Nota a la selección

Hasta finales del siglo XVIII, sólo las clases acomodadas tenían acceso a los libros y a la educación. Con la llegada del nuevo siglo y de la primera revolución industrial, gracias al desarrollo y al abaratamiento de las técnicas de impresión, un número mayor de personas empezó a disfrutar de la lectura. Los libros seguían siendo prohibitivos para las clases medias y medias bajas (cuando se publicó Jane Eyre, por ejemplo, en 1847, su precio era de una libra y once chelines, más de la mitad del sueldo mensual de una criada), pero en seguida proliferaron periódicos y revistas, cuyo precio era asequible para un amplio sector de la población. Especialmente en Gran Bretaña, publicaciones como Ainsworth Magazine, Household Words (fundada por Charles Dickens), Tinsley Magazine, Harper’s New Weekly Review, The Idler, Pearson’s Weekly Magazine, The Cornhill Magazine (editada por William M.Thackeray), The Strand Magazine, etc., llevaron la literatura, el arte, la política y la ciencia a todos los hogares, reduciendo las distancias entre las clases sociales, y entre el campo y la ciudad, con igual o mayor ímpetu que el nuevo ferrocarril.

Muchas de las grandes novelas inglesas de la segunda mitad del siglo XIX, antes de ser libros de tapa dura y cuidada edición, se publicaron por entregas en esas magazines populares. Pero las nuevas revistas, además de novelas y artículos, necesitaban pequeñas narraciones para llenar sus páginas. No podían imaginar sus editores el importante papel que desempeñarían en el nacimiento de la edad de oro del relato breve, que duraría hasta bien entrado el siglo XX.

La mayoría de los cuentos de esta antología aparecieron publicados por primera vez en esas revistas y, a pesar de haber sido escritos para el gran público, son modélicos en su género. Todos giran en torno al amor, un tema muy recurrente en la literatura victoriana: el amor como fuente de alegría y de dolor; el amor como misterio, conquista, sacrificio, oportunidad perdida; el amor que florece a cualquier edad y adopta las formas más imprevisibles. Los editores de la época recomendaban los finales felices, pero la enorme riqueza y variedad de la literatura de este período produjo historias asombrosamente dispares. Esta selección se ha establecido siguiendo un criterio sometido a dicha disparidad, sin restringir la complejidad del tema a ninguna consideración previa. De hecho, hay varios autores muy refractarios a las divisiones temporales, poco o nada victorianos, aunque todos ellos, en algún momento de sus vidas, fueron contemporáneos de la reina Victoria, que accedió al trono en 1837, con sólo dieciocho años, y rigió el destino del país hasta su muerte en 1901.

El volumen se ha ordenado cronológicamente, a partir de la fecha de nacimiento de los autores. Se inicia con un cuento de Mary Shelley, la conocida autora de Frankenstein, a fin de enlazar el romanticismo y la novela gótica con la literatura victoriana. Elizabeth Gaskell, William M. Thackeray, Charles Dickens, Anthony Trollope, Wilkie Collins y Thomas Hardy escribieron relatos breves tan intensos y exquisitos como sus extensísmas novelas. Se ha incluido un relato del norteamericano Henry James, que prefirió vivir y escribir en Gran Bretaña, ya que es habitual encontrar su nombre asociado al período victoriano. Otro «extranjero» adoptado por la Inglaterra de la época fue el polaco Joseph Conrad, a quien la sutileza y sofisticación de su prosa han convertido en un autor increíblemente moderno. Robert Louis Stevenson vivió frecuentemente lejos de Gran Bretaña, pero sus libros deben mucho a su tiempo; aunque acaso menos que la obra de Oscar Wilde, víctima célebre de la hipocresía victoriana. La inclusión de autores poco o mal conocidos en nuestro país como George Gissing, E. Nesbit, Henry Harland, John Galsworthy, Ernest Dowson, Charlotte Mew y Hubert Crackanthorpe —considerado el Maupassant inglés, que murió misteriosamente a los veintiséis años—, enmarca y enriquece el período atravesado por los nombres de Arthur Conan Doyle, H. G. Wells y Rudyard Kipling; en este último la sensibilidad victoriana expandió su moralidad hasta las colonias del Imperio Británico. La obra de D. H. Lawrence comienza ya a salirse de este marco temporal; mantiene aún ciertas formalidades victorianas, pero la intensa sensualidad de sus personajes expresa sensaciones y emociones que son de otra época. Con este paso a una nueva moralidad se cierra esta antología, del mismo modo que se abría con un pie en una época anterior.

MARTA SALÍS