EQUIPO DE EXPLORACIÓN
Murray Leinster
Murray Leinster es el decano reconocido de la SF. Es un verdadero veterano. Yo lo miro con todo el respeto y reverencia que se le debe a tal antigua y patriarcal grandeza. Después de todo, en la década de los treinta, cuando el mundo era verde y joven, Murray Leinster escribió alguno de los relatos que hicieron latir con más fuerza a mi joven y tierno corazón. Poco imaginaba yo entonces que llegaría un día en que conocería y hasta llegaría a tocar a un tal semidiós.
Debo admitir, no obstante, que es realmente irritante el compartir un campo con un decano tan poco característico, por muy semidiós que sea.
Después de todo, ustedes saben cómo se supone que debe ser un decano. Debe ser un benigno hombre de barba canosa que hace una entrada impresionante y que sabe como sonreír benevolentemente ante las miradas de admiración y humildes saludos. Y, sobre todo, no mancha la santidad de su posición compitiendo con los hombres más jóvenes.
Ciertamente, Leinster debería ser un decano así. Le publicaron un relato: The Runaway Skyscraper (El rascacielos fugitivo) en el ejemplar de junio de 1926 de AMAZING STORIES, que era el tercer número que aparecía de la primera de las revistas de SF. Supongo que convendrán en que ya se merece haberse jubilado hoy en día.
¿No les parece, pues, bastante duro de tragar el que Leinster, vivaracho y erguido como un jovencillo, haya continuado escribiendo copiosamente hasta nuestros días, y lo logre hacer tan bien que en la Decimocuarta Convención (Nueva York, 1956) lograse un Hugo por Exploration Team (Grupo de exploración)?
Yo señalé lo poco apropiado de su comportamiento y, más dolido que irritado, expliqué que como decano, tenía que pensar en su dignidad. Le urgía a que devolviese el Hugo, y me ofrecí a guardárselo yo.
Me duele tener que decir que simplemente se echó a reír ante mis palabras, y se marchó, llevando en alto su Hugo para que todo el mundo pudiera verlo... sin sentir la más mínima vergüenza por ello.
I
El satélite más cercano pasó por encima. Era de forma irregular y lleno de aristas, y probablemente era un asteroide capturado. Huyghens lo había observado ya muchas veces, así que no salió a verlo deslizarse a través del cielo a una velocidad que recordaba la de un avión, ocultando las estrellas a su paso. En vez de esto, continuó sudando sobre los papeles, lo cual debería haber parecido raro porque técnicamente él era un delincuente, y todos sus trabajos en Loren Dos eran delictivos. También podría haber parecido raro el haber visto a un hombre realizando un trabajo administrativo en una habitación con ventanas blindadas y una enorme águila, sin ataduras, amodorrada en una percha colocada en la pared. Pero el papeleo no era el trabajo real de Huyghens. Su único asistente había tenido problemas con un caminante nocturno, y las furtivas naves de la Compañía Kodius se lo habían llevado al lugar del que provenían. Huyghens tenía que hacer el trabajo de dos hombres en solitario. Por lo que él sabía, era el único hombre en aquel sistema solar.
Bajo él, se oyeron bufidos. Sitka Pete se levantó pesadamente y avanzó con torpeza hacia el abrevadero. Lameteó el agua. Sourdough Charley se despertó y protestó con un sonoro carraspeo. Se oyeron abajo otros carraspeos y murmullos. Huyghens dijo tranquilizadoramente ¡quietos ahí!, y continuó con su trabajo. Terminó un informe climático, alimentó cantidades a un computador y, mientras este zumbaba sobre ellas, entró los totales de inventario en el libro de registro de la estación, señalando las provisiones que restaban. Luego, comenzó a escribir el verdadero diario.
«Sitka Pete —escribió— ha resuelto aparentemente el problema de matar esfexes individuales. Ha aprendido que no es útil el molestarles, y que sus zarpas no pueden penetrar su piel, por lo menos no pueden hacerlo con la de la parte superior. Hoy Semper nos notificó que una manada de esfexes había encontrado el rastro olfativo hacia la estación. Sitka se escondió a favor del viento hasta que llegaron. Entonces cargó contra ellos desde atrás y palmeó con sus manos a ambos lados de uno de los esfexes, en un terrible par de bofetadas. El efecto debió de ser como el de dos proyectiles de veinticinco milímetros llegando por direcciones opuestas al mismo tiempo. Debió hacer revoltillo de su cerebro como si fuera un huevo. Cayó muerto. Mató a otros dos con similares pares de palmadas. Sourdough Charley lo observaba gruñendo, y cuando los esfexes se volvieron, enfrentándose a Sitka, cargó a su vez. Yo, naturalmente, no podía disparar estando él tan cerca, así que tal vez le hubieran ido mal las cosas si no hubiese sido porque Faro Nell surgió de los alojamientos de los osos para ayudarle. La diversión permitió a Sitka Pete reanudar el uso de su nueva técnica, poniéndose de puntillas sobre sus patas traseras y moviendo las delanteras en la recién adquirida y terrible manera. La lucha terminó rápidamente. Semper volaba y gritaba por encima del tumulto, pero como siempre no intervino. Nota: Nugget, el cachorro, trató de meterse en el altercado, pero su madre lo apartó de un bofetón. Sourdough y Sitka lo ignoraron como siempre. ¡Los genes del campeón de Kodius siguen en forma!»
Los ruidos de la noche continuaban fuera. Había notas como los tonos de un órgano: los lagartos cantores. Se escuchaban las risitas disimuladas de los caminantes nocturnos, que sin embargo no podían ser tomadas a broma. Había sonidos como de martillazos, y puertas cerrándose, y de todas partes llegaban ruidos como hipidos en diversas escalas. Estos eran producidos por los pequeños animalillos que en Loren Dos hacían las veces de insectos.
Huyghens escribió:
«Sitka parecía enojado cuando acabó la lucha. Cuidadosamente, usó su truco en cada uno de los esfexes, tanto muerto como herido, excepto en aquellos que había matado ya de esa forma, levantando sus cabezas para golpearles con su técnica de martillo pilón desde los dos lados a la vez, como si tratase de enseñarle a Sourdough cómo debía hacerse. Gruñeron bastante mientras llevaban los animales muertos al incinerador. Casi parecía...»
La campana de llegada sonó, y Huyghens alzó violentamente su cabeza para contemplarla. Semper, el águila, abrió sus fríos ojos. Parpadeó.
Ruidos. Se oía un largo y profundo ronquido de satisfacción desde abajo. Algo aulló fuera, en la jungla. Hipidos. Chasquidos y notas de órgano...
La campana sonó de nuevo. Era un aviso de que una nave, en alguna parte en el espacio, había captado el haz del radiofaro... del que tan solo las naves de la Compañía Kodius deberían haber tenido noticia, y estaba comunicando para solicitar un aterrizaje. ¡Pero no debería haber ninguna nave ahora en aquel sistema solar! Aquel era el único planeta habitable del sol, y había sido declarado oficialmente inhabitable debido a una vida animal enemiga. O sea, los esfexes. Por lo tanto, no se permitía ninguna colonia, y la Compañía Kodius había infringido la ley, y había pocos crímenes más graves que la ocupación no autorizada de un nuevo planeta.
La campana tintineó por tercera vez. Huyghens maldijo. Su mano se adelantó para cortar el radiofaro, pero esto sería inútil; el radar debía haberlo ya fijado y situado con respecto a los detalles geográficos, tales como el cercano mar y la meseta de Sere. De cualquier forma, la nave podría encontrar el lugar y descender con la luz del día.
—¡Diablo! —dijo Huyghens. Pero no obstante esperó a que la campana sonase de nuevo. Una nave de la Compañía Kodius haría sonar la campana dos veces seguidas para tranquilizarle. Pero no debía llegar una nave de la Compañía Kodius en muchos meses.
La campana sonó tan solo una vez. El dial del espaciofono se iluminó y una voz salió de él, débil por la distorsión estratosférica:
—¡Llamando a tierra! ¡Llamando a tierra! Nave Odisea de la línea Creta llamando a tierra en Loren Dos. Desembarcamos un pasajero por bote. Encienda sus luces de campo.
La boca de Huyghens se abrió con asombro. Una nave de la Compañía Kodius sería bienvenida. Una nave de la Vigilancia Colonial sería extremadamente mal recibida, porque destruiría la colonia y a Sitka y a Sourdough y a Faro Nell y a Nugget... y a Semper, y se llevaría a Huyghens para ser juzgado por colonización no autorizada, con todo lo que eso implicaba.
Pero una nave comercial, desembarcando un pasajero por bote... Simplemente no había ninguna circunstancia bajo la cual pudiese ocurrir aquello. No, en una colonia ilegal y desconocida. ¡No en una estación furtiva!
Huyghens encendió las luces del campo de aterrizaje. Vió su luminosidad en el campo, fuera. Entonces se levantó y se preparó para tomar las medidas requeridas en caso de ser descubierto. Amontonó los papeles en los que había estado trabajando en la caja destructora. Reunió todos los documentos personales y los echó también en su interior. Cada informe, cada pedazo de evidencia de que la Compañía Kodius mantenía aquella estación fue a parar a la caja. Cerró de un golpe la puerta. Rozó con su dedo el botón de destrucción, que acabaría con el contenido y aún destruiría las mismas cenizas para impedir su posible uso como evidencia ante un tribunal.
Luego dudó. Si era una nave de la Vigilancia, el botón debía ser oprimido y él debía resignarse a una larga temporada en prisión. Pero una nave de la línea Creta, si el espaciofono decía la verdad, no era amenazadora. Simplemente era increíble.
Agitó la cabeza. Se puso la ropa de viaje, y se armó. Bajó al alojamiento de los osos, encendiendo las luces al hacerlo. Se oyeron algunos gruñidos de asombro, y Sitka Pete adoptó una posición absurda, sentándose para mirarle parpadeante. Sourdough Charley estaba echado sobre su espalda, con las patas al aire; había encontrado que el dormir así era más fresco. Rodó sobre sí mismo con un ruido sordo. Emitió unos gruñidos que en alguna forma sonaban cordiales. Faro Nell apareció en la puerta de su apartamento separado, asignado a ella para que Nugget no estuviese siempre metiéndose por todas partes, irritando a los grandes machos.
Huyghens, la población humana de Loren Dos, estaba frente a la fuerza de trabajo, de combate y, con Nugget, los cuatro quintos de la población terrestre no humana del planeta. Eran osos kodiak mutados, descendientes de aquel campeón Kodius en honor del cual se había dado su nombre a la compañía. Sitka Pete era una masa de mil kilos de pesado e inteligente carnívoro. Sourdough Charley arrojaría un peso inferior en unos cincuenta kilos al citado. Faro Nell era ochocientos kilos de encanto femenino... y ferocidad. Entonces, Nugget sacó su hocico por entre las peludas piernas de su madre para ver lo que ocurría, y fueron trescientos kilos de infancia ursina. Los animales contemplaron a Huyghens expectantemente. Si hubiese llevado a Semper montada en su hombro, habrían sabido lo que se esperaba de ellos.
—Vamos —dijo Huyghens—. Afuera está oscuro, pero llega alguien. ¡Y puede que sea malo!
Abrió la puerta exterior del alojamiento de los osos. Sitka Pete salió cargando torpemente a su través. Una carga de frente era la mejor forma de plantar cara a cualquier situación... si es que uno era un oso kodiak macho tamaño gigante. Sourdough le siguió. No había nada hostil en las cercanías inmediatas. Sitka se alzó sobre sus patas traseras, con lo cual alcanzó una altura de cuatro metros, y olfateó el aire. Sourdough, metódicamente, se giró hacia un lado y luego hacia el otro, olfateando también. Nell salió, ocho décimas partes de una tonelada de delicadeza, y gruñó admonitoriamente a Nugget, que le seguía de cerca. Huyghens apareció en el portal, con su fusil de visión nocturna preparado. No le agradaba enviar a los osos por delante en una jungla de Loren Dos por la noche. Pero ellos estaban preparados para oler el peligro, mientras que él no.
La iluminación de la jungla en un ancho camino hacia el campo de aterrizaje daba un extraño aspecto a las cosas. Había unos gigantescos helechos que formaban arcos, y árboles columnares que crecían por encima de ellos, y el extraordinario matorral lanceolado de la jungla. Las lámparas de alta potencia situadas a nivel de tierra lo iluminaban todo desde abajo. Así, el follaje estaba brillantemente iluminado contra el negro cielo nocturno, lo suficientemente como para apagar las estrellas. Había unos asombrosos contrastes de luz y sombra por todas partes.
—¡Adelante! —ordenó Huyghens agitando el brazo—. ¡Hop!
Cerró la puerta del alojamiento de los osos. Se movió en dirección al campo de aterrizaje, a través del camino de bosque iluminado. Los dos machos kodiak gigantes avanzaban sordamente ante él. Sitka Pete se dejó caer sobre sus cuatro patas y vagó por el camino. Sourdough Charley le seguía de cerca, yendo de un lado para otro. Huyghens iba alerta tras ellos, y Faro Nell vigilaba la retaguardia, con Nugget siguiéndola pegado a sus ancas.
Era una excelente formación militar para caminar a través de una jungla peligrosa. Sitka y Sourdough eran la avanzadilla y la vanguardia respectivamente, mientras Faro Nell vigilaba la retaguardia. Con Nugget a su cuidado, estaba especialmente alerta contra cualquier ataque por atrás. Huyghens era, naturalmente, el grueso de la fuerza. Su arma disparaba balas explosivas que desanimarían incluso a los esfexes, y su dispositivo de visión nocturna: un cono de luz que se encendía cuando se apoyaba el dedo en el gatillo, señalaba exactamente el lugar donde haría impacto. No era un arma deportiva, pero las criaturas de Loren Dos no eran tampoco unos antagonistas deportivos. Los caminantes nocturnos, por ejemplo... pero los caminantes nocturnos temían a la luz. Tan solo atacaban en una especie de histeria si era muy brillante.
Huyghens se movió hacia el resplandor del campo de aterrizaje. Su estado mental era confuso. La estación de la Compañía Kodius en Loren Dos era completamente ilegal. Ocurría que, desde un punto de vista, era necesaria, pero seguía siendo ilegal. La débil voz del espaciofono no era convincente al ignorar esta ilegalidad. Pero si aterrizaba una nave, Huyghens podría volver a la estación antes de que pudieran seguirlo, y accionar la caja de destrucción a tiempo para proteger a los que lo habían enviado allí.
Pero oyó el lejano y agudo sonido de los cohetes del bote de aterrizaje, y no el rugido de los de la nave. Mientras andaba su camino a través de la irreal maleza, el sonido se hizo más fuerte a medida que se acercaba, con los tres grandes kodiaks caminando aquí y allá, husmeando dedicadamente, creando una perfecta formación defensivo-ofensiva para las condiciones particulares de aquel planeta.
Alcanzó el límite del campo de aterrizaje, que brillaba cegadoramente, con los acostumbrados rayos divergentes apuntados hacia el cielo en tal forma que una nave pudiese comprobar su aterrizaje instrumental visualmente. Los campos de aterrizaje como aquel habían sido standard hacía algún tiempo; ahora, todos los planetas desarrollados tenían redes de aterrizaje, monstruosas estructuras que tomaban su energía de la ionosfera y que elevaban y hacían descender a las astronaves con una remarcable suavidad y una fuerza ilimitada. El tipo de campo de aterrizaje que había allí se podía encontrar donde un equipo de vigilancia estaba trabajando, o donde alguna investigación estrictamente temporal de ecología o bacteriología estaba efectuándose, o donde una colonia recién autorizada no había sido todavía capaz de construir su red de aterrizaje. ¡Naturalmente, era increíble que cualquiera pudiese tratar de efectuar una colonización en contra de la ley!
Mientras Huyghens alcanzaba el borde del requemado espacio abierto, las criaturas nocturnas ya se habían lanzado hacia la luz como las polillas en la Tierra. El aire estaba nublado con pequeñas cosas voladoras girando alocadamente. Eran innumerables, y de cualquier forma y tamaño posibles, desde los blancos midges de la noche y los gusanos voladores de muchas alas hasta aquellos repugnantes bichos de mayor tamaño que pudieran haber pasado por monos voladores despellejados si no hubieran sido carnívoros o peor. Las cosas voladoras planeaban y revoloteaban y danzaban y giraban locamente en la zona iluminada. Emitían unos sonidos zumbantes peculiarmente quejumbrosos. Casi formaban un techo iluminado sobre el claro. Ocultaban las estrellas. Mirando hacia arriba, Huyghens casi no podía ver la llama blanco azulada de los cohetes del espaciobote a través de la niebla de alas y cuerpos.
La llama del cohete aumentó de tamaño progresivamente. Una vez, aparentemente, cambió de posición para ajustar la trayectoria de descenso del bote. Volvió a la normalidad. Un punto de incandescencia primero, creció hasta que fue como una gran estrella, y luego una luna más que brillante, luego un ojo despiadadamente fijo. Huyghens apartó la mirada de él. Sitka Pete se dejó caer sentado, una tonelada de él, y parpadeó sabiamente hacia la oscura jungla, apartando la vista de la luz. Sourdough ignoró el creciente y cada vez más profundo rugido de los cohetes. Olfateaba delicadamente el aire. Faro Nell aguantaba firmemente a Nugget bajo una enorme manaza, y lamía su cabeza como preparándolo para la visita. Nugget se agitaba.
El sonido se convirtió en el de diez mil tormentas. Una brisa cálida sopló desde el campo de aterrizaje. El bote-cohete descendió, y su llama tocó la niebla de cosas voladoras, y estas se retorcieron, y ardieron, y se quemaron. Y entonces hubo agitadas nubes de polvo por todas partes, y el centro del campo llameó terriblemente, y algo se deslizó sobre una columna de fuego, y la aplastó, y se posó sobre ella, y la llama se apagó. El bote-cohete estaba allí, sostenido sobre sus timones de cola, apuntando hacia las estrellas de las que provenía.
Hubo un terrible silencio tras el estruendo. Entonces, muy débilmente, volvieron los ruidos de la noche. Se oían sonidos como los de los tubos de los órganos, y unos muy débiles y tímidos rumores como hipidos. Todos esos ruidos aumentaron de tono, y de repente Huyghens pudo oír casi normalmente. Entonces se abrió una portezuela lateral con un chasquido metálico, y algo se desplegó de donde había estado el casco del bote, y entonces hubo una plancha metálica extendiéndose a través del espacio recalentado sobre el que se alzaba el bote.
Un hombre salió por la portezuela. Se volvió, y estrechó muy formalmente una mano. Descendió por la escalerilla hasta la plancha, caminó por encima de la humeante área recocida, llevando consigo una bolsa de viaje. Alcanzó el final de la pasarela, y bajó a tierra. Se movió rápidamente hacia el extremo del claro. Agitó la mano hacia el bote espacial. Tal vez, tras los ojos de buey, alguien contestó al gesto. La pasarela se recogió hacia el casco y desapareció en él. Una llama explotó bajo los alerones de cola. Se produjeron nuevas nubes de monstruoso y asfixiante polvo, y un brillo como el de un sol. Se oyó un ruido que sobrepasaba lo soportable. Entonces, la luz se elevó rápidamente a través de la nube de polvo, y saltó hacia arriba, y subió todavía más rápido. Cuando los oídos de Huyghens le permitieron volver a percibir de nuevo algo, tan solo había el decreciente murmullo en los cielos, y un pequeño y brillante punto de luz subiendo al espacio y girando hacia el este a medida que se elevaba para interceptar a la nave de la que había descendido.
Los sonidos nocturnos de la jungla continuaron. La vida en Loren Dos no necesitaba prestar atención a las acciones de los hombres. Pero había un punto de incandescencia en el centro del claro, iluminado como si fuera de día, y un hombre bajo y activo miraba desorientado a su alrededor, con una bolsa de viaje en su mano.
Huyghens avanzó hacia él mientras la incandescencia se iba apagando. Sourdough y Sitka le precedían. Faro Nell le seguía fielmente, manteniendo un ojo maternal sobre su retoño. El hombre en el claro observó la procesión que constituían. Debía ser impresionante, aún estando preparado, aterrizar por la noche en un planeta extraño y ver partir al bote de desembarco y con él todo lazo de unión con el resto del cosmos, y entonces ver acercarse, aunque más parecía echársele encima, a dos colosales osos machos Kodiak, con un tercero y un cachorro tras ellos. Una solitaria figura humana en tal compañía debía parecer insignificante.
El recién llegado miraba sin expresión. Se agitó inquieto. Entonces Huyghens dijo:
—¡Eh, usted! ¡No se asuste por los osos, son amigos!
Sitka llegó hasta él. Suspicazmente, se colocó a favor del viento, y olfateó. El olor era satisfactorio: olor de hombre. Sitka se sentó con el sólido impacto de una tonelada de carne de oso, aterrizando en el polvo apisonado. Miró amistosamente al hombre. Sourdough dijo «¡Uooosch!» y se dirigió a olfatear más allá del claro. Huyghens se acercó. El recién llegado vestía el uniforme de la Vigilancia Colonial. Eso era malo. Lucía insignias de un oficial superior. Peor.
—¡Ah! —dijo el recién aterrizado—. ¿Dónde están los robots? Por los diecinueve infiernos, ¿qué son esas criaturas? ¿Por qué ha cambiado usted la situación de su estación? Soy Roane, y estoy aquí para efectuar un informe de los progresos en su colonia.
Huyghens dijo:
—¿Qué colonia?
—La Instalación Robot de Loren Dos... —entonces Roane dijo, indignado—: ¡No me diga que ese idiota de capitán me ha dejado caer en un lugar equivocado! Esto es Loren Dos, ¿no es así? Y este es el campo de aterrizaje. Pero ¿dónde están sus robots? ¡Debería usted haber comenzado a edificar una red! ¿Qué demonios ha ocurrido aquí, qué son esas bestias?
Huyghens hizo una mueca.
—Esto —dijo cortésmente— es una instalación ilegal y sin permiso. Soy un criminal. Estas bestias son mis aliados. Si usted no desea asociarse con criminales, no es necesario que lo haga, naturalmente. Pero dudo que viva usted hasta el amanecer, a menos que acepte mi hospitalidad mientras pienso qué hacer con respecto a su aterrizaje. Razonablemente, debería matarlo.
Faro Nell se detuvo tras Huyghens, pues ese era su puesto correcto en cualquier salida que efectuasen en el exterior. Nugget, sin embargo, vio a un nuevo humano. Nugget era un cachorro y, por consiguiente, amistoso. Gateó hacia adelante, queriendo hacerse simpático. Tenía un metro veinte de altura hasta los hombros, andando a cuatro patas. Se contoneó tímidamente mientras se acercaba a Roane. Estornudó, vergonzoso.
Su madre lo alcanzó rápidamente y lo apartó hacia un lado de un bofetón. Nugget berreó. El berrido de un osezno kodiak de trescientos kilos es un sonido remarcable. Roane se echó un paso atrás.
—Creo —dijo cuidadosamente— que es mejor que hablemos de todo esto. Pero, si esta es una colonia ilegal, naturalmente está usted arrestado, y cualquier cosa que diga será usada en contra suya.
Huyghens hizo de nuevo una mueca.
—Correcto —dijo—. Pero ahora, si camina a mi lado, volveremos a la estación. Haría que Sourdough llevase su bolsa, le gusta llevar cosas, pero puede que necesite sus dientes. Tenemos que viajar casi un kilómetro. —Se volvió hacia los animales—: ¡Vámonos! —dijo en tono de mando—. ¡De vuelta a la estación! ¡Hop!
Gruñendo, Sitka Pete se alzó y tomó su puesto como avanzadilla del grupo de combate. Sourdough le seguía, yendo de un lado a otro. Huyghens y Roane caminaron juntos. Faro Nell y Nugget cerraban la marcha. Este, naturalmente, era el único sistema relativamente seguro para cualquiera de caminar en Loren Dos, en la jungla, a casi un kilómetro de la residencia, a modo de fortaleza, de uno.
Pero solo hubo un incidente en el camino de vuelta. Fue un caminante nocturno, vuelto histérico por el camino iluminado. Apareció entre los matorrales, lanzando gritos similares a las carcajadas de un maniático.
Sourdough lo derribó a unos diez metros de Huyghens. Cuando todo hubo acabado, Nugget se erizó frente al animal muerto, lanzando gruñidos de cachorro. Hizo ver que lo atacaba.
Su madre le dio un sonoro bofetón.
II
Abajo se oían sonidos confortables y tranquilizadores. Los osos gruñían y murmuraban, pero finalmente se quedaron silenciosos. El resplandor del campo de aterrizaje había desaparecido. El camino iluminado a través de la jungla estaba oscuro de nuevo. Huyghens guió al hombre del espaciobote hasta su habitación. Se oyó un movimiento como un bostezo, y Semper sacó su cabeza de bajo el ala. Miró fríamente a los dos humanos. Estiró unas monstruosas alas de dos metros y las agitó. Abrió su pico y lo cerró con un chasquido.
—Este es Semper —dijo Huyghens—. Semper Tirannis. Es el resto de la población terrestre de este lugar. No siendo un animal nocturno, no acudió a darle la bienvenida.
Roane parpadeó mirando al enorme pájaro, colocado sobre su percha de un metro en la pared.
—¿Un águila? —preguntó—. Osos kodiak, mutaciones como usted dice, pero de cualquier forma osos, y ahora un águila. Tiene usted una buena unidad de combate en los osos.
—Además, son animales de carga —dijo Huyghens—. Pueden llevar varios centenares de kilos sin perder demasiada eficiencia en el combate. Y no hay ningún problema con los suministros. Viven de la jungla... de cualquier cosa menos esfexes. Nadie puede comerse a un esfex, aún en el caso de que pueda matarlo.
Sacó vasos y una botella. Indicó una silla. Roane dejó su bolsa de viaje. Cogió un vaso.
—Soy curioso —observó—. ¿Por qué Semper Tirannis? Puedo comprender Sitka Pete y Sourdough Charley como nombres. El hogar de sus antepasados los hace comprensibles. ¿Pero por qué Semper?
—Fue criado según las normas de la cetrería —dijo Huyghens—. Obsérvelo. Es demasiado grande para llevarlo sobre un guante de cetrero, así que los hombros de mi ropa están acolchados para que pueda ir ahí. Es un explorador volante. Lo he entrenado para que nos avise de la presencia de esfexes y en vuelo lleva una pequeña cámara de televisión. Es útil, pero no tiene la inteligencia de los osos.
Roane se sentó y bebió un trago.
—¡Interesante... muy interesante! Pero este es un asentamiento ilegal. Yo soy un oficial de la Vigilancia Colonial. Mi trabajo es informar de los progresos según el plan, pero sin embargo tengo que arrestarle. ¿No dijo usted algo sobre pegarme un tiro?
Huyghens dijo, pensativamente:
—Estoy tratando de hallar otra solución. Sume todas las penas por una colonización ilegal y verá que estaré en una muy mala situación si usted sale de esta e informa sobre el asunto. Pegarle un tiro sería muy lógico.
—Lo comprendo —dijo Roane razonablemente—. Pero ya que se ha planteado esta cuestión... tengo un atomizador apuntándole en mi bolsillo.
Huyghens se alzó de hombros.
—Es más posible que mis compañeros vuelvan aquí antes que sus amigos. Se encontraría usted en muy mala situación si volviesen y le encontrasen más o menos sentado sobre mi cadáver.
Roane asintió.
—Eso también es verdad. Y también es probable que su equipo no cooperase conmigo como lo está haciendo con usted. Parece que usted tiene la sartén por el mango, aún con mi atomizador apuntándole. Por otra parte, podría haberme matado con mucha facilidad después de que el bote partió, en cuanto aterricé. En aquel momento no tenía la menor sospecha. Así que es muy posible que no tenga ninguna intención de asesinarme.
Huyghens volvió a alzarse de hombros.
—Por tanto —dijo Roane—, y ya que el secreto de llevarse bien con la gente es el de evitar las peleas... suponga que posponemos la cuestión de quién mata a quién. Francamente, voy a enviarle a usted a prisión si puedo hacerlo. La colonización ilegal es un asunto muy feo. Pero supongo que usted tiene que tomar una decisión definitiva acerca de mí. En su lugar, yo también lo haría. ¿Firmamos una tregua?
Huyghens pareció indiferente. Roane dijo, vejado:
—¡Entonces yo lo hago! ¡Tengo que hacerlo! Por tanto...
Sacó su mano del bolsillo, y depositó un atomizador de bolsillo sobre la mesa. Se echó hacia atrás, desafiante.
—Consérvelo —dijo Huyghens—. Loren Dos no es un lugar en el que se pueda vivir mucho tiempo si se está desarmado —se volvió hacia un armario—. ¿Hambriento?
—Podría comer —admitió Roane.
Huyghens extrajo dos raciones de comida del armario, y las introdujo en el preparador instalado debajo. Puso platos en la mesa.
—Y ahora... ¿qué le ocurrió a la colonia oficial, autorizada y con licencia, que había aquí? —preguntó vivamente Roane—. Licencia concedida hace dieciocho meses. Hubo un aterrizaje de colonizadores con una flota robot de equipos y abastecimientos. Desde entonces ha habido cuatro contactos por medio de naves. Debería haber varios millares de robots trabajando bajo la adecuada supervisión humana. Debería haber un claro de doscientos kilómetros cuadrados, plantado con vegetales alimenticios para los siguientes humanos que llegasen. Debería haber una red de aterrizaje por lo menos casi terminada. Obviamente, debería haber un radiofaro espacial para guiar a las naves en su aterrizaje. No hay nada. No hay ningún claro visible desde el espacio. Esa nave de la Línea Creta ha estado en órbita durante tres días, tratando de encontrar un lugar donde dejarme. Su capitán echaba humo. Su radiofaro es el único en el planeta, y lo encontramos por casualidad. ¿Qué ocurrió?
Huyghens sirvió la comida. Dijo secamente:
—Podría haber un centenar de colonias en este planeta sin que ninguna de ellas supiese de las otras. Tan solo puedo imaginarme lo ocurrido a los robots, aunque supongo que se encontraron con los esfexes.
Roane hizo una pausa, con su tenedor en la mano.
—He leído sobre este planeta, ya que tenía que hacer un informe sobre su colonia. Un esfex es parte de la vida animal hostil de aquí. Un carnívoro beligerante de sangre fría, no un lagarto sino un género en sí mismo. Caza en manadas. De trescientos a cuatrocientos kilos de peso, cuando adulto. Mortalmente peligroso, y simplemente demasiado numeroso para combatirlo. Son la causa del porqué nunca se concedió una licencia a colonizadores humanos. Solamente los robots podrían trabajar aquí puesto que son máquinas. ¿Qué animal ataca a las máquinas?
Huyghens dijo:
—¿Qué máquina ataca a los animales? Naturalmente, los esfexes no molestarían a los robots, pero ¿molestarían los robots a los esfexes?
Roane masticó y tragó.
—¡Espere! Acepto que usted pueda fabricar un robot cazador. Una máquina puede discriminar, pero no puede decidir. Por eso no hay ningún peligro de una revuelta robot. No pueden decidir hacer algo para lo que no tengan instrucciones. Pero esta colonia fue planificada con el total conocimiento de lo que pueden y no pueden hacer los robots. A medida que el terreno iba siendo desbrozado, era circundado por una valla eléctrica que ningún esfex podía tocar sin quedarse frito.
Huyghens, pensativamente, cortó su comida. Luego:
—El aterrizaje fue en la época invernal —observó—. Debió ser así, porque la colonia sobrevivió durante un tiempo. E imagino que el último aterrizaje de una nave fue antes del deshielo. Los años duran dieciocho meses aquí.
Roane admitió:
—Fue en invierno cuando se efectuó el desembarco. Y el último aterrizaje de una nave fue antes de primavera. La idea era de iniciar la explotación de minas para obtener material, y de tener el terreno desbrozado rodeado por una valla a prueba de esfexes antes de que estos volviesen de los trópicos. Según creo, invernan allí.
—¿Ha visto alguna vez a un esfex? —preguntó Huyghens. Luego añadió—: No, naturalmente que no. Pero si usted tomase una cobra venenosa y la cruzase con un gato salvaje, la pintase de color bronce y azul, y luego le inoculase hidrofobia y manía homicida al mismo tiempo... tal vez tuviese usted un esfex, pero no la raza de los esfexes. A propósito, pueden subir a los árboles. Una valla no los detendría.
—Una valla electrificada —dijo Roane—. ¡Nada puede subir eso!
—No un animal solo —dijo Huyghens—. Pero los esfexes son una raza. El olor de un esfex muerto atrae a la carrera a otros, con los ojos inyectados en sangre. Deje un esfex muerto abandonado durante seis horas, y los encontrará congregados a su alrededor por docenas. Dos días, y serán centenares. ¡Más tiempo, y serán millares! Se reúnen para lloriquear sobre su compañero muerto y cazar a aquel o aquello que lo mató.
Volvió a su comida. Un momento después dijo:
—No hay necesidad de preguntarse lo que le ocurrió a la colonia. Durante el invierno, los robots quemaron un claro e instalaron una valla electrificada según los manuales. Llega la primavera, y los esfexes vuelven. Son curiosos, entre sus otras locuras. Un esfex trataría de subir la valla simplemente para ver lo que había al otro lado. Se electrocutaría. Su cuerpo atraería a otros, rabiosos porque un esfex había muerto. Algunos de ellos tratarían de subir la valla, y morirían. Y sus cuerpos atraerían a otros. Luego, la valla se rompería por el peso de los cuerpos colgados de ella, o se crearía un puente de cadáveres de bestias sobre ella, y desde tan lejos en dirección del viento como alcanzase el olor llegarían más y más esfexes, rabiosos, irritados, enloquecidos por el olor, corriendo hacia aquel punto. Invadirían el claro a través o por encima de la valla, gritando, rechinando dientes, buscando algo que matar. Y creo que lo encontrarían.
Roane dejó de comer. Parecía enfermo.
—Había... fotos de esfexes entre los datos que leí. Supongo que son capaces de... todo.
Trató de levantar su tenedor. Lo volvió a dejar caer.
—No puedo comer —dijo abruptamente.
Huyghens no hizo ningún comentario. Terminó su comida, ceñudo. Se levantó y puso los platos en la parte superior del limpiador. Se oyó un zumbido. Los sacó de la parte inferior y los guardó.
—Déjeme ver esos informes, ¿eh? —pidió—. Me gustaría saber qué clase de organización tenían esos robots.
Roane dudó, y luego abrió su bolsa de viaje. Había un visor de microfilms y varias bobinas de película. Una de ellas se titulaba: «Especificaciones para la construcción, Vigilancia Colonial», y contendría seguramente planos detallados de todas las necesidades de material y trabajo para cualquier cosa desde escritorios, oficina, personal administrativo, para uso de, hasta redes de aterrizaje, planetas de gran gravedad, capacidad de elevación de un centenar de millar de toneladas terrestres. Pero Huyghens encontró otro. Lo insertó y giró el control rápidamente aquí y allí, deteniéndose tan sólo brevemente en los índices hasta que llegó a la sección que deseaba. Comenzó a estudiar la información con una impaciencia creciente.
—¡Robots, robots, robots! —saltó—. ¿Por qué no los dejan allí donde deberían estar, en las ciudades, para hacer el trabajo sucio, y en los planetas sin atmósfera, donde no ocurre nada inesperado? ¡Los robots no tienen sitio en las nuevas colonias! ¡Sus colonizadores dependían de ellos para su defensa! ¡Maldita sea, tenga a un hombre trabajando el suficiente tiempo con robots y llegará a creer que toda la naturaleza es tan limitada como ellos! ¡Y este es un plan para crear un ambiente controlado! ¡En Loren Dos! Ambiente controlado... —blasfemó sonoramente—. ¡Complacientes, idiotas, estúpidos chupatintas!
—Los robots son útiles —dijo Roane—. No podríamos tener civilización sin ellos.
—¡Pero usted no puede conquistar un lugar salvaje con ellos! —cortó Huyghens—. Ustedes hicieron aterrizar a una docena de hombres, con cincuenta robots montados para comenzar. Llevaban los componentes para mil quinientos más... y me apostaría cualquier cosa a que las naves contacto todavía desembarcaron otros.
—Lo hicieron —admitió Roane.
—Los desprecio —murmuró Huyghens—. Siento por ellos lo que los antiguos griegos y romanos sentían por los esclavos. Solo sirven para tareas serviles: la clase de trabajo que un hombre haría para sí mismo, pero que no efectuaría nunca para otro por dinero. ¡Trabajo degradante!
—¡Muy aristocrático! —dijo Roane con un deje de ironía—. Supongo que los robots limpian el alojamiento de los osos, ahí abajo.
—¡No! —atajó Huyghens—. ¡Lo hago yo! ¡Son mis amigos! ¡Luchan por mí! ¡Ellos no pueden comprender la necesidad y ningún robot lo haría correctamente!
Refunfuñó de nuevo. Los ruidos de la noche continuaban fuera. Sonidos de órgano e hipidos y el sonido de martillos pilones y puertas cerrándose. En alguna parte se oía una réplica extrañamente similar al discordante chirrido de una bomba oxidada.
—Estoy buscando —dijo Huyghens desde el visor— el informe de sus operaciones de minería. Un trabajo a flor de tierra no significaría nada, pero si perforaron un túnel y había alguien allí supervisando a los robots cuando la colonia fue destruida, existe una posibilidad remota de que sobreviviese algún tiempo.
Roane lo miró con ojos súbitamente preocupados.
—¿Y...?
—Maldita sea —atajó Huyghens—. ¡Si así fuera, iría a ver! No tendría... tendrían, ninguna posibilidad, de otra forma. ¡En cualquier caso, la posibilidad no es demasiado buena!
Roane alzó las cejas.
—Soy un oficial de la Vigilancia Colonial —dijo—. Le he dicho que lo enviaré a prisión si puedo. Ha arriesgado usted las vidas de millones de personas, manteniendo comunicación no sujeta a cuarentena con un planeta sin licencia. Si usted rescata a alguien de las ruinas de la colonia robot, ¿no se le ocurre que podrían ser testigos de su presencia no autorizada aquí?
Huyghens hizo funcionar el visor de nuevo. Se detuvo. Lo hizo avanzar y retroceder, y encontró lo que deseaba. Murmuró, satisfecho:
—¡Perforaron un túnel! —Luego, en voz alta—: Me preocuparé sobre los testigos cuando llegue el momento.
Abrió la puerta de otro armario. En su interior había todas las cosas extrañas que un hombre utiliza para las reparaciones de su casa, de objetos en los que nunca se fija hasta que dejan de funcionar. Había un surtido de cables, transistores, tuercas, y artículos sueltos similares que un hombre viviendo en solitario podrá necesitar. Y más, cuando, a su conocimiento, es el único habitante de un sistema solar.
—¿Y ahora qué? —preguntó calmadamente Roane.
—Voy a tratar de averiguar si hay alguien vivo allí. Lo habría investigado antes si hubiera sabido que la colonia existía. No puedo probar si están todos muertos, pero tal vez pruebe que todavía hay alguien vivo. Solo es un viaje de dos semanas desde aquí. Es extraño que dos colonias eligiesen unos puntos tan cercanos.
Absorto, recogió los objetos que había seleccionado. Roane dijo, molesto:
—¡Infierno! ¿Cómo puede usted comprobar si hay alguien con vida, a algunos centenares de kilómetros de distancia... cuando hace media hora ni siquiera sabía si existían?
Huyghens apretó un interruptor y abrió un panel de la pared, dejando al descubierto circuitos y aparatos electrónicos. Empezó a husmear allí.
—¿Alguna vez ha pensado en como buscar a un náufrago? —preguntó por encima de su hombro—. Tenemos un planeta con varias decenas de millones de kilómetros cuadrados en él. Usted sabe que hay un navío estrellado, pero no tiene ni idea de en que lugar. Supone que los supervivientes tienen energía... ningún hombre civilizado estará mucho tiempo sin energía mientras pueda fundir minerales, pero el fabricar un radiofaro espacial, requiere unas mediciones de alta precisión y un trabajo concienzudo. No se puede improvisar. Así que, ¿qué es lo que hará su hombre civilizado náufrago para guiar a una nave de rescate hacia el kilómetro cuadrado o dos que ocupa entre las decenas de millones del planeta?
Roane vaciló visiblemente.
—¿Qué?
—Para empezar, ha tenido que volver al primitivismo —explicó Huyghens—. Cocina su carne sobre un fuego, etcétera. Tiene que conseguir una señal estrictamente primitiva. Es todo lo que puede hacer sin galgas ni micrómetros ni utillaje muy especializado. Pero puede llenar toda la atmósfera del planeta con una señal que los que le estén buscando no puedan dejar de advertir. ¿Lo ve usted?
Roane pensó, irritado. Negó con la cabeza.
—Fabricará —dijo Huyghens— un transmisor de chispa. Fijará su emisión en la frecuencia más corta que pueda: será en algún punto de la banda de ondas entre los cinco y los cincuenta metros, pero la sintonizará muy ancha, y será una señal claramente humana. La pondrá en emisión. Algunas de esas frecuencias circundarán todo el planeta por debajo de la ionosfera. Cualquier nave que descienda bajo el techo radial recibirá su señal y marcará una posición, se desplazará para conseguir otra marcación, y entonces irá directamente hasta donde el náufrago esté esperando plácidamente, en una hamaca hecha por él mismo, sorbiendo cualquier clase de bebida que haya logrado improvisar partiendo de la vegetación local.
Roane dijo, a regañadientes:
—Ahora que lo menciona, naturalmente...
—Mi espaciofono recibe las microondas —dijo Huyghens—. Estoy alterando algunos elementos para poder escuchar las ondas más largas. No será eficiente, pero recibirá una señal de socorro si es que hay alguna en el aire. Sin embargo, no espero que sea así.
Funcionó. Roane estuvo sentado, quieto, durante largo tiempo, observándole. Abajo, se alzó un sonido rítmico. Era Sourdough Charley roncando. Yacía sobre su espalda, con las patas al aire. Había descubierto que dormía más fresco así. Sitka Pete gruñía en su descanso. Estaba soñando. En la habitación general de la estación, Semper, el águila, parpadeó rápidamente y después introdujo su cabeza bajo una gigantesca ala y se dispuso a dormir. Los ruidos de la jungla de Loren Dos llegaban a través de las ventanas con persianas de acero. La luna más cercana, que había pasado por encima no mucho antes del tañido de la campana de llegada, volvió a pasar sobrevolando por encima del horizonte del este. Corría por el cielo con la velocidad aparente de un avión. Allá arriba, podía ser vista como una masa irregular de roca o metal, llena de aristas, corriendo ciegamente alrededor del gran planeta, por siempre.
En el interior de la estación, Roane dijo, irritado:
—¡Veamos, Huyghens! Tiene usted un motivo para asesinarme. Aparentemente, no piensa hacerlo. Tiene usted una razón excelente para despreocuparse de la colonia robot, pero se está preparando para ayudar, si es que queda alguien con vida que lo necesite. Y sin embargo, es usted un criminal... ¡y quiero decir un verdadero criminal! Han habido algunas bacterias aterradoras exportadas desde planetas como Loren Dos. Se han perdido muchas vidas a consecuencia de eso, y usted está arriesgando otras. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué hace usted algo que podría acarrear monstruosas consecuencia para otros seres?
Huyghens refunfuñó.
—Está usted asumiendo tan solo el que no se toman precauciones sanitarias y de cuarentena en mis comunicaciones. De hecho, se toman. En lo que respecta al resto, usted no lo comprendería.
—Yo no lo comprendería —cortó Roane—, pero eso no prueba que no pueda comprenderlo. ¿Por qué es usted un criminal?
Huyghens, con pericia, usó un destornillador dentro del panel de la pared. Delicadamente, alzó un ensamblaje electrónico diminuto. Comenzó a colocar en el interior, con sumo cuidado, un nuevo conjunto de unidades más grandes.
—Estoy cortando mi amplificación definitivamente —observó—, pero creo que funcionará. Estoy haciendo lo que estoy haciendo —añadió calmadamente—. Estoy siendo un criminal porque me parece correcto lo que pienso que soy. Cada cual actúa de acuerdo con su propia noción real de sí mismo. Usted es un ciudadano consciente y un empleado público leal, y una personalidad bien ajustada. Usted se considera a sí mismo como un animal racional inteligente. ¡Pero no actúa en tal forma! Me está usted recordando mi necesidad de pegarle un tiro o algo similar, lo cual un animal meramente racional estaría tratando de hacerme olvidar. Ocurre, Roane, que es usted un hombre. Yo también lo soy, pero me doy cuenta de ello. Por lo tanto, hago cosas deliberadamente, y eso un animal meramente racional no lo haría, porque son mi noción de lo que un hombre, que es más que un animal racional, debería hacer.
Con mucha delicadeza, apretó un pequeño tornillo tras otro. Roane dijo, molesto:
—Oh. Religión.
—Autorespeto —corrigió Huyghens—. No me gustan los robots. Se parecen demasiado a los animales racionales. Un robot hará cualquier cosa que pueda que su supervisor le ordene hacer. Un animal meramente racional hará cualquier cosa que algunas circunstancias le lleven a hacer. No me gustaría un robot a menos que tuviera alguna idea de lo que es correcto hacer, y que me escupiese en la cara si tratase de obligarlo a hacer cualquier otra cosa. Los osos de ahí abajo, por ejemplo... ¡no son robots! Son bestias leales y honorables, pero se volverían contra mí y me harían pedazos si tratase de obligarles a hacer algo contra su naturaleza. Faro Nell lucharía contra mí y contra toda la creación junta si tratásemos de hacer daño a Nugget; sería estúpido, irrazonable e irracional; perdería y moriría, ¡pero a mí me gusta que sea así! Y yo lucharé contra usted y contra toda la creación cuando usted quiera obligarme a hacer algo contra mi naturaleza. Seré estúpido, irrazonable e irracional acerca de ello —sonrió, mirando por encima de su hombro—. Igual que haría usted, aunque usted no se dé cuenta de ello.
Volvió a su trabajo. Un momento después, instaló un botón de control manual sobre un eje en su ensamblaje improvisado.
—¿Qué es lo que alguien trató de obligarle a hacer? —preguntó sagazmente Roane—. ¿Qué es lo que se le pidió a usted que lo convirtió en un criminal? ¿En contra de qué está usted?
Huyghens bajó un conmutador. Hizo girar el botón que controlaba el mando de su receptor improvisado.
—Bueno —dijo, divertido—, cuando yo era joven la gente de mi alrededor trató de convertirme en un ciudadano consciente y en un leal empleado y una personalidad bien ajustada. Trataron de transformarme en un animal racional altamente inteligente y nada más. La diferencia entre nosotros, Roane, es que yo me di cuenta. Naturalmente, me reb...
Se calló en seco. Del altavoz del espaciofono modificado ahora para recibir ondas cortas, surgieron sonidos débiles, chasqueantes y entrecortados.
Huyghens escuchó. Inclinó la cabeza, atento. Giró el botón muy, muy lentamente. Entonces, Roane hizo una señal para que se detuviera, a fin de llamarle la atención sobre algo en el silbante sonido. Huyghens asintió. Giró de nuevo el botón, con incrementos infinitesimales.
De entre la estática surgió un murmullo acompasado. A medida que Huyghens cambiaba la sintonía se hacía más fuerte. Llegó a un volumen en el que era inconfundible. Era una secuencia de sonidos similares a un zumbido discordante. Había tres zumbidos de medio segundo con pausas de medio segundo entre ellos. Una pausa de dos segundos. Tres zumbidos de un segundo, con pausas de medio entre ellos. Otra pausa de dos segundos, y de nuevo tres zumbidos de medio segundo. Luego, silencio durante cinco segundos. A continuación se repetía la secuencia.
—¡Diablo! —dijo Huyghens—. ¡Eso es una señal humana! Además, está hecha mecánicamente. En realidad, hubo un tiempo en que era una llamada de socorro standard. Se le llamaba S.O.S., aunque no tengo idea de qué quiere decir. No obstante, alguien debe haber leído, alguna vez, novelas antiguas, puesto que la conoce. Así que alguien está todavía con vida allí en su colonia robot con licencia pero destruida. Y están pidiendo ayuda. Diría que seguramente deben necesitarla.
Miró a Roane.
—Lo inteligente sería sentarnos y esperar a que llegase una nave, ya sea de mis amigos o de los suyos. Una nave puede ayudar a supervivientes o náufragos mucho mejor de lo que podamos hacerlo nosotros. Una nave puede hasta encontrarlos más fácilmente. Pero tal vez el tiempo sea importante para esos pobres diablos. Así que voy a coger mis osos y ver si puedo llegar hasta ellos. Puede usted esperar aquí si lo desea. ¿Qué le parece? ¡Viajar en Loren Dos no es una excursión de placer! Iré luchando en casi cada metro del camino: hay una buena cantidad de «vida animal hostil» aquí.
Roane saltó indignado:
—¡No sea estúpido! ¡Claro que también voy! ¿Por quién me toma usted? Y dos de nosotros deberían tener cuatro veces las posibilidades de uno.
Huyghens sonrió.
—Casi casi. Se olvida de Sitka Pete y Sourdough Charley y Faro Nell. Seremos cinco si usted viene, en vez de cuatro. Y naturalmente, Nugget tiene que venir, y no será precisamente una ayuda, pero Semper compensará. Usted no cuadruplicará nuestras posibilidades, Roane, pero me alegrará que venga si usted desea ser estúpido e irrazonable y completamente irracional, y acompañarnos.
III
Había un espolón de piedra alzándose sobre un precipicio, por encima de un valle del río. Trescientos metros más abajo un amplio torrente corría hacia el oeste en dirección al mar. Treinta kilómetros al este, una pared de montañas se erguía enhiesta contra el cielo. Sus picos parecían llegar todos a la misma altura. Había un terreno ondulado entre ellas, que se extendía a todo lo lejos que abarcaba la vista.
Un punto en el cielo descendió rápidamente. Unas grandes alas se extendieron, y aletearon, y unos fríos ojos otearon el espacio rocoso. Con otros enormes aleteos, Semper, el águila, aterrizó. Plegó sus grandes alas y giró su cabeza bruscamente con sus ojos sin pestañear. Un pequeño arnés soportaba una cámara miniatura contra su pecho. Caminó sobre la roca pelada hasta el punto más alto. Se quedó allí, una figura arrogante y solitaria en la inmensidad.
Se oyeron golpes y crujidos, y después ruidos de jadeo. Sitka Pete llegó pesadamente, saliendo al espacio abierto. Llevaba también un arnés, y una mochila. El arnés era complejo, porque no solo tenía que sujetar una mochila en el camino normal, sino que, cuando se alzaba sobre sus patas traseras, no debía impedirle el uso de las delanteras para combatir.
Caminó nerviosamente por todo el espacio abierto. Miró por encima del borde extremo del espolón. Se dirigió al otro lado, y miró hacia abajo. Exploraba cuidadosamente. Una vez se acercó a Semper y el águila abrió su gran pico curvado y lanzó un graznido indignado. Sitka no le hizo el menor caso.
Se relajó, satisfecho. Se sentó desmañadamente, con sus patas traseras muy abiertas. Tenía una expresión que se acercaba a la benevolencia mientras contemplaba el paisaje a su alrededor y debajo de él.
Más jadeos y chasquidos. Sourdough Charley apareció a la vista, con Huyghens y Roane tras él. Sourdough llevaba también una mochila. Luego se oyó un chillido, y Nugget vino corriendo desde atrás, empujado por un tortazo de su madre. Faro Nell apareció, con el cuerpo de un animal, de apariencia cérvida, atado a su arnés.
—Escogí este lugar en una foto espacial —dijo Huyghens— para tomar un punto de referencia direccional. Me prepararé.
Se quitó la mochila de los hombros, y la dejó en el suelo. Extrajo un instrumento de evidente construcción casera, que colocó a su lado. Extendió la antena, luego enchufó una considerable extensión de cable flexible y desplegó una pequeña e improvisada antena direccional con un amplificador aún más pequeño en su base. Roane se quitó a su vez la mochila de los hombros y se quedó contemplándole. Huyghens se colocó unos auriculares sobre los oídos. Miró hacia arriba y dijo tajantemente:
—Vigile a los osos, Roane. El viento está soplando en la dirección de la que vinimos. Cualquier cosa que nos esté siguiendo, los esfexes por ejemplo, enviará su olor antes. Los osos nos lo dirán.
Se atareó con los instrumentos que había traído. Oyó el sonido de fondo, silbante y como de fritura, que podía ser cualquier cosa excepto una señal humana. Alcanzó su pequeña antena y la hizo girar a su alrededor. Tonalidades chirriantes y zumbantes surgieron del altavoz, primero débiles y después más intensas. Este receptor, sin embargo, había sido hecho especialmente para esta banda de ondas. Era mucho más eficaz de lo que había sido el espaciofono modificado. Captó tres zumbidos cortos, tres largos y tres cortos de nuevo. Tres puntos, tres rayas y tres puntos. Una y otra vez. SOS, SOS, SOS.
Huyghens tomó una marcación y movió la antena direccional en una distancia cuidadosamente medida. Tomó otra marcación. La movió de nuevo, y de nuevo. Cuidadosamente, anotando y midiendo cada punto, y tomando notas de las lecturas del instrumento. Cuando hubo terminado, había comprobado la dirección de la señal no solo por su intensidad sino también por su fase: tenía una marcación tan precisa como era posible obtener con un aparato portátil.
Pete husmeó el aire y se alzó. Faro Nell dio un tortazo a Nugget, enviándolo quejumbroso hacia el rincón más alejado. Quedó en pie, dando la cara al camino por el que habían llegado.
—¡Maldición! —dijo Huyghens.
Se levantó e hizo una señal con el brazo a Semper, que había girado la cabeza al oír a los osos. Semper graznó en una forma muy poco propia de un águila y se dejó caer del espolón, comenzando a luchar inmediatamente contra la corriente de aire descendente que había más allá del mismo. En el momento en que Huyghens tomó su arma, el águila regresó por encima de ellos. Les pasó majestuosamente, a una altura de unos treinta metros, maniobrando y aleteando en las engañosas corrientes. Gritó, abruptamente, dio un círculo, y volvió a gritar. Huyghens extrajo una pequeña pantalla visora de su funda, colocándola ante su vista. Naturalmente, veía lo que podía ver la pequeña cámara en el pecho de Semper: un terreno oscilante y en cambio continuo, tal como el propio Semper lo veía, aunque sin su amplitud de campo de visión. Podían observase objetos en movimiento entre los árboles. Su color era inconfundible.
—Esfexes —dijo Huyghens hoscamente—. Ocho. No los busque por el camino que hemos seguido, Roane. Corren paralelamente a ambos lados del sendero. De esta forma atacan a todo lo ancho y de improviso cuando alcanzan a su presa. Y escuche: los osos pueden enfrentarse con cualquier cosa que se les ponga por delante. Nuestra tarea será encargarnos de los que no entren en combate. Y dispare al cuerpo. Las balas son explosivas.
Quitó el seguro de su arma. Faro Nell, lanzando retumbantes gruñidos, se dirigió hacia una posición entre Sitka Pete y Sourdough. Sitka le echó una ojeada y dio un bufido, como riéndose de sus gruñidos espeluznantes. Sourdough gruñía de una manera continua. Él y Sitka se apartaron de Nell hacia cada lado. Cubrirían un frente más amplio.
No había otro signo de vida más que los sonidos de los increíblemente pequeños animales que en aquel planeta eran los pájaros, y los gruñidos rabiosos, en un profundo bajo, de Faro Nell. Y luego, el click del seguro quitado del arma que Huyghens le había dado a Roane.
Semper gritó de nuevo, aleteando bajo sobre las copas de los árboles, siguiendo a las multicolores y monstruosas figuras allá abajo.
Ocho cosas diabólicas de color azul y bronce salieron corriendo de los matorrales. Tenían orlas espinosas, y cuernos, y ojos brillantes, y se veían como si hubiesen salido directamente del infierno. En el instante de su aparición saltaron, emitiendo alaridos chillones y ensordecedores que eran como gritos de gatos peleándose aumentados diez mil veces. El rifle de Huyghens chasqueó, y su sonido se fundió con la detonación más sonora de la bala al chocar contra la carne del esfex. Un monstruo azul y bronce se desplomó aullando. Faro Nell cargó, la verdadera encarnación de la furia al rojo blanco. Roane disparó, y su bala explotó contra un árbol. Sitka Pete juntó sus enormes patas anteriores en un sonoro y monstruoso movimiento de abofeteo. Un esfex murió.
Entonces Roane volvió a disparar. Sourdough Charley dio un bufido. Cayó hacia adelante sobre un escupiente enemigo bicolor, le hizo dar una voltereta y rasgó con sus patas traseras. La piel del vientre del esfex era más tierna que el resto. El animal escapó rodando, abriéndose aún más sus propias heridas. Otro esfex se encontró a sí mismo apartado del tumulto, cerca de Sitka Pete. Giró para saltar sobre él por detrás, y Huyghens disparó con frialdad... Y dos cayeron sobre Faro Nell, y Roane hizo estallar a uno, y Faro Nell eliminó al otro con una furia verdaderamente monstruosa. Entonces Sitka Pete se alzó erecto, pareciendo derramar esfexes, y Sourdough se le acercó, y cogió a uno, y lo mató, y volvió a por otro. Y ambos rifles sonaron juntos, y de repente no hubo nada contra lo que luchar.
Los osos recorrieron los cadáveres de uno a otro. Sitka Pete gruñó suavemente y levantó una cabeza inerte. ¡Crash! Luego otra. Recorrió la totalidad de ellos, diesen o no signos de vida. Cuando hubo terminado, estaban completamente quietos.
Semper descendió aleteando del cielo. Había chillado y planeado por encima mientras luchaban. Ahora, aterrizó velozmente. Huyghens fue, tranquilizador, de unos a otros, calmándolos con su voz. Le llevó más tiempo calmar a Faro Nell, que estaba dando lametones a Nugget con una solicitud apasionada, y rugiendo horriblemente mientras lamía.
—Vamos —dijo Huyghens, cuando Sitka dio signos de tratar de sentarse de nuevo—. Tirad esos cuerpos por un precipicio. ¡Vamos! ¡Sitka! ¡Sourdough! ¡Hop!
Los guió mientras los dos grandes machos, fastidiados en parte, levantaban las criaturas de pesadilla que ellos y las armas habían abatido, y las llevaban al borde del espolón de piedra. Dejaron que las bestias muertas cayeran rebotando y deslizándose hacia el valle.
—Esto —dijo Huyghens— es para que sus amiguitos se reúnan a su alrededor y maullen su desesperación allí donde no haya una pista nuestra para darles malas ideas. Si hubiésemos estado cerca de un río, los habría echado allí para que hubiesen flotado río abajo y reuniesen plañideras dondequiera que quedasen varados. Alrededor de la estación los incinero. Si tuviera que dejarlos, prepararía una pista falsa. Aproximadamente unos setenta kilómetros en contra del viento, sería una buena idea.
Abrió la mochila que llevaba Sourdough, y sacó varias esponjas de tamaño gigante y algunos litros de antiséptico. Se ocupó de los kodiaks por turno, limpiando no solo las heridas y los arañazos que habían recibido, sino también empapando profundamente su piel, allí donde pudiera haber una sospecha de sangre de esfex derramada.
—Este antiséptico es también desodorante —dijo a Roane—, o seríamos seguidos por cualquier esfex que pasase a una distancia olfateable de nosotros. Cuando iniciemos la marcha mojaré las patas de los osos por la misma razón.
Roane estaba muy silencioso. Había fallado su primer disparo con un arma lanzabalas; y una bala explosiva tiene mucho más poder que un rayo. Se había ido enfadando consigo mismo en una forma desmedida. En los últimos segundos de la lucha había disparado cuidadosamente, y cada bala había sido un blanco. Ahora dijo amargamente:
—Si me está instruyendo para que pueda continuar en el caso de que a usted le ocurra algo, dudo que valga la pena.
Huyghens buscó en su mochila y sacó las ampliaciones que había hecho de las fotos espaciales de aquella parte del planeta. Cuidadosamente, se orientó en el mapa, observando los detalles sobresalientes del terreno. Trazó cuidadosamente una línea a través de la foto.
—La señal de SOS viene de alguna parte cerca de la colonia robot —informó—. Creo que es un poco hacia el sur, probablemente de una mina que perforaron en el extremo más alejado, naturalmente, de la meseta Sere. ¿Ve como lo he marcado en el mapa? Dos marcaciones, una desde la estación y otra desde aquí. Me aparté de la línea recta para obtener una marcación aquí de forma que tuviésemos dos líneas de posición hacia el transmisor. La señal podría haber venido del otro lado del planeta. Pero no es así.
—Las probabilidades eran astronómicas en contra de que hubiese otras personas en peligro —protestó Roane.
—Nooooo —dijo Huyghens—. Han estado viniendo naves aquí. A la colonia robot. Una podría haberse estrellado. Y yo también tengo amigos.
Guardó otra vez su aparato, e hizo una señal a los osos. Los llevó más allá del lugar del combate y muy cuidadosamente limpió sus patas, de tal forma que no pudiesen dejar un rastro de olor a sangre de esfex tras ellos. Hizo un gesto a Semper, el águila, para que alzase el vuelo.
—Vámonos —dijo a los Kodiaks—. ¡Adelante! ¡Hop!
El grupo descendió por la ladera, retornando de nuevo a la jungla. Ahora era el turno de Sourdough de ocupar la vanguardia, y Sitka Pete marchaba con más amplitud tras él. Faro Nell seguía a los hombres, con Nugget. Mantenía una cuidadosa vigilancia sobre el cachorro. Todavía era una cría, pues pesaba menos de trescientos kilos, y naturalmente estaba atenta a cualquier peligro desde la retaguardia.
Por encima, Semper planeaba y volaba en círculos y espirales gigantes, sin apartarse nunca demasiado. Huyghens observaba constantemente la pantalla que mostraba lo que veía la cámara aérea. La imagen se agitaba y hacía círculos y cabeceaba y daba bandazos. No era en absoluto el mejor sistema de reconocimiento aéreo que podía ser imaginado, pero era el mejor de los que podían funcionar. Entonces, Huyghens dijo:
—Giraremos aquí a la derecha. El camino es malo todo recto, y además parece que una manada de esfexes ha cazado y se está alimentando allí.
Roane estaba contrariado. No estaba satisfecho consigo mismo, así que dijo:
—Va contra toda razón el que unos carnívoros sean tan numerosos como usted dice: tiene que haber una cierta cantidad de otras vidas animales por cada bestia carnívora. Demasiadas de estas se comerían a toda la caza y luego se morirían de hambre.
—Se han ido durante todo el invierno —explicó Huyghens—, que en estos alrededores no es tan severo como usted podría pensar. Y muchos animales acostumbran a tener crías justamente después de que los esfexes parten hacia el sur. Además, los esfexes no están por aquí durante la estación cálida. Hay algo así como un punto máximo, y luego, durante unas semanas, no se ve a ninguno. Y de repente, la jungla está llena de ellos otra vez. Luego, en un momento dado, se marchan al sur. Aparentemente son migratorios en alguna forma, pero nadie lo sabe a ciencia cierta. —Dijo secamente—: No han pasado muchos naturalistas por este planeta. La vida animal no es amistosa.
Roane se preocupó. Era un alto cargo de la Vigilancia Colonial, y estaba acostumbrado a llegar a lugares con una colonización realizada totalmente o en gran parte, emitiendo su juicio sobre si se había completado o no la instalación planeada tal cual había sido diseñada. Ahora, se hallaba en un ambiente totalmente hostil, dependiendo para sobrevivir de un colonizador ilegal, llevando a cabo una empresa desmoralizadoramente indefinida: dado que la señal mecánica de chispa podía estar funcionando mucho después de que sus constructores hubieran muerto... y todas sus ideas acerca de un cierto número de cuestiones se estremecían. Por ejemplo, estaba con vida gracias a tres gigantescos osos kodiak y un águila. Él y Huyghens podían haber estado rodeados por diez mil robots y a pesar de eso haber resultado muertos. Los esfexes y los robots se hubieran ignorado mutuamente, y los esfexes hubieran ido directamente a por los hombres, los cuales hubieran tenido menos de cuatro segundos para descubrir por sí mismos que estaban siendo atacados, prepararse para defenderse, y matar a ocho esfexes.
Las convicciones de Roane como hombre civilizado se tambaleaban. Los robots eran unos artefactos maravillosos para hacer lo esperado, cumplir con lo planificado, enfrentarse con lo predicho. Pero también tenían defectos. Los robots solo podían seguir instrucciones: si sucede esto, haced esto; si pasa aquello, haced lo otro. Pero, ante una cosa totalmente distinta, que ni era esto ni aquello, los robots quedaban inermes. Por ello, una civilización robótica funcionaba únicamente en un ambiente en el que nunca surgía nada imprevisto y en que los supervisores humanos nunca pedían nada inesperado. Roane estaba anonadado. Jamás había encontrado lo verdaderamente impredecible, en toda su vida y carrera.
Halló a Nugget, el cachorro, caminando inquieto tras él. El cachorro agachó las orejas con aire miserable cuando Roane lo miró. Se le ocurrió que Nugget estaba recibiendo un buen número de coscorrones disciplinarios de Faro Nell. Estaba siendo golpeado físicamente de una forma similar a como él lo estaba siendo psicológicamente. Se le estaba haciendo aprender con sangre su falta de información e incapacidad para una supervivencia independiente en aquel ambiente.
—¡Hey, Nugget! —dijo Roane amistosamente—. ¡Me siento igual que tú!
Nugget se alegró visiblemente. Retozó. Tendía a brincar. Miró muy esperanzado al rostro de Roane... y tenía metro veinte puesto a cuatro patas, y pasaría en altura a Roane si se levantaba sobre las traseras.
Roane extendió una mano y dio unas palmadas a la cabeza de Nugget. Era la primera vez en toda su vida que acariciaba a un animal.
Oyó un resoplido tras él. Los pelos de la nuca se le erizaron. Se dio la vuelta.
Faro Nell lo contemplaba: setecientos veinte kilos de osa a solo tres metros de distancia y mirándole a los ojos. Durante un instante de pánico, Roane se quedó helado. Luego se dio cuenta de que los ojos de Faro Nell no ardían. No estaba resoplando airada. No emitía aquellos sonidos que hacían paralizarse el corazón que había lanzado en las rocas ante la simple idea de peligro para Nugget. Lo contemplaba amistosamente. De hecho, al cabo de un momento, partió a investigar algo que le había atraído la curiosidad.
El grupo siguió su viaje, con Nugget retozando junto a Roane y tendiendo a chocar con él por pura torpeza de cachorro. De vez en cuando miraba con adoración a Roane, con el instantáneo y arrollador afecto de los muy jóvenes.
Roane siguió adelante. En un momento miró de nuevo hacia atrás. Ahora Faro Nell exploraba un campo más amplio. Se sentía satisfecha al tener a Nugget al cuidado de un hombre. De vez en cuando la ponía nerviosa.
Un poco más tarde, Roane exclamó:
—¡Huyghens, mire! ¡Me han nombrado niñera de Nugget!
Huyghens miró hacia atrás.
—Oh, abofetéelo unas cuantas veces, y volverá con su madre.
—¡Y un infierno! —dijo quisquilloso Roane—. Me gusta.
Siguieron la marcha.
Cuando cayó la noche, acamparon. No podían encender fuego, naturalmente, a causa de todos los diminutos seres nocturnos que vendrían ansiosos a bailar a la lumbre. Pero tampoco podían permanecer en la oscuridad, porque las bestias nocturnas cazaban entre las sombras. Así que Huyghens instaló las lámparas de barrera que creaban una pared de penumbra alrededor de su lugar de acampada, y el animal parecido a un ciervo que Faro Nell había traído se convirtió en su cena. Luego, durmieron, o al menos eso hicieron los hombres, y los osos se amodorraron y roncaron y se despertaron y se adormilaron de nuevo. Pero Semper permanecía inmóvil con su cabeza bajo el ala en la rama de un árbol. Y al fin hubo un maravilloso silencio helado, y todo el mundo brilló a la luz del alba difundida a través de la jungla por un sol recién nacido. Y se alzaron y caminaron de nuevo.
Aquel día permanecieron totalmente quietos durante dos horas, mientras unos esfexes curioseaban la pista que habían dejado los osos. Huyghens habló calmosamente de la necesidad de un repelente para ser usado en las botas de los hombres y las patas de los osos, y que hiciese que el seguir sus huellas fuese poco agradable para los esfexes. Y Roane captó su idea y sugirió, absorto, que podía ser desarrollado un producto que produjese un olor repelente para los esfexes y que convirtiese a un hombre en repugnante para ellos. Si eso se lograba... bueno, los hombres podrían ir tranquilamente, sin ser molestados.
—Como los zorrinos —dijo Huyghens sardónicamente—. ¡Una idea muy inteligente! ¡Muy racional! Puede sentirse orgulloso.
Y de pronto, Roane, por alguna razón oscura, ya no estuvo orgulloso en lo más mínimo de la idea.
Acamparon de nuevo. A la tercera noche, estaban en la base de aquella peculiar formación, la Meseta Sere, que desde la distancia parecía una cordillera, pero que en realidad era una extensión desierta, elevada. Y no era razonable que un desierto se hallara en lo alto, mientras en las tierras bajas llovía. Pero en la cuarta mañana hallaron el porqué. Vieron, muy, muy a lo lejos, una masa montañosa verdaderamente monstruosa al extremo de la gran extensión de la meseta. Era como la proa de un barco. Se hallaba, como observó Huyghens, directamente alineada en la dirección de los vientos dominantes, dividiéndolos, como la proa de un barco divide las aguas. Las corrientes de aire que llevaban la humedad soplaban a ambos lados de la meseta, y no por encima de ella, y su interior era puro desierto bajo la luz solar no filtrada de las grandes alturas.
Les llevó todo un día el llegar a medio camino de la ladera. Y allí, en dos ocasiones mientras subían, Semper voló dando graznidos sobre grupos de esfexes a un lado u otro de ellos. Eran grupos mucho mayores de los que jamás había visto Huyghens: de cincuenta a cien monstruos en manada, y eso que una docena era ya un grupo de caza muy nutrido en cualquier otra parte. Miró la pantalla que le mostraba lo que veía Semper a seis o siete kilómetros de distancia. Los esfexes subían hacia la meseta de Sere en una larga línea. Cincuenta... sesenta... setenta... bestias infernales de color azul y bronce.
—No me gustaría que ese grupo cayese sobre nosotros —le dijo a Roane—. No creo que tuviéramos ni una sola posibilidad.
—Aquí es donde nos vendría bien un buen tanque robot —observó Roane.
—Cualquier cosa acorazada —admitió Huyghens—. Un hombre en una posición blindada como la mía estaría a salvo. Pero, si matase a un esfex, sería cercado. Tendría que permanecer encerrado, respirando el hedor del esfex muerto hasta que dejase de oler. Y no debería matar a ningún otro, o lo tendrían cercado hasta que llegase el invierno.
Roane no sugirió las ventajas que en otros campos presentaban los robots. En aquel momento, por ejemplo, estaban subiendo una ladera de una inclinación media de cincuenta grados. Los osos subían sin esfuerzo a pesar de sus cargas. Para los hombres, era un trabajo infinito. Semper, el águila, manifestaba impaciencia tanto con los osos como con los hombres, pues se movían lentamente por una pendiente que ella sobrevolaba con facilidad.
Se adelantó ladera arriba y planeó en las corrientes de aire del borde de la meseta. Huyghens miró la pantalla visora mediante la que divisaba lo que el águila veía.
—¿Cómo infiernos —jadeó Roane; se habían detenido para tomarse un respiro, y los osos los esperaban pacientemente— entrena osos como esos? A Semper si que lo entiendo.
—No los entreno —dijo Huyghens, mirando a la pantalla—. Son mutaciones. En la herencia, la unión sexual de características físicas es cosa habitual. Pero se ha llevado a cabo un buen trabajo en lo referente a la unión de genes de factores psicológicos. En mi planeta nativo se necesitaba un animal que pudiera luchar como un demonio, vivir de lo que hallase, llevar una mochila y relacionarse con los hombres al menos tan bien como hacen los perros. En los viejos tiempos hubieran intentado desarrollar las características deseadas en un animal que ya tuviera los rasgos de personalidad que deseaban. Por ejemplo, algo así como un perro gigante. Pero allá en mi hogar pensaban de otra manera. Buscaron las características físicas deseadas, y lo que desarrollaron fue la personalidad... la psicología. El trabajo fue llevado a cabo hace un siglo: un oso kodiak llamado Kodius Champion fue el primer verdadero éxito. Era justo lo que deseaban. Estos osos son sus descendientes.
—Parecen normales —comentó Roane.
—¡Lo son! —dijo Huyghens con calor—. ¡Tan normales como un perro honesto! No están entrenados como Semper. ¡Se entrenan ellos mismos! —volvió a mirar a la pantalla que tenía en las manos, que mostraba el terreno a mil quinientos o dos mil metros por encima—. Semper, en cambio, es un pájaro amaestrado, que no tiene demasiado cerebro. Está entrenado... el summum de las aves de cetrería. Pero los osos quieren convivir con el hombre. ¡Dependen emocionalmente de nosotros! Como los perros. Semper es un servidor, pero ellos son compañeros y amigos. El águila está amaestrada, pero ellos son leales. Ella está condicionada, ellos nos aman. Ella me abandonaría si alguna vez se diera cuenta de que podía hacerlo... cree que solo puede comer lo que le dan los hombres, pero los osos no desearían hacerlo. Les gustamos. Y yo admito que a mí también me gustan. Quizá sea porque el cariño es mutuo.
Roane dijo deliberadamente:
—¿No es usted un poco demasiado charlatán, Huyghens? Soy un empleado de la Vigilancia Colonial. Tendré que arrestarlo más pronto o más tarde. Me acaba de contar algo que servirá para localizar y llevar ante los tribunales a la gente que lo ha instalado aquí. No sería difícil encontrar donde se crían osos para lograr unas mutaciones psicológicas, y donde un oso llamado Kodius Champion tuvo descendencia. ¡Puedo averiguar de dónde vino usted, Huyghens!
Huyghens miró a la pantalla con su pequeña imagen televisiva oscilante, enviada desde donde Semper flotaba impaciente en medio del aire.
—No he metido la pata —dijo amablemente—. También allí soy un criminal. Oficialmente ha quedado registrado que robé estos osos y escapé con ellos. Lo cual, en mi planeta de origen, es uno de los crímenes más monstruosos que puede cometer un hombre. Es peor de lo que era el robo de caballos en la Tierra en los viejos tiempos. Los familiares de mis osos son muy apreciados. Soy un criminal de renombre allá en mi planeta.
Roane se quedó mirándolo.
—¿Los robó? —preguntó.
—Confidencialmente —le respondió Huyghens—, no. ¡Pero pruébelo! —Luego, añadió—. Dé una ojeada a esta pantalla. Vea lo que ve Semper al borde de la meseta.
Roane se halló volando, por allá donde el águila planeaba en grandes pasadas y picados. Gracias a la experiencia de los pasados días, Roane se imaginó que Semper estaba graznando fieramente mientras volaba. Se lanzó en picado hacia el borde de la meseta.
Roane miró a la imagen transmitida. Solo tenía diez centímetros por quince, pero era perfectamente definida y con colorido real. Se movía y giraba con los círculos y planeos del águila que llevaba la cámara. Durante un instante, la pantalla mostró una ladera muy inclinada, y en uno de los bordes se podía ver, como puntos, al grupo de hombres y osos. Luego, siguió más allá y mostró la parte superior de la meseta.
Había esfexes. Una manada de doscientos trotaban hacia el interior del desierto. Se movían tranquila y abiertamente. La cámara visora se inclinó, y se vieron más. Mientras Roane miraba y el pájaro volaba más alto, pudo ver a otros esfexes moviéndose sobre el borde de la meseta surgiendo de un pequeño desfiladero creado por la erosión y de otro similar que había un poco más allá. La Meseta de Sere estaba repleta de los seres infernales. No era concebible que hubiera bastante caza para que pudieran vivir todos ellos. Se veían tantos como si fueran los rebaños de los planetas ganaderos.
Era totalmente imposible.
—Están migrando —observó Huyghens—. Dije que lo hacían. Deben ir a algún sitio. ¿Sabe?, no creo que sea muy saludable para nosotros el intentar cruzar la meseta entre esas manadas de esfexes.
Roane maldijo, cambiando súbitamente de humor.
—¡Pero la señal aún sigue llegando! ¡Alguien está con vida en la colonia robot! ¿Debemos esperar hasta que haya terminado la migración?
—No sabemos —señaló Huyghens—, si seguirán con vida. Quizá necesiten urgente ayuda. Tenemos que llegar hasta ellos. Pero al mismo tiempo...
Miró a Sourdough Charlie y Sitka Pete, aferrados pacientemente a la ladera mientras los hombres hablaban y descansaban. Sitka había logrado hallar un sitio en el que sentarse, aunque tenía que anclarse con una de sus enormes garras.
Huyghens agitó el brazo, señalando en una nueva dirección.
—¡Vamos! —dijo decididamente—. ¡Vamos! ¡Allá! ¡Hop!
IV
Siguieron la ladera de la Meseta Sere, sin ascender a su parte superior, donde se congregaban los esfexes, ni tampoco descender al pie de la misma, donde se juntaban los esfexes. Se movieron a lo largo de la ladera, que tenía una pendiente que iba de los treinta a los sesenta grados, y no cubrieron mucha distancia. Prácticamente, se olvidaron de lo que era caminar sobre terreno llano. Semper, el águila, flotaba por encima de ellos durante el día, no muy lejos. Al caer la noche, descendía para recibir su comida de la mochila de uno de los osos.
—Los osos no lo están pasando muy bien en el aspecto comida —dijo Huyghens secamente—. Una tonelada de oso necesita mucho que comer. Pero nos son leales. Semper no tiene ninguna lealtad, es demasiado estúpida, pero se la ha condicionado para que crea que solo puede comer lo que le dan los hombres. Los osos no creen en eso, pero siguen con nosotros. Me caen muy bien esos osos.
Evidentemente, la afirmación se quedaba corta, y con mucho. Se hallaban en un lugar de acampada en la parte alta de una enorme roca que se proyectaba desde una montañosa pared de piedra. Habían pasado seis días desde el inicio de su viaje. En la roca apenas si había sitio para todo el mundo. Y Faro Nell insistió intransigentemente en que Nugget debía hallarse en el lugar más seguro, o sea junto al flanco de la montaña. Hubiera echado a los hombres hacia afuera, pero Nugget gimió pidiendo la presencia de Roane. Por consiguiente, cuando Roane se acercó a reconfortarlo, Faro Nell se echó alegremente hacia atrás, y resopló a Sitka y Sourdough, que le hicieron sitio cerca del borde.
Era un campamento hambriento. Se habían encontrado con pequeños arroyuelos ocasionalmente, que fluían ladera abajo. Allí, los osos habían bebido largamente, y los hombres habían llenado sus cantimploras. Pero aquella era su tercera noche, y no habían encontrado ninguna presa. Huyghens no hizo gesto alguno de sacar comida para Roane o sí mismo. Roane no hizo comentarios. Estaba comenzando a participar en la relación entre osos y hombres, que no era la esclavitud de los osos sino algo más. Funcionaba en ambos sentidos. Lo notaba.
—Parece ser —dijo preocupado— que, dado que los esfexes no parecen cazar mientras suben, debe haber algo que cazar ahí arriba. Lo ignoran todo mientras suben.
Esto era cierto. La habitual formación de lucha de los esfexes era el ir desplegados en línea, con lo que automáticamente rodeaban a cualquier cosa que tratase de huir y flanqueaban a todo lo que intentase luchar. Pero allí subían por la montaña en largas hileras, uno tras otro, siguiendo aparentemente senderos muy antiguos. El viento soplaba a lo largo de las laderas, y únicamente llevaba los olores hacia los lados. Pero los esfexes no se apartaban de sus caminos elegidos. Las largas procesiones de repugnantes seres azul y bronce, era difícil pensar en ellos como animales normales con machos y hembras y que ponían huevos como los reptiles de otros planetas, seguían simplemente escalando.
—Han pasado otros millares de bestias antes que ellos —dijo Huyghens—. Deben haber estado siguiendo este camino durante días, e incluso semanas. Hemos visto decenas de millares en la cámara de Semper. Todos juntos, deben ser una cantidad inconmensurable. Los primeros en llegar se comieron toda la caza que había, y los últimos deben tener otra idea en lo que usen como mente.
Roane protestó:
—¡Pero es imposible que haya tantos carnívoros en un mismo lugar! ¡Sé que están aquí, pero es imposible!
—Son de sangre fría —señaló Huyghens—. No queman comida para mantener la temperatura de sus cuerpos. Después de todo, hay seres que pasan largas temporadas sin comer. Hasta los osos invernan. Pero esto no es invernación. Ni tampoco estiación.
Estaba montando, en la oscuridad, el receptor de radio. No tenía sentido el intentar obtener allí una marcación. El transmisor estaba en el otro lado de la Meseta Sere, que, inexplicablemente, estaba plagada por las más feroces y mortíferas de todas las criaturas de Loren Dos. Los hombres y los osos cometerían un suicidio tratando de cruzar por allí.
Pero Huyghens conectó el receptor. Se oyó el susurrante y chirriante sonido de la estática de fondo. Luego, la señal: tres puntos, tres rayas, tres puntos. Tres puntos, tres rayas, tres puntos. Seguía una y otra vez. Huyghens lo apagó. Roane dijo:
—¿No deberíamos haber contestado a su señal antes de salir de la estación? ¿Para animarlos?
—Dudo que tengan un receptor —dijo Huyghens—. De todas maneras, no esperarán una respuesta en meses. No estarán escuchando continuamente, y si están viviendo en el túnel de una mina y tratando de hacer salidas para buscar comida con que alargar sus raciones... Bueno, estarán demasiado ocupados para tratar de montar ningún instrumento complicado.
Roane permaneció en silencio unos segundos.
—Tenemos que conseguir comida para los osos —dijo al fin—. Nugget está ya destetado, y tiene hambre.
—La conseguiremos —prometió Huyghens—. Quizá me equivoque, pero me parece que el número de esfexes que están subiendo por la ladera es menor que ayer y aún más que el día anterior. Quizá hayamos acabado de cruzar por el grueso de su migración. Sus filas están clareando. Cuando hayamos abandonado su sendero, tendremos que volver a cuidarnos de las bestias de presa nocturnas y demás, pero por ahora estamos seguros, pues creo que han eliminado a toda la vida animal en su camino migratorio.
No tenía totalmente razón. Fue despertado en la oscuridad por el sonido de golpes y el gruñido de los osos. Soplidos de una brisa suave como una pluma le dieron en el rostro. Encendió la linterna de su cinturón, y el mundo estaba oculto por una película blanquecina que se despegó alejándose. Algo aleteaba. Luego vio las estrellas y el vacío a cuyo borde habían acampado. Entonces, grandes cosas blancas aletearon hacia él.
Sitka Pete dio un tremendo resoplido y manoteó. Faro Nell gruñó y lanzó golpes. Cazó algo entre sus garras. Lo aplastó. Huyghens apagó la luz al darse cuenta. Luego, dijo:
—No dispare, Roane —escuchó y oyó en la oscuridad el sonido de alguien que se alimentaba. Terminó—: ¡Mire esto!
Encendió de nuevo la luz de su cinturón. Algo de extraña forma y pálido como la piel humana giró en el aire y aleteó locamente hacia él. Y algo más. Cuatro... cinco... diez... veinte... más...
Una enorme pata peluda se tendió hacia el haz de luz y cazó una de las cosas voladoras. Otra garra enorme. Huyghens movió la luz y vio a los tres grandes kodiaks alzados sobre sus patas traseras, lanzando manotazos a los seres que revoloteaban locamente, incapaces de resistir la fascinación de la luz. Debido a sus locos giros, era imposible verlos con detalle, pero eran aquellos poco agradables animales nocturnos que parecían monos voladores rapados, pero que en realidad eran algo totalmente diferente.
Los osos ni gruñían ni golpeaban en vano. Lanzaban manotazos con un notable aire de competencia y decisión. Los pequeños montones de animales que yacían rotos a sus pies fueron creciendo.
Repentinamente, ya no hubo más. Huyghens apagó la luz. Los osos se acurrucaron y se alimentaron ansiosamente en la oscuridad.
—Esos bichos son carnívoros y chupadores de sangre, Roane —dijo calmosamente Huyghens—. Dejan a sus víctimas sin sangre, como los vampiros. De alguna manera logran no despertarlas y, cuando están muertas, toda la bandada come. Pero los osos tienen un pelo espeso, y en cuanto los tocan se despiertan. Y son omnívoros, pueden comer cualquier cosa excepto esfexes, y les gusta hacerlo. Uno podría decir que esos animales vinieron por lana y salieron trasquilados. Se han convertido en la cena de los osos que, como siempre, se buscan su propio alimento sobre el terreno.
Roane lanzó una repentina exclamación. Encendió una pequeña luz y vio sangre fluyéndole por la mano. Huyghens le pasó su equipo de bolsillo con antiséptico y vendajes. Roane secó la herida y se envolvió la mano. Entonces se dio cuenta de que Nugget estaba masticando algo. Cuando apagó la luz, Nugget tragó convulsivamente. Según parecía, había cazado y devorado al animal que había chupado sangre de Roane. Pero Roane apenas si había perdido sangre.
Por la mañana, comenzaron de nuevo a caminar por la ladera. Durante la mañana, Roane dijo, a regañadientes:
—Los robots no hubieran podido ocuparse de esos seres vampiro, Huyghens.
—Oh, podrían construirse para que vigilasen por si se acercaban —dijo Huyghens tolerantemente—, pero uno tendría que eliminarlos por sí mismo. Prefiero los osos.
Abría camino. Su formación de la jungla no servía aquí. En una ladera inclinada, los osos caminaban confortablemente, con la dura planta de sus patas agarrándose muy bien a las rocas inclinadas, pero los hombres lo hacían trabajosamente. En dos ocasiones, Huyghens se detuvo para examinar el terreno de la base de las montañas mediante sus prismáticos. Pareció más animado a medida que avanzaban. El monstruoso pico que parecía la proa de un buque, situado al extremo más lejano de la Meseta Sere, se veía ya más cerca. Hacia mediodía, se alzaba muy alto sobre el horizonte, a no más de veinticinco kilómetros de distancia. Y, al mediodía, Huyghens ordenó un alto final.
—Ya no hay más grupos de esfexes abajo —dijo alegremente—, y no hemos visto ninguna de sus hileras subiendo en muchos kilómetros —el cruzar uno de los senderos de esfexes representaba simplemente el esperar hasta que hubiese pasado un grupo, y luego cruzar antes de que se viera otro—. Tengo la impresión de que hemos cruzado ya su ruta de migración. ¡A ver qué es lo que nos dice Semper!
Hizo una seña para que el águila se pusiera en vuelo. Semper, como todos los animales excepto el hombre, normalmente solo se preocupaba de satisfacer su apetito, y una vez logrado esto tendía a holgazanear y dormir. Había recorrido los últimos kilómetros subida sobre la mochila de Sitka Pete. Ahora, se alzó hacia lo alto mientras Huyghens contemplaba la pequeña pantalla.
Semper se elevó y la imagen de la pantalla giró y subió y subió, y al cabo de los minutos se hallaba sobre el borde de la meseta. Y allí había alguna vegetación, y el terreno estaba algo ondulado, y hasta se veían manchas de matorrales. Pero en las cercanías todo estaba limpio de animales. Solo en una ocasión, cuando el águila se inclinó sobre un ala, la cámara miró hacia lo lejos sobre la meseta, y entonces Huyghens vio signos de las bestias azul y bronce. Vio entonces lo que parecían ser masas de ellas que casi formaban rebaños. Aunque, naturalmente, los carnívoros no se reúnen en rebaños.
—Vamos hacia arriba —dijo Huyghens satisfecho—. Cruzaremos la meseta por aquí... y hasta podremos ir un poco en dirección contraria al viento. Creo que hallaremos algo interesante de camino a su colonia robot.
Hizo una seña a los osos para que subieran colina arriba.
Llegaron a lo alto horas más tarde, justo antes de la puesta del sol. Y vieron animales que cazar. No muchos, pero al menos algunos en el borde de hierba y matorrales del desierto. Huyghens derribó un peludo rumiante que no le parecía muy apropiado para vivir en un desierto. Pero cuando cayó la noche, hubo un abrupto helor en el aire. Hacía mucho más frío de lo que había hecho por la noche en las laderas. El aire era tenue. Roane pensó, y al final creyó averiguar la causa. En los alrededores de la montaña-proa, el aire estaba en calma. No había nubes. El suelo irradiaba su calor al vacío espacio. Podía hacer un frío terrible por la noche.
—Y calor durante el día —estuvo de acuerdo Huyghens cuando lo mencionó—. El sol da un calor terrible allí donde el aire es tenue, pero en la mayor parte de las montañas hace viento. De día, aquí, el suelo debe tender a calentarse como la superficie de un planeta sin atmósfera. Quizá llegue a sesenta o sesenta y cinco grados en la arena al mediodía. Pero debe enfriarse mucho por la noche.
Así era. Antes de la medianoche, Huyghens preparó un fuego. No había peligro de animales nocturnos allá donde la temperatura bajaba hasta el punto de congelación.
En la mañana, los hombres estaban rígidos por el frío, pero los osos resoplaban y se movían ágilmente. Parecían encantados con el frío matutino. De hecho, Sitka y Sourdough Charley se pusieron de buen humor e iniciaron una pelea de broma, lanzándose el uno al otro golpes que solo eran fintas, pero que habrían aplastado el cráneo de cualquier hombre. Nugget se sorbió las narices excitado mientras los contemplaba. Faro Nell los miraba con desaprobación femenina.
Siguieron adelante. Semper parecía más torpe. Tras un único vuelo de corta duración, descendió y se colocó sobre la mochila de Sitka, como el día anterior. Se quedó allí, contemplando el paisaje mientras este cambiaba de semiárido a verdadero desierto a medida que iban adelantando. Su aire era arrogante, pero no quería volar. Los pájaros planeadores no gustan de volar en donde no hay vientos que creen corrientes de aire de las que puedan aprovecharse. En el camino, Huyghens le mostró con precisión a Roane donde estaban exactamente en la ampliación fotográfica tomada desde el espacio, y el punto exacto desde donde parecía venir la señal de socorro.
—Lo está haciendo por si le sucede algo —dijo Roane—. Admito que tiene sentido, pero... sin usted, ¿qué es lo que iba a poder hacer para ayudar a esos supervivientes, aunque lograse llegar hasta ellos?
—Lo que ha aprendido acerca de los esfexes ya sería una ayuda —dijo Huyghens—, y los osos le echarían una mano. Y dejamos una nota en mi estación. Quienquiera que aterrice en el campo, y el faro está funcionando de nuevo, encontrará instrucciones para ir al lugar al que estamos tratando de llegar.
Roane caminó en silencio junto a él. El estrecho borde no desértico de la Meseta Sere había quedado ya tras ellos. Caminaban sobre polvorienta arena.
—Escuche —dijo Roane—. Quiero saber una cosa. Me dice que está usted declarado ladrón de osos en su planeta nativo. Me dice que es una mentira, para proteger a sus amigos contra toda acción de la Vigilancia Colonial. Está usted solo, arriesgando su vida cada minuto de cada día. Corrió un riesgo al no disparar contra mí. Ahora aún se arriesga más al ir en ayuda de hombres que tendrán que ser testigos de que es usted un criminal. ¿Por qué lo está haciendo?
Huyghens sonrió.
—Porque no me gustan los robots. No me gusta el hecho de que están dominando al hombre... haciendo que los hombres sean sus subordinados.
—Prosiga —insistió Roane—. No veo por qué el no agradarle los robots pueda haberle convertido en un criminal. ¡Ni tampoco veo que los hombres se estén subordinando a los robots!
—Pues lo están —dijo Huyghens con voz suave—. Naturalmente, yo soy un tipo raro, pero... vivo como un hombre en este planeta. Voy a donde quiero y hago lo que quiero. Mis ayudantes, los osos, son mis amigos. Si la colonia robot hubiera tenido éxito, ¿habrían vivido como hombres los humanos que hubiera en ella? ¡No es muy probable! ¡Tendrían que vivir de la forma en que les dejasen los robots! Tendrían que permanecer en el interior de una verja que construyesen los robots. Tendrían que comer los alimentos que pudieran proporcionarles los robots, y nada más. Vaya... ¡un hombre no podría ni acercar su cama a una ventana porque, de hacerlo así, los robots que se cuidan de la limpieza no podrían trabajar! Los robots les servirían, de la forma en que los mismos robots determinasen... ¡pero lo único que ellos obtendrían sería trabajo, ocupándose de los robots!
Roane agitó la cabeza.
—Si los hombres desean el servicio de los robots, tienen que aceptar el servicio que los robots pueden darles y, si usted no quiere esos servicios...
—Quiero decidir lo que quiero —dijo Huyghens, de nuevo con voz suave—, en lugar de verme limitado a escoger lo que se me ofrece. Mi planeta nativo medio lo civilizamos, con perros y escopetas. Luego hicimos evolucionar a los osos, y acabamos el trabajo con ellos. Ahora, hay superpoblación, y nos va faltando el espacio para los osos, los perros y los hombres. Más y más gente está siendo privada de su poder de decisión, y quedando reducida a poder elegir entre las cosas que les permiten los robots. Cuanto más dependemos de los robots, más limitada se hace la elección. ¡No queremos que nuestros hijos se vean limitados a desear lo que los robots puedan suministrarles! ¡No queremos que se vean reducidos a abandonar todo aquello que los robots no pueden darles... o no quieren darles! Queremos que sean hombres y mujeres; y no malditos autómatas que vivan apretando controles robot para poder seguir apretando controles robot. Si eso no es subordinación a los robots...
—Eso es una argumentación emotiva —protestó Roane—. No todo el mundo piensa así.
—Pero yo pienso así —dijo Huyghens—, y también muchos otros. Esta es una gran galaxia, y seguramente debe contener muchas sorpresas. Y de lo que no cabe duda acerca de un robot y de un hombre que depende de ellos es que no pueden enfrentarse con lo inesperado. Llegará un día en que necesitaremos hombres que puedan hacerlo. Así que, en mi planeta de origen, algunos pedimos que se nos entregase Loren Dos para colonizarlo. Se nos denegó por demasiado peligroso. Pero los hombres pueden colonizar cualquier lugar si son verdaderos hombres. Así que vine a estudiar este planeta; especialmente los esfexes. Eventualmente, esperábamos pedir de nuevo una licencia, con pruebas de que podíamos manejar hasta a esas bestias. Yo ya lo estoy haciendo, aunque no sea de un modo definitivo. Pero la Vigilancia dio licencia a una colonia robot... y, ¿dónde está?
Roane puso cara agria.
—Huyghens, ustedes eligieron mal el camino. Es ilegal. Lo es. Tienen el espíritu de los pioneros, lo cual es admirable, pero lo llevan por mal camino. Después de todo, fueron los pioneros los que abandonaron la Tierra para ir a las estrellas. Pero...
Sourdough se alzó sobre las patas traseras y olisqueó el aire. Huyghens se descolgó el rifle del hombro para tenerlo a mano. Roane quitó el seguro del suyo. No pasó nada.
—En cierta manera —dijo Roane, vejado— está usted hablando de libertad y libre albedrío, cosas que la mayor parte de la gente piensa que son políticas. Usted dirá que pueden ser más que eso. En principio, estoy de acuerdo. Pero, tal como usted lo dice, suena como uno de esos cultos religiosos extraños.
—Es respeto hacia sí mismo —corrigió Huyghens.
—Quizá usted...
Faro Nell gruñó. Dio un golpe con el hocico a Nugget para empujarlo más cerca de Roane, y le lanzó un resoplido a este. Rápidamente trotó hasta donde Sitka y Sourdough se habían situado dando cara al amplio espacio repleto de esfexes que era la meseta Sere. Tomó su posición entre ellos.
Huyghens miró detenidamente más allá de donde estaban, y luego a todo su alrededor.
—¡Esto puede ser malo! —dijo suavemente—. Pero, por fortuna, no hay viento. Allí hay una especie de colina. ¡Venga, Roane!
Corrió delante, con Roane siguiéndole y Nugget trastabillando pesadamente junto a él. Llegaron al lugar elevado, que en realidad era un simple promontorio de no más de un metro y medio o dos sobre la arena que lo rodeaba, con una retorcida vegetación, parecida a los cactus, creciendo encima. Huyghens miró de nuevo, esta vez usando sus binoculares.
—Un esfex —dijo asombrado—. ¡Uno solo! ¡Y no hay razón alguna para que un esfex ande solo! ¡Pero tampoco la hay para que se reúnan por centenares de miles! —se humedeció un dedo y lo alzó bien alto—. No hay el menor viento.
Usó de nuevo sus prismáticos.
—No sabe que estamos aquí —dijo—. Se está alejando. No hay ningún otro a la vista... —dudó, mordiéndose los labios—. Escuche, Roane. Me gustaría matar a ese esfex solitario y averiguar algo. Hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que pueda averiguar una cosa realmente importante, pero... quizá tenga que correr. Si tengo razón... —luego dijo hoscamente—: Tendrá que hacerse rápidamente. Voy a montarme en Faro Nell, para ir veloz. Dudo que Sitka o Sourdough se queden atrás. Pero Nugget no puede correr lo bastante. ¿Quiere quedarse aquí con él?
Roane inspiro profundamente. Luego dijo con calma:
—Usted sabe lo que está haciendo. Claro que me quedaré.
—Tenga los ojos bien abiertos. Si ve algo, aunque sea lejos, dispare y regresaremos... ¡a toda prisa! No espere hasta que ese algo esté lo bastante cerca como para alcanzarlo. Dispare en cuanto vea cualquier cosa... ¡si es que la ve!
Roane asintió. Hallaba particularmente difícil el hablar de nuevo. Huyghens regresó con los osos. Se montó sobre el lomo de Faro Nell, aferrándose con fuerza a su pelaje.
—¡Vamos! —estalló—. ¡Por ahí! ¡Hop!
Los tres kodiaks iniciaron una carrera loca, con Huyghens saltando y rebotando sobre el lomo de Faro Nell. La repentina carrera lanzó a Semper de su percha. Aleteó locamente y alzó el vuelo. Luego, siguió con esfuerzo, volando bajo.
Sucedió muy rápidamente. Un oso kodiak puede viajar tan rápido como un caballo de carreras si le es necesario. Aquellos tres se abalanzaron como flechas hacia un punto situado a quizá unos ochocientos metros, en donde una forma azul y bronce se volvió para enfrentárseles. Se oyó el estampido del arma de Huyghens cuando disparó sin bajarse de Faro Nell: la explosión del arma y la de la bala fueron un único sonido. El monstruo huesudo saltó y murió.
Huyghens se apeó de Faro Nell. Se atareó febrilmente con algo en el suelo... allá donde había caído el esfex. Semper aleteó y giró, descendiendo al suelo. Se quedó vigilando, con la cabeza ladeada.
Roane miraba desde la distancia. Huyghens estaba haciéndole algo al esfex muerto. Los dos osos macho vagaban por los alrededores. Faro Nell contemplaba a Huyghens con intensa curiosidad. Allá en la colina, Nugget gimió un poco. Roane le dio unas fuertes palmadas. Nugget gimió con más fuerza. En la distancia, Huyghens se alzó y dio tres pasos hacia Faro Nell. Montó en ella. Sitka volvió la cabeza hacia Roane. Pareció ver u oler algo raro.
Se inclinó hacia adelante. Aparentemente, emitió algún sonido, porque Sourdough fue hacia él. Las dos grandes bestias comenzaron a trotar de regreso. Semper aleteó locamente y, faltándole una corriente de viento, osciló como ebria en el aire. Aterrizó en el hombro de Huyghens y se quedó agarrada con sus uñas.
Luego Nugget aulló histéricamente y trató de subirse sobre Roane, tal como un animalillo trata de subirse al árbol más cercano cuando hay peligro. Roane se derrumbó, con la cría de oso encima... y hubo un destello de maloliente piel escamosa, mientras el aire se llenaba de los aullidos y bufidos de un esfex dando un tremendo salto. La bestia había pasado de largo, pues se había abalanzado sobre Roane y la cría de oso cuando estaban de pie, llegando sobre ellos cuando estaban en el suelo. Cayó rodando.
Roane no oyó más que el horrible bufido pero, en la distancia, Sitka y Sourdough llegaban a velocidad de cohete. Faro Nell lanzó un rugido y casi hendió el aire. Y entonces, se vio al peludo osezno corriendo hacia ella, aullando, mientras Roane se ponía en pie y agarraba su rifle. Lo hacía por puro instinto. El esfex se acurrucó para saltar en persecución de la cría de oso, y Roane usó su arma como una maza. Estaba realmente demasiado cerca para disparar... y quizá el esfex hubiera visto únicamente a la cría de oso que huía. El caso es que le lanzó un golpe furioso.
Y el esfex se volvió hacia él. Roane perdió el equilibrio. Una monstruosidad de cuatrocientos kilos salida directamente del infierno: medio gato salvaje, y medio cobra airada, a la que se hubiese añadido hidrofobia y manía homicida, no es un animal al que resistir cuando simplemente, al girar su cuerpo, le da uno un golpe en el pecho.
Fue entonces cuando llegó Sitka, rugiendo. Se alzó sobre sus patas traseras, lanzando rugidos que parecían truenos y retando al esfex a luchar. Este se adelantó. Llegó Huyghens, pero no podía disparar con Roane en la esfera de acción destructiva de las balas explosivas. Faro Nell rabiaba y resoplaba, incierta entre el deseo de asegurarse de que Nugget no había resultado dañado, y la frenética furia de una madre cuyo cachorro ha corrido peligro.
Montado sobre Faro Nell, con Semper agarrándose estúpidamente sobre su hombro, Huyghens contempló inerme como el esfex escupía y bufaba a Sitka, teniendo únicamente que extender una garra para acabar con la vida de Roane.
V
Se alejaron de allí, aunque Sitka parecía desear alzar la inerte masa de su víctima con los dientes para lanzarla repetidamente contra el suelo. Parecía doblemente irritado porque un hombre, con quien todos los descendientes de Kodius Champion tenían una relación emotiva, había sido maltratado. Pero Roane no estaba gravemente herido. Rebotaba y maldecía mientras los osos corrían hacia el horizonte. Huyghens lo había colocado sobre la mochila de Sourdough, y le había gritado que se agarrase fuerte. Saltaba, y exclamaba furioso:
—¡Maldita sea, Huyghens! ¡No hay derecho a esto! ¡Sitka tiene algunos arañazos profundos! ¡Quizá las garras de ese horror sean venenosas!
Pero Huyghens gritaba: «¡Hop! ¡Hop!» a los osos, y estos continuaban su carrera contra el tiempo. Recorrieron sus buenos tres kilómetros, cuando Nugget gimió desesperado su cansancio, y Faro Nell se detuvo firmemente para acariciarlo con el hocico.
—Quizá esto ya baste —dijo Huyghens—, considerando que no hay viento y que la masa principal de las bestias está hacia ese lado de la meseta, y que solo había esas dos por aquí. ¡Hasta quizá estén demasiado ocupadas para hacer turnos de vigilancia! De todos modos...
Saltó al suelo, y sacó el antiséptico y el algodón.
—Primero a Sitka —saltó Roane—. Yo estoy bien.
Huyghens limpió las heridas del gran oso. Eran triviales, porque Sitka Pete era experto en la lucha contra los esfexes. Luego, Roane dejó de mala gana que le aplicase aquella cosa de olor tan extraño, hedía a ozono, a los cortes de su pecho. Aguantó la respiración mientras le escocía. Luego dijo contrito:
—Fue culpa mía, Huyghens. Le contemplé a usted en vez de vigilar los alrededores. No podía imaginar lo que estaba haciendo.
—Estaba haciendo una disección rápida —le explicó Huyghens—. Por suerte, aquel primer esfex era una hembra, como había esperado. Y estaba a punto de poner sus huevos. ¡Uf! Y ahora sé por qué los esfexes emigran, y a dónde, y por qué no necesitan que haya caza aquí arriba.
Le colocó un rápido vendaje a Roane. Abrió camino hacia el este, poniendo aún distancia entre los esfexes muertos y el grupo. Era únicamente un paso rápido, pero Semper aleteaba indignada por encima, irritada porque no se le permitiese ir de nuevo montada.
—Ya los había diseccionado antes —dijo Huyghens—. No se sabe aún bastante sobre ellos. Se tienen que averiguar algunas cosas si es que alguna vez se quiere que los hombres vivan aquí.
—¿Con los osos? —preguntó irónicamente Roane.
—Oh, sí —dijo Huyghens—. Pero lo importante es que los esfexes vienen aquí al desierto a reproducirse: a aparearse y a poner sus huevos para que el sol los incube. Es un lugar especial. Las focas regresan a un lugar especial para aparearse; y, al menos los machos, no comen durante semanas. Los salmones regresan a sus arroyos nativos para poner sus huevas. No comen, y mueren luego. Y las anguilas, y estoy únicamente usando ejemplos terrestres, Roane, viajan varios miles de kilómetros hacia los Sargazos para aparearse y morir. Por desgracia, los esfexes no parecen morir, pero resulta claro el que tienen un lugar de apareamiento ancestral y que vienen aquí a la Meseta Sere a poner sus huevos.
Roane siguió caminando. Estaba irritado: irritado consigo mismo porque no había tomado las precauciones elementales, porque se había sentido seguro, como es habitual entre los hombres de una civilización servida por los robots, porque no había usado su cerebro cuando Nugget se había puesto a gemir, teniendo, a pesar de ser únicamente un cachorro de oso, un presentimiento de peligro.
—Y ahora —añadió Huyghens— necesito algo del equipo que tenía la colonia robot. Con él, creo que podremos dar un buen paso hacia el objetivo de convertir a este planeta en un lugar en el que los hombres puedan vivir como hombres.
Roane parpadeó.
—¿De qué habla?
—De equipo —dijo con impaciencia Huyghens—. Estará en la colonia robot. Los robots no servían porque no prestaban atención a los esfexes. Seguirán sin servir. ¡Pero si eliminamos los controles robot, servirán como máquinas! ¡No deben haberse estropeado por unos pocos meses de estar en la intemperie!
Roane siguió hacia adelante. Al fin, dijo:
—¡Nunca supuse, Huyghens, que fuera a desear algo que viniese de esa colonia!
—¿Por qué no? —preguntó Huyghens con impaciencia—. Cuando los hombres hacen que las máquinas lleven a cabo lo que ellos quieren, eso está bien. Incluso los robots... cuando están donde deben estar. Pero serán hombres los que manejen los lanzallamas en el trabajo que deseo que hagan. Debe haber algunos lanzallamas allí, porque tenían que abrir un claro de centenar y medio de kilómetros. Y esterilizadores de suelo, previstos para matar las simientes de cualquier planta con la que no pudieran enfrentarse los robots. ¡Volveremos aquí, Roane, y por lo menos destruiremos las crías de esas bestias infernales! Aunque no podamos hacer más que eso... solamente haciendo eso cada año se acabará, a su debido tiempo, por eliminar a la raza. Probablemente haya otras hordas además de esta, con otros lugares de cría. Pero también los hallaremos. ¡Convertiremos este planeta en un lugar donde pueda venir la gente de mi mundo... y seguir siendo hombres!
Roane dijo sardónicamente:
—Fueron los esfexes los que derrotaron a los robots. ¿No estará usted convirtiendo este planeta en seguro para los robots?
Huyghens lanzó una corta carcajada.
—Solo ha visto a un caminante nocturno —explicó—. ¿Y qué me dice de esas cosas de la ladera, que lo hubieran dejado sin sangre y luego lo hubieran devorado? ¿Se atrevería a vagar por este planeta con solo unos guardaespaldas robot, Roane? ¡No me lo creo! ¡Los hombres no pueden vivir en este planeta si solo tienen robots para ayudarles... y para impedirles que sean totalmente humanos! ¡Ya lo verá!
Hallaron la colonia tras solo otros diez días de viaje. Y después de que muchos esfexes y algunos animales parecidos a ciervos y rumiantes peludos hubieran caído ante sus armas y los osos. Pero, primero, hallaron a los supervivientes de la colonia.
Había tres de ellos, demacrados, barbudos y muy amargados. Cuando la verja eléctrica se había derrumbado, dos de ellos estaban lejos, en un túnel de la mina, instalando un nuevo panel de control para los robots que trabajaban en ello. El tercero estaba a cargo de la operación de minería. Se sintieron alarmados por el cese de la comunicación con la colonia, y regresaron en un camión blindado para averiguar lo que había sucedido, y solo el hecho de que estuvieran desarmados los salvó. Hallaron esfexes corriendo y saltando alrededor de la caída colonia, en número que apenas si podían creer. Y los esfexes olfatearon hombres en el interior del vehículo acorazado, pero no podían entrar dentro. A su vez, los hombres no podían matarlos, y, de haberlo hecho, hubieran sido seguidos hasta la mina y asediados allí durante tanto tiempo mientras hubieran sido capaces de seguir matando algún monstruo ocasional.
Naturalmente, los supervivientes cesaron las labores de minería, y trataron de usar robots controlados remotamente para vengarse y para buscarse alimentos. Sus robots mineros no estaban diseñados para ninguna de esas tareas, y no tenían armas. Improvisaron lanzadores miniatura de combustible de cohete ardiendo, y obligaron a algún que otro esfex que se acercaba demasiado a retirarse aullando con los costados quemados. Pero solo era útil porque no mataba a las bestias. Era un gasto de combustible. Al fin, hicieron una barricada y usaron el combustible únicamente para mantener en funcionamiento la señal de chispa, esperando el día en que otra nave viniera a investigar lo que sucedía en la colonia. Permanecieron en la mina como si se tratase de una prisión, con los alimentos racionados, aguardando sin verdadera esperanza. Como diversión, solo podían contemplar los robots mineros, que no podían poner en marcha para no gastar combustible, y que no sabían hacer otra cosa que ser mineros.
Cuando Huyghens y Roane llegaron hasta ellos se echaron a llorar. Odiaban a los robots y a todo lo robótico solo un poco menos de lo que odiaban a los esfexes. Pero Huyghens les explicó, y les dio armas tomadas de las mochilas de los osos, y marcharon hacia la colonia muerta con los osos machos en punta como avanzadilla, y con Faro Nell de retaguardia. Mataron a dieciséis esfexes en el camino. En el claro, ahora ya de nuevo repleto de vegetación, había cuatro más. En los refugios de la colonia hallaron únicamente suciedad y los restos de lo que habían sido hombres. Pero había algo de comida... no mucha, porque los esfexes desgarraban todo aquello que olía a hombre, y habían arruinado los paquetes de plástico que contenían alimentos esterilizados por irradiación. Pero había algunos en latas metálicas que no habían sido destruidos.
Y había combustible, que podían utilizar en cuanto alcanzasen los paneles de control del equipo. Había robots por todas partes, brillantes y relucientes y dispuestos a operar, pero inmóviles, con plantas creciendo alrededor y por encima de ellos.
Ignoraron a esos robots. Pero alegremente llenaron de combustible los lanzallamas sobre orugas, adaptándolos a ser operados por humanos y no por robots, y el gigantesco esterilizador de suelos que había sido construido para destruir la vegetación que no podía ser arrancada o cultivada por los robots. Y regresaron a la Meseta Sere, con los ojos encendidos y ardiendo de ira.
Pero Nugget se convirtió en un cachorro demasiado mimado, puesto que los hombres liberados aprobaban apasionadamente cualquier cosa que pudiera algún día convertirse en una amenaza para los esfexes. Lo cuidaban con un cariño excesivo, cada vez que acampaban.
Y llegaron a la meseta por un sendero de los esfexes que llevaba hasta la cima. Y Semper escudriñó en busca de esfexes, y los gigantescos kodiaks los molestaban y los esfexes se acercaban bufando y escupiendo para destruirlos; y, mientras Roane y Huyghens disparaban tranquilamente contra ellos, las grandes máquinas barrían el terreno con sus armas especiales. Averiguaron que el esterilizador de terreno era tan mortífero contra la vida animal como contra las simientes cuando se alzaba y apuntaba su haz diatérmico. Pero tenía que ser manejado por un hombre. Ningún robot podía decidir el momento justo en que debía ser usado, y contra qué objetivo.
Al fin, ya no necesitaron a los osos, puesto que los cuerpos quemados de los esfexes atraían a los aún vivos desde todos los confines de la meseta, aunque no hubiera ninguna brisa apreciable. Probablemente ya había terminado la tarea que había traído allí a los esfexes, pero regresaban para buscar venganza... que no lograban hallar. Entonces, los supervivientes de la colonia robot manejaron las máquinas, tal como los hombres debían hacer aquí, en grandes círculos alrededor del mayor de los montones de monstruos destruidos, aniquilando a los que iban llegando a medida que lo hacían. Era una matanza tal cual el hombre no había hecho jamás antes en ningún planeta, y no quedarían muchos supervivientes de la horda de esfexes en aquel trozo de desierto. Quizá hubieran otras hordas en distintos lugares, y otras zonas de cría, pero el territorio normal de aquella masa de monstruos iba a quedar bastante libre de ellos durante aquel año.
Y también durante el siguiente. Porque el esterilizador de terreno pasaría sobre la arena en que yacían enterradas las crías de los esfexes, esperando que el sol las incubase. Y el sol jamás las incubaría.
Pero Huyghens y Roane, en aquel momento, se hallaban acampados al borde de la meseta con los kodiaks. Técnicamente se hallaban a contraviento de la escena de la matanza y, de alguna manera, les parecía más apropiado que la llevasen a cabo los hombres de la colonia robot. Después de todo, eran los compañeros de aquellos hombres quienes habían muerto.
Hubo una tarde, cuando Huyghens apartó amablemente a coscorrones a Nugget del lugar en que estaba olisqueando demasiado ansiosamente un filete de cérvido que se asaba sobre el fuego. Nugget se escondió dolido tras la protectora forma de Roane, y dio un resoplido.
—Huyghens —dijo dolido Roane—, tenemos que arreglar nuestros asuntos. Soy un miembro de la Vigilancia Colonial. Usted es un colono ilegal. Es mi deber el arrestarlo.
Huyghens lo contempló con interés.
—¿Me ofrecerá un buen trato si le informo acerca de mis cómplices? —preguntó con voz átona—. ¿O tengo que protestar que no se me puede obligar a testificar en contra mía?
—¡Esto es irritante! —dijo vejado Roane—. He sido un hombre honesto toda mi vida, pero... no creo ya en los robots como antes, excepto allá donde deben estar. Y desde luego, no deben estar aquí. O al menos, tal como se planificó la colonia robot. Los esfexes han sido casi eliminados, pero no quedarán extintos, y los robots no pueden ocuparse de ellos. Aquí tendrán que vivir hombres y osos o... la gente que viva aquí tendrá que pasar sus existencias tras barreras a prueba de esfexes, aceptando solo lo que los robots les puedan dar. ¡Y hay demasiadas cosas en este planeta que no deben perderse los humanos! ¡El vivir en un ambiente controlado, dirigido por los robots, en un planeta como es Loren Dos, no sería... no sería respetarse a sí mismos!
—No se estará usted volviendo de alguna secta religiosa extraña, ¿no? —preguntó secamente Huyghens—. Así es como usted llamaba antes al respeto hacia sí mismo.
Semper, el águila, graznó indignada cuando Sitka Pete casi la pisó, aproximándose al fuego. Sitka Pete olisqueó, y Huyghens le habló autoritariamente, y se dejó caer sentado con un thumb. Se quedó allí, hecho un montón desmadejado, mirando al filete y babeando.
—¡No me deja terminar! —protestó con tono de queja Roane—. Soy miembro de la Vigilancia Colonial, y es mi deber el informar acerca del trabajo realizado en un planeta antes de que puedan venir nuevos colonizadores a vivir en él. Y, naturalmente, debo vigilar que se sigan las especificaciones. Bueno, la colonia que me enviaron a supervisar fue prácticamente destruida. Tal como la diseñaron, no serviría. No lograría sobrevivir.
Huyghens gruñó. Caía la noche. Dio vuelta a la carne que estaba sobre el fuego.
—Bueno, en las emergencias —dijo cuidadosamente Roane—, los colonizadores tienen derecho a pedir auxilio a cualquier nave que pase. ¡Naturalmente! Así que... siempre he sido antes un hombre honesto, Huyghens. Mi informe será de que tal como fue diseñada, la colonia no era posible, y que fue arrasada y destruida exceptuando a tres supervivientes que se atrincheraron y pidieron auxilio. ¡Usted sabe que fue así!
—Prosiga —gruñó Huyghens.
—Así que —dijo con tono irritado Roane— sucedió... recuerde, sucedió, que una nave que llevaba a bordo a usted, Sitka, Sourdough y Faro Nell, y también, claro está, Nugget y Semper, captó la señal de socorro. Y entonces usted aterrizó para ayudar a los colonos. Y lo hizo. Eso es lo sucedido. Por consiguiente, no es ilegal que esté usted aquí. Solo era ilegal que estuviera aquí cuando no lo necesitaban, pero haremos ver que no estaba.
Huyghens miró sobre su hombro hacia la noche que avanzaba. Luego, dijo con calma:
—Si yo contara eso, ni yo mismo me lo creería. ¿Piensa que la Vigilancia se lo va a creer?
—No son ningunos estúpidos —dijo un tanto molesto Roane—. ¡Naturalmente que no lo creerán! Pero cuando mi informe señale que a causa de esta poco creíble serie de acontecimientos resulta práctico colonizar el planeta, mientras que antes no era posible... y cuando mi informe demuestre que una colonia robot es una loca monstruosidad, pero que contando con osos y hombres de su mundo podrán venir aquí tantos millares de colonos por año... y dado que, de todas formas, mucho de eso es cierto...
Huyghens, que era una oscura silueta recortada contra las llamas, pareció agitarse un poco. Algo más lejos, Sourdough olisqueó esperanzado el aire. Con una luz brillante como la del fuego, pronto aparecerían cosas voladoras que podrían ser cazadas en pleno vuelo. Eran suculentas... para un oso.
—Mis informes tienen peso —insistió Roane—. ¡De todos modos, se habrá ofrecido el trato! Los organizadores de la colonia robot tendrán que aceptar o dejarlo correr. ¡Es cierto! Y su gente podrá hacerles aceptar los términos que deseen.
El estremecimiento de Huyghens se hizo comprensible: era risa.
—Es usted un mal mentiroso, Roane —dijo, carcajeándose—. ¿No es poco inteligente y poco razonable y loco el abandonar una vida de honestidad para sacarme de un lío? Roane, no está usted actuando como un animal racional. Pero siempre pensé que, cuando llegara el momento, no lo iba a hacer.
Roane tuvo un sobresalto.
—Es la única solución que se me ocurre, pero servirá.
—La acepto —dijo Huyghens, sonriendo—. Y le doy las gracias. Aunque solo sea porque significa algunas generaciones de hombres viviendo como hombres en un planeta que va a darles trabajo para dominarlo. Y... si quiere saberlo, porque evita que Sourdough, Sitka, Nell y Nugget sean eliminados porque los traje aquí ilegalmente.
Algo se apretó con fuerza contra Roane. Nugget, el cachorro, empujaba con urgencia contra él, en su deseo de acercarse más a la olorosa carne asada. Avanzó hacia adelante. Roane cayó de donde estaba en cuclillas, quedando tumbado en el suelo. Nugget olisqueó con ansia.
—Déle un bofetón —dijo Huyghens—, y se echará atrás.
—¡No quiero! —dijo Roane indignado desde donde yacía—. ¡No quiero hacerlo! ¡Es mi amigo!
Título original:
EXPLORATION TEAM