III
Niebla. Niebla mental. Como lana blanca.
Giró lentamente con él cuando se volvió para ver dónde se encontraba. Estaba en medio de una nada gris, bajo una nada gris.
Tap.
Holmes se dispuso a ir hacia el sonido pero no supo averiguar de dónde provenía.
Descubrió que no tenía nada a lo que agarrarse salvo a la nada. A su alrededor se extendía un trecho de desierto, inmaculado. Un cielo así no le ofrecía ninguna guía. Si hubiera al menos unas débiles estrellas, habría tenido alguna orientación.
Al tener ese pensamiento, en el cielo gris brillaron por un momento las letras TRASPASADO en estrelladas letras mayúsculas tipo Hunter.
Sin cerifa, rió con disimulo la mente de alguien.
La constelación mensaje desapareció, dejando sólo el desolado paisaje mental.
Moriarty había dicho que encontraría un laberinto. Moriarty había mentido.
La voz incorpórea de Moriarty habló en el interior de la cabeza de Holmes.
—No mentí. El que sea un laberinto vivo y cambiante, en vez de uno inmóvil, no impide que siga siendo un laberinto. Se dará cuenta de que es un laberinto a medida que vaya moviéndose por él. Las reglas del juego implican que cada decisión que tome creará una bifurcación, que irá creando sus propias paredes, sus propias encrucijadas, sus propios callejones sin salida. Y, naturalmente, también tendrá a los otros para ayudarle a confundirse. Su mente está unida a la de los demás, y sus puntos de vista crearán nuevas pautas. Se ha acostumbrado a su propia singularidad, a su propia individualidad, a su propia soledad, y se verá obligado a estar con los otros, a compartir los pensamientos de otros, a confundirse con esas otras mentes. Y el más significativo de los otros será, por supuesto, su humilde servidor: su Virgilio, su cicerone.
—Que me guiará por mal camino.
—Exacto. No confíe nunca en mí, y menos cuando diga la verdad. Pero, por encima de todo, tenga cuidado con usted mismo, pues le he dejado al descubierto, y la única persona a la que no puede apartar o dejar atrás es a usted mismo.
—Aunque me gustaría librarme de mí —pensó Holmes para sí, con petulancia.
—Puede pensar lo que quiera en su interior, pero su mente es como un libro abierto para mí, para la mujer y para el idiot savant.
—¡Hará que me sonroje, Moriarty!
Holmes sintió la desnudez de su exposición, más que el calor del sonrojo. Su proceso mental nunca había estado tan al descubierto, sus conjeturas tan expuestas, sus tanteos y errores tan puestos a prueba. Pero, en todo caso, tendría que confiar en que su mente funcionaría en esas condiciones, en que únicamente se concentraría en seguir ovillo tras ovillo en aquel caos primordial.
¿Por dónde empezar? En el principio fue el verbo, la palabra. ¿Qué palabras podrían dar sentido a este aquí y ahora?
Si hubiera habido rocas-palabra habría hecho túmulos-palabra. Si hubiera habido palos-palabra, habría levantado postes de señales. ¿Cómo puede uno abrirse un sendero con fuego en un bosque sin árboles?
A la mente de Holmes, y sin que éste lo pensara, acudió una visión de cenizas en una chimenea familiar, con el fuego encendido, acompañada de un grito ronco y silencioso.
—¡Obispo Blaise, socórrame!
—San Blaise (o Blasius), martirizado el 3 de febrero del año 316, es el santo patrón de los cardadores.
¿Un dato del idiot savant? ¿Una sugerencia des informadora de Moriarty?
Tampoco debía ser un pensamiento de Irene Adler; no era propio de ella el sentarse a hacer punto. No importaba; Holmes se aferró a la lana. Abre un camino con lana. Deslía una madeja de lógica mental que permita a quien se aventure en el laberinto encontrar el camino de vuelta.
A su mente acudió la primera rima que aprendió, la rima infantil que le leía su niñera una y otra vez porque a él le gustaba tanto, la rima que le enseñó a razonar:
Éste es el granjero que su maíz está sembrando,
que tenía un gallo que cantó cuando hubo alboreado,
que despertó al cura afeitado y tonsurado,
que casó al hombre harapiento y destrozado,
que besó a la doncella en afligido estado,
que ordeñó a la vaca del cuerno doblado,
que coceó al perro,
que preocupaba al gato,
que mató al ratón,
que se comió la cebada,
que había en la casa que Jack construyó.
«La Casa Que Jack Construyó» le había hecho ver que todas las cosas están relacionadas en una cadena de causas y efectos.
—«La Casa Que Jack Construyó» es una rima acumulativa originada, se cree, en el canto hebreo «Had Gadya», Un Único Niño, que relata las aventuras seriadas de niño, gato, perro, bastón, fuego, agua, buey, carnicero, ángel de la muerte «Entonces llegó el Santísimo, bendito sea, y mató al ángel de la muerte, que mató el carnicero, que despedazó al buey, que bebió el agua, que apagó el fuego, que quemó el bastón, que pegó al perro, que mordió al gato, que devoró al niño, que mi padre compró por dos zuzim; un único niño, un único niño». Poema considerado como parábola de varios incidentes de la historia del pueblo judío, que contiene referencias a profecías que aún no se han cumplido.
Holmes miró a su alrededor, a la nada. Era un ático vacío que él debía llenar con el mobiliario que eligiera.
Este es el granjero que su maíz está sembrando. Invocó la figura de George Adkins, trayendo al anciano de su juventud. El viejo George, con su bata de azul claro, con manchas frescas de sangre y barro y briznas de paja pegadas en ella que indicaban que había estado en el establo ayudando a parir; con el brazo dolorosamente doblado, rígido por la bala recibida durante la guerra de la Península, y que le indicaba que llovería en alta mar. George miró desconcertado a su alrededor, evidentemente sin ver nada, nada en absoluto, pero haciendo aquello para lo que nació: sembrar incesantemente el mismo puñado y permanecer quieto en su sitio.
Hecho. Aquí estaría la entrada al laberinto.
Holmes visualizó la entrada como si fuera un templo griego, con cariátides sosteniendo las cornisas. Subió mentalmente los escalones y entró.
La voz mental de Moriarty reverberó en la habitación acolumnada.
—Fila a fila, hilera a hilera, se mueven los cocodrilos en el bancal.
Un pepino moteado monstruosamente grande, de babeantes colmillos y culebreante cola, cobró forma en el veteado suelo de mármol para impedir el paso a Holmes.
La mente del idiot savant habló.
—Cocodrilo. Sofisma presentado como un dilema en el relato del Quintilian’s Institutio Oratoria, referente al cocodrilo que robó un bebé y prometió devolverlo si la madre del niño respondía correctamente a una pregunta. «¿Voy a devolverte el niño o no?». Si la madre decía «Sí», el cocodrilo se quedaba el niño, y la madre habría respondido mal, y si la madre respondía «No» y el cocodrilo devolvía al niño, la madre también habría respondido mal.
El pepino cocodrilema lloró salmuera y lágrimas de vinagre.
Holmes sonrió para su interior, tomándoselo con un grano de sal de duda. Moriarty quería enzarzarle en una disputa verbal.
—Un cocodrilo también es otra cosa —recordó.
—Cocodrilo. Una larga fila de colegialas que salen a dar un paseo.
El gran pepino viviente se fundió en el suelo hasta que sólo se le vieron las ventanas de la nariz, los ojos y parte de su dorso, y pareció un tronco flotante. A continuación, desapareció del todo y ocupó su lugar una fila de colegialas de recatadas blusas.
Tap.
Holmes frunció el ceño mentalmente. ¿De dónde venía ese sonido?… No. Moriarty quería distraerle; ya se preocuparía luego del sonido. En ese momento debía enfrentarse al dilema de este nuevo cocodrilo.
Al principio las colegialas parecieron sonrojarse todas por igual. Entonces se sintió atraído por una del centro. Cuando clavó la mirada en ella, ésta le sacó la lengua. La larga, pálida y fláccida lengua mostraba marcas de dientes a los lados; había rastros de hojas de té secas pegadas a ella. La cara rechoncha tenía la piel clara, aunque un tono amarillo verdoso. A la mente de Holmes acudieron los meses pasados en el Guy’s Teaching Hospital. Miró a la chica clínicamente. No era tan joven. Se había vendado el pecho para aplanarse los senos y parecer más pequeña, una niña más. Pero era una mujer. Los corsés apretados producían ese estado. La enfermedad verde.
—Enfermedad Verde. Clorosis. Enfermedad anémica de las mujeres jóvenes que se caracteriza por un tono de la piel verdoso o gris amarillento, debilidad, palpitaciones, desordenes menstruales, digestión desigual, etc.
—No te olvides de las hojas de té de la lengua. Es pica.
—Pica. Apetito morboso por alimentos extraños o inapropiados, como la arcilla, la tiza, las cenizas, etc. Suele darse en ataques de histeria o estados de preñez.
La niña mujer miró a Holmes. Un dedo de una mano sacó punta a un dedo de la otra mano, señalándole.
¿Qué alegó el cocodrilo? ¿Maldad? ¿Vergüenza? ¿Lo hiciste tú?
Antes de que Holmes pudiera pensar en esto, las chicas del cocodrilo unieron las manos formando una línea y empezaron a pasar bajo los brazos que formaban esa misma línea.
—Enhebrar la aguja[12] —murmuró.
—Thread-needle. Pasimisí. El paseíto. Juego infantil en el que los participantes forman una hilera uniendo las manos y que…
—Sí, sí —pensó impudente Holmes—. Ya he pensado eso. Es en Threadneedle Street en lo que estoy pensando ahora.
—Threadneedle Street. Calle comercial de la ciudad de Londres, situada junto al Banco de Inglaterra.
Banco. Bancal. Cocodrilos en el bancal. Banco de Inglaterra. Holmes sintió que su cerebro empezaba a relacionar las cosas. Los monos de trabajo con las rodilleras manchadas, gastadas y arrugadas. Los guantes de trabajo manchados. El zapapico. Moriarty había estado haciendo un túnel hacia las bóvedas subterráneas del Banco de Inglaterra.
Tap.
Holmes inclinó la cabeza a un lado. Por fin tenía localizado el sonido. Venía de un gabinete acortinado. ¿Había confesionarios en los templos griegos? ¿Y sacristías?
Se dirigió hacia el gabinete.
No tan deprisa. Acuérdate de desenrollar el ovillo mnemotécnico; marca este sitio.
Que tenía un gallo que cantó cuando hubo alboreado. Holmes produjo un oscuro gallo de cornish. Arregló el color del flamígero amanecer, y puso al joven animal sobre un estercolero. También puso una veleta. Los montones de abono huelen más intensamente antes de llover, y el gallo tenía la cabeza echada hacia atrás para cantar con fuerza «¡Kikiriki!» al enrojecido banco de nubes que había al Este.
Una vez tuvo el cuadro fijado en su sitio, Holmes se dirigió al gabinete y apartó la cortina. Bajo una espita había un cántaro. En la boca del grifo se estaba formando un pico de agua, que aumentó y empezó a caer.
No. No era la imagen correcta para el sonido, que era más un thud que un plop. La gota se detuvo en el aire.
Tap.
Era el sonido correcto, y provenía del otro lado de las dos puertas que había al fondo del gabinete.
La voz mental de Moriarty se dejó oír detrás de la puerta de la izquierda.
—«El Tap es a la cerveza lo que el Pat a la carretilla». —Entonces la voz pareció pensárselo mejor—. ¿O es «El Tap es a la carretilla lo que el Pat a la cerveza[13]»? Nunca me lo he sabido bien.
No importaba. Cualquiera de las dos versiones dirigía, o desviaba, a Holmes a un pub. Quizá Moriarty se sentía a salvo en ellos; Londres tiene una buena cantidad de pubs.
Si estoy buscando un Adler, ¿qué mejor sitio que en el Águila?
—¿Qué me dices de eso? —pensó Holmes para el idiot savant.
—«En media libra de arroz de a dos peniques,
en media libra de melaza.
En eso se va el dinero,
¡Pop!, allí va la comadreja.
Arriba y abajo, en el camino de la ciudad, dentro y fuera del Aguila.
En eso se va el dinero,
¡Pop!, ahí va la comadreja».
El comentario hace referencia al pub El Aguila en Shepherd’s Walk, City Road, Londres. Hacer pop es empeñar algo. El objeto empeñado, la comadreja, puede ser una plancha de sastre, un instrumento para trabajar la piel, o, según la jerga rimada cockney, «weasel and stoat», «un coat, un abrigo».
Era más de lo que Holmes quería saber. No dejó que los datos del idiot savant le distrajeran. No iba tras una comadreja, sino tras un zorro, y no debía olvidarse de desenrollar su ovillo.
Que despertó al cura todo afeitado y tonsurado. Holmes produjo un sacerdote con sobrepelliza como el que debió haber ante el altar de la iglesia de Santa Mónica, con la Biblia abierta, dispuesto a solemnizar un salmo de Salomón.
Un toque de espuma de afeitar en el lóbulo de la oreja derecha y un corte en la mejilla izquierda, cuya hemorragia había detenido (como indicaba el color de la sangre seca) con un trocito de papel (en vez de con alumbre), atestiguaban que el sacerdote se había aseado apresuradamente. Quizá se hubiera despertado con el canto del gallo, pero una mancha de grasa en la manga de la sobrepelliza indicaba que había sido llamado casi enseguida para dar a alguien la extremaunción y que no había tenido oportunidad de afeitarse hasta justo antes de la ceremonia.
—La sobrepelliza resulta superflua cuando no se es eclesiástico —dijo el habla mental de Moriarty, haciendo que Holmes se tambaleara por la mortificación y la sorpresa.
Holmes miró atentamente a la aparición para asegurarse de que era un alzacuello y no un cuello de camisa alzado.
—¿Quiere decirme que el matrimonio de Irene Adler con Godfrey Norton no fue legal?
—Un matrimonio es un matrimonio —dijo la voz ronca de la mujer, aunque sólo la oyó con los oídos de su mente.
—Gracias —dijo Holmes, encontrando su propia voz sin caja de resonancia. Aunque aplastaban las esperanzas que hasta entonces no se había permitido, las palabras sinceras le devolvieron al sendero correcto. Moriarty había intentado que Holmes se desviara, perdiéndose en lo que podría haber sucedido si aquella boda hubiese sido falsa, una trampa para librarse del Rey de Bohemia y sus acólitos, e Irene libre de casarse con su verdadera media naranja.
Holmes se dominó. Comprobó que el sacerdote afeitado y tonsurado seguía en su sitio, y abrió la puerta de la izquierda para encontrarse en El Aguila.
Y solo, a excepción del hombre jovial que dispensaba bebida. Holmes parecía el primer cliente del día, y cuando pidió y pagó una pinta de cerveza, el cantinero mordió la moneda y la lanzó al aire para probar suerte.
Holmes se retiró al final del mostrador y se apoyó en él, bebiendo lentamente la cerveza. Advirtió con poco entusiasmo que ésta parecía contar con un solo lúpulo en toda la pinta de agua.
—«Ojos y Orejas, Manos y Pies, Tocan Alegres Flauta y Almirez con Gran Entusiasmo Nacido del Histerismo». Una regla mnemotécnica empleada por estudiantes de medicina para recordar los nervios craneales: (1) Olfatorio, (2) Óptico, (3) Motor Ocular Externo, (4) Patheticus, (5) Trigémino, (6) Abductor, (7) Facial, (8) Auditivo, (9) Glosofaríngeo, (10) Espinal, (II) Neumogástrico, (12) Hypogloso. Histerismo, histeria, estado de desorden nervioso, frecuente en estado de paroxismo y que con frecuencia oculta otras enfermedades. Almirez, instrumento…
—¡Basta ya!
El cantinero, que estaba lavando un vaso, estuvo a punto de dejarlo caer. Pero el idiot savant le había estado llevando por un camino ajardinado muy trillado.
Mientras Holmes le daba vueltas a su aguada bebida, se dio cuenta de que la cebada le decía que el Jack de «La Casa Que Jack Construyó» debía ser John Barleycorn[14]. Bebió un poco y siguió esperando. Esperaba una oportunidad.
—Los griegos representaban a la oportunidad, a la suerte, (Tyche) como a una diosa que tiene unas lujuriosas trenzas por delante, pero es calva por detrás. Si dejas pasar la oportunidad, no podrás volver a cogerla.
Cierto. Y mientras Holmes aceptaba el axioma del idiot savant, en el otro extremo del mostrador le pareció ver una caja con una ventana luminosa en un lateral, o lo que podría ser una brillante pantalla de bailoteantes partículas. La caja zumbaba con tono uniforme como la vibración de una nota de órgano, y en la pantalla aparecieron unas letras fantasmales: TV-TIROS.
—O tío von Bismarck envió una expedición arqueológica a Tiros esperando encontrar la tumba de Federico Barbarroja en el emplazamiento de la catedral de las cruzadas del siglo XII, donde se suponía que reposaban los restos del Emperador, aunque la leyenda sitúa al Emperador en una caverna del Kyffhäuser, donde duerme sentado a una mesa sobre la que ha crecido su barba, esperando el momento de despertar y restaurar el Imperio a su gloria anterior.
Holmes sonrió ante la cita sobre Bismarck del idiot savant. Era una pista falsa. El Emperador iba sin ropa, aunque estuviera apolillado. La caja era una imposibilidad concebida para inmovilizar a Holmes del mismo modo que Barbarroja estaba inmovilizado en la caverna del Kyffhäuser.
—Lo imposible existe —pensó Moriarty dirigiéndose a Holmes—. Puede que exista como ilusión, pero las ilusiones tienen fuerza propia pese a no tener materia. Son como la bola de cristal de Master Renard.
El idiot savant recogió la alusión.
—La bola de cristal de Master Renard, del poema épico medieval de animales (en realidad, una sátira sobre el comportamiento humano de la época), mostraba lo que sucedía en otro lugar, sin que importase lo lejos que estuviera éste, además de proporcionar información sobre cualquier tema que se deseara. Era una maravilla que sólo existía en la mente del tramposo Renard.
—No —dijo Holmes. Y entonces, de mala gana (porque tenía la máxima de no dar ni aceptar un «no» absoluto como respuesta; podía ser «no por ahora», o «no de momento», pero jamás un «no» eterno o un «no» completo), volvió a pensar en Moriarty y en el ambiente que le rodeaba—. No, de momento y por ahora.
Las letras se volvieron nieve, el cristal se oscureció y la caja quedó en silencio. Sin fe ni esperanza, se convirtió en la caja de donativos a la que había estado mirando.
Desvió entonces la mirada para clavarla en la pared y en un grabado de caza con sabuesos de ensangrentadas gargantas dibujados en tonos oscuros, en plena persecución. El local se llenó rápidamente de los escandalosos clientes habituales, que pronto llenaron el aire con su sudor alcohólico y aliento espeso.
Holmes se retiró a una tambaleante silla situada en un rincón y les observó con atención sin mirarles directamente.
Había un hombre con cara de comadreja que no paraba de llevarse la mano al bolsillo del chaleco buscando un reloj que ya no estaba allí. ¡Pop! Empeñado. El hombre estaba sentado, solo, en una mesa para dos, guardando la otra silla pegada a la mesa y curvando un brazo sobre el respaldo.
Ante Holmes había sentado un hombre al que le faltaba un diente, con el rostro congelado en un silencioso grito, como si gritase a una voz interna para que se callara. Holmes compadeció al pobre deshecho, y su silla rechinó en el suelo cuando se incorporó bruscamente al darse cuenta, con doble sorpresa, que estaba mirándose en un espejo.
Un coro de murmullos y un girar de cabezas le hicieron a mirar a la mujer con antifaz. Su porte y la estructura ósea de su rostro hicieron que Holmes pensara en Irene Adler. Sostenía unos impertinentes a la altura de su ojo derecho. Aunque había vulgarizado su aspecto con colorete y sombra de ojos, resultaba evidente que estaba muy por encima del resto de la clientela. Era obvio que había ido allí expresamente, pues se sentó en la mesa del hombre de cara de comadreja. Enseguida se pusieron a discutir en violentos susurros.
Holmes se levantó para renovar su bebida y escuchar cuando pasase junto a ellos. La mujer se puso en pie en el momento que Holmes pasó a su lado. Su silla chocó con Holmes y ella le dedicó una mirada ausente cargada de irritación.
Su contertulio no se había levantado con ella y le hizo una seña con la cabeza para indicarle que se iba a una habitación de la parte de atrás.
El hombre se limpió la espuma del bigote.
—¿Tardará mucho?
—El tiempo de un beso… disculpe, reverendo, el tiempo de un padrenuestro.
Los caminos de Holmes y la mujer se separaron al acercarse ella a la parte de atrás y él a la barra del bar. Holmes necesitó más tiempo que el de un padrenuestro para llamar la atención del cantinero, y para que éste le sirviera otra jarra, pero la figura enmascarada de los impertinentes volvió a su sitio justo cuando Holmes se disponía a volver al suyo.
Sólo pudo echarla un vistazo, pero fue suficiente. Aunque tenía su misma apariencia, no era Irene Adler. Y el bulto de la nuez bajo el pañuelo del cuello indicaba que no era una mujer.
Cuidado con las pes y las qus, pensó Holmes. Los impertinentes estaban ahora en el ojo izquierdo, formando una q. Las manchas de maquillaje en asa y montura debidas a contactos faciales previos aumentaban la evidencia de que los impertinentes estaban del lado equivocado.
En la silla de Holmes se había sentado un hombre zarrapastroso, pero se sintió agradecido por la excusa que le daba para tener una visión más elevada del lugar. Se apoyó contra la pared y dio un sorbo a su bebida, esta vez más densa, mientras observaba cómo la figura enmascarada volvía a sentarse con el hombre de cara de comadreja. Los ojos del hombre siguieron alguna palabra del hombre enmascarado y un movimiento de los impertinentes. Cuidado con las pes y las qus, volvió a pensar Holmes, esta vez con triste diversión, mientras la otra mano de la figura enmascarada vaciaba un sobrecito de polvo en el vaso del hombre de cara de comadreja.
Holmes le entregó su vaso medio vacío al hombre zarrapastroso, que cogió el vaso medio lleno con una sonrisa abotargada, y, un instante después, estuvo en la mesa, cerrando la garra de hierro de su mano sobre la delgada muñeca, antes de que la figura enmascarada pudiera deshacerse del sobre de papel.
—Muy bien, Holmes —Moriarty soltó los impertinentes y empleó la mano libre para quitarse la máscara y la peluca. Una maligna sonrisa brilló en su cara—. Introduzca la idea del veneno en su mente con los versos de ciego: «Ladrando, busco el árbol Upas; perro ante su amo soy».
—El llamado «mortífero árbol Upas». Antiaris toxicaría, ord. Artocarpeae, árbol afín a la higuera, que tiene una secreción venenosa. La leyenda lo sitúa en el valle envenenado de Java, donde abunda el gas de ácido carbónico perjudicial para todo tipo de vida.
Moriarty prescindió del idiot savant.
—Holmes, debió fijarse más en sus propias pintas y cuartos, que en las de los parroquianos.
Holmes sabía demasiado bien que Moriarty decía la verdad. Intentó aguantar. Perdía visión rápidamente. Estaba debilitándose. Lanzó un jadeo de rabia y un suspiro de desesperación; sus rodillas cedieron bajo él, y cayó formando un montón inerte en el suelo.
—«Perro ante su amo» es una expresión referente a la marejada que hay en el mar antes de que estalle una tormenta.
Y el mar alzó la chalupa a peligrosa altura junto al bergantín. Sobre Holmes cayó un cubo de agua de mar, devolviéndole a la vida y haciendo que se diera cuenta de que estaba siendo reclutado a la fuerza como marinero. Una pesada bota le puso en pie de una patada, y unas manos le empujaron hacia una oscilante escalera de Jacob, aunque la deshilachada cuerda roja hacía que más bien fuese una escalera de Esaú.
—La tradición dice que Jacob usó una piedra roja como almohada cuando soñó con ángeles que subían y bajaban por una escalera que llegaba al cielo (Gen, 28. 11), y que los Tuatha De Danaan llevaron la piedra a Irlanda, dejándola en Tara como Lia Fáil, la Piedra del Destino. Sobre esta piedra se investía a los antiguos reyes irlandeses; Fergus se la llevó consigo a Argyll, en Escocia; después Kenneth MacAlpin, conquistador de los Pictos, se la llevó a Scone en el 843. En 1926, Eduardo I la llevó a Londres, donde, como Piedra de Scone, sostuvo la Silla de St. Edward sobre la que se sentaban nuestros monarcas para ser coronados.
No mires debajo de la emordinalapidaria Lia Fail. Concéntrate en lo crucial, no en lo trivial. Holmes miró a su alrededor mientras subía trabajosamente no al cielo gris sino a bordo del bergantín. Era esencial que fijara su rumbo.
Que casó al hombre harapiento y destrozado.
Produjo un busto de cera sobre un pedestal, pensó en un viejo traje de vestir. Una suave bala de revólver disparada con un rifle de aire comprimido le atravesó la cabeza, pero dejando bastante de los afilados rasgos como para reconocer el parecido con Holmes. Hecho. Bastaba con eso.
Unas gastadas volutas en la proa decían que estaba a bordo del Matilda. De mascarón y obenques colgaban algas con pequeñas ampollas semejantes a bayas como si la nave se hubiera visto atrapada en el mar de los Grazargos…
—Mar de los Sargazos. Situado aproximadamente entre 25° y 31° Norte y entre 40° y 70° Oeste. Es…
—Dije Grazargos. —Holmes no pensaba ceder ante el idiot savant. Este localizó una alusión.
—El Argos, barco en el que navegó Jasón en busca del vellocino de oro, tenía un mascarón de proa parlante tallado en un roble de la arboleda de Dodona, donde sacerdotes y sacerdotisas interpretaban lo que decía el rumor de las hojas.
El olor que traía la marea hizo que Holmes infiriera que estaban echando la corredera hacia el Norte, hacia el banco de arena situado en la desembocadura del Támesis. Un compañero abusón golpeó a Holmes por no hacer nada y le envió a restregar el puente con arena.
—Bajad al piloto —dijo el capitán, que parecía un hombre que pasaría los ojos de los peces con perlas.
El piloto bajó a la chalupa con una sonrisa de Moriarty. El viento había esperado a que la chalupa se alejara para llenar las velas y el bergantín se desplazó hacia el mar, hacia una noche tormentosa.
La noche no supuso ningún respiro para Holmes. Con un vil epíteto para el trabajo hecho por Holmes, el maestre le impuso otra labor.
—Dada la longitud de la nave y la altura del palo mayor, dígame la edad del gato del capitán.
—Tiernos años —respondió Holmes sin pensar.
El entrechocar de las rompientes salvó a Holmes de probar el gato. Todas las manos se apresuraron hacia las velas para impedir que el bergantín se desviara hacia los invisibles arrecifes.
Mientras estaban atareados, Holmes bajó al camarote del capitán sin que le vieran, encendió la lámpara y, a su oscilante luz, estudió el mapa Mercator que había en la mesa. Me embarco en un barco en el puerto que aquí ves / A medio camino de la línea de NN a EEE. Pero ¿dónde trazar esa línea?
—«En mil cuatrocientos noventa y tres, el papa Alejandro dividió los mares». El papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) trazó una línea para delimitar el terreno que españoles y portugueses tenían para tomar, saquear y esclavizar el Nuevo Mundo en nombre de Cristo.
Holmes cogió compases que en sus manos se convirtieron en cuernos. Sintió cómo Moriarty luchaba con él para que la mente del idiot savant pasara del embolado papal al del toro irlandés.
—Para ordeñar a un toro irlandés, había a bordo un irlandés furioso; intentó calmarse pensando: «Si sólo soy un pasajero».
Sin dejarse distraer, Holmes trazó una línea que iba de Dublín a Trípoli. De NN a EEE. La línea pasaba por Marsella, más o menos a medio camino.
Holmes cerró la mirilla y volvió al puente. Se arrastró hasta la rueda del timón y se agazapó en las sombras que proyectaba el fanal. Se cogió a un cabo cuando el Matilda cabeceó, agitándose a un lado y a otro. Una débil luz a proa respondía al viento, tambaleándose del mismo modo que el Matilda. El fanal de otro barco.
El capitán aulló al oído del timonel. El viento llevó sus palabras a Holmes.
—Hay mar de sobra mientras la nave siga a sotavento. Síguele.
La rueda del timón crujió y el bergantín tembló por el cambio de rumbo.
—¡Dinos, mascarón, qué te dicen las inquietas olas! —berreó el capitán.
La piel de Holmes se erizó ante las enloquecidas expectativas del capitán, y se erizó más aún al oír la voz del mascarón. Parecía más la canción de una sirena, o un canto fúnebre, que un habla normal. Al menos no habló en una lengua conocida por Holmes.
El capitán rugió de risa y gritó al vigía, que le respondió con un grito ronco.
—¡Es el Zorro!
El idiot savant aprovechó el pie.
—El Zorro. Una nave de 170 toneladas, fletada por lady Franklin, bajo el mando del capitán McClintock, con el fin de navegar hacia el Polo Norte para descubrir el destino de sir John Franklin y sus dos naves, el Erebus y el Terror. La tripulación del Zorro encontró, el 6 de mayo de 1859, un túmulo en el que había un documento donde se decía que sir John murió el 11 de junio de 1847, tras descubrir el pasaje al Noroeste que llevaba buscando tanto tiempo.
¿El Zorro? A Holmes no le gustaba el cariz que tomaba el asunto. Soy un pecio a la deriva, el regalo de las mareas / El dorso de mi mano presenta una herida, que no un corte. El ojo de la tormenta se abrió ante él y por él asomó tranquilamente una brillante constelación. Holmes no sabía nada de astronomía, pero el idiot savant reconoció las estrellas.
—Puppis, la proa del Argos, vista desde la latitud sur del caballo; las latitudes del caballo son regiones anticiclónicas situadas a unos 30" Norte y Sur, llamadas así porque los barcos que transportaban caballos a América y las Indias occidentales, cuando se veían inmovilizados por falta de viento, acababan echando a los animales por la borda, por falta de agua. Un anticiclón es…
—Basta.
El Matilda no se dirigía hacia el norte emulando al Zorro, sino al sur, y siguiendo una pista falsa. A su mente acudió la idea de «Plantar un faro».
—Plantar un faro. Un truco de saqueadores consistente en atar un fanal a un caballete y acortar una de sus patas de modo que al arrastrarse se balancee igual que un barco y pueda atraer a los barcos a la costa.
El ojo de la tormenta se cerró y las rompientes resonaron en los oídos de Holmes. Holmes se dirigió al capitán.
—¡La linterna es un truco de saqueadores! ¡Desvíese!
El capitán apartó a Holmes con un juramento y gritó al maestre para que encadenase al marinero de agua dulce.
Que así sea. Dejaría que el capitán loco y toda su maldita tripulación se enfrentara a su destino. Holmes propinó al maestre un golpe baritsu que noqueó al bruto. Luego, cogió el cuchillo y el pasador del maestre. El pasador mantuvo alejados a los marineros poco voluntariosos que le azuzó el capitán, mientras empleaba el cuchillo para soltar un bote y dejarlo caer al mar. Holmes saltó sobre la borda con el cuchillo entre los dientes, cayó en el bote y se incorporó. Cuando se separaba del Matilda con un remo, empapado, temblando y preguntándose por dónde quedaría Marsella y cuán lejos, le pareció oír la risa de Moriarty. Holmes se quedó inmóvil. Algo blanco y húmedo cayó sobre él.
—Te han engañado —se dijo.
Pero incluso entonces se daba cuenta de que se equivocaba. La húmeda blancura era un trozo de tela desgarrado del mascarón.
Miró hacia arriba, horrorizado. El mascarón de proa no era una proa tallada sino una mujer viva atada al caperol.
Irene Adler.
Holmes se cogió a la cadena del ancla, ató el bote a la cadena, y subió por el pescante. Desde allí alcanzaba a cortar las ataduras de la mujer. Los ojos de ella estaban cerrados y estaba terriblemente fría e inmóvil, pero le pareció que respiraba. La bajó al bote, luego saltó él, a continuación, empujó para separarse del bergantín. Frotó nerviosamente las manos de la mujer, y la llamó por su nombre. Ella gimió cuando ya empezaba a perder las esperanzas, abrió los ojos, le reconoció y sonrió. Los relumbrones de los relámpagos le revelaron los dientes perfectos de una cantante: al expulsar el aire con fuerza había limpiado sus dientes de partículas de comida mucho mejor que el pájaro de un cocodrilo.
Pasaron la noche abrazados y despertaron para encontrarse solos en el mar y navegando a la deriva hacia una isla tropical. Una vez en la playa, encontraron árboles del pan y un riachuelo de agua fresca. Ella le tocó las heridas cuando él tocó las de ella. Allí podrían curarse mutuamente. Sería fácil olvidarse, no solo de Marsella (que, naturalmente, sólo era una pista falsa), sino del mundo.
Holmes miró a Irene a los ojos y se dio cuenta de que también ella lo deseaba.
No. Debía ser fuerte. Moriarty estaba utilizando las artes de Circe. Mientras Holmes retozaba en la fantasía, el mundo real seguía adelante, inexorable.
Holmes marcó el lugar con una imagen de sí mismo, Que besó a la doncella en afligido estado, entonces se apartó de Irene e invocó, Que despertó al sacerdote afeitado y tonsurado.
Y se encontró caminando torpemente sobre sus pies de mar junto al sacerdote con sobrepelliza, entrando en El Águila y pisando su oscilante suelo. Los parroquianos se habían ido, pero el hombre zarrapastroso roncaba en la silla de Holmes.
El cantinero sacó un reloj de oro de debajo de su mandil. Lo abrió y lo cerró de golpe.
—Es la hora, caballeros.
Holmes sintió un escalofrío de comprensión. El tiempo. El tiempo estaba detrás de todas las cosas. El tiempo estaba ante todas las cosas. El tiempo estaba en todas las cosas.
Que tenía un gallo que cantó cuando hubo alboreado. Holmes volvió a estar ante el gabinete. Volvió a atravesar la cortina y a enfrentarse a las dos puertas.
Tap.
Ahora no había error posible. El sonido provenía de la puerta que no había elegido.
Holmes giró el pomo de la puerta. Cerrada. Oyó un jadeo, y luego un ligero movimiento al otro lado. Se dispuso a derribar la puerta. Pero antes la fijaría.
Que ordeñó a la vaca del cuerno doblado.
Holmes convocó una vaca Ayrshire, con sus particulares cuernos largos y curvados hacia afuera, hacia arriba y hacia atrás, y la hizo ciega de un ojo para explicar por qué el cuerno de ese lado había chocado con un pilar de piedra. El animal movió la cola para espantar una mosca.
El idiot savant intervino:
—«Cuatro espectadores rígidos, cuatro personajes irritados, dos mirones, dos truhanes, y una campana».
Holmes miró la atareada cola de la vaca que se movía como el badajo de una campana. Estaba enviando un mensaje en morse.
—En el morse de señales, los movimientos a la derecha son puntos, los movimientos a la izquierda rayas, y los movimientos hacia delante son fin de palabra.
HUYE CUANTO ANTES. SE HA DESCUBIERTO TODO.
Era obra de Moriarty. Holmes no se movió. Mejor dicho, dio dos pasos hacia atrás, para lanzarse mejor contra la puerta.
Cuando se lanzó contra ella, divisó el tobillo de una mujer que desaparecía por una puerta en la pared del fondo. La puerta se cerró de un portazo y, a continuación, se oyó el ruido de una llave girando en la cerradura.
Holmes se encontró en un estudio, con estantes y más estantes llenos de carpetas cerradas con cintas rojas y un tembloroso escritorio de caobo. Corrección: caoba. El escritorio dejó de temblar. Sobre él había una máquina de escribir y un bolso de piel de cocodrilo. ¿Habría sido Irene Adler quien escribía en ella? Aunque no lo fuera, pertenecía a ese admirable tipo de mujer moderna que quiere alcanzar su independencia entrando en el mundo del trabajo haciendo de esa labor una profesión.
Porque era una profesional, a juzgar por la limpieza de lo tecleado en el papel que seguía en el rodillo de la máquina, sin tener que buscar las teclas lenta y trabajosamente para pulsarlas después. Había espaciado deliberadamente las pulsaciones para que los sonidos no parecieran los del mecanografiado. Era eso, o que la percepción de Holmes del tiempo estaba desincronizada.
Rápido o lento, el tiempo tenía un ahora. Ahora leyó el mensaje en la hoja de papel de la máquina.
CHAIN:INGOT::LINK:SPUR[CADENA:LINGOTE::ESLABÓN:ESPUELA], De momento, la relación desafiaba toda racionalización. Quitó el papel del carro. Había tres manchas pequeñas en la página como pequeñas huellas de pezuñas: zorro. El juego había empezado de verdad. Examinadas más de cerca, las manchas resultaron ser sorprendentemente regulares:
—«Soy el zorro Renard jugando a las tres en raya…». La clave del porquerizo, conocida también como la clave de los francmasones, sitúa las letras del alfabeto en compartimentos de una figura formada por dos líneas verticales atravesadas por dos líneas horizontales. De este modo:
Por lo que
es FOX [zorro].
Debía haber más papel en el escritorio, con manchas que correspondieran a otros mensajes. No, Moriarty procuraría enmarañarle en el descifrado. Holmes debía mirar a la luz.
Levantó el papel a la luz que se reflejaba débilmente en las losetas de mármol del techo. Buscó la marca de agua: era, apropiadamente, un faro.
—Ma Я co bien y tendré más; Siete veces, y siete veces cuatro.
Holmes reprendió mentalmente al idiot savant.
—Cuidado con las e Я es y las e Я es.
—R es la littera Canina, la letra del perro, debido a que representa el sonido del gruñido. Marcos 7:28 es «y ella respondió y dijo, sí, mi señor, pero los perros se comen las migajas de los niños que caen bajo la mesa». La Я es una letra rusa con un sonido semejante al de ya. Ma Я K es la palabra rusa que designa a un faro.
Holmes vio la luz.
Hilera a hilera, fila a fila, / se mueven los cocodrilos en el bancal. Ante él se interpuso la visión de la larga fila de colegialas que salían de paseo.
—«Rápido Avanzan Al Vaivén Alumnas Inglesas Virginales». —Las blusas marineras de las colegialas adoptaron el color del arco iris a medida que el idiot savant hablaba—. «Es una regla mnemotécnica pura los colores del espectro: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta».
No. Debía concentrarse en que tenía la piel amarillo verdosa. No es virgen.
Ella se echó a llorar. Holmes endureció su corazón y las chicas desaparecieron.
Eran lágrimas de cocodrilo. Dio la vuelta al papel y volvió a meterlo en la máquina. Tecleó seis Aes en una fila, desplazó el carro, tecleó seis Bes, desplazó el carro, y siguió hasta la Z. No se detuvo hasta escribir otros seis grupos de la A a la Z. Ahora la hoja de papel tenía escritos dos grupos de alfabetos de seis filas de letras cada uno. Sacó la hoja de la máquina. Rebuscó en el bolso y el escritorio, y encontró unas tijeras, goma y una hoja de cartón que reforzaba una resma de papel. Pegó la hoja mecanografiada al cartón y cortó los alfabetos de un extremo al otro y de arriba abajo, formando tiras delgadas. Luego, utilizando más cartón para reforzar, enmarcar y unir las tiras movedizas, hizo una regla en la que recortó una ventana de la altura de un alfabeto.
Dispuso las tres primeras columnas para que formaran palabras de tres letras en la línea superior que se veía en la ventana.
YES
ZFT
AGU
BHV
CIW
DJX
EKY
FLZ
GMA
HNB
IOC
JPD
KQE
LRF
MSG
NTH
OUI
PVJ
QWK
RXL
SYM
TZN
UAO
WBP
WOQ
XDR
El afortunado OUI le daba la razón en su búsqueda. Y cuando puso la ventana en CHAIN y LINK y encontró bajo ellas INGOT y SPUR, supo que no podía dar marcha atrás.
—«Estoy en un aprieto, estoy en la caja:
¿Quién buscaría allí un zorro?».
Hizo que en las tiras aparecieran JAMBOX (aprieto y caja, en inglés) en la ventana.
JAMBOX
KBNCPY
LCODQZ
MDPERA
NEQFSB
OFRGTC
PGSHUD
QHTIVE
RIUJWF
SJVKXG
TKWLYH
ULXMZI
VMYNAJ
WNZOBK
XOAPCL
YPBQDM
ZQCREN
ARDSFO
BSETGF
CTFUHQ
DUGVIR
EVHWJS
FWIXKT
GXJYLU
HYKZMV
IZLANW
¿DUGVIR?
—«Cuando Adán ahondó y Eva se echó.
¿Dónde estaba entonces el caballero?».
Pensaba en el paraíso perdido. En Irene y él en la isla tropical…
No. Un vistazo más. ¡Debía volver a intentarlo! ¡Arre!
REN
ARD
Ante esto, Moriarty habló mentalmente con su tono más didáctico.
—Ha sido muy hábil limitando a seis las tiras. Nada que supere las seis tiras de letras tiene muchas probabilidades de llegar a formar lo que yo llamo «una frase semántica». Lo óptimo es la tira de tres letras. Puedo darle la fórmula… Log. de Z ra… —Se interrumpió—. Es algo relacionado con las leyes de la entropía, así que le ahorraré a sus células grises el esfuerzo y el agotamiento.
Moriarty estaba mostrándose vulgar pese a toda su sutileza, y estaba irritado pese a todo su autodominio.
La opinión de Holmes no perturbó al profesor.
—¿Qué posibilidad hay de generar «palabras» en este universo de letras en que estamos? Cojamos la palabra AND y sus permutaciones:
NAD AND ADN DAN DNA NDA ERH ORB HER KUH RUE ROB
»Éste es el despliegue con más sentido que he conseguido… y para ello he tenido que bucear en el chino y el alemán, con un añadido del francés. Pero, a medida que seguimos avanzando y enriquecemos nuestro habla, más y más huecos aparecen en él No debemos elaborar en exceso la argumentación, y en este fenómeno de la regla deslizante podemos ver la forma en que funciona nuestro universo, nuestras conexiones fortuitas, nuestras constelaciones accidentales, y ahora nuestras conexiones conscientes. Unas criaturas pensantes de otro mundo descubrirían otras relaciones con sentido, encontrarían otros azares. Al principio fue el verbo, la palabra (de hecho podemos decir que todo empezó cuando se pronunció la primera palabra), o sea, crear sentido del ruido, el que naciera vida de la no-vida.
Holmes sólo prestaba atención a medias. Debía fijar este momento, este lugar. Que coceó al perro. Convocó una criatura fosforescente y negra como el carbón, mitad sabueso, mitad mastín, sentada con una oreja curiosamente levantada hacia un gramófono.
Mentalmente sordo a Moriarty, Holmes encontró con su regla los variados ingredientes que componían la pintada de la base del monumento dedicado al Gran Fuego.
MAE HEAR: RUM TERRA COIN. GO COD POE UP. MAX FERO.
Al final, el azaroso mensaje decía:
GUY dawn TO GREENWICH WE SET FEU TO THE BANK. [Guy al alba de Greenwich prenderemos fuego al banco.]
La mente de Holmes se quedó helada. En el mundo real debían ser casi las dos de la mañana del día de Guy Fawkes.
—«Recordar por favor el cinco de noviembre,
día de la traición y la conspiración de la pólvora;
no conozco razón alguna,
por la que aquella conspiración
debería llegar a olvidarse».
A las dos de la madrugada del 5 de noviembre, el papismo, en la forma de Guy Fawkes, se dispuso a prender fuego a 36 barriles de pólvora metidos a escondidas en la bodega del Parlamento para matar a Jaime I y todos los miembros del parlamento, pero le cogieron a tiempo.
Moriarty planeaba hacer estallar el Banco de Inglaterra en el aniversario de aquel loco. ¿Cuánto dinero esperarían obtener sus cómplices en las humeantes ruinas y llevarse luego en la confusión reinante? Sería mucho más fácil y sencillo, y más provechoso, llevar algo al banco en vez de llevarse los billetes o el oro. Moriarty no debía pensar en llevarse algo sino en dejar algo. No quería ratear letras de cambio sino introducirlas subrepticiamente. Mezclar registros falsos de cuentas entre los restos de archivos y documentos chamuscados, para que pudieran rescatarse con los demás y ser luego satisfechos cuando Moriarty y los suyos se presentasen a cobrar.
Fija esta solución. Que preocupaba al gato. Holmes deseaba convocar a un gato único. Notó por primera vez, con cierta alarma, toda la fuerza del intelecto de Moriarty trabajando contra él. La imagen se desvaneció en cuanto Holmes la formó. Lo único que Holmes consiguió conjurar, logrando que se quedara en su sitio, fue la sonrisa del gato de Cheshire. Luchó para reforzarlo con asociaciones. La sonrisa Cheshire del tiempo. La gravedad es leve para el gatillo conforma aérea. «Gatillo» percutor de un arma… La sonrisa acabó siendo tanto la de Moriarty como la del gato, pero tendría que valer.
Holmes retrocedió hasta que ordeñó a la vaca con el cuerno doblado y volvió a estar ante la puerta rota del estudio. No prestó atención a las señales que veía agitarse por el rabillo del ojo.
Volvió a entrar en la habitación y fue hasta la puerta cerrada de la pared del fondo. Antes de cruzar la puerta, desenrolló el ovillo. Que mató al ratón. Holmes convocó a la rata gigante de Sumatra. Hasta Moriarty se abstuvo de interferir en esta terrible imagen.
Entró en un pasillo que le ofreció dos puertas más. Un letrero con flecha que apuntaba a la puerta más cercana decía: A LA SALIDA. Holmes sonrió sagazmente para sí. Los primos americanos sabían que no existía un animal semejante. Eran como el Robin Hood de Bamum. Se dirigió a la puerta más lejana. El pomo cedió, pero antes de entregarse del todo a esa opción, volvió a desenrollar la madeja. Que se comió la cebada.
La puerta daba a una alacena vacía. Pero, debía ser el sitio indicado. Aquí había habido cebada. La rata gigante de Sumatra, o alguna otra rata, había hecho un agujero en el saco de cebada. Un ladrón se había llevado el saco, dejando tras sí un rastro de cebada derramada, semejante al rastro de pólvora de Guy Fawkes. El rastro llevaba a una ventana abierta. Holmes se asomó por ella y vio el rastro de cebada alejándose.
Subió a la ventana y siguió los granos en parte germinados y en parte secos por una calle empedrada hasta una puerta flanqueada por rosales. Una mirada a través del cristal de la puerta le mostró el interior de un pub. Esta debía ser su marca final.
Que estaba en la casa que Jack construyó. Holmes convocó un cartel de pub donde se veía una botella inclinada de licor de malta con cara y extremidades. Sir John Barleycorn. Holmes estampó letras en el cartel.
ALEGRÍA
SALUD
El pub en sí no era más que una imitación, un mero decorado, como el de la taberna cerca de Newgate que salía en la Ópera del Mendigo de John Gay (¿no había interpretado Irene el papel de Polly Peachum?), y parecía vacío y a oscuras. Llamó, pero no acudió nadie a abrir la puerta. Gritó, pero nadie le respondió. Estaba buscando la llave en los aleros o en la tierra entre los rosales cuando alguien le habló.
—Hola, señor Holmes.
Había oído antes esa voz.
DEJAVU
JED
UVA
Aunque no podía verla en persona, podía verla como era de verdad. Irene Atila Su mente entró en contacto con la de ella. Fueron una.
Sabían que no tenían mucho tiempo. Holmes debía encontrar el camino de vuelta para impedir que hicieran explotar el Banco. Se separaron de momento.
Esta es la casa que Jack construyó.
Esta es la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Éste es la ratón que se comió la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Éste es el gato que mató al ratón que se comió la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Éste es el perro que preocupaba al gato que mató al ratón que se comió la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Ésta es la vaca del cuerno doblado que coceó al perro que preocupaba al gato que mató al ratón que se comió la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Ésta es la doncella en afligido estado que ordeñó a la vaca del cuerno doblado que coceó al perro que preocupaba al gato que mató al ratón que se comió la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Éste es el hombre harapiento y destrozado que besó a la doncella en afligido estado que ordeñó a la vaca del cuerno doblado que coceó al perro que preocupaba al gato que mató al ratón que se comió la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Éste es el sacerdote afeitado y tonsurado que casó al hombre harapiento y destrozado que besó a la doncella en afligido estado que ordeñó a la vaca del cuerno doblado que coceó al perro que preocupaba al gato que mató al ratón que se comió la cebada que había en la casa que Jack construyó.
Éste es el…
El hilo se había roto.
El gallo que cantó cuando hubo alboreado no aparecía. El mundo era blancura bajo un cielo blanco. Ante él sólo pasó una cosa: un zorro rojo con grasa y plumas oscuras en la barbilla. A continuación, se desvaneció en la blancura con una sonrisa de Moriarty.
La blancura se comunicó con Holmes. Él miró a su alrededor. No parecía haber ninguna parte a la que ir y no parecía haber ninguna parte en la que quedarse.
Pero tenía que actuar. Si no lo hacía, dejaría de existir.
Holmes alargó la mano como si estuviera en otra dimensión. Su mano se cerró sobre algo envuelto y metido en el bolsillo de alguien. Por el tacto supo que era un huevo duro con sal y envuelto en una servilleta.
Se descubrió llamando:
—Doctor Watson, venga aquí. Le necesito.