A RAMÓN GAYA, TAMBIÉN ÉL,

COMO LOS HOMBRES
SUPERIORES, TODO
DESCONOCIDO.

Un gran dolor hace a los hombres más elocuentes de lo que por sí son.


NIETZSCHE


Caminan días y noches con camino apresurado

Romancero del Cid


PRÓLOGO


La Fundación Pablo Iglesias tiene su entrada en la calle Monte Esquinza de Madrid, pero a su biblioteca se accede por un portalillo de la calle Zurbarán, del que hacen uso el servicio, los repartidores y el personal subalterno.


No sé por qué pensé, cuando fui a ella por primera vez, hace tres años y medio, que se trataría de un sitio de cierto empaque, con guardias de seguridad o un corchete de policías nacionales en la puerta, dado que es una institución ligada al Partido Socialista. Quizá el despliegue policial se realice en el portal de Monte Esquinza, amplio y forrado de mármoles, pero en el de la calle Zurbarán sólo hay un angosto cubículo acristalado que hace las veces de portería. Ésta se encuentra siempre vacía, de manera que puede uno entrar allí y poner el petardo, si quisiera, o subir tranquilamente a la biblioteca.

Las bibliotecarias son dos mujeres de edad imprecisa, entre los cuarenta y los cincuenta años. Desde el primer momento me dispensaron todas las atenciones, se ofrecieron a resolverme cualquier duda y pesquisaron los archivos con método exhaustivo.

Siempre aparece algo. Se destruye mucho, el tiempo acaba borrando huellas y vestigios, pero la gente no puede figurarse la resistencia a desaparecer que anima a papeles, fotografías, agendas, facturas o cualquier manifestación impresa. Cuando de veras se necesitan, acaban emergiendo del centro mismo de la tierra. También es verdad que nunca se encuentra exactamente lo que uno busca, sino algo parecido que hemos de adaptar a nuestras necesidades.

Yo trataba de seguirle la pista al Sinaia. Éste fue un vapor en el que partieron hacia México mil quinientos noventa y nueve exiliados, entre ellos el pintor Ramón Gaya, del que había empezado a escribir una biografía por entonces.

Son abundantes pero no muy significativos los documentos relacionados con el asunto de la emigración mexicana, y mi biografiado, como saben perfectamente sus amigos, se ha negado siempre a hablar de la guerra, de los campos de refugiados y del exilio, asuntos y años para él en especial muy penosos por muchas razones que no vienen al caso.

El primer documento consultado fue el expediente ARD 271-2, y debería haber incluido el nombre de los mil quinientos noventa y nueve pasajeros que se embarcaron el 25 de mayo de 1939 en el Sinaia rumbo a México, pero apenas se consignan mil, ya que de esa relación están excluidos los menores de quince años y las mujeres, que viajaban únicamente en calidad de esposas, de madres o de hijos de combatientes o exiliados. ¿Qué ha sido de esas trescientas noventa y tres mujeres que viajaban a bordo y de sus hijos? Muchos de aquellos niños viven todavía y guardan memoria de la travesía. En cuanto a las mujeres, ¿no padecieron las circunstancias de la guerra igual que los hombres? ¿No sufrieron acaso más? El hecho es tan pintoresco y elocuente que le evita a uno tener que hacer cualquier comentario al respecto.

Impresiona consultar un documento como ése, ver todos esos nombres, saber que detrás de ellos nos esperan vidas reales, de muchas de las cuales sería posible encontrar aún una profunda estela. Es seguro, sin embargo, que una gran parte de los que hicieron aquella travesía en el Sinaia ha muerto, y tal vez por eso se tiene la impresión al pasar las páginas del informe de entrar en un cementerio, no un cementerio extraño, sino precisamente ése en el que reposan los restos de nuestros antepasados. Los nombres están puestos de la misma manera, unos al lado de otros, como en tumbas de iguales proporciones. Tomo de aquellas fichas una cualquiera al azar, como muestra. Las demás son iguales en extensión y disposición tipográfica: «GELLIDA COSCOLLANO, José: 28 años. Soltero. Nacido en Benicarló (Castellón). Partido político, Unión Republicana.-Central Sindical, Unión General de Trabajadores.-Residencia en Francia, Ancienne Hospital Militair [sic] Perpignan.-Cargos antes de la guerra, Interventor de mesa por el Partido en las elecciones.-Cargos durante la guerra, Voluntario del Batallón de Zapadores y Teniente de Ingenieros».

Pese a encontrar tan pocos datos sobre el Sinaia, no sé cómo, desatendiendo el trabajo de la biografía, me quedé todavía nueve o diez semanas en la Fundación. ¿Mirando qué?

Leí muchos libros sobre ese momento, memorias de todo tipo de gentes, periodistas, militares de carrera, políticos, espontáneos, la mayor parte publicadas en México, después de la guerra o en España a partir de 1975, pero hubo para la prórroga una razón fundamental: la casualidad, el descubrir entre las fichas de los pasajeros del Sinaia una que llama poderosamente la atención por ser diferente a todas las demás, en extensión y características, ya que está añadida, pegada en un papel recortado, lo que denota que fue endosada a última hora, cuando las listas estaban ya confeccionadas y cerradas. Puede leerse en ella: «LECHNER KRUPOV, Thomas. Todo desconocido». Insisto: es muy extraño porque del resto de los pasajeros se consignan todos los datos a los que ya he aludido, filiación política, nacimiento, profesión, estado civil, etc., al igual que ocurre en otras listas de pasajeros que consulté, la del Ipamema, la del Winnipeg o la del Mexique, por ejemplo, barcos que se utilizaron igualmente en el traslado de exiliados hacia México o Chile.

¿Cómo le habían dejado embarcar? Uno, que tiende a la novelería, pensó en un primer momento que, con ese apellido, se trataba de un instructor militar ruso, o quizá un agente de la N.K.V.D., aunque en ese caso lo raro es que no lo hubieran camuflado mejor, como hicieron tiempo después con Mercader, el asesino de Trotsky, o que no le hubiesen enviado directamente a la URSS cuando acabó la guerra, con el resto de los comunistas españoles privilegiados. He de confesar, no obstante, que hubiera sido un nombre que, de no habérmelo tropezado un poco después en los cuadernos de justo García Valle’ lo habría olvidado, porque uno, habituado ya a que la vida esté montada sobre cosas mucho más extrañas, no va tampoco sospechando de todo y reconstruyendo la peripecia de la humanidad.

La relación de pasajeros del Sinaia es un documento oficial, mecanografiado por el SERE, el Servicio de Evacuación Republicana Española, y extraña encontrarse en el estadillo ese «todo desconocido», sabiendo que tales listas se confeccionaron penosamente después de muy espinosas deliberaciones entre los representantes de todos los partidos políticos del exilio, presentes en ese organismo, los cuales hubieron de escoger esos casi cientos pasajeros de entre las más de cincuenta mil solicitudes que se recibieron de personas que pedían angustiosamente embarcarse y salir de Francia, donde estaban siendo hostigadas, perseguidas, maltratadas, vejadas, sistemáticamente humilladas y deportadas por las autoridades francesas ante la más vergonzosa indiferencia internacional.

En la Fundación Pablo Iglesias, aparte de incontables libros publicados sobre la guerra civil (es la guerra que cuenta con más bibliografía, después de la Segunda Guerra mundial), se conservan treinta y dos manuscritos de memorias, memoriales, diarios o diferentes recopilaciones donados a la Fundación por sus autores o por los herederos de éstos, en su mayor parte ligados a la Unión General de Trabajadores o al propio Partido Socialista Obrero Español, naturalmente inéditos. Van desde los que no pasan de dieciséis hojas a los que tienen más de trescientas, los hay más y menos interesantes, prolijos o escuetos, los que son un collage de documentos oficiales, instancias, recortes de periódicos de la época y fragmentos de otros libros ya publicados (los de Indalecio Prieto y Zugazagoitia son los más citados), los que tienden a la solemnidad y la retórica tribunarias y los que tienen un tono más personal, redactados incluso de una manera cuidadosa y literaria…, pero en todos se encuentra este rasgo común: el dolor y el desgarro que la guerra produjo en sus autores, que son, dicho también de paso, todos varones.

En este bloque de la documentación hay únicamente tres diarios. El primero de ellos corresponde a un maestro de escuela, afiliado al sindicato de enseñantes en 1935, y donado a la Fundación junto con un fondo bibliográfico; es bastante breve, y de carácter oficioso, pues tiene más de informe sobre las condiciones de la instrucción y escolarización en los campos de concentración que de diario propiamente dicho; otro es de un hombre viejo, que lo utiliza casi exclusivamente para consignar en él lo que come cada día y lo que les cuesta conseguir víveres, primero en Barcelona y luego en los meses que pasó en el campo de Barcarés, y está enviado a modo de memorándum a las autoridades de la UGT en Toulouse; y está, por último, el de justo García, afiliado también al sindicato de la UGT, sección Artes Gráficas, lo cual, dicho sea también al paso, no deja de molestarme un poco, pues, por un prurito de novelista que ama la tipografía y todo lo relacionado con las imprentas, me habría gustado que la realidad no hubiese sido tan «novelera» y hubiera hecho a nuestro justo García de la sección de enseñantes, de la de ferroviarios o de cualquier otra, por lo mismo que habría preferido que, en vez de forma de diario, dado mi interés personal en ese género, hubiese tenido otra cualquiera. En todo caso, su manuscrito es, desde mi punto de vista, no sólo un documento excepcional, sino un diario bellísimo.

Fue en él precisamente donde volví a encontrarme con el nombre de Lechner. También es cierto que no consta en ninguna parte que el Lechner del diario de justo García y el del informe del SERE sean el mismo, pero resulta tan evidente que no vale la pena por el momento detenerse ni siquiera en este punto.

Este verano se levantaron en España voces cualificadas certificando la muerte de la novela o, en todo caso, su estado comatoso. La que no parece muerta, por el contrario, es la realidad, la cual, con frecuencia, es tanto o más apasionante que cualquier novela cuando está llena de vida. Creo que nunca he sentido ante un manuscrito de nadie, y han pasado por las manos de uno algunos relevantes, la emoción que experimenté ante el de justo García, ese libro de contabilidad del que él mismo habla al comienzo, cuando empezó a escribirlo, y la libreta de hule. Me decía: estos dos cuadernos han conocido escenarios reales de la guerra y los campos de refugiados, los llevó consigo un hombre que en los momentos más amargos de su vida encontró en ellos compañía y consuelo, le ayudaron a seguir viviendo, mientras apenas le quedaban ni esperanzas ni ganas de vivir. Me parecía que cada una de aquellas páginas estaba escrita con sangre hace sesenta años para que yo, y no otro, por un raro e inexplicable designio, las encontrara.

Estamos hablando de dos libros o cuadernos originales, uno en cuarto mayor y encuadernado en tela, de cuatrocientas ochenta páginas numeradas con digitado automático manual en el extremo superior derecho de cada página, y otro en octavo, sin paginar, empastado en hule, los dos llenos de papeles y añadidos flotantes pegados a los lados, aunque con pocas correcciones, lo que demuestra que su autor no perdió nunca la visión de conjunto de lo que quería contar: habiéndosele quedado escasas las anotaciones de un día, no tuvo inconveniente en completarlas más adelante, aunque creo, por indicios de profusa enumeración, que estos añadidos fueron hechos en los mismos días en los que escribía su diario, y no mucho más tarde, a excepción de la dedicatoria, escrita con tinta roja en el primero de los cuadernos, tal vez años después.

La casi totalidad del primero de los cuadernos o libros está escrita con lápiz de grafito duro, bien afilado siempre. Las últimas páginas de este tomo y la totalidad del segundo están escritas con tinta. El adjetivo que solemos emplear en español para una letra como la suya, piojosa, no hace honor en absoluto a la de justo García, porque si una cosa resulta en verdad llamativa en cuanto se hojean estos diarios es la belleza de cada página, con una letra de hermosa, clara y miniada caligrafía y líneas prodigiosamente bien tiradas, sin el menor desvío, aunque sin márgenes. El cambio del lápiz a la tinta sólo es perceptible por el cambio de tono e intensidad de la mancha, pero ni la calidad ni la limpieza ni el tamaño de la letra varían lo más mínimo. Una vez más, el contraste entre las caóticas circunstancias en las que fueron escritos y el prodigio de realización material sobrepasa el terreno de las paradojas y seguramente nos habla mucho del carácter de su autor, quien es muy probable que necesitara de estos diarios como de una terapia, para decirlo en la jerga psicoanalítica.

Las cuatro partes en las que aparece dividido ahora obedecen a un criterio personal mío, lo mismo que la totalidad de las separaciones o blancos, pues en el diario no hay corte ninguno, ni siquiera cuando se pasa de un cuaderno a otro; me pareció que tales espacios proporcionarían al conjunto respiraderos convenientes. Fuera de esto, no hay mucho más que explicar, sino que he corregido poco (los errores o contradicciones en fechas o cifras, aunque no, por ejemplo, el número de refugiados que adjudica al Campo de Saint Cyprien, cien mil, cuando en realidad fueron alrededor de sesenta mil, ni la supresión de algunas preposiciones que le dan a su estilo mayor agilidad), he suprimido algo y no he añadido nada al original, que puede consultarse en la Fundación Pablo Iglesias, a cuyas bibliotecarias Chiqui Arce y Carmen Motilva quiero agradecer su disponibilidad y toda la ayuda prestada, así como a la propia Fundación y a su presidente Alfonso Guerra, que permitieron hacer uso del presente manuscrito, y muy especialmente a Estrella García, hija de Justo Garcia, quien no sólo ha dado su autorización para publicarlo, sino que se prestó para toda clase de aclaraciones e informaciones concernientes a su padre, de las que se da cuenta en el epílogo que cierra este libro. Existe, y me parece interesante declararlo aquí también, un periódico del que se imprimieron algunos ejemplares por el método dactilográfico a bordo del Sinaia y que se tituló Sinaia. Diario de la primera expedición de republicanos españoles a México, publicación que apareció todos y cada uno de los días que duró la travesía. El cotejo del diario de Justo García con este otro oficial arroja tales diferencias de datos y puntos de vista (de creer al oficial, por ejemplo, estaríamos ante una expedición de enardecidos combatientes que sueñan con volver a reconquistar España, y que se pasan la jornada bailando chotís y regionales, amenizados por la Agrupación Musical Española del maestro Oropesa), que bastarían por sí mismas para acometer un trabajo que excede los límites de este prólogo.

Quédate, pues, lector, con el diario de justo García, y hasta pronto, hasta el epílogo que da remate a esta historia que es tanto o más que cualquier novela, porque no ha necesitado de la ficción para ser real.

Madrid, 15 de septiembre de 1998