Relatos de espectros

Catherine Crowe

Catherine Crowe nació en 1800, en la localidad de Borough Green, dentro de la comarca de Kent (Inglaterra). Sin embargo, su formación cultural la consiguió en Edimburgo. Algo que queda patente en su obra. Por fortuna para ella, en el momento que comenzó a publicar no debió ocultar su nombre bajo un seudónimo masculino, como les había sucedido a muchas otras autoras inglesas de siglos anteriores.

Desde que se conocieron sus primeros libros infantiles y sus dramas, se pudo observar en Catherine una singular predisposición a mostrar lo cotidiano, a plasmar literariamente lo que le rodeaba, sin olvidarse de aportar unas gotas de fantasía. Su condición de adelantada del feminismo la reflejó en sus novelas Susan Hopley y Lilly Dawson. No obstante, el apoyo del público lo obtuvo con su estudio-novelado The Nightside of Nature, editado en 1848, donde incluyó estos relatos, que más bien parecen unos informes periodísticos o policiales, lo que no les resta dramatismo y singularidad. Esta autora murió en 1876.

La mansión que ocupaba la familia B... en Camden-Hill carecía de importancia, en lo que se refiere a su aspecto. Lo único que llamaba la atención era el gran número de sus habitaciones, cada una de las cuales resultaba sumamente acogedora.

Los señores B..., un matrimonio bien avenido, la habían alquilado a un negociante de Temple, que les puso un precio bastante equilibrado. La idea de los nuevos inquilinos era convertir el edificio en una pensión, en la que pudieran brindar alojamiento a los funcionarios y empleados del barrio.

En los primeros meses el negocio funcionó, más bien porque sus tarifas resultaban bastante económicas. Sin embargo, un mal día Rose, un joven oficinista, se despidió inesperadamente, diciendo que su habitación estaba encantada.

El matrimonio B... nunca había dormido en aquella estancia, que era muy espaciosa y estaba situada junto al jardín. Como se consideraban muy honestos, antes de permitir que fuera ocupada por otro huésped, prefirieron averiguar personalmente lo que podía suceder en la misma.

Y en la primera noche se vieron obligados a admitir que Rose no les había mentido.

El reloj ya había marcado la una de la madrugada, cuando la señora B... se despertó sobresaltada al escuchar un ruido muy singular. Se sentó en la cama, a la vez que se decía:

«Es como si un enorme gato se estuviera afilando las uñas sobre el suelo de madera...».

En aquel mismo instante su marido se despertó, para quedarse a la escucha, sin decir ni una sola palabra. Mientras tanto, el ruido singular iba en aumento; después, fue perdiendo fuerza, como si el autor misterioso se estuviera aproximando o distanciando de la cama de una forma alternativa.

Por último, el señor B... fue incapaz de contenerla pregunta:

—¿Quién anda ahí? ¿Por qué habéis entrado en nuestro dormitorio?

De repente, el ruido cesó; pero, a los pocos segundos, fueron levantados violentamente los edredones y las sábanas que habían cubierto al matrimonio.

Luego de intentar recuperar la calma, la señora B... encendió el mechero y prendió la mecha de una vela que siempre colocaba encima de la mesilla de noche. Este resplandor le permitió comprobar que en la estancia no había nada extraño; sin embargo, fue incapaz de encontrar los edredones y las sábanas, a pesar de contar con la ayuda de su esposo.

Ante estos sucesos, decidieron abandonar la habitación. Cerraron con llave la puerta de la misma y, acto seguido, se marcharon a pasar el resto de la noche en su propio dormitorio.

No había amanecido cuando ya estaban de vuelta en aquella misteriosa estancia, donde encontraron los edredones y las sábanas sobre la cama, pero convertidos en unos revoltijos de telas. Pronto advirtieron que los primeros se hallaban en perfectas condiciones, mientras que las segundas habían sido totalmente desgarradas.

La señora B... no quiso repetir la prueba, a pesar de que su marido se empeñó en convencerla. Finalmente, fue éste quien pasó la noche siguiente en el cuarto encantado.

Lo primero que hizo fue dejar la linterna encendida junto a la cabecera de la cama.

Le costó mucho conciliar el sueño, al hallarse demasiado tenso. En el momento que comenzaba a cerrar los ojos, se vio sobresaltado por el mismo ruido de la noche anterior.

Nada más incorporarse, pudo contemplar, gracias a la luz de la lámpara, a un viejo de aspecto miserable, que llevaba poca ropa encima y que ocupaba todo el centro de la estancia. Se cubría con un singular sombrero de piel de gato. No había duda que estaba contemplando al señor B... con un gesto de desconfianza.

A pesar de sentirse enormemente aterrorizado, el ocupante de la cama se dio cuenta de que las manos del espectro eran inmensamente largas y que terminaban en unas uñas descomunales.

Afortunadamente, el señor B... había dejado al alcance de su mano una varita de junco. La cogió sin pensarlo dos veces, para intentar golpear con ella a aquel fantasma.

Sin embargo, no encontró resistencia alguna, debido a que el junco atravesó el cuerpo del viejo como si fuera simple humo.

De repente, el monstruo nocturno dio unos pasos hacia atrás, sin dejar de componer unos gestos amenazadores y, luego de atravesar la pared, desapareció por completo. Las horas que restaban hasta el amanecer transcurrieron sin ningún otro sobresalto.

Esto no impidió que el matrimonio B... decidiera vaciar de muebles la habitación. Y la cerraron decididos a no alquilarla nunca más. El espectro de la noche jamás volvió a aparecer en la casa, así que los huéspedes, lo mismo que los propietarios de la pensión, consiguieron dormir tranquilos a lo largo de dos largos años.

Pero, precisamente al cabo de este tiempo, los esposos B... hablaron del fantasma con uno de sus primos, que era un marino residente en Kingston y había venido a visitarles.

Este personaje era un sujeto corpulento de un firme sentido común. Como entre sus virtudes se hallaba la educación, no se atrevió a considerar exagerados los comentarios de sus parientes. Sin embargo, tomó la decisión de pasar la noche en la habitación embrujada.

No sin antes haber intentado disuadirle, se puso allí una pequeña cama, una mesita, una silla, una consola y sobre ésta una lámpara encendida.

El marinero se durmió inmediatamente, ya que nunca había creído en los fantasmas. Hasta dejó la puerta cerrada con llave, y añadió un grueso cerrojo.

Acababa de sonar la campanada de la una en el reloj del comedor, cuando este personaje fue despertado por una fuerte sacudida en su cama. En seguida pudo ver al viejo del sombrero de piel de gato, que le estaba mirando con el rostro muy encolerizado.

En el momento que el marino iba a saltar del lecho, el fantasma retrocedió, bufando como un felino rabioso, y no tardó en desaparecer por la pared. Seguidamente, pudieron escucharse muchos golpes violentos, dentro y fuera de la casa, hasta que un enorme trozo de yeso se desprendió del techo. Pero el espectro jamás volvió a reaparecer en aquel dormitorio.

Semanas más tarde, los esposos B... se alejaron de Londres, con el propósito de establecerse en Kingston. Y nunca más se tuvo noticias de la casa de Camden-Hill.