Trykar observó el resplandor que delimitaba el tronco del pino y enviaba una sombra imprecisa al lugar donde él se hallaba tendido, y comprendió que a partir de aquel momento debía conducirse con extremada prudencia. Claro está, halló seres vivos cuando se abrió paso a través de las tinieblas por la ladera de la frondosa montaña; pero se trataba de pequeños e inofensivos animales que huyeron precipitadamente cuando los sonidos denotaron su tamaño o el olor que daba a entender su extraña procedencia llegó a sus olfatos. La luz artificial, sin embargo, que él y Tess habían vislumbrado desde la cumbre del monte y que ahora se hallaba casi a sus plantas, significaba inteligencia, y la inteligencia significaba… cualquier cosa.
Sentía lo ridículo de su postura. La idea de tener que ocultar no sólo sus intenciones, sino su propia existencia a unos seres inteligentes, por fuerza debía parecerle estúpida a un miembro de una cultura que abarca literalmente millares de razas físicamente diferentes, por lo que sentía grandes impulsos de ponerse de pie y andar abiertamente por la calle principal del pequeño poblado del valle. Resistió la tentación, en particular, porque no era esperado; la guía afirmaba que tal reacción cabía dentro de lo probable… y prevenía en contra de ceder a la misma.
Por lo tanto, reemprendió su avance arrastrándose por el suelo, colina abajo, hasta que llegó junto al árbol. Pegándose al tronco, ocultos los dos metros y medio de su cuerpo, dejó oír la señal convenida de antemano con Tess por el pequeño telecomunicador que llevaba, y empezó a examinar atentamente el pueblo y el terreno que se extendía entre él y las primeras casitas.
No era un poblado grande. Moraban en el mismo unas tres mil almas, aunque Trykar no estaba familiarizado suficientemente con los seres humanos para calcularlo por el número de edificios. Supuso que algunas construcciones no debían ser viviendas; la finalidad de la estación del ferrocarril se le apareció completamente clara cuando un tren entró en la misma renqueando y otro salió velozmente en dirección norte. La mayor parte de las luces se hallaban concentradas en unos cuantos bloques de casas de la estación, y fue sólo en esta zona donde Trykar divisó las móviles figuras de los seres humanos. Unas cuantas ventanas iluminadas y unos faroles callejeros era todo lo que indicaba las dimensiones del pueblo.
Sin embargo, había otro centro de actividad. Cuando el rugido del tren murió en la distancia, un zumbido rítmico se dejó oír en los órganos auditivos de Trykar. Parecía proceder de su derecha, de la parte de población más próxima a la falda de la montaña. Asomándose por detrás del árbol, no consiguió distinguir nada en dicha dirección, pero un hecho que antes había sólo anotado subconscientemente se le presentó de pronto en su cerebro.
Sólo a unos metros más abajo, la ladera descendía abruptamente en una especie de acantilado que parecía, en las tinieblas reinantes, extenderse durante cierta distancia a cada lado del lugar donde estaba Trykar. La maleza que cubría la ladera llegaba hasta el mismo borde del barranco, por lo que el extraño ser volvió a tenderse y a arrastrarse por el suelo hasta que pudo mirar por el precipicio. Esto no le solucionó gran cosa el asunto, ya que la oscuridad era punto menos que impenetrable, pero los sonidos le resultaron algo más claros. Decididamente, procedían de su derecha y más abajo; y al cabo de un instante de vacilación, Trykar comenzó a serpentear a lo largo del reborde del barranco en aquella dirección. Los arbustos, que en aquel sitio crecían más espesos, le molestaban al avanzar, ya que la flexibilidad de su cuerpo, que no era más grueso que el de un ser humano, se veía obstaculizado por los grandes apéndices triangulares que en forma de aletas sobresalían medio metro a cada lado de su cuerpo. Sin embargo, dichos apéndices eran también flexibles, compuestos de materia cartilaginosa, por lo que consiguió adaptarse a aquella incómoda manera de trasladarse.
Habría avanzado unos cien metros cuando vio que el borde del barranco se curvaba hacia fuera y abajo, como si fuese el labio de un pozo irregular cortado en la montaña. Esta impresión quedó fortalecida cuando la curva derivó hacia la izquierda, más lejos del origen del sonido que Trykar deseaba investigar, pero continuó siguiendo por el borde hasta llegar a su punto más inferior, que debía hallarse directamente bajo el lugar por donde él se asomó antes. Entonces empezó a sentirse profundamente interesado.
A la izquierda de Trykar —o sea, dentro del pantano—, la caída del agua era perfectamente audible; y al mismo tiempo los arbustos y las rocas irregulares desaparecieron, por lo que se halló en lo que no podía ser más que una carretera mal conservada. Al principio no se dio cuenta de su condición, pero a los pocos pasos halló un reguero que cruzaba el camino, dentro de una especie de zanja profundamente excavada en la tierra. Investigando este curso de agua, descubrió que su fuente era la excavación en forma de pozo, que aparentemente se hallaba llena de agua hasta el nivel del camino. Con creciente entusiasmo, Trykar vio que el agujero tenía unos ciento cincuenta metros en la dirección que corría paralelamente al plano de la montaña, y durante su descenso vio que se hallaba lleno hasta la mitad en la otra dirección. De ser bastante profundo… Estaba a punto de entrar dentro del agua que estaba investigando, cuando se acordó del telecomunicador que podía quedar dañado si se mojaba, y de su promesa a Tess de no separarse del mismo. En vez de investigar en el pantano, retrocedió, siguiendo el camino hacia los sonidos que antes habían despertado su curiosidad.
Su avance, con sus piernas ridículamente cortas para su estatura, no fue rápido. A los quince minutos había pasado por otros dos pantanos llenos de agua, y se acercó a un tercero. Éste pudo examinarlo con más detalle que los otros dos, aunque sin aproximarse tanto, ya que el camino en aquel punto, y asimismo el agua, estaban iluminados por el primer farol del pueblo. Unos metros más adelante, al lado del camino opuesto a los embalses, empezaban a ser visibles las casas iluminadas, por lo que Trykar se detuvo a meditar.
El sonido procedía evidentemente del interior del pueblo. Si continuaba investigando, no sólo tendría que pasar por sitios iluminados, sino que cabía esperar una concentración de seres humanos. Por otra parte, como su piel era de color oscuro y las luces no abundaban, y él sentía gran curiosidad respecto a los sonidos que continuaban sin interrupción, supuso que aunque topara con algún ser humano, con un poco de suerte éste no llegaría a enterarse. Por lo tanto, Trykar decidió seguir avanzando con la máxima circunspección.
Escogió el lado de la carretera opuesto a los pantanos, primero porque allí eran más densas las tinieblas, y segundo, porque le procuraba más amparo en forma de setos y cercas delante de las casas, que ahora comenzaban a ser más numerosas. Andaba, con su paso afectado, muy cerca de aquéllas, erguido en toda su estatura y dejando que sus grandes e independientes ojos, asentados a cada lado de su cabeza rígida y sin cuello, girasen constantemente a todas partes. De esta forma pasó por delante de otro pozo, pero a un centenar de metros más adelante, al lado derecho, apareció un muro que le obstaculizó la visión de todo lo demás, si es que existía algo más. Era una valla, sólidamente construida, y rebasaba en más de medio metro la altura de Trykar. Los sonidos parecían proceder de un lugar detrás de aquella barrera, pero bastante más lejos.
Habiéndose adentrado tanto, el extraño ser fue lo bastante sensato como para disgustarle la idea de gastar en vano sus esfuerzos. Cruzó el camino por un punto situado entre dos faroles. Entre los pantanos, la falda de la montaña cubierta de maleza llegaba casi hasta la calle, por lo que Trykar volvió a tenderse de nuevo para aprovecharse del refugio ofrecido por la maleza mientras avanzaba al extremo más cercano del muro. Esperaba hallar acceso al otro lado de la barrera, pero vio que, en vez de empezar donde primero le fue visible, el sector que corría a lo largo del camino no era más que una prolongación de una estructura similar que descendía desde la montaña, y Trykar consideró que era una pérdida de tiempo rodear toda la valla hasta tener la ocasión de hallar una abertura.
Volvió a incorporarse y miró cuidadosamente a su alrededor. Todo parecía desierto. Aplastándose contra las tablas de la cerca, levantó un miembro, logrando que las puntas de sus cuatro delgados tentáculos se curvaran sobre la parte superior de la valla. Los apéndices, incluso en su unión con el cuerpo, no eran más gruesos que el pulgar de un hombre, ya que en realidad eran, anatómicamente, partes separadas de las grandes aletas laterales y no piernas y pies modificados para un uso prensil; a menos que pudieran curvarse completamente sobre un objeto no tenían tanta fuerza como la mano o el brazo humanos. Trykar, sin embargo, dejó que su cuerpo se doblara en forma de S y de repente se enderezó, saltando hacia lo alto. Al mismo tiempo ejerció poderosa fuerza con sus delgados miembros. El esfuerzo resultó suficiente para llevar la parte superior de su cuerpo a lo alto de la cerca y durante los pocos segundos que fue capaz de sostenerse en aquella posición vio lo bastante como para satisfacerle.
Había otros dos pantanos al otro lado de la valla, levemente iluminados por luz eléctrica. Prácticamente no contenían agua, y eran muy profundos… El más próximo, cuyo fondo era visible para Trykar, se hallaba a más de sesenta metros del lindero de los bloques de piedra sueltos que yacían en lo hondo. Los pantanos eran canteras, con toda seguridad. Los bloques de piedra y los instrumentos, así como las innumerables caras lisas de los muros de granito lo pregonaban con toda claridad. Los ruidos que despertaran la curiosidad de Trykar procedían de las máquinas situadas en el fondo del pantano más cercano, y la existencia de unas amplias tuberías que salían de las mismas, así como la completa ausencia de agua, le indicaron que se trataba de bombas.
Pudo realizar otra deducción por la ausencia de agua. Estos seres humanos eran estrictamente de respiración aérea, lo cual ya se lo había informado la guía turística a él y a Tess, de lo cual se infería que los pantanos que se hallaban en la falda de la montaña, y que estaban llenos de agua, no se utilizaban. Si esto era así, uno de ellos sería un lugar ideal para esconder la nave.
Ante este pensamiento, Trykar volvió a bajar al suelo. Flexionó su cuerpo un par de veces para aliviar el dolor que sentía en el lugar donde las tablas de la valla habían penetrado en su carne, y empezaba a extender sus tentáculos con el mismo propósito cuando de pronto se inmovilizó. A sus espaldas, en la carretera por la que había venido, apareció un resplandor amarillento que fue creciendo de intensidad rápidamente, tanto, que antes de poder moverse el origen de la luminosidad estaba a la vista rodeando la última curva del camino y Trykar se quedo como clavado en la valla por los focos de los dos faros de un automóvil.
Cuando el vehículo llegó al sector recto de la calle la luz lo abandonó, pero Trykar comprendió que había estado expuesto a plena luz durante unos segundos. A medida que el coche se le acercaba contuvo la respiración, y tan pronto como el vehículo hubo pasado corrió montaña arriba durante unos treinta metros, buscando refugio entre los matorrales, tendiéndose después con la máxima inmovilidad posible para su cuerpo. Escuchó atentamente mientras el ruido del motor se iba desvaneciendo en la distancia, hasta que pudo exhalar un suspiro de alivio. Evidentemente, aunque fuese inverosímil, el ocupante o los ocupantes del auto no le habían visto.
No se le ocurrió que, aun cuando el conductor hubiese reparado en la extraña figura de Trykar a la luz de los faros, parar el coche para investigar de qué se trataba hubiera sido la última cosa del universo que hubiera hecho. El mismo Trykar, y todas sus amistades —que no se hallaban limitadas ni mucho menos a su propia raza—, hubiesen considerado este asunto de la misma manera.
Estaba un poco trastornado por aquel suceso. Hubiera debido anticiparlo, naturalmente, y, por lo tanto, había sido una estupidez escalar la valla tan cerca de la carretera; pero lo que habría sido evidente para un soldado, un detective o un ladrón no entraba dentro de la esfera de actividades diarias de un investigador de química en su luna de miel. Si Trykar hubiese sabido algo respecto a la Tierra antes de emprender aquel viaje, no se habría acercado siquiera al planeta. Lo único que había observado era que se trataba de una estación de refresco cercana a la ruta directa hacia el mundo que él y Tess habían planeado visitar durante aquellas vacaciones; y hasta que no cortó la órbita de Mercurio no se molestó en enterarse de más detalles. Éstos no eran demasiado alentadores, pero un rodeo habría consumido casi todo su período vacacional en el vuelo, y como Tess dijera, lo que otros habían ya hecho, ellos también podían llevarlo a cabo. Trykar sospechaba que su flamante esposa tenía una idea exagerada de sus habilidades, pero no opuso ninguna objeción. Y aquí estaban.
El coche le produjo un buen efecto a Trykar, ya que se tornó mucho más prudente. Tras haber satisfecho su curiosidad respecto a los sonidos, comenzó a retroceder hacia la nave, donde se hallaba Tess, pero esta vez permaneció muy apartado de la carretera, moviéndose en línea paralela a la misma, hasta que los abandonados pantanos, o antiguas canteras, le impidieron avanzar en tal sentido. Entonces dejó el bosque y descendió por la ladera sólo lo suficiente para permitirle penetrar en el agua sin chapotear. Nadó rápidamente, manteniendo el comunicador fuera del agua con un tentáculo, y emergió para continuar andando. Perdió el menor tiempo posible, ya que el pantano que acababa de atravesar era uno de los relativamente bien iluminados por un farol.
En el siguiente, sin embargo, perdió más tiempo. En vez de llevar el comunicador consigo, lo escondió bajo un arbusto próximo a la carretera y desapareció por completo bajo el agua. En el interior de aquella masa líquida reinaba la más completa oscuridad, por lo que tuvo que confiar exclusivamente en su sentido del tacto, y recordando lo que había visto respecto a los muros de granito de las canteras, no se atrevió a nadar con rapidez por miedo a romperse la crisma en una roca. En consecuencia, tardó media hora en obtener una buena idea del pantano como escondite. El veredicto no fue muy bueno, aunque plausible. Finalmente, Trykar saltó al suelo, recogió su comunicador y continuó hasta el pantano siguiente.
Pasó varias horas examinando los grandes pantanos. En total eran siete; dos estaban en pleno uso, rodeados por la valla, destinados a canteras, completamente secos; uno era inutilizable debido al farol callejero, por lo que quedaron cuatro que le llamaron la atención. El primero encontrado era en realidad el último y más alejado del pueblo; pero fue el contiguo el que le resultó más conveniente. No sólo era el que se hallaba más apartado de la carretera —unido a la misma mediante un sendero de veinte metros hasta el borde del agua—, sino que estaba excavado a unos diez metros bajo la superficie del terreno, en la ladera de la montaña. La hondonada no era del todo suficiente para ocultar por completo la nave, pero sería una buena ayuda. Trykar se sintió completamente satisfecho cuando surgió por segunda vez de este posible escondite. Tras recuperar su pequeña cajita comunicadora, efectuó la señal con la que avisaba a Tess su regreso. Después, sostuvo el aparato levantado hacia el monte, moviéndolo lentamente de lado a lado y de arriba abajo, hasta que una platina hexagonal de la caja resplandeció súbitamente con una luminosidad roja. Satisfecho al saber que encontraría la nave, el extraño ser inició la ascensión.
Poco antes de penetrar en el espeso bosque más arriba de los pantanos, miró otra vez hacia el pueblo. Prácticamente, todas las casas estaban ya a oscuras, pero la estación seguía iluminada, lo mismo que los faroles de las calles. Las bombas de las canteras todavía zumbaban, y satisfecho por no haber creado ningún conflicto con su presencia, Trykar reemprendió su ascensión.
Sus cortas piernas tardaron mucho tiempo en apartarle del fondo del valle y trasladarle hasta lo alto del monte donde se hallaba la nave. Había esperado poder esconderla antes de que naciese el nuevo día, pero mucho antes de llegar a la cumbre abandonó tal plan. Al fin y al cabo, la nave era invisible hasta que una persona llegaba al borde de la hondonada donde se hallaba, y Trykar estaba prácticamente seguro de que ningún ser humano visitaría tal lugar… aunque la guía mencionaba que los terráqueos todavía cazaban animales salvajes por deporte y procurarse el sustento. Él y Tess podrían alternar turnos de vigilancia en cualquier caso, y si se acercaba un cazador… ya adoptaría las medidas oportunas.
Dos veces durante la ascensión hizo uso del comunicador, preguntándose constantemente por qué tardaba tanto en llegar. A la tercera, sin embargo, la platina resplandeció con más fuerza, por lo que emprendió la dirección indicada en vez de limitarse a seguir subiendo. Tardó otra media hora en localizar la nave, pero por fin llegó a bordo del barranco y divisó la brumosa radiación que surgía de la parcialmente abierta puerta de la escotilla. Se deslizó por la pendiente y penetró en la nave por la rampa de metal.
Tess se hallaba junto a la escotilla, con la ansiedad reflejada en su semblante.
—¿Qué estuviste haciendo? —le preguntó—. Capté tu señal de regreso, y comencé a enviarte señales, pero has tardado tanto que empecé a preocuparme. No llevas armas y no estamos seguros de que todos los animales de la Tierra teman atacarnos.
—Todas las criaturas que he visto huían de mí —le aseguró su esposo—. Naturalmente, no sé si alguna atacaría a un terráqueo de mis dimensiones. Pueden ser sólo herbívoros; pero de todos modos, ya sabes que podríamos encontrarnos en un conflicto por llevar armas en un planeta de baja cultura. De todas formas, he hallado un escondrijo ideal para la nave, muy cerca del pueblo. Si no estuviese tan cansado, podríamos llevarla allí ahora mismo, pero opino que será preferible aguardar a mañana noche. Todo el asunto nos costará varios días planetarios.
—¿Has visto a algún representante de una raza inteligente? —quiso saber Tess.
—No exactamente —replicó Trykar.
Acto seguido le contó su encuentro con el automóvil, mientras ella le preparaba la comida, y entre dos bocados le fue describiendo la hondonada acuática donde planeaba esconder la nave y desde donde podrían efectuar las salidas necesarias. Tess se entusiasmó, aunque todavía ignoraba el método que Trykar emplearía para obtener lo que necesitaba de un ser humano sin que éste se enterase de la presencia extraña. Su esposo le sonrió.
—Como dijiste, ya se hizo antes —observó—. Ahora voy a dormir; hacía años que no me sentía tan agotado. Mañana te lo explicaré todo.
Se levantó, metió los utensilios de la comida en la lavadora y se dirigió a su dormitorio. Los tanques ya estaban llenos, y se deslizó dentro sin el menor chapoteo, quedándose dormido antes de que el agua le ocultase por completo. Tess siguió su ejemplo.
No había exagerado su fatiga. Durmió hasta mucho después de estar levantada su mujer y haberse desayunado. Ella se hallaba en la biblioteca leyendo nuevamente los capítulos dedicados a la Tierra y sus habitantes, cuando él apareció. Uno de sus ojos giró hacia arriba mirando a Trykar.
—Al parecer, esos seres humanos son lo bastante primitivos como para mostrar una marcada tendencia a la superstición, achacando todo lo que no comprenden a una intervención sobrenatural. ¿Tratarás de disimular tus actividades en este sentido?
—No pienso realizar ningún esfuerzo específico en tal dirección —contestó él—, aunque podría ocurrir la reacción que han mencionado. Comprenderán que ha sucedido algo fuera de lo normal, cosa que no veo cómo puedo evitar, a menos que tengamos una suerte extraordinaria y tropecemos con un individuo que no pueda ser echado en falta por sus congéneres en uno o dos días. Estoy seguro, sin embargo, de que un empleo juicioso de un anestésico impedirá que el sujeto inquiera datos que le permitan llegar a conclusiones desdichadas. Si me dejas esta guía unos momentos, intentaré hallar qué es lo que puede afectar a sus sistemas.
—Creo que tenemos muy pocas drogas, y ningún anestésico —objetó Tess.
—Cierto; pero poseemos bastantes productos químicos y reactivos. Recuerda cuál es la ocupación de tu marido, querida.
Cogió el libro, sonriendo, y se instaló en una percha. Leyó silenciosamente durante diez minutos, hojeando el libro rápidamente atrás y adelante de una manera que sugería que sabía qué estaba buscando, pero que hacía muy difícil para su esposa la lectura por encima de su hombro. Sin embargo, no dejó de intentarlo. Por fin, Trykar se detuvo varios minutos en una misma página. Luego levantó la mirada.
—Creo que esto nos ayudará —declaró—. He de ver si tenemos materiales necesarios. ¿Quieres ver a un químico trabajando, querida concertista?
Ella lo siguió, claro está, contemplando absorta cómo su marido iba realizando el inventario de lo que llevaban en calidad de productos químicos, midiendo, mezclando, combinando, calentando y enfriando, destilando y recolectando; la joven poseía cierto conocimiento de las ciencias físicas, pero ahora pudo apreciar que su esposo, en su trabajo, era un artista tan bueno como ella en el suyo. Era este conocimiento, compartido por algunos, de este lado de su carácter, lo que la había llevado a casarse con él, un individuo considerado por todas sus amistades como anodino, aparte de su ciencia.
Trykar conectó el agotado tubo de su última destilación a una pequeña bomba rotatoria, confinando el gas resultante en un cilindro que podía ser transportado con facilidad. Incluso Tess comprendió el significado de esta última operación.
—Si es un gas, ¿cómo piensas administrarlo? —preguntó—. A juzgar por los retratos, estos seres humanos son mucho más fuertes que nosotros. No nos será posible ponerles una mascarilla en el rostro, y no sabemos si un chorro de gas puede ser práctico a distancia. ¿Por qué no empleas un líquido o un sólido soluble que pueda usarse con una flecha, por ejemplo?
—Cuanto menor sea el equipo que llevemos, mejor para nuestro asunto —replicó Trykar—. Si el aire está relativamente inmóvil y no llueve, podré lograr que este gas sea absorbido en una aspiración. Ya se ha hecho antes en este planeta. Tendrías que prestar más atención a lo que lees —giró los ojos hacia su esposa—. ¿Nunca has hecho una burbuja?
Tess permaneció quieta un momento, meditando. Por fin se iluminó su semblante.
—Claro. Ahora te entiendo. Y pasando a otra fase del problema, ¿cómo y cuándo hallarás a un ser humano solo?
—Nos ocuparemos de esto después de haber movido la nave. Tendremos que estar al acecho uno o dos días, para aprender algo de sus costumbres en este distrito, ya que el libro no ayuda mucho en tal sentido. Si un cazador o un viajero solitario se nos acerca bastante, el problema se solucionará por sí mismo; pero no podemos contar con esto. Hasta ahora he hecho cuanto he podido, querida. Tendremos que esperar a que anochezca para mover la nave.
—Está bien —se conformó Tess—. Voy a salir un poco; nuestra vista del planeta a pleno día fue hecha desde mucha altura. Aunque no podamos acercarnos a los pequeños animales, pueden haber plantas o rocas, o sólo un paisaje, que valga la pena contemplar. ¿Vienes?
Trykar asintió, con la condición de que ninguno de ambos se alejaría mucho de la nave. Estaba perfectamente enterado de sus limitaciones en un ambiente sin civilizar, y sabía que cualquiera podía acercárseles sin que se diesen cuenta. Al aire libre podían enfrentarse con innumerables peligros; con la nave y su equipo a mano, siempre podrían adoptar ciertas medidas.
Salieron juntos, dejando abierta la escotilla, aunque podía cerrarse y abrirse eléctricamente, pero Trykar había leído el caso de un individuo que en una situación semejante regresó a la nave descubriendo que la fuerza eléctrica no existía ya por haberse fundido un fusible, dejándole en una posición verdaderamente embarazosa. El cielo estaba encapotado, como desde que habían llegado, pero había ciertas señales indicadoras de que el sol deseaba asomarse. El bosque estaba húmedo, lo cual resultaba muy incómodo para los seres espaciales. La temperatura era, desde su punto de vista, fría; pero no desagradable.
Había mucha vida animal. Aunque ninguno de los diminutos seres permitió que se les acercasen, pudieron examinarlos con bastante detalle; las células de la retina eran menores que las de los ojos humanos, pero sus órbitas eran tres veces mayores, lo cual les permitía distinguir claramente objetos para los que un ser humano necesitaría una lupa. La vida de los pájaros era de particular interés para Tess; tal clase de criaturas no existía en su planeta, por lo que realizó una buena colección de plumas.
El animal más grande que divisaron fue un ciervo. Éste los vio en el mismo instante de pie al borde de un precipicio, en un lugar sombreado por copudos árboles; los contempló fijamente medio minuto tratando de digerir aquel nuevo factor en su existencia. Después, cuando Tess realizó un leve movimiento hacia el animal, éste dio media vuelta, y saltando desapareció al momento por el abismo. Ambos apresuraron el paso hasta el lugar donde había estado, esperando echar una ojeada final a tan hermoso ejemplar pero tardaron demasiado, por lo que nada era visible entre los árboles cuando llegaron al lugar. Tess se volvió a su compañero,
—¿Por qué no es posible utilizar un animal como éste? Sería posible no perjudicarlo y debe ser semejante a los seres humanos.
Trykar movió una aleta negativamente.
—Yo soy químico, no biólogo, y no lo sé. Pero creo que tiene algo que ver con el grado de desarrollo del sistema nervioso del donante. Puede parecer extraño que esto afecte a su sangre, pero así es… Recuerda que cada célula del cuerpo de un ser tiene los cromosomas y los genes, y lo que sea, que los biólogos conocen, lo cual hace teóricamente posible que nazca un nuevo animal de la misma especie de cualquiera de dichas células. No creo que se haya logrado todavía —añadió con cierto humorismo—, ¿pero quién soy yo para saberlo?
Tess le interrumpió con el gesto.
—Dime, Trykar, ¿este zumbido que oigo es producido por las bombas? Me sorprende que pueda oírse desde aquí. Escucha.
Trykar la obedeció, meditando un instante hasta que por fin hizo un ademán negativo.
—Es una máquina, pero no sé cuál. No creo que esté en la falda de la montaña, ya que la oiríamos más directamente. Puede hallarse entre los montes… no muy lejos, claro, y su eco nos confunde. Podría ser un avión, porque suena muy alto y… ¡cuidado! ¡No te muevas, Tess!
Se inmovilizó de repente y su esposa siguió su ejemplo. En el momento en que su advertencia era pronunciada, el zumbido creció hasta llegar a ser un rugido estruendoso que, por fin, tenía una dirección definida. Los ojos de los seres espaciales giraron hacia arriba para seguir la forma alada y plateada que cruzaba por el cielo, a unos doscientos metros más arriba de sus cabezas.
El piloto del A-26 no vio a aquellos extraños seres ni a su nave. Pasó directamente por encima de ésta, por lo que quedó fuera de su alcance visual, y aunque Trykar y Tess comprendieron que estaban a plena vista en medio del claro, la velocidad del aparato y la preocupación del piloto en la conducción del mismo impidieron que pudiera fijarse en nada más.
Cuando el rugido volvió a convertirse en un simple zumbido, Trykar se puso inmediatamente en movimiento. Corrió a la hondonada, hacia la nave. Y Tess, tras un momento de vacilación, le siguió.
—¿Qué pasa? —le preguntó—. No creo que nos haya visto, y además, ya es demasiado tarde para nada.
—No es esto lo peor —murmuró Trykar, ascendiendo por la rampa de entrada—. Esta mañana mencionaste algo respecto a la superstición del ser humano. Si todavía se hallan en este estado de desenvolvimiento social, sólo deberían poseer unos escasos rudimentos de las ciencias físicas. Como recordarás, el libro dice muchas cosas que deseo verificar ahora mismo.
Cogió la guía, que se abrió por sí misma en el apartado referente a la Tierra, y empezó a leer. Tess se esforzó por no interrumpirlo; pero no tuvo que esperar mucho tiempo. Su marido no tardó en mirarla y comenzar a hablar.
—Es como creía. Según dice esta guía, la humanidad tiene como uno de sus mecanismos más adelantados, la locomotora movida a vapor. Anoche vi una, según recordarás. Presumí, sin concederle mucha importancia al asunto, que las bombas de las canteras también estaban movidas por vapor. Aquí afirma que se emplean animales como tiro de carga para cortas distancias. Todo esto se relaciona con una cultura aún influida por la superstición. La guía no menciona ninguna clase de avión… pero ese aparato no estaba movido por vapor. Llevaba motores de combustión interna. Y ahora sé que las bombas de los pantanos poseían similares plantas de fuerza, y si los hombres pueden construir aparatos de vuelo, ligeros y poderosos, es que saben más respecto a la física y química molecular de lo que debieran.
—¿Pero por qué tiene que ser un aparato construido por el hombre? —objetó Tess—. Al fin y al cabo, aquí estamos nosotros. ¿Por qué no puede tratarse de otra nave espacial que ha llegado al mismo tiempo? La Tierra es una estación de refresco.
—Por una multitud de razones —replicole Trykar—. Primera, cualquiera que venga aquí para descansar procurará mantenerse invisible, como hacemos nosotros, y ese avión volaba a plena vista del pueblo, y hacía un ruido suficiente como para ser oído en muchos kilómetros a la redonda. Segundo, no era una nave espacial, ya que habrás observado que la conducción se ayudaba con unas palas que giraban y otras fijas pegadas a los costados. ¿Por qué vendría nadie de otro planeta molestándose en construir aquí un avión, cuando es infinitamente más sencillo el traslado mediante una nave espacial? No, Tess, ese aparato está hecho por la mano del hombre y la guía está equivocada. Supongo que es culpa de la última revisión de este sector… realizada hace sesenta o setenta años atrás. Espero que no esté tan atrasada la guía respecto a la biología y la fisiología. Ciertamente, no desearía causarle el menor daño a un ser humano.
—¿Qué puedes hacer si el libro está equivocado?
—Continuar la labor empezada, pero con mucha más cautela. Ahora no podemos marcharnos. Tú estás a salvo puesto que todavía no tienes la edad, pero yo estaría en muy mala forma antes de llegar a otra estación de refresco. Seguiremos adelante con nuestro plan, y llevaremos esta noche la nave al pantano. Espero que la raza humana no esté tan avanzada en la electrónica como en otros aspectos; de lo contrario, nos exponemos a ser detectados. Me asombra cómo el individuo que efectuó el informe sobre este planeta cometiera un error tan fenomenal. Un fallo al medir los adelantos químicos y biológicos es perdonable, ya que no son tan obvios; pero pasar por alto la aviación, la luz eléctrica y los motores de combustión interna en general, ya es excesivo. Sin embargo —abandonó la candente cuestión—, esto es insoluble por el momento. Lo que ahora importa, Tess, es lo que mencionaste. Temo que no tomen como una superstición nuestras actividades, si las observan. Por lo tanto, tendremos que actuar con mayor sigilo. Si piensas en algo que pueda ayudarnos antes de caer la noche mucho te lo agradeceré.
Pero a ninguno de los dos se les ocurrió nada.
Llevar la nave por la ladera de la montaña resultó más difícil de lo que había pensado Trykar. No se atrevía a emplear los visores de microonda debido al temor que le inspiraba la probable destreza científica de la raza humana; fue necesario conducir la nave al nivel de las copas de los árboles, observando atentamente a través de las portillas, hasta que la pendiente se suavizó. Las luces del pueblo fueron visibles durante el descenso, manteniéndolas a la izquierda de la nave; ahora retrocedió doscientos metros hacia lo alto, puso en marcha el altímetro de reflexión, cuyo rayo vertical esperó no se esparciese tanto como para provocar una reacción en algún receptor cercano, y se abrió paso a lo largo del paisaje en la dirección general de las luces.
Por fin llegó a cierta distancia al norte de los pantanos, hasta que por fin la aguja del altímetro dio un salto y ambos miraron por las portillas, mientras Trykar hacía descender la nave, sumamente despacio. Cuando el casco tocó algo… empezó a hundirse. Se hallaban en el primer pantano. La nave volvió a elevarse, esta vez un poco más para su seguridad, y prosiguió su rumbo montaña abajo. De nuevo un salto de la aguja, y otra vez el descenso. Pero esta vez le fue permitido a la nave bajar sin que el casco hiciera ningún contacto.
La nave dejó de sumergirse cuando se había hundido en sus tres cuartas partes, y Trykar la guió cuidadosamente al costado del gran pantano donde había localizado la gran excavación. Mientras la parte delantera iba rozando constantemente el muro de granito, permitió que el agua penetrase en todos los compartimientos hasta que el casco se halló completamente bajo el agua. Podía haber usado la dirección a motor, pero prefirió mantener la nave estabilizada en el escondrijo. Utilizó la energía eléctrica para asentarla en la hondonada, que localizó mediante el empleo de una sonda de ecos; sus impulsos no serían detectables fuera de la masa de agua que les rodeaba.
Dejando a Tess que mantuviera temporalmente el aparato en posición, Trykar pasó por la escotilla y anudó los cables metálicos a los salientes rocosos, afirmando la nave. Podía haber horadado algunos agujeros para tal efecto, pero con ello hubiera alterado el silencio. Una vez terminada su tarea, golpeó el casco para indicárselo a Tess. Ésta cortó la corriente, dejó que la nave se estabilizara y se juntó a Trykar en el agua. Era el primer baño desde que empezaran el viaje, por lo que pasó con su esposo una hora gozando del mismo.
Estuvieron cierto tiempo explorando el fondo del pantano y salieron a la carretera; luego, por si acaso el día siguiente resultaba excesivamente agotador, regresaron a sus dormitorios acuáticos. Trykar, antes de deslizarse en el agua fría, puso el despertador para levantarse antes de la salida del sol.
Sin embargo, antes de que el astro del día estuviese muy alto en el horizonte, él y Tess ya estaban trabajando. Exploraron una vez más, a la luz del día, los alrededores del pantano, y entre las matas y las piedras y bloques de granito hallaron varios lugares donde esconderse.
Ninguno era ideal. Necesitaban dos, más o menos visibles uno del otro, con vistas a un corto trecho de la carretera que pasaba junto al pantano. Uno era muy satisfactorio a este respecto, pero por desgracia se hallaba situado en el lado más apartado del pueblo, cubriendo el tramo de carretera que consideraban más adecuado a sus propósitos. En el otro lado, hallaron un espacio bajo unos cuantos bloques de granito desde donde era posible divisar el otro escondite y el pantano, si bien para divisar la carretera era necesario arrastrarse unos veinte metros. Como el avance podía hacerse a cubierto de las matas, Trykar eligió este lugar y puso en él el cilindro con el gas y los demás auxiliares del equipo.
Desde el punto en el que Trykar veía la carretera no divisaba el escondite de Tess, por lo que al cabo de un momento de indecisión la llamó. Se aseguró de que no hubiese ningún ser humano por los alrededores, pero a pesar de todo fue muy breve en su llamada. Luego, volvió arrastrándose al borde del pantano. Como su escondrijo se hallaba a cierta distancia de la falda de la montaña, estaba a unos veinte metros por encima del agua; pero se lanzó sobre el reborde de granito sin vacilación, y chocó contra la superficie con el mismo sonido efectuado por una pequeña piedra arrojada desde la misma altura.
Penetró en la nave sumergida, metió dos comunicadores como los utilizados la primera noche en sendas cajas impermeables, y las sacó a la superficie. Trepando penosamente hasta donde se hallaba Tess le entregó uno, y acto seguido regresó a su propio sitio de observación, cruzando todo el pantano.
Se dispuso a vigilar, seguro de que ambos escondrijos no podían ser observados desde las cercanías y aliviado al comprobar que Tess podría ver algo sin tener que advertirla.
No tuvieron que aguardar mucho. Tess fue la primera en indicar algo visible. Antes de que Trykar pudiera pedir detalles, él mismo oyó el motor del coche. Iba por la carretera hacia el pueblo, de carrocería antigua, aunque los seres espaciales no tenían referencias de comparación. Pasaron dos más, en la misma dirección, durante los quince minutos siguientes. Cada uno iba conducido por un ser humano. Eran hombres que trabajaban en las granjas del valle, que iban al pueblo a cumplir diversos encargos de sus amos, aunque los centinelas del espacio no lo sabían. Después, no ocurrió nada más durante una hora.
A las ocho, sin embargo, Tess volvió a hacer señales, y esta vez con el código que habían acordado indicaría la presencia de un transeúnte solitario. Trykar recibió el mensaje, pero no se movió. El transeúnte no iba solo; al cabo de cinco minutos pasó otro y luego un pequeño grupo. Eran los primeros seres humanos que veían los espaciales con toda claridad, aunque a considerable distancia, si bien la aguzada vista de aquellos extraños seres se sobreponía a tal obstáculo. Prácticamente, todos los terráqueos llevaban libros o paquetes bajo el brazo. Variaban de estatura desde la mitad de Trykar hasta unos tres cuartos, aunque, como iban en grupos casi por estaturas, Trykar no tenía forma de compararlos.
Esto fue todo. Una vez aquellos seres humanos, muy parlanchines por cierto, hubieron desaparecido en el pueblo, la carretera continuó desierta. Sólo una vez, poco antes de mediodía, regresó uno de los automóviles. Trykar supuso que era uno de los que avistara antes, pero no podía estar seguro, puesto que no se hallaba familiarizado todavía con aquellos vehículos, ni podía distinguir claramente los rasgos individuales de los conductores. Como antes, llevaba un solo ocupante, que no era claramente visible desde fuera. Durante siete horas interminables aquél fue el único nativo de la Tierra que interrumpió la soledad.
Tess, más joven y más impaciente que su esposo, fue la primera en cansarse de la guardia. Poco después del paso del solitario coche, empezó a tabalear en el comunicador, según la clave general, que él había insistido en que aprendiera de acuerdo con la ley, preguntando con irritante insistencia respecto a la duración de la espera. Trykar ya había previsto esta impaciencia, por lo que no se mostró muy desagradablemente sorprendido.
—Uno de nosotros deberá quedarse de guardia hasta que anochezca, pero no existe ningún motivo que impida que vayas a la nave y comas y descanses, si quieres. Después, podrás traerme algo de comer, cuando tú hayas terminado.
Se arrastró hasta el lugar desde donde podía divisar el escondrijo de su mujer y vio cómo ella se dirigía al borde del pantano, y se zambullía con elegancia. Luego, volvió a su puesto de guardia.
Su esposa comió, descansó y le llevó la comida antes de que volviera a suceder algo. Fue Trykar esta vez quien vio a los recién llegados; y tan pronto lo observó no sólo informó a Tess, sino que se formó una hipótesis que daba una explicación a los movimientos de aquellos seres humanos e implicaba la posibilidad de entrar en acción dentro de poco. Los recién llegados eran dos individuos que llevaban libros. Trykar los vio pasar, madurando su idea, y cuando estuvieron fuera de vista llamó a Tess para que se le reuniese. La joven se acercó, abriéndose paso lentamente entre los matorrales y le preguntó qué quería.
—Creo saber qué pasa. Estas personas que hemos visto, aparentemente, viven cerca de la carretera, por entre esos campos y montes, pero por algún motivo ignorado tienen que pasar parte del día en el pueblo. Por lo tanto, es presumible que todas regresarán por el mismo sitio, poco antes de oscurecer. Estoy seguro de que los que acaban de pasar se hallaban entre los que hemos visto esta mañana. Así, pues, quiero que te quedes vigilando aquí, mientras yo bajo al lugar donde el sendero del pantano se une a la carretera. Cuando se acerque alguien hazme una señal, y yo, escondido junto a la carretera, podré apoderarme de uno de ellos si va solo. Si se acercan otros mientras esté trabajando, avísame, pero sólo tardaré unos segundos, y el individuo no necesitará estar inconsciente mucho tiempo. Aunque otros le sigan poco después, creo que podré arreglar las cosas para que parezca un accidente. Supongo, naturalmente, que no aparecerá nadie por la otra dirección. Es una alternativa a la que hemos de arriesgarnos, pero el tráfico que hemos observado hoy parece justificar mi optimismo.
—De acuerdo —se conformó Tess—. Vigilaré desde aquí. Espero que no tardes mucho. Me estoy cansando mortalmente.
Trykar hizo un gesto de asentimiento y se dispuso a marcharse.
Jackie Wade habría simpatizado con Tess, de haber soñado con su existencia. También él se sentía mortalmente aburrido. El día anterior no fue tan malo: el primer día de clase siempre tenía el elemento de interés inherente a la novedad de los nuevos maestros y, concediendo mucho al interés general, a los nuevos libros; pero el segundo día ya era puramente educativo. Cinco años de estudios no fueron suficiente para que a Jackie le gustara estudiar; y al comienzo del sexto, lo consideraba simplemente como una de las necesidades menos agradables de la vida.
Miró, por enésima vez, el reloj colocado intencionadamente al fondo de la clase. Faltaban dos minutos para la salida. Comenzó a reunir los pocos libros que proyectaba llevarse a casa para cubrir las apariencias, y acababa de apretar la hebilla de la correa cuando sonó la campana. No se precipitó a la puerta, sino que esperó hasta que el profesor se hubo puesto de pie, contemplando a toda la clase y concedido su permiso verbal para salir. Quince segundos más tarde se hallaba ya delante del colegio.
Su hermano James, dos años mayor que él y más alto, se le reunió un momento después. Echaron ambos a andar hacia la carretera y al cabo de un par de minutos se les reunieron otros chicos de las granjas del valle. Cuando hubo aparecido el último, Jackie empezó a apretar el paso, pero su hermano le contuvo. Jackie le miró sorprendido.
—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Sufres de reumatismo?
Jimmy gesticuló hacia las diminutas figuras que se veían al frente, a cierta distancia.
—Fatty y Alice. Deja que nos adelanten. Queremos ir a nadar, y Fatty es la peor chismosa de las chicas que conozco.
Jack asintió, comprensivo, y el grupo se demoró. El camino más corto hacia los pantanos los llevaría hacia las canteras en actividad y a las casas que se hallaban más alejadas de la carretera. Los habitantes adultos de una o dos de aquellas viviendas no gozaban de mucha popularidad entre los muchachos por haberse opuesto a sus partidas de natación; por lo tanto, antes de que la carretera llegase a tal sitio, los chicos giraron al norte una calle que corría paralela a la ruta deseada. La siguieron hasta que se convirtió en un sendero del monte; entonces doblaron a la izquierda hasta llegar de nuevo a la carretera. Los muchachos iban todos en fila india.
No había nadie a la vista, según los «exploradores». Las dos jóvenes ya estaban muy lejos. Por fin, el grupo cruzó apresuradamente la carretera y corrió hacia el más apartado de los pantanos. Trykar no había sido el primero en apreciar esta cualidad. Trece muchachos, de siete a catorce años, se ocultaron convenientemente entre los arbustos, se despojaron de sus ropas con gran premura, y un momento más tarde estaban chapoteando en las profundas aguas.
Todos eran buenos nadadores, y sus respectivos padres, tanto del valle como del pueblo, ya había abandonado toda esperanza de mantener a sus retoños apartados de los pantanos, y la mayoría incluso alentaba a sus hijos para que aprendieran a nadar mejor. Jimmy y Jackie Wade se contaban entre los mejores nadadores.
Trykar, cuyo descenso hacia la carretera se vio interrumpido por la llegada de la alegre pandilla, no creyó tan buenas sus cualidades natatorias, pero era suficientemente listo como para comprender que aquellas deficiencias se debían en realidad a motivos anatómicos. Su primera emoción al verlos fue el temor de que pudieran descubrir el escondite del cilindro de gas y Tess, por lo que regresó lo más disimuladamente y deprisa posible. El temor anidó en él y Tess, mientras ambos vigilaban desde el borde del pantano. Pero no podían hacer nada para impedir el descubrimiento. En terreno seco no podían moverse tan deprisa como los chicos al correr, y había demasiados ojos alrededor para arriesgarse a zambullirse en el agua.
Dos o tres muchachitos treparon a los rebordes del pantano y se zambulleron, pero Trykar, después de observar los chapoteos que hicieron, decidió que no nadarían muy adentro, y se preguntó cuánto tiempo duraría su diversión; ya que era obvio que estaban nadando sólo por placer y no por un motivo definido. También se preguntó si se marcharían todos juntos, y cuando le asaltó esta idea contempló el cilindro del gas que tenía detrás.
Los chicos hubieran podido quedarse más tiempo, pero la geografía local influía en ellos hasta cierto punto. El pantano se hallaba en la ladera este de la montaña, era ya media tarde y la mayor parte del agua estaba en la sombra. A medida que el sol se hundía, privándoles del calor necesario para que el baño resultase agradable en septiembre, su entusiasmo empezó a declinar. El más pequeño recordó que vivía bastante adentro del valle y se retiró para volver completamente vestido y exhortando a los demás a acompañarlo. Jackie Wade lo miró sorprendido.
—¿Por qué te vas tan pronto? ¿Tienes miedo? —se burló.
—No —denegó el chiquillo—, pero ya es tarde. Mira el sol.
—Vete a casa si quieres, niño —rió Jack, sumergiéndose de nuevo en el agua.
Vivía a corta distancia y no era más travieso que otro cualquiera de diez años. Sin embargo, dos o tres apreciaron la fuerza del argumento esgrimido por el pequeño, y algunos desaparecieron entre los arbustos para recoger sus ropas. Uno de ellos fue James, el cual sabía que la distancia hasta su casa no le permitiría secarse el cabello. Al fin y al cabo, se suponía que no iban a nadar al pantano, y de nada servía buscar camorra.
Esta acción por parte del mayor del grupo produjo resultado; cuando Jackie volvió a salir del agua, no había nadie a la vista. Llamó a su hermano.
—¡Ven a vestirte, testarudo!
Jackie le hizo una mueca.
—¿Por qué tan pronto? —insistió—. Todavía no son las cuatro. Yo me quedo a nadar un poco más.
Unió la acción a la palabra, trepó a uno de los más altos bloques de granito y se zambulló desde el lugar más alto.
—¡Eres un cobarde, Jim! —gritó cuando su cabeza volvió a aflorar a la superficie—. ¡Me apuesto cualquier cosa a que no eres capaz de tirarte desde ahí!
Su hermano reapareció al bode del agua completamente vestido, excepto la camiseta que había usado como toalla, y que estrujó a fin de secarla antes de llegar a casa.
—Seguro que no —contestó, cuando Jackie volvió a trepar a su lado—, ni quiero probarlo hoy. Me voy a casa, y sé lo que te dirá papá si sabe que estás bañándote solo. Aquí tienes tus ropas —se las arrojó, y fueron a caer junto a un pedrusco.
—¡Jim! ¡Jackie! —chilló una voz desde la carretera—. ¡Vamos!
Jim le contestó con otro grito inarticulado.
—Me marcho —le comunicó a su hermano—. Apresúrate y síguenos.
Le volvió la espalda y desapareció hacia la carretera. Jack volvió a hacerle una mueca.
Rebelándose contra la autoridad de su hermano, autoridad concedida por la edad, volvió a trepar a la roca desde la que se había zambullido, obligando a Trykar, que estaba bajando por la ladera con todo el equipo entre sus tentáculos, a dejarse caer detrás del refugio más cercano, una espesa mata espinosa. Jackie, sin embargo, no lo vio. El peligro que comportaba nadar solo le impidió sumergirse de nuevo, por lo que descendió de su elevada posición, poniendo un poco de sentido en su impetuosa juventud. Fue descendiendo por las rocas, se sentó sobre la cálida superficie de una piedra y empezó a secarse. Trykar reemprendió su silencioso descenso.
Mientras bajaba, iba considerando la situación. El ser humano estaba sentado sobre la piedra, de cara al agua; en aquel momento, Trykar se hallaba directamente a su izquierda, y un poco más elevado. Tess se hallaba casi al frente, más arriba todavía. Si soplaba la brisa sería insuficiente para rizar el agua y Trykar tuvo que recurrir a un método equivalente a mojarse el dedo. Lo hizo y observó que un tiempo muy débil soplaba aproximadamente desde el este… o sea por detrás de la figura sentada. Trykar se sintió agradecido por esto, aunque era una circunstancia muy natural. Con la piel todavía húmeda, Jackie sintió la corriente del aire y se volvió de espaldas a la misma, como reacción natural.
Trykar tuvo que colocarse detrás de él. El trayecto a través de las matas y las piedras resultó bastante lento, y cuando el ser espacial hubo conseguido una posición satisfactoria, el chico estaba ya volviendo del revés su bañador, a fin de escurrirlo. Luego se agachó para deshacerse el lazo de un zapato, pues se los había quitado sin desanudarlos.
Trykar, mirándolo con un ojo, dejó el cilindro en el suelo, cuidadosamente comprobó la boquilla para limpiarla de polvo y tierra, y comenzó a ajustar las diminutas válvulas. Satisfecho al fin, lanzó el chorro a presión hacia Jackie y apretó un disparador en la misma boquilla. Vigilando atentamente, consiguió divisar la casi invisible burbuja que apareció y fue creciendo en el reborde mismo del orificio.
Estaba compuesta por una mezcla aceitosa de alta tensión superficial y baja presión de vapor; podía, en condiciones apropiadas, permanecer intacta largo tiempo. Ahora se estaba llenando de una combinación compuesta en parte de un anestésico que Trykar había creado, y en parte de gas hidrógeno. La combinación era más ligera que el aire a fin de mantener una burbuja de un metro de diámetro en equilibrio.
Por fin soltó el disparador cuando le pareció que la burbuja había alcanzado el tamaño apetecido. Otros dos pequeños controles lanzaron un chorro extra del fluido, dando paso a otro producto químico que coaguló la burbuja en la región próxima a la boquilla, a fin de permitirle separarse sin romperse, y la burbuja casi invisible empezó a flotar a través del espacio hacia el asiento de Jackie.
A Trykar no le habría sorprendido que la primera burbuja fallase; pero la suerte y el cuidado de la operación se combinaron para ofrecer un feliz resultado. El chico indudablemente sintió el roce de la película de la burbuja, ya que se llevó un brazo a la espalda, como para apartar una telaraña, pero no llegó a completar el gesto. Al primer contacto con su piel, la delicada burbuja estalló, soltando su contenido, y Jackie absorbió una bocanada de la potente mezcla al respirar. Por una vez, la guía turística estaba en lo cierto.
Trykar había conseguido, con cierta dificultad, mantener la burbuja bajo su observación, y cuando se desvaneció surgió por detrás de la piedra que le ocultaba y se precipitó hacia su víctima. Jackie, sentado con los pies separados del suelo, cayó hacia atrás y por un verdadero milagro Trykar consiguió llegar a tiempo de sostenerle la cabeza para que su nuca no chocase contra el suelo. El ser espacial no había previsto este peligro hasta que soltó la burbuja.
Dejó suavemente el cuerpo tendido de espaldas, y cuidadosamente le examinó el pecho y la garganta. En esta zona era visible el pulso, y Trykar movió la cabeza en aprobación. Una vez más, la guía tenía razón.
Trykar abrió la pequeña cajita impermeable donde estaba el equipo, y extrajo una botellita de un líquido oscuro y una jeringa hipodérmica parecida a las de la Tierra. Inclinándose sobre el cuerpo de Jackie, abrió el frasco y olió el perfume del alcohol al flotar en el aire. Ligeramente aplicó parte del líquido a una zona que cubría el pulso visible; luego, con extremo cuidado insertó la fina aguja en el mismo punto, hasta que la sintió atravesar la dura pared del vaso sanguíneo, y muy lentamente atrajo hacia sí el émbolo. El cuerpo transparente del instrumento fue llenándose lentamente de un líquido carmesí.
Trykar retiró a continuación la aguja hipodérmica, aplicó al pinchazo un pequeño cuadrado empapado con una sustancia coloidal, secó la aguja con el mismo material y devolvió el equipo a la cajita. Toda la operación, desde el momento de la caída del muchacho, duró menos de dos minutos.
Trykar volvió a examinar el cuerpo y se aseguró que el pecho respiraba normalmente y de que el pulso latía como antes. Aquel ser parecía no haber sufrido el menor daño… Era muy improbable que la pérdida de menos de diez centímetros cúbicos de sangre pudiera lesionar a un ser de su tamaño, y sabiendo que los efectos de la anestesia desaparecían a los pocos minutos, Trykar se apresuró a volver al lugar donde le esperaba Tess.
—Tendré que llevar esto a la nave, y cuanto antes mejor. ¿Vienes? —le dijo.
—Creo que me quedaré vigilando hasta que se recupere —replicó ella—. No tardará mucho, pero deseo estar segura que no le ocurre nada irreparable. ¿Por qué tuvimos que venir aquí, Trykar, y realizar tantos preparativos para «robar» sangre de una raza de la que apenas nada sabemos, cuando existen tantos seres inteligentes en el universo que la hubieran cedido de buena gana? Este desdichado de ahí abajo parece tan desvalido que siento pena por él, a pesar de su monstruosa fealdad.
—Comprendo tus sentimientos —afirmó Trykar, blandamente, siguiendo la dirección de la mirada de su esposa y deduciendo por la misma sus ideas—. Hablando claramente, este mundo debería ser una estación de emergencia. Ya sabes que traté de conseguir un período de vacaciones posterior, de forma que pudiera obtener mi refresco antes de marcharnos; pero no logré mi propósito. De esperar en nuestro planeta hasta que yo hubiese terminado, tal vez todavía estaríamos allí, y no habría quedado tiempo para ver nada de Blahn. Lo único que cabía hacer era detenernos en ruta, y éste era el único lugar apropiado para ello. De haber cogido una nave transespacial, hubiéramos podido llegar a Blahn a tiempo para el tratamiento, o incluso recibirlo a bordo, pero esto me gustaba tan poco como a ti. Sé que todo este asunto no es agradable para un ser civilizado, pero te aseguro que no sufrirá ningún daño. ¡Mira!
Señaló hacia abajo. Jackie se incorporaba ya, con expresión intrigada, expresión que, naturalmente, no distinguieron los dos observadores. Era un chico muy activo y lleno de vida, aunque no era la primera vez en su vida que se había dormido en pleno día. Pero jamás le había ocurrido estando sentado sobre un bloque de piedra. No estuvo intrigado largo tiempo. Sentía frío y los demás muchachos debían estar ya muy lejos, por lo que se vistió apresuradamente, buscó y encontró al fin los libros que Jimmy no le había traído con sus ropas, y corrió hacia la carretera.
Tess lo vio marchar con una sensación de alivio casi exagerada. Tan pronto como el muchacho estuvo fuera de vista, Trykar recogió el cilindro del gas y la caja, se aseguró que ésta estaba bien cerrada, y de nuevo descendió la ladera con su carga. Rechazó la ayuda de Tess, de forma que ésta, libre de todo cuidado, no tardó en desaparecer por el borde del pantano. Se hallaba en la diminuta cocina preparando la comida cuando Trykar llegó a bordo; la joven le sirvió la cena a los pocos minutos y se quedó en el laboratorio contemplando las manipulaciones de su marido. Trykar trasladó la muestra de sangre a un estrecho frasquito, rodeado por un calorífero, que mantenía la sangre humana a la temperatura proclamada por la guía. El líquido no mostraba señales de coagularse; evidentemente, en la aguja hipodérmica había habido algún producto químico cuando se obtuvo la muestra. Tess observó con interés cómo Trykar se inclinaba sobre el frasco y permitía que un hilillo de su propio flujo sanguíneo, que manaba de una válvula existente en la gran vena de su lengua, se mezclara con la del ser humano. La válvula y los pequeños músculos que la controlaban eran un producto de la cirugía; los biólogos de la raza de Trykar todavía no habían conseguido dominar a los genes para producir un mecanismo semejante en el transcurso del desarrollo normal. La delicada operación fue ejecutada al mismo tiempo que el individuo recibía su primer «refresco», y ésta era la parte más desagradable de todo el proceso. Tess aún no poseía la edad conveniente, no asistía a aquel cambio con singular placer.
Una vez lleno el frasco, Trykar se enderezó. Su esposa contempló el recipiente con interés.
—Su sangre no parecía distinta de la nuestra —observó—. ¿Por qué esta mezcla?
—Existen suficientes diferencias para ser detectadas químicamente o por microscopio. Es necesario, naturalmente, que haya alguna diferencia; de lo contrario, no habría reacción por parte de mi sangre. Sin embargo, cuando la sangre es de dos especies distintas, es mejor dejar la reacción inicial fuera del cuerpo. Esto no sería necesario si mi donante fuese miembro de mi misma raza, pero de diferente tipo sanguíneo. Si tú no fueses del mismo que el mío, nos habríamos ahorrado una serie de conflictos y problemas.
—¿Por qué dos personas que han sido tratadas como tú, no pueden ayudarse mutuamente si desean utilizar la sangre uno del otro?
—En un flujo sanguíneo que no haya sido tratado, hay leucocitos, pequeñas células ameboidales incoloras, que actúan como defensores contra los organismos invasores. El tratamiento las destruye, o las modifica hasta tal punto, que dejan de ser entidades independientes… hablando vulgarmente; claro está, jamás son realmente independientes, formando una sola y gigantesca célula, cuyas ramificaciones se extienden por todo el cuerpo de su dueño, estando unidas al mismo de manera ignorada, o al menos siendo muy sensible a su sistema nervioso. Como ya sabes, un individuo tratado puede detener voluntariamente la hemorragia de una herida, sobreponerse a una enfermedad y a los cambios químicos que se producen cuando avanza la edad. En realidad, el individuo puede tener un control sobre las funciones corporales usualmente llamadas «involuntarias», hasta el punto de hacerle inmune a todas las causas comunes de muerte orgánica. Dentro de uno o dos años —alargó uno de sus tentáculos para acariciar a Tess— tú tendrás ya la edad suficiente para seguir el tratamiento, y no tendrás que temer la separación.
Hizo una pausa y continuó su discurso.
—Pero volviendo a tu pregunta, el leucocito gigante, al cabo de unos meses, tiende a volver a su forma original, y poco después si este proceso es permitido hasta su completa reacción, las nuevas células no actúan ya como defensores poco eficientes, sino que atacan y la víctima muere de leucemia. La adición al flujo sanguíneo de las células blancas de otro tipo de sangre, usualmente detiene esta reacción, como si la gran célula fuese inteligente y comprendiese que su verdadera misión es la de continuar unida a fin de impedir que el lugar sea usurpado. Y en los pocos casos en que esto fracasa, al menos queda prevenida la leucemia.
—Estaba enterada de casi todo esto —contestó Tess—, pero no del peligro representado por la leucemia. Supongo que este ligero riesgo es aceptable, en vista de la ventaja que representa la longevidad. ¿Cuánto tiempo tiene que estar pasándose esta mezcla sanguínea hasta ser útil?
—Cuatro horas a lo sumo, aunque esto no es de gran importancia. Tomaré el preparado antes de irnos a la cama, dejaré que se produzca la reacción durante la noche y mañana le extraeré a otro ser humano una donación completa y… a continuación podremos empezar a disfrutar de nuestras vacaciones.
Jackie Wade corrió por la carretera esperando todavía alcanzar a su hermano. Sabía que se había dormido, pero estaba seguro de que sólo fue un momento. Jim no podía llevarle más de cinco minutos de delantera. No tenía la menor sospecha de lo que había sucedido durante aquel breve sueño; ya había perdido sangre en otros accidentes sin importancia, de esos que forman parte de la existencia normal de un muchacho activo y lleno de vida. Le dolía levemente la garganta, pero estaba bien enterado de las actividades de la familia de los mosquitos y sus parientes, y su única reacción a aquella picazón fue de enojo.
Como suponía, se unió a los demás antes de llegar a su casa, aunque por estrecho margen. Jim miró hacia atrás al oír los apresurados pasos de su hermano y lo esperó; los demás chicos se despidieron de ambos y se alejaron. Jackie llegó junto a su hermano y se detuvo, jadeante.
—¿Por qué has tardado tanto? —le increpó Jim—. Seguro que has vuelto a echarte al agua. —Miró furioso a su hermano menor.
—No, de veras —jadeó Jackie—. He… venido despacio, meditando.
—¿Desde cuándo sabes meditar, mocoso? —una mano exploradora le rozó el cabello—. Bien, supongo que dices la verdad, tienes el pelo casi tan seco como el mío. Será mejor que no entremos todavía. Deja los libros en el porche y mira qué hora es.
Jackie asintió, cogió los libros de su hermano cuando cruzaron la verja y corrió hacia el porche posterior, donde los dejó todos. Mirando por la ventana de la cocina, consiguió divisar que faltaban unos minutos para las cuatro; después bajó saltando los peldaños y se reunió con su hermano. Juntos, consiguieron pasar la hora y media que faltaba para la cena, realizando algunas faenas que hubieran debido ejecutar a primera hora, y cuando su madre agitó la campana desde la puerta de la cocina, tenían el pelo y las camisetas completamente secos. Se lavaron en la fuente y entraron a cenar. No hubo preguntas fastidiosas durante la colación y los herederos de los Wade decidieron que por aquella vez estaban a salvo.
Mientras se desnudaban en su pequeño dormitorio común, Jackie preguntó:
—¿Cuántas veces crees que nos libraremos, Jim? Está tan cerca de la carretera… Siempre pienso que alguien nos sorprenderá. ¿Por qué no quieren que nademos allí? Lo hacemos mejor que nadie.
—Supongo que piensan que si nos ahogamos pasarían muchas penas para sacarnos. Dicen que tiene más de treinta metros de profundidad —respondió su hermano, distraídamente.
Jackie levantó la vista ante su tono. Jim se estaba quitando trabajosamente un calcetín, dejando al descubierto un arañazo de feo aspecto que debía haberse hecho cuando lo tenía puesto y Jackie se acercó a examinarlo.
—¿Cómo te has hecho esto? —inquirió.
—Tropecé contra una roca la primera vez que me zambullí. Me duele bastante —repuso Jim.
—¿No sería mejor que mamá te aplicara yodo?
—¿Y explicarle también cómo me lo he hecho? Ve tú mismo a buscar el yodo y me lo pondré, pero procura que no te vean.
Jackie asintió y corrió descalzo hacia la cocina. No tuvo dificultad en encontrar la botella, la llevó arriba, contempló cómo Jimmy se aplicaba el antiséptico y luego la devolvió a su primitivo lugar. Cuando regresó a su cuarto, Jim ya estaba acostado, por lo que apagó la luz y se deslizó bajo las sábanas.
La mañana siguiente fue clara y brillante, pero unos cuantos cirros implicaban la posibilidad de un cambio de tiempo. Los chicos, mientras recorrían la carretera en dirección a la escuela estudiaron aquellos síntomas y Jackie formuló una observación al pasar por delante del segundo pantano.
—Creo que en medio de una tormenta sería delicioso bañarse. No habría nadie cerca y tendríamos una excusa para presentarnos mojados.
—Probablemente te romperías el cuello contra las rocas —replicó su hermano—. Ya resbalan bastante cuando están secas…
El pie de Jim todavía le molestaba un poco por lo que su actitud hacia los pantanos era negativa. Había conseguido ocultarle su dolencia a su madre, pero al andar cojeaba ligeramente. Ambos hermanos se habían rezagado de los demás chicos, que se les habían reunido en la puerta de su casa, y ahora se enfrentaban con la perspectiva de llegar tarde a clase. Jim lo notó al llegar al pueblo, y con un poderoso esfuerzo apretó el paso, consiguiendo llegar al colegio con tres minutos de adelanto, para satisfacción de Jim. Había ya previsto la necesidad de una disculpa por escrito, disculpa que tal vez le hubiese costado hallar.
Cuando se reunieron a la hora del almuerzo, Jim se negó a hablar del estado de su pie, y hasta Jackie comenzó a preocuparse por la situación. Sabía que su hermano no mentiría sobre la causa que le había ocasionado aquella lesión, y parecía muy probable que la cuestión llegase a plantearse sobre el tapete. Naturalmente, al salir del colegio. Jimmy insistió en que su hermano no lo aguardase, sino que se marchase a casa y se mantuviese fuera de vista hasta que él se hubiese enfrentado con sus padres. A Jackie le complacía la idea, pero quería ayudar a Jim en lo posible. Por fin triunfó la personalidad del mayor y Jackie se marchó con sus amigos, mientras James cojeaba detrás.
Aquel día no nadaron. Los mayores determinaron ir a jugar a lo alto de la montaña, y los jóvenes los acompañaron. Pasaron una tarde divertida, pensando poco en el transcurso de las horas, y Jackie oyó la campana de la cena cuando se hallaba a un centenar de metros de su casa. Echó a correr, se detuvo brevemente en la fuente, entró apresuradamente en la cocina, procuró recobrar su compostura y se dirigió pausadamente al comedor. Su madre levantó la vista al oírle entrar, preguntándole:
—¿Dónde está Jimmy?
Por la mañana, como el día anterior, Trykar fue contando los seres humanos que pasaban junto al pantano. Aunque aquel día sólo pasó un automóvil, el número de viandantes fue el mismo: quince personas habíanse dirigido al pueblo ambas mañanas; dos habían regresado por la tarde y trece se detuvieron a nadar. Llegó a la conclusión de que aquellos trece podían considerarse como clientes regulares, y así preparó su plan para la segunda tarde.
Esta vez se apostó muy cerca de la carretera, escondido entre los arbustos. Tess estaba en el mismo escondrijo del día anterior, dispuesta a avisarlo cuando viese gente. No contaba Trykar con apoderarse de uno de los bañistas rezagados en el pantano, sino de un viandante de la carretera.
En consecuencia, se sintió más que complacido cuando vio que los seres humanos no se detenían a nadar; el primer grupo fue de doce personas, grupo que Trykar presumió pertenecía a los nadadores del día anterior, y el segundo estuvo formado por la pareja de chicas, aunque Trykar no podía reconocerlas como tales. Faltaba uno, y aunque parecía demasiado bueno para ser verdad, cabía la posibilidad de que pasara solo.
Así fue. Tess indicó su aproximación, y Trykar, sin esperar más, empezó a formar la burbuja. El viento soplaba en contra, por lo que tuvo que hacerla mayor y de material más consistente, dejándola en medio de la carretera. En consecuencia, era más visible que la otra, pero la situó a la sombra de un árbol. Jimmy no la hubiera visto aunque hubiese estado menos preocupado. En realidad, casi la esquivó, pero Trykar había colocado una trampa en el centro de la carretera, y Jimmy, gracias a una costumbre muy antigua, se apartó a la izquierda. Entonces se vio enfrentado con la burbuja, y cuando ésta se desintegró a su contacto, el hombre espacial no tuvo motivos para sentirse poco satisfecho del resultado.
El chico tocó el suelo antes de que Trykar pudiera cogerlo, pero no vio ninguna marca en su cabeza que sugiriese lesión cuando lo examinó. Trykar levantó la inconsciente figura con bastante dificultad, recogió los libros caídos en el suelo, y fue tambaleándose hacia el lugar donde había escondido el resto del equipo.
No era el sitio desde el que estuviera vigilando; ahora tenía consigo más materiales, ya que la operación sería más prolija y tendría que trabajar tan cerca de la carretera. Había hallado un amplio espacio entre grandes bloques de granito, entre el pantano y la carretera, y lo convirtió en su quirófano.
Antes de empezar a trabajar, aplicó una dosis extraordinaria del anestésico directamente a la nariz del muchacho, y dejó el cilindro que contenía la sustancia a mano. Cogió una aguja hipodérmica mucho mayor que la del día precedente, la insertó mediante un tubito transparente a un vaso graduado para medidas volumétricas y, no confiando en su memoria, abrió la guía y la puso al lado a fin de saber la cantidad de sangre que podía extraer impunemente de un ser humano… cantidad determinada mucho tiempo antes mediante diversos experimentos llevados a cabo por otros seres espaciales de su raza.
Lo mismo que el día anterior, mojó la garganta del chico con alcohol e insertó la aguja; una diminuta pera de goma, provista de una válvula unidireccional, unida al vaso volumétrico, proporcionó la succión necesaria, y el recipiente fue llenándose lentamente hasta la graduación límite. Trykar dejó de accionar la pera, extrajo la aguja, y cauterizó el pinchazo. Después, y antes de que la sangre pudiera enfriarse apreciablemente, quitóle al vaso un pequeño tapón e insertó su afilada lengua, pasando dos minutos absorbiendo aquel líquido hacia su sistema circulatorio.
Realizada esta importante tarea, guardó rápidamente el aparato dentro de su estuche. Volvió a levantar en brazos el cuerpo de Jimmy y lo llevó a la carretera, al mismo sitio donde el chico había caído. Lo dejó boca abajo, casi en la misma actitud de la caída, colocó los libros cerca de su mano izquierda y a los pocos segundos de búsqueda, Trykar encontró un fragmento de granito de abultado tamaño que colocó junto a los pies de Jimmy, como causa de su caída. Pensó en arrojarle otro pedrusco a la cabeza como motivo de la pérdida de conocimiento, pero no tuvo valor para lastimar a aquel ser humano.
Tras mirar atentamente a su alrededor para asegurarse de no haber olvidado ningún detalle, Trykar volvió a su puesto de observación a esperar la recuperación de su víctima. No albergaba temores respecto a la salud del paciente, pero recordaba el empeño de Tess el día antes y quiso poder tranquilizarla.
Permaneció inmóvil, observando. Empezaba a sentirse inquieto, sintiendo los efectos de una leve fiebre, como resultado normal de la reacción del refresco sanguíneo. Se hallaría en aquel estado durante un par de días. No tenía que preocuparse por ello, ya que podría descansar hasta la llegada de la noche, y tan pronto como oscureciera volverían al espacio.
Estaba un poco impaciente por el muchacho, que tardaba demasiado tiempo en recobrar el sentido. Naturalmente, la criatura había recibido una dosis de anestésico mucho mayor que la otra, habiendo perdido también más sangre; por esto, era posible que tardara más en recuperarse; pero Trykar había empleado más de diez minutos en la operación y la devolución del muchacho a la carretera, que era más del doble del tiempo que había tardado el ser humano del día anterior en volver en sí.
Su impaciencia creció de punto durante los otros diez minutos que tardó Jimmy Wade en empezar a agitarse. Su primer movimiento atrajo al punto la atención de Trykar, el cual se dispuso ya a alejarse rápidamente de su observatorio. Jimmy gimió, volvió a agitarse y de pronto rodó sobre sí. Al cabo de un momento abrió los ojos y contempló sin ver la sombra de un árbol; volvió a rodar sobre sí, esta vez ya con plena conciencia de sí mismo y comenzó a levantase. Trykar, desde detrás del arbusto, también se incorporó. Pero sólo fue él quien contempló el movimiento, ya que el muchacho, aún apoyado en tierra con pies y manos, volvió a caer como si hubiera recibido una segunda dosis de gas, quedando tendido de espaldas en plena carretera.
Trykar permaneció inmóvil un instante, como si esperase caer a su vez; luego se relajó y fijó su mirada en la inerte forma de aquel ser humano durante medio minuto. Después, a riesgo de ser visto si el muchacho recobraba de pronto el conocimiento, se precipitó a la carretera y se inclinó sobre el cuerpo, avisando simultáneamente a Tess por medio del comunicador. Levantó de nuevo a Jimmy, pareciéndole como si sus tentáculos fuesen a desprenderse de su cuerpo, y lo trasladó otra vez a su improvisado quirófano.
Sus emociones eran indescriptibles. Decir que se sentía culpable por haberle causado una seria lesión a un ser humano, tan distinto de su propia raza, no sería estrictamente cierto; aunque comprendía que aquellos seres humanos eran criaturas sociales comparables en un plano a las de su raza, no podía simpatizar con ellos en el sentido etimológico de la palabra. Al mismo tiempo, se sentía profundamente trastornado por lo que había hecho, y experimentaba un sentimiento de lástima aún más profundo que el de Tess el día antes.
Con sus tentáculos le desabrochó a Jimmy la camisa y buscó el corazón, como hiciera el día anterior. Todavía latía, pero con un ritmo mucho más acelerado del normal, y de manera tan débil que Trykar tuvo dificultades para localizarlo. El pecho se elevaba y descendía levemente. Un hombre se habría fijado al momento en la intensa palidez de la cara del muchacho, pero este detalle le pasó inadvertido al ser del espacio.
Tess llegó y se inclinó sobre la pareja, mientras su marido llevaba a cabo su examen. Trykar le contó lo ocurrido en pocas palabras, sin levantar la mirada. La joven pronunció una frase de entendimiento y acarició gentilmente la frente de Jimmy con un tentáculo.
—¿Qué podemos hacer? —inquirió.
—Aquí nada. Tendremos que llevarlo a la nave. Temo meterlo dentro del agua, ya que ayer ninguno de ellos permaneció más de unos segundos debajo y a muy pocos metros de profundidad. No me gusta, pero tendremos que subir la nave a la luz del día. Mira, yo me quedo aquí; tú, ve a maniobrar para que emerja. Haz que sólo quede al descubierto la escotilla superior. Yo estaré atento y cuando estés lista me avisas por el comunicador.
Tess giró sobre sí misma y corrió hacia el pantano sin discusión; unos segundos más tarde Trykar oyó el leve chapoteo de la joven al sumergirse. Debió maniobrar aceleradamente, ya que cinco minutos más tarde Trykar escuchó la llamada en el comunicador y cuando contestó, la parte superior curvada de la nave apareció inmediatamente al borde del pantano. Trykar volvió a levantar al muchacho, lo llevó junto al agua y penetró en la misma, cuidando de mantener la cabeza del inconsciente Jimmy fuera del agua. Nadó unos cuantos metros, localizó los peldaños con sus apéndices, ascendió por la curvatura de metal y le entregó la inerte forma a Tess, que se hallaba en la escotilla. Cuando recibió aquel peso estuvo a punto de caer hacia atrás, pero Trykar no había soltado por completo su carga, por lo que no se produjo ningún accidente. Unos momentos después, Jimmy estaba tendido sobre una mesa metálica en una cámara contigua a la sala de mandos, y la nave descansaba de nuevo en el fondo del pantano.
Tess tuvo que ir en busca del equipo que Trykar había dejado en el exterior, con inclusión de la importantísima guía. Tardó muy poco, comunicando que no se hallaba a la vista ningún ser humano.
Trykar cogió la guía, aunque prácticamente se sabía de memoria todo lo referente a la Tierra y sus nativos. Tenía ya la cámara calentada a la temperatura conveniente a la sangre humana, y de no haber estado el aire saturado de humedad, las ropas de Jimmy se habrían secado rápidamente. Al menos, estaba a salvo del frío. El químico espacial verificó lo antes posible los apropiados valores para la frecuencia de respiración y los latidos del corazón, y buscó información en la guía sobre los síntomas de una excesiva extracción sanguínea, pero no pudo hallarla. Sin embargo, quedóle confirmada su primitiva opinión respecto a los latidos del corazón y la respiración: el pulso del paciente era demasiado rápido y la respiración poco profunda.
Sólo había una causa lógica, con guía o sin ella, con síntomas o sin. La única causa del trastorno orgánico de que Trykar tenía conocimiento era la extracción de sangre efectuada a aquel ser. La dosis extraordinaria de gas podía ser un factor más, pero el químico lo dudaba, ya que había observado los escasos efectos de la sustancia en el organismo humano el día anterior.
—¿Por qué este maldito manual tiene que tener razón en muchas cosas, haciéndome confiar en él, y cuando se presenta algo delicado, resulta del todo equivocado? —preguntó en voz alta—. Casi pensaría que nos hemos equivocado de planeta, por lo que afirma del nivel cultural de la raza; pero en cambio describe los aspectos físicos y veo que son exactos. Así, pues, tengo que confiar en haber extraído la debida cantidad de sangre… ¿Cuál es entonces el error?
—¿Qué dice de la estructura física? —inquirió Tess, en voz baja—. Ya sé que es altamente improbable, pero podríamos tener una referencia equivocada.
—Si tal es el caso, estamos perdidos sin esperanza —replicó el químico—. No conozco ninguna otra raza parecida a ésta en su estructura física para haberme equivocado ni un solo instante. Mira aquí, hay fotografías de los rasgos más positivos. Fíjate en el órgano auditivo…, ¿puede estar duplicado por casualidad en otro rostro? Y esta tabla da todas las medidas que he empleado: la temperatura media de la sangre, la coloración, la forma, la estatura, los pesos medios… ¡Tess!
—¿Qué pasa?
—¡Mira estas medidas y pesos! No habría podido mover un cuerpo de este tamaño ni un solo centímetro, cuanto menos llevarlo a cuestas veinte metros. ¡Sí tenías razón, se trata de otra raza… o… o… o bien…!
—O bien —continuó Tess, segura de sí misma—, éste es el planeta y la raza y las referencias son exactas. Pero estos valores se refieren a los miembros adultos de la raza, y nosotros hemos elegido como donante de sangre a un miembro menor… un niño.
Trykar asintió lentamente, agradecido a aquel plural.
—Temo que tengas razón. Le extraje sangre hasta el límite de tolerancia para un adulto, con un razonable margen de seguridad; pero este espécimen no está plenamente desarrollado. Y el de ayer todavía debía ser más joven. ¿Cómo es posible que me haya mostrado tan descuidado? No es raro que volviera a caer. Bien, esperemos que este colapso no sea permanente. A propósito, Tess, ¿no podrías vendarle los ojos con algo sin lastimárselos? Creo que no será difícil. Si recobra el conocimiento, hay leyes que nosotros no podemos quebrantar.
—Nadie podría censurarte por esta equivocación —le consoló Tess—. Este ser es tan grande como los demás que hemos visto, ¿y quién podía pensar que a los niños se les permitía en este planeta evadirse por completo de la vigilancia de los adultos?
Mientras hablaba se dedicó a buscar un pedazo de tela que sirviera para la venda.
—La cuestión no estriba en censurar mi conducta, sino en reparar el error —replicó Trykar—. No puedo hacer mucho, pero haré cuanto pueda.
Y se volvió de cara al libro, al chico y al laboratorio.
Una cosa estaba bien clara: la sangre extraída debía ser recuperada por el cuerpo del paciente. La transfusión directa era imposible, por lo que el cuerpo del muchacho debía realizar la tarea. Con tiempo y material adecuado era posible, pero Trykar temía que le faltase tiempo, y no tenía medios de saber qué materiales podía emplear y cuáles serían aceptables por los órganos digestivos. De un producto estaba seguro que no le causaría ningún perjuicio al paciente: el agua. Y estaba ya a punto de introducirla por la garganta del inconsciente joven cuando recordó haber oído hablar a aquellos seres con sus bocas; en consecuencia, debía de existir alguna conexión entre los pasos alimenticio y pulmonar. Si todo era completamente automático, santo y bueno; pero en caso contrario, corría el riesgo de asfixiar al niño. Consideró la inyección intravenosa de agua esterilizada, pero sus conocimientos químicos le salvaron de tan funesto error.
Tess fabricó la venda, aplicándola a los ojos del paciente; tras lo cual, y bajo la dirección de su esposo, realizó comprobaciones periódicas de la temperatura de la sangre, el pulso y la respiración del sujeto. Esto dejó libre a Trykar para reflexionar y leer, con la esperanza de hallar algo que le capacitase para emprender una acción positiva. Sentándose y contemplando simplemente, la indefensa criatura moriría ante sus ojos, cosa imposible de soportar para él como para cualquier ser humano con el corazón más blando que la cera.
Incuestionablemente, podía emplear cualquier forma de azúcar; tal vez dextrosa, que el mismo Trykar podía digerir, o levulosa, fructosa… o incluso almidón. Esto era algo que Trykar sabía, aunque el manual no proporcionase ninguna información al respecto; por algo era químico y de los mejores en su planeta.
Pero no se atrevía a extraer otra muestra de sangre de aquellas venas, ni siquiera para una prueba. No podía resolverse a sufrir otro error que, probablemente, sería el último.
Un examen de la saliva podía darle la respuesta, pero Trykar ignoraba que un jugo tan importante pudiera hallarse al comienzo del tubo digestivo de los seres humanos. No hizo nada, y la tarde transcurrió como un funeral, con la leve e intranquila respiración de su víctima martilleándole sus órganos auditivos.
Tess le habló cuando en el exterior el sol se estaba poniendo.
—Trykar, está cambiando. El corazón parece más fuerte, aunque todavía late muy deprisa; y la temperatura de la sangre ha subido varios grados. Tal vez se recupere sin ayuda.
El químico giró hacia la mesa.
—¿Ha subido? —exclamó—. Sí, ésta es la temperatura que debió tener antes… Si se ha presentado la fiebre…
No terminó la frase, sino que comprobó los hallazgos de Tess por sí mismo. Los datos eran correctos, y volviendo a compararlos con los del manual, no le cupo la menor duda de que aquel pequeño ser humano tenía fiebre, una fiebre que habría resultado sumamente peligrosa para cualquier miembro de su propia raza, y probablemente no lo era menos para la de los humanos. Trykar se quedó inmóvil junto a la mesa de metal, reflexionando profundamente.
¿Cuál era la causa de la fiebre? Ciertamente no la pérdida de sangre, al menos no directamente. ¿Padecía la criatura de alguna dolencia con anterioridad a la extracción de sangre? Muy posible, pero no podía saberlo. ¿Una peculiar tendencia orgánica, como resultado de la baja presión sanguínea, la inconsciencia prolongada o alguna causa similar? Tampoco podía probarlo. ¿Una herida previa? Esto, al menos, podía dar lugar a una prueba evidente. Durante los escasos segundos que había observado a su víctima antes de la caída, no había visto signos de trastornos físicos, pero las ropas que le cubrían podían haber ocultado tal detalle. La parte expuesta de la piel no mostraba nada de particular… ¿o sí? Trykar observó con más atención las dos bien torneadas piernas, desnudas desde los tobillos hasta las rodillas, donde empezaban los pantalones de paño.
Una —la derecha— era perceptiblemente más gruesa que la otra, y al tocar la bronceada piel, Trykar la sintió mucho más caliente. Rápidamente, desató y quitó ambos zapatos y luego los calcetines. Entonces vio la causa del trastorno: en el pie derecho, en la articulación del dedo gordo, había una región donde la piel aparecía arañada. En torno, la carne presentaba una coloración carmesí, y todo el pie estaba hinchado de tal forma que Trykar se maravilló de haber conseguido quitarle el zapato. La hinchazón se extendía hacia la pierna, aunque en menor grado, llegando a la rodilla. Las venas del pie y el tobillo estaban marcadas por líneas rojizas.
A pesar de su ignorancia respecto a la fisiología humana, Trykar comprendió que tenía entre manos un caso de infección; considerándolo en relación con la fiebre, probablemente debía tratarse de un envenenamiento de la sangre, por lo que, aún más que antes, él nada podía hacer.
Naturalmente, tenía razón en todo. Jimmy, al ponerse el calcetín sobre la piel arañada, se había infectado, y el yodo había llegado demasiado tarde. A la mañana siguiente se había entablado una batalla campal en la vecindad de la herida. Su saludable sangre había estado reuniendo fuerzas durante toda la noche y el día, para hacer recular a los organismos que deseaban invadir su cuerpo; posiblemente, habría ganado la lucha sin más ayuda de no haberle ocurrido nada más; pero la brusca destrucción de sus poderes de resistencia mediante la extracción del medio litro de sangre había inclinado la balanza en favor de los microbios. James Wade era, pues, un muchacho extremadamente enfermo.
Tess, viendo cómo su esposo descubría el pie infectado, comprendió claramente la gravedad de la situación. El miedo que había albergado durante aquellas horas, una emoción compuesta por un puro terror egoísta, el terror de transgredir alguna ley por la que pudieran ser castigados, pero aún más por una verdadera lástima hacia los indefensos seres que involuntariamente habían ayudado a Trykar, acabó por estallar. Fue el propio químico quien precipitó la explosión:
—¡Gracias a los dioses! —exclamó, y su esposa giró en redondo hacia él.
—¿A qué te refieres? ¡Acabas de descubrir otra lesión que tú no le has provocado a ese pobre ser y te sientes contento por ello!
Trykar movió negativamente sus enormes aletas.
—Lo siento. Comprendo que mis palabras pueden haberte dado esa impresión. Pero no quise decir esto. No tengo ningún poder para salvar a esta criatura, y lo supe desde un principio, aunque me obstiné en no admitirlo. Es este descubrimiento lo que me ha abierto los ojos. Quise curarle yo mismo debido a la ley que prohíbe que nuestra presencia aquí sea conocida, y he perdido largo tiempo tratando de encontrar algo. O sea que estaba planteando el problema de manera errónea. No podemos curar a este ser nosotros mismos, por lo que nuestra presencia aquí continuará ignorada; lo que tenemos que conseguir es la ayuda de alguien de su propia raza, sin traicionar al mismo tiempo nuestro secreto. Supongo que presumí, sin pensar, que este último problema era insoluble.
—¿Cómo podemos saber si la raza humana posee una ciencia médica que pueda curar esta dolencia? —inquirió Tess—. Según la guía manual, su ciencia no existe prácticamente; todavía se hallan en la era de la superstición. Y pensando en ello, leí una vez una historia que se suponía transcurría en la Tierra, y los hombres trataban a un ser de su propia raza como si fuese un ser sobrenatural y diabólico. Quien escribió esa historia debió tener acceso a cierta información sobre este planeta.
Trykar sonrió por primera vez en varias horas.
—Probablemente, la misma información de que se sirvieron para compilar el manual. Tess, querida… ¿no comprendes que quien vino a investigar en este planeta no debió apartarse ni un kilómetro del lugar de aterrizaje… y que el mismo debió ser un lugar muy primitivo? No mencionó los aparatos eléctricos, los descubrimientos metalúrgicos, los aviones… cosas todas éstas que hemos comprobado con nuestros propios ojos. La humanidad debe hallarse en la era del desarrollo científico. El investigador fue, pues, un criminal culpable de negligencia. De no ser por la ley, me daría a conocer a los seres humanos inmediatamente. Todas las ciencias tienden a progresar en relación unas con otras. No creo que una raza sea capaz de crear unas máquinas voladoras como la que vimos el otro día y, en cambio, no pueda curar una infección de la sangre. Imaginemos la manera de poner a ese pobre chico en manos de personas de su propia raza nuevamente y esto solucionará el problema. Esta noche tendríamos que marcharnos de aquí.
Tess sintió liberarse de su mente un peso enorme. Estaba convencida ahora de que el programa propuesto por su marido era el más práctico.
—¿Pero cómo proyectas acercarte a un hombre, o a un grupo de ellos, transportando un miembro herido de su propia raza… sin que te vean? —preguntó, más por curiosidad que por crítica.
—No será muy difícil. No lejos de la carretera hay varias viviendas. Puedo llevar a la criatura hasta allí, dejarla en un sitio visible, retirarme a un escondite y atraer la atención de la gente tirando piedras, encendiendo un fuego o algo por el estilo. A estas horas ya debe ser bastante oscuro. Emerjamos al momento, y si todavía no ha anochecido esperaremos un poco más.
Era de noche. También llovía, aunque no mucho. La predicción del muchacho aquella mañana se había cumplido. Tess maniobró la pequeña nave lo más cerca posible del borde del pantano, mientras Trykar nuevamente trasladaba su carga a través del corto, pero inevitable, trecho de agua, Saltó a la seca, relativamente seca, tierra e hizo señas a Tess para que cerrase la escotilla y se sumergiese. Tenía que esperarlo bajo el agua, dispuesta a partir tan pronto él regresase.
Acto seguido, Trykar se incorporó, flexionó los tentáculos dos o tres veces, como los hombres hacen con sus músculos después de una pesada labor, y se dio cuenta de que aquel recorrido de un kilómetro con una carga de cincuenta kilos era una labor excesiva para él; pero la alternativa de aproximar la nave al pueblo era aún más improbable. Se agachó, recogió a Jimmy y echó a andar hacia la carretera, manteniéndose a la derecha del sendero que unía a aquélla con el pantano.
Era más dificultoso de lo imaginado. Tenía los músculos agarrotados y doloridos por el desacostumbrado ejercicio realizado a lo largo del día, y cuando estuvo a la mitad de su trayecto comprendió que debía encontrar otro medio de transporte. Dejó que su débil cuerpo se inclinara bajo su carga y suavemente la depositó en tierra.
Nunca supo si se descuidó o si la lluvia amortiguó los pasos del ser humano, pero no se dio cuenta de que no estaba solo hasta el momento en que un rayo de luz surgido de las tinieblas le hirió en los ojos, paralizándolo por el aturdimiento y la angustia.
Jackie Wade tampoco oyó nada, lo cual puede ser atribuido a los pies descalzos de Trykar, a la lluvia y a la preocupación del propio muchacho, buscando a su hermano. No estaba excesivamente preocupado, aunque sus padres empezaban a estarlo. Un par de veces, uno u otro de los hermanos ya se habían quedado a cenar en casa de algún amiguito. Sin embargo, siempre telefoneaban en tal caso, y los severos castigos impuestos cuando no avisaban les impedía olvidarse de ello.
Jackie nada había dicho de la herida de su hermano; simplemente se había ofrecido, después de cenar, a ir a buscarle a casa de los amigos, por si se hallaba en alguna que no poseyera teléfono. No esperaba que Jimmy estuviera en el pantano; no había ningún motivo para que estuviese; pero al pasar por el sendero se le ocurrió que nada se perdía con mirarlo. Jimmy podía haber estado allí, dejando algún indicio de su paso.
No podía permitirse el lujo de llevar encendida continuamente la linterna, y sí sólo ocasionalmente, por lo que se encontró casi materialmente sobre aquella masa oscura antes de verla. Se paró bruscamente y sin pensar ni por un momento que se tratase de otra cosa que de un matorral o una simple mata, o quizá un montón de hierba abandonada por algún chico, enfocó el rayo de luz hacia allá.
Ni siquiera tuvo que ahogar el chillido de espanto y asombro que subió a sus labios. Su mirada giró en redondo, aceptando y olvidándose en un segundo del cuerpo de su hermano tendido en tierra, y se fijó rápidamente en el objeto inclinado sobre aquél.
Vio un negro y reluciente cuerpo mojado, ancho y grueso como el suyo en el torso, y ahuesado hacia abajo; una cabeza en forma de cúpula asentada sobre el torso sin cuello intermedio; unos apéndices grandes y planos, como unas alas, que sobresalían de los costados del cuerpo, y un par de ojos inmensos, anchos y fijos, y situados a cada lado de la cabeza, que reflejaban la luz de la linterna como los ojos humanos.
Esto fue lo que pudo captar antes de que Trykar se moviera, y aún esto no lo divisó con claridad. El extraño ser enderezó su flexible cuerpo, apartándose prestamente gracias a sus cortas piernas del cuerpo de Jimmy, y los músculos de su articulado torso y abdomen no compartieron en absoluto la debilidad inherente a sus finos tentáculos. Cuando se enderezó, lo hizo de golpe; no irguiéndose sino saltando hacia arriba y retrocediendo del cono de luz, con las aletas ampliamente extendidas para darse la máxima ayuda posible. Saltó el enorme bloque de granito que tenía detrás, y el ruido de su descenso al otro lado quedó ahogado por el segundo y más penetrante chillido de Jackie.
Por un momento, Trykar continuó inmóvil en donde cayó; luego inspeccionó en torno, a pesar de la oscuridad. Se hallaba en el espacio que aquella tarde había usado como sala de operaciones, y entonces recordó la senda existente entre las rocas y los arbustos, por donde había trasladado al muchacho a la nave. Lo más quedamente que pudo se arrastró hacia el agua, pero no se atrevió todavía a avisar a Tess.
Detrás suyo oyó la voz del ser que había visto. Parecía estar gritando:
—¡Jimmy! ¡Jimmy! ¡Despiértate! ¿Qué te pasa?
Pero Trykar no entendió las palabras. Lo que sí entendió fue ruido de unos pies que corrían por el sendero, hacia la carretera y el pueblo. Instantáneamente le envió una llamada urgente a Tess, y abandonando toda precaución siguió corriendo a toda marcha hasta el borde del pantano.
A unos metros de distancia apareció un leve resplandor, señalando la presencia de la escotilla superior y Trykar se zambulló en el agua. Treinta segundos más tarde se hallaba a bordo de la nave y en los mandos, con la escotilla convenientemente cerrada, y sin más preámbulo ni demora, lanzó la pequeña nave hacia arriba, al vacío, cada vez más lejos de la Tierra.
Jackie, interrogado por su padre mientras el doctor estaba examinando el pie de Jimmy, contó toda la verdad, y en consecuencia se sintió agraviado por las dudas que su relato suscitó. Honradamente, creía que la forma que viera agazapada junto al cuerpo de su hermano tenía alas y que había salido volando. El doctor ya había observado y comentado el pinchazo en la garganta de Jimmy, y el cabeza de familia de los Wade había explicado cuanto sabía referente a los murciélagos vampiros. En consecuencia, ahora estaba haciendo cuanto podía para reducir la insistencia de su hijo menor respecto a haber divisado algo tan grande como un hombre. Pero no tenía mucha suerte en convencer a Jackie, por lo que empezaba a perder los estribos.
El doctor Envers, que entró en la estancia en aquel momento, y escuchó la conversación sin intervenir durante unos minutos, por fin se creyó obligado a inmiscuirse en la discusión.
—¿Qué hay de malo en la historia de ese chico? —inquirió—. No he escuchado su relato, pero parece estar muy seguro de lo que afirma. Asimismo —añadió, contemplando la contraída y llorosa cara del niño—, está un poco excitado, Jim. Será mejor que hagas que se acueste y dejes la cuestión para mañana.
—No creo su historia porque es imposible —replicó Wade—. Y si tú la hubieras oído, estarías de acuerdo conmigo. Y no me gusta…
—Tal vez sea, como dices, imposible, ¿pero por qué criticar esa historia sobre un solo aspecto? —miró la abierta enciclopedia indicada por Wade—. Si estás tratando de achacar el pinchazo de la garganta de Jimmy a un vampiro, olvídalo. Ninguna herida causada por un animal estaría tan infectada como su pie, y éste parece haber recibido tratamiento médico. En cuanto a la herida del cuello está cicatrizada profesionalmente; y debió ser producida por una aguja esterilizada, de manera que no pudiera causarle ningún trastorno grave al muchacho, ni siquiera en su débil estado. No sé qué causó el pinchazo ni me importa, ya que no tiene nada que ver con la infección.
—¡Ya lo dije yo! —gritó Jackie—. ¡No vi un vampiro! ¡Lo que vi era mayor que yo, me miró un instante y después huyó volando!
Envers colocó una mano sobre el hombro del muchacho y lo miró fijamente a los ojos. Tenía la cara enrojecida y su pequeño cuerpo temblaba de indignación.
—Está bien, hijito —le dijo con bondadoso acento—. Recuerda que ni tu padre ni yo hemos oído hablar nunca de un animal o ser como el que tú describes, y es muy humano que de momento nos cueste comprenderte. Ahora, olvídate de todo y procura dormir; mañana por la mañana iremos a echar una ojeada para averiguar qué pudo ser.
Contempló atentamente la cara de Jackie mientras hablaba y de repente observó un ligero bulto, con un minúsculo círculo rojo en el centro, visible en su garganta, casi en el mismo punto donde Jimmy tenía el pinchazo. Dejó de hablar un momento para examinarlo más atentamente y Wade se tensó en su asiento al observar aquella acción. Envers, sin embargo, no formuló ningún comentario y envió al chico a la cama sin que su padre pudiera reanudar la discusión. Después, permaneció sentado varios minutos, con una sonrisa apenas esbozada en su semblante. Por fin, fue Wade quien rompió el silencio.
—¿Qué has visto en el cuello de Jackie? Lo mismo que…
—No es como el pinchazo en la garganta de su hermano —replicó el doctor—. Si quieres una opinión médica, yo diría que se trata de la picada de un mosquito. Si tratas de relacionarlo con lo ocurrido a Jimmy, olvídalo; si Jackie supiera que le había sucedido algo desusado te lo diría. Recuerda que ha intentado hacer que creyeras una historia extraordinaria. Yo, en tu lugar, dejaría de preocuparme por este asunto. Jimmy se repondrá tan pronto como haya eliminado los microbios de su cuerpo, y con su hermano no hay peligro alguno. Sé que es perfectamente posible ver algo dramático en las picadas de un par de mosquitos —también yo leí Drácula en mi juventud—; pero si deseas discutir conmigo, me retiro. Tú eres un hombre culto, Jim, y te perdono este trastorno mental porque sé que estás justificadamente preocupado por Jimmy.
—¿Pero qué vio Jackie?
—Sólo puedo ofrecerte una opinión médica… que no significa nada. Era de noche y el chico posee una imaginación muy exaltada, que puede hacer que vea lo que no existe.
—Pero tanta insistencia por su parte…
El doctor sonrió.
—Cuando entré aquí parecías estar muy seguro, Jim. Hay algo en la naturaleza humana, que siempre busca la oposición. Creo que será mejor que sigas la misma prescripción que le di a Jackie y te vayas a la cama. No necesitas preocuparte por ninguno de los dos.
Envers se puso de pie y alargó una mano. Wade pareció reflexionar un momento, luego rió de repente, se levantó, estrechó la mano que le ofrecían y fue en busca del abrigo del doctor.
Como Wade, Tess estaba seriamente inquieta, Cuando Trykar se apartó de los mandos de la nave espacial, satisfecho al comprobar que la misma estaba siguiendo el haz de rayos radial que emanaba del Sol en su órbita, dio salida a sus pensamientos.
—¿Qué puedes hacer respecto al ser humano que viste? —preguntó—. Hemos estado viviendo tres días en la Tierra, entregados a un alto grado de excitación, debida sencillamente a una ley que prohíbe que nos dejemos ver por los nativos de ningún planeta. Y ahora que hemos cumplido rigurosamente dicha ley, no pareces preocupado en absoluto. ¿Esperas que aquella criatura nos considere visitantes sobrenaturales, como debieron considerar a los primitivos inspectores?
—No, querida. Como ya dije antes, esta idea es una tontería. La humanidad se halla obviamente en un estado avanzado de su desenvolvimiento científico, y es erróneo pensar que esta teoría puede satisfacerlos. No… ahora están enterados de nuestra presencia, y tal vez lo hayan estado desde la primera visita de los inspectores de nuestra raza.
—Tal vez, simplemente, no diesen crédito a los individuos que vieron a los inspectores, y ahora quizá tampoco le presten crédito a ese niño que te ha visto a ti.
—¿Cómo es posible tal cosa? A menos que supongas que todos cuantos nos han visto son unos embusteros congénitos, conocidos como tales por sus compatriotas, y, sin embargo, dejados en libertad. Para desacreditarlos de otro modo sería preciso una línea de razonamiento demasiado alambicada para una mente adiestrada científicamente. Una racionalización de este género, Tess, es tan característica de la gente primitiva como la superstición. Repito que ahora están enterados de nuestra existencia y que han permitido el intercambio galáctico desde la llegada del primer inspector. No pueden haber cambiado tanto en sesenta años, al menos en el progreso material. Y éste, querida, es el motivo por el que no me preocupa que me hayan visto. Comunicaré todo el asunto a las autoridades competentes tan pronto como lleguemos a Bahn y no hay duda de que seguirán mis recomendaciones, que consistirán en enviar inmediatamente un grupo oficial para que entre en contacto con la raza humana —sonrió un instante y volvió a poner grave el semblante—. Me gustaría disculparme con aquel chiquillo cuya vida puse en peligro por mi inadvertencia, y también con sus padres, que deben haber sufrido una gran ansiedad. Pero me imagino que no pasará mucho tiempo antes de que pueda hacerlo.
Se volvió hacia su esposa.
—¿Te gustaría, Tess, pasar tus próximas vacaciones en la Tierra?