Se piensa
En la frontera de la era actual
Cuando se leen los artículos y obras de crítica literaria sobre la ciencia ficción, que han estado apareciendo con creciente regularidad (aunque no con la suficiente) en años recientes, en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y otros países, se puede llegar a la conclusión bastante amarga de que los escritores o no mencionan la ciencia ficción soviética, como si desconocieran totalmente su existencia, o que, como mucho, dedican unas críticas bastante justificadas a esos malos productos carentes de talento que, por una parte, representan el nivel más bajo de nuestra ciencia ficción, pero que, por alguna razón desconocida, son los más ansiosa y rápidamente tomados por las casas extranjeras de ediciones para ser traducidos, en lugar de aquellos brillantes y originales libros que realmente lo merecerían. Los lectores soviéticos, al menos durante los últimos diez años, han recibido una visión mucho más amplia de la ciencia ficción de otros países, aunque, naturalmente, también sea necesaria una cierta tarea de ordenación en nuestro caso.
Y no es porque los escritores de ciencia ficción soviéticos se sientan ofendidos al no ser mencionados; no. El asunto es más profundo, y es una cuestión de principios.
Sin embargo, para poder explicar por qué tiene que ser de interés básico para los lectores de otros países el conocer la SF contemporánea soviética, primero debemos discutir qué es la SF de hoy en día, y qué posición ocupa en la cultura humana contemporánea.
La SF (en ruso nauchnaia fantastika), término que usamos a falta de otro mejor, es en la actualidad un fenómeno a escala mundial. En la literatura, es todo un campo en sí misma. Su extensión es muy amplia, abarcando los géneros y formas estilísticas más variados, y autores que escriben desde puntos de vista ideológicos contrapuestos. No obstante, es un concepto que está limitado por la existencia de ciertas leyes generales que le son específicas, leyes y reglas sobre la forma en que experimentar y describir la realidad.
La teoría de la SF está justamente en proceso de formación; aún hay mucho inexplorado y poco claro. También se nota la dificultad de la falta de una información, decentemente presentada, a escala mundial. Igualmente, se da el hecho de que la SF está en pleno proceso de rápido desarrollo, y que sus límites están constantemente alterándose y cambiando. Finalmente, hay una terrible falta de críticos y teóricos cualificados (estas funciones son llevadas a cabo, parcialmente y con diversos grados de éxito, por los mismos escritores de SF).
En la actualidad, la SF disfruta de una gran popularidad en la URSS. Libros que aparecen en ediciones de dos a trescientos mil ejemplares se agotan de inmediato. Además, la SF es leída por gente de todas las edades, desde escolares hasta jubilados. Pero la mayor parte de sus lectores está compuesta por intelectuales, científicos y técnicos y estudiantes.
Existe otro factor definido y que se da habitualmente. La mayor parte de los actuales escritores de SF llegan a la literatura procedentes de la ciencia (o continúan un trabajo paralelo en ambos campos). En la actualidad, se cuentan entre ellos a científicos con reputación mundial: Fred Hoyle, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Leo Szilard, para nombrar algunos. También la mayoría de escritores de SF soviéticos son científicos. Ivan Efremov es paleontólogo, Boris Strugatski astrónomo, Arkadi Strugatski es lingüista y especialista en cuestiones japonesas, M. Yemtsev y E. Parnov son químicos, A. Dnieprov físico.
Todo esto tiende a demostrar que existe en la actualidad una cierta relación entre la ciencia y la SF. Entonces, ¿cuál es esa relación?
En su obra básica «La ciencia en la historia de la sociedad» (1954), G. Bernal, estudiando la interacción mutua entre la ciencia y la sociedad desde un punto de vista histórico, llega a la conclusión de que nuestra época representa un nuevo estadio en la historia de la Humanidad, precisamente como consecuencia del papel, radicalmente alterado, de la ciencia en la vida de la sociedad contemporánea. El progreso científico se ha convertido en una de las fuerzas activas en la vida política y económica. Un estado, hoy en día, solo puede existir a condición de que desarrolle y use la ciencia de una forma concienzuda; por consiguiente nuestras formas políticas contemporáneas son también, hasta cierto punto, consecuencia material y técnica del desarrollo de la ciencia. G. Bernal considera como un paso decisivo e irrevocable en la historia humana el hecho de que la ciencia sea ahora un factor básico del proceso social.
La Humanidad ya ha reconocido el papel predominante de la ciencia en nuestra era. La impresión que el terrestre «medio» tiene del científico ha variado radicalmente: el ermitaño canoso encerrado en su estudio, chistosamente despistado y poco práctico, ha sido sustituido por el mago aterradoramente omnisciente y omnipotente, que tiene el destino de la raza humana en sus manos. Naturalmente, tales impresiones generales, que surgen en la consciencia de la persona «normal», están inescapablemente obligadas a ser hiperbólicas y esquemáticas y, de hecho, en nuestros días los científicos se adecúan tan poco a la impresión que se tiene de ellos como los del siglo XIX a la que se tuvo entonces. Sin embargo, si colocamos lado a lado estas impresiones «generales», veremos que, desde un punto de vista amplio, reflejan una cierta realidad objetiva: en otras palabras, ese cambio básico en el papel de la ciencia y en el grado de influencia en la sociedad del que habla Bernal. Ciertamente, la gente se da cuenta de que las naves espaciales y las plantas atómicas, la televisión y las computadoras se originan en los laboratorios científicos. Y, sin embargo, también todo el mundo se da cuenta de que la amenaza sin precedentes de destrucción a escala planetaria ha sido originada allí: es el trabajo de famosos científicos, los mejores hijos de su época. Sin siquiera conocer los detalles, la mayor parte de nuestros contemporáneos han reaccionado emocionalmente ante este hecho: podría decirse que esa información es una parte integrante de la conciencia del hombre en nuestra era, y que tiene un papel importante en el moldeado de la psicología de masas. De hecho, fue exactamente después de Hiroshima cuando surgió por vez primera en la mente pública el concepto del aterrador mago-científico; cualquier conocimiento posterior ha tendido únicamente a confirmar esta imagen.
Si comparamos este concepto que las masas tienen del científico con la verdadera situación, nos convenceremos de lo falso y poco justo que es el punto de vista de la mayoría de nuestros contemporáneos acerca del papel de la ciencia. Pero esta inexactitud es bastante natural e inevitable, especialmente en nuestra época. El hecho es que solo raramente los logros científicos y técnicos producen impacto en la consciencia de la mayoría de la gente. Aún si la información de esos logros estuviera bien planeada y su difusión bien pensada (y no existe ninguna base para tener un punto de vista optimista en este campo), tal hecho se vería seriamente obstaculizado por la oposición inerte de la mentalidad humana. Para la mayor parte de la gente, la información acerca de los logros científicos y técnicos no forma parte integral de su percepción del mundo: permanece neutral con relación a los estratos más profundos de su consciencia.
En principio, esto siempre ha sido así. En la actualidad, se ha hecho más obvio que nunca. Proposiciones tales como: «La Tierra es redonda», «No es el Sol quien gira alrededor de la Tierra, sino esta alrededor del Sol», «El hombre desciende del mono», son aceptadas o, por el contrario, rechazadas, de una manera puramente emocional. Uno puede sentirse excitado o molesto sin conocer nada de los puntos más agudos del argumento científico. Por el contrario, ¿qué emociones pueden suscitarse en el hombre «medio» de hoy en día para algo como, digamos, la teoría de los quanta? De hecho, en la totalidad de la esfera de la ciencia actual solo hay un problema que provoque fuertes emociones del tipo positivo o negativo, y es la cuestión de las «máquinas pensantes». La especulación acerca de las posibilidades de la cibernética (aunque sea una especulación muy primitiva y sensacionalista) tiene un efecto real en las emociones de nuestros contemporáneos, aunque solo sea porque ataca el mito de la naturaleza única de la consciencia humana. En principio, pues, lo que realmente «llega» a la mayoría de la gente no son los descubrimientos científicos en sí mismos, por muy significativos que sean en su alcance, sino sus resultados prácticos cotidianos: son estos los que moldean la psicología de las masas. El descubrimiento de la energía atómica (y hasta la existencia de plantas de energía atómicas) no tendría en sí mismo un efecto significativo sobre la consciencia de la mayoría; sin embargo, la destrucción de Hiroshima representó un paso adelante en la visión del mundo del hombre contemporáneo. Naturalmente, un tal punto de inflexión en la percepción no resulta siempre evidente. Una gran proporción de los cambios de la consciencia tiene lugar de una forma lenta, imperceptible y subconsciente, hasta que repentinamente nos damos cuenta de que ya aceptamos como parte integral de nuestro mundo «personal» no solo los refrigeradores y los materiales sintéticos, sino hasta los vuelos espaciales y los aparatos cibernéticos (bajo la forma en que existen en este momento), y que nadie se muestra sorprendido por las fabulosas velocidades de los reactores, que parecen haber acercado los confines de la Tierra, ni por la pantalla de televisión que nos trae lo que está sucediendo en el otro lado del mundo, o hasta en el espacio, a nuestra sala de estar.
Al mismo tiempo, las interacciones de esos diversos logros científicos y técnicos han dado, gradualmente, un resultado imprevisto: la Humanidad de nuestra época está unida, lo quiera o no, en un destino común. Los lazos entre los países, aún entre aquellos muy lejanos el uno del otro, se han hecho más numerosos y fuertes. El proceso de la historia se ha convertido en único, con toda su inmensa complejidad. En un análisis final, el destino de la totalidad de la Humanidad depende ahora del destino de un país, sea este la URSS o los Estados Unidos, China o el VietNam. Este destino compartido por todo el mundo es un factor que está ganando un reconocimiento creciente entre nuestros contemporáneos, y que está teniendo una influencia cada vez más significativa en la formación de su psicología. La amenaza de la guerra atómica y la polución de la atmósfera, mares y tierra por la lluvia radiactiva, son problemas que, por su misma naturaleza, no pueden ser confrontados simplemente por un país o por un grupo de países; conciernen a toda la Humanidad. Ni tampoco los futuros vuelos espaciales, o los futuros avances en la cibernética, bioquímica, genética, pueden dejar de concernir a la Humanidad como un todo.
Así que nuestro hombre «medio» contemporáneo es llevado, quiéralo o no, a considerar la mayoría de problemas en una escala global, y a tener en cuenta al menos los resultados más obvios de los descubrimientos científicos. Aún si tal «terrestre medio» tiene una actitud extremadamente conservadora hacia la ciencia y la tecnología, y es capaz únicamente de apreciar los resultados negativos del progreso científico y tecnológico, aún así tales resultados negativos tienen una importancia demasiado significativa para la totalidad de la Humanidad (incluyéndole a él mismo) como para que nuestro hipotético habitante de nuestro planeta pueda excluirlos de la esfera de sus emociones. No puede dejar de sentir algo, ya sea solo odio y temor, (emociones que, incidentalmente, forman la base de una parte significativa de la SF norteamericana, y notablemente de las obras de Ray Bradbury).
Así pues, tenemos frente a nosotros un nuevo, y esencialmente importante, estadio de la historia de la Humanidad. Sus características se han expresado de una forma tan clara que se reflejan no solo en la consciencia y actividades de los sectores progresistas de la sociedad, sino que también conforman la psicología de las masas.
Si aceptamos esto, debemos proseguir hasta la conclusión lógica de que, aparentemente, para reflejar esta era, básicamente nueva, el arte necesita un principio de aproximación básicamente nuevo a los fenómenos naturales. También debemos asumir que, así como es la ciencia la que está introduciendo los cambios decisivos en la vida de la sociedad, igualmente el nuevo arte estará basado en una actitud hacia la ciencia completamente distinta a la de cualquier período previo.
Tratemos ahora de analizar brevemente algunos de los rasgos característicos de la ciencia y el arte contemporáneos, para lograr definir, sobre esta base, la naturaleza del nuevo arte. No es solo la rapidez del desarrollo de la ciencia lo que ha cambiado en nuestro tiempo, sino también el carácter de la investigación científica. La ciencia, en este momento, está pasando por un período de revolución, de gigantescos saltos hacia adelante, de extraordinarias introspecciones. Pues cuando Niels Bohr dijo que la teoría presentada por Heissenberg no parecía lo bastante loca como para ser correcta (y no es por nada por lo que este dicho se hizo famoso), estaba presentando en una forma paradójica la misma esencia del estadio actual en el desarrollo de la ciencia. Las aceptadas definiciones estrictas del mundo newtoniano han sido tan desbaratadas y sacudidas a la luz de los nuevos descubrimientos que una visión del mundo tal como es concebido hoy solo puede ser creada por alguien que haya rechazado absolutamente las proposiciones anteriormente mantenidas. Es por eso por lo que su interpretación debe, necesariamente, parecer desde el principio a los especialistas como algo completamente improbable, fantástico, o «loco»... mientras que si fuera de otra manera, podría haber el peligro de que aún siguiera siendo tradicional, y no genuino.
En este contexto debemos tener en cuenta algunos pronunciamientos extremadamente característicos de científicos contemporáneos. Las sorprendentes cualidades del microcosmos que han llevado a los que lo estudian a rechazar las causas y efectos previamente aceptados y a iniciar un trabajo basado en las probabilidades, a emplear correlaciones de indefinibles y el principio de lo complementario han minado de una forma importante el concepto de la ciencia como algo exacto, lúcido y estrictamente determinista que era común en la era de la física clásica. Los científicos han dicho repetidamente, uno tras otro, que el moderno proceso del descubrimiento de conocimientos es mucho más intuitivo que estrictamente lógico, y que, por sus características, es cualquier cosa excepto exacto y bien definido. Existe una multitud de tales afirmaciones.
El bioquímico Albert de Saint d’Ierdi expresó lo que es esencialmente similar: «La investigación es raramente dirigida por la lógica; en una gran parte, es guiada por pistas, suposiciones e intuición... El material básico de la investigación es la imaginación, bordada con los hilos del juicio, la medición y los cálculos». El físico teórico Freeman Dyson hizo una declaración básicamente semejante: «Un gran descubrimiento, cuando aparece por primera vez, casi siempre emerge en una forma confusa, incompleta y desconectada. Solo es comprendido a medias por el mismo descubridor. Y, en lo que se refiere a los demás, es un completo misterio».
Por otra parte, no puede dejar de observarse que los científicos contemporáneos parecen haber conspirado juntos no solo para cantar las alabanzas de una belleza y poesía especiales que son parte y esencia del estudio científico, sino conspirado en su tendencia a mantener que la Belleza y la Verdad están inseparablemente enlazadas en la ciencia. Así, por ejemplo, Paul Dirac ha dicho que la única indicación fiable de la verdad de una teoría científica es su belleza; si una teoría parece fea, entonces uno no puede creer en su veracidad. Ernest Rutherford creía que «una teoría bien construida es, en cierto sentido, una creación artística»; como ejemplos sugería la teoría cinética de Maxwell y la teoría de la relatividad de Einstein. De los descubrimientos de Niels Bohr, el mismo Albert Einstein dijo: «Es una gran música en la esfera del pensamiento».
Hay demasiados ejemplos de este tipo, demasiados para ser adscritos a las idiosincrasias de este o aquel científico, o a la coincidencia. Nunca antes la ciencia ha hablado tanto de sus lazos de sangre con la poesía, música, belleza y armonía como en nuestra época.
Es fácil ver que tales veredictos solo parecen irreconciliables a primera vista, que de hecho están unidos por profundos lazos interiores de relación. El darse cuenta de la belleza, forma y armonía de las construcciones científicas contemporáneas surge de la misma fuente que el darse cuenta de la locura de las hipótesis verdaderamente nuevas, de esa actitud que contempla los actuales procesos del descubrimiento como esencialmente intuitivos y alógicos. Todo esto señala a una cosa: el pensamiento científico contemporáneo se halla, por su misma naturaleza, notablemente próximo al del artista.
A primera vista, esta tesis no parece totalmente extraña; pues es precisamente en el momento actual cuando la ciencia está avanzando más y más profundamente en la esfera de las abstracciones puras, en el extraño mundo de los fenómenos informes que resultan absolutamente inaccesibles a la percepción sensual o a la comprensión emocional. Sin embargo, sigue existiendo el hecho, y los científicos hablan abiertamente del mismo. «Siempre está presente un elemento poético en el pensamiento científico», escribió Einstein, «la verdadera ciencia y la verdadera música piden el mismo proceso mental». Robert Oppenheimer ha descrito esta similaridad entre la ciencia y el arte y la ha explicado por el hecho de que la posición del científico y el artista en el mundo es esencialmente similar. El hombre científico y el hombre artista siempre viven al borde de lo comprensible... ambos tienen que buscar un equilibrio entre lo nuevo y una síntesis de lo viejo; ambos tienen que luchar para establecer algún tipo de orden en el caos generalizado... son capaces de establecer el sendero que unirá el arte y la ciencia a todo el amplio mundo de las multiformes, equívocas y valiosas conexiones de la comunidad universal.
Como podemos ver, Robert Oppenheimer dice que una tal conexión entre el artista y el científico ha existido siempre. Posiblemente tiene razón hasta un cierto punto... cuando menos en que originalmente, en el alba de la Humanidad, el descubrimiento artístico y científico del mundo estaban fundidos en uno, y únicamente después se han desligado y separado de esa forma de pensar sincrética original. No obstante, esta idea es muy actual. Tal idea solo podía haber aparecido anteriormente en una forma puramente especulativa; hoy tiene su base en la realidad. Esta es una generalización de ciertos procesos concretos que están teniendo lugar en el presente en el seno de la ciencia y el arte. Por algo Niels Borh dijo que la teoría de la relatividad y las complejidades de la física tienen un significado gnosiológico general, que la correlación de indeterminados, formulada por Heissenberg y el principio de la suplementación introducido por el mismo Bohr pueden ser adaptados para resolver problemas en esferas completamente diferentes, pricipalmente en el campo de la psicología humana.
El crítico literario soviético B. Runin, en su libro La búsqueda eterna (Vechny poisk), manteniendo la igualdad de derechos y valores del pensamiento científico y artístico, dice en conclusión: «A pesar de que existe una conexión genética y lógica entre investigación y forma de pensar, el científico y el artista están persiguiendo diferentes objetivos cognoscitivos y haciendo descubrimientos distintos. Aparentemente, hay algún tipo de necesidad objetiva de que esto sea así». Runin también presenta una proposición que desarrolla la idea de Niels Bohr citada antes: que la coexistencia de dos principios contrarios en el único proceso humano de adquisición del conocimiento en sí mismo posiblemente ilustra el proceso de la complementaridad. Si en la física se necesitan aspectos complementarios mutuamente exclusivos para llegar a una comprensión total, entonces el mismo principio quizá pueda ser aplicado a la totalidad del conocimiento humano: «Quizá resulte que el conocimiento científico y el conocimiento artístico no puedan ser unidos o deducidos el uno del otro precisamente porque la relación que existe entre ellos es complementaria».
Es por esto por lo que figuras destacadas de la ciencia (así como también científicos normales que se dedican a tareas contemporáneas) se muestran en la actualidad notablemente unánimes al hablar de una relación consanguínea entre el arte y la ciencia. Esta afirmación está demasiado extendida como para que pueda considerársela fruto del azar.
Aquí están reflejados, me parece, algunos de los actuales procesos que se desarrollan en la consciencia de las partes más activas y pensantes de la Humanidad actual. ¿Cuáles son esos procesos en sí mismos?
Primero, hay una creciente necesidad de mantener un equilibrio, una armonía, de reforzar los lazos emocionales con el mundo, tan fáciles de perder frente a las tareas científicas de hoy en día, en donde el mundus sensibilis, el mundo captado a través de los sentidos, ha sido perdido de vista por cualquiera que se halle en la vanguardia de la investigación científica, siendo reemplazado por el mundus intelligibilis, un mundo de intangibles, que solo puede ser alcanzado por el intelecto, únicamente a través de un experimento mental. Esta quizá es la «sensación de estar incompleto espiritualmente, la falta de oxígeno emocional», «hambre artística», de las que habla B. Runin en el libro antes citado, o ese deseo por una clave única, un eje único, de cualquier forma, que según Robert Oppenheimer es característico del científico moderno. En segundo lugar, existe la formación de nuevas necesidades, nuevas peticiones al arte, y un descontento con el statu quo que surge de esto, un descontento que los «físicos» sienten más que los líricos, quizá de una forma más aguda porque su forma de pensar es, en principio, más moderna que la de los líricos, los humanistas puros.
En resumen, la ciencia actual se da cuenta de la necesidad del arte y la literatura... digamos que basándose en el principio de la complementaridad. Sin embargo, hay mucho en la literatura contemporánea (dejemos de momento a un lado las consideraciones artísticas) que no satisface estas peticiones, más o menos exactamente formuladas por los científicos, que se sienten más claramente conscientes de esta atracción crecientemente característica que siente la ciencia moderna hacia el arte.
Existen varias razones para este estado insatisfactorio.
Una de estas razones es la anonadadora, y uno casi podría decir básica, ignorancia de las cuestiones científicas por parte de la mayoría de escritores; esto, naturalmente, deja una señal muy notable en la literatura como un todo, y traba su desarrollo, restringiendo sus posibles potencialidades. No es cosa de obligar a los escritores a que estudien alguna rama de la ciencia, para que logren saber, aunque solo sea de una forma ligera, lo que está sucediendo al menos en los sectores más importantes y avanzados del frente científico. No hay demasiada gente, aún entre los científicos, que sea capaz de evaluar la posición de la ciencia contemporánea en toda su amplitud y perspectiva: la siempre creciente especialización de la ciencia por una parte, y la irrefrenable ampliación del «frente de trabajo» —la invasión por parte de la ciencia de esferas cada vez más nuevas —por la otra, hacen que en el momento actual el enciclopedismo sea simplemente imposible. Se necesita otra cosa: la habilidad de pensar al mismo nivel que la ciencia contemporánea... de aprender, para los fines propios, la metodología de la investigación científica contemporánea.
H. G. Wells hablaba de la inmensa influencia que tuvieron en él una serie de conferencias dadas por el pupilo y colega de Darwin, Thomas Huxley: «El año que pasé estudiando con Huxley representó más para mi educación que cualquier otro período de mi vida. Desarrolló en mí una búsqueda de consistencia y un deseo de hallar la conexión mutua entre las cosas, y también un no querer aceptar esas proposiciones casuales y afirmaciones infundadas que son características del pensamiento de un hombre no educado, en oposición a otro que lo esté».
Como podemos ver, Wells consideraba como su más valiosa adquisición no la suma de un conocimiento concreto, sino su experiencia en el pensamiento científico. Esto era también una valoración completamente justificada: sin la habilidad de pensar científicamente en general, no habría ningún tipo de escritor sobresaliente. Vivimos en un mundo que la ciencia está edificando ante nuestros ojos, y el escritor que ni siquiera intenta imaginar qué leyes son las que guían este proceso y cuales son sus causas y posibles resultados, que no es capaz de comprender la lógica del experimento científico... tal escritor no puede exigir un interés serio por parte de sus contemporáneos. De nuevo se trata de una cuestión, probablemente, no tanto del contenido concreto como de un cambio de la técnica literaria, de la creación de nuevos métodos, más contemporáneos y sucintos, de expresión artística. Pero la arrolladora mayoría de escritores no comprenden esto. El daño que esta ignorancia tan extendida ha causado a la literatura actual es algo que solo quedará claro para la posteridad: pero ya en gran parte es visible para nosotros ahora.
Ciertamente, este ataque a los escritores contiene más dolor que ira. Tanto más cuanto que la existencia de una buena voluntad y paciencia no es suficiente para la comprensión de la ciencia contemporánea. Hasta los mismos científicos —los grandes científicos de nuestra época, fundadores de la nueva física— se han retirado en algún momento confusos ante las últimas conclusiones que debían deducirse de sus propios brillantes descubrimientos. Basta recordar un ejemplo clásico: Einstein, sin el cual nunca podría haber surgido la mecánica cuántica, no podía aceptar las descripciones probables del comportamiento de los electrones, y desconfiaba del principio de incertidumbre presentado por Heissenberg. El famoso físico Lorentz, fundador de la teoría de los electrones, negaba totalmente los principios de la mecánica cuántica; hacia el final de su vida decía: «... no sé por qué he vivido. Solo lamento no haber muerto hace seis años, cuando todo me parecía aún claro». Max Planck ha hecho una afirmación con mucho humor negro sobre casi el mismo tema: «He llegado a la conclusión de que, por muy gran científico que seas, llegas a una edad en la que te encuentras con “conceptos que son demasiado difíciles para ti”, que quizá logres asimilar, pero que nunca comprenderás totalmente. Sin embargo, afortunadamente, la gente muere; y después de un tiempo, aquellos que no eran capaces de incorporar a sus pensamientos ese concepto han desaparecido y son reemplazados por gente nueva...»
Si esto es lo que están diciendo los principales científicos del mundo, ¿qué podemos esperar de los escritores? ¿Qué pueden comprender de ese extraño mundo con el que no pueden enfrentarse ni siquiera aquellos que primero lo descubrieron y explotaron?
Estoy totalmente convencida de que para el escritor es, al mismo tiempo, mucho más difícil y más fácil. La amarga reflexión de Max Planck no puede tratar de responder a este difícil problema: en las siguientes generaciones también habrá gente que esté destinada a morir sin comprender o aceptar los grandes descubrimientos para los cuales ellos han creado la base. Así, el papel del arte —este nuevo arte, que está creciendo ante nuestros ojos— puede resultar ser importante y benéfico en este aspecto particular: el verdadero arte también vuelve a crear completamente el mundo, difuminando su silueta normal y por consiguiente preparando a la psique humana para aceptar lo nuevo y lo inusitado, aquello que no se adecuará al esquema de cosas aceptado.
Esta es, incidentalmente, una cuestión que merece una atención particular. Estamos tratando aquí de decir que en el presente es precisamente la ciencia ficción la que es la adelantada de este nuevo arte. Esto quedó claramente reflejado en un simposio sobre los problemas de las conexiones entre el pensamiento científico y artístico celebrado en Leningrado en febrero de 1966. En este simposio se expresó en más de una ocasión la idea (por ejemplo, en las conferencias dadas por R. Nudelman, Y. Karaglitski, A. Mirer y otros) de que los caminos científicos y artísticos hacia el conocimiento del mundo están aproximándose gradualmente, y se afirmó, especialmente, que la novedad básica de la ciencia ficción venía dada por el hecho de que ya había comenzado a crear un sincretismo de pensamiento, que contenía (al menos en sus mejores exponentes) la combinación de conocimiento artístico y científico que dará a luz una cualidad completamente nueva.
La ciencia ficción se dedica principalmente a solucionar problemas de una naturaleza global, surgidos del papel contemporáneo de la ciencia en la sociedad. Habla de como la ciencia puede cambiar la faz del mundo, y a lo que pueden llevar esos crecientes cambios, acerca de lo que representa la Humanidad, acerca de las perspectivas de su desarrollo en los campos moral, social y biológico; acerca del papel de los científicos y el destino de sus descubrimientos en un mundo hostil.
El tratar de este tipo de problemas ha promovido ya un creciente interés en la ciencia ficción por parte de la inteligentsia científica y tecnológica. No obstante, no solo es el contenido sino también la forma, las especificaciones artísticas de la ciencia ficción, lo que crea el lazo sanguíneo entre ella y la ciencia. Estas especificaciones consisten en el hecho de que la ciencia ficción combina orgánicamente en sí misma el conocimiento científico y artístico del mundo. Utiliza ampliamente para sus propios fines las técnicas características de la ciencia contemporánea, técnicas de explicación de fenómenos, de experimentación mental. La ciencia ficción es capaz de crear los personajes y situaciones más increíbles e impensados, y sin embargo, su aparición estará siempre explicada racionalmente en mayor o menor grado, y su subsiguiente desarrollo obedecerá a la lógica estricta de un experimento científico. Tal arte solo podía surgir en el actual período de un conocimiento relativamente muy desarrollado del mundo. Es por esto por lo que, aunque existieron precursores de la ciencia ficción contemporánea en el mismo siglo pasado (Julio Verne y otros), su verdadero progenitor es H. G. Wells, cuyas primeras obras aparecieron en la línea divisoria entre las dos eras. Como fenómeno de masas, surgió a la existencia después de la segunda guerra mundial.
Sin embargo, todo esto no quiere decir ni con mucho que podamos esperar hallar una información exacta de una u otra esfera de la ciencia en cada obra de ciencia ficción. Estamos hablando de otra cosa, de la habilidad del artista de analizar los fenómenos actuales a nivel de la ciencia de hoy en día. Esto, al mismo tiempo, impide que la ciencia ficción sea fantasía, que se parezca al cuento de hadas, y que contenga esos rasgos fantásticos que han sido desde hace mucho habituales en la sátira, la prosa filosófica y el drama (esos rasgos que se hallan por ejemplo en los escritos de Lesage, Gogol, Brecht, Maiakovski, no necesitan tener una base racional, y existen abiertamente según sus propios términos: una nariz se separa de un hombre y lleva su propia vida independiente, los dioses caminan por la ciudad hablando con la gente, y ninguno de los lectores se pregunta si esto pudo suceder alguna vez, y si pudo, cuando fue).
Naturalmente, la ciencia ficción tampoco busca probar nada. Tiene su propio grado de libertad, y puede desentenderse de varios de los estadios relacionados con la investigación científica, según sean los objetivos concretos del autor. Así, por ejemplo, Wells, en La máquina del tiempo, no desea probar la posibilidad en principio de la construcción de una tal máquina, ni mostrar los detalles de su construcción: está interesado en el análisis sociológico de las perspectivas de desarrollo de la sociedad contemporánea, y son precisamente las conclusiones paradójicas de este análisis lo que forma la base científica de su novela; en este caso, la máquina del tiempo es únicamente un artilugio literario.
El gran escritor polaco de ciencia ficción Stanislav Lem, en su novela El regreso de las estrellas, presenta el cuadro de una sociedad sujeta a una vacunación especial: «betrisación», que automáticamente priva al hombre del poder de matar. Lem, no obstante, no está interesado en la mecánica biológica de lo que está sucediendo, o en la posibilidad, en principio, de una tal inoculación, sino en los problemas de una naturaleza filosófica y moral: adonde llevaría esta mejora mecánica de las condiciones de existencia y hasta la inyección mecánica de principios morales, si la Humanidad no está lo suficientemente madura para ellos y no los ha adquirido por sí misma mediante una erradicación persistente y tenaz de su psique de todo aquello malo y viejo.
En el relato de los hermanos Strugatski Es difícil ser un dios, la acción se desarrolla en el lejano futuro en otro planeta, y esta transferencia de la acción en el espacio y en el tiempo tiene una función creativa: el elemento fantástico de lo que ha sido imaginado ayuda a expresar el terrenal y muy tópico problema de los contactos e interacciones mutuas de las civilizaciones que se hallan en estadios de desarrollo totalmente diferentes, y a presentar el problema de la responsabilidad personal que tienen las gentes que controlan el conocimiento y la tecnología, debido a lo que sucede ante sus propios ojos.
Naturalmente, en la mayoría de los casos, esta asunción fantástica no es simplemente un artilugio para modelar una determinada situación, sino que tiene un significado artístico independiente. Los marcianos octopoides que viajan en trípodes caminantes en La guerra de los mundos de Wells, los robots humanoides de la obra de teatro R.U.R. de Karel Capek, el océano de plasma pensante de la novela de Lem Polaris, los misteriosos autómatas biológicos en el relato de M. Yemtsev y E. Parnov El espíritu del mundo, o las plantas semovientes de la novela de Wyndham El día de los trífidos, están vívidamente descritos, y hasta se podría decir que convincente y realísticamente. Sin embargo, hasta aquí las situaciones y figuras fantásticas no son un fin en sí mismas; ayudan a revelar la idea filosófica que se halla tras esas obras.
Aquellos que tienen únicamente un conocimiento superficial de la ciencia ficción, creen que trata (o que al menos debería tratar) primariamente del futuro. Esto, sin embargo, es un punto de vista equivocado. Naturalmente, desde sus mismos inicios ha existido en la ciencia ficción una vertiente utópica (los Hombres como dioses de Wells, la Nebulosa de Andrómeda de Efremov); y también existen sus variantes contemporáneas: antiutopías, obras de advertencia (Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, El fin de la eternidad de Asimov, Regreso de las estrellas de Stanislav Lem), pero como ya se ha dicho, la descripción del futuro (y de la vida en otros planetas) es más una técnica representativa que otra cosa. Por encima de todo, la ciencia ficción trata del mundo contemporáneo, y predice su posible desarrollo. El crítico soviético R. Nudelman ha dicho justificadamente acerca de la ciencia ficción: «Tenemos ante nosotros no una ventana al futuro, sino un punto de observación inusitadamente situado desde el que podemos contemplar un excelente panorama del presente». A. y B. Strugatski definen su método de estudiar la realidad de la siguiente manera: «Hacia el presente... pasando por el futuro».
Naturalmente, los escritores de ciencia ficción tratan de vez en cuando de mirar al futuro, aunque solo sea para señalar el desarrollo de tendencias que ya se evidencian en el presente. La experiencia nos ha demostrado ya, no obstante, que cuanto más cercano sea el futuro pintado por el escritor de ciencia ficción, y cuantos más detalles concretos introduzca en su narración, más rápidamente quedarán superadas las imágenes que nos ha descrito, transformándose en risibles. Esto sucede porque habitualmente resulta imposible predecir los grandes descubrimientos que cambiarán la faz del mundo. Son tan nuevos que simplemente no existía la idea misma de ellos en la mente de los hombres antes de que apareciesen. ¿Quién podría haber previsto la radio, la televisión, la energía atómica o las computadoras electrónicas, cuando la gente ni siquiera suponía que fueran posibles tales cosas? Cuando las máquinas voladoras más ligeras que el aire o de «alas batientes» iniciaron sus vuelos, ¿podía alguien imaginarse los grandes y pesados aeroplanos de hoy en día, con sus alas fijas y su tremenda velocidad? ¿Quién puede predecir lo que le sucederá a la aviación, simplemente en los siguientes cien años; si seguirá tal cual o si no será reemplazada por alguna forma de transporte radicalmente nueva, más confortable y segura? En resumen, si vamos a ocuparnos de la cuestión de las previsiones tecnológicas, debemos aceptar por anticipado el hecho de que el porcentaje de las que resulten correctas será insignificante.
Sin embargo, me parece a mí que no ocurre lo mismo con las previsiones sociológicas. Este tampoco es un campo simple o fácil. Las previsiones no pueden hacerse enfáticamente, y son solo probabilidades. Sin embargo, el escritor de ciencia ficción sociológica tiene diferentes tareas, diferentes escalas. Todo tipo de detalles engorrosos que son la dificultad inevitable existente en la ciencia ficción «tecnológica» pueden ser aquí simplemente omitidos.
Es ahora cuando regresaré a mi punto original: ¿por qué creemos deseable que los lectores de otros países conozcan bien la ciencia ficción soviética?
Generalmente, por su misma naturaleza, la ciencia ficción es racionalista y activa: como su hermana la ciencia, considera que la realidad, en todos sus aspectos complicados y contradictorios, puede ser explicada y explotada. Su héroe típico es el hombre pensante y activo: en cualquier situación, aún en la más complicada, inusitada, misteriosa y terrible, analiza las circunstancias, construye hipótesis, y las comprueba en la práctica, buscando salir de ellas y llegar a estar seguro. Sin embargo, los resultados de este análisis lógico pueden ser muy variados. Y es que la ciencia ficción es un arte y, por consiguiente, un fenómeno de tipo ideológico, y sus conclusiones no pueden ser tan «neutrales» como las fórmulas y diagramas del científico. Por el contrario, en la ciencia ficción, la posición ideológica del autor queda expresada aún más clara y abiertamente que en cualquier otra rama de la ficción, pues el lector se da cuenta desde el principio de que el escritor de ciencia ficción no está pintando la vida «tal cual es», sino construyendo sus propias imágenes, partiendo de algún tipo de principio ideológico que le es propio.
Estos principios tienen mucha influencia. Al estudiar la realidad contemporánea, usando el mismo método de la ciencia ficción, y partiendo de posiciones básicamente similares, los escritores pueden a menudo llegar a conclusiones diametralmente opuestas. La más esencial de esas divergencias puede ser formulada en la simple forma que sigue: el principio elemental de la ciencia ficción es que todo está en manos del hombre. Ante esto, sin embargo, algunos escritores exclaman: ¡eso es maravilloso!, mientras que otros suspiran: ¡eso es lo malo! Al mismo tiempo, hay un tercer grupo que vacila entre ambos polos. Debe confesarse que cada una de estas posiciones tiene ciertas justificaciones psicológicas. De hecho, en el último medio siglo, la Humanidad ha dado grandes pasos a lo largo del camino del progreso social y tecnológico, y los resultados que ha conseguido en un espacio tan corto de tiempo son impresionantes. Pero, al mismo tiempo, los peligros que la Humanidad se ha creado a sí misma en este tiempo son mucho más terribles que todas las calamidades de las edades pasadas.
No obstante, hay otra cara de este problema que debe ser tenida en cuenta. La Humanidad debe tener esperanzas. No esperanzas del tipo vago y humanista que se encuentra en las escenas finales de las obras de algunos escritores de ciencia ficción estadounidenses (por ejemplo, en las Crónicas marcianas de Ray Bradbury o en el Fin de la eternidad de Isaac Asimov), sino flechas que señalen la salida del laberinto. La esperanza es una necesidad vital de la Humanidad, es el pan de cada día del alma.
La ciencia ficción soviética es en realidad muy joven. Para ser más exactos, comenzó a resurgir de nuevo hace unos diez años, después de dos o tres décadas de anabiosis creativa, durante las cuales solo fueron publicadas historias primitivas de aventura popular, que no tenían nada que ver con el arte. A pesar de ello, en este corto período ha logrado resultados realmente importantes. En lo que se refiere al número de escritores y libros, naturalmente se halla muy por detrás de la ciencia ficción de los Estados Unidos, que se ha desarrollado intensivamente en este período. Pero la ciencia ficción soviética tiene su propio carácter distintivo. Naturalmente, no se trata de la presencia de talento, habilidad, y la capacidad de pensar analíticamente; estas cualidades se hallan brillantemente desarrolladas en muchos escritores norteamericanos de ciencia ficción. Sin embargo, los escritores soviéticos, desde sus propias posiciones ideológicas particulares, llegan a conclusiones completamente diferentes en sus análisis de la realidad, conclusiones que a nosotros nos parecen más justificadas. Por consiguiente, yo creo que un conocimiento de este otro ángulo del mundo debería ser útil tanto a los lectores como a los escritores de occidente, para que puedan ser capaces de valorar más exactamente el fenómeno... aunque no sea más que como parte del principio de suplementación.
No, la ciencia ficción soviética no está en absoluto teñida con un rosado e infantil optimismo. También nos damos clara cuenta de las enormes dificultades y terribles problemas con que se enfrenta el hombre, y escribimos acerca de ellos. Tan solo tengo que citar obras tales como Intento de escapar (Popytka k begstvu), Es difícil ser un dios (Trudno byt’ bogum), Cosas predatorias del siglo (Khishchnye vehchi veka), La segunda invasión marciana (Vtoroe nashestviye marsian), de A. y B. Strugatski, El espíritu del mundo (Dusha mira) y Condenados a gozar (Prigovoren k naslazhdeniyu) de M. Yensev y E. Parnov, Dies irae (Den’gneva) de S. Gansovski y, finalmente, mi propia novelita En un círculo de luz (V kruge sveta). Sin embargo, miramos a esas dificultades y peligros de una forma diferente, más optimista, confiando en las potencialidades de la Humanidad.
Uno no puede ignorar las dificultades: esto sería peligroso y criminal. Sin embargo, no sería menos peligroso el exagerarlas y convertirlas en absoluto. Lo que nuestra ciencia ficción le dice al hombre es: «Sí, las cosas son muy difíciles y complicadas. Se necesitarán muchos esfuerzos, privaciones y sacrificios. Pero lo lograrás. Te enfrentarás con éxito con las cosas... ¡edificarás un mundo bello y justo!» Y no se dice a priori, sino basándose en un análisis científico de los fenómenos. Es por esto por lo que nos gustaría que la gente de todos los lugares se familiarizase con lo mejor de nuestra ciencia ficción, y tratase de comprender nuestro punto de vista.
Sin embargo, con esto no quiero decir en absoluto que esta selección, presentada a la atención de los lectores hispanoparlantes, sea una antología de la mejor ciencia ficción soviética. No, el principio que guía su composición es totalmente distinto, y contiene obras tanto de autores bien conocidos como de escritores jóvenes, cuya imaginación y talentos artísticos difieren mucho en standard. Sin embargo, me parece que puede dar una buena idea de lo que es la ciencia ficción soviética.
ARIADNE GROMOVA