EXPEDICIÓN UNIPERSONAL POR LA VIDA

La vida de Frank Krawstadt era tan pulida como un eje de grabación.

Estábamos en Viena, Austria, Europa, paseando y riéndonos de los métodos de medición del crecimiento molecular basados en la densidad de los electrones. De allí, pasamos naturalmente a hablar de música. Habíamos venido a Viena para terminar el PVT de Krawstadt, Frankenstein y las artes, su grandiosa y definitiva Presentación Visual Total, haciendo una entrevista a Roskindergaard Nef, el compositor molecular.

—¿No resulta un poco ostentoso para un compositor escandinavo instalarse en la ciudad de Mozart, Beethoven y Haydn? —preguntó Naseem Bata. Era nuestra última dama, tan pulida como él, con sus impecables saris y sus flexibles cabellos negros.

—Nef dirige su vida por medio de una computadora —respondió Krawstadt—. Es el estilo de vida que se está poniendo de moda. Supongo que un día el altavoz le dijo: «Abandona Taby y vete a Viena, Austria.» Y Nef hizo las maletas y se marchó. ¿De acuerdo, Mais?

—De acuerdo —convine. Las señoras vienesas ya estaban en las jause, consumiendo gigantescos pasteles, mientras nosotros andábamos por Graben—. Es el estilo de vida que está de moda. Ni los horóscopos, ni el I Ching, sino una Tronzyme MXC 5505 Digital que será tu guía día tras día. Aliméntala con tus parámetros y custodiará tus decisiones. Deje que un discreto sistema estocástico gobierne su libre albedrío…

—No sé si me creerás, pero hasta la semana pasada no sabía que Viena, Austria, existía aún —dijo Naseem. Ella y yo nos detuvimos a beber en una antigua fuente callejera. Krawstadt había desaparecido en una joyería. El chorro de la fuente sabía a Aloxe Corton 1981, ligeramente ácido.

—Hace cuatro años la transformaron en ciudad de Experiencias Experimentales. Todavía no han terminado los trabajos, pero están eliminando las variables con mucha rapidez.

No había necesidad de explicar las ciudades-refugio vital a Naseem. En su última Década de Esfuerzo había estado vinculada con la legislación que había introducido las leyes de Diferenciación Rigurosa en la mayoría de los países occidentales. El resultado era que ahora uno podía vivir en zonas de Experiencias Tradicionales o en zonas de Experiencias Experimentales. Mientras algunos de mis amigos —como Anna Kavan— construían centros enteramente nuevos, diseñados para unas u otras experiencias —o para la Totalidad— algunas ciudades que la historia había dejado de lado habían renovado y revisado sus cartas constitucionales, para poder participar en las nuevas tendencias.

—Para citar a Grillparzer, Viena es la Capua de la mente —dijo Naseem—. ¿En qué otro lugar el agua de una fuente podría saber a Aloxe Corton 1981, ligeramente ácido?

—¿Corton? —repetí.

Krawstadt emergió de la tienda llevando un dominó plateado. Sus cabellos ardían aún.

—¿Dijiste Corton?

—Más o menos.

—Era una de mis palabras favoritas. Ahora prefiero «deambulante».

Mientras disfrutábamos del placer de andar a pie, hablamos de Grillparzer. Todos nosotros habíamos estado recientemente en Ciudad Marte, para ver la representación del ciclo completo de sus obras. La baja gravedad de Marte había resultado de gran valor para el teatro, pero, por cierto, no se le habían encontrado otras utilidades.

Un antiguo palacio estilo Habsburgo estaba en venta. Roskindergaard Nef vivía en una casa ruinosa y elegante, situada justo detrás del palacio. Cuando nos detuvimos ante la puerta, nieve y pétalos de rosa cayeron sobre nosotros. Cuando llamamos al timbre, la casa se hundió suavemente en el terreno. Una puerta esfínter se dilató en el techo de tejas y nos franqueó la entrada. Cuando entramos, unos perros lobos rabiosos se precipitaron sobre nosotros, disolviéndose en la nada cuando estaban a unos centímetros de nuestra piel. Por ahora, las Experiencias Experimentales tendían a lo farsesco.

El estudio de Nef estaba hundido en la oscuridad existencialista de un cuadro de Fuseli. Él acechaba en el fondo, con sus barbas y sus ropajes, su aspecto de alquimista y su aire inquieto.

—Soy Krawstadt —dijo éste—. ¿Hemos llegado en un momento adecuado?

—Más filosóficamente, ¿han llegado en algún momento? —preguntó Nef.

—Seguro. Hemos llegado en varios momentos. Es 1992, es el momento de beber algo y parece que ha llegado el momento de marcharnos.

—Puede ser; para usted —dijo Nef—. Para mí, no. Mi verdadero yo ni siquiera está en Viena, sino en Trieste, que en otros tiempos era el puerto de Viena, donde estoy exhibiendo algunas de mis composiciones de música vital.

—Y entonces, ¿quién es usted? —preguntó Naseem—. Si no es indiscreto preguntarlo.

—Soy una imagen holográfica almacenada, enteramente controlada por la computadora; como la Tronzyme sabe mucho más que yo acerca de Nef, descubrirán que están frente a un Nef-simulado excepcionalmente inteligente y lúcido, si quieren entrevistarlo.

Krawstadt y yo nos miramos. Krawstadt asintió; yo extraje mi varilla RNP y la orienté en dirección al simulacro.

—¿Qué sabe de Grillparzer? —pregunté, conectando la corriente.

—Grillparzer —respondió el simulacro— produce críticas con disimulados autorreproches, siempre que el nivel de probabilidad preceda el enriquecimiento del trabajo de un orificio multifacetado en lecciones muy sentidas para ver la entomología en un gruñido de arena…

Se desconectó bruscamente, porque mi proyector fortuito de numerología interfería los procesos lógicos de la criatura. Luego se desvaneció.

Las luces del estudio se encendieron y un aroma de sándalo llenó la atmósfera. Krawstadt nos condujo entre unos bancos hasta una puerta que había en el fondo y que tenía un cartel: COMPOSICIONES MOLECULARES. Prohibida la entrada.

Estábamos en una habitación alargada con jaulas en uno de los lados. Un hombre que llevaba una bata blanca se acercó a nosotros, pero su cara estaba pintada y se colgó de un clavo antes de llegar a donde estábamos. Se oía música, una extraña mezcla de Zinovieff y los cielos rasos de estuco de Camesina. Grillparzer se hubiese puesto verde.

Las composiciones moleculares eran un poco locas. Nef les había puesto pieles escarlata brillante, por lo que eran más alegres que la mayoría de los CM que se ven por allí. Dejamos salir de su jaula a una pequeña. Tenía dos brazos cortos, uno con cuatro dedos esponjosos, otro con cinco. También presentaba una protuberancia que casi parecía una cabecita. Unas cosas parecidas a omóplatos se movían debajo de la carne. Era raro tocar la piel de aspecto humano y sentirla fría.

—Actualmente hacen lo que quieren con la escultura genética —dijo Naseem—. Pero, ¿cómo funciona el metabolismo de estas CM? No tienen orificios para alimentos ni para excreción.

Krawstadt no la escuchaba. Había puesto dos CM en el mismo recinto y se manoseaban mutuamente.

—Ése es el secreto de Nef —le dije—. Las compmol se nutren de su propia sustancia. Las construye grandes y luego se achican, a medida que se van consumiendo. La computadora trabaja en su estructura genética por medio de una programación musical. Cada una de estas criaturas representa una melodía diferente, o parte de una melodía. Nunca puede haber dos exactamente iguales. Si Nef estuviese aquí, probablemente podría decir cuál fue moldeada por qué melodía.

—Quizá aquí haya una sinfonía completa.

Nos quedamos mirando las dos desmañadas criaturas. Una tenía seis tentáculos que crecían en dos grupos de tres y era más o menos esférica. La otra era larga y blanda; estaba equipada con una mano sin dedos y cuatro piernas. Lenta y torpemente se palpaban la una a la otra, caían, volvían a tocarse, se revolcaban, se separaban, volvían a acercarse, trataban de asirse, se palpaban, se separaban, caían y volvían a tocarse.

—Parece una agonía lenta —dijo Naseem—. Son como cosas vivientes, cegadas y envueltas en sábanas.

—¿Tienen algún tipo de conciencia? —pregunté a Krawstadt.

—Si la sangre desprovista de un cerebro rector puede tenerla, sí.

—Quizá la tengan.

—Quizá la tengan. ¿Sabes qué dice Nef que representa cada una de estas cosas? ¡Una expedición unipersonal por la vida!

Las dos CM se movían infatigablemente, con lenta determinación, como si pretendieran averiguar algo sobre la otra, mientras se palpaban torpemente, caían, volvían a palparse, tropezaban, rodaban, se separaban y se juntaban nuevamente, se tocaban, caían y volvían a palparse.

—Las aplicaciones comerciales podrían ser interesantes —dijo Krawstadt.

—Excelentes, sobre todo en las zonas de Experiencias Experimentales. Las CM bien diseñadas podrían usarse como mobiliario, como animales domésticos y hasta como vehículos.

—Y como juguetes —añadió Naseem—. Habría que hacerlas con pieles multicolores, dibujos floreados, el arco iris… Entonces no serían tan impresionantes.

—Podrían tener campanillas en su interior.

Mientras hablábamos, las dos CM se movían sin cesar, una alrededor de la otra, siempre a punto de iniciar alguna acción que les permitiera entender claramente a su compañera, mientras se palpaban torpemente, caían, se enredaban, rodaban abrazadas, se separaban, volvían a acercarse, se asían, se palpaban y rodaban y volvían a tocarse.

Las dejamos en eso.

—Y ahora, ¿a Trieste? —pregunté.

—Es otra ciudad de EE; como la historia la dejó a un lado, sólo queda el absurdo.

Salimos al techo. Los pájaros-tigre volaban sobre nuestras cabezas, girando y gritando entre los capiteles. La casa había vuelto a levantarse. Llamamos un pequeño taxi aéreo, nos sentamos bajo el globo y soplamos mariposas de papel en dirección a las señoras de abajo, que seguían comiendo lánguidamente sus pasteles y sus pastas.

Era un día bueno, la única clase posible de día bueno… un día malgastado.

EL SABOR DE LA METRALLA

La mariposa de papel se deslizó hacia abajo, temblando en la brisa. Un pájaro tigre la persiguió, pero la mariposa se precipitó por una ventana abierta y aterrizó sobre la Tronzyme MXC 5505 de Roskindergaard Nef.

Nef levantó el frágil objeto, que estalló en su mano. Apretó la palma llena de sangre y gritó de dolor.

—Ponga su mano en el aparato cicatrizador —sugirió la computadora.

Cuando volvió, la sangre se había congelado formando una cuenta. Nef la levantó y la puso entre los ladrillos de madera y los diamantes, en un estante bajo.

—Continuemos nuestra conversación sobre el amor —dijo a la computadora—. Te he proporcionado información acerca de lo mucho que amo a Branzi Maisel.

—La información es un poco imprecisa.

—Y te he dicho que estoy demasiado ocupado para que una parte de mi creatividad esté ocupada en una persona, por hermosa e inteligente que sea. ¿De acuerdo?

—Ya he dicho lo que pienso sobre eso.

—No quiero oírlo de nuevo. Repito que no hay egoísmo en mi actitud, sólo el deseo de dedicarme a mi arte. Lo que quiero saber es cómo puedo resolver mi dilema.

Hubo una pausa de un microsegundo antes que la 5505 dijera:

—Puede erradicar a Branzi Maisel. Puede erradicarse a sí mismo. Puede erradicar el amor que existe entre ambos. Esas son las tres alternativas.

Levantó la computadora y la llevó hasta la ventana abierta. Se asomó y mantuvo la máquina en el aire.

—5505, de aquí hasta la calle Gabriele D’Annunzio hay cinco pisos de altura. Sólo tengo que soltarte para que te hagas mil pedazos.

—Usted sabe que ser o no ser es lo mismo para mí. ¿Por qué me amenaza?

Miró atónito a la 5505. Un balonático pasó cerca de la ventana, llevando una bandeja. El balonático era un anciano delgado que llevaba un dominó plateado y dijo:

—¿Le gustaría comprar una piedra, señor? También la cambiaría por cualquier computadora vieja que estuviera a punto de descartar.

Nef miró atónito la bandeja. Contenía piedras de la playa grises y marrones.

—Me quedaré con aquélla —dijo, señalando una piedra marrón, y a punto de dejar caer la computadora.

—Es una buena elección —dijo el balonático—. Estas piedras tienen un extraño poder profético. Según la que usted ha escogido, ocurrirán muchas cosas absurdas. La gente nunca volverá a ser tan divertida como ahora; su historia está a punto de terminar, pero otra la seguirá inmediatamente. Un explorador famoso nacerá del pueblo negro. Aparecerán nuevas alternativas, su sentido del olfato será invalorable para la especie humana y el cabello se llevará largo hasta los hombros. Las mariposas causarán algunas molestias en su vida cotidiana, pero no tema, porque todas las criaturas de Dios se reunirán en el Más Allá, antes que pasen muchas lunas. Las verrugas de su tía desaparecerán antes de Pascua, pero no curará de la ciática.

—Me duelen los brazos. ¿Va a seguir diciendo tonterías?

—Sólo unas pocas más, señor —dijo el balonático, envolviendo cuidadosamente la piedra marrón en papel marrón—. Nacerá un amor tan grande que no perecerá nunca, no antes que se derrumbe la última montaña, aunque debe cuidarse de la lluvia, mañana. El nombre D’Annunzio es importante y debe tomar precauciones; hay un escritorio peligroso. Usted, personalmente, está a punto de crear un gran invento que cambiaría completamente el mundo, si el mundo no estuviera a punto de extinguirse. Además, estimado señor, una mujer alta y madura se dirigirá a usted en términos aprobatorios dentro de muy poco, pero al principio eso no le causará mucho placer. Usted sufre porque quiere repicar y andar en la procesión. Aparte de los defectos de su carácter, el mundo está siendo invadido y por causa suya habrá grandes estragos. Pero, como siempre, todos nos levantaremos sonrientes, y viviremos para luchar un día más. Dios lo bendiga, señor, y gracias.

Dio la piedra a Nef, que la apoyó torpemente sobre la 5505.

—Muchas predicciones para una sola piedra, ¿no?

—Bueno, es una piedra bastante grande, y además hoy es jueves. —Se elevó lentamente en el aire, hasta que sólo fueron visibles las suelas de sus zapatos.

—Desgraciadamente, estas Experiencias Experimentales tienden a ser demasiado farsescas —dijo Nef, desechando el incidente y arrojando la piedra a la calle.

Se alejó de la ventana y puso la computadora sobre su escritorio.

—Es mejor tener fe en la ciencia que en la superstición. Lo irracional es tan absurdo… Pero tú, monstruo inhumano, ni siquiera sientes temor cuando te amenazo con arrojarte a la calle… ¿Cómo te atreves a considerar mi amor por Branzi y no ofrecerme más que tres alternativas?

Su mano estaba curada, pero todavía le picaba. Mientras se la rascaba, la 5505 respondió:

—Hasta en una zona de EE no hay más que esas tres alternativas. Las limitaciones humanas son lo que son.

—El cerebro humano es más grande que cualquier computadora, porque está asociado con un centro de sensaciones. Siento, luego soy. Tú no sientes, por lo tanto eres o no eres y lo mismo te da.

—Pero tú me entregas tu voluntad.

—Porque soy un seguidor de Von Sacher-Masoch. Me encanta sufrir. El dolor… ésa es la arena que obliga a la ostra a segregar la perla y al genio la obra maestra. Oye, 5505, déjame darte otra alternativa que está muy por encima de tu mundo…

Una enorme mariposa de brillantes colores revoloteaba en la ventana. Nef la atrapó cuando se acercaba. Observó que estaba hecha de metal. Había pequeñas ventanas en el cuerpo. Por las ventanitas pudo ver a unos seres diminutos que agitaban los brazos a causa de la alarma, la alegría o, quizá, porque estaban haciendo gimnasia.

—Finalmente, la Tierra ha sido visitada por los habitantes de otro planeta.

—Es más probable que la mariposa sea un artefacto terrestre.

—Te dejas gobernar demasiado por las probabilidades.

Nef acercó la nariz a la mariposa y la olfateó.

—Hmmm… Interesante. Gas… Un visitante de algún planeta que gira alrededor de un gigante gaseoso. Interesante. Estamos en presencia de la historia.

Encerró a la mariposa en un cajón del escritorio.

—Lo primero es lo primero. Mis problemas amorosos. Mi alternativa. Ya podemos proyectarme en forma de imagen-holograma programada por ti, de acuerdo a mis parámetros de comportamiento. Si podemos obtener una versión completa de la computadora de Branzi, podremos hacer también una imagen-holograma de ella, y programar otra computadora para que actúe de acuerdo a sus parámetros de conducta. Entonces, nuestras dos imágenes podrán mantener una larga y deliciosa relación amorosa, mientras yo me dedico a mi trabajo. De tanto en tanto, me meteré en el circuito para averiguar cómo van las cosas. ¿No es una idea perfecta?

—No —replicó la computadora—. El amor es físico, además de emocional e ideal. Dos imágenes holográficas no pueden copular.

—Es cierto. Tendremos que seguir investigando.

Golpearon a la puerta y entró una mujer alta, de edad madura, que hizo una reverencia a Nef.

—Majestad, acaba de anunciarse que Cristóbal Colón era negro.

—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames «majestad», mujer?

—Ninguna, Alteza Real. Es la primera vez que nos vemos.

—Por favor, váyase —dijo la computadora. Tomaba todas las decisiones importantes.

—¿Te parece que puedo comer un plato de spaghetti a la carbonara? —preguntó Nef cuando la mujer se marchó.

—Sí.

Mientras comía, dijo:

—El problema físico, ¿es insoluble?

—No.

—¿Lo has resuelto?

—Sí.

—Habla.

—Normalmente, los hologramas se imprimen en película. Debe gene-esculpir sus CM para piel fotosensible. Entonces podrán recibir el hologramado y en la etapa de formación correspondiente, podrá darles la forma del holograma que desee… el suyo y el de Branzi. Un perfecto usted, una perfecta Branzi. Los dos juntos podrán hacer el amor eternamente, mientras usted sigue ocupándose del arte.

Nef estaba demasiado atónito para poder hablar. Apoyó lentamente su tenedor, como si estuviera poniendo flores en una tumba. Abstraído en sus pensamientos fue a la habitación contigua, que simulaba los yermos de la planicie de Salisbury, en los alrededores de Stonehenge. Un negro estaba semioculto entre las piedras gigantescas.

—¿Cristóbal Colón? —preguntó Nef, suspicazmente.

—Estoy empezando a pensar que pasa algo raro —respondió el negro—. Usted es el cuarto elefante que me ha hablado en el día de hoy.

—¡Fuera, vil jalea! —le espetó Nef, despidiendo al hombre y dirigiéndose con paso majestuoso hacia los yermos, con su alocada conjetura.

La sugerencia de 5505, ¿sería practicable? Sólo habría que trabajar en ella, investigarla, desarrollarla. El futuro sería glorioso. ¡Una nueva fama artística iba a nacer! La forma artística definitiva, con el yo como material. Se rascó la palma de la mano, hablando en voz alta mientras caminaba.

—¡Ahora lo veo! ¡Una vida totalmente esquizofrénica! Yo viviré como yo mismo, el genio creador. Y también viviré como Nef, el amante perfecto. ¡La dualidad integrada definitiva…! Y a veces, un cambio de papeles. Mi simulacro creará, mientras yo hago el amor. A veces amaré a la criatura real, a veces amaré a su sombra…

»Y eso no será todo. ¿Por qué detenerse ahí? ¿Por qué ver una doble vida como algo especialmente abundante? ¿Qué generosidad hay en eso? ¿Por qué no crear tres, cinco, una docena, una serie infinita de imágenes reflejadas de mí y de ella? ¿Y de todos mis maravillosos amigos…?

Se detuvo, aturdido, ante su resplandeciente visión del futuro. Los antiguos y estrechos confines de la vida, con sus miserables alternativas que disminuían eternamente, año tras año, quedarían totalmente trastornadas. De ahora en adelante, cada hombre sería multitudinario, su ahora no sería una vela solitaria sino una multitud de hojas de hierba… Finalmente, las Artes y las Ciencias se unirían para abolir la más radical y miserable de todas las limitaciones de la Naturaleza…

Una mariposa se posó en una piedra, junto a su mano izquierda. La golpeó.

Un rollo de papel cayó de la cintura de la mariposa. El papel decía:

«Branzi Maisel nunca había estado tan hermosa. Su cara pálida y ovalada tenía pecas, que salpicaban graciosamente su nariz; sus ojos eran de color azul agrisado y sus labios, rojos. Sus cabellos negros caían lisos hasta sus hombros…»

—No lograrán distraerme —dijo—. 5505 y yo hemos echado abajo las barreras. Lo hemos alterado todo. Hemos inventado una nueva forma de vida que transformará la vida que hemos conocido hasta ahora en poco más que símbolos impresos en una página… ¡El amor ha vencido! ¡Belleza! ¡Fecundidad! ¡Deleite!

Al día siguiente, él y la computadora se pusieron a trabajar, negándose a ser entrevistados siquiera por personas tan ilustres como Frank Krawstadt, y se encerraron en los talleres de Viena, reclutando a todo su personal, humano y mecánico, para inventar la nueva clase de vida.

Exactamente tres semanas más tarde, nació el primer modelo de simulación CM Nef. Se tocaron el uno al otro con manos ansiosas, y luego comenzaron a afanarse, moviéndose uno alrededor del otro, como si estuvieran siempre a punto de intentar una forma definida de acción que pudiera llevarles a entenderse mutuamente de forma completa, mientras se palpaban torpemente, retrocedían, se tocaban de nuevo, retrocedían tambaleándose, caían uno sobre el otro, se separaban con dificultad, volvían a acercarse, volvían a palparse y, sin fatigarse, se acercaban, se tocaban y se separaban y volvían a tocarse.

En un cajón olvidado, otro futuro zumbaba enfadado, mientras la nieve y las rosas llovían frente a la ventana, aleteando hacia un cielo de color merengue perfecto.

A SESENTA MILLONES DE KILÓMETROS DE LA RUBIA MÁS CERCANA

Branzi Maisel nunca había estado tan hermosa. Su cara pálida y ovalada tenía pecas que salpicaban graciosamente su nariz; sus ojos eran de color azul agrisado y sus labios, rojos. Sus cabellos negros caían lisos hasta sus hombros, aunque se doblaban sobre sí mismos para hacer cosquillas al nacimiento de su cuello.

Llevaba un largo vestido gris, con flores azules y amarillas.

Rosgard Never se acercó a ella. Llevaba barba, un amplio ropaje y tenía aspecto de alquimista. A su alrededor había una insinuación de oscuridad existencialista.

Se miraron y sonrieron.

Se tocaron. La electricidad estática produjo destellos y estallaron chispas entre sus dedos. Los dos cayeron hacia atrás, gritando de dolor.

—¡Maldita sea, no somos reales! —exclamó Never—. Pareces muy real y muy bella, ¡pero la gente real no se electrocuta mutuamente!

—Tú también me pareciste real. Sólo somos simulacros, ¿no es cierto?

Él parecía desconcertado.

—¿No somos más que eso?

Ella se apretó las sienes, acosada por sentimientos de déjà vu. Quería preguntarle si no habían representado ya esta escena, pero la predestinación la obligó a decir:

—Debemos ser simulacros, aunque yo me siento muy real.

Él se dejó caer en el tronco de un árbol caído y dijo:

—Branzi, pareces tan real y tan hermosa…

—Tú también me pareces real. Y mis sentimientos son muy reales. Te quiero tanto que tengo ganas de cantar. Pero esto mismo, ¿no sucedió a los robots y a los androides, hace muchos siglos?

—¿Qué les sucedió?

—La gente no pudo resolver el problema de la electricidad estática. Había unos androides fantásticos, que si los mirabas parecían humanos y se comportaban como seres humanos —salvo que no tenían carisma— y eran tan divertidos como los humanos, pero siempre soltaban electricidad estática. Al final, no hubo más remedio que desguazarlos a todos. Ahora sólo se ven androides en los museos.

Él se levantó con dignidad del árbol caído, que había empezado a enderezarse.

—¿Te parece que tendrán que desguazarnos?

—No, mi amor; nuestro amor es tan grande que nunca seremos desguazados. No antes que la última montaña se hunda en el mar y el último barril de petróleo sea extraído de los estratos fósiles… No, aguarda, no es así. Los combustibles fósiles se acabaron hace tiempo, ¿no?

Ella miró su reloj y dijo:

—¿Cómo sé que este reloj señala la hora exacta? Lo que quiero decir es que nunca seremos desguazados, porque no quedan seres humanos reales que puedan hacerlo.

—En Marte todavía hay seres humanos. —Miró alejarse al árbol con cierta emoción, como si estuviera tejiendo un calcetín excepcionalmente largo y hubiese llegado al talón.

—Pero los humanos de Marte se tiñen los cabellos de rubio y sólo viven para Grillparzer. Lo que quiero decir es…, lo que quiero decir es que…

Una hoja que tenía la forma de una pequeña mujer vienesa se instaló en la mesa que había junto a su mano izquierda. La observó de cerca, descubriendo nuevamente que veía el mundo de forma ligeramente diferente si cerraba alternativamente los ojos. ¡Ah, qué locura, qué grandeza había hasta en una vida simulada!

—Supongo que fueron esos invasores espaciales que venían del gigante gaseoso quienes mataron a todos los humanos —dijo Never—. ¿Qué fue lo que los irritó?

Ella soltó una risita.

—Dijeron que habían venido trayendo la paz en sus corazones y que fueron encerrados en un cajón… Un poco infantil, ¿no te parece?

—No lo sé. Piensa en lo que debe ser el espacio interestelar. Piensa en hacer un viaje así, durante muchísimos años…

—Te diré que me parece una estupidez. Cualquiera que haga una cosa así merece que lo encierren en un cajón. Si no tienes éxito en tu propio sistema solar, no mereces tener éxito en ningún otro sitio. Eso es lo que solía decir mi anciana madre. Ojalá te hubiera conocido; estoy segura que a ella le hubieses gustado.

Él le tendió la mano. Ella retrocedió.

—¡Mira mis uñas! ¡Están arruinadas! ¡Es la electricidad estática! De todas maneras, ¿qué vamos a hacer, ahora que el mundo es nuestro?

—¿Quién iba a pensar que terminaría así, todo el maravilloso asunto humano? Todavía no puedo creerlo… tú pareces tan real, tan bella.

—Bueno, tú también me pareces real. Pero sólo somos simulacros, ¿no?

Él meneó la cabeza, desconcertado.

—¿Es eso lo que somos?

—Debemos ser simulacros, aunque yo me siento muy real. Sólo que de tanto en tanto siento algo un poco irreal… bueno, es difícil de describir. Es una especie de sensación metafísica. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—¿Como estar encerrada en un cajón?

Ella se puso de pie, impaciente.

—No, no es eso. A veces siento que estamos tan cerca y tan lejos. Parece como si nos tocáramos, extendiendo las manos, y después es como si cayéramos y tuviéramos que seguir palpando en la oscuridad, buscando al otro, tropezando y luego tocándonos nuevamente. Estamos tan lejos de la perfección…

—¿Te parece que tendrán que desguazarnos?

—No, amor mío; nuestro amor es tal que nunca seremos desguazados, no hasta que la última montaña caiga en el… —La incomodidad del déja vu era tan grande que ella se volvió y se alejó corriendo.

Never también corrió. Bajaron corriendo por el Graben, pasando frente a las estatuas de Mozart, Haydn y Beethoven, hasta que ella estuvo a punto de tropezar con una computadora. Branzi se detuvo, la levantó y se la mostró a Never.

—¿Sabes qué es esto?

Él trató de volver a parecerse a un alquimista.

—Claro. Es una Tronzyme MXC 5505 Digital. ¡No la dejes caer, o dejaremos de existir en un abrir y cerrar de ojos!

Branzi sostuvo la computadora en la palma de su mano y la contempló largamente, poniendo, en broma, una cara melancólica, porque no daba señales de estar viva.

—¡Ay, pobre Yorick!

La computadora dijo:

—De aquí hasta la calle Gabriele D’Annunzio hay cinco pisos de altura, pero ser o no ser es lo mismo para mí.

—Cuidado, cuidado —dijo Never a Branzi, agitando alarmado los dedos—. Recuerda que no somos más humanos que esa estatua de Grillparzer. No dejes caer a la Tronzyme o dejaremos de existir en un abrir y cerrar de ojos. Piensa, amor mío, piensa en toda la humanidad desaparecida y en los dos simulacros que se han salvado. La humanidad, la ciencia, todo ha terminado. ¡Sólo el arte ha sobrevivido! ¡El arte y el amor!

Sus palabras la conmovieron tanto, que dejó caer la computadora. Cayó sobre los adoquines y su concha de plástico se rompió, enviando los circuitos a rodar por la calzada, a precipitarse por los canalones, a depositarse en las losas de las aceras.

Branzi y Never se miraron. Todavía seguían existiendo.

—Quizá seamos seres humanos reales —murmuró él.

—¡Los únicos en todo el universo! —murmuró ella.

—Pero en Marte todavía hay seres humanos.

Ella meneó tiernamente la cabeza.

—Los seres humanos que hay en Marte se tiñen los cabellos de rubio y sólo viven para Grillparzer. ¿Podría ser que fuéramos reales, Never?

—Maldita sea, no somos reales. Eres demasiado bella para ser real.

—Tú tampoco me pareces real. Sólo somos simulacros, ¿no es cierto?

Se dejaron caer al mismo tiempo, muy próximos, pero sin tocarse.

Finalmente, ella dijo:

—Deben haber sido los rayos de los invasores los que destruyeron al resto de la humanidad. Ellos dejaron la electricidad estática en el aire. Con el tiempo, desaparecerá…

—¡Y entonces podremos volver a hacer el amor!

—¡Amor mío!

—¡Amor mío!

No podían esperar. Las chispas saltaban y ardían entre los dos. Se abrazaron, besándose y gritando, doloridos y deleitados.