LVII. SERVILIA, EN ROMA, A SU HIJO MARCO JUNIO BRUTO.

Esta carta alcanzó a Bruto en Marsella, cuando estaba a punto de regresar a Roma tras finalizar sus funciones como gobernador de la Galia Cisalpina.

8 de agosto

Vuelve, Marco; vuelve a la ciudad que tiene los ojos puestos en ti.

El héroe cuyo nombre llevas [Junio Bruto, que había expulsado a los tarquinos] vive en ti, por el espíritu ya que no por la sangre, y su tarea descansa sobre tus hombros.

Vuelve a la ciudad cuya salud es tu salud y cuya libertad es tu libertad. Los romanos vuelven a clamar el nombre de Bruto y todos tienen los ojos puestos en ti.

El hombre contra quien se dirige la rabia de Roma no es pequeño. El hombre que ahora estrangula a Roma es grande en todas las cosas, y más que en ninguna otra en el error. El asesino debe ser de igual talla que el asesinado, si Roma no ha de ser esclavizada dos veces. No hay más que un romano de tal altura, y todos los ojos están puestos en ti. La mano que haya de abatirlo ha de ser tan desapasionada como la justicia. La tarea del tiranicida es una tarea sagrada; generaciones que aún no han nacido la recordarán con lágrimas de agradecimiento.

Ven a mirarlo; ríndele los honores que le son debidos; míralo como un gran hijo mira a un gran padre, y, con el golpe no de un solo hombre, sino de diez mil millares, mátalo.

Pensando en el hijo que pronto ha de nacer para ti, levanta la mano y asesta el golpe.

LVII-A. BRUTO A SERVILIA.

Devolviéndole la carta.

Esta carta es tuya. El haberla leído no la hace mía.

Las palabras en que me incitas a asesinar a un amigo y bienhechor son lo bastante claras. Las palabras con que cuestionas mi parentesco no lo son.

A los veinte años, señora, todo hombre debe bastarse a sí mismo como padre. Su padre corporal es muy grande, pero de menor importancia. Quienes cuestionan ese parentesco, por tanto, deben hacerlo no sólo bajo juramento y bajo el más solemne de los juramentos, sino con la claridad más absoluta.

No lo has hecho. Por consiguiente, he perdido, en dos sentidos, algo del respeto que estoy obligado a tenerte.

LVII-B. CORNELIO NEPOTE: LIBRO DE ANOTACIONES.

Notas sobre la conversación con Cicerón.

Pensé que el momento era propicio para hacerle la pregunta que toda Roma está deseando formularle desde hace treinta años:

—Dime, amigo, ¿cuál es tu opinión? ¿Es Marco Junio Bruto hijo de César?

De súbito, se puso serio.

—Cornelio —repuso—, debemos andarnos con cuidado cuando empleamos la palabra «opinión». Con mucha evidencia, me arriesgo a decir que sé una cosa; con una evidencia más limitada, me aventuro a decir que tengo una opinión; con menos aún, me permito una conjetura. Supón, sin embargo, que me creo con derecho a una conjetura: ¿puedo compartirlo contigo, cuando indudablemente la pondrás en un libro? En un libro, las conjeturas, no sé por qué, de lejos parecen más grandes que los hechos. Los hechos pueden discutirse; una glosa puede anularlos; pero no es fácil desterrar una conjetura. Las historias que leemos son poco más que procesiones de conjeturas que pretenden ser hechos.

»¿Es Marco Junio Bruto hijo de César? Pregunta mejor si sé o tengo alguna opinión sobre si Bruto, César o Servilia creen que existe semejante parentesco.

»Bruto es uno de mis mejores amigos. César es… César es el hombre a quien he observado más atentamente treinta, cuarenta años seguidos. Servilia…, bueno, en tiempos se barajó la posibilidad de que me casara con ella. Obviemos este asunto.

»He visto a los dos primeros juntos muchas, muchas veces, y nunca he visto que pasara entre ellos ni la menor señal que pudiera interpretarse como reconocimiento de tal parentesco. César tiene por Bruto altísima consideración. Siente por él el cariño, ese cariño tácito, de un hombre viejo por otro hombre más joven de notable capacidad. Tal vez debiera decir cariño a regañadientes…, es decir, algo como temor o cuando menos un… Vamos a ver, Cornelio, ¿nosotros los viejos nos regocijamos siempre al saber que en las generaciones siguientes habrá historiadores y oradores brillantes? ¿No sentimos que nuestros sucesores tienen el deber de sernos inferiores? Además, César siempre ha mantenido las distancias con todos los hombres de independencia incorruptible…, de los doce que hay, de los seis que aún existen. No puede menos de decirse que César no está siempre a disgusto en la sociedad de los hombres de mérito…, o más bien de los hombres que poseen a un tiempo habilidad y elevado carácter. ¡Oh, no! ¡Oh, no! Los admira. Le agrada la habilidad si carece de escrúpulos, y le agrada el carácter elevado si no es práctico; pero no puede sufrir ambas cosas en un mismo hombre. Se ha rodeado de granujas; le gusta hablar con sinvergüenzas; le placen sus chistes —Oppio, Mammurra, Milo—, todos canallas. Cuando trabaja, lo hace con gente como Asinio Polión, honrado, leal y mediocre.

»La conducta de Bruto respecto a César no difiere en nada de la que observa con todos nosotros, los viejos. Bruto no siente cariño por nadie, nunca lo ha sentido, nunca lo sentirá…, excepto, desde luego, por su mujer, y, tal vez a causa de ella, un poco por su suegro. Conoces ese rostro impasible y bello, ese modo deliberado de hablar, esa cortesía austera. Si él creyese que César es o pudiera ser su padre…, ¡no, no puedo creerlo! Le he visto agradecer a César sus favores; le he visto disentir de César; es más; le he visto presentar su mujer a César. En César todo es actuación y nunca llegaremos a saber lo que piensa, pero Bruto no tiene nada de actor, y me atrevería a jurar que ni siquiera ha pensado nunca en semejante posibilidad.

»Queda nuestra conjetura respecto a lo que cree Servilia.

»Mas antes de llegar a esto, hay algo que añadir: hace treinta años muchos consideraban que la existencia de ese parentesco era algo incuestionable. Las fechas, si así puede decirse, sustentan esa paternidad. En aquel tiempo, César estaba consolidando su avance político merced a una sucesión calculada de adulterios dobles. Las mujeres tomaban por entonces parte de forma mucho más significativa en la vida de la República, y Servilia poseía una de las más brillantes cabezas políticas, entre hombres y mujeres, de toda la aristocracia. Podía gobernar la política de veinte multimillonarios estúpidos y vacilantes; no necesitaba sino decirles qué habían de temer próximamente. No juzgues a la Servilia de aquel tiempo por la Servilia de hoy. Hoy no es más que una mujer frenéticamente intrigante, que patalea entre principios absurdos y contradictorios e inunda la ciudad de cartas anónimas, pero transparentes. El clima de Roma ha empeorado para las mujeres. Ni siquiera juzgues a la Clodia de diez años atrás por la Clodia de hoy. Roma, veinte y treinta años atrás, era una arena de mujeres fuertes… Piensa en la madre de César, en la madre de Pompeyo, en la tía de César. No pensaban sino en política y no permitían que sus maridos, amantes, clientes e hijos pensasen en otra cosa. Ahora todo el mundo finge escandalizarse ante el hecho de que sus madres y sus abuelas repetidamente se casasen y se divorciasen sencillamente por razones de conveniencia política. Olvidan que no sucedía así únicamente porque las novias trajesen consigo riqueza y relaciones de familia…, pues era bien sabido que la novia era por sí misma un general político. Cuando la lucha entre Sila y Mario llegó a su punto culminante, el envenenamiento era tan frecuente que antes de ir a comer, incluso a casa de la propia hermana de uno, había que pensárselo dos veces.

»¡Puedes figurarte la habilidad que César necesitaba para entrar y salir a escondidas en los lechos de aquellas Clitemnestras batalladoras! Ésa es una historia que nunca se ha contado. El prodigio consiste en que cada una de sus sucesivas amantes sigue hasta la fecha rindiéndole pleitesía. ¡Cuántas veces, encontrándome en compañía de una u otra de nuestras maduras matronas, he dado un giro a la conversación para elogiar a este hombre sólo para descubrir que me escucha una muchacha medio desmayada y que apenas puede respirar, convencida como está de que ha sido la única inspiradora de aquella carrera tan llena de competidoras!

Aquí, Cicerón se echó a reír y volvió a atragantarse, y hubo que darle golpecitos en la espalda para animarle a proseguir.

—Y ahora, date cuenta —continuó—: César, que en el matrimonio sólo ha sido capaz de conseguir un vástago, fuera del matrimonio estuvo muy a punto de justificar su apodo de «Padre de la Patria». Indudablemente, ha hecho todos los esfuerzos posibles para ligar a todas esa madres influyentes con el lazo de un hijo. Además, se observó a menudo que cuando la mujer a quien dedicaba sus atenciones le anunciaba que estaba encinta…, ¿me atiendes?…, y cuando estaba convencido de que era en verdad el padre de aquella… de aquella esperanza, invariablemente se le retribuía con extrema generosidad; regalaba a la dama un obsequio, que nunca era humilde.

»Durante los años de que estamos hablando, no olvides que César no tenía dinero. Sí, durante los veinte años más críticos de su carrera, César fue… gastador sin renta y pródigo con el dinero ajeno.

[Aquí sigue la digresión de Cicerón sobre César y el dinero, que ya se ha ofrecido en el documento XII.]

»De todos modos, César rescató de la inactividad suficiente dinero de sus amigos para ofrecer a Volumnia la Andrómaca de Apeles (una temática muy indicada para una adúltera), la pintura más formidable del mundo, aunque no sea sino pálida reliquia de lo que una vez fue. ¿Puede dudarse de que las dos hijas gemelas de Volumnia son hijas de César? ¿No está ahí la nariz…, la nariz por partida doble? Y a Servilia le dio la perla sonrosada que luce tan religiosamente en cada fiesta de la fundación de la ciudad. Es la primera perla del mundo, y en su tiempo fue el objeto de que más se hablaba en Roma. El poco apetitoso pecho en que ahora reposa, amigo mío (desafiando todas las leyes suntuarias), fue en otro tiempo tan hermoso como ella. ¿Es la recompensa por haber concebido a Marco Junio Bruto? No lo sabremos, nunca lo sabremos.

LVIII. CÉSAR, EN ROMA, A BRUTO, EN MARSELLA.

17 de agosto

Por correo privado.

No tengo que decirte con qué satisfacción he recibido informes de muchas fuentes acerca de la manera ejemplar con que has ejercido tu alto oficio. Confío en que mi elogio sea una satisfacción para ti por dos razones: la menor es que viene de un amigo que se enorgullece y se complace en todo cuanto haces; la mayor es que también yo, soy un servidor del Estado romano, y sufro cuando se le ofende y me regocijo cuando se le sirve con nobleza. Por los dioses inmortales, desearía que de todas las provincias me llegasen noticias de tal justicia, de tal incansable preocupación por todos los súbditos de Roma, de tal energía en la ejecución de sus leyes. A miles de seres que despiertan de su sueño de barbarie les has hecho amar y honrar a Roma, y se la has hecho temer sólo hasta el punto en que todos debemos temerla con equidad.

Vuelve, muchacho querido, al país que te pide trabajos de cada vez mayor envergadura.

La carta que estoy escribiéndote está destinada exclusivamente a ti, y te insto a que la destruyas apenas la hayas leído. Tómate el tiempo que necesites para escribirme tu respuesta; mi correo esperará cuanto precises.

No creo que entre las responsabilidades de un gobernante esté, en una República, la de indicar o nombrar un sucesor. Del mismo modo, tampoco creo que el cabeza de una República deba estar investido con poderes dictatoriales. Sin embargo, soy un dictador, y estoy convencido de que los poderes que me he visto obligado a asumir son necesarios para el Estado. Y estoy convencido asimismo de que sólo el nombrar yo mi sucesor puede salvar a ese Estado de otra larga y agotadora guerra civil. Tú y yo hemos conversado largo y tendido respecto a la naturaleza del gobierno y al grado en que puede dejarse que se gobiernen a sí mismos en estos tiempos nuestros ciudadanos romanos. No siempre hemos estado de acuerdo respecto al grado en que son capaces de gobernarse. Te nombré para el puesto que ahora dejas para que pudieses aprender, a través del diario ejercicio de la administración, la enorme proporción en que los hombres que desempeñan las más humildes funciones dependen de los que están por encima de ellos. Ahora deseo que ocupes una posición semejante en la capital y que descubras por ti mismo una verdad similar respecto a nuestros ciudadanos en Italia.

Deseo que ocupes el puesto de pretor. Voy a nombrar a tu cuñado [Casio] para que ejerza contigo. Deseo que seas pretor de la ciudad; de los dos oficios es el más difícil, el que está más expuesto a la vista del público, y el que está más cerca de mí.

Como ya he dicho, creo que, dada la disposición de nuestros ciudadanos y la situación política en la península, es deber mío nombrar mi sucesor. Cierto es que un hombre en mi posición puede nombrar un sucesor, pero no puede confirmarlo. Hay una cosa en la que todos los hombres son igualmente ignorantes y ésa es el porvenir. Un sucesor tiene que confirmarse a sí mismo. Hay modos, sin embargo, mediante los cuales, vivo y muerto, puedo aún prestar ayuda al hombre que me siga. Esa ayuda es introducirle en los métodos mediante los cuales se administra el mundo, y compartir con él la información y la experiencia que es imposible obtener en otra parte. Como pretor de la ciudad, estarán a tu disposición.

Me doy cuenta día tras día de que mi vida puede acortarse en cualquier momento. No quiero emplear contra mis enemigos salvaguardias que me proporcionasen una seguridad personal a costa de estorbarme los movimientos y de alarmarme la mente. Hay muchas horas durante el día en las que cualquier asesino podría destruirme con facilidad. El reconocimiento de esos peligros me lleva a pensar en mi sucesión. Aun cuando hubiese tenido hijos, no creo que la jefatura se transmita mediante la paternidad. La jefatura pertenece a los que aman el bien público y tienen aptitudes y formación para administrarlo. Te creo dotado de tal amor, y de tales aptitudes; la formación ha estado en mi poder asegurártela. La decisión de si quieres o no asumir el mando supremo está en tus manos.

Te ruego me transmitas tus impresiones acerca de este asunto.

LVIII-A. BRUTO A CÉSAR.

[Respuesta inmediata.]

Te agradezco el elogio. Te agradezco la ayuda que me prestaste durante todo el desempeño de mis funciones. Acepto el ser pretor de la ciudad y espero desempeñar el cargo de modo que puedas conservar la buena opinión que te ha llevado a confiármelo.

El oficio ulterior a que te refieres no quiero tomarlo en cuenta. Mis razones para rechazarlo están contenidas en tu misma carta. Permíteme citar tus propias palabras: no creo que en una República esté, entre las responsabilidades de un jefe, la de designar su sucesor. El puesto de César sólo puede llenarlo un César; si queda vacante, ese oficio y esa concentración de poder deben terminar necesariamente. Quieran los dioses inmortales preservarte para dirigir el Estado a la manera que sólo tú puedes hacerlo; cuando abandones el oficio, puedan ellos preservarnos de una guerra civil.

Mis razones últimas para negarme a aceptar tal oficio son estrictamente particulares. Con el paso de los años, me voy sintiendo más y más inclinado al estudio de la filosofía. Cuando haya servido a ti y al Estado durante algún tiempo como pretor de la ciudad, te pediré que me dejes libre para poder consagrarme por entero a tal estudio. En él espero dejar detrás de mí un monumento que no sea indigno de nuestro espíritu romano y de tu buena opinión.

LIX. CÉSAR A PORCIA, ESPOSA DE MARCO JUNIO BRUTO, EN ROMA.

18 de agosto

No puedo negarme el placer de comunicarte que hace algunos días llamé a tu marido a esta ciudad. Lo hice no sin pena, señora, porque los que aman a Roma bien pudieran desear que permaneciese para siempre en la Galia Cisalpina, continuando los notables servicios que allí le presta.

Permíteme repetirte las palabras que le he escrito recientemente:

«Por los dioses inmortales, desearía que de todas las provincias me llegasen noticias de tal justicia, de tal incansable preocupación por todos los súbditos de Roma, de tal energía en la ejecución de sus leyes».

Permíteme decirte que no hay nada relacionado con tu casa que a mí no me afecte. Ni siquiera las diferencias de opinión han disminuido el profundo respeto que me inspiran quienes tienen vínculos más íntimos contigo [Porcia era hija de Catón el Joven.] Ha llegado hasta mí la noticia de que estás esperando un hijo. No sólo tú, señora, sino toda Roma espera a un niño de tan noble herencia. Me congratula pensar que el padre del niño estará presente en esa hora tan propicia.

LIX-A. PORCIA A CÉSAR.

19 de agosto

Porcia, mujer de Marco Junio Bruto, envía su agradecimiento a Cayo Julio César, dictador, por su bondadosa misiva, y por la parte que le corresponde en las muy halagüeñas noticias que contiene.

LIX-B. DIARIO-CARTA DE CÉSAR A LUCIO MAMILIO TURRINO.

Hacia el 21 de agosto

No hay hombre que esté libre de envidia. Abrigo tres impulsos envidiosos, si puede darse tal nombre a tres motivos de meditación admirativa. Te envidio a ti el alma; a Catulo, su canto; y a Bruto, su nueva mujer. De las dos primeras envidias ya te he hablado con profusión, aunque no por última vez.

La tercera no es una recién llegada a mis pensamientos. Ya había reparado en ella cuando estaba casada con mi vanidoso e incompetente amigo [M. Calpurnio] Bíbulo. Qué extraordinariamente bien le sienta a una mujer el silencio, no un silencio que sea ausencia y vaciedad —aunque ése es poco frecuente—, sino un silencio que es todo atención. Uno así agraciaba a mi Cornelia, a quien yo llamaba «mi silencio que habla»; y a mi Julia, largo tiempo silenciosa y callada hasta en mis sueños; así es Porcia, la hija de Catón.

Y, sin embargo, cuando se deciden a hablar, ¿qué elocuencia o qué ingenio pueden rivalizar con ellas? Podrían hablar de las cosas más menudas del gobierno de la casa, y Cicerón en pleno Senado no halagaría tanto el oído. Mis envidiosas meditaciones me enseñan el porqué. Lo trivial es inaguantable sólo en labios de aquellos que le dan importancia. A pesar de lo cual nuestras vidas están sumergidas en lo trivial; lo que tiene importancia llega a nosotros envuelto en los numerosísimos detalles de lo trivial; lo trivial tiene esta dignidad: existe y es omnipresente. Por su misma naturaleza, las mujeres son los custodios de una cantidad inmensa de tal insignificancia llena de tantas consecuencias. Para un hombre, el cuidado de los niños resulta más molesto que la cría de animales y más exasperante que acampar entre los mosquitos del desierto africano. Una mujer silenciosa es la que ha diferenciado en su intelecto entre el detalle que hay que olvidar a toda prisa y el detalle que merece que vuelva a prestársele atención.

Envidiar a otro hombre por su mujer generalmente no tiene ese carácter tan pacífico; pero así sucede en mi caso. Mientras vivió Bíbulo, visitaba a menudo su casa y le veía, y le envidiaba la vuelta por la tarde a aquella juiciosa tranquilidad. Cuando Bíbulo se murió, medité largo tiempo diversas opciones; pero cualquier movimiento me parecía fuera de lugar. Mucho lo meditó Bruto también, sin duda; fue censurado enormemente por divorciarse de Claudia [hija de Apio Claudio, prima lejana de Clodia] después de tan prolongado matrimonio; pero yo supe comprenderlo, y toda Roma puede percibir una felicidad que envidiaría hasta el más malhumorado estoico, y aprobar hasta el más vigilante dictador. [Este matrimonio reforzó el único partido de oposición entre los aristócratas que pudiera jactarse de contar con amplio sostén por parte de la opinión popular. Bruto se casó con su prima, puesto que su madre, Servilia, era hermana del padre de Porcia, Catón el Joven; Casio y Lépido estaban casados con dos medio hermanas de Bruto, hijas de Servilia en su primer matrimonio con el cónsul Sileno; ambas eran mujeres de pésima reputación.] ¿Puede compararse con tu madre y la mía y con mi tía?… No lo sé. Tal vez sus virtudes tengan esa inflexibilidad que echa a perder la de su marido y la de su padre, hombres sin alegría. No puede uno menos de deplorar una autoridad que se ha formado mediante la reacción contra un ambiente escandaloso; no se tarda en adoptar un tono de censura y autocomplacencia. Me causa algún placer recordar que mi amigo Bruto no siempre fue un filósofo tan marmóreo. Durante algún tiempo languideció junto a la Incomparable [Cytheris, la actriz], e hizo su fortuna por medios harto discutibles en Capadocia y Chipre. Yo, que era cónsul aquel año, le salvé a duras penas de un clamoroso proceso por concusión.

Sí, esos moralistas son virtuosos por reacción, y de ahí su rigidez. ¡Ojalá este «silencio que habla» pueda tener influencia benéfica sobre el noble y hermoso Bruto! [Esto último constituye un juego de palabras, porque bruto significa al mismo tiempo «bruto» y «feo».]

LX. LA CADENA DE LA CONSPIRACIÓN.

La siguiente carta en cadena se hizo circular a través de toda la península entre millares de personas durante las primeras semanas de septiembre del 45. Ésta, la primera, apareció en Roma el 1 de septiembre.

El Consejo de los Veinte, a todo romano digno de sus antepasados:

Prepárate a deshacerte de la tiranía bajo la cual gime nuestra República. Nuestros padres murieron para adquirir las libertades que nos está robando un solo hombre. Se ha formado un Consejo de los Veinte; ha prestado juramento ante los altares; los dioses han confirmado que su empeño es justo y tendrá éxito. Todo romano que reciba este boletín debe hacer de él cinco copias. Con todo secreto, ha de procurar que las tales copias lleguen a manos de cinco hombres, romanos de quienes se presuma que han de compartir esta opinión o de adoptarla; a su vez se les animará a que haga cada uno otras tantas copias.

Seguirán otros boletines. Sus disposiciones se irán definiendo de forma gradual.

¡Muera César! Por nuestro país y por nuestros dioses. Silencio y resolución.

El Consejo de los Veinte.

LX-A. ASINIO POLIÓN A CÉSAR.

Éste es el final del informe de Polión a César desde Nápoles del 18 de septiembre, ofrecido como documento XIV.

Mi general, te envío las trece copias de la carta en cadena que me fueron remitidas durante los últimos seis días —tres en mi alojamiento en Posilipo, diez aquí—. Mi general, observarás que cinco de ellas parecen haber sido escritas por la misma mano, aunque ha intentado disfrazarse. Quinto Cota recibió 16; Lucio Mela, 10.

Un mecanismo equivalente se ha puesto en movimiento en estos lugares para el pueblo que no sabe leer ni escribir. Se han puesto en circulación piedrecillas y caracolas en las que puede leerse «XX/C/M» [lo cual significa «Muerte»]. Mi asistente me asegura que producen más indignación que entusiasmo, y que provocan la circulación de otras piedras con la inscripción XX/M. Ambas inscripciones se ven también en los pavimentos, muros, etc.

No me arriesgo a someter sugestiones a mi general respecto a las medidas calculadas para contrarrestar esta actividad. Sea como sea, te ofrezco los resultados de una discusión sobre el asunto sostenida aquí en nuestras oficinas entre Cotta, Mela, Annio, Turbatio y yo.

1. El movimiento se inició en Roma. Su primera aparición fue hace quince días.

2. Se capturó a tres esclavos cuando entregaban las cartas. Se les sometió a tormento. Dos declararon que habían encontrado los papeles, dirigidos a nosotros, en lugares públicos (una vieja que vendía higos halló uno en su cesto) y luego los habían entregado con esperanza de recibir alguna recompensa. Toda la circulación depende de la costumbre de dar propina a los que traen algún mensaje. El tercer esclavo dijo que la carta dirigida a mí se la había entregado una mujer tapada con un velo, en la orilla del mar.

3. Los iniciadores de esta actividad no parecen pertenecer al grupo de Clodio Púlquer, porque carecen de astucia y paciencia; ni a los descontentos de Casio Casca, que sólo pensarían en términos de un grupo pequeño. El deseo de promover amplia adhesión, la relativa falta de incitación a la violencia, junto con las pretensiones de aprobación religiosa, sugieren un grupo estudioso y acaso de más edad. No excluimos la posibilidad de que un Cicerón o un Catón puedan haber llegado a este tipo de medidas.

4. Es difícil ver cómo un movimiento de cartas en cadena podría transformarse de acción negativa en una acción positiva. Estamos de acuerdo, sin embargo, en que el tal movimiento pudiera conseguir resultados dañosos para el buen gobierno y esperamos todas las instrucciones que puedan darse para contrarrestarlo.

LX-B. SEGUNDO BOLETÍN.

Éste obtuvo aún mayor circulación en toda la península. Las copias empezaron a aparecer en Roma el 17 de septiembre.

El Consejo de los Veinte, a todo romano digno de sus antepasados: segundo boletín.

Se insta a todo romano que reciba el presente boletín a hacer de él cinco copias y, con todo secreto, procure hacerlas llegar a manos de los cinco hombres a quienes haya entregado las anteriores.

He aquí nuestras instrucciones:

Empezando el 16 de este mes de septiembre, cada romano, hasta donde sea posible, procurará que él y los de su casa hagan las compras en la ciudad, se presenten ante los tribunales y se entreguen a todas las actividades de la vida pública sólo en los días pares del mes.

Además, cuantos estén en Roma se dedicarán asiduamente y con ostentación a aclamar al dictador siempre que aparezca y a acompañar a su séquito en todas sus apariciones públicas. En la conversación se declararán con entusiasmo en favor de todos sus proyectos, en particular del traslado de la capital a Oriente, de una campaña militar en la India y de la restauración de la monarquía.

Nuestro próximo boletín contendrá medidas aún más definidas.

¡Muera César! Por nuestro país y por nuestros dioses. Silencio y resolución.

El Consejo de los Veinte.

LX-C. LIBRO DE ANOTACIONES DE CORNELIO NEPOTE.

Este registro está escrito después de la muerte de César.

Durante el otoño del 45, los principales temas de conversación eran las llamadas «cartas en cadena» y la visita de Cleopatra. De hecho, la iniciativa de las cartas en cadena la atribuyeron muchos a la reina de Egipto, porque pensaron que tenían cierto rasgo de retorcimiento oriental, que no se le hubiera ocurrido a un romano. El público observó con enorme interés el requerimiento de atender a los asuntos de la vida pública únicamente en los días pares. En un principio, se notó que las actividades se desarrollaban sobre todo en los días impares. Pero esa preponderancia se redujo gradualmente, y se hizo evidente lo contrario.

LXI. DIARIO-CARTA DE CÉSAR A LUCIO MAMILIO TURRINO.

Incluye una copia de los primeros boletines de los conspiradores.

Del 8 al 20 de septiembre

979. Alguien ha ideado un nuevo método de preparar al pueblo para una zozobra del Estado y para mi muerte por asesinato.

Incluyo una copia de esas notificaciones públicas. Están circulando a miles por toda Italia.

Apenas ha pasado un día durante este último año en que no haya recibido prueba detallada de uno u otro movimiento de conspiración. Me traen listas de nombres y relaciones de sus reuniones. Intercepto cartas. La mayoría de tales grupos están increíblemente poco cohesionados. Entre sus miembros siempre hay alguno que está deseando vender su información por dinero o por favor.

Cada nueva conspiración despierta en mí gran interés…, iba a decir «feliz interés», que pronto se transforma en decepción.

En primer lugar, estoy casi seguro de que tarde o temprano moriré a manos de un tiranicida. No he querido complicarme la vida con la protección constante de guardas armados, ni el ánimo con la práctica de vigilante ansiedad. Desearía fuese la daga de un patriota la que me derribase, pero estoy igualmente expuesto a las de un loco o un envidioso. Mientras tanto, por medio de encarcelamientos, destierros, admoniciones y exposición al público, he detenido las conspiraciones según iba teniendo noticia de ellas.

Como digo, las he seguido con interés. Siempre es posible que entre los que planean mi muerte encuentre al hombre que tiene razón en los asuntos en que yo me equivoco. Hay en el mundo muchos hombres mejores que yo, pero aún no he visto al hombre que pudiera ser mejor gobernante de nuestro Estado. Si existe, me figuro que ahora ha de estar planeando mi muerte. Roma, tal como le he dado forma, tal como he tenido que darle forma, no es lugar agradable para un hombre cuyo genio sea el genio de gobernar desde la cumbre. Si yo ahora no fuera César, sería el asesino de César. (Esta idea no se me había ocurrido hasta este momento, pero veo que es verdad; es uno de los muchos descubrimientos que acuden a mi mente siempre que te escribo una carta.)

Pero existe una razón aún más profunda por la cual desearía saber algo acerca del hombre que ha de matarme, aun si ese conocimiento hubiera de ser mío sólo en el último instante de mi vida. Y eso me obliga a volver a la pregunta que como sabes me absorbe cada vez más: ¿hay un Entendimiento, en el universo o por encima del universo, que se dedica a vigilarnos?

A menudo me llaman «favorito del destino». Si los dioses existen, me colocaron donde estoy. Han situado a cada uno de los hombres donde está. Pero el hombre que ocupa mi asiento es uno de sus nombramientos más importantes…, como lo es, a su modo, el poeta Catulo; como lo eres tú; como lo fue Pompeyo. El hombre que me mate arrojaría tal vez alguna luz sobre la naturaleza de los dioses. Sobre su instrumento elegido. Pero mientras estoy escribiendo esto, la pluma se me cae de la mano. Probablemente, pereceré a manos de un loco. Los dioses se esconden hasta en la elección de su instrumento. Todos estamos a merced de una teja que cae. Nos quedamos con la visión de un Júpiter que va arrancando tejas para que caigan sobre un vendedor de limonada o sobre César. El jurado que condenó a muerte a Sócrates no estaba constituido por instrumentos augustos, como tampoco lo eran el águila y la tortuga que mataron a Esquilo. Es posible que mi último momento de conciencia lo llene la última de las muchas confirmaciones de que los asuntos de este mundo proceden con la misma falta de sentido con la que una corriente lleva hojas en su marea.

Hay otra faceta en el ardor con que investigo en cada nueva conspiración. ¿No sería un maravilloso descubrimiento encontrarme con que me odia a muerte un hombre cuyo odio es desinteresado? Ya es bastante raro encontrar un amor desinteresado; hasta ahora, en los que me odian no he descubierto nada más allá de los impulsos de la envidia, de la ambición del propio medrar, o del consuelo de la destrucción. Tal vez en el último instante se me permita contemplar la cara del hombre cuyo único pensamiento es Roma y cuya única idea es que yo soy el enemigo de Roma.

980-982. [Ya facilitado en el documento VIII.]

983. [Sobre el clima.]

984. [Sobre la divergencia creciente entre el latín hablado y el escrito y la decadencia de las terminaciones de caso y el subjuntivo de los verbos en el habla popular.]

985. [De nuevo sobre la primogenitura y la herencia de la propiedad.]

986. [Acompañando al segundo boletín de la conspiración.]

Adjunto la segunda nota hecha pública por el Comité de los Veinte. Aún no he sabido quiénes son los iniciadores de esta serie. Huele a alguna nueva clase de descontentos.

Desde la infancia, he prestado atención a la actitud que los hombres adoptan con quienes están colocados por encima de ellos y se encuentran en posición de restringir sus movimientos. ¡Cuánta deferencia y lealtad enmascarando tanto desprecio y odio! La deferencia y la lealtad proceden de la gratitud que un hombre experimenta hacia aquel que le alivia de las responsabilidades y los terrores de la gravosa decisión; el desprecio y el odio, de su resentimiento contra el hombre que limita su libertad. Durante parte del día y de la noche, el hombre más manso del mundo es, oscuramente, el asesino de los que pueden imponerle obediencia. En mi juventud, a veces me llenaba de consternación descubrir que, despierto o dormido, me sentía inclinado a desear la muerte de mi padre, de mis preceptores y mis gobernantes por los cuales sentía cariño verdadero aunque intermitente. Por esa razón acostumbraba a escuchar con cierto placer las canciones que mis soldados cantaban en torno a sus hogueras de campaña; por cada cuatro canciones que me ponían por las nubes junto a los dioses, había una quinta que me rebajaba a la idiotez, al vicio senil y a la decadencia. Estas últimas las cantaban con más brío, y los bosques resonaban con la alegría de mi muerte. No encontraba dentro de mí ira, sino sólo un poco de diversión y unos cuantos pasos acelerados hacia la ancianidad cuando descubrí que hasta Marco Antonio y Dolabella se habían unido durante algún tiempo a un grupo que estaba planeando mi muerte; durante algún tiempo, el amo a quien amaban se había fundido con todos los amos a quienes habían odiado. Sólo los perros no muerden nunca a sus amos.

Esta combinación de impulsos forma parte del movimiento del mundo y no es cosa de aprobarla o desaprobarla, porque, como todos los impulsos fundamentales, produce el bien y el mal. Y de ello extraigo la confirmación de mi convencimiento de que el movimiento central de la mente es el deseo de libertad sin trabas, y de que ese movimiento va invariablemente acompañado por su opuesto, un temor a las consecuencias de la libertad.

LXII. NOTAS DE CATULO ENCONTRADAS POR LA POLICÍA SECRETA DE CÉSAR.

Llegaron a manos del dictador el 27 de septiembre.

Estos borradores estaban escritos en el reverso de hojas que contenían fragmentos de poesías o en pizarras. En ambos casos habían sido borrados descuidadamente.

… Se ha formado un Comité de Diez…

… Este Comité de Veinte, después de haber prestado juramento ante los altares de los dioses…

… empezando el doce del próximo mes de septiembre…

… en los días impares del mes evitarán de toda…

… asistencia asidua a las apariciones en público del dictador… aclamaciones de profusa adulación…

LXII-A. CÉSAR A CATULO.

27 de septiembre

Se me ha llamado la atención sobre el hecho de que algunos amigos tuyos han puesto en circulación una serie de documentos destinados a derrocar el gobierno de la República.

Considero tales medidas pueriles y equivocadas más que criminales. Tus amigos deben de haber reparado en los pasos que ya he dado para hacerlas inofensivas y ridículas. Sin embargo, se me presiona para que castigue públicamente a sus perpetradores.

Me cuesta trabajo creer que hayas tenido que ver en tan inepta incursión en los asuntos públicos; pero hay prueba de que, cuando menos, estabas enterado de ella.

Por mi larga amistad con tu padre, estoy dispuesto a tratar con blandura a esos jóvenes equivocados. Pongo su suerte en tus manos. Si puedes informarme de que cesará su implicación en la circulación de esas cartas, daré el asunto por zanjado.

No quiero oír ningún alegato en defensa de su acción. Unas palabras afirmativas tuyas serán suficientes. Esas palabras puedes transmitírmelas pasado mañana cuando te encuentre, según me dicen, en la comida que ofrecen C. Publio Clodio y la señora Clodia Púlquer.

LXII-B. CATULO A CÉSAR.

28 de septiembre

Las cartas de que hablas las planeé yo solo, y sus primeras copias las envié solamente yo. No existe ningún Comité de los Veinte.

Los medios que he empleado para recordar a los romanos sus restringidas libertades bien pueden parecerle inapropiados a un dictador. Sus poderes son ilimitados, como lo son sus celos de toda libertad que no sea la suya. Sus poderes se extienden hasta el saqueo de los papeles privados de los ciudadanos.

La composición mía de esas cartas ya ha cesado, dado que también lo ha hecho su eficacia.

LXII-C. TERCER BOLETÍN DE CONSPIRACIÓN, ESCRITO POR JULIO CÉSAR.

Con «dado que también lo ha hecho su eficacia», Catulo quería decir que el país estaba ya tan inundado de cartas escritas a imitación de las suyas que el movimiento se había disipado en el asombro y el desaliento del interés de los ciudadanos. Este tercer boletín, que apareció pocos días después del segundo, fue el que alcanzó mayor circulación.

El Consejo de los Veinte a todo romano digno de sus antepasados: tercer boletín.

El Consejo de los Veinte cree que estas cartas han tenido la suficiente circulación. Cientos de miles han despertado al odio patriótico hacia el opresor y a la ardiente expectación de su muerte.

Mientras tanto, se os conmina a que preparéis al pueblo a este fausto acontecimiento. Por lo tanto, no perdáis ocasión de ridiculizar las llamadas hazañas del tirano.

Rebajad sus conquistas. Recordad que el territorio fue conquistado por los generales que trabajaban sometidos a él y a los cuales negó todo mérito. Le llaman Invencible, mas es bien sabido que sufrió muchas costosas derrotas que se ocultaron al pueblo romano. Divulgad historias que hablen de su cobardía personal ante el enemigo.

Recordad las guerras civiles, recordad a Pompeyo. Recordad al pueblo la brillantez de sus circos.

La distribución de tierras: extendeos sobre la injusticia que se ha cometido con los grandes terratenientes. Insinuad que los veteranos no han recibido sino tierras pedregosas o pantanosas.

El Consejo de los Veinte ha hecho detallados planes para controlar el orden público y las finanzas. Los edictos seniles del dictador se revocarán de inmediato: las leyes suntuarias, la reforma del calendario, la nueva moneda, el sistema de diez cabezas para la distribución del grano, el insensato gasto de los fondos públicos en la irrigación y el control de las vías de agua. Reinará la prosperidad y la abundancia.

¡Muera César! Por nuestro país y por nuestros dioses. Silencio y resolución.

El Consejo de los Veinte.

LXIII. CAYO CASIO, EN PALESTINA, A SU SUEGRA, SERVILIA, EN ROMA.

3 de noviembre

Leyendo entre líneas, la carta siguiente versa sobre las ocasiones para asesinar a César y los medios de inducir a Bruto a secundar a la conspiración.

La compañía que está buscando el medio de honrar a nuestro amigo aumenta a diario. Hay muchos cuyos nombres no conocemos. Nuestros esfuerzos para saber quiénes eran los admiradores del mes pasado [pregunta: ¿quiénes atacaron a César el 27 de septiembre?] no han dado resultado.

Es difícil encontrar una ocasión en que pueda conferirse semejante honor, porque es preciso que, a un mismo tiempo, llegue por sorpresa a quien lo recibe y produzca la más intensa y agradable impresión sobre quienes lo presencian. Se hicieron planes a tal efecto para el final de la recepción de la reina de Egipto. Nuestro huésped de honor desapareció misteriosamente de la reunión, y se pensó que había recibido alguna indicación de la ovación que iba a tributársele.

Cada vez me inclino más a pensar que habrá que retrasar este fausto acontecimiento hasta que al menos uno más de los colaboradores más cercanos de nuestro amigo esté incluido entre los que han de prodigarle ese honor. Tenemos una deuda muy grande contigo por tus esfuerzos en este sentido. La persona en quien estoy pensando ha evitado mi compañía, y hasta me envió excusas para no recibirme en su propia casa.

Comprendemos todo el peso, honrada señora, de tus argumentos instándonos a darnos prisa. También nos alarma la posibilidad de que otros se nos adelanten en esta loable empresa, y con resultados que no podrían por menos de ser desastrosos. Espero verte la próxima vez que vaya a la ciudad.

Larga vida y salud para el dictador.

LXIV. PORCIA, ESPOSA DE M. JUNIO BRUTO, A SU TÍA Y SUEGRA, SERVILIA.

26 de noviembre

Con respeto, pero con firmeza, señora, debo pedirte que dejes de visitar mi casa. Mi marido no me ha ocultado la repulsión que experimenta al recibirte y el alivio que siente cuando te marchas. No habrás dejado de notar que no va nunca a tu casa. De ahí puedes deducir que te recibe aquí sólo por un sentido de deber filial. Su agitado comportamiento y su turbado sueño después de tus visitas me llevan a tomar esta iniciativa. La hubiese tomado antes, porque siento que no está bien que a mí, su mujer, se me obligue a salir de la habitación durante cada una de vuestras entrevistas.

Me conoces desde hace muchos años. Sabes que no soy mujer amiga de disputas y que con anterioridad he reconocido deberte muchas cosas. El que mis hermanas se hayan visto ya obligadas a tomar esta resolución no la hace más fácil para mí. [Se refiere a sus cuñadas; al parecer, las mujeres de Casio y de Léntulo también habían cerrado las puertas a su madre.]

Mi marido no sabe que te escribo esta carta. No me importa que se lo hagas saber si así lo deseas.

Te doy las gracias por la carta en que me transmitías tus condolencias por mi gran pérdida [su aborto]. Habría agradecido más tus expresiones de afecto y estimación si por otra parte me hubieses demostrado que me tenías por miembro de este hogar hasta el punto de incluirme en tus agitadas conversaciones con mi marido.

LXIV-A INSCRIPCIÓN.

Las siguientes palabras estaban inscritas en una tableta de oro que, entre otras tabletas conmemorativas semejantes, habían sido incrustadas en el muro detrás de los altares de los dioses lares de las familias Porcia y Junia, donde permanecieron hasta la destrucción de Roma.

Porcia, hija de Marco Porcio Catón, de Útica, casada con Marco Junio Bruto, el tiranicida, se daba cuenta de que su marido estaba ocultándole los planes que por entonces hacía para libertar al pueblo romano. Una noche se hundió una daga profundamente en una pierna. Durante muchas horas no se quejó ni dio señal alguna del gran dolor que la consumía. Por la mañana, mostró a su marido la herida, diciendo: «Si he guardado silencio en esto, ¿no se puede fiar de mí mi señor para guardar sus secretos?». Entonces su marido la abrazó llorando, y le comunicó todos los pensamientos que había guardado ocultos en su alma.

LXV. LA SEÑORA JULIA MARCIA, DESDE LA CASA DEL DICTADOR, EN ROMA, A LUCIO MAMILIO TURRINO, EN LA ISLA DE CAPRI.

20 de diciembre

Hemos pasado un tiempo muy angustioso, querido muchacho. Me perdonarás si no te doy muchos detalles. Ese terrible acontecimiento [la profanación de los ritos de la Buena Diosa] nos ha herido a todos. Salimos de la casa como pudimos. Nos mirábamos a la cara unas a otras como fantasmas. Estamos esperando algún castigo…, quiero decir, estamos deseando algún castigo. Mas, por supuesto, ya hemos sido castigadas. Como puedes suponer, el incidente ha despojado a Roma de toda su alegría en la fiesta de Saturno. [La Saturnal empezaba el 17 de diciembre.] Y mi administrador me escribe que una sombra se ha extendido sobre las aldeas de nuestras colinas. Lo siento especialmente por los niños y los esclavos, porque esta estación ha sido siempre para ellos la cumbre del año.

Las últimas noticias me causan no menor alarma que el escándalo mismo. La pérfida pareja ha sido absuelta. No cabe duda de que Clodio ha comprado a los jueces con sumas enormes. ¿Qué decir a esto? Nos vemos obligados a vivir en una ciudad en que a la opinión pública se la aplasta con dinero. Me dicen que la multitud se agolpa durante todo el día ante las casas de los jueces y escupe en las paredes y en las puertas. Hablé un momento con Cicerón esta mañana. Está abrumado de desesperación. Su discurso en el juicio ha sido el más grande que ha pronunciado nunca. Se lo dije, pero no hizo más que mover las manos en el aire, y las lágrimas le corrían por el rostro.

La negativa de mi sobrino a ocuparse del asunto es comprensible, aunque la lamento profundamente. Que no se decidiera a hacerlo como marido no le absolvía de hacerlo como supremo pontífice. Hay en todo esto un detalle que me creo obligada a decirte, pero muy confidencialmente. Mi sobrino sabía de antemano que ese hombre tremendo iba a presentarse en los ritos. Hubiera podido hacerle prender en la puerta, pero César deseaba que el caso saliese a la luz pública tal y como ocurrió.

¡Cuánto desearía que estuvieses aquí, mi querido Lucio! No es el mismo. Me rogó que me quedase con él una temporada. Siguiendo mi consejo nos hemos quedado en la Casa Pública. [Un supremo pontífice vivía generalmente en la Casa Pública situada en laVía Sacra, que ponía a su disposición el Estado. César, a consecuencia de la intervención de su mujer en el escándalo, hubiera deseado retirarse a su casa en la Colina Palatina]. Se ha sumergido aún más profundamente en su trabajo. Ahora, parece cierto que tendremos guerra con los partos. Se va a perforar con un canal el istmo de Corinto. El Campo de Marte se va a trasladar a la región que está al pie de la colina Vaticana y el presente Campo albergará un vasto proyecto de construcción de viviendas. Van a abrirse bibliotecas para el pueblo, seis en varios distritos de la ciudad. De esto hablamos en las comidas, pero no son los asuntos que le pesan en el corazón. ¡Ay, si tuviera algún amigo con quien pudiera sentirse a gusto! No invita a sus compañeros de fiestas. De cuando en cuando, viene Décimo Bruto y el otro Bruto, pero las veladas no tienen éxito. Nuestro amigo sólo puede extender su amistad a quienes primero se la ofrezcan cordialmente. Como mi marido acostumbraba a decir de determinadas personas: «Osado en amor, tímido en amistad».

Déjame compartir contigo otro secreto. El aviso por adelantado de la sacrílega desfachatez de Clodio nos llegó —¿quién había de figurárselo?— de la reina de Egipto. Todo el mundo en la ciudad cree que se va a casar con ella. Tal posibilidad explicaría que hubiese descubierto el tremendo plan. Te doy mi completa seguridad de que en semejante rumor no hay verdad alguna. Algo ha sucedido entre ellos; no sé qué ha sido. Creo que ello tiene mucho que ver en su actual desaliento. Sé que sufre. Es creencia generalizada que las viejas tenemos una habilidad especial para adivinar las historias sentimentales que se están viviendo a nuestro lado. Yo carezco de tal don. Sólo puedo decir que ha surgido algún estúpido impedimento que ha interrumpido un trato felicísimo. Observo que mi sobrino nieto [Marco Antonio] ha emprendido un viaje a la costa oriental.

Es absurdo que César viva aquí solo. Hemos estado hablando de ello. La estación de las niñas bonitas ha pasado. ¿Quién podría ser mejor mujer para él que nuestra bondadosa Calpurnia, a quien todos conocemos desde hace tanto tiempo y que siempre se ha conducido con tanta serena dignidad en tantas circunstancias difíciles? Pienso que pronto sabrás que se ha venido a vivir a esta casa después de la más discreta de las bodas.

Los perros ladran. César acaba de volver a casa. Le oigo saludar a los sirvientes. Sólo quien le tiene profundo cariño sabe que el buen humor de su voz es fingido. Estoy asombrada de mí misma: he querido y he perdido a muchos durante mi vida, pero nunca me he sentido tan impotente ante el sufrimiento ajeno. No sé cuál es su fuente…, o entre sus muchas fuentes posibles, cuál es la principal.

[Al día siguiente.]

Escribo esto a toda prisa, querido Lucio. ¿Con quién puedo hablar sino contigo?

Están ocurriendo cosas extrañas. Él mismo no ha podido contenerse y me lo ha explicado, con fingida ligereza. Estaba hablando de las muchas conspiraciones que se descubren continuamente, planes para derrocar el Estado, y para asesinarlo. Estaba doblando y desdoblando unos papeles que tenía en las manos. «El año pasado era Marco Antonio —dijo—; ahora parece que Junio Bruto anda pensando en estas cosas». Di un paso atrás, horrorizada. Se inclinó sobre mí y dijo con extraña sonrisa: «No puede esperar a que estos viejos huesos estén reposando».

¡Ay, si tú estuvieras aquí con nosotros!

LXVI. CLEOPATRA A LA SEÑORA JULIA MARCIA, EN SU GRANJA DE LAS COLINAS ALBANAS.

13 de enero

La afirmación de que te has recuperado por completo de tu indisposición me causa gran alegría. Confío en que los mensajeros que he enviado diariamente a tu puerta no se convirtieran en una molestia para los que te atendían.

He esperado tu recuperación para hacerte una pregunta urgente. Estoy rodeada por una muralla de enemigos; tengo suerte, sin embargo, puesto que eres no sólo la única persona a quien puedo recurrir, sino también la más capaz de aconsejarme.

Graciosa dama, yo vine a Roma para favorecer los intereses ulteriores del gran país sobre el cual gobierno. Vine como extranjera ignorante de las costumbres de los romanos y expuesta al peligro de cometer errores que pudieran echar por tierra toda mi misión. Para protegerme, organicé un sistema de observadores mediante el cual pudiera estar informada de mucho de lo que sucedía en la ciudad. Nunca he empleado la información que así he podido recibir en modo alguno que pudiera turbar los mejores intereses de los ciudadanos; en muchas ocasiones he sido capaz de servir al orden público.

Mediante diligencia y buena fortuna estoy en situación de seguir muy de cerca los planes de un grupo que se propone derrocar el Estado y asesinar al dictador. El grupo de que hablo no es el primero sobre el cual se me llamó la atención; pero es el más decidido. No es aconsejable que escriba los nombres de los conspiradores en esta carta.

Graciosísima señora, me resultaría muy difícil esta vez exponer cuanto sé ante el dictador. En primer lugar, bien podría molestarle el que, por segunda vez, una mujer y una extranjera le informase de un asunto que tan íntimamente le concierne. En segundo lugar, un triste y desafortunado incidente me arrebató su fe y su confianza. Mi solo consuelo es que él sabe que mi lealtad a su posición en la República romana es firme e inquebrantable.

El grupo de conspiradores a que me refiero proyectó asesinar al dictador a su regreso a medianoche el 6 de enero tras inspeccionar las elecciones de los ediles. Su plan consistía en esperarlo y acecharlo bajo el puente que cruza el riachuelo junto al santuario de Tebetta. En esta ocasión, envié cartas anónimas a cuatro de los miembros advirtiéndoles de que César estaba al tanto de sus intenciones. Ahora han forjado el plan de asesinarle cuando salga de los juegos el 28 de enero. Puedes comprender que no sería prudente que volviese a escribir a los conspiradores, y he prometido a mi informante, que forma parte del grupo, que no lo haré.

Con la mayor urgencia te ruego que me des consejo en este asunto, noble señora. Comprendo que el recurso más evidente sería comunicar esta información al jefe de la policía secreta del dictador. Esto no puedo hacerlo, sin embargo. Estoy demasiado al tanto de la incompetencia de tal organismo. Presenta al dictador informes en que la falsedad enmascara la negligencia y el prejuicio privado se presenta como afirmación; informes en que se suprime información importante y se agrandan las menudencias.

Respóndeme algo.

LXVI-A. LA SEÑORA JULIA MARCIA A CLEOPATRA.

A vuelta de correo

Te agradezco, gran reina, tus cartas, y una vez más te doy las gracias por tus muchas muestras de interés durante mi enfermedad.

Respecto a la última carta: mi sobrino está al tanto, en términos generales, en lo que se refiere al grupo que mencionas. Se trata de la misma organización, y estoy segura de que sabe sus nombres, puesto que ha hablado de la emboscada en el puente. No dudo, a pesar de ello, de que tu información es más detallada que la suya y de mayor importancia. Causa de la constante ansiedad que me oprime ha sido, gran reina, el que no lleve la supresión de tales conspiraciones con la energía y atención que dedica a lo que pueda amenazar al Estado.

Me encargaré de que se entere de los planes que se hacen para atentar contra su vida el día 28. Cuando se presente el momento oportuno, yo misma le haré saber que está en deuda contigo por esta advertencia.

La estación que estamos atravesando ha estado tan llena de motivos de angustia y confusión que me parece que han transcurrido muchos años desde la hora feliz que pasé contigo. ¡Quieran los dioses inmortales restaurar pronto en Roma una medida de tranquilidad y apartar de nosotros su justa cólera!

LXVII. DIARIO-CARTA DE CÉSAR A LUCIO MAMILIO TURRINO, EN LA ISLA DE CAPRI.

Los registros siguientes parecen haber sido escritos durante los meses de enero y febrero.

1017. [Argumentos en pro y en contra de la construcción de un canal en el istmo de Corinto.]

1018. [Sobre la creciente demanda de lujos romanos en las ciudades de Galia.]

1019. [Petición de volúmenes para surtir las nuevas bibliotecas públicas.]

1020. [En una ocasión me preguntaste, riendo, si había experimentado el sueño del vacío. Te dije que sí, y lo he vuelto a soñar desde entonces.]

Acaso lo ocasiona una postura casual del cuerpo dormido o alguna indigestión o trastorno interior, pero el terror de la mente no es por ello menor. No es, como creí un tiempo, la imagen de la muerte y la risa de la calavera. Es el estado en que uno adivina el fin de todas las cosas. Esta nada, sin embargo, no se presenta a nosotros como un espacio y un silencio, sino como un mal total desenmascarado. Es, a un mismo tiempo, risa y amenaza. Convierte en ridículos todos los deleites y chamusca y encoge todo intento. Ese sueño es la contrapartida de esa otra visión que me llega en el paroxismo de mi enfermedad. Entonces me parece asir la bella armonía del mundo. Me invade una felicidad y una confianza inefables. Quisiera gritar a todos los vivos y a todos los muertos que no existe parte del universo que no esté tocada de bienaventuranza.

[El registro continúa en griego.]

Ambos estados surgen de vapores dentro del cuerpo, pero de ambos dice el entendimiento: «De aquí en adelante, esto lo sé». No pueden descartarse como ilusiones. A cada uno de ellos le trae nuestra memoria más de una radiante y más de una dolorosa corroboración. No podemos negar una sin negar la otra, ni yo quisiera —como un pacificador de aldea que concilia diferencias entre dos partes en litigio— conceder a cada una una medida menguada de su derecho.

Durante las últimas semanas, mi estado, no de sueño sino de vigilia, ha sido la contemplación de la futilidad y el colapso de toda creencia. ¡Oh, peor que eso!; mis muertos me llaman envueltos en sus mortajas, burlándose de mí, y generaciones que aún no han nacido chillan pidiendo que se les ahorre el burlesco desfile de una vida mortal. Mas, aun en mi última amargura, no puedo negarme el recuerdo de la bienaventuranza.

La vida, la vida tiene su misterio, del cual no nos atrevemos a decir la última palabra, que es buena o mala, que no tiene sentido o que tiene un orden. Que todas estas cosas se hayan dicho ya de ella, no hace sino evidenciar que ellas están dentro de nosotros. Esta «vida» en la cual nos movemos no tiene color y no da señal ninguna. Como tú dijiste una vez, el universo no se da cuenta de que nosotros estamos aquí.

Destierre yo, pues, de mi mente la pueril idea de que entre mis deberes está el hallar respuesta última respecto a la naturaleza de la vida. Desconfíe de todos mis impulsos interiores de decir en cualquier momento que es cruel o bondadosa, porque no es menos innoble, en una situación mísera, proclamar que la vida es un mal que considerarla un bien en una situación feliz. Que no me deje embaucar por el bienestar o el contento, sino que dé la bienvenida a toda experiencia que me recuerde los incontables gritos de execración o de deleite que se han arrancado a los hombres en todo tiempo.

¿De quién mejor que de ti pudiera haber aprendido esto? ¿Quién ha invocado con tal constancia los alcances extremos del sí y el no? ¿Quién sino Sófocles, considerado durante sus noventa años el hombre más feliz de Grecia, y a quien, a pesar de ello, no se le ocultó ningún negro secreto? La vida no tiene más significado que el que nosotros podemos conferirle. Ni sostiene al hombre ni le humilla. No podemos escapar de la agonía de la mente ni tampoco al gozo más alto, mas tales estados no tienen, por sí mismos, nada que decirnos; esos cielos y esos infiernos aguardan el sentido que nosotros les demos, como todas las cosas vivas aguardaron incultas y confusas los nombres que Deucalión y Pirra pronunciaron sobre ellas. Con este pensamiento me atrevo al fin a reunir en torno de mí esas benditas sombras de mi pasado a las cuales hasta hoy había considerado víctimas de la incoherencia de la vida. Me atrevo a pedir que de mi buena Calpurnia se alce un hijo que diga: «En lo Insignificante quiero imprimir un sentido y en lo Incognoscible quiero ser conocido».

La Roma sobre la cual he edificado mi vida no existe en sí misma, salvo como aglomeración de edificios más o menos grandes, de ciudadanos más o menos industriosos que los de otra ciudad. La inundación o la necedad, el fuego o la locura, pueden destruirla en cualquier momento. Yo mismo pienso que estoy atado a ella por herencia y crianza, pero tales lazos no tienen más significación que la barba que afeito de mi rostro. Fui llamado a defenderla por el Senado y los cónsules; también Vercingetórix defendió las Galias. No, Roma llegó a ser una ciudad para mí sólo cuando quise, como muchos lo hicieron antes que yo, darle un sentido, y Roma puede existir para mí sólo hasta donde le he dado forma según mi idea. Ahora veo que durante años creí puerilmente que amaba a Roma y que era mi deber amar a Roma porque era romano…, como si fuera posible o digno de respeto amar acumulaciones de piedras y multitudes de hombres y mujeres. No estamos en relación con nada hasta que lo hemos revestido de un significado, ni sabemos con certeza qué es ese significado hasta que hemos trabajado con esfuerzo para imprimirlo sobre el objeto.

1021. [Sobre la reedificación de Cartago y la construcción de un muelle en la bahía de Túnez.]

1022. Esta mañana me dijeron que una mujer estaba esperando para verme. Entró en mi oficina con la cara cubierta con un velo, y hasta que hube despedido a mis secretarios no se me permitió saber que se trataba de Clodia Púlquer.

Venía a prevenirme de que existía una conspiración para quitarme la vida, y a asegurarme que ni ella ni su hermano estaban implicados en ella. Luego empezó a darme los nombres de los agitadores y a especificarme los días que se barajaban para llevar a cabo el atentado.

¡Por los dioses inmortales, esos conspiradores cometieron el error de no tener en cuenta que gozo del favor de las mujeres! No pasa un solo día sin que una de esas encantadoras informantes me preste su ayuda.

Estuve a punto de decir a mi visitante que ya sabía todo aquello, pero me mordí la lengua. La vi como si fuera una mujer anciana, sentada junto a la lumbre y recordando que había salvado al Estado.

Hubo un hecho nuevo que sí fue capaz de comunicarme: estos hombres están pensando en asesinar también a Marco Antonio. Si esto es cierto, son aún más ineptos de lo que yo había imaginado.

De día en día voy demorando las medidas para asustar a esos tiranicidas, y no puedo decidir en mi mente qué debería hacer con ellos. Hasta ahora, mi método ha sido animar a cada molestia para que llegue al súmmum; el hecho en sí mismo y no el castigo es lo que instruye al público. No sé qué hacer.

Nuestros amigos han elegido un mal momento para levantar la mano contra mí. La ciudad ya se está llenando de mis veteranos [que se reenganchan para la guerra de los partos]. Me siguen por las calles dando gritos. Juntan las manos en forma de copa delante de la boca y alegremente gritan los nombres de las batallas que ganamos, como si se hubiera tratado de despreocupadas correrías. Los arrastré a todos los peligros y los conduje implacablemente.

A los conspiradores de ahora los he abrumado a fuerza de bondades. A la mayor parte de ellos ya les he perdonado una vez. Volvieron a mí arrastrándose desde las faldas de Pompeyo y me besaron la mano agradeciéndome la vida. La gratitud se agria en el vientre del hombre pequeño y tiene que vomitarla. ¡Por las orillas del infierno, no sé qué hacer con ellos, y no me importa! Miran piadosamente las imágenes de Harmodio y Aristogitón [los clásicos tiranicidas de la historia griega]… Pero te estoy haciendo perder el tiempo.

LXVIII. INSCRIPCIONES EN LUGARES PÚBLICOS.

Tarjetas que llevaban las siguientes palabras se encontraron sujetas a la estatua de Junio Bruto el Viejo.

¡Oh, si ahora estuvieses con nosotros, Bruto!

¡Oh, si Bruto viviera!

Las siguientes se encontraron apoyadas en la silla reservada a Bruto en cuanto pretor de la ciudad.

¡Bruto! ¿Duermes?

¡Tú no eres Bruto!

LXVIII-A. LIBRO DE ANOTACIONES DE CORNELIO NEPOTE.

De diciembre en adelante, Nepote hizo todas sus anotaciones, incluso las que trataban de la primitiva historia de Roma, en clave.

Viernes. Visitante agitado. Dice que se le ha acercado Zancaslargas [¿Trebonio? ¿Décimo Bruto?]. Fue imposible discutir la locura fundamental del proyecto. Me limité a darle la paliza con mil y un argumentos y a poner la conspiración en ridículo. Le hice observar que no había un hombre entre los agitadores que no conociesen mi mujer y sus amigas; que toda conspiración que anduviese buscando su adhesión estaba destinada al fracaso porque todo el mundo sabía que era un hombre incapaz de mantener la boca cerrada; que su visita misma era evidencia de que no tenía la suficiente convicción en los fines de tal levantamiento como para tomar parte en él; que no tenía nada que aportar más que su riqueza y que una conspiración que requería riqueza era un fracaso por adelantado, porque el dinero nunca ha comprado el secreto, ni el valor, ni la fidelidad; que si la conspiración triunfase, en cinco días su fortuna se habría esfumado; que era más que probable que César estuviera enterado hasta de los últimos detalles y que era de esperar que de un momento a otro a los cabezas calientes les arrancaran de sus casas y les encerraran en las cuevas bajo el Aventino; y que el gran hombre a quien estaban intentando derribar probablemente no se dignaría ejecutarlos, pero los mandaría a las orillas del mar Negro, donde podrían pasarse las noches en vela recordando el bullicio del mediodía en la Vía Apia y el olor de las castañas asadas en las escalinatas del Capitolio. Sí, y el aspecto del hombre a quien se figuran que pueden reemplazar, cuando sube los escalones del estrado y se vuelve para dirigirse a los guardianes de Roma…

La ciudad recobra la respiración. El diecisiete [de febrero] ha pasado sin acontecimientos.

Todo acontecimiento público se interpreta ahora desde un único punto de vista. El pueblo vuelve a prestar la mayor atención a los augurios diarios. Cicerón ha vuelto a la ciudad. Se le ha visto hablar con rudeza a Zancaslargas y pasar por delante del Herrero sin saludarle.

Desde que César ha vuelto a casarse, la reina de Egipto se ha hecho de pronto muy popular. Se exhiben odas en honor suyo en los lugares públicos. Se ha anunciado su marcha, pero se presentan a su puerta delegaciones de ciudadanos a rogarle que prolongue su visita.

La marea de rumores se ha calmado. ¿Un nuevo jefe y una más estricta disciplina? ¿Influencia de los veteranos?

LXIX. DIARIO-CARTA DE CÉSAR A LUCIO MAMILIO TURRINO, EN LA ISLA DE CAPRI.

1023. ¡Por los dioses inmortales, estoy enojado y he de complacerme en mi enojo!

La acusación de que soy enemigo de la libertad no se alzó jamás contra mí mientras mandaba los ejércitos de Roma, aunque, ¡por Hércules!, limitaba sus movimientos hasta el punto de que no podían apartarse una milla de sus tiendas. Se levantaban por la mañana cuando yo lo ordenaba y se iban a dormir si yo lo decía; y ninguno protestaba. La palabra libertad está en todas las bocas, aunque en el sentido en que se usa nadie ha sido ni será nunca libre.

A los ojos de mis enemigos, estoy sentado encima de las libertades que he robado a los demás. Soy un tirano y me comparan con los mandamases y sátrapas de Oriente. No pueden decir que le haya robado dinero a ningún hombre, ni tierra, ni ocupación. Les he robado libertad. No les he robado el voto ni la opinión. No soy oriental y no he tenido al pueblo en la ignorancia de lo que debieran saber, ni les he mentido. Los sabios de Roma declaran que el pueblo está cansado de la información con que inundo el país. Cicerón me llama el Maestro de Escuela, pero no me ha acusado jamás de falsear mis lecciones. No están en la esclavitud de la ignorancia ni bajo la tiranía del engaño. Les he robado su libertad.

Pero no hay libertad sino en la responsabilidad. Y ésta no puedo robársela porque nunca la han tenido. No he cesado nunca de ofrecerles la oportunidad de asumirla, pero, al igual que mis predecesores lo aprendieron antes que yo, veía que no sabían cómo hacerse con ella. Me regocijo al comprobar hasta qué punto los puestos avanzados de Galia han tomado sobre sus hombros la pesada libertad que les he concedido. Roma es la que se ha corrompido. Los romanos han llegado a ser hábiles en los sutiles recursos para evadir el compromiso y el precio de la libertad política. Se han convertido en parásitos de esa libertad que yo ejercito alegremente —mi voluntad pronta a llegar a una decisión y a sostenerla— y que estoy pronto a compartir con todo hombre que asuma sus cargas. He estado vigilando a mis pretores [Casio y Bruto]. Cumplen sus deberes con diligencia de funcionarios; murmuran: «Libertad, libertad», mas ni una sola vez han levantado los ojos y la voz hacia una Roma más grande. Por el contrario, han puesto delante de mí fajos de sugerencias que, a un mismo tiempo, reforzarían su menguada dignidad propia y disminuirían la grandeza de la libertad que dicen desear.

Casio quiere que haga callar a los entusiastas que, día tras día, en los lugares públicos, me injurian y censuran mis edictos. Bruto quiere salvaguardar la pureza de nuestra sangre romana limitando el derecho de ciudadanía. ¡Por las inmersiones de Cástor y Pólux, su portero africano sabe de esto mucho más que él! ¡Eso es la negación de la libertad, porque sólo dando un salto a lo desconocido sabemos que somos libres! El signo inconfundible de los que han negado su propia libertad es la envidia; la envidia del ojo que no puede descansar hasta que ha atribuido motivos bajos a los que no reciben sino que hacen su libertad.

Pero he recordado que la mente es libre, y se me ha calmado el enojo. La mente se cansa fácilmente y fácilmente se asusta; pero no tienen límites las imágenes que crea. Y, contra esas imágenes, tropezamos. He observado a menudo que aunque los hombres dicen que hay un límite más allá del cual un hombre no puede correr o nadar, ni puede levantar una torre o cavar un pozo, nunca he oído que nadie diga que existe un límite para la sabiduría. El camino está abierto para poetas mejores que Homero, y para mejores gobernantes que César. No se conciben límites para el crimen y la locura. En esto también me regocijo, y lo llamo misterio. Esto también evita que aventure cualquier conclusión sumaria respecto de nuestra humana condición. Donde hay un Incognoscible, hay una promesa.

LXX. CÉSAR A BRUTO: MEMORÁNDUM.

7 de marzo

Escrito por un secretario.

Las siguientes fechas quedan establecidas desde hoy:

Me marcharé el diecisiete [para la guerra contra los partos].

Volveré a Roma el veintidós para pasar tres días, si parece conveniente, a fin de hablar al Senado sobre la reforma electoral.

Aposentamiento: el número [de veteranos y reclutas que se reenganchan] está sobrepasando mis cálculos. Los ocho templos [que se les había asignado como alojamientos, además de las posibilidades ofrecidas por los cuarteles] podrían no ser suficientes. Mañana nos mudaremos de la Casa Pública al Palatino. La Casa Pública podría alojar por lo menos a doscientos.

[César continúa escribiendo de su puño y letra.]

Calpurnia y yo esperamos que Porcia y tú comáis con nosotros, en la Colina, la tarde del quince, para mi despedida. Vamos a invitar a Cicerón, a los dos Marcos [Antonio y Lépido], y a Casio, Décimo, Trebonio y sus mujeres. La reina de Egipto se reunirá con nosotros después de comer.

Tan grande es el placer que tengo en tu compañía y en la de Porcia que desearía que en esta ocasión fueseis nuestros únicos invitados. Ya que otros han de estar presentes, déjame aprovechar esta ocasión para hacerte un requerimiento justificado por nuestra larga amistad y por los bondadosos ofrecimientos que me has hecho con frecuencia.

La separación de mi mujer querida será dura para mí, y lo será para ella. Me reuniré con ella durante corto tiempo el próximo otoño, en Dalmacia, o —sin hacerlo público— en Capri. Mientras tanto, no podría tener mayor consuelo que estar seguro de que Porcia y tú la trataréis con cariño. Con Porcia le ha unido íntima amistad desde la niñez; a ti te tiene la estimación que le merecen tu carácter y tu lealtad hacia mí. No hay otro hogar que pudiera frecuentar con más provecho, y no existe ninguno en que mis pensamientos la hayan precedido con mayor frecuencia.

LXX-A. BRUTO A CÉSAR.

8 de marzo

Lo que sigue es el borrador inacabado de una carta que no llegó a enviarse.

He tomado nota de los arreglos que me comunicas.

Lamentándolo, debo decir que no podré estar entre tus invitados el quince. He ido poco a poco acostumbrándome a consagrar al estudio las escasas horas que me quedan al terminar el día.

Desde luego, durante tu ausencia, procuraré ser útil a Calpurnia Pisón en todo cuanto pueda. Sin embargo, sería conveniente que la encomendaras a la particular atención de otros, además de a la mía, otros que tomen más parte en la vida social y estén menos preocupados por los quehaceres públicos.

Tu carta habla, gran César, de mi lealtad hacia ti. Me complace que lo hayas dicho, porque ello pone para mí en claro que entiendes la palabra lealtad en el mismo sentido que yo. No habrás olvidado que tomé armas contra ti y recibí tu perdón, y que me permitiste en muchas ocasiones expresar opiniones contrarias a la tuya. De aquí saco en consecuencia que aceptas la lealtad de aquellos que antes que nada son leales a sí mismos, y que reconoces que tales lealtades pueden a menudo estar en conflicto.

Tu carta habla, gran César, de mi lealtad hacia ti. El que así lo hayas hecho es…

Lamentándolo, tengo que contestarte que la mala salud de mi mujer impedirá nuestra…

… antes de tu marcha, expresar algo de la gratitud que siento por ti. Esa deuda no puedo pagarla. Desde la más tierna infancia he recibido…

He tomado nota de las disposiciones que me comunicas.

LA INGRATITUD ES EL MÁS VIL DE TODOS LOS PENSAMIENTOS Y AC.

[Las frases que siguen están en latín primitivo. Parecen ser un juramento ante los tribunales de justicia.]

«¡Oh Júpiter, invisible y omnividente, que lees en los corazones de los hombres, sé ahora testigo de que lo que declaro es cierto, y si en ello hay alguna falta, séame…»

Tres yardas de lana, de medio peso, refinadas a la manera de Corinto; un estilete finamente labrado; tres mechas anchas de lámpara.

Mi mujer y yo, verdaderamente, con placer, que tan gran roble, no olvidando a aquel sobre el que ha de descansar la última mirada de esos grandes ojos, no sin sorpresa y sin posibilidad de olvidarlo nunca.

LXX-B. BRUTO A CÉSAR.

Carta enviada.

He tomado nota de las disposiciones que me comunicas. Porcia y yo iremos a tu casa con placer el quince.

Ten por seguro, gran César, que por ella misma y por ti, queremos a Calpurnia no menos que a nosotros mismos y que seremos felices si considera que nuestra casa es la suya.

LXXI. DIARIO-CARTA DE CÉSAR A LUCIO MAMILIO TURRINO, EN LA ISLA DE CAPRI.

1023. He tardado en escribirte. Los preparativos para mi marcha han colmado mis días.

Estoy impaciente por estar fuera de aquí. Mi ausencia no será regalo pequeño para la ciudad, que está tan cansada como yo por los continuos rumores de sedición. Es irónico, ¿verdad?, que en mi ausencia esos hombres no tengan fuerza para alterar el gobierno y que cuando yo haya pasado el mar Caspio no les quede otro recurso que volver a sus propias obligaciones.

Su número parece incluir unos cincuenta miembros del Senado, y muchos de ellos ocupan los más altos cargos en la ciudad. He concedido a este hecho la grave consideración que merece y permanezco tranquilo.

Los atenienses dieron un voto de censura a Pericles. Arístides y Temístocles fueron desterrados por ellos.

Mientras tanto, cubro mis espaldas razonablemente y continúo mis ocupaciones.

Mi hijo [esto es, su sobrino Octavio, adoptado ya en su testamento escrito en septiembre, pero que aún no se había hecho público] vuelve a Roma después de mi marcha. Es un muchacho excelente. Me regocijo particularmente de lo que me escribe acerca de lo mucho que estima a Calpurnia. A ella le he dicho que la acompañará como un hermano mayor, no como un tío. Octavio ha atravesado su juventud en un año y ahora está ya adelantado en la edad adulta. Sus cartas no son menos sentenciosas que las de La correspondencia de Telémaco [un «modelo para escribir cartas» que se usaba corrientemente en las escuelas].

La gran reina de Egipto vuelve a su país habiendo aprendido más de nosotros que muchos que han pasado aquí la vida entera. Cómo va a hacer uso de ese conocimiento, cómo va a emplear su siempre asombroso yo, sería arduo de predecir. Hay un abismo entre los hombres y los animales; y siempre he pensado que es mucho menos profundo de lo que muchos suponen. Ella posee las dotes más raras del animal y las dotes más raras del ser humano; pero no tiene idea de esa cualidad que nos separa del caballo más rápido, del león más soberbio y de la serpiente más astuta; no sabe qué hacer con lo que tiene. Demasiado cuerda para complacerse en la vanidad; demasiado fuerte para contentarse con gobernar; demasiado grande para el matrimonio. Con una grandeza se encuentra en perfecta armonía, y en ese punto le he hecho una gran injusticia. Debería haberle permitido que trajese aquí a sus hijos. Aún no se ha dado cuenta de ello plenamente; es esa figura que todos los países han elevado al más alto honor y a la mayor reverencia: es la madre hecha diosa. De ahí esos maravillosos rasgos que he tardado tanto tiempo en explicarme: su falta de malicia, su carencia de ese malestar inquieto al que nos tienen tan cansadoramente acostumbrados las mujeres hermosas.

Te llevaré a mi preciosa Calpurnia el próximo otoño.

LXXII. CALPURNIA A SU HERMANA LUCÍA.

15 de marzo

Cada día, antes de su marcha, se hace más precioso. Me avergüenza no haber comprendido antes más claramente la fortaleza que requiere la vida de la mujer de un soldado.

Ayer por la tarde comimos con Lépido y Sextilia. Cicerón estaba allí, y la reunión fue muy alegre. Más tarde, mi marido dijo que nunca había sentido tanta amistad por Cicerón, ni había notado tanto la que Cicerón tenía por él; y eso, a pesar de que se hostigaban mutuamente con tal agudeza que Lépido ya no sabía adónde mirar. Mi marido hizo un relato de la revolución de Catilina como si hubiera sido una revolución de ratones contra un gato aburrido llamado Cicerón. Se levantó de la mesa y recorrió la habitación buscando en los rincones donde no había nada. Sextilia se rió tanto que le dolía el costado. Encuentro cada día un marido nuevo.

Nos marchamos pronto, antes de que oscureciera. Mi marido me preguntó si le permitía mostrarme algunos lugares a los que tenía cariño. Como puedes figurártelo, me asustaba ir por las calles, pero he aprendido a no acuciarle para que tome precauciones. Sé que se da perfecta cuenta del peligro y que se arriesga con pleno conocimiento de causa. Iba andando al lado de mi litera, seguido por unos pocos guardias. Llamé su atención sobre un etíope enorme que parecía irnos siguiendo también. Me explicó que había prometido a la reina de Egipto que nunca haría objeción alguna a la presencia de ese acompañante, que, desde entonces, aparece y desaparece misteriosamente; a veces se pasa toda la noche delante de nuestra casa, y a veces le sigue durante tres días seguidos. En verdad, es una figura aterradora, pero mi marido parece tenerle mucha afición y continuamente iba haciéndole observaciones.

Se levantó mucho viento, que pronto había de convertirse en tormenta. Bajamos la colina hasta el Foro, deteniéndonos, querida Lucía, aquí y allá para recordar algún momento de la historia o de su propia vida… ¡Cómo apoya las manos en las cosas que ama y cómo me mira a los ojos para estar seguro de que estoy compartiendo sus recuerdos! Entramos en más de una calleja oscura, y apoyó la mano en la casa en que estuvo viviendo diez años de su juventud. Estuvimos parados al pie del Capitolio. Hasta cuando estalló la tormenta, mientras la gente que pasaba volaba ante nosotros como hojas, él no quiso apresurar el paso. Me hizo beber agua de la fuente de Rea [que tenía fama de asegurar la fecundidad]. ¿Cómo puedo ser la más feliz de las mujeres y, al mismo tiempo, estar tan llena de presentimientos?

Nuestro viajecito no fue cuerdo. Ambos pasamos una noche angustiosa. Yo soñé que el frontón de la casa se había desprendido en la tormenta y había caído sobre el pavimento. Al despertar, lo encontré a mi lado, gimiendo. Despertó, me abrazó y pude oír el latir precipitado de su corazón.

¡Ay, que los dioses inmortales velen por nosotros!

Esta mañana no se siente bien. Estaba ya completamente vestido y dispuesto a salir para el Senado cuando cambió de opinión. Volvió a su escritorio durante un momento y allí se quedó dormido, cosa que a decir de sus secretarios no le ha ocurrido nunca.

Ahora se ha despertado y se ha marchado, después de todo. Tengo que darme prisa y prepararlo todo para los invitados esta tarde. Me da vergüenza esta carta… tan de mujer.