haría daño si yo no… si yo no…

—No llores —dijo Crispin—. Ya pasó todo. Flora sacudió la cabeza.

—No, no. Él me dijo: «Dímelo… dímelo… y te devolveré al niño».

—Y tú se lo has dicho —dijo Lucy en tono apagado.

—Ahora ya no es un secreto. Que nunca se contará… pero lo hice por el niño… le quería hacer daño.

Comprendí instintivamente a quién se refería. Se trataba de Gaston, por supuesto. ¿Acaso yo no le había visto allí varias veces? Mostraba mucho interés por Flora. Estaba intrigado… quería descubrir el secreto que nunca se contaría. Y había encontrado el medio de conseguirlo. ¡Oh, pobre Flora! Le había enseñado la ilustración de las urracas tal como antes me la había enseñado a mí, y él le había arrancado el secreto a la fuerza.

¿Por qué le interesaban tanto los delirios de Flora? ¿Por qué, siendo así que a él sólo le interesaban las cosas capaces de reportarle alguna ventaja?

Lucy acompañó a Flora a su habitación. Crispin se quedó para ayudarla y yo me fui porque no podía hacer nada.

Me pasé todo el día pensando en lo ocurrido y aquella noche tuve una terrible pesadilla. Me encontraba tendida en el suelo en Barrow Wood sin poder moverme y el señor Dorian se estaba acercando a mí. Pedía auxilio. Entonces oía un murmullo entre los árboles, pero no era el señor Dorian quien se acercaba sino las siete urracas. Se posaban en un árbol, me miraban con aire siniestro y yo me moría de terror, como me había ocurrido al ver al señor Dorian.

Me desperté presa del pánico. Sólo había sido un confuso y estúpido sueño. ¿Cómo era posible que me hubiera asustado tanto por unos cuantos pájaros inofensivos?

Pasó el día. Hubiera deseado ir a ver a Flora, pero temía no ser bien recibida. Esperaba que Crispin pasara por el despacho, pero no lo hizo. Me alegré de que James no se percatara de mi inquietud.

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, llamó el cartero. Cuando tenía tiempo para tomarse una taza de té, Lily se la ofrecía en la cocina. Esta vez, Lily le hizo pasar al salón. Tenía los ojos desorbitados por el horror y el sobresalto que sólo las malas noticias son capaces de provocar.

—Tom me acaba de decir que Gaston Marchmont ha sido encontrado muerto de un disparo entre los arbustos de St. Aubyn’s.

Pensé que me iba a desmayar.

—Sí —añadió Tom—. Lo han encontrado esta mañana entre los arbustos. Ya saben, los que hay en la parte posterior de la casa. Uno de los jardineros lo encontró. Habrá estado allí toda la noche.

—Eso va a traer muchas complicaciones —dijo Lily.

—¿Cómo? ¿Quién? —balbucí.

—Eso es algo que tendrán que averiguar —contestó Tom.

*****

O sea que, al final, había ocurrido. Varias personas querían quitárselo de en medio. Yo tenía miedo de que el culpable del asesinato fuera alguien a quien yo conociera.

Mi primer pensamiento se dirigió a Daniel. No podía creer que aquel hombre tan bondadoso fuera capaz de matar a alguien. La idea me resultaba insoportable. Hubiera sido el final de la felicidad de Rachel.

¿Y Harry Gentry? Había amenazado a Gaston Marchmont con una escopeta. E incluso había efectuado unos disparos.

¿Tamarisk? Le odiaba porque la había engañado y humillado. Era una persona imprevisible y atolondrada y aborrecía por encima de todo que la humillaran.

Crispin le odiaba. Más de una vez había dicho que deseaba librarse de él. Era una amenaza para todo el mundo. Incluso había trastornado a la pobre Flora. Provocaba situaciones desagradables dondequiera que fuera.

Que no haya sido Crispin, repetía yo para mis adentros. Sería para mí lo más insoportable que pudiera pasar.

Por primera vez, me enfrentaba cara a cara con los verdaderos sentimientos que Crispin me inspiraba. Me había sentido atraída por él en cuanto le vi y su desafortunado comentario me hizo más daño, precisamente por venir de él. ¿Barrow Wood? Bueno, aquello nos había afectado profundamente a los dos. Por mi parte, jamás olvidaría su cólera cuando apartó de un empujón al señor Dorian. Tampoco podría olvidar su ternura cuando se volvió hacia mí y me ayudó a levantarme. ¡Qué bien lo pasaba almorzando con él en La Pequeña Raposa! Había tratado de ocultarme incluso a mí misma el placer que sentía cuando se presentaba en el despacho.

Sin embargo, percibía una barrera, algo que no acertaba a comprender. A veces, me parecía intuir una especie de afecto en su actitud hacia mí y pensaba que me apreciaba; pero después volvía a mostrarse indiferente. Aunque la indiferencia no la reservaba exclusivamente para mí, sino para todo el mundo. Estaba totalmente inmerso en la finca y me parecía comprensible que así fuera, pues ésta constituía una grave responsabilidad para él. Pero me daba la impresión de que ocultaba algo… algún secreto.

¡Los secretos! Veía secretos por todas partes a causa de mis visitas a las hermanas Lane y de aquella inquietante ilustración de las urracas. Incluso las había soñado.

Tía Sophie apenas hablaba de otra cosa que no fuera la muerte de Gaston Marchmont; aunque, en realidad, todo el mundo hablaba de lo mismo en Harper’s Green.

¿Quién había matado a Gaston Marchmont? Ésa era la pregunta que se hacía todo el mundo. Había expectación en el aire. La gente pensaba que pronto se conocería la respuesta.

Lily estaba segura de que había sido Harry Gentry.

—Se la tenía jurada —decía—. Desde que lo sorprendió con la joven Sheila. Aunque hay que reconocer que la chica no le hacía ascos. Si quieren que les diga la verdad, yo creo que los dos tuvieron un poco la culpa. Bueno, él ya tiene su merecido y a ella le servirá de lección.

—Espero que el pobre Harry no esté mezclado en eso —dijo tía Sophie—. Se mire como se mire, es un asesinato. Ya sé que tiene un temperamento muy exaltado, pero dudo que le esperara al acecho y que lo matara a sangre fría de esta manera. Es un hombre muy juicioso. No, yo creo que habrá sido alguien perteneciente al pasado de aquel hombre. Porque me imagino que su pasado debía de ser muy borrascoso.

Tía Sophie se mostraba muy solícita conmigo, temiendo que yo estuviera preocupada por Crispin. Tal vez había comprendido mis sentimientos mejor que yo misma. Sabía muy bien que Crispin odiaba a Gaston Marchmont y que estaba deseando echarlo de St. Aubyn’s. Yo prefería imaginar que alguien de su pasado había asesinado a Gaston Marchmont.

*****

La policía se pasó varios días visitando Harper’s Green. Se habían divulgado las amenazas proferidas por Harry Gentry y éste había sido interrogado varias veces.

Al parecer, tenía una coartada. Había estado pintando la casa de un vecino hasta las nueve de la noche y después el vecino le acompañó a su casa, donde ambos tomaron cerveza y unos bocadillos que les preparó Sheila y posteriormente estuvieron jugando al póker hasta pasada la medianoche.

Se calculaba que el disparo que había provocado la muerte de Gaston se había efectuado entre las diez y media y las once de aquella noche. Por consiguiente, Harry Gentry estaba a salvo, por así decirlo.

Fui a ver a Rachel. Me alegraba de que su relación con Gaston no fuera públicamente conocida. Daniel, Tamarisk y yo éramos los únicos que conocíamos el secreto.

Rachel lanzó un suspiro de alivio al verme.

—Sabía que vendrías en algún momento.

—Hubiera querido venir antes… pero no estaba segura…

—Freddie, ¿no pensarás que fue Daniel?

Guardé silencio.

—No es verdad —dijo Rachel con vehemencia—. Regresó a última hora de la tarde y permaneció en casa hasta la mañana siguiente. Jack estuvo aquí y lo puede confirmar.

—Oh, Rachel no sabes lo preocupada que estaba.

—Y yo también… o, mejor dicho, lo hubiera estado de no haber sabido que Daniel no salió de casa en ningún momento. Ocurrió aquella noche entre las diez y las once, ¿verdad? Estuvo tendido allí… mucho rato sin que nadie lo descubriera.

—¿Por qué Daniel iba a hacer eso? —dije—. ¿Por qué te iban a relacionar con Gaston? Nadie sabe que pudiera haber un motivo.

—Tienen que saberlo, Freddie. Tienen que saberlo.

—Nadie sabe lo que hubo entre tú y Gaston más que nosotros y… Tamarisk.

Rachel me miró consternada.

—Él se lo dijo —le expliqué, añadiendo inmediatamente—: Pero ella no dirá nada. No querrá que se sepa que, mientras la cortejaba a ella, Gaston hacía el amor contigo. No ocurrirá nada. No te preocupes. Tía Sophie piensa que puede haber sido alguien de su pasado. Un hombre como él debía de tener un pasado más bien misterioso. Debía de tener enemigos. En el poco tiempo que vivió aquí tuvo muchos.

—Oh, Freddie, sé que no está bien, pero me alegro de que ya no viva entre nosotros. Jamás hubiera habido paz. Me alegro, no sabes cuánto me alegro.

—Comprendo lo que sientes. En realidad, no veo ninguna razón para que te relacionen con eso.

Rachel me arrojó los brazos al cuello y me estrechó con fuerza.

—Me alegro de que estés aquí, Freddie. Me alegro de que seas mi amiga. Daniel comenta a menudo lo maravillosamente bien que te has portado con nosotros. Cuando pienso que…

—No pienses en eso. Olvídalo. Ahora ya no importa. Te has librado de él. Quería simplemente asegurarme de que Daniel no…

—Él no lo hizo. Te juro que estuvo aquí en todo momento.

Deseaba con toda mi alma creerla. Mientras permanecí a su lado la creí, pero, cuando me fui, pensé en el odio que debía de sentir Daniel por aquel hombre a quien Rachel había amado al principio. La niña a la que tanto quería no era suya. Y, no contento con eso, Gaston había regresado a la casa para amenazar su felicidad.

Daniel era inocente. Rachel había jurado que era inocente. Sin embargo, una vocecita me decía en mi fuero interno: «Bueno, es natural que ella lo diga, ¿no?».

Fui a ver a Tamarisk y me dijeron que se encontraba en su habitación y no recibía a nadie.

—¿Será tan amable de decirle que he venido? —dije—. Si desea verme, puedo venir cuando ella quiera.

Esperé mientras la criada subía al piso de arriba. Ésta bajó a toda prisa cuando ya estaba a punto de irme.

—La señora Marchmont dice que quiere verla, señorita Hammond —me miró sacudiendo la cabeza—. Pobrecilla. La policía ha venido otra vez a molestarla. Está destrozada.

—Ya me lo imagino —dije—. No me quedaré mucho rato, a menos que ella quiera.

Tamarisk se encontraba tendida en la cama. Estaba totalmente vestida, pero llevaba el largo cabello suelto sobre los hombros. Su rostro mostraba una intensa palidez.

—O sea que has venido, Fred —me dijo.

—Hubiera querido venir antes, pero no estaba segura de que quisieras ver a nadie. Hoy han estado a punto de rechazarme.

—No quería ver a casi nadie, pero me apetece hablar contigo.

Me senté junto a la cama.

—¿No te parece horrible lo que ha ocurrido? —me preguntó.

Asentí con la cabeza.

—No puedo creer que jamás volveré a verle. No puedo creer que haya muerto. Ha venido la policía. No hacen más que preguntas. Han interrogado a Crispin… a mi madre… y a algunos criados. Mi madre está muy afectada. Le apreciaba profundamente.

—Tamarisk, ¿cómo te encuentras?

Su mirada pareció perderse en el espacio mientras sus labios se contraían en una displicente mueca.

—Sé que no debería decirlo… —contestó— pero sólo te lo digo a ti. Me alegro. Ésa es la verdad. Le odiaba con toda mi alma.

La miré sorprendida mientras ella esbozaba una amarga sonrisa.

—Eso no se lo dije a la policía, claro. Hubieran pensado que le había matado yo. Te aseguro que algunas veces hubiera deseado hacerlo.

—¡No hables así, Tamarisk!

—No es prudente, ¿verdad? En realidad, parece que sospechan de mí… aunque no lo han dicho de una manera explícita. He sido una estúpida, Fred. Pero tú siempre lo supiste, ¿no es cierto? Me creí todo lo que me dijo. Y, mientras me juraba que no miraría a ninguna otra, mantenía un idilio con Rachel.

—Tamarisk, por favor, no hables así. Piensa en lo que eso significaría para ella y Daniel. Hay que pensar en la niña.

—Pero es la verdad —dijo.

—Mira, Gaston hizo mucho daño en vida. Ahora ya ha muerto. Dejemos que todo termine.

—¡Que todo termine! ¿Y qué me dices del acoso de la policía?

—Eso es inevitable. Ha habido un asesinato.

—Sospechan de Harry Gentry. Al parecer, Gaston iba detrás de su hija Sheila. ¡Oh, qué grandísimo sinvergüenza! No le reprocharía a Harry Gentry que lo hubiera hecho.

—¿Qué te ha dicho la policía?

—Bueno, han estado muy amables. Uno, hablando conmigo con mucha consideración y otro tomando notas en un cuadernito. Tuve que hablarles de nuestro matrimonio y decirles que apenas le conocía. Sabían que se había presentado con un nombre falso. Sabían algo de él. Al parecer, se había metido en algún lío… bajo otro nombre. Me siento humillada, sabiendo que me dejé engañar como una tonta.

—No te preocupes. Muchas personas se dejan engañar y tú eras muy joven.

—Lo publicarán en todos los periódicos. Me pregunto quién habrá sido. Dicen que Harry Gentry estaba con un vecino suyo cuando mataron a Gaston. Yo estuve aquí todo el rato. Y Crispin también. Hubo un momento en que me pregunté si Crispin…

—¡Jamás hubiera hecho tal cosa! Tiene demasiado sentido común.

—Eso creo. Pero le odiaba. Sea como fuere, Crispin estuvo en casa. Supongo que algún día lo sabremos. La policía lo descubrirá, ¿no crees?

—Seguro que sí. Es lo que suele ocurrir normalmente.

—Me alegro de que hayas venido, Fred. Me gusta hablar contigo. Nada dura eternamente, ¿verdad? Eso terminará algún día. Y entonces seré libre.

—Tamarisk, espero que todo se resuelva satisfactoriamente.

—Lo sé. Me das muchos ánimos. Adiviné que vendrías con tus sensatos refranes de costumbre. «A cada puerco le llega su San Martín». «No hay mal que por bien no venga». «Nunca es tarde si la dicha es buena». Será un nuevo comienzo. Tendré que olvidar. Una de las cosas que me repito constantemente es que ahora soy libre.

Sí, pensé. Tienes la suerte de haberte librado de él. Debe de haber varias personas que se alegren de que Gaston Marchmont haya muerto.

*****

A la mañana siguiente, cuando llegó con la correspondencia, el cartero tenía más noticias que contarnos. Lily lo hizo pasar mientras desayunábamos.

—Ocurre algo en St. Aubyn’s —nos dijo—. Están cavando entre los arbustos.

—¿Para qué? —preguntó tía Sophie.

—No me lo pregunte, señorita Cardingham. Pero está allí la policía.

—¿Y eso qué significado puede tener? —murmuró tía Sophie—. ¿Qué esperan encontrar?

—Creo que lo sabremos muy pronto.

Cuando el cartero se fue, comentamos las novedades y, más tarde, James Perrin me preguntó nada más verme:

—¿Se ha enterado? Están llevando a cabo una investigación.

—Están cavando en St. Aubyn’s —le dije—. El cartero nos ha comunicado la noticia a la hora del desayuno.

—Todo eso es muy lamentable.

—Tiene que ser algo relacionado con el asesinato. No sé cómo va a terminar. Corren muchos rumores y hay forasteros merodeando por la zona en la esperanza de poder ver el lugar donde se cometió el asesinato.

—Ojalá ese hombre no hubiera aparecido jamás por aquí.

—No creo que sea usted el único en pensarlo. Es extraño. Transcurren años sin que ocurra nada y, de pronto, se produce un cambio. Hubo la muerte del pobre señor Dorian, el rapto, la venida de ese hombre y ahora este asesinato.

Me pregunté qué hubiera pensado James si yo le hubiera contado lo que ocurrió en Barrow Wood.

—Espero que Crispin no tenga ningún problema —dijo James.

—¿Qué quiere decir? —le pregunté con inquietud. James frunció el ceño y no contestó. Sospecha de Crispin, pensé. Me vino a la memoria el recuerdo de Crispin en Barrow Wood… y la mirada de sus ojos cuando levantó al señor Dorian. «Hubiera podido matarle», le dije más tarde. Y él contestó que no hubiera sido ninguna pérdida. ¿Era eso lo que pensaba ahora sobre Gaston?

Aquel día me alegré de regresar a casa. Tía Sophie me estaba esperando. Tenía algo importante que decirme. Antes de que tuviera ocasión de hablar, una idea cruzó fugazmente por mi mente, ¿qué habrán encontrado entre los arbustos?

—Crispin ha venido —me dijo—. Quiere verte. Es importante.

—¿Cuándo? —pregunté ansiosamente.

Tía Sophie miró el reloj de la repisa de la chimenea.

—Dentro de media hora.

—¿Dónde?

—Vendrá él aquí. Sabía a qué hora regresarías a casa. Dijo que volvería. Puedes hablar con él en el salón.

—¿Qué ha pasado con los arbustos?

No lo sé.

—¿Aún están cavando?

—No. Creo que ya han interrumpido la tarea. Bueno, él está a punto de llegar. Dijo que quería hablar a solas contigo.

Me lavé, me peiné y esperé. Al final, oí el rumor de los cascos de su caballo y tía Sophie le hizo pasar al salón.

—¿Le apetece una copa de vino? —le preguntó.

—No, gracias —contestó Crispin.

—Muy bien, estaré por aquí si necesita algo. Cuando tía Sophie se retiró, Crispin se acercó a mí y tomó mis dos manos entre las suyas.

—Por favor, dígame… ¿qué ha ocurrido? —le pregunté.

Me soltó las manos y nos sentamos.

—Han encontrado el arma —contestó Crispin en voz baja—. Estaba enterrada entre los arbustos, no lejos del lugar donde descubrieron el cuerpo. Está claro que es la que se utilizó para cometer el delito. No cabe la menor duda.

—¿Y cómo se les ocurrió cavar allí?

—Observaron que la tierra había sido removida recientemente.

—¿Les servirá de algo?

—Es una de las armas que hay en la sala de armas de St. Aubyn’s.

Le miré consternada.

—¿Y eso qué significa?

—Que alguien tomó un arma de la sala de armas, la utilizó y, en lugar de volver a dejarla en su sitio, la enterró entre los arbustos.

—¿.Por qué?

Crispin se encogió de hombros.

—¿Creen que fue alguien de la casa? —pregunté.

—Esa parece ser una de las conclusiones.

—Pero ¿por qué iba alguien de la casa a tomar un arma y no dejarla después en su sitio?

—Es un misterio.

—¿Qué significado le atribuyen?

—No lo sé. Hasta que descubran al culpable, sospechan de todo el mundo. Es evidente que fue alguien que tenía acceso a la casa.

—O sea que la idea de que pudiera ser alguien de su pasado ya no es válida.

—¿Un enemigo del pasado?

—Es algo que se le ocurrió a tía Sophie. Pensó que un hombre como Gaston Marchmont debía de tener enemigos dondequiera que fuera y que quizás uno de ellos le dio alcance aquí.

—Es una teoría interesante. Ojalá fuera cierta.

—¿Qué ocurrirá ahora?

Crispin sacudió la cabeza.

—¿Estás preocupada?

—Lo estoy. Cada vez se van acercando más a la casa. Pero ¿por qué razón tomó alguien el arma y después la enterró… por lo visto, de una forma un tanto chapucera? Es extraño.

—Puede que averigüen el motivo —Crispin me miró—. Hace tiempo que quería hablar contigo. Tal vez éste no sea el momento más oportuno, pero ya no puedo esperar más.

—¿Qué quería decirme?

—Te habrás dado cuenta de que, desde hace algún tiempo, me intereso mucho por ti.

—¿Quiere decir después de aquello tan terrible que ocurrió…?

—Por aquello también. Pero me refiero a antes. Ya desde un principio.

—¿Desde que se fijó en aquella niña tan fea?

—Eso ya está perdonado y olvidado. Te amo, Frederica. Quiero que te cases conmigo.

Retrocedí, asombrada.

—Sé que no es el momento —añadió Crispin—. Pero ya no podía callarlo. He estado a punto de decírtelo muchas veces y creo que he perdido mucho tiempo —me miró inquisitivamente—. ¿Quieres que siga?

—Sí —contesté ansiosamente.

—¿Eso significa que…?

—Significa que deseo oírlo.

Crispin se levantó y tomó mis manos para que me levantara. Después, me estrechó en sus brazos y, a pesar de todos mis temores y recelos, experimenté una profunda sensación de felicidad.

Me besó con apasionada fuerza, dejándome casi sin respiración. Me parecía que estaba soñando. Habían ocurrido cosas muy extrañas y aquélla era la más inesperada de todas ellas.

—Temía enfrentarme con mis propios sentimientos —me dijo—. Lo que ocurre en el pasado siempre influye en nosotros, ¿no es cierto? Piensas que todo está podrido. Pero ahora…

—Sentémonos a hablar un momento —dije.

—Primero dime si me aprecias.

—Por supuesto que sí.

—Entonces soy feliz. A pesar de todo lo que pueda ocurrir… soy feliz. Estaremos juntos. Nos enfrentaremos con lo que sea.

—Estoy un poco confusa —le dije.

—¡Pero tú conocías mis sentimientos!

—No estaba segura. Cuando hablé de irme, tú insististe en que me quedara.

—Claro, porque no podía consentir que te fueras.

—Y yo aborrecía la idea de irme.

—Y, sin embargo, te proponías hacerlo.

—Pensaba que sería lo mejor.

—He sido un poco arrogante, ¿verdad?

—Frío. Indiferente.

—Era una especie de defensa —Crispin se rió súbitamente—. Y ahora… en medio de todo lo que está pasando…

—Puede que sea precisamente por lo que está pasando —dije.

—Tenía que sacármelo de dentro. No podía ocultarlo por más tiempo, Frederica. ¡Qué nombre tan rimbombante tienes!

—Sí, a mí también me lo parece. Mi madre me lo puso porque estaba muy orgullosa de nuestra familia. Hubo varios Fredericks de cierta fama… generales, políticos y cosas por el estilo. Ella hubiera preferido un varón. Entonces me hubiera llamado Frederick.

¿Por qué estábamos hablando de cosas intrascendentes? Era como si intentáramos apartar de nosotros algo que nos diera miedo. Yo recordaba su cólera y su furia contra el señor Dorian y la forma en que había hablado de Gaston y de su deseo de librarse de él. Había elegido aquel momento, en medio de todo aquel barullo, cuando se acababa de descubrir el arma asesina entre los arbustos, para hacerme una proposición de matrimonio.

Quise saber por qué.

—Llevo mucho tiempo enamorado de ti —me dijo—. Deseo por encima de todo que tú también me ames. Pero no podía creer que pudieras quererme. Yo no tengo tanto encanto como…

Su rostro se ensombreció y yo volví a sentir miedo.

—Crispin, yo te amo —le dije—. Deseo casarme contigo y quiero que todo sea perfecto entre nosotros, ahora y siempre. Quiero saberlo todo de ti. No quiero que haya ningún secreto entre nosotros.

—Yo también quiero lo mismo, por supuesto —dijo Crispin tras una leve vacilación y una pausa.

Algo me ocultaba. Recé en mi fuero interno para que no estuviera implicado en aquellos terribles acontecimientos. No hubiera podido soportarlo.

Me pareció que sólo quería hablar de nuestro amor y que deseaba apartar a un lado todo lo demás para centrarse únicamente en la maravillosa revelación del mutuo afecto que nos unía.

—Me alegro de que me aprecies —dijo casi en tono de súplica—. Y de que te guste la finca —frunció el ceño e hizo un gesto con la mano—. Todos estos… trastornos… terminarán muy pronto. Descubrirán quién lo hizo y todo se arreglará. Tenemos que olvidarlo. Estaremos juntos y será maravilloso. Tú me has hecho cambiar, cariño, ¿lo sabías? Me has cambiado la visión de la vida. Yo era un ser melancólico. No creía en las cosas buenas. Quiero que comprendas… lo de mi primer matrimonio.

—Eso ocurrió hace tiempo.

—Pero influyó mucho… en mi manera de ser. Sólo tras haberme enamorado de ti empecé a librarme de todo aquello. Debes comprenderlo. No estaré tranquilo hasta que lo comprendas —Crispin apretó mi mano con fuerza y añadió—: Yo era muy joven. Dieciocho años, iba a cumplir diecinueve. Estudiaba en la universidad y llegó a la ciudad una compañía de cómicos. Ella formaba parte de la compañía. Debía de tener unos veinticinco años por aquel entonces, aunque ella confesaba veintiuno. Fui al espectáculo… una comedia musical… un espectáculo de cantos y bailes. Ella formaba parte del coro y me pareció muy guapa. Estuve allí la primera noche… y, a la siguiente, le envié unas flores y ella accedió a recibirme. Me había encaprichado totalmente de ella.

—Es algo que les habrá ocurrido infinidad de veces a muchos otros chicos.

—Lo cual no justifica mi locura.

—No, pero es un consuelo saber que no eres el único.

—Tú siempre buscarás alguna excusa para disculparme, ¿verdad?

—Supongo que es lo que se suele hacer cuando se ama a una persona.

Crispin me atrajo hacia sí y me besó.

—¡Cuánto me alegro de habértelo dicho! No puedo creer que me ames. Ahora cuidarás de mí por siempre jamás.

—Tú eres el más fuerte. Eres tú quien debe cuidar de mí.

—Lo haré con todo mi corazón… y… en mis momentos de debilidad, tú estarás ahí.

—Siempre que tú quieras —dije.

Permanecimos unos momentos en silencio mientras él me abrazaba y me besaba el cabello.

—Me estabas diciendo algo —le recordé.

—Me avergüenzo de ello, pero debes saberlo puesto que…

Vaciló momentáneamente y yo tuve miedo otra vez.

—Quiero saberlo todo, Crispin —le dije con firmeza—. Por favor, no me ocultes nada. Lo comprenderé… cualquier cosa que sea.

Hubo otra breve vacilación.

—Bueno, pues —añadió finalmente Crispin—, en contra de los consejos de mis amigos, me casé con ella y dejé los estudios. Al fin y al cabo, tenía la finca. Siempre me había interesado. Pensé que sentaría la cabeza. Kate… no creo que ése fuera su verdadero nombre… no había nada de verdad en ella. Todo era falso. Kate Carvel. Se moría de aburrimiento en la finca. No quería vivir en el campo. Perdí la ilusión. Me di cuenta de que había cometido un error, pero sentirte un estúpido a la edad de diecinueve años es muy humillante. A veces, es como una mutilación… que te impide vivir. Fue lo que me ocurrió hasta que apareciste tú. Entonces creo que empecé a cambiar.

—Me alegro mucho, Crispin.

—No quiero justificarme, pero nadie se preocupaba por mí excepto Lucy Lane. Por eso caí tan fácilmente en las redes de Kate. Ella sabía disimular muy bien. Mis padres jamás se habían ocupado ni de Tamarisk ni de mí. Estaban tan inmersos en su propia vida que no les quedaba sitio para nosotros. Lucy siempre fue maravillosa conmigo.

—Y tú has sido maravilloso con ella.

—Me he limitado a cumplir con mi deber.

—Creo que la has cuidado espléndidamente bien… lo mismo que a su hermana.

—Lancé un suspiro de alivio cuando Kate se fue. No puedo explicar lo que sentí.

—Lo comprendo.

—Ya sabes lo del accidente. Me llamaron para que la identificara. Había sufrido unas lesiones gravísimas.

Por suerte, llevaba una sortija que yo le había regalado antes de casarnos. Pertenecía a la familia desde hacía muchos años y tenía un timbre heráldico bellamente labrado. Ahora la tengo yo. Fue suficiente. También llevaba una capa de piel con sus iniciales bordadas en el forro. Aquel episodio ya terminó.

—Y tú debes olvidarlo.

—Ahora ya puedo. El hecho de que me quieras me ha devuelto la confianza en mí mismo.

Me eché a reír.

—Siempre creí que eso era lo único que no te faltaba. En realidad…

—Yo era muy arrogante, estamos de acuerdo.

—Bueno, es posible.

—No tienes por qué medir las palabras conmigo, cariño. Quiero siempre la verdad de ti.

—Y yo de ti —repliqué, volviendo a sentir una leve punzada de inquietud.

—Tenía la finca y me entregué a ella en cuerpo y alma —añadió Crispin—. No puedes imaginarte lo mucho que eso me ayudó a superar aquel período.

—Lo comprendo muy bien.

—Será maravilloso. Nos casaremos… en cuanto todo esto termine.

—Espero que sea muy pronto. James me ha dicho que hay forasteros rondando por aquí; sienten curiosidad por ver el lugar donde fue asesinado un hombre.

—Ah, James —dijo Crispin, mirándome inquisitivamente—. James es un buen chico.

—Lo sé.

—Te aprecia mucho. Te aseguro que a veces he tenido celos de él.

—No había razón.

—La gente le hubiera considerado un buen marido.

—Estoy segura de que algún día lo será para alguien.

—¿Sientes algo por él?

—Le aprecio.

—El aprecio puede transformarse en algo más fuerte. Pero eso ahora ya está descartado. Dímelo. Descubrirás que siempre necesito que me den seguridades.

—Y las tendrás.

Crispin se levantó de repente y, tomándome las manos para que me levantara a mi vez, me estrechó contra sí sin que yo le pudiera ver el rostro.

—Ya está todo resuelto —dijo—. Sobran todas las explicaciones. Conoces mi pasado y, a pesar de todo, sigues queriéndote casar conmigo. Siento deseos de ponerme a bailar en esta habitación, pero tú ya conoces mis dotes de bailarín y no creo que tengas muy buena opinión de ellas.

—Pero yo no me caso contigo por tus dotes de bailarín —le dije alegremente.

Sentía su mejilla contra la mía y hubiera deseado acallar los temores que me asaltaban. Qué feliz hubiera sido sin ellos.

—Tía Sophie se estará muriendo de curiosidad —le dije—. ¿Te parece que la llamemos y se lo digamos?

—Sí, faltaría más. Quiero que todo el mundo lo sepa.

Entró tía Sophie.

—Tenemos una noticia para ti —le dije—. Crispin y yo nos hemos comprometido en matrimonio.

Mi tía abrió enormemente los ojos y yo comprendí que estaba contenta.

Después me besó y besó también a Crispin.

—Que Dios os bendiga a los dos —dijo—. Lo sabía… estaba segura. ¡Pero habéis tardado tanto!

*****

Cuando Crispin se fue, tía Sophie y yo nos sentamos a conversar.

Mi tía comentó que se sentía muy dichosa por la noticia.

—Siempre pensé que Crispin tenía muy buenas cualidades —dijo— y, cuando os vi juntos, me pareció que así debería ser. Cuando te buscó un trabajo, lo consideré una buena señal y sentí deseos de ponerme a saltar de contento. Crispin tenía a su espalda aquel primer matrimonio tan desgraciado. Era muy joven y lo peor es que, cuando uno es joven, cree saberlo todo. Después te haces mayor y comprendes que no sabes nada. Pero todo lo que ocurre te sirve de experiencia y, cuando recibes un golpe, aprendes a no repetir lo que hiciste. Me alegro mucho por ti, Freddie, y también por mí. Estarás aquí… a un tiro de piedra. Es lo mejor que hubiera podido suceder. Siempre temía que algún día te fueras y me dejaras sola de nuevo.

Le comenté el hallazgo entre los arbustos. Se puso muy seria y observé que la alegría se esfumaba parcialmente de su rostro.

—¡Un arma de la sala de armas! —exclamó—. ¿Qué demonios significa eso?

—Nadie lo sabe.

—El disparo lo debió de hacer alguien de St. Aubyn’s.

—Alguien pudo entrar y tomar el arma.

—Tuvo que ser alguien que conocía muy bien la casa.

—Muchas personas la conocen.

—Pero ¿por qué enterrarla? ¿Por qué no devolverla a su sitio?

—Es un misterio. Oh, estoy deseando que todo este desdichado asunto termine.

—No terminará hasta que descubran quién mató a ese hombre.

Tía Sophie me miró con inquietud.

Hubiera querido gritarle que no había sido Crispin, que éste había permanecido en la casa en todo momento. Las personas no mataban a sus cuñados por el simple hecho de que no les fueran simpáticos.

Adiviné los pensamientos que se agolpaban en la mente de tía Sophie. ¿Por qué había elegido Crispin aquel momento para pedirme que me casara con él?

*****

Llegó el día de la investigación. Crispin y yo no habíamos anunciado oficialmente nuestro compromiso. Llegamos a la conclusión de que no era lo más adecuado y tía Sophie se mostró de acuerdo con nosotros.

La sospecha se cernía sobre Harper’s Green; la noticia del hallazgo en los terrenos de St. Aubyn’s había saltado a los titulares de la prensa y circulaban comentarios para todos los gustos. Ya me imaginaba las extravagantes conclusiones a que habría llegado la gente. Todos estábamos extremadamente preocupados.

Fui al despacho por la mañana. James estaba muy pensativo.

—Es horrible —dijo—. No puedo soportar la presencia de todos estos mirones. Todo el mundo quiere echar un vistazo a los arbustos. Ojalá encontraran al asesino y terminaran de una vez.

—Cuando lo encuentren, se armará un revuelo —le recordé—. Y tendrá que celebrarse un juicio.

—Espero que no esté mezclado en ello nadie de aquí —dijo James con inquietud—. ¡Pobre señora Marchmont! Debe de ser un suplicio para ella.

—No sale de casa —dije—. Y lo está pasando muy mal.

—Tendrá que someterse a un interrogatorio, por supuesto… y el pobre Harry Gentry también. Y los criados… por lo menos, algunos. Me pregunto qué efecto tendrá todo eso en la finca.

—¿Y qué efecto podría tener?

—Estaba pensando que, si no descubren al asesino, habrá mucha inseguridad. Yo aspiraba a ser propietario de una pequeña granja… un lugar que yo pudiera dirigir a mi antojo. No hay nada como ser el amo.

—Supongo que no.

—Al principio, podría alquilarla y más tarde quizá la podría comprar —me explicó James mirándome con expresión expectante.

—De momento —le dije—, aquí lo está haciendo muy bien. Me pregunto qué ocurrirá en la investigación.

—Ojalá no hubieran encontrado el arma enterrada entre los arbustos.

—Yo esperaba que fuera un desconocido —dije—. Alguien de su pasado.

—Un pasado que debió de ser muy misterioso. Sí, hubiera sido una buena solución.

No sé cómo pasé aquel día. Dejé el despacho lo antes que pude.

Tía Sophie estaba esperando el veredicto con tanta ansia como yo. Estaba segura de que, adivinando mi inquietud, Crispin acudiría inmediatamente a los Rowans.

Así lo hizo.

—El veredicto es de asesinato, por supuesto —nos dijo—. Asesinato perpetrado por una o unas personas desconocidas.

—¿Qué otra cosa podía ser? —dijo tía Sophie.

—Y ahora, ¿qué? —pregunté yo.

—La policía estará muy ocupada —contestó Crispin—. Todos lo hemos pasado mal durante los interrogatorios. La pobre Tamarisk estaba destrozada. Harry Gentry lo ha superado muy bien. Amenazó a Marchmont y efectuó disparos con su escopeta… aunque disparó al aire. Y varias personas fueron testigo de ello. Pero es evidente que el arma con la que se disparó el tiro mortal no era suya. Todo el mundo ha declarado que Marchmont era un tipo muy desagradable, lo cual no autoriza a nadie a asesinarle, claro. Aún quedan muchos puntos por aclarar. La cuestión del arma ha suscitado mucho interés. Parece que tiene que ser alguien de por aquí. Me han hecho muchas preguntas sobre el arma y la sala de armas. Ahora casi nunca las usamos. Antes se cazaba mucho en la finca. El detalle más extraño es que alguien tomara el arma y la enterrará. Si lo hubiera hecho alguien que tenía acceso a la casa, lo más fácil hubiera sido dejarla nuevamente en su sitio.

—Tuvo que ser alguien que tenía acceso a la casa, pero no vivía en ella —dije con cierto alivio.

Crispin me miró con una sonrisa, adivinando mis pensamientos.

—Creo que ésa fue la impresión que tuvieron —dijo—. Habrá sorpresas, no me cabe la menor duda. Me temo que aún no hemos llegado al final de este desgraciado asunto, pero, por lo menos, la investigación ha terminado.