PLAN DE DESTRUCCIÓN
—Pongamos las cosas en orden —dijo Cliff Condon—. Este hombre le contrataba, todos los sábados por la noche, para que usted le pasara por encima con un coche. ¿Correcto?
El preso torció la boca, contrayendo el cuello dentro de la ceñida camisa, y asintió con la cabeza.
—Sí. Correcto. Él se tendía en el camino. Luego yo retrocedía con el coche y le pasaba por encima... a él y a la cámara.
En una posición relajada contra los bordes de la celda, Condon observó a George Phifer cuando éste se sentó en el borde de la litera, deslizando la palma de sus manos sobre su gastado sobretodo marrón. Sus ojos parecían asustados... ojos pequeños, castaños, de mirada embotada, que bizqueaban con preocupación.
—Y entonces una noche no le pasó por encima.
—Por supuesto que pasé por encima, pero él me había conseguido otro coche... un coche más nuevo, más bajo. Prácticamente no podía pasar por encima de él.
Condon chasqueó la lengua con aire pensativo.
—Volvamos al principio —sugirió, refiriéndose a la copia mecanografiada de la declaración que tenía en su mano—. Usted le conoció en un bar. ¿Correcto?
—Sí. En el Valle. Es un bar que se encuentra al otro lado de la calle donde yo trabajo. Todas las tardes, cuando termino mi trabajo, voy al bar a tomar unas copas. Un día apareció este tipo.
—Maury Temple. ¿Es ése su nombre?
—Nunca lo dijo. En realidad creo que nunca lo mencionó. Cuando los policías me dijeron quién era, el nombre me pareció familiar, de modo que, después de todo, tal vez me lo dijo.
—Bien, una presentación formal no era necesaria teniendo en cuenta la clase de propuesta que pensaba hacerle.
—Durante un tiempo él no me propuso nada. Me lo dijo a la tercera o cuarta vez que nos encontramos en aquel bar.
—¿Él simplemente le propuso que le pasara por encima...?
Phifer deslizó un dedo delicadamente sobre una delgada cicatriz que le cruzaba el rostro desde el mentón hasta la ceja.
—Me dio toda una disertación acerca de tomas en ángulo y cosas por el estilo. Entonces fue cuando me dijo que quería hacer una toma de un coche pasando por encima de un hombre. Poco después, estaba pasándole por encima.
Condon frunció el ceño, estudiando al prisionero.
—¿No le pareció que era una cosa bastante extraña la que le estaba proponiendo?
Phifer se alzó de hombros.
—Él quería hacer esa toma. Era su dinero. —Alzó la vista—. Me pagaba veinticinco pavos cada sábado, la cena y mis tragos.
—¿Tragos?
—Seguro. Después de aquel ensayo el primer sábado, recorríamos Sunset Strip antes de dirigimos hacia Mulholland Drive. Este cómo-se-llame no bebía. Sólo hablaba y me miraba mientras yo bebía.
—¿Eso hacía? ¿De qué hablaba?
La risa de Phifer sonó como el aullido de un cachorro excitado.
—De mí... y de mis mujeres. Yo le daba un Informe Kingsey completo.
—Hmmm. —Condon cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro y buscó una posición más cómoda.
—Creo que era una especie de niño de mamá y gozaba escuchando aquello que él no era capaz de hacer. —El rostro de Phifer, grande y surcado por la cicatriz, trabajaba tratando de especificar su idea—. Como si leyera un libro sucio —decidió por fin.
La mirada de Condon era firme.
—Podría ser.
—Bueno, es la verdad. —Phifer relajó su cuello moviendo la cabeza—. Se puso de pie —¿Me cree? Ese otro tipo de la oficina del Fiscal del Distrito no me creyó.
Se refería al asistente del fiscal. Yo sabía que no le había creído. Soy investigador. Mi tarea consiste en reunir los datos que pueda para que el Fiscal del Distrito pueda hacer su alegato.
—Bueno, yo no maté a ese tipo. Fue él quien lo pidió.
—Creo que lo hizo —dijo Condon con aire pensativo—. Realmente creo que lo hizo.
Hizo un gesto con la cabeza y observó a Phifer mientras esperaba que le abriesen la puerta.
El rostro del preso mostraba una expresión indignada.
—No comprendo por qué me buscó a mí para que lo hiciera. Había otros tipos en el bar.
Mientras caminaba hacia el corredor sin volver la vista, Condon lanzó una suposición.
—Tal vez lo escogieron antes de que entrara en ese bar. Tal vez lo escogieron hace mucho tiempo.
El sol de Los Ángeles brillaba intensamente detrás del velo de bruma. Suspirando, Condon se dirigió hacia la cabina telefónica. Preguntó por el Fiscal del Distrito.
—Dígale que es Condon —dijo al auricular.
Mientras aguardaba, echó un vistazo a la copia de la declaración que tenía en la mano. Era Maury Temple quien le interesaba. Este Phifer era un pobre diablo, un tipo musculoso que se convertía en sebo, cuyos deseos eran elementales, sus métodos directos y sus acciones meras ecuaciones simples.
Encorvándose sobre el aparato, Condon contestó al que le hablaba desde el otro lado de la línea.
—Bien, acabo de hablar con él —informó— y no ha cambiado ni una palabra de su historia. —Escuchó durante un momento—. Por supuesto que creo que dice la verdad —dijo—. Mi teoría es que, en primer lugar, no tiene bastante imaginación para inventarse un cuento y, en segundo lugar, se necesita precisamente esa clase de mente rudimentaria para aceptar un trato de esa naturaleza.
Maury Temple había vivido con su madre en la parte vieja de la ciudad. Una vez que Condon hubo encontrado la casa, subido al porche, y llamado a la puerta, se volvió para echar un vistazo a su coche aparcado. Había algo más que luz entre el coche y el bordillo. El espacio suficiente, calculó Condon, entre el chasis y el pavimento para que cupiese un hombre en posición horizontal, si fuese delgado y sus huesos no sobresalieran.
Suficiente para esta mujer, pensó, cuando la puerta se abrió. Era tan alta como él y de facciones angulosas.
—¿Sí? —preguntó ella.
—¿Señora Temple?
Ella inclinó la cabeza.
Después de explicarle que era de la oficina del Fiscal del Distrito y que estaba investigando la muerte de su hijo, ella permitió que la siguiera a través de un oscuro vestíbulo y hacia el rojo profundo de la alfombra que había en la sala de estar.
—Naturalmente —aseguró la mujer— mi hijo jamás habría tenido ninguna relación con un sujeto de ese calibre. Ninguna.
—Sus dientes protuberantes se cerraron sobre la afirmación como si hubiese mordido un trozo de hilo—. Es indudable que ese hombre está mintiendo.
—¿Su hijo era cameraman?
—Trabajaba para World Wide. Hacía cortometrajes y films educativos. —Sus ojos eran grises y fríos cuando dijo—: Pero nunca hubiese hecho algo tan estúpidamente peligroso como tenderse en mitad de una calle para fotografiar a un coche que le estuviese pasando por encima. Ellos abrieron la cámara e investigaron la película. Mi hijo nunca tomó esa fotografía. El hombre miente.
Condon paseó la mirada por la habitación, por el viejo mantel de hule, por las lámparas de porcelana y, finalmente, fijó la vista en el retrato que había en la biblioteca.
—¿Es su hijo? —La pregunta era sólo una formalidad puesto que el rostro que aparecía en el retrato era una réplica exacta del de la mujer, como si lo hubiesen pintado con acuarela sobre papel húmedo de modo que los rasgos agudos estaban difusos—. ¿Vivía con usted?
—Por supuesto. Estábamos muy unidos. Era muy raro que me dejase sola; ni siquiera por una noche.
—¿Qué me dice del sábado por la noche, cuando encontraron su cuerpo?
—Esa noche él regresó al estudio para trabajar un rato. Debió sufrir el accidente cuando venía hacia aquí.
—Sí, señora. —Condon se rascó la barbilla—. Muy bien. —Se incorporó y metió las manos en los bolsillos—. Tengo entendido que tenía un cuantioso seguro de vida. Y que recientemente había suscrito una póliza adicional.
La señora Temple se puso rígida.
—Tenía un seguro de vida tan cuantioso —insistió Condon—, que la compañía aseguradora también está realizando algunas investigaciones partiendo de la sospecha de que su muerte podría haber sido una forma tortuosa de suicidio.
—Se equivocan. —La señora Temple le miró con una fría sonrisa—. El suicidio hubiese sido la última cosa en la que mi hijo hubiera pensado. —Extendió sus bien cuidadas manos, abriéndolas totalmente—. El suicidio, de hecho, era algo que mi hijo desaprobaba. —Volvió a poner las manos cruzadas sobre su regazo.
—Sí, señora.
—Decía que era un acto final falto de perspicacia, sin-posibilidad de reconsiderarlo.
Condon se humedeció los labios.
—¿Acostumbraba a indignarse cuando hablaba de estos temas...?
—Era un tema que lo apasionaba. Decía que a menos que se pudiera reconstruir a partir de la propia destrucción, mediante un plan organizado, el acto de destruir es absolutamente inútil. Condon se rascó un labio pensativamente.
—Creo que es un concepto interesante. ¿Su hijo, por lo tanto, pensaba que el suicidio debía ser el comienzo de un plan que debía llevar a una conclusión inevitable?
—Mi hijo tenía una mente bien formada. —La señora Temple se puso de pie y se alisó el vestido. Condon se dirigió hacia el vestíbulo. Se volvió para mirarla.
—Su hijo no sufría depresiones, ¿verdad?
El rostro de la señora Temple se convirtió en un signo de interrogación.
—Su hijo. ¿Había algo que le estuviera molestando?
Miró a Condon fríamente.
—¿Qué es lo que podría haberle preocupado? Le gustaba su trabajo. Tenía un hogar perfecto. No necesitaba a ninguna otra mujer... Es realmente algo muy simple —continuó ella—. Esta persona que se encuentra ahora detenida atracó a mi hijo en esa carretera solitaria. Le robó el coche y mató a mi chico.
Condon bajó los peldaños del porche con los ojos puestos en las cercanas Verdugo Hills. Permaneció inmóvil durante un momento, miró hacia el garaje que había al final del camino particular y luego recorrió la cinta asfaltada y abrió las puertas.
Colocó una mano encima de la defensa del coche aparcado en el interior y se inclinó para echar un vistazo debajo del vehículo. Entre la carrocería y el pavimento había tanto espacio como en el suyo. El suficiente para albergar a un hombre echado boca abajo si éste no alzaba un hombro o flexionaba una rodilla. El coche nuevo, que finalmente había causado la muerte del joven, estaba secuestrado por la justicia. Ese coche, Condon podía asegurarlo, era unas pulgadas más bajo.
Cerró las puertas detrás de él, recorrió el camino particular y se deslizó detrás del volante de su coche.
La neblina era menos densa en el valle y el sol golpeaba los ojos de Condon debajo de la visera. Enfiló hacia San Femando Road y aparcó junto a un drugstore. Una vez dentro, cerró la puerta de la cabina telefónica y marcó el número del Fiscal del Distrito.
—Sí —dijo—, ahora me encuentro en Burbank. Acabo de ver a la madre de Temple. —Escuchó durante un momento—. Me dio más información de la que ella misma piensa —dijo—. Temple estaba jugando a la ruleta rusa... Ruleta rusa —repitió—. Rui... está bien, entonces me ha escuchado. Se lo explicaré. Se trata de un juego, un juego que consiste en introducir una bala en el cilindro de un revólver de seis cargas. Se hace girar el cilindro y luego se dirige el cañón hacia la frente. Hay una posibilidad entre seis de volarse la tapa de los sesos. Bien. La bala del revólver era Phifer. Cuando Temple hizo girar el cilindro aquel primer sábado por la noche sin conseguirlo, redujo sus posibilidades el sábado siguiente vertiendo licor en la garganta del conductor... Sí, eso es lo que dije. Pero tampoco dio resultado. De modo que, el último sábado, se aseguró de que la bala saldría del revólver eligiendo un coche más bajo.
Mientras Condon escuchaba lo que le decían del otro lado de la línea daba pequeños golpes con el pie en el suelo.
—Porque —contestó— esta tarde he aprendido algunas cosas acerca de la filosofía de Temple. Ahora, si puedo descubrir cuál era su plan, podré comprender por qué lo hizo.
Condon colgó el aparato.
World Wide era un estudio pequeño y especializado, situado en un extremo de Burbank, en el centro de una extensa zona entre un campamento para casas remolque y una compañía metalizadora. Estaba cercada por un muro de ladrillo, lo bastante elevado para darle un aire de exclusión.
Condon se identificó ante el hombre que cuidaba la entrada.
—Quiero hablar con alguien que trabajara con Maury Temple. Alguien que le conociera bien,
—Nadie le conocía bien, señor. —El guardián se metió en una cabina e hizo una llamada telefónica, luego volvió a salir—. Vaya a la oficina 11 —dijo—. Ahí hay un tipo que quizá pueda responder un par de preguntas. —Señaló hacia la calle que conducía al estudio.
Condon había estado en los estudios de la Warner, y también en los de la Universal, y en ambas ocasiones había tenido la sensación de estar visitando una ciudad continental[1] que se hubiera vuelto loca. Este lugar se parecía más a una universidad seria con unos pocos novatos incontrolables que aún no habían sido adoctrinados. Pasó junto a una serie de tranquilas oficinas y a una sólida plataforma donde estaban por lanzar a una pareja de astronautas, y llegó a la oficina 11.
En la entrada había un hombre aguardándole.
—Hola —dijo—. Me llamo Kalis. ¿Está usted aquí por Maury Temple?
Condon asintió. Mientras entraba al despacho y se sentaba, echó un vistazo a los estantes repletos de películas enlatadas. En las paredes había fotografías de propaganda fijadas con chinchetas. En la oficina había una mesa de trabajo y un escritorio para la dactilógrafa.
Su anfitrión se sentó en el borde del escritorio.
—Un caso extraño el de Maury Temple —dijo— ¿Qué pasó? ¿Fue un accidente... lo atropellaron y se dieron a la fuga o qué?
Condon se alzó de hombros.
—Según Phifer fue un accidente. Desde donde se encuentra Temple, fue algo premeditado.
Kalis frunció el ceño en un esfuerzo por entender.
—Pero nadie le atropelló para luego darse a la fuga-explicó Condon—. Phifer condujo el coche directamente a la comisaría después de que sucediera... agresivo y santurrón, preguntándose cómo diablos se había metido en semejante lío. Pensó que los policías le darían una palmada en la cabeza y le enviarían de regreso a casa con una medalla a la verdad. Pero la historia era demasiado absurda y Phifer había dejado a Temple tirado en la carretera con la cabeza aplastada. Uno no cuenta historias descabelladas ni deja cadáveres abandonados en medio de la carretera... de modo que le encerraron.
—Pero...
—Mire —Condon se inclinó hacia adelante apoyando las manos sobre las rodillas—, si para usted este asunto no tiene sentido, no es el único. Tampoco lo tiene para el Departamento de Policía ni para la compañía aseguradora... ¿Qué me puede decir de Maury Temple?
—Bueno —dudó Kalis—, no mucho.-Gesticuló vagamente en tomo a la oficina—. Ésta era su guarida perfecta. Yo la heredé.
Condon señaló hacia las latas de películas.
—¿Hay ahí alguna toma de un coche pasando por encima de un hombre?
Una ligera luz de comprensión apareció en los ojos de Ralis, luego desapareció para dejar paso a una expresión de perplejidad. Meneó la cabeza.
—No. ¿Por qué?
—Temple dijo que estaba interesado en conseguir una de esas tomas. Quería hacer una toma de un coche pasando por encima de un hombre.
La luz volvió a aparecer en los ojos de Kalis.
—Si hubiésemos necesitado algo así, podríamos haber cavado un foso aquí, en la zona de los cameraman, para que dispararan desde allí, o haber construido una rampa para el coche...
—Sí —dijo Condon—. Supongo que sí.
—¿Entonces era eso lo que Maury estaba tratando de hacer? Una toma de un coche mientras pasaba por encima de él?
—Al menos eso fue lo que dijo que estaba intentando hacer. —Pero no tendría espacio suficiente... Kalis entrecerró los ojos mientras pensaba—. O el espacio sería mínimo de todos modos.
—Su nuevo coche no dejaba espacio alguno. El último que compró.
Kalis abrió la boca.
—Solíamos gastarle bromas acerca de ese trabajo. A él no le gustaba alardear y le preguntamos si pensaba hacerlo para azuzarle. Pero Maury no sabía aceptar las bromas. Sólo lo intentamos una vez... cuando Maury andaba enamorado de Elsie...
Condon se irguió lentamente.
—¿Quién es Elsie?
—Elsie Peters. —Kalis lanzó un silbido de admiración—. ¡Hermano! ¡Era un bombón!
Los dos actores con trajes de astronautas entraron en la oficina. Sonrieron detrás de sus cascos de cristal y levantaron sus brazos acolchados a modo de saludo.
—Ella trabajaba en el departamento de personal. Una buena chica, si le gustan puras y limpias. A Maury le gustaba. La primera vez que le vi perder la cabeza por una mujer.
Condon miró a su interlocutor, intentando reconstruir la imagen que tenía de Maury Temple. No dio resultado.
—Maury se enamoró de ella como un colegial... No —Kalis corrigió su afirmación—, como un pescado muerto, como un pescado frío y muerto. Ese tipo era puro protoplasma. Pero perdió la cabeza por Elsie, supongo que a su manera, y el aparejador complicó las cosas.
Condon aspiró una bocanada de aire fresco.
—¿El aparejador? —preguntó.
—Sí. Le contratamos para que trasladara y volviese a armar una estructura fuera del estudio. Elsie fue la encargada de contratarle y supongo que ella se enamoró de él apenas le vio.-Kalis apartó una pierna del escritorio, observando cómo se posaba sobre él la luz del sol—. ¿Sabe cómo son las cosas entre las chicas simples y los tipos musculosos? Bien, cuanto más simples son ellas, más se enamoran de esos imbéciles de musculatura poderosa. Los ojos de Elsie podían sentir sus bíceps... era como una maestra que de pronto tiene en la clase a un adulto después de haber tenido a párvulos de siete años. ¡Hermano! —Kalis sonrió débilmente mientras recordaba.
—¿Cuál era el nombre del aparejador?
Kalis se alzó de hombros.
—Nunca le llamamos de ningún modo. Entraba, hacía su trabajo y se marchaba. Debe estar en los libros.
Condon asintió con la cabeza.
—¿Qué aspecto tenía?
—Era un gorila. Con una cicatriz que le cruzaba el rostro. Condon se relajó.
—Sólo estuvo aquí unos pocos días. Pero fue suficiente para que él y Elsie tuviesen la misma idea, aunque sus puntos de vista fuesen diferentes. Ella, por supuesto, no sabía que él era un experto en ese juego, y de acuerdo con sus reglas, ninguna cárcel era segura salvo las legales.
Condon meneó lentamente la cabeza.
—El asunto hirió a Maury. Evidentemente su amor era muy cálido debajo de sus sabañones... o tal vez era orgullo. —La frente de Kalis se arrugó con el pensamiento—. Tal vez fue algo más. No lo sé. Él también era un tipo muy profundo. De todos modos, todo lo que hizo en la superficie fue dejar que ella se fuese con el aparejador y clavar su fotografía en el cajón de su escritorio.
—¿Aquí? —preguntó Condon.
Kalis asintió.
—Quité todas sus cosas cuando nos enteramos de lo que le había pasado.
Condon se puso de pie,
—Déjeme verlas.
—Seguro. —Kalis dio la vuelta al escritorio y abrió un cajón. Sacó un cuaderno de notas, un par de llaves, lápices, y una pequeña fotografía enmarcada—. Pusimos su equipo profesional en un armario bajo llave.
Condon cogió la fotografía en tono sepia. El rostro de la chica era anguloso, con fuerza, pasión y carácter dominante disimulados por su juventud y represión. El labio superior era corto y su dentadura prominente. La fotografía tembló en las manos de Condon cuando éste comprendió el enorme parecido que tenía Elsie Peters con la señora Temple.
—No me extraña que Maury Temple se haya enamorado de ella —dijo débilmente.
Kalis, que estaba mirando por encima del hombro de Condon, se echó a reír con cierta turbación.
—¿Qué pasó con ella?
—Se suicidó —dijo Kalis.
Condon depositó lentamente la fotografía sobre el escritorio.
—¿Eso hizo?
—Así es. Tal como le he dicho. Para el aparejador, el asunto era sólo un intervalo. Para ella, para siempre.
—Bien... —Condon volvió a mirar la fotografía, luego recorrió la oficina con las manos a la espalda. Echó un vistazo a las películas enlatadas, como si fuesen ruedas inmóviles en los estantes, listo para marcharse. Se volvió sin mirar a nada en especial—. No me extraña —dijo, casi para sí mismo—, que el suicidio fuese el tema favorito de Temple.
Kalis parecía aturdido. Pensó durante un momento. —Nunca le oí mencionar el tema del suicidio.
Condon se tomó su tiempo para mirar al hombre.
—A usted no —dijo con impaciencia— ¿Por qué debería haber hablado de ese tema con usted? Era con su madre con quien hablaba. Y cuando hablaba con su madre, estaba hablando con la chica.
Kalis retrocedió un paso mientras se rascaba la cabeza.
—¿Qué me dice del aparejador? ¿Conoció a Temple mientras estuvo aquí?
—No había razón para ello. Uno era un cameraman... el otro era un trabajador.
—Entonces es probable que Temple conociera al aparejador y supiese dónde encontrarle, pero el aparejador nunca le reconocería. ¿Correcto?
—Bueno, seguro... —en el rostro de Kalis se dibujó una expresión de sospecha. Recobró la confianza en sí mismo haciendo rodar los lápices de Temple a través del escritorio.
Condon se colocó la americana sobre los hombros. Escuchó a una orquesta que tocaba al otro lado del estudio. Observó fijamente una figura que se recortaba confusamente contra el fondo del crepúsculo.
—Me ha servido de ayuda —le dijo a Kalis—. Me ha servido de gran ayuda.
Kalis detuvo el lápiz bajo sus dedos y le miró sorprendido.
—¿Quiere decir que el Fiscal del Distrito puede hacer su alegato con lo que yo he dicho?
—Bueno —dijo Condon—, no exactamente. Dudo que un jurado creyera lo que tengo que darles. Dudo incluso que el Fiscal del Distrito lo crea... Pero yo lo creo, y mi trabajo consiste en encontrar la verdad. Escuche —dijo abruptamente—, ¿me haría un favor?
—Por supuesto. ¿De qué se trata? —Kalis se había vuelto cauteloso.
—¿Iría hasta la oficina de Personal a buscar el nombre del aparejador?
—Seguro. Sólo tardaré un minuto. Tendremos que comprobarlo.
—Tómese su tiempo. Usaré su teléfono mientras esté fuera.
—Está bien. Dígale a la operadora que quiere línea con el exterior.
—Muy bien.
Condon levantó el auricular mientras Kalis abandonaba la oficina. Habló un momento y luego se sentó a esperar que la línea estuviese desocupada. Por último, marcó el número.
Mientras esperaba, formó en su mente las palabras de la explicación que tenía para el caso, y meneó la cabeza. Al Fiscal del Distrito no le gustaría lo que iba a decirle. Él quería que una investigación se revelara negra como la culpabilidad o blanca como la inocencia... eso le otorgaba un camino apropiado al alegato.
—Condon —anunció al aparato.
Los dos hombres del espacio atravesaron la puerta, esta vez llevando pantalones y americanas de tartán. Su aspecto era informal una vez despojados dé sus cascos espaciales, y tan insignificantes como el resto de los mortales.
—Bien, ya lo tengo —dijo Condon—, pero a usted no le va a gustar. —Se reclinó en la silla giratoria—. Primero, insistiré en mi afirmación de que Phifer decía la verdad. Segundo, yo estaba en lo cierto al hablar de que Temple estaba jugando a la ruleta rusa... y tercero —inspiró profundamente—, ahora sé por qué lo hizo... ¿Qué? —Escuchó atentamente mientras fruncía el ceño—. Está siguiendo una pista falsa. Escuche. La muerte de Temple fue su sacrificio por haberse enamorado... el seguro de vida fue su recompensa por atreverse a pensar en casarse con una chica que era la viva imagen de su madre y que no le hacía justicia a la imagen de su madre... No, no voy a repetirlo. Iré a su oficina y se lo demostraré con... fotografías. —Echó un vistazo al retrato que había encima del escritorio.
—Oh, ¿él? —Pensó durante un momento—. No podemos soltarle. Todo saldrá como fue planeado. Él pagará por el suicidio de Elsie Peters más que por el asesinato de Maury Temple. —Condon colgó mientras las palabras se volvían borrosas a lo largo de la línea.
Luego permaneció en el mismo lugar, esperando que Kalis regresara del departamento de Personal con el nombre de Phifer.