COMO LOS HOMBRES
SUPERIORES, TODO
DESCONOCIDO.
NIETZSCHE
Caminan días y noches con camino apresurado
Romancero del Cid
No sé por qué pensé, cuando fui a ella por primera vez, hace
tres años y medio, que se trataría de un sitio de cierto empaque,
con guardias de seguridad o un corchete de policías nacionales en
la puerta, dado que es una institución ligada al Partido
Socialista. Quizá el despliegue policial se realice en el portal de
Monte Esquinza, amplio y forrado de mármoles, pero en el de la
calle Zurbarán sólo hay un angosto cubículo acristalado que hace
las veces de portería. Ésta se encuentra siempre vacía, de manera
que puede uno entrar allí y poner el petardo, si quisiera, o subir
tranquilamente a la biblioteca.
Las bibliotecarias son dos mujeres de edad imprecisa, entre
los cuarenta y los cincuenta años. Desde el primer momento me
dispensaron todas las atenciones, se ofrecieron a resolverme
cualquier duda y pesquisaron los archivos con método
exhaustivo.
Siempre aparece algo. Se destruye mucho, el tiempo acaba
borrando huellas y vestigios, pero la gente no puede figurarse la
resistencia a desaparecer que anima a papeles, fotografías,
agendas, facturas o cualquier manifestación impresa. Cuando de
veras se necesitan, acaban emergiendo del centro mismo de la
tierra. También es verdad que nunca se encuentra exactamente lo que
uno busca, sino algo parecido que hemos de adaptar a nuestras
necesidades.
Yo trataba de seguirle la pista al Sinaia. Éste fue un vapor en el que partieron hacia
México mil quinientos noventa y nueve exiliados, entre ellos el
pintor Ramón Gaya, del que había empezado a escribir una biografía
por entonces.
Son abundantes pero no muy significativos los documentos
relacionados con el asunto de la emigración mexicana, y mi
biografiado, como saben perfectamente sus amigos, se ha negado
siempre a hablar de la guerra, de los campos de refugiados y del
exilio, asuntos y años para él en especial muy penosos por muchas
razones que no vienen al caso.
El primer documento consultado fue el expediente ARD 271-2, y
debería haber incluido el nombre de los mil quinientos noventa y
nueve pasajeros que se embarcaron el 25 de mayo de 1939 en el
Sinaia rumbo a México, pero apenas se
consignan mil, ya que de esa relación están excluidos los menores
de quince años y las mujeres, que viajaban únicamente en calidad de
esposas, de madres o de hijos de combatientes o exiliados. ¿Qué ha
sido de esas trescientas noventa y tres mujeres que viajaban a
bordo y de sus hijos? Muchos de aquellos niños viven todavía y
guardan memoria de la travesía. En cuanto a las mujeres, ¿no
padecieron las circunstancias de la guerra igual que los hombres?
¿No sufrieron acaso más? El hecho es tan pintoresco y elocuente que
le evita a uno tener que hacer cualquier comentario al
respecto.
Impresiona consultar un documento como ése, ver todos esos
nombres, saber que detrás de ellos nos esperan vidas reales, de
muchas de las cuales sería posible encontrar aún una profunda
estela. Es seguro, sin embargo, que una gran parte de los que
hicieron aquella travesía en el Sinaia ha
muerto, y tal vez por eso se tiene la impresión al pasar las
páginas del informe de entrar en un cementerio, no un cementerio
extraño, sino precisamente ése en el que reposan los restos de
nuestros antepasados. Los nombres están puestos de la misma manera,
unos al lado de otros, como en tumbas de iguales proporciones. Tomo
de aquellas fichas una cualquiera al azar, como muestra. Las demás
son iguales en extensión y disposición tipográfica: «GELLIDA
COSCOLLANO, José: 28 años. Soltero. Nacido en Benicarló
(Castellón). Partido político, Unión Republicana.-Central Sindical,
Unión General de Trabajadores.-Residencia en Francia, Ancienne
Hospital Militair [sic] Perpignan.-Cargos antes de la guerra,
Interventor de mesa por el Partido en las elecciones.-Cargos
durante la guerra, Voluntario del Batallón de Zapadores y Teniente
de Ingenieros».
Pese a encontrar tan pocos datos sobre el Sinaia, no sé cómo, desatendiendo el trabajo de la
biografía, me quedé todavía nueve o diez semanas en la Fundación.
¿Mirando qué?
Leí muchos libros sobre ese momento, memorias de todo tipo de
gentes, periodistas, militares de carrera, políticos, espontáneos,
la mayor parte publicadas en México, después de la guerra o en
España a partir de 1975, pero hubo para la prórroga una razón
fundamental: la casualidad, el descubrir entre las fichas de los
pasajeros del Sinaia una que llama
poderosamente la atención por ser diferente a todas las demás, en
extensión y características, ya que está añadida, pegada en un
papel recortado, lo que denota que fue endosada a última hora,
cuando las listas estaban ya confeccionadas y cerradas. Puede
leerse en ella: «LECHNER KRUPOV, Thomas. Todo desconocido».
Insisto: es muy extraño porque del resto de los pasajeros se
consignan todos los datos a los que ya he aludido, filiación
política, nacimiento, profesión, estado civil, etc., al igual que
ocurre en otras listas de pasajeros que consulté, la del Ipamema, la del Winnipeg o
la del Mexique, por ejemplo, barcos que se
utilizaron igualmente en el traslado de exiliados hacia México o
Chile.
¿Cómo le habían dejado embarcar? Uno, que tiende a la
novelería, pensó en un primer momento que, con ese apellido, se
trataba de un instructor militar ruso, o quizá un agente de la
N.K.V.D., aunque en ese caso lo raro es que no lo hubieran
camuflado mejor, como hicieron tiempo después con Mercader, el
asesino de Trotsky, o que no le hubiesen enviado directamente a la
URSS cuando acabó la guerra, con el resto de los comunistas
españoles privilegiados. He de confesar, no obstante, que hubiera
sido un nombre que, de no habérmelo tropezado un poco después en
los cuadernos de justo García Valle’ lo habría olvidado, porque
uno, habituado ya a que la vida esté montada sobre cosas mucho más
extrañas, no va tampoco sospechando de todo y reconstruyendo la
peripecia de la humanidad.
La relación de pasajeros del Sinaia
es un documento oficial, mecanografiado por el SERE, el Servicio de
Evacuación Republicana Española, y extraña encontrarse en el
estadillo ese «todo desconocido», sabiendo que tales listas se
confeccionaron penosamente después de muy espinosas deliberaciones
entre los representantes de todos los partidos políticos del
exilio, presentes en ese organismo, los cuales hubieron de escoger
esos casi cientos pasajeros de entre las más de cincuenta mil
solicitudes que se recibieron de personas que pedían
angustiosamente embarcarse y salir de Francia, donde estaban siendo
hostigadas, perseguidas, maltratadas, vejadas, sistemáticamente
humilladas y deportadas por las autoridades francesas ante la más
vergonzosa indiferencia internacional.
En la Fundación Pablo Iglesias, aparte de incontables libros
publicados sobre la guerra civil (es la guerra que cuenta con más
bibliografía, después de la Segunda Guerra mundial), se conservan
treinta y dos manuscritos de memorias, memoriales, diarios o
diferentes recopilaciones donados a la Fundación por sus autores o
por los herederos de éstos, en su mayor parte ligados a la Unión
General de Trabajadores o al propio Partido Socialista Obrero
Español, naturalmente inéditos. Van desde los que no pasan de
dieciséis hojas a los que tienen más de trescientas, los hay más y
menos interesantes, prolijos o escuetos, los que son un collage de
documentos oficiales, instancias, recortes de periódicos de la
época y fragmentos de otros libros ya publicados (los de Indalecio
Prieto y Zugazagoitia son los más citados), los que tienden a la
solemnidad y la retórica tribunarias y los que tienen un tono más
personal, redactados incluso de una manera cuidadosa y literaria…,
pero en todos se encuentra este rasgo común: el dolor y el desgarro
que la guerra produjo en sus autores, que son, dicho también de
paso, todos varones.
En este bloque de la documentación hay únicamente tres
diarios. El primero de ellos corresponde a un maestro de escuela,
afiliado al sindicato de enseñantes en 1935, y donado a la
Fundación junto con un fondo bibliográfico; es bastante breve, y de
carácter oficioso, pues tiene más de informe sobre las condiciones
de la instrucción y escolarización en los campos de concentración
que de diario propiamente dicho; otro es de un hombre viejo, que lo
utiliza casi exclusivamente para consignar en él lo que come cada
día y lo que les cuesta conseguir víveres, primero en Barcelona y
luego en los meses que pasó en el campo de Barcarés, y está enviado
a modo de memorándum a las autoridades de la UGT en Toulouse; y
está, por último, el de justo García, afiliado también al sindicato
de la UGT, sección Artes Gráficas, lo cual, dicho sea también al
paso, no deja de molestarme un poco, pues, por un prurito de
novelista que ama la tipografía y todo lo relacionado con las
imprentas, me habría gustado que la realidad no hubiese sido tan
«novelera» y hubiera hecho a nuestro justo García de la sección de
enseñantes, de la de ferroviarios o de cualquier otra, por lo mismo
que habría preferido que, en vez de forma de diario, dado mi
interés personal en ese género, hubiese tenido otra cualquiera. En
todo caso, su manuscrito es, desde mi punto de vista, no sólo un
documento excepcional, sino un diario bellísimo.
Fue en él precisamente donde volví a encontrarme con el
nombre de Lechner. También es cierto que no consta en ninguna parte
que el Lechner del diario de justo García y el del informe del SERE
sean el mismo, pero resulta tan evidente que no vale la pena por el
momento detenerse ni siquiera en este punto.
Este verano se levantaron en España voces cualificadas
certificando la muerte de la novela o, en todo caso, su estado
comatoso. La que no parece muerta, por el contrario, es la
realidad, la cual, con frecuencia, es tanto o más apasionante que
cualquier novela cuando está llena de vida. Creo que nunca he
sentido ante un manuscrito de nadie, y han pasado por las manos de
uno algunos relevantes, la emoción que experimenté ante el de justo
García, ese libro de contabilidad del que él mismo habla al
comienzo, cuando empezó a escribirlo, y la libreta de hule. Me
decía: estos dos cuadernos han conocido escenarios reales de la
guerra y los campos de refugiados, los llevó consigo un hombre que
en los momentos más amargos de su vida encontró en ellos compañía y
consuelo, le ayudaron a seguir viviendo, mientras apenas le
quedaban ni esperanzas ni ganas de vivir. Me parecía que cada una
de aquellas páginas estaba escrita con sangre hace sesenta años
para que yo, y no otro, por un raro e inexplicable designio, las
encontrara.
Estamos hablando de dos libros o cuadernos originales, uno en
cuarto mayor y encuadernado en tela, de cuatrocientas ochenta
páginas numeradas con digitado automático manual en el extremo
superior derecho de cada página, y otro en octavo, sin paginar,
empastado en hule, los dos llenos de papeles y añadidos flotantes
pegados a los lados, aunque con pocas correcciones, lo que
demuestra que su autor no perdió nunca la visión de conjunto de lo
que quería contar: habiéndosele quedado escasas las anotaciones de
un día, no tuvo inconveniente en completarlas más adelante, aunque
creo, por indicios de profusa enumeración, que estos añadidos
fueron hechos en los mismos días en los que escribía su diario, y
no mucho más tarde, a excepción de la dedicatoria, escrita con
tinta roja en el primero de los cuadernos, tal vez años
después.
La casi totalidad del primero de los cuadernos o libros está
escrita con lápiz de grafito duro, bien afilado siempre. Las
últimas páginas de este tomo y la totalidad del segundo están
escritas con tinta. El adjetivo que solemos emplear en español para
una letra como la suya, piojosa, no hace honor en absoluto a la de
justo García, porque si una cosa resulta en verdad llamativa en
cuanto se hojean estos diarios es la belleza de cada página, con
una letra de hermosa, clara y miniada caligrafía y líneas
prodigiosamente bien tiradas, sin el menor desvío, aunque sin
márgenes. El cambio del lápiz a la tinta sólo es perceptible por el
cambio de tono e intensidad de la mancha, pero ni la calidad ni la
limpieza ni el tamaño de la letra varían lo más mínimo. Una vez
más, el contraste entre las caóticas circunstancias en las que
fueron escritos y el prodigio de realización material sobrepasa el
terreno de las paradojas y seguramente nos habla mucho del carácter
de su autor, quien es muy probable que necesitara de estos diarios
como de una terapia, para decirlo en la jerga
psicoanalítica.
Las cuatro partes en las que aparece dividido ahora obedecen
a un criterio personal mío, lo mismo que la totalidad de las
separaciones o blancos, pues en el diario no hay corte ninguno, ni
siquiera cuando se pasa de un cuaderno a otro; me pareció que tales
espacios proporcionarían al conjunto respiraderos convenientes.
Fuera de esto, no hay mucho más que explicar, sino que he corregido
poco (los errores o contradicciones en fechas o cifras, aunque no,
por ejemplo, el número de refugiados que adjudica al Campo de Saint
Cyprien, cien mil, cuando en realidad fueron alrededor de sesenta
mil, ni la supresión de algunas preposiciones que le dan a su
estilo mayor agilidad), he suprimido algo y no he añadido nada al
original, que puede consultarse en la Fundación Pablo Iglesias, a
cuyas bibliotecarias Chiqui Arce y Carmen Motilva quiero agradecer
su disponibilidad y toda la ayuda prestada, así como a la propia
Fundación y a su presidente Alfonso Guerra, que permitieron hacer
uso del presente manuscrito, y muy especialmente a Estrella García,
hija de Justo Garcia, quien no sólo ha dado su autorización para
publicarlo, sino que se prestó para toda clase de aclaraciones e
informaciones concernientes a su padre, de las que se da cuenta en
el epílogo que cierra este libro. Existe, y me parece interesante
declararlo aquí también, un periódico del que se imprimieron
algunos ejemplares por el método dactilográfico a bordo del
Sinaia y que se tituló Sinaia. Diario de la primera expedición de
republicanos españoles a México, publicación que apareció todos y
cada uno de los días que duró la travesía. El cotejo del diario de
Justo García con este otro oficial arroja tales diferencias de
datos y puntos de vista (de creer al oficial, por ejemplo,
estaríamos ante una expedición de enardecidos combatientes que
sueñan con volver a reconquistar España, y que se pasan la jornada
bailando chotís y regionales, amenizados por la Agrupación Musical
Española del maestro Oropesa), que bastarían por sí mismas para
acometer un trabajo que excede los límites de este
prólogo.
Quédate, pues, lector, con el diario de justo García, y hasta
pronto, hasta el epílogo que da remate a esta historia que es tanto
o más que cualquier novela, porque no ha necesitado de la ficción
para ser real.
Madrid, 15 de septiembre de
1998